El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano

Cristo: Caída y Levantamiento de Muchos

NO. 907

 

SERMÓN PREDICADO LA MAÑANA DEL DOMINGO 26 DE DICIEMBRE, 1869

POR CHARLES HADDON SPURGEON

EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES.

 

“Y los bendijo Simeón, y dijo a su madre María: He aquí, éste está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha”. Lucas 2: 34.

 

Este texto esconde en su interior un profundo abismo, pero yo no voy a intentar medirlo. Hace unos cuantos meses se organizó una compañía para tratar de recuperar unos lingotes de oro y unas barras de plata que se suponía que yacían en el fondo del mar, en un galeón español que se hundió hace algunos siglos. Mi barca no está equipada con la maquinaria necesaria para extraer el oro escondido en los misteriosos abismos; y además, yo me pregunto seriamente si el intento no sería más bien peligroso antes que rentable, pues muchos buzos que se han sumergido en las enormes profundidades de la predestinación se han perdido, y muchos más se han hecho infructuosos para la iglesia y para el mundo. Mi barca no es más que un pequeño bote de pesca, cuya ocupación es pescar almas de hombres. Mis dones sólo me permiten ser un barco de cabotaje que transporta alimento de puerto en puerto para alimentar a quienes tienen hambre del pan que sacia. No intentaré, por tanto, penetrar en el sublime misterio que este texto contiene referente a la divina posición de Cristo de ser la ocasión de la caída y del levantamiento de muchas almas. Yo creo en esa doctrina, aunque no puedo exponerla. Creo trémulamente en las palabras de Pedro referentes a aquellos que tropiezan en la palabra, siendo desobedientes, “a lo cual fueron también destinados”. Pero repito que aunque creo en la doctrina de la predestinación en toda su longitud y anchura porque la veo revelada en la palabra de Dios, con todo, como no puedo ver ningún resultado práctico que pudiera surgir de una discusión de ese tema esta mañana, la dejaré para otras mentes y para otras lenguas. Prefiero conducirlos a la verdad práctica contenida en el texto.

 

La gran doctrina práctica que tenemos ante nosotros es esta: que dondequiera que Cristo llega, con cualquiera que entra en contacto, nunca deja de ejercer Su influencia y nunca es inoperante, antes bien, en cada caso se produce un resultado muy importante. Hay en el santo niño Jesús un poder que siempre está activo. Él no está puesto para ser un personaje que pasa inadvertido, que es inactivo o que dormita en medio de Israel, sino que está puesto para caída o para levantamiento de muchos que le conocen. Nunca un hombre oye el Evangelio sin que se levante o caiga tras escucharlo. Nunca hay una proclamación de Jesucristo (y esa es la venida espiritual del propio Cristo) que deje a los hombres precisamente donde se encontraban. Es seguro que el Evangelio tendrá algún efecto sobre quienes lo oyen. Además, el texto nos informa que cuando la humanidad entiende el mensaje y la obra de Cristo, no los considera con indiferencia, antes bien, cuando oye la verdad que es en Jesús, o bien la toma gozosamente en sus brazos con Simeón, o bien se vuelve para ella una señal que será contradicha. El que no es con Cristo, contra Él es, y el que con Él no recoge, desparrama. Donde Cristo está, ningún hombre permanece neutral: o bien decide por Cristo o bien decide en contra suya. Cuando una mente entiende el Evangelio sólo tiene dos opciones: o bien tropieza con esta piedra de tropiezo siendo escandalizada por ella, o bien se regocija en un cimiento sobre el cual se deleita en construir todas sus esperanzas para el tiempo y para la eternidad.

 

Observen, entonces, las dos caras de la verdad: Jesús obra siempre sobre los hombres con un marcado efecto y, por otro lado, el hombre trata al Señor Jesús con una respuesta ya sea de afecto o de oposición; perennemente se producen una acción y una reacción.

 

