El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano

Los Magos, la Estrella y el Salvador

NO. 967

 

SERMÓN PREDICADO LA MAÑANA DEL DOMINGO 25 DE DICIEMBRE, 1870

POR CHARLES HADDON SPURGEON

EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES.

 

“¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle”. Mateo 2:2.

 

La encarnación del Hijo de Dios ha sido uno de los mayores acontecimientos en la historia del universo. Con todo, el suceso no fue algo de lo que se enterara la humanidad entera, ya que fue revelado especialmente a los pastores de Belén y a ciertos magos del oriente. Unos ángeles dieron a conocer a los pastores (seres ignorantes, hombres poco versados en el saber humano), en cánticos corales, el nacimiento del Salvador, de Cristo el Señor, y ellos salieron presurosos a Belén para ver el grandioso espectáculo; en cambio, los escribas (legisladores e intérpretes de la ley) no supieron absolutamente nada respecto al nacimiento largamente prometido del Mesías. No hubo una multitud de las huestes angélicas que entrara en la asamblea del Sanedrín para proclamar que el Cristo había nacido; y cuando fueron convocados los principales sacerdotes y los fariseos, a pesar de que disponían de copias de la ley para considerar dónde había de nacer el Cristo, desconocían que ya hubiera nacido, y se tiene la impresión de que sólo tenían un interés pasajero en el asunto, a pesar de que podrían haber sabido que entonces era el tiempo del que habían hablado los profetas para la venida del grandioso Mesías. Cuán misteriosas son las dispensaciones de la gracia; ¡lo vil es escogido y lo eminente es soslayado! El advenimiento del Redentor es revelado a unos pastores que cuidaban sus rebaños de ovejas durante la noche, pero no a esos otros pastores cuyas ovejas sumidas en la ignorancia eran entregadas al descarrío. Admiren en eso la soberanía de Dios.

 

Las buenas nuevas fueron dadas a conocer también a unos sabios, a unos magos que eran estudiosos de las estrellas y de los antiguos libros proféticos del lejano oriente. No sería posible decir cuán lejos se encontraba su país de origen; pudiera haber estado tan distante que el viaje tomara casi dos años, que es el tiempo que mencionaron concerniente a la aparición de la estrella. Los viajes eran lentos en aquellos días, y estaban rodeados de dificultades y de muchos peligros. Pudieran haber llegado de Persia, o de la India, o de Tartaria, o aun de la misteriosa tierra de Sinim, conocida por nosotros ahora como China. Si así fue, extraño y ordinario debe de haber sido el lenguaje de quienes adoraban alrededor del Niño de Belén, y con todo, Él no necesitó de ningún intérprete para entender y aceptar su adoración. ¿Por qué el nacimiento del rey de los judíos fue dado a conocer a esos extranjeros y no a los más cercanos a casa? ¿Por qué el Señor seleccionó a quienes estaban a cientos de miles de kilómetros de distancia, mientras que los hijos del reino, en cuyo propio seno nació el Salvador, eran extrañamente ignorantes de Su presencia? Vean aquí otra vez otro ejemplo de la soberanía de Dios.

 

Tanto en los pastores como en los magos del oriente que se juntaron en torno al Niño, veo cómo Dios dispensa Sus favores como quiere, y, viéndolo, exclamo: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó”. Aquí vemos de nuevo otro ejemplo de la voluntad soberana de Dios, pues aunque muchas viudas había en Israel en los días del profeta Elías, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a la mujer de Sarepta; muchos había que eran llamados sabios entre los judíos, pero a ninguno de ellos se le apareció la estrella, sino que resplandeció para unos ojos gentiles, y un selecto grupo fue conducido desde los confines de la tierra a postrarse a los pies de Emanuel.

 

La soberanía en estos casos se vistió con las ropas de la misericordia. Fue una gran misericordia la que consideró el humilde estado de los pastores, y fue una misericordia de largo alcance la que reunió desde tierras asentadas en tinieblas a un grupo de hombres hechos sabios para la salvación. La misericordia, llevando sus esplendentes joyas, estuvo presente con la soberanía divina en el humilde albergue de Belén. ¿Acaso no es deleitable el pensamiento de que en torno a la cuna del Salvador, así como en torno a Su trono en el más excelso cielo, se reúnen esos dos atributos? Él se da a conocer –y allí está Su misericordia; pero Él se revela a quienes ha escogido, y allí muestra que tendrá misericordia del que Él tenga misericordia, y se compadecerá del que Él se compadezca.

 

Vamos a procurar aprender ahora una lección práctica de la historia de los magos que vinieron del oriente para adorar a Cristo. Si Dios el Espíritu Santo nos instruye, podremos extraer una enseñanza que nos conduzca a convertirnos en adoradores del Salvador y en dichosos creyentes en Él.

