El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
Cristo: Caída y Levantamiento
de Muchos
NO.
907
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Y los
bendijo Simeón, y dijo a su madre María: He aquí, éste está puesto para caída y
para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha”.
Lucas 2: 34.
Este texto esconde en su
interior un profundo abismo, pero yo no voy a intentar medirlo. Hace unos cuantos
meses se organizó una compañía para tratar de recuperar unos lingotes de oro y
unas barras de plata que se suponía que yacían en el fondo del mar, en un
galeón español que se hundió hace algunos siglos. Mi barca no está equipada con
la maquinaria necesaria para extraer el oro escondido en los misteriosos
abismos; y además, yo me pregunto seriamente si el
intento no sería más bien peligroso antes que rentable, pues muchos buzos que se
han sumergido en las enormes profundidades de la predestinación se han perdido,
y muchos más se han hecho infructuosos para la iglesia y para el mundo. Mi
barca no es más que un pequeño bote de pesca, cuya ocupación es pescar almas de
hombres. Mis dones sólo me permiten ser un barco de cabotaje que transporta
alimento de puerto en puerto para alimentar a quienes tienen hambre del pan que
sacia. No intentaré, por tanto, penetrar en el sublime misterio que este texto
contiene referente a la divina posición de Cristo de ser la ocasión de la caída
y del levantamiento de muchas almas. Yo creo en esa doctrina, aunque no puedo
exponerla. Creo trémulamente en las palabras de Pedro referentes a aquellos que
tropiezan en la palabra, siendo desobedientes, “a lo cual fueron también
destinados”. Pero repito que aunque creo en la doctrina de la predestinación en
toda su longitud y anchura porque la veo revelada en la palabra de Dios, con
todo, como no puedo ver ningún resultado práctico que pudiera surgir de una
discusión de ese tema esta mañana, la dejaré para otras mentes y para otras lenguas.
Prefiero conducirlos a la verdad práctica contenida en el texto.
La gran doctrina
práctica que tenemos ante nosotros es esta: que dondequiera que Cristo llega,
con cualquiera que entra en contacto, nunca deja de ejercer Su influencia y
nunca es inoperante, antes bien, en cada caso se produce un resultado muy
importante. Hay en el santo niño Jesús un poder que siempre está activo. Él no
está puesto para ser un personaje que pasa inadvertido, que es inactivo o que
dormita en medio de Israel, sino que está puesto para caída o para levantamiento
de muchos que le conocen. Nunca un hombre oye el Evangelio sin que se levante o
caiga tras escucharlo. Nunca hay una proclamación de Jesucristo (y esa es la
venida espiritual del propio Cristo) que deje a los hombres precisamente donde
se encontraban. Es seguro que el Evangelio tendrá algún efecto sobre quienes lo
oyen. Además, el texto nos informa que cuando la humanidad entiende el mensaje
y la obra de Cristo, no los considera con indiferencia, antes bien, cuando oye
la verdad que es en Jesús, o bien la toma gozosamente en sus brazos con Simeón,
o bien se vuelve para ella una señal que será contradicha. El que no es con
Cristo, contra Él es, y el que con Él no recoge, desparrama. Donde Cristo está,
ningún hombre permanece neutral: o bien decide por Cristo o bien decide en contra
suya. Cuando una mente entiende el Evangelio sólo tiene dos opciones: o bien
tropieza con esta piedra de tropiezo siendo escandalizada por ella, o bien se
regocija en un cimiento sobre el cual se deleita en construir todas sus
esperanzas para el tiempo y para la eternidad.
Observen, entonces, las
dos caras de la verdad: Jesús obra siempre sobre los hombres con un marcado
efecto y, por otro lado, el hombre trata al Señor Jesús con una respuesta ya
sea de afecto o de oposición; perennemente se producen una acción y una
reacción.
¿Cuál crees que sea la
causa de esto? ¿No es debido, primero, a la energía que mora en el Cristo del
Señor, y en el Evangelio que lo representa ahora entre los hombres? El
Evangelio es pura vida y energía; como levadura, hincha y fermenta con energía
interna y no puede descansar hasta que leva todo lo que lo circunda. Podría ser
comparado con la sal que tiene que permear, penetrar y sazonar lo que está
sujeto a su influencia. Pablo compara la predicación de Cristo a un olor grato.
Ahora bien, tú no puedes decirle a un perfume: “Estate quieto; no satures el
aire de fragancias; no afectes las narices de los hombres”. No podría
comportarse de otra manera: la fragancia tiene que llenar la habitación. De la
misma manera, Cristo tiene que ser un olor, ya sea de vida para vida, o de
muerte para muerte, pero ha de ser un olor dondequiera que llega. No es más
factible que restrinjas la obra del Evangelio que prohíbas la acción del fuego.