¿Cuál crees que sea la causa de esto? ¿No es debido, primero, a la energía que mora en el Cristo del Señor, y en el Evangelio que lo representa ahora entre los hombres? El Evangelio es pura vida y energía; como levadura, hincha y fermenta con energía interna y no puede descansar hasta que leva todo lo que lo circunda. Podría ser comparado con la sal que tiene que permear, penetrar y sazonar lo que está sujeto a su influencia. Pablo compara la predicación de Cristo a un olor grato. Ahora bien, tú no puedes decirle a un perfume: “Estate quieto; no satures el aire de fragancias; no afectes las narices de los hombres”. No podría comportarse de otra manera: la fragancia tiene que llenar la habitación. De la misma manera, Cristo tiene que ser un olor, ya sea de vida para vida, o de muerte para muerte, pero ha de ser un olor dondequiera que llega. No es más factible que restrinjas la obra del Evangelio que prohíbas la acción del fuego. Si te paras delante del fuego, te calentará y te reconfortará, pero si metes la mano en el fuego, te quemará. Si mantienes al fuego en su lugar apropiado, te prestará un abundante servicio; si arrojas afuera un tizón, consumirá toda tu casa y devorará todo lo que entre en contacto con él. No puedes decirle al fuego: “Reprime tu energía consumidora”. Puesto que es fuego, tiene que quemar. Y lo mismo sucede con el sol en lo alto. Aunque las nubes lo oculten de nuestra vista en este momento, por siempre derrama, como proveniente de la boca de un horno, su calor y su luz. Tampoco podría dejar de quemar y brillar a menos que dejara de ser un sol. Mientras sea un sol, ha de permear el espacio circundante con su influencia y su esplendor. ¿Les sorprende que el Sol de Justicia sea de una justicia todavía más divina? ¿Se maravillan porque ya sea que el incendio de Su gloria ciegue a Sus enemigos, o que la calidez de Su amor enjugue las lágrimas de Sus amigos, en cada caso haya un resultado claro y un efecto manifiesto? El Evangelio nunca regresa vacío, antes bien, hace prosperar aquello para lo que el Señor lo ha enviado. Jesús no puede cesar de obrar en el Evangelio. “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo”. El Padre no hace una pausa en la providencia, y el Hijo no cesa en la obra de gracia.

 

Además, recuérdese que Jesucristo y Su Evangelio son asuntos de tan primordial necesidad para la humanidad que de esta causa también ha de surtir siempre un efecto producido por Cristo. Consideren otros asuntos que sean de primera necesidad para la humanidad, y mi significado quedará claro. Aquí hay aire y yo lo respiro. ¿Qué pasa entonces? Pues bien, vivo. No puedo respirarlo sin obtener ese importante resultado. Los pulmones reciben el aire, la sangre recibe un suministro de oxígeno y la vida es sustentada. Supongan que me rehusara a respirar el aire; ¿qué pasaría entonces? ¿Se produciría algún efecto notable? ¿Me sentiría un poco desfallecido? ¿Tendría menos energías? No, me moriría. Si respiro, vivo; si rehúso respirar, me muero.

 

Así el Señor Jesús es tan necesario para nuestras almas como la atmósfera lo es para nuestros cuerpos. Si recibimos a Cristo Jesús, vivimos; no podemos recibirlo sin que vivamos por Él. Si no lo recibimos, moriremos. Es inevitable que así sea. No puedes rechazar al Salvador y ser dañado sólo un poquito por eso; no hay otra alternativa salvo que perezcas por completo. Tomen otro artículo necesario para el ser humano: el pan. Si comen pan, los nutrirá y les proveerá el material que forma la carne y los músculos, los nervios y los huesos. Si rehusaran comerlo entonces se privarían de la vida. Ustedes podrían tratar de engañar a los demás si quisieran, pero, ya sea bajo vigilancia o sin ella, morirían si no comieran. El sabio decreto lo ha determinado de tal manera que no hay vida sin comida; si el lapso se prolongara lo suficiente, la muerte sería algo inevitable para quienes no comen. Lo mismo sucede con Cristo, que es el pan enviado del cielo. Si lo reciben, tienen todo lo que su alma necesita para su sustento y para aplacar su hambre; si lo rechazan, no hay absolutamente nada en el cielo ni en la tierra que pudiera suplir la carencia de su alma.

 

Podría ponerles como ejemplo el agua que bebemos o cualquier otra cosa que no fuera un artículo suntuario o de necesidad artificial, sino que fuera absolutamente necesaria para la vida humana; todas esas cosas surten efecto para bien o para mal, según las acepten o las rechacen. Así tiene que ser necesariamente con Cristo.

 

Podríamos agregar que la posición en la que Jesucristo se encuentra con el hombre hace inevitable que Él deba tener un efecto sobre ellos. No voy a hablar de los paganos que no oyen acerca de Él, ni de nuestros infelices paganos que nos rodean, que no quieren oír acerca de Él. Pero en cuanto a ustedes que han oído acerca de Cristo, yo asevero que en el caso suyo, el Señor Jesucristo se ha encontrado con ustedes en ocasiones en las que aceptar o rechazar habría de generar una crisis en su ser. Él estaba en medio de su camino. Ocurrió un domingo en la noche cuando el Espíritu Santo estaba con el predicador; o fue un día cuando tu padre acababa de ser enterrado; o, mujer, fue una noche cuando tu amado bebé acababa de ser retirado de tu pecho para ser colocado sobre el lecho mortuorio. Puedes recordar fácilmente esa ocasión. Cristo estuvo en medio de tu camino y tú no pudiste dar ningún rodeo para esquivarlo; aquella noche o bien tenías que tropezar con Él y hacer que fuera para ti una roca de caída, o bien tenías que edificar sobre Él en ese mismo instante y en ese lugar, y aceptarlo como la confianza de tu alma. Yo creo que ese momento de decisión le llega a todos los oyentes de la Palabra que la hubieren oído, hasta cierto punto, inteligentemente. Y cuando el Espíritu Santo nos capacita a partir de ese momento para recibir al Redentor para que sea la base de la confianza de nuestra alma, ¡oh, qué dichoso es eso! Pero si somos dejados a nosotros mismos para rechazar a Cristo, no lo habremos rechazado sin hacer violencia a nuestra conciencia y sin haber violentado todo lo que es bueno y verdadero. No habríamos tropezado con Cristo sin saber que estábamos tropezando con el más noble don de Dios, con la mayor señal del amor del Padre, que estábamos tropezando con la única cosa que podría liberarnos de la ira venidera y asegurarnos una eternidad de gozo. Vean así que debido a que Cristo viene a nosotros en la crisis importante de nuestra vida, no puede sernos indiferente. Tiene que provocar o bien nuestra caída o bien nuestro levantamiento.