 

Noten, primero, su pregunta. Que muchos de nosotros nos volvamos inquisidores respecto al mismo asunto: “¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido?” Noten, en segundo lugar, su estímulo: “Su estrella hemos visto”. Debido a que habían visto la estrella tuvieron la valentía de preguntar: “¿Dónde está Él?” Y luego, en tercer lugar, su ejemplo: “Venimos a adorarle”.

 

I.   Consideremos SU PREGUNTA: “¿Dónde está Él?”

 

Muchas cosas son evidentes en esta pregunta. Es claro que cuando los magos hicieron esa pregunta, había en sus mentes un vivo interés. El rey de los judíos había nacido, pero Herodes no preguntó: “¿Dónde está?” sino hasta que sus celos fueron provocados, pero entonces hizo la pregunta con un espíritu malintencionado. Cristo nació en Belén, cerca de Jerusalén; sin embargo, a lo largo de todas las calles de la ciudad santa no había gente que preguntara: “¿Dónde está?” Él había de ser la gloria de Israel, y no obstante, en Israel había muy pocas personas, en verdad, como esos magos, que hicieran la pregunta: “¿Dónde está?” Mis queridos oyentes, quiero creer que hay algunos individuos aquí esta mañana a quienes Dios tiene el propósito de bendecir, y sería una señal muy esperanzadora de que Él tiene ese propósito si hubiese un vivo interés en la mente de ustedes respecto a la obra y la persona del Dios encarnado. Quienes desean ansiosamente saber de Él constituyen un grupo muy reducido. ¡Ay!, cuando predicamos con más fervor sobre Él y hablamos de Sus aflicciones como una expiación por el pecado del hombre, nos vemos forzados a lamentar muy amargamente el desinterés de la humanidad, y a preguntar con mucha tristeza:

 

¿No os conmueve a cuantos pasáis por el camino;

No os conmueve que Jesús muera?

 

Despreciado y desechado entre los hombres, los seres humanos no ven ninguna hermosura en Él para desearlo; pero hay un número escogido que pregunta diligentemente y que sale a recibirlo; a ellos Él les da potestad de ser hechos hijos de Dios. Por tanto, es una feliz circunstancia cuando hay evidencia de un interés. No siempre hay un interés evidente en las cosas de Cristo, aun en nuestros oyentes regulares. Asistir a la adoración pública se convierte en un mero hábito mecánico; ustedes se acostumbran a estar sentados durante una parte del servicio, y a ponerse de pie y a cantar en otro momento, y a escuchar al predicador con una aparente atención durante el discurso; pero estar realmente interesados, anhelar saber de qué se trata todo, especialmente saber si tienen parte en ello, si Jesús vino del cielo para salvarlos, si nació de una virgen por ustedes, hacer esas preguntas personales con profunda ansiedad, está lejos de ser una práctica generalizada; quiera Dios que todos los que tienen oídos para oír oigan en verdad. Es un signo muy esperanzador siempre que la palabra es oída con un solemne interés. Fue dicho a los antiguos: “Preguntarán por el camino de Sion, hacia donde volverán sus rostros”. Cuando un hombre escucha con profunda atención la palabra de Dios, cuando escudriña el libro de Dios y se entrega a una meditación profunda con miras a entender el Evangelio, tenemos mucha esperanza en él. Cuando piensa que hay algo de peso e importancia, algo digno de saberse en el Evangelio de Jesús, entonces cobramos ánimo para esperar buenas cosas de él.

 