Si te paras delante del fuego, te calentará y te reconfortará, pero si metes la
mano en el fuego, te quemará. Si mantienes al fuego en su lugar apropiado, te
prestará un abundante servicio; si arrojas afuera un tizón, consumirá toda tu
casa y devorará todo lo que entre en contacto con él. No puedes decirle al
fuego: “Reprime tu energía consumidora”. Puesto que es fuego, tiene que quemar.
Y lo mismo sucede con el sol en lo alto. Aunque las nubes lo oculten de nuestra
vista en este momento, por siempre derrama, como proveniente de la boca de un
horno, su calor y su luz. Tampoco podría dejar de quemar y brillar a menos que
dejara de ser un sol. Mientras sea un sol, ha de permear el espacio circundante
con su influencia y su esplendor. ¿Les sorprende que el Sol de Justicia sea de
una justicia todavía más divina? ¿Se maravillan porque ya sea que el incendio
de Su gloria ciegue a Sus enemigos, o que la calidez de Su amor enjugue las
lágrimas de Sus amigos, en cada caso haya un resultado claro y un efecto
manifiesto? El Evangelio nunca regresa vacío, antes bien, hace prosperar aquello
para lo que el Señor lo ha enviado. Jesús no puede cesar de obrar en el
Evangelio. “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo”. El Padre no hace una
pausa en la providencia, y el Hijo no cesa en la obra de gracia.
Además, recuérdese que
Jesucristo y Su Evangelio son asuntos de tan primordial necesidad para la
humanidad que de esta causa también ha de surtir siempre un efecto producido
por Cristo. Consideren otros asuntos que sean de primera necesidad para la
humanidad, y mi significado quedará claro. Aquí hay aire y yo lo respiro. ¿Qué
pasa entonces? Pues bien, vivo. No puedo respirarlo sin obtener ese importante
resultado. Los pulmones reciben el aire, la sangre recibe un suministro de
oxígeno y la vida es sustentada. Supongan que me rehusara a respirar el aire;
¿qué pasaría entonces? ¿Se produciría algún efecto notable? ¿Me sentiría un
poco desfallecido? ¿Tendría menos energías? No, me moriría. Si respiro, vivo;
si rehúso respirar, me muero.
Así el Señor Jesús es
tan necesario para nuestras almas como la atmósfera lo es para nuestros
cuerpos. Si recibimos a Cristo Jesús, vivimos; no podemos recibirlo sin que
vivamos por Él. Si no lo recibimos, moriremos. Es inevitable que así sea. No
puedes rechazar al Salvador y ser dañado sólo un poquito por eso; no hay otra
alternativa salvo que perezcas por completo. Tomen otro artículo necesario para
el ser humano: el pan. Si comen pan, los nutrirá y les proveerá el material que
forma la carne y los músculos, los nervios y los huesos. Si rehusaran comerlo
entonces se privarían de la vida. Ustedes podrían tratar de engañar a los demás
si quisieran, pero, ya sea bajo vigilancia o sin ella, morirían si no comieran.
El sabio decreto lo ha determinado de tal manera que no hay vida sin comida; si
el lapso se prolongara lo suficiente, la muerte sería algo inevitable para
quienes no comen. Lo mismo sucede con Cristo, que es el pan enviado del cielo.
Si lo reciben, tienen todo lo que su alma necesita para su sustento y para aplacar
su hambre; si lo rechazan, no hay absolutamente nada en el cielo ni en la
tierra que pudiera suplir la carencia de su alma.
Podría ponerles como
ejemplo el agua que bebemos o cualquier otra cosa que no fuera un artículo
suntuario o de necesidad artificial, sino que fuera absolutamente necesaria
para la vida humana; todas esas cosas surten efecto para bien o para mal, según
las acepten o las rechacen. Así tiene que ser necesariamente con Cristo.