 

Además, permítanme observar que el Señor Jesús fue puesto precisamente para eso: así dice el texto: “Éste está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel”. Vino para ese fin. Vean al labrador que toma el aventador. Se observa el montón de trigo mezclado con tamo que yace en el suelo. El labrador comienza a agitar el aventador hasta generar una corriente de viento. ¿Qué pasa? El tamo vuela hasta el más lejano confín de la era, y queda solo ahí; el trigo, más pesado, queda purificado y limpio, formando un dorado montón de grano. Así es la predicación del Evangelio. Así es Cristo: Él separa a quienes van a perecer de quienes serán salvados. El aventador discierne y descubre; revela lo que no tiene valor y manifiesta lo precioso. ¡Cristo tiene así el aventador en Su mano! Tomen otra metáfora, si quieren, que encontramos en los profetas: “¿Y quién podrá soportar el tiempo de su venida? ¿O quién podrá estar en pie cuando él se manifieste? Porque él es como fuego purificador, y como jabón de lavadores”. Vean el fuego purificador. Noten cómo arde y llamea. Ahora se ha tornado incandescente; no puedes tolerar mirarlo. ¿Qué ha sucedido? Pues bien, la escoria ha sido apartada de la plata, y la aleación ha sido separada del oro. El fuego purificador separa lo precioso de lo vil. Y así el Evangelio revela a los elegidos de Dios y abandona a la dureza de corazón a los impenitentes empedernidos. Donde el Evangelio es predicado, los hombres que lo aceptan son preciosos para Dios, son Sus elegidos, Sus escogidos. Los hombres que lo rechazan son la plata reprobada. Así los llamarán los hombres, pues Dios los ha rechazado.

 

Observen también el jabón del lavador. El lavador toma su jabón, y al realizar su oficio sobre aquella pieza de lino marcada con muchas manchas y colores, ustedes ven cómo esas cosas inmundas desaparecen con el jabón y sólo permanece la hermosa tela. Las manchas y el lino experimentan el poder del jabón. De igual manera, el Evangelio toma el tejido manchado de la humanidad y lo limpia: la inmundicia desaparece y se esfuma ante él, y el hermoso lino permanece. Pasa lo mismo con los santos de Dios; cuando el Evangelio llega a ellos los purifica, mientras que los malvados, como manchas inmundas, son arrojados fuera en su maldad.

 

Les he mostrado así que no es posible que Cristo llegue a cualquier parte sin que produzca algún resultado. Quisiera recalcarles que no es posible que Cristo venga a ustedes sin que se produzca algún resultado. Les suplico que no caigan nunca en el error de los que aseveran que la incredulidad no es ningún pecado, y que rechazar a Cristo no es una falla de ustedes. El tenor general de la Santa Escritura contradice esa opinión sumamente errónea. Casi no conozco nada que sea más tendiente a sedar a la conciencia para que se duerma, que ese engaño. Pueden estar seguros de que el Evangelio será un olor de muerte para muerte para ustedes, si no fuera para ustedes olor de vida para vida. Si no creen, ya han sido condenados. ¿Por qué? Oigan la voz de Dios: “El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y esta es la condenación (sobre toda otra condenación), que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas”. Ustedes se encuentran en una solemne posición esta mañana, al oír el Evangelio de Cristo. No pueden salir de esta casa sin que les hubiere sido puesta una marca que permanecerá allí por los siglos, ya sea para su bien o para su mal. Cristo ha de obrar en sus almas. Él está puesto para su caída o para su levantamiento.

 

Habiendo expuesto así la gran verdad del texto, me propongo, con la mayor brevedad posible, responder a una o dos preguntas.

 

I.   La primera pregunta es: ¿QUIÉNES SON LOS QUE CAEN DEBIDO A CRISTO? En los días de Cristo la pregunta no era difícil de responder. Los que caían por causa de Cristo eran, primero que nada, los sostenedores de la tradición. Había ciertas personas que siempre argumentaban: “Los antiguos sostenían esto”. Citaban los dichos del Rabí Ben ‘Esto’ o del Rabí Ben ‘Eso’, y esos famosos dichos eran exaltados prácticamente por encima de la Palabra escrita de Dios, a menudo al punto de suprimir el propio significado del decálogo mismo, y de constituir a las tradiciones de los hombres en una autoridad superior a los mandamientos de Dios.