Pero en el caso de los magos vemos no sólo una muestra de interés, sino la confesión de una creencia. Ellos preguntaron: “¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido?” Por tanto, estaban plenamente convencidos de que Él era el rey de los judíos, y que había nacido hacía poco tiempo. Como predicador yo siento que es una gran misericordia que tenga que tratar generalmente con personas que poseen algún grado de fe en las cosas de Dios. Qué bueno sería que tuviéramos más misiones para quienes no tienen ningún tipo de fe y ningún conocimiento de Cristo; esperamos que llegue el día cuando Cristo sea conocido en todas partes. Pero aquí, en casa, con la mayoría de ustedes tenemos algo con lo que podemos comenzar. Ustedes creen algo acerca de Jesús de Nazaret, el rey de los judíos que ha nacido. Aprecien lo que ya han creído. No considero que sea poca ventaja que un joven crea que su Biblia es verdadera. Hay algunos que tienen una ardua lucha para llegar hasta ese punto pues una formación infiel ha deformado sus mentes. Por supuesto que no se trata de una ventaja que vaya a salvarlos, pues muchos descienden al infierno creyendo que las Escrituras son verdaderas y así acumulan culpa sobre ellos mismos por eso mismo; pero tener la seguridad de que tienen la palabra de Dios ante ustedes, y no inquietarse con preguntas acerca de su inspiración y autenticidad, es ya ocupar un excelente terreno estratégico. Oh, que pudieran ir desde ese punto de fe hasta otro y convertirse en ardientes creyentes en Jesús. Estos magos habían avanzado tanto que contaban con un apalancamiento para un nuevo aumento de su fe, pues creían que Cristo había nacido, y que había nacido siendo Rey. Muchos que no son salvos saben que Jesús es el Hijo de Dios. No tenemos que argumentar con ustedes esta mañana para sacarlos del ‘socinianismo’; no, ustedes creen que Jesús es el divino Salvador. Tampoco tenemos que razonar contra dudas y escepticismos respecto a la expiación, pues estas cosas no los dejan perplejos. Esa es una gran misericordia. Ustedes ocupan ciertamente la posición de personas altamente favorecidas. Quiero confiar en que tendrán la gracia para hacer uso de esa posición favorable en la que Dios los ha colocado. Valoren lo que ya han recibido. Cuando los ojos de un hombre han estado cerrados largamente en las tinieblas, si el oculista le da un poco de luz está muy agradecido por ello, y tiene la esperanza de que el ojo no esté destruido, que tal vez gracias a otra operación le puedan quitar más escamas, y la luz plena pueda entrar a raudales en el entenebrecido globo ocular. Oh alma que pronto pasarás al otro mundo, que estás tan segura de perderte a menos que tengas la luz divina, que estás tan segura de ser echada a las tinieblas de afuera donde hay llanto y gritos y crujir de dientes, debes estar agradecida por una chispa de luz celestial; valórala, atesórala, ten ansiedad respecto a ella para que pueda llegar a algo más, ¿y qué sabemos si el Señor vaya a bendecirte con la plenitud de Su verdad?

 

Cuando se construyó el gran puente sobre el Niágara, la dificultad consistía en pasar la primera cuerda a través de la ancha corriente. He leído que pudieron hacerlo volando un cometa y dejándolo caer en la ribera opuesta. El cometa transportó un trozo de lazo, el lazo iba atado a una cuerda, a la cuerda iba atada una soga, y a la soga iba atada otra soga más fuerte, y poco a poco llegaron de un lado al otro del Niágara y concluyeron la construcción del puente. De igual manera, Dios obra gradualmente. Es un hermoso espectáculo ver un poco de interés en los corazones humanos respecto a las cosas divinas, ver algún pequeño anhelo de Cristo, algún débil deseo de saber quién es y qué es, y si está disponible para el caso del pecador. Esta hambre conducirá a un anhelo vehemente de más cosas, y ese anhelo vehemente será seguido por otro, hasta que al fin el alma encontrará a su Señor y quedará satisfecha en Él. Por tanto, en el caso de los magos había evidencia de un interés y de una cierta medida de profesión de fe, como espero que la haya en algunos de los presentes.

 

Además, en el caso de los magos, vemos una ignorancia admitida. Los estudiosos nunca desdeñan hacer preguntas, porque son hombres sabios; así que los magos preguntaron: “¿Dónde está?” Personas que han tomado el nombre y el grado de sabios, y son consideradas en esa categoría, piensan algunas veces que está por debajo de su nivel confesar algún grado de ignorancia; pero quienes son realmente sabios no piensan así; están demasiado bien instruidos como para ignorar su propia ignorancia. Muchos hombres habrían podido ser sabios con sólo que hubieran estado conscientes de que eran necios. El conocimiento de nuestra ignorancia es el escalón de la puerta del templo del conocimiento. Algunos piensan que saben y por eso nunca llegan a saber. De haber sabido que estaban ciegos, pronto habrían sido conducidos a ver, pero como dicen: “Vemos”, su ceguera permanece.

 

Amado oyente, ¿necesitas encontrar un Salvador? ¿Quisieras de buen grado que todos tus pecados fueran borrados? ¿Quisieras ser reconciliado con Dios por medio de Jesucristo? Entonces que no te dé vergüenza preguntar, admite que no sabes. ¿Cómo podrías saber si el cielo no te enseñara? ¿Cómo podría alguien alcanzar el conocimiento de las cosas divinas, a menos que le sea dado de arriba? Todos nosotros hemos de ser instruidos por el Espíritu de Dios, o seremos necios para siempre. Saber que debemos ser instruidos por el Espíritu Santo es una de las primeras lecciones que el propio Espíritu Santo nos enseña. Admite que tú necesitas un guía, y pregunta diligentemente para que encuentres uno. Clama a Dios pidiéndole que te guíe, y Él será tu instructor. No seas altivo ni autosuficiente. Pide la luz celestial, y la recibirás. ¿Acaso no es mejor que le pidas a Dios que te enseñe, en vez de confiar en tu propia razón desvalida? Dobla, entonces, la rodilla, y confiesa tu propensión a errar, y di: “Enséñame Tú lo que no sé”.