Podríamos agregar que la
posición en la que Jesucristo se encuentra con el hombre hace inevitable que Él
deba tener un efecto sobre ellos. No voy a hablar de los paganos que no oyen
acerca de Él, ni de nuestros infelices paganos que nos rodean, que no quieren
oír acerca de Él. Pero en cuanto a ustedes que han oído acerca de Cristo, yo
asevero que en el caso suyo, el Señor Jesucristo se ha encontrado con ustedes
en ocasiones en las que aceptar o rechazar habría de generar una crisis en su
ser. Él estaba en medio de su camino. Ocurrió un domingo en la noche cuando el
Espíritu Santo estaba con el predicador; o fue un día cuando tu padre acababa
de ser enterrado; o, mujer, fue una noche cuando tu amado bebé acababa de ser
retirado de tu pecho para ser colocado sobre el lecho mortuorio. Puedes
recordar fácilmente esa ocasión. Cristo estuvo en medio de tu camino y tú no pudiste
dar ningún rodeo para esquivarlo; aquella noche o bien tenías que tropezar con
Él y hacer que fuera para ti una roca de caída, o bien tenías que edificar
sobre Él en ese mismo instante y en ese lugar, y aceptarlo como la confianza de
tu alma. Yo creo que ese momento de decisión le llega a todos los oyentes de
Además, permítanme
observar que el Señor Jesús fue puesto precisamente para eso: así dice el
texto: “Éste está puesto para caída y
para levantamiento de muchos en Israel”. Vino para ese fin. Vean al labrador
que toma el aventador. Se observa el montón de trigo mezclado con tamo que yace
en el suelo. El labrador comienza a agitar el aventador hasta generar una
corriente de viento. ¿Qué pasa? El tamo vuela hasta el más lejano confín de la
era, y queda solo ahí; el trigo, más pesado, queda purificado y limpio, formando
un dorado montón de grano. Así es la predicación del Evangelio. Así es Cristo:
Él separa a quienes van a perecer de quienes serán salvados. El aventador
discierne y descubre; revela lo que no tiene valor y manifiesta lo precioso. ¡Cristo
tiene así el aventador en Su mano! Tomen otra metáfora, si quieren, que
encontramos en los profetas: “¿Y quién podrá soportar el tiempo de su venida? ¿O
quién podrá estar en pie cuando él se manifieste? Porque él es como fuego
purificador, y como jabón de lavadores”. Vean el fuego purificador. Noten cómo
arde y llamea. Ahora se ha tornado incandescente; no puedes tolerar mirarlo.
¿Qué ha sucedido? Pues bien, la escoria ha sido apartada de la plata, y la
aleación ha sido separada del oro. El fuego purificador separa lo precioso de
lo vil. Y así el Evangelio revela a los elegidos de Dios y abandona a la dureza
de corazón a los impenitentes empedernidos. Donde el Evangelio es predicado,
los hombres que lo aceptan son preciosos para Dios, son Sus elegidos, Sus
escogidos. Los hombres que lo rechazan son la plata reprobada. Así los llamarán
los hombres, pues Dios los ha rechazado.
Observen también el
jabón del lavador. El lavador toma su jabón, y al realizar su oficio sobre
aquella pieza de lino marcada con muchas manchas y colores, ustedes ven cómo
esas cosas inmundas desaparecen con el jabón y sólo permanece la hermosa tela.
Las manchas y el lino experimentan el poder del jabón. De igual manera, el
Evangelio toma el tejido manchado de la humanidad y lo limpia: la inmundicia
desaparece y se esfuma ante él, y el hermoso lino permanece. Pasa lo mismo con
los santos de Dios; cuando el Evangelio llega a ellos los purifica, mientras
que los malvados, como manchas inmundas, son arrojados fuera en su maldad.
Les he mostrado así que
no es posible que Cristo llegue a cualquier parte sin que produzca algún
resultado. Quisiera recalcarles que no es posible que Cristo venga a ustedes
sin que se produzca algún resultado. Les suplico que no caigan nunca en el
error de los que aseveran que la incredulidad no es ningún pecado, y que
rechazar a Cristo no es una falla de ustedes. El tenor general de
Habiendo expuesto así la
gran verdad del texto, me propongo, con la mayor brevedad posible, responder a
una o dos preguntas.