 

Ahora bien, nuestro Señor Jesucristo puso el hacha a la raíz de este árbol malo, pues continuamente decía: “Fue dicho a los antiguos… pero yo os digo”. Denunciaba que anularan la ley de Dios por medio de sus tradiciones. Tomó una escoba y barrió implacablemente las viejas telarañas de lo que los padres hacían y de lo que los antiguos decían, y colocó el sempiterno “escrito está” por encima de la autoridad de la antigüedad. Mucho trabajo parecido hay para Él en nuestros días, cuando el uso del Sarum (1), la costumbre de las iglesias ortodoxas, y no sé qué otras cosas más de basura venerable, profanan la casa de Dios; y, hermanos míos, Él lo hará con seguridad y la tradición caerá una vez más delante de la Palabra de Dios que vive eternamente.

 

Cayeron también por la mano de nuestro Señor los externalistas. Esos hombres daban mucha importancia al lavatorio de las manos antes de comer el pan, consideraban que era una gran cosa extender los flecos de sus mantos y estaban peculiarmente atentos a sus filacterias; usaban cuidadosamente coladores para impedir que las moscas se introdujeran en su vino, no fuera que algún animal inmundo tocara sus labios. Pero el Maestro, en Su ministerio, los despachó sumariamente. Ustedes ciegos necios, dijo, ‘coláis el mosquito, y tragáis el camello’. ¡Cómo escarneció sus largas oraciones, y sus vanas pretensiones, y el diezmo del comino, y su avidez por devorar las casas de las viudas! No podrían olvidar nunca el símil del vaso y del plato, lavado por fuera pero sucio por dentro, ni aquel del sepulcro blanqueado, tan hermoso para el ojo, y sin embargo, tan lleno de podredumbre. “¡Ay de vosotros” –decía- “escribas y fariseos, hipócritas!” Y con esa palabra barrió todo el imperio del ‘externalismo’, e hizo ver la vanidad de la religiosidad externa en tanto que el corazón permanece sin ser renovado. Cuán convincentes son esas palabras: “No lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al hombre”. El reino de Dios no es comida ni bebida, sino gozo en el Espíritu Santo. Oh, anhelamos una hora de la presencia de nuestro Señor para flagelar al formalismo de hoy, pero tengan buen ánimo pues Su Evangelio lo hará.

 

El Maestro hizo caer al mismo tiempo a todos los justos con justicia propia. Ellos mismos concebían ser justos y despreciaban a los demás. Qué caída les provocó cuando contó aquella famosa parábola del fariseo y del publicano que subieron al templo a orar; cómo aquel hombre altivo que daba gracias a Dios porque no era como los otros hombres regresó a su casa sin paz, mientras que el humilde pecador que se confesaba indigno de alzar sus ojos al cielo, regresó a su casa justificado por Dios. ¡Oh, el Maestro arrasó grandemente con la justicia propia en los días de Su carne! Vamos, uno pensaría que allí donde Cristo estaba, el fariseo casi querría quitarse su filacteria y ocultar los flecos de sus mantos. Poca cosa para su orgullo era para él permanecer lejos y profesar ser mejor que otros hombres, pero Jesús de Nazaret le arrancó la máscara y le reveló el corazón.

 

Jesús nuestro Señor fue también la caída de los sabihondos de Su época. Había abogados; ellos conocían cada punto; podían discernir en un instante lo que debía ser y lo que no debía ser según los padres, y tenían una manera de leer cada precepto de Moisés de tal manera como para hacerlo significar lo que quisieras, de acuerdo al tamaño de tu cartera. Luego estaban los escribas. Cuán diligentes estudiantes habían sido. Ellos sabían cuántas letras había en toda la ley, y cuál era la letra del medio, y cuál era la palabra del medio. Ellos conocían el tamaño y la longitud de cada libro, y habían escrito notas, incomparables en sabiduría, sobre cada pasaje; y eran expertos en enlodar el sentido de cada pasaje y en hacer que las palabras significaran lo que nunca tuvieron la intención de enseñar. Esos doctores en teología, esos escribas del tiempo de Cristo, eran diligentes estudiantes de la letra y, con todo, Él los desconcertó con una pregunta tan sencilla que hasta un niño sería capaz de responder: “Pues si David le llama Señor, ¿cómo es su hijo?” Ellos no pudieron responderle; y si hubiesen sido capaces de responder con toda su sabiduría esa única pregunta, Él hubiera podido hacerles muchas preguntas más por medio de las cuales su ignorancia habría quedado al descubierto. Él fue su caída, así como será en este día la caída de todos los sabios jactanciosos, pues “prende a los sabios en la astucia de ellos”.