 

Noten, sin embargo, que los magos no estaban contentos con admitir su ignorancia, sino que, en su caso, solicitaron información. No se puede saber dónde comenzaron a preguntar. Pensaron que lo más probable era que Jesús fuera conocido en el área metropolitana de la ciudad. ¿Acaso no era el rey de los judíos? ¿Dónde era más probable que lo conocieran sino en la capital? Fueron, por tanto, a Jerusalén. Tal vez les preguntaran a los que custodiaban las puertas: “¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido?” Y los guardas se rieron de ellos hasta el escarnio, y replicaron: “No conocemos a ningún rey que no sea Herodes”. Luego se toparon con algún vagabundo en las calles, y a él le preguntaron: “¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido?” Y él les respondió: “¿A mí qué me importan esas preguntas disparatadas? Estoy buscando a alguien que beba conmigo”. Le preguntaron a un comerciante, pero él se burló, y dijo: “No se preocupen por los reyes, ¿qué me van a comprar, o qué tengo para venderles?” “¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido?”, le preguntaron a un saduceo, y él les respondió: “No sean tan tontos como para hablar de esa manera, o si lo hacen, les ruego que visiten a mi amigo el fariseo”. Se toparon con una mujer en las calles, y le preguntaron: “¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido?” Pero ella les dijo: “Mi hijo está enfermo en casa, me basta con pensar en mi pobre bebé; no me importa quién haya nacido, ni tampoco quién pueda morirse”. Cuando fueron a los barrios más exclusivos, sólo obtuvieron una pobre información, pero no se contentaron hasta no haber aprendido todo lo que pudiera saberse. Ellos no sabían al principio dónde estaba el rey recién nacido, pero recurrieron a todos los medios para encontrarlo, y solicitaron información de todos los que pudieran ayudarles. Es agradable ver la santa avidez de un alma a la que Dios ha vivificado; clama: “he de ser salvada; sé algo del camino de la salvación y estoy agradecida por eso, pero no sé todo lo que necesito saber, y no puedo quedarme satisfecha hasta no saberlo. Si ha de encontrarse un Salvador debajo de la bóveda celeste, yo lo encontraré; si ese libro puede enseñarme cómo ser salvo, voy a pasar sus páginas día y noche; y si cualquier libro a mi alcance puede ayudarme, no voy a ahorrar ningún aceite nocturno por si puedo, leyéndolo, encontrar a Cristo, mi Salvador. Si hubiese alguien cuya predicación haya sido bendecida para las almas de los demás, voy a colgarme de sus labios, por si la palabra pudiera ser bendecida para mí, pues tengo que tener a Cristo; tenerlo o no tenerlo no es una alternativa para mí, sino que tengo que tenerlo; mi hambre de este pan del cielo es grande, es insaciable mi sed de esta agua de vida; díganme, cristianos; díganme, sabios; díganme, hombre buenos; dígame cualquiera de ustedes que pueda hacerlo, ¿dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Pues yo he de tener a Cristo, y anhelo tenerlo ahora”.

 

En referencia a estos magos del oriente noten, adicionalmente, que ellos declararon un motivo para su búsqueda de Cristo. “¿Dónde está” –preguntaron- “para que vayamos y le adoremos?” ¡Ah, alma!, si tú quieres encontrar a Cristo, tu motivo debe ser: ser salvada por Él, y a partir de ahora y para siempre, vivir para Su gloria. Cuando se llega a esto, que no oyes el Evangelio meramente como un hábito, sino porque anhelas obtener su salvación, no pasará mucho tiempo antes de que la encuentres. Cuando un hombre puede decir: “Voy a subir a la casa de Dios esta mañana, y oh, anhelo que Dios se reúna conmigo allí”, no pasará mucho tiempo asistiendo allí en vano. Cuando un oyente puede declarar: “Tan pronto como me siente en la congregación, mi único pensamiento será: “Señor, bendice mi alma en este día”, no puede verse largamente frustrado. Usualmente, cuando vamos a la casa de Dios, obtenemos lo que buscamos. Algunos asisten porque es la costumbre, otros asisten para reunirse con algún amigo, otros apenas saben por qué asisten; pero cuando sabes para qué vienes, el Señor que te dio ese deseo, lo satisfará. Me gustó la palabra de una amada hermana esta mañana que me habló cuando entré por la puerta trasera; ella me dijo: “Caro pastor, mi alma está muy hambrienta esta mañana. Anhelo que el Señor le dé alimento para mí”. Yo creo que recibiremos el alimento conveniente. Cuando un pecador está muy hambriento de Cristo, Cristo está muy cerca de él. Lo peor es que muchos de ustedes no vienen para encontrar a Jesús, pues no es a Jesús a quien buscan; si lo buscaran a Él, pronto se les aparecería. Le preguntaron a una joven durante un avivamiento: “¿Cómo es que no has encontrado a Cristo?” “Amigo” –respondió ella- “pienso que es porque no lo he buscado”. Así es. Nadie podrá decir al final: “Lo busqué, pero no lo encontré”. En todos los casos, al final, si Jesucristo no ha sido encontrado, tiene que ser porque no ha sido buscado devota, sincera e importunamente, pues Su promesa es: “Buscad, y hallaréis”. Estos magos son un modelo para nosotros en muchas cosas, y en particular en esto, entre todo lo demás: que su motivo era claro para ellos mismos, y lo declararon a otros. Que todos nosotros busquemos a Jesús para adorarle.