I. La
primera pregunta es: ¿QUIÉNES SON LOS QUE CAEN DEBIDO A CRISTO? En los días de
Cristo la pregunta no era difícil de responder. Los que caían por causa de
Cristo eran, primero que nada, los
sostenedores de la tradición. Había ciertas personas que siempre
argumentaban: “Los antiguos sostenían esto”. Citaban los dichos del Rabí Ben ‘Esto’
o del Rabí Ben ‘Eso’, y esos famosos dichos eran exaltados prácticamente por
encima de
Ahora bien, nuestro
Señor Jesucristo puso el hacha a la raíz de este árbol malo, pues continuamente
decía: “Fue dicho a los antiguos… pero yo os digo”. Denunciaba que anularan la
ley de Dios por medio de sus tradiciones. Tomó una escoba y barrió
implacablemente las viejas telarañas de lo que los padres hacían y de lo que
los antiguos decían, y colocó el sempiterno “escrito está” por encima de la
autoridad de la antigüedad. Mucho trabajo parecido hay para Él en nuestros días,
cuando el uso del Sarum (1), la costumbre de las iglesias ortodoxas, y no sé
qué otras cosas más de basura venerable, profanan la casa de Dios; y, hermanos
míos, Él lo hará con seguridad y la tradición caerá una vez más delante de
Cayeron también por la
mano de nuestro Señor los externalistas. Esos
hombres daban mucha importancia al lavatorio de las manos antes de comer el
pan, consideraban que era una gran cosa extender los flecos de sus mantos y
estaban peculiarmente atentos a sus filacterias; usaban cuidadosamente coladores
para impedir que las moscas se introdujeran en su vino, no fuera que algún
animal inmundo tocara sus labios. Pero el Maestro, en Su ministerio, los
despachó sumariamente. Ustedes ciegos necios, dijo, ‘coláis el mosquito, y
tragáis el camello’. ¡Cómo escarneció sus largas oraciones, y sus vanas
pretensiones, y el diezmo del comino, y su avidez por devorar las casas de las
viudas! No podrían olvidar nunca el símil del vaso y del plato, lavado por
fuera pero sucio por dentro, ni aquel del sepulcro blanqueado, tan hermoso para
el ojo, y sin embargo, tan lleno de podredumbre. “¡Ay de vosotros” –decía-
“escribas y fariseos, hipócritas!” Y con esa palabra barrió todo el imperio del
‘externalismo’, e hizo ver la vanidad de la religiosidad externa en tanto que el
corazón permanece sin ser renovado. Cuán convincentes son esas palabras: “No lo
que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto
contamina al hombre”. El reino de Dios no es comida ni bebida, sino gozo en el Espíritu
Santo. Oh, anhelamos una hora de la presencia de nuestro Señor para flagelar al
formalismo de hoy, pero tengan buen ánimo pues Su Evangelio lo hará.
El Maestro hizo caer al
mismo tiempo a todos los justos con
justicia propia. Ellos mismos concebían ser justos y despreciaban a los
demás. Qué caída les provocó cuando contó aquella famosa parábola del fariseo y
del publicano que subieron al templo a orar; cómo aquel hombre altivo que daba
gracias a Dios porque no era como los otros hombres regresó a su casa sin paz, mientras
que el humilde pecador que se confesaba indigno de alzar sus ojos al cielo,
regresó a su casa justificado por Dios. ¡Oh, el Maestro arrasó grandemente con
la justicia propia en los días de Su carne! Vamos, uno pensaría que allí donde
Cristo estaba, el fariseo casi querría quitarse su filacteria y ocultar los
flecos de sus mantos. Poca cosa para su orgullo era para él permanecer lejos y
profesar ser mejor que otros hombres, pero Jesús de Nazaret le arrancó la
máscara y le reveló el corazón.
Jesús nuestro Señor fue
también la caída de los sabihondos de
Su época. Había abogados; ellos conocían cada punto; podían discernir en un
instante lo que debía ser y lo que no debía ser según los padres, y tenían una
manera de leer cada precepto de Moisés de tal manera como para hacerlo
significar lo que quisieras, de acuerdo al tamaño de tu cartera. Luego estaban
los escribas. Cuán diligentes estudiantes habían sido. Ellos sabían cuántas
letras había en toda la ley, y cuál era la letra del medio, y cuál era la
palabra del medio. Ellos conocían el tamaño y la longitud de cada libro, y
habían escrito notas, incomparables en sabiduría, sobre cada pasaje; y eran
expertos en enlodar el sentido de cada pasaje y en hacer que las palabras
significaran lo que nunca tuvieron la intención de enseñar. Esos doctores en
teología, esos escribas del tiempo de Cristo, eran diligentes estudiantes de la
letra y, con todo, Él los desconcertó con una pregunta tan sencilla que hasta
un niño sería capaz de responder: “Pues si David le llama Señor, ¿cómo es su
hijo?” Ellos no pudieron responderle; y si hubiesen sido capaces de responder
con toda su sabiduría esa única pregunta, Él hubiera podido hacerles muchas preguntas
más por medio de las cuales su ignorancia habría quedado al descubierto. Él fue
su caída, así como será en este día la caída de todos los sabios jactanciosos,
pues “prende a los sabios en la astucia de ellos”.