 

Pero si nuestro Señor fue la caída de quienes eran externamente religiosos, de quienes eran justos con justicia propia, de quienes eran meramente ortodoxos, Él fue también la caída de la iglesia general así como también de la ‘iglesia alta’ (2). ¡Cómo hizo caer a los saduceos! Ellos equivalían a los hombres de la ‘iglesia general’. Profesaban creer en la ley de Moisés pero la privaban de su elemento sobrenatural y, sin embargo, continuaban en la iglesia establecida de entonces. Por supuesto que lo hacían. ¿Por qué el Sanedrín nacional no habría de ser del carácter más incluyente? Sin embargo, esos escépticos declaraban que no hay resurrección, ni ángeles ni espíritus. Cuando el Señor entró en la arena para enfrentarse a ellos, su famosa historia de la mujer con los siete esposos fue quebrada como una espada de madera, y sintieron contra sus pechos la punta de un arma irresistible cuando Jesús les preguntó si el Dios de Abraham, Isaac y Jacob era el Dios de los muertos o de los vivos. El triunfo de nuestro grandioso Líder sobre la facción escéptica fue tan completo como el triunfo logrado sobre el grupo ritualístico pues a ambos les propinó una aplastante caída.

 

Si es fácil responder a la pregunta; ¿a quién hizo caer Cristo durante Su vida?, no sería difícil responder a la pregunta: ¿a quiénes hace caer Cristo hoy? Vamos, el tipo de personas es muy parecido a la gente que Él hizo caer entonces. Si algunos de ustedes confían en las cosas externas de la religión, si son extraños a la vida espiritual, si dependen de su confirmación, de su bautismo, de recibir los sacramentos o de cualquier cosa ceremonial, seguramente Cristo será la caída suya. Oigan Sus propias palabras: “Os es necesario nacer de nuevo”.  “Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él”. Aunque recibieras el bautismo de Cristo y la cena de Cristo cuantas veces quisieras, sin Su Espíritu, estarías perdido. Si hay algunos aquí que están confiados en su propia excelencia, si esperan entrar en el cielo porque nunca han hecho ningún gran daño y han sido, en general, unas personas muy buenas, amigables, amables y generosas, Cristo será su caída si continúan siendo como son ahora, Su Evangelio los condena rotundamente. Pues, ¿qué dice ese Evangelio? “Por las obras de la ley nadie será justificado”. Vamos, entonces, ¿esperarías ser justificado a despecho de lo que Cristo ha declarado por medio de Su apóstol inspirado? Cristo es la muerte de la justicia propia y tú perecerás ineludiblemente si confías en tu yo.

 

Algunos les dirán que la naturaleza humana no es en absoluto tan mala como se afirma en la Escritura. Hay algunos puntos excelentes en el hombre que sólo necesitan oportunidades de desarrollo. ¡Ah!, pero si el hombre no estuviera caído, ¿por qué necesita un Salvador? Si el hombre no estuviera irremediablemente caído, ¿por qué habría necesitado Dios descender del cielo y asumir la naturaleza humana para redimir al hombre? Ustedes, los que alaban a la naturaleza humana, le roban la gloria a Cristo para coronar al rebelde moribundo. Tengan la seguridad de que ese robo será su ruina a menos que se arrepientan. Hay otros que dicen: si el hombre realiza su mejor esfuerzo, sin duda será aceptado por Dios; esos esperan que haya suficiente fuerza en el hombre que le capacite para abrirse paso hasta lograr lo que desea. Si es así, ¿por qué se necesita ese sacrificio de sangre? ¿Qué necesidad había de los gemidos del Calvario y de los dolores de muerte? El sacrificio de Cristo es la muerte de todas las esperanzas de una autosalvación. Si pudieras salvarte a ti mismo, sería monstruoso que Cristo viniera para salvarte. Yo te digo que si te aferras a la autoconfianza, la cruz de Cristo será tu caída. Será un testigo condenatorio en contra tuya.

 

Por otra parte, Jesús es la caída de todos los que confían en los sacerdotes, o de los que profesan ser sacerdotes. Cuando el Hijo de Dios se presenta como el Sacerdote de la humanidad caída, ¡oh!, ¿cómo se atreven ustedes -ustedes, canes de mala ralea, perros que ladran a los talones del Anticristo- a reclamar que son lo que únicamente Jesús es? ¿Cómo se atreven a arrogarse el derecho de estar ante el altar estando Él allí? Ahora que el Sol de Justicia se ha levantado, no podemos y no nos atrevemos a confiar en tales manchas de oscuridad como son ustedes.

 

A todas las personas que están autosatisfechas, a todas aquellas que son de mente altiva, a todas ellas Cristo les provocará seguramente una terrible caída. “Todo valle sea alzado, y bájese todo monte y collado”. Él abatirá toda mirada de orgullo, pues Él está puesto para caída de todos aquellos que, ya sea en Israel o entre los gentiles, se exalten a sí mismos en la faz del Señor de los Ejércitos. Juzguen ustedes, señores, si Él va a ser su caída. Ustedes pueden saberlo fácilmente. Él que está abajo no necesita temer ninguna caída, pero el que está en lo alto haría bien en temblar no sea que el Niño que nació en Belén sea su caída.