 

Un intenso denuedo acompañó en todo momento a los magos, denuedo que nos deleitaría ver en cualquiera que todavía no haya creído en Jesús. Evidentemente no eran unas personas frívolas. Venían de muy lejos; experimentaron muchas fatigas; hablaban acerca de encontrar al rey recién nacido en una forma práctica, y con sentido común; no se desanimaron por este desaire ni por aquel otro; anhelaban encontrarlo, y lo encontrarían. Es sumamente bendito ver la obra del Espíritu en los corazones de los hombres forzándolos a anhelar que el Salvador sea su Rey y Señor; y a anhelarlo de tal manera que quieren tenerlo y no dejarán de remover ninguna piedra, con la ayuda del Espíritu Santo, hasta ser capaces de decir: “Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas; y Él se ha convertido en nuestra salvación”.

 

¿Me dirijo en este momento a alguien en particular? Confío que así sea. Hace algunos años había un joven, quien, en una mañana muy parecida a esta –fría, nevada, oscura- entró a una casa de oración, así como ustedes lo han hecho hoy. Al venir aquí esta mañana me acordé de aquel joven. Me dije: “Esta mañana el clima es tan inclemente que voy a tener una muy escasa asistencia, pero tal vez, entre esa gente, haya alguien como aquel joven”. Para ser claro con ustedes, me consoló pensar que en la mañana cuando Dios bendijo mi alma, el predicador tenía una congregación muy pequeña, y era una mañana fría y glacial, y por tanto, esta mañana me dije: “¿Por qué no habría de realizar alegremente mi tarea, y predicar aunque sólo hubiese una docena de personas allí?” Pues Jesús podría tener la intención de revelarse a alguien, tal como lo hizo conmigo, y esa única persona podría ser una ganadora de almas y el instrumento de la salvación de decenas de miles de personas en los años venideros. Me pregunto si eso va a ocurrirle a aquel joven que está por allá, pues confío que tenga la misma pregunta que tenían los magos en sus labios. Yo espero que no apague esos deseos que arden ahora en su interior, sino que más bien la chispa sea atizada hasta convertirse en llama y que este día sea testigo de su decisión por Jesús. Oh, ¿ha mirado el Señor a esa joven mujer, o a ese amado niño, o a aquel anciano? Yo no sé quién pudiera ser, pero, en verdad, voy a bendecir a Dios esta mañana si, proveniente de muchos labios, pudiese oírse el clamor: “Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?”

 

II.   Habiendo hablado de su pregunta, voy a notar ahora SU MOTIVACIÓN. Algo fue lo que motivó a estos magos a buscar a Jesús. Fue esto: “Su estrella hemos visto”.

 

Ahora bien, la mayoría de ustedes, buscadores de Cristo, tienen una gran motivación en el hecho de que han oído Su Evangelio; viven en una tierra en la que tienen las Escrituras y en la que las ordenanzas de la casa de Dios son administradas libremente. Estas son, por decirlo así, la estrella de Cristo; tienen el propósito de conducirlos a Él mismo. Observen aquí que ver Su estrella era un gran favor. No les fue concedido a todos los moradores en el oriente o en el occidente que vieran Su estrella. Esos hombres, por tanto, eran altamente privilegiados. No es dado a toda la humanidad oír el Evangelio; Jesús no es predicado en todas nuestras calles; Su cruz no es levantada en alto ni siquiera en cada lugar dedicado a Su adoración. Tú eres muy favorecido, oh amigo mío, si has visto la estrella, el Evangelio, que apunta a Jesús.

 

Ver la estrella entrañó para esos magos una gran responsabilidad. Supongan que esos sabios hubiesen visto Su estrella pero que no se hubiesen puesto en camino para adorarle. Entonces habrían sido mucho más culpables que otros individuos que, no habiendo recibido tal indicación del cielo, habrían sido incapaces de no hacerle caso. Oh, piensen en la responsabilidad de algunos de ustedes que en su niñez oyeron acerca de un Salvador y por quienes una madre ha llorado durante muchos años; ustedes conocen la verdad, al menos en su teoría; tienen la responsabilidad de haber visto Su estrella.