Pero si nuestro Señor
fue la caída de quienes eran externamente religiosos, de quienes eran justos
con justicia propia, de quienes eran meramente ortodoxos, Él fue también la
caída de la iglesia general así como
también de la ‘iglesia alta’ (2). ¡Cómo hizo caer a los saduceos! Ellos
equivalían a los hombres de la ‘iglesia general’. Profesaban creer en la ley de
Moisés pero la privaban de su elemento sobrenatural y, sin embargo, continuaban
en la iglesia establecida de entonces. Por supuesto que lo hacían. ¿Por qué el
Sanedrín nacional no habría de ser del carácter más incluyente? Sin embargo,
esos escépticos declaraban que no hay resurrección, ni ángeles ni espíritus.
Cuando el Señor entró en la arena para enfrentarse a ellos, su famosa historia
de la mujer con los siete esposos fue quebrada como una espada de madera, y
sintieron contra sus pechos la punta de un arma irresistible cuando Jesús les
preguntó si el Dios de Abraham, Isaac y Jacob era el Dios de los muertos o de
los vivos. El triunfo de nuestro grandioso Líder sobre la facción escéptica fue
tan completo como el triunfo logrado sobre el grupo ritualístico pues a ambos
les propinó una aplastante caída.
Si es fácil responder a
la pregunta; ¿a quién hizo caer Cristo durante Su vida?, no sería difícil responder
a la pregunta: ¿a quiénes hace caer Cristo hoy? Vamos, el tipo de personas es
muy parecido a la gente que Él hizo caer entonces. Si algunos de ustedes
confían en las cosas externas de la religión, si son extraños a la vida
espiritual, si dependen de su confirmación, de su bautismo, de recibir los
sacramentos o de cualquier cosa ceremonial, seguramente Cristo será la caída
suya. Oigan Sus propias palabras: “Os es necesario nacer de nuevo”. “Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo,
no es de él”. Aunque recibieras el bautismo de Cristo y la cena de Cristo
cuantas veces quisieras, sin Su Espíritu, estarías perdido. Si hay algunos aquí
que están confiados en su propia excelencia, si esperan entrar en el cielo
porque nunca han hecho ningún gran daño y han sido, en general, unas personas
muy buenas, amigables, amables y generosas, Cristo será su caída si continúan
siendo como son ahora, Su Evangelio los condena
rotundamente. Pues, ¿qué dice ese Evangelio? “Por las obras de la ley nadie
será justificado”. Vamos, entonces, ¿esperarías ser justificado a despecho de
lo que Cristo ha declarado por medio de Su apóstol inspirado? Cristo es la
muerte de la justicia propia y tú perecerás ineludiblemente si confías en tu yo.
Algunos les dirán que la
naturaleza humana no es en absoluto tan mala como se afirma en
Por otra parte, Jesús es
la caída de todos los que confían en los sacerdotes, o de los que profesan ser
sacerdotes. Cuando el Hijo de Dios se presenta como el Sacerdote de la
humanidad caída, ¡oh!, ¿cómo se atreven ustedes -ustedes, canes de mala ralea, perros
que ladran a los talones del Anticristo- a reclamar que son lo que únicamente
Jesús es? ¿Cómo se atreven a arrogarse el derecho de estar ante el altar
estando Él allí? Ahora que el Sol de Justicia se ha levantado, no podemos y no
nos atrevemos a confiar en tales manchas de oscuridad como son ustedes.
A todas las personas que
están autosatisfechas, a todas aquellas que son de mente altiva, a todas ellas
Cristo les provocará seguramente una terrible caída. “Todo valle sea alzado, y
bájese todo monte y collado”. Él abatirá toda mirada de orgullo, pues Él está
puesto para caída de todos aquellos que, ya sea en Israel o entre los gentiles,
se exalten a sí mismos en la faz del Señor de los Ejércitos. Juzguen ustedes,
señores, si Él va a ser su caída. Ustedes pueden saberlo fácilmente. Él que
está abajo no necesita temer ninguna caída, pero el que está en lo alto haría
bien en temblar no sea que el Niño que nació en Belén sea su caída.
II. Pero
tengo que proseguir. Surge naturalmente otra pregunta más feliz. ¿PARA QUIÉNES
SERÁ LEVANTAMIENTO EL SEÑOR JESÚS?