 

II.   Pero tengo que proseguir. Surge naturalmente otra pregunta más feliz. ¿PARA QUIÉNES SERÁ LEVANTAMIENTO EL SEÑOR JESÚS?

 

Él será levantamiento para quienes han caído. ¿Confiesas tú: “he caído”? ¿Reconoces tú: “poseo una naturaleza caída”? ¿Te lamentas por haber caído en el pecado? Oh hermano mío, Él será tu levantamiento. Él no puede levantar a quienes no han sido humillados; pero si tú has caído y estás consciente de ello en este día, Él está puesto para ser levantamiento de quienes son como tú. Te pregunto de nuevo: ¿estás consciente de estar abajo? No puede haber un levantamiento para quienes están arriba. No puede haber curación para quienes no están enfermos. Cristo no vino por un propósito tan ridículo como el de ser el Salvador de quienes ya son salvos. ¿Estás enfermo? Él fue puesto para sanar a quienes son como tú. ¿Estás caído? Entonces entre más desesperada sea tu caída, entre más profundo sea tu sentido de degradación, más me regocijaré. Si tú te autonombras ‘el primero de los pecadores’, yo estaré mucho más agradecido; y si tú te sientes que estás más allá de toda esperanza, te he de felicitar como a un prisionero de la esperanza, pues Él vino para ser el levantamiento de quienes son como tú. Claramente para el sentido común de todos, el levantamiento no es para quienes ya están arriba, sino para quienes tienen necesidad de ser levantados. Ellos se levantarán en Él. Noten, además, que aquellos que se levantan en Él son quienes están dispuestos ahora a levantarse en Él. Él no salva a nadie que no esté dispuesto, pero hace que los hombres estén dispuestos en el día de Su poder. ¿Estás dispuesto en este día a levantarte en Cristo? Eso te vendrá de Dios por pura gracia. Esa disposición es una indicación de que Jesús está puesto para levantarte. Nunca se aferró un alma a Cristo con una denodada voluntad de levantarse, para descubrir que Cristo la dejó para que pereciera. Sólo aférrate al borde de Su manto y Él te levantará a Su propia gloria.

 

Nos hemos enterado de algunas personas que al estarse ahogando se sujetaban de otras que a duras penas podían salvarse a sí mismas pero que no podían sostener a otra, y que por tanto, se veían forzadas a deshacerse de quienes se aferraban a ellas. Pero tú te puedes aferrar a Cristo sin miedo; Él es un nadador todopoderoso que llevará a tierra a toda alma que se abrace a Él.

 

Trémulo creyente en Jesús el Redentor, tú te levantarás de tu pobreza para sentarte entre príncipes; tú te levantarás del muladar de tus pecados para reinar con los ángeles; tú te levantarás de tu muerte espiritual a una vida nueva; tú te levantarás de la vergüenza de tu pecado al honor de la perfección. Ustedes se levantarán para ser hijos de Dios, educados y entrenados para un mundo mejor; se levantarán para morar en las muchas mansiones de la casa de su Padre; ustedes se levantarán para ser uno con Cristo, y entrarán en Su gozo triunfando con Él. Y todo esto no es para quienes tienen una alta estima de sí mismos, sino para quienes lamentan su propia indignidad y pecaminosidad. Él muestra un ceño fruncido para los altivos y una sonrisa para los humildes. “Quitó de los tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos envió vacíos”.

 

III.   Otro asunto habrá de ocuparnos por un momento. Algunos de los mejores críticos de los tiempos modernos difieren enteramente de los antiguos expositores, y piensan que el “y” usado aquí es conjuntivo y no disyuntivo; es decir, que las dos palabras describen únicamente a un tipo de personas, mientras que algunos comentaristas más antiguos –según yo creo correctamente- interpretan las palabras como refiriéndose a dos clases de personas. Sin embargo, incluyamos ese otro sentido en nuestra exposición. Este niño está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, es decir, que hay algunos que caerán pero que también se levantarán en Cristo; hay algunos a quienes Cristo provocará una caída como no la han tenido antes, y un levantamiento que será para su eterna resurrección.