 

Los magos no consideraron el favor de ver la estrella como un asunto que bastaba. No dijeron: “Hemos visto su estrella y eso basta”. Muchos dicen: “Bien, asistimos a un lugar de adoración regularmente, ¿no basta con eso?” Hay quienes dicen: “Nosotros fuimos bautizados; el bautismo trajo consigo la regeneración, acudimos al sacramento, ¿y no alcanzamos gracia por su medio?” ¡Pobres almas! Confunden a la estrella que conduce a Cristo con Cristo mismo, y adoran a la estrella en vez de adorar al Señor. ¡Oh, que ninguno de ustedes sea tan necio como para confiar en las ordenanzas externas! Si dependieran de los sacramentos o de la adoración pública, Dios les diría: “No me traigáis más vana ofrenda; el incienso me es abominación. ¿Quién demanda esto de vuestras manos, cuando venís a presentaros delante de mí para hollar mis atrios?” ¿Qué importancia tienen para Dios las formas y las ceremonias externas? Cuando veo que los hombres se ponen capas blancas, y estolas y manípulos y cantan sus oraciones, y hacen reverencias y genuflexiones, me pregunto qué tipo de dios es el que ellos adoran. Ciertamente debe tener más afinidad con los dioses de los paganos que con el grandioso Jehová, que ha hecho los cielos y la tierra. Observen detenidamente la gloria excepcional de las obras de Jehová en tierra y mar; contemplen los cielos y sus incontables huestes de estrellas, escuchen el aullar de los vientos y la furia del huracán, piensen en Aquel que convierte a las nubes en Su carro y cabalga sobre las alas del viento, y luego consideren si este infinito Dios es parecido a ese ser para quien es un asunto de suma importancia que una copa de vino sea levantada en adoración hasta la altura del cabello del hombre o únicamente hasta la altura de su nariz. Oh necia generación, que piensa que Jehová está contenido en sus templos hechos con manos, y que se preocupa por sus vestimentas, sus procesiones, sus posturas y sus genuflexiones. Ustedes se pelean por su ritual, y lo consideran hasta en las jotas y en las tildes. Ciertamente no conocen al glorioso Jehová, si conciben que estas cosas le producen algún placer. Es más, amados, deseamos adorar al Altísimo en toda la sencillez y sinceridad de espíritu, y no detenernos nunca en la forma externa, para no ser lo suficientemente necios de pensar que basta ver la estrella, y por eso, dejar de encontrar al Dios encarnado.

 

Noten bien que estos magos no encontraron satisfacción en lo que ellos mismos habían hecho para llegar al niño. Como hemos observado, es posible que hubieran llegado desde cientos de kilómetros de distancia, pero no lo mencionaron; no se sentaron a decir: “Bien, hemos viajado a través de desiertos, sobre montes, y hemos atravesado ríos, eso basta”. No, tenían que encontrar al Rey que acababa de nacer, y ninguna otra cosa les satisfaría. No digas, querido oyente: “He estado orando durante meses, he estado escudriñando las Escrituras durante semanas para encontrar al Salvador”. Me alegra que hayas hecho eso, pero no descanses ahí; tienes que llegar a Cristo, o de lo contrario perecerás a pesar de todo tu esfuerzo y de todos tus problemas. Necesitas a Jesús, nada más que Jesús, pero nada menos que Jesús. Tampoco has de estar satisfecho con viajar en el camino en el que la estrella te guíe; tienes que llegar a ÉL. No te quedes corto de la vida eterna. Aférrate a ella, no la busques ni la anheles simplemente, sino que has de apoderarte de la vida eterna, y no has de estar contento hasta que sea un hecho confirmado que Jesucristo es tuyo.

 