Él será levantamiento
para quienes han caído. ¿Confiesas tú: “he caído”? ¿Reconoces tú: “poseo una
naturaleza caída”? ¿Te lamentas por haber caído en el pecado? Oh hermano mío,
Él será tu levantamiento. Él no puede levantar a quienes no han sido humillados;
pero si tú has caído y estás consciente de ello en este día, Él está puesto
para ser levantamiento de quienes son como tú. Te pregunto de nuevo: ¿estás
consciente de estar abajo? No puede haber un levantamiento para quienes están
arriba. No puede haber curación para quienes no están enfermos. Cristo no vino
por un propósito tan ridículo como el de ser el Salvador de quienes ya son
salvos. ¿Estás enfermo? Él fue puesto para sanar a quienes son como tú. ¿Estás
caído? Entonces entre más desesperada sea tu caída, entre más profundo sea tu
sentido de degradación, más me regocijaré. Si tú te autonombras ‘el primero de
los pecadores’, yo estaré mucho más agradecido; y si tú te sientes que estás
más allá de toda esperanza, te he de felicitar como a un prisionero de la esperanza,
pues Él vino para ser el levantamiento de quienes son como tú. Claramente para
el sentido común de todos, el levantamiento no es para quienes ya están arriba,
sino para quienes tienen necesidad de ser levantados. Ellos se levantarán en
Él. Noten, además, que aquellos que se levantan en Él son quienes están
dispuestos ahora a levantarse en Él. Él no salva a nadie que no esté dispuesto,
pero hace que los hombres estén dispuestos en el día de Su poder. ¿Estás
dispuesto en este día a levantarte en Cristo? Eso te vendrá de Dios por pura
gracia. Esa disposición es una indicación de que Jesús está puesto para
levantarte. Nunca se aferró un alma a Cristo con una denodada voluntad de
levantarse, para descubrir que Cristo la dejó para que pereciera. Sólo aférrate
al borde de Su manto y Él te levantará a Su propia gloria.
Nos hemos enterado de
algunas personas que al estarse ahogando se sujetaban de otras que a duras
penas podían salvarse a sí mismas pero que no podían sostener a otra, y que por
tanto, se veían forzadas a deshacerse de quienes se aferraban a ellas. Pero tú
te puedes aferrar a Cristo sin miedo; Él es un nadador todopoderoso que llevará
a tierra a toda alma que se abrace a Él.
Trémulo creyente en
Jesús el Redentor, tú te levantarás de tu pobreza para sentarte entre
príncipes; tú te levantarás del muladar de tus pecados para reinar con los
ángeles; tú te levantarás de tu muerte espiritual a una vida nueva; tú te
levantarás de la vergüenza de tu pecado al honor de la perfección. Ustedes se
levantarán para ser hijos de Dios, educados y entrenados para un mundo mejor;
se levantarán para morar en las muchas mansiones de la casa de su Padre;
ustedes se levantarán para ser uno con Cristo, y entrarán en Su gozo triunfando
con Él. Y todo esto no es para quienes tienen una alta estima de sí mismos,
sino para quienes lamentan su propia indignidad y pecaminosidad. Él muestra un
ceño fruncido para los altivos y una sonrisa para los humildes. “Quitó de los
tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de
bienes, y a los ricos envió vacíos”.
III. Otro
asunto habrá de ocuparnos por un momento. Algunos de los mejores críticos de
los tiempos modernos difieren enteramente de los antiguos expositores, y
piensan que el “y” usado aquí es conjuntivo y no disyuntivo; es decir, que las
dos palabras describen únicamente a un tipo de personas, mientras que algunos
comentaristas más antiguos –según yo creo correctamente- interpretan las
palabras como refiriéndose a dos clases de personas. Sin embargo, incluyamos
ese otro sentido en nuestra exposición. Este niño está puesto para caída y para
levantamiento de muchos en Israel, es decir, que hay algunos que caerán pero
que también se levantarán en Cristo; hay algunos a quienes Cristo provocará una
caída como no la han tenido antes, y un levantamiento que será para su eterna
resurrección.
Permítanme presentarles
un cuadro. Ustedes recuerdan la lucha de Jacob y del ángel en la noche. ¿Han
experimentado alguna vez lo que significa luchar con Cristo? Yo recuerdo cuando
me encontró y entró en un conflicto de gracia con mi espíritu rebelde. Yo me
erguí en altivez, y le dije virtualmente que no tenía necesidad de un Salvador;
pero Él luchó conmigo pues no me dejaría ir. Me quedé pisando firme, según me
imaginaba, en la ley, pero ¡qué caída me provocó cuando me reveló la naturaleza
espiritual de esa ley y me demostró mi culpabilidad en cada punto! Entonces,
pensé que estaba parado firmemente con un pie sobre la ley y con el otro sobre
Su gracia, imaginando que yo podría ser salvado en parte por la misericordia de
Dios y en parte por mis propios esfuerzos. Pero qué caída experimenté cuando
aprendí que si la salvación era por obras, no podía ser por gracia, y si era
por gracia, no podía ser por obras; que las dos no podían mezclarse entre sí.