 

Permítanme presentarles un cuadro. Ustedes recuerdan la lucha de Jacob y del ángel en la noche. ¿Han experimentado alguna vez lo que significa luchar con Cristo? Yo recuerdo cuando me encontró y entró en un conflicto de gracia con mi espíritu rebelde. Yo me erguí en altivez, y le dije virtualmente que no tenía necesidad de un Salvador; pero Él luchó conmigo pues no me dejaría ir. Me quedé pisando firme, según me imaginaba, en la ley, pero ¡qué caída me provocó cuando me reveló la naturaleza espiritual de esa ley y me demostró mi culpabilidad en cada punto! Entonces, pensé que estaba parado firmemente con un pie sobre la ley y con el otro sobre Su gracia, imaginando que yo podría ser salvado en parte por la misericordia de Dios y en parte por mis propios esfuerzos. Pero qué caída experimenté cuando aprendí que si la salvación era por obras, no podía ser por gracia, y si era por gracia, no podía ser por obras; que las dos no podían mezclarse entre sí. Luego dije que pondría mi esperanza en el cumplimiento de los deberes que el Evangelio inculca; pensé que tenía el poder de hacer eso; me arrepentiría, y creería, y así ganaría el cielo. Pero qué caída experimenté y cómo cada uno de mis huesos parecía quebrado cuando me declaró: “Separados de mí nada podéis hacer. Ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre”.

 

¿Recuerdas, hermano, cuando yacías delante de Cristo y del Evangelio, todo quebrantado y magullado, hasta que no quedó nada de vida en ti excepto la vida que podía sufrir dolor, e incluso cuestionabas esa vida, pues temías que no sufrías suficiente dolor? Sentías que no eras lo suficientemente penitente ni lo suficientemente creyente, y que no podías convertirte en ninguna otra cosa diferente de lo que eras. Estabas desesperado y desamparado. Ah, así es como Cristo salva a las almas. Primero les provoca una caída y posteriormente los hace levantarse. No puedes llenar la vasija mientras no esté vacía. Tienes que desalojar al mérito humano para que haya espacio para la misericordia. No puedes vestir al hombre que ya está vestido, ni alimentar a quien no está hambriento. Es el alma hambrienta la que es saciada; es el alma desnuda la que es vestida; es el caído quien es levantado. Pero la caída que Jesús provoca es una bendita caída. Él nunca derribó a nadie sin que lo levantara después. Estos son los atributos de Jehová Jesús: “Yo hago morir, y yo hago vivir; yo hiero, y yo sano”. El texto dice que después de la caída viene el levantamiento. Ya he explicado lo que es eso. Espero que lo entiendan. Si ustedes en este día son capacitados para asirse a Jesucristo a través de confiar simplemente en Él, ya han sido levantados por Él. Quien confía en Cristo es perdonado, es aceptado y es salvado; y por bajo que hayas caído en tu propia estima debido a la caída que la verdad te ha provocado, puedes remontarte a una mayor altura en la unión que tienes con Cristo, pues eres acepto en el Amado; y ahora, entonces, ninguna condenación hay para ti. El cielo es tu segura porción y tú estarás con Cristo donde Él está.

 

IV.   Vamos a concluir con unas cuantas palabras sobre la última parte del texto. El texto nos dice que el Señor Jesús es “UNA SEÑAL QUE SERÁ CONTRADICHA”.

 

¿De qué es una señal? El Señor Jesucristo es una extraordinaria señal, y es la única señal que conozco que haya sido contradicha jamás. Él es una señal del amor divino. “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito”. Nunca hubo una señal igual del amor de Dios por el hombre como cuando Dios dio a Su propio Hijo por él. Ahora bien, ha habido muchas otras señales del amor de Dios, pero los hombres no las han contradicho. El arcoíris fue en algunos sentidos una señal de Su amor, de que no destruirá más al mundo con un diluvio. El sol es una señal del amor de Dios por el hombre y también lo es la luna. Él hace que el sol brille de día y que la luna resplandezca de noche, porque para siempre es Su misericordia. Una abundante cosecha, un torrente que fluye, un viento refrescante, las misericordias comunes de la vida, todas esas son señales de la benevolencia de Dios y nadie las contradice. Pero la más grandiosa señal de benevolencia de parte de Dios fue cuando no escatimó a Su propio Hijo y, sin embargo, ¿no oyes el murmullo, el ruido y la confusión de lenguas, como estruendos de muchas aguas, conforme claman las naciones: “Este es el heredero; venid, matémosle”? “¡Hay que eliminarlo, hay que eliminar a un individuo como ese de la faz de la tierra! No es conveniente que viva”. ¡Oh, prodigio de la malicia humana! Dios llega al clímax de la benevolencia, y el hombre exhibe el clímax del odio mortal. El mayor don provoca la mayor hostilidad, y la más excelsa señal hace surgir la más virulenta oposición.