Quisiera que notaran cómo estos magos no se quedaron satisfechos con el simple hecho de llegar a Jerusalén. Podrían haber dicho: “¡Ah!, ahora estamos en la tierra donde nació el Niño; estamos agradecidos y descansaremos”. No, sino que preguntaron: “¿Dónde está?” Él nació en Belén. Bien, llegaron a Belén, pero no hay evidencia de que cuando llegaron a esa aldea dijeran: “Este es un lugar privilegiado, nos quedaremos aquí”. Para nada, necesitaban saber dónde estaba la casa. Llegaron a la casa, y la estrella se detuvo sobre ella. Era un hermoso espectáculo ver el establo con la estrella sobre él y pensar que el Rey recién nacido estaba allí, pero eso no los satisfizo. No, sino que entraron directamente en la casa; no descansaron hasta que vieron al propio Niño, y le adoraron. Yo oro pidiendo que ustedes y yo seamos guiados de tal manera por el Espíritu de Dios que no aceptemos nada que no sea asir realmente a Cristo, una visión de fe de Cristo como un Salvador, como nuestro Salvador, como nuestro Salvador ahora. Si hubiese un peligro por encima de cualquier otro que el joven buscador tenga que enfrentar, es el peligro de quedarse corto de una sólida fe en Jesucristo. Mientras tu corazón sea blando como la cera, cuídate de que ningún sello, salvo el de Cristo, sea estampado en él. Ahora que estás inquieto y desconsolado, haz este voto: “No seré consolado hasta que Cristo me consuele”. Sería mejor para ti que no fueras despertado nunca que ser arrullado por Satanás hasta quedarte dormido, pues el sueño que sucede a una convicción parcial es generalmente es el letargo más profundo que puede sobrecoger a los hijos de los hombres. Alma mía, yo te exhorto que llegues hasta la sangre de Cristo, y que seas lavado en ella; llega hasta la vida de Cristo para que esa vida esté en ti, para que seas verdaderamente un hijo de Dios; no aceptes suposiciones, no te quedes satisfecha con apariencias e hipótesis; no descanses en ninguna parte hasta que, (habiéndote dado Dios la fe para decirlo), hayas dicho: “Él me amó y se entregó por mí; Él es toda mi salvación y todo mi deseo”. Vean, entonces, cómo estos magos no fueron conducidos por la visión de la estrella a mantenerse lejos de Cristo, sino que más bien fueron animados por ella a venir a Cristo, y tú también, caro buscador, anímate esta mañana a venir a Jesús por el hecho de que eres bendecido con el Evangelio. Has recibido una invitación para venir a Jesús, tienes los movimientos del Espíritu de Dios en tu conciencia que te están despertando; oh ven, ven y sé bienvenido, y deja que este crudo día de invierno sea un día de fulgor y de alegría para muchas almas que están buscando.

 

He convertido mis pensamientos sobre este último encabezado en unos versos,  y voy a repetir las líneas:

 

“Oh, ¿dónde está Cristo mi Rey?

Languidezco por verlo,

Gustosamente me postraría en adoración,

Pues Él es el deleite de mi alma.

 

Es a Él, es sólo a Él,

  Al que busco, ni menos, ni más,

O sobre Su cruz, o sobre Su trono,

Le adoraría igualmente.

 

Los magos vieron Su estrella,

Pero no se quedaron contentos con eso,

El camino era áspero, la distancia lejana,

No obstante, siguieron en ese camino.

 

Y ahora que mis pensamientos disciernen

La señal de que Cristo está cerca,

Ardo con un amor insaciable,

Para disfrutar de Su compañía.

 

Ninguna estrella ni señal celestial

Pueden llenar el deseo de mi alma,

De Él, mi Señor, mi divino Rey,

Mi alma tiene todavía sed”.

 

III.   Y ahora vamos a concluir considerando EL EJEMPLO de estos magos. Ellos vinieron hasta Jesús, y al llegar, hicieron tres cosas: vieron, adoraron y dieron. Esas son tres cosas que cada creyente podría repetir aquí esta mañana, y que cada buscador debería realizar por primera vez.

 

Primero, vieron al Niño recién nacido. No creo que hayan dicho simplemente: “Allí está”, y que así acabara el asunto, sino que se detuvieron y miraron. Tal vez enmudecieran durante algunos minutos. No me cabe duda de que en Su rostro se transparentaba una belleza sobrenatural. Si la belleza era evidente a toda mirada, yo no lo sé, pero para los ojos de los magos ciertamente había una atracción sobrehumana. ¡El Dios encarnado! Miraron con mucha atención. Miraron, y miraron, y miraron repetidamente. Vieron a Su madre, pero detuvieron su mirada en Él. “Vieron al niño”. Así, también, pensemos en Jesús esta mañana con un pensamiento fijo y continuo. Él es Dios, Él es hombre, Él es el sustituto de los pecadores; Él está anuente a recibir a todos los que confíen en Él. Él salvará, y salvará esta mañana a todos los que confiemos en Él. Piensen en Él. Si están en casa esta tarde, dediquen un tiempo a pensar en Él. Visualícenlo con su mente, consideren y admírenlo. ¿Acaso no es un portento que Dios entre en unión con el hombre y que venga a este mundo como un tierno infante? ¡Aquel que hizo los cielos y la tierra es estrechado en el pecho de una madre! El Verbo se hizo carne para redimirnos. Esta verdad engendrará la más refulgente esperanza en el interior de su alma. Si siguen la asombrosa vida de ese bebé hasta su conclusión en la cruz, yo confío que allí lo miren de tal manera que así como Moisés levantó la serpiente en el desierto y los que miraban eran sanados, así también si ustedes miran sean sanados de todas sus enfermedades espirituales. Aunque hace ya muchos años que yo lo miré por primera vez, deseo mirar a Jesús de nuevo. ¡El Dios encarnado! Mis ojos se anegan de lágrimas al pensar que Aquel que pudo haberme aplastado en el infierno para siempre, se convierte en un tierno infante por mi causa. Véanlo, todos ustedes, y viéndole, adoren.