Luego dije que pondría mi esperanza en el cumplimiento de los deberes que el
Evangelio inculca; pensé que tenía el poder de hacer eso; me arrepentiría, y
creería, y así ganaría el cielo. Pero qué caída experimenté y cómo cada uno de
mis huesos parecía quebrado cuando me declaró: “Separados de mí nada podéis
hacer. Ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre”.
¿Recuerdas, hermano,
cuando yacías delante de Cristo y del Evangelio, todo quebrantado y magullado,
hasta que no quedó nada de vida en ti excepto la vida que podía sufrir dolor, e
incluso cuestionabas esa vida, pues temías que no sufrías suficiente dolor?
Sentías que no eras lo suficientemente penitente ni lo suficientemente creyente,
y que no podías convertirte en ninguna otra cosa diferente de lo que eras.
Estabas desesperado y desamparado. Ah, así es como Cristo salva a las almas.
Primero les provoca una caída y posteriormente los hace levantarse. No puedes
llenar la vasija mientras no esté vacía. Tienes que desalojar al mérito humano
para que haya espacio para la misericordia. No puedes vestir al hombre que ya
está vestido, ni alimentar a quien no está hambriento. Es el alma hambrienta la
que es saciada; es el alma desnuda la que es vestida; es el caído quien es
levantado. Pero la caída que Jesús provoca es una bendita caída. Él nunca
derribó a nadie sin que lo levantara después. Estos son los atributos de Jehová
Jesús: “Yo hago morir, y yo hago vivir; yo hiero, y yo sano”. El texto dice que
después de la caída viene el levantamiento. Ya he explicado lo que es eso. Espero
que lo entiendan. Si ustedes en este día son capacitados para asirse a Jesucristo
a través de confiar simplemente en Él, ya han sido levantados por Él. Quien
confía en Cristo es perdonado, es aceptado y es salvado; y por bajo que hayas caído
en tu propia estima debido a la caída que la verdad te ha provocado, puedes
remontarte a una mayor altura en la unión que tienes con Cristo, pues eres
acepto en el Amado; y ahora, entonces, ninguna condenación hay para ti. El
cielo es tu segura porción y tú estarás con Cristo donde Él está.
IV. Vamos
a concluir con unas cuantas palabras sobre la última parte del texto. El texto
nos dice que el Señor Jesús es “UNA SEÑAL QUE SERÁ CONTRADICHA”.
¿De qué es una señal? El Señor Jesucristo es
una extraordinaria señal, y es la única señal que conozco que haya sido
contradicha jamás. Él es una señal del
amor divino. “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo
unigénito”. Nunca hubo una señal igual del amor de Dios por el hombre como
cuando Dios dio a Su propio Hijo por él. Ahora bien, ha habido muchas otras
señales del amor de Dios, pero los hombres no las han contradicho. El arcoíris
fue en algunos sentidos una señal de Su amor, de que no destruirá más al mundo
con un diluvio. El sol es una señal del amor de Dios por el hombre y también lo
es la luna. Él hace que el sol brille de día y que la luna resplandezca de
noche, porque para siempre es Su misericordia. Una abundante cosecha, un
torrente que fluye, un viento refrescante, las misericordias comunes de la
vida, todas esas son señales de la benevolencia de Dios y nadie las contradice.
Pero la más grandiosa señal de benevolencia de parte de Dios fue cuando no
escatimó a Su propio Hijo y, sin embargo, ¿no oyes el murmullo, el ruido y la
confusión de lenguas, como estruendos de muchas aguas, conforme claman las
naciones: “Este es el heredero; venid, matémosle”? “¡Hay que eliminarlo, hay
que eliminar a un individuo como ese de la faz de la tierra! No es conveniente
que viva”. ¡Oh, prodigio de la malicia humana! Dios llega al clímax de la
benevolencia, y el hombre exhibe el clímax del odio mortal. El mayor don
provoca la mayor hostilidad, y la más excelsa señal hace surgir la más
virulenta oposición.
Cristo fue una señal de la justicia divina. Un Salvador
sangrante, el Hijo de Dios abandonado por Su Padre, los rayos de la venganza que
encuentran un blanco en la persona del Bienamado, en todo esto se revela más
plenamente la justicia. No me he enterado de que otras señales de venganza
hubieren sido contradichas. Los hombres han temblado, pero no han lanzado improperios.
Sodoma y Gomorra, con cabezas inclinadas, confesaron la justicia de su condena.