 

Cristo fue una señal de la justicia divina. Un Salvador sangrante, el Hijo de Dios abandonado por Su Padre, los rayos de la venganza que encuentran un blanco en la persona del Bienamado, en todo esto se revela más plenamente la justicia. No me he enterado de que otras señales de venganza hubieren sido contradichas. Los hombres han temblado, pero no han lanzado improperios. Sodoma y Gomorra, con cabezas inclinadas, confesaron la justicia de su condena. Egipto, engullido por el Mar Rojo, no dijo nada al respecto; ninguno de sus registros contiene una sola blasfemia contra Jehová por haber barrido la caballería de la nación. ¡Los juicios de Dios, como regla, dejan mudos de asombro a los hombres! Pero esto, que fue la mayor manifestación del odio divino contra el pecado, cuando el Hijo de Dios fue hecho descender a las más bajas profundidades como nuestro sustituto, esto provoca hoy la mayor ira del hombre. ¿No sabes cuántos están continuamente lanzando improperios contra la cruz? El Crucificado es aborrecido todavía. ¡Cuán sin par es la perversidad de la naturaleza humana, que cuando Dios manifiesta más Su justicia pero la mezcla dulcemente con Su amor, la señal es contradicha por todas partes!

 

Permítanme concluir en un punto en que mucho más se podría decir al observar que Cristo fue la señal de la comunión del hombre con Dios, y del compañerismo de Dios con el hombre. Nadie debió haber contradicho eso. Debería ser el mayor gozo del hombre que haya una escalera que va de la tierra al cielo, y que haya un puente que conecta a la criatura con el Creador. Pero el hombre no quiere estar cerca de su Dios, y por ello lanza improperios contra los medios provistos para la comunión.

 

Cristo es la señal de la simiente elegida. Él es la simiente de la mujer, la cabeza del pueblo bajo el pacto, y eso es, tal vez, la base principal de la oposición, pues la serpiente tiene que odiar siempre a la simiente de la mujer. Dios ha puesto una enemistad entre ellas. Jesús es el representante de lo santo, de lo nacido de nuevo, de lo espiritual. Él es la señal de los elegidos de Dios; y de aquí que, tan pronto como la mente carnal que no conoce a Dios ni lo ama, percibe a Cristo y Su Evangelio, de inmediato agita la profundidad de su malevolencia para acabar con Cristo si le fuera posible.

 

Hermanos, nunca acabarán con Él. Pueden contradecir al Evangelio, pero he aquí nuestro gozo: que Cristo levantará a Su pueblo y ciertamente provocará la caída de Sus enemigos. Es uno de los hechos comprobados de la providencia que ninguna mentira es inmortal. Nunca tengan miedo de que algún error pueda dominar por mucho tiempo. El arca del Señor no puede caer nunca delante de Dagón, pero Dagón tiene que caer delante del arca del Señor. ¡Tengan paciencia, tengan paciencia! La victoria es segura aunque se demore. Podrían quejarse de que los ritualistas cobran fuerza. ¡Tengan paciencia! El Señor se reirá de ellos hasta el escarnio, el Señor se burlará de ellos. Podrían decir que los que dudan de la verdad de la palabra de Dios cobran fuerza. Pero han de esperar con paciencia pues el escepticismo será derrotado. “Pero yo he puesto mi rey sobre Sion, mi santo monte”. El Señor Dios ha establecido el decreto y el decreto permanecerá.

 

Ten buen ánimo, pues todo está bien. En tanto que te has levantado en Él, no desmayes, aunque la señal sea contradicha. ‘Con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas’, pues el día vendrá cuando Él tome satisfacción de sus adversarios y cuando el más altivo enemigo será arrojado al suelo; pues Él los desmenuzará, los gobernará con una vara de hierro y los quebrantará como vasija de alfarero. Oh, pónganse de Su lado ustedes que quieren estar seguros. “Honrad al Hijo, para que no se enoje, y perezcáis en el camino; pues se inflama de pronto su ira. Bienaventurados todos los que en él confían”.

 

Vengan, ustedes, seres trémulos, agazápense debajo de las alas de su Salvador, que dice hoy como dijo en los días de Su carne: “¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta a sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!” No lo rechacen, no vaya a ser para ustedes una veloz águila que detecta a la presa desde muy lejos, y desciende con terrible venganza para desmenuzar y para destruir.

 

Que el Señor nos conceda que el niño Jesús sea puesto para su levantamiento, y por una señal en la que sus almas se deleitarán, por causa de Su nombre. Amén.

 

Porción de la Escritura leída antes del sermón: Lucas 2.

 

Notas del traductor:

 

(1) Sarum: una forma particular de adoración practicada por la Iglesia de Inglaterra, que fue desarrollada en Salisbury. Se trataba de una adaptación exuberante, sofisticada y hermosa del Rito Romano.

 

(2) Iglesia general: (en inglés: Broad church) es un término que se refiere a la laxitud eclesiástica en la Iglesia de Inglaterra, en cuanto a preferencias litúrgicas y doctrinales.

 

(3) Iglesia alta (High Church) es una descripción que se emplea a menudo para describir a aquellas parroquias o congregaciones anglicanas que emplean muchas prácticas rituales asociadas en la mente popular con la misa católica.

 

(4) Sabihondo: se aplica a la persona que muestra pedantemente su suficiencia en algo o que se esfuerza por mostrar que sabe más que los otros.

 

            

     

Traductor: Allan Román

16/Noviembre/2011

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