 

¿Qué hicieron a continuación los sabios? Ellos le adoraron. No podemos adorar apropiadamente a un Cristo que no conocemos. “Al Dios desconocido” provoca una pobre adoración. Pero, oh, cuando piensan en Jesucristo, cuyas salidas eran desde la eternidad, el Hijo del Padre engendrado eternamente, y luego lo ven venir aquí para ser un hombre de la misma naturaleza que Su madre, y saben y entienden por qué vino y qué hizo cuando vino, entonces se postran y adoran.

 

“Hijo de Dios, ante Ti nos postramos,

Tú eres Señor, y sólo Tú lo eres;

Tú eres la simiente prometida de la mujer;

Tú que te desangraste por los pecadores”.

 

Nosotros adoramos a Jesús. Nuestra fe lo ve ir del pesebre a la cruz, y de la cruz directamente al trono, y allí donde habita Jehová, en medio de la sobrecogedora gloria de la presencia divina está el hombre, el hombre preciso que durmió en el pesebre en Belén; allí reina como Señor de señores. Nuestras almas le adoran otra vez. Tú eres nuestro Profeta: cada palabra que dices, Jesús, la creemos y deseamos seguirla. Tú eres nuestro Sacerdote: Tu sacrificio nos ha limpiado, hemos sido lavados en Tu sangre. Tú eres nuestro Rey: ordena y nosotros obedeceremos, guíanos, y nosotros te seguiremos. Nosotros te adoramos. Deberíamos pasar mucho tiempo adorando al Cristo, y Él debería tener siempre el lugar más prominente en nuestra reverencia.

 

Después de adorar, los magos presentaron sus ofrendas. Uno abrió su cofre de oro y lo puso a los pies del Rey recién nacido. Otro presentó incienso, uno de los productos preciosos del país de donde provenían; y otro puso mirra a los pies del Redentor; todas estas cosas las ofrecieron para demostrar lo genuino de su adoración. Presentaron ofrendas sustanciales con manos generosas. Y ahora, después de que hayan adorado a Cristo en el interior de su alma, y de que lo hayan visto con el ojo de la fe, no será necesario que les diga que se entreguen ustedes mismos, que le den su corazón, que le den sus riquezas. Vamos, no podrían evitar hacerlo. Aquel que realmente ama al Salvador en su corazón no puede evitar entregarle su vida, su fuerza, su todo. Para algunas personas, cuando le dan algo a Cristo o hacen cualquier cosa por Él, se trata de un trabajo terriblemente forzado. Dicen: “El amor de Cristo debería constreñirnos”. Sin embargo, yo no creo que exista un texto así en la Biblia. Yo recuerdo un texto que dice así: “El amor de Cristo nos constriñe”. Si no nos constriñe, es porque no está en nosotros. No es meramente algo que debería ser, sino que tiene que ser. Si alguien ama a Cristo, pronto estará encontrando formas y medios de demostrar su amor por sus sacrificios. Regresa a casa, María, y toma el frasco de alabastro, y derrama el ungüento sobre Su cabeza, y si alguien te dijera: “¿Para qué este desperdicio?”, tú tendrás una buena respuesta, que es: a ti se te ha dado mucho, y por tanto, tú amas mucho. Si tienes oro, dalo; si tienes incienso, dalo; si tienes mirra, dalo a Jesús; si no tienes ninguna de esas cosas, dale tu amor, todo tu amor, y eso será oro y especias, todo en uno; dale tu lengua, habla de Él; dale tus manos, trabaja para Él; dale todo tu ser. Yo sé que lo harás, pues Él te amó, y se entregó por ti. Que el Señor los bendiga, y que esta mañana de domingo de Navidad sea un día muy memorable para muchos que se encuentran en medio de esta muchedumbre congregada aquí. Estoy sorprendido de ver a un número tan vasto aquí presente, y sólo puedo esperar que la bendición sea proporcional, por causa de Jesús. Amén.

 

Porción de la Escritura leída antes del sermón: Mateo 2.

 

Nota del traductor:

Socinianismo: Sistema teológico creado y difundido por Lelio y Fausto Socini, que negaba los dogmas de la Trinidad, Encarnación y pecado original.

 

 

 

Traductor: Allan Román

22/Noviembre/2012

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