Egipto, engullido por el Mar Rojo, no dijo nada al respecto; ninguno de sus
registros contiene una sola blasfemia contra Jehová por haber barrido la
caballería de la nación. ¡Los juicios de Dios, como regla, dejan mudos de
asombro a los hombres! Pero esto, que fue la mayor manifestación del odio
divino contra el pecado, cuando el Hijo de Dios fue hecho descender a las más
bajas profundidades como nuestro sustituto, esto provoca hoy la mayor ira del
hombre. ¿No sabes cuántos están continuamente lanzando improperios contra la
cruz? El Crucificado es aborrecido todavía. ¡Cuán sin par es la perversidad de
la naturaleza humana, que cuando Dios manifiesta más Su justicia pero la mezcla
dulcemente con Su amor, la señal es contradicha por todas partes!
Permítanme concluir en
un punto en que mucho más se podría decir al observar que Cristo fue la señal
de la comunión del hombre con Dios, y
del compañerismo de Dios con el hombre. Nadie debió haber contradicho eso.
Debería ser el mayor gozo del hombre que haya una escalera que va de la tierra
al cielo, y que haya un puente que conecta a la criatura con el Creador. Pero
el hombre no quiere estar cerca de su Dios, y por ello lanza improperios contra
los medios provistos para la comunión.
Cristo es la señal de la simiente elegida. Él es la simiente
de la mujer, la cabeza del pueblo bajo el pacto, y eso es, tal vez, la base
principal de la oposición, pues la serpiente tiene que odiar siempre a la
simiente de la mujer. Dios ha puesto una enemistad entre ellas. Jesús es el
representante de lo santo, de lo nacido de nuevo, de lo espiritual. Él es la
señal de los elegidos de Dios; y de aquí que, tan pronto como la mente carnal
que no conoce a Dios ni lo ama, percibe a Cristo y Su Evangelio, de inmediato
agita la profundidad de su malevolencia para acabar con Cristo si le fuera
posible.
Hermanos, nunca acabarán
con Él. Pueden contradecir al Evangelio, pero he aquí nuestro gozo: que Cristo
levantará a Su pueblo y ciertamente provocará la caída de Sus enemigos. Es uno
de los hechos comprobados de la providencia que ninguna mentira es inmortal.
Nunca tengan miedo de que algún error pueda dominar por mucho tiempo. El arca
del Señor no puede caer nunca delante de Dagón, pero Dagón tiene que caer
delante del arca del Señor. ¡Tengan paciencia, tengan paciencia! La victoria es
segura aunque se demore. Podrían quejarse de que los ritualistas cobran fuerza.
¡Tengan paciencia! El Señor se reirá de ellos hasta el escarnio, el Señor se
burlará de ellos. Podrían decir que los que dudan de la verdad de la palabra de
Dios cobran fuerza. Pero han de esperar con paciencia pues el escepticismo será
derrotado. “Pero yo he puesto mi rey sobre Sion, mi santo monte”. El Señor Dios
ha establecido el decreto y el decreto permanecerá.
Ten buen ánimo, pues
todo está bien. En tanto que te has levantado en Él, no desmayes, aunque la
señal sea contradicha. ‘Con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas’, pues el
día vendrá cuando Él tome satisfacción de sus adversarios y cuando el más
altivo enemigo será arrojado al suelo; pues Él los desmenuzará, los gobernará
con una vara de hierro y los quebrantará como vasija de alfarero. Oh, pónganse
de Su lado ustedes que quieren estar seguros. “Honrad al Hijo, para que no se
enoje, y perezcáis en el camino; pues se inflama de pronto su ira.
Bienaventurados todos los que en él confían”.
Vengan, ustedes, seres
trémulos, agazápense debajo de las alas de su Salvador, que dice hoy como dijo
en los días de Su carne: “¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la
gallina junta a sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!” No lo
rechacen, no vaya a ser para ustedes una veloz águila que detecta a la presa
desde muy lejos, y desciende con terrible venganza para desmenuzar y para
destruir.
Que el Señor nos conceda
que el niño Jesús sea puesto para su levantamiento, y por una señal en la que
sus almas se deleitarán, por causa de Su nombre. Amén.
Porción de
Notas del traductor:
(1) Sarum: una forma
particular de adoración practicada por
(2) Iglesia general: (en inglés: Broad
church) es un término que se refiere a la laxitud eclesiástica en
(3) Iglesia alta (High Church) es una
descripción que se emplea a menudo para describir a aquellas parroquias o
congregaciones anglicanas que emplean muchas prácticas rituales asociadas en la
mente popular con la misa
católica.
(4) Sabihondo: se aplica a la persona que
muestra pedantemente su suficiencia en algo o que se esfuerza por mostrar que
sabe más que los otros.
Traductor: Allan Román
16/Noviembre/2011
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