El Púlpito del Tabernáculo
Metropolitano
La Piedra Rodada
NO. 863
SERMÓN PREDICADO LA MAÑANA DEL DOMINGO 28 DE MARZO DE 1869
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES.
“Un ángel del Señor, descendiendo del cielo y llegando,
removió la piedra, y se sentó sobre ella”. Mateo 28: 2.
Cuando las santas mujeres se dirigían al
sepulcro en la penumbra de la mañana, deseosas de embalsamar el cuerpo de
Jesús, recordaron que había una piedra inmensa colocada a la entrada de la tumba
que les impediría entrar, y se preguntaban entre ellas: “¿Quién nos quitará la
piedra de la entrada del sepulcro?” Esa pregunta recoge la fúnebre
interrogación del universo entero. Parece que traducen en palabras el gran
suspiro de la humanidad universal: “¿Quién nos quitará la piedra de la entrada
del sepulcro?” Hay una inmensa roca colocada en la
senda de felicidad del hombre que bloquea por completo el camino. ¿Quién, entre
los valientes, quitará esa barrera? La filosofía ha intentado la tarea, pero ha
fracasado miserablemente. La piedra de la duda, de la incertidumbre y la
incredulidad, han detenido todo el progreso en el ascenso a la inmortalidad.
¿Quién podría alzar esa terrible mole y sacar la vida y la inmortalidad a la
luz?
Los seres humanos, -una generación tras
otra- han enterrado a sus semejantes; el sepulcro que todo lo devora ha tragado
a sus miríadas de muertos. ¿Quién podría detener la matanza diaria, o quién
podría dar una esperanza más allá de la tumba? Hubo un susurro sobre la resurrección,
pero los hombres no podían creer en ella. Algunos soñaron en un estado futuro,
y hablaron de él en misteriosa poesía, como si sólo se tratase de la
imaginación y nada más. En oscuridad y penumbra, con muchos temores y escasas
conjeturas sobre la verdad, los hombres seguían preguntándose: “¿Quién nos
quitará la piedra de la entrada del sepulcro?”
Los seres humanos tenían el confuso
sentimiento de que este mundo no puede ser todo, que tiene que haber otra vida,
que no todas las criaturas inteligentes han venido a este mundo para perecer;
se esperaba, de cualquier modo, que hubiera algo al otro lado del río fatal. No
podía ser que nadie regresara del Averno: tenía que haber, en verdad, una vía
de salida del sepulcro. Por difícil que fuera la senda, los hombres esperaban
que seguramente debía haber algún retorno de la tierra de la sombra de muerte;
y la pregunta estaba siempre importunando al corazón, si es que no a los
labios: “¿Dónde está el hombre que viene? ¿Dónde está el libertador
predestinado? ¿Dónde está, y quién es el que nos quitará la piedra?”
Las mujeres se enfrentaban a tres
dificultades. La piedra en sí misma era gigantesca; estaba sellada con el sello
de la ley y era custodiada por los representantes de la autoridad. Ante la
humanidad se presentaban las mismas tres dificultades. La muerte misma era una
piedra gigantesca que no podía ser rodada por ninguna fuerza conocida para los
mortales: la muerte era evidentemente enviada por Dios como un castigo por las
ofensas contra Su ley. Por tanto, ¿cómo podría ser apartada, cómo podría ser
removida? El sello rojo de la venganza de Dios estaba puesto a la entrada del
sepulcro. ¿Cómo podría ser anulado el sello? ¿Quién podría hacer rodar la
piedra?
Además, las fuerzas del demonio y los
poderes del infierno custodiaban el sepulcro para impedir cualquier fuga;
¿quién podría batirse con ellos y llevarse a las almas de los muertos,
arrancadas como una presa de entre las fauces del león? Se trataba de una
agobiante pregunta: “¿Quién nos quitará la piedra de la entrada del sepulcro?
¿Vivirán estos huesos secos? ¿Nos serán restaurados nuestros seres queridos que
han partido? Las multitudes de nuestra raza que han descendido al Hades,
¿podrán regresar alguna vez de la tierra de medianoche y confusión?”
Así que todo el paganismo preguntaba:
“¿Quién?”, y el eco respondía: “¿Quién?” Ninguna respuesta fue dada a sabios ni
reyes, pero las mujeres que amaban al Salvador recibieron la respuesta.
Llegaron al sepulcro de Cristo, pero éste estaba vacío, pues Jesús había
resucitado. Aquí está la respuesta a la pregunta del mundo: hay otra vida; los
cuerpos vivirán otra vez, pues Jesús vive. Oh, Raquel, tú que te lamentas, y
rehúsas ser consolada, “Reprime del llanto tu voz, y de las lágrimas tus ojos;
porque salario hay para tu trabajo, dice Jehová, y volverán de la tierra del
enemigo”.
No se aflijan más los que están de luto
en torno al sepulcro, como quienes están sin esperanza; pues como Jesucristo ha
resucitado, los muertos en Cristo resucitarán también. Enjúguense esas
lágrimas, pues la tumba del creyente ya no es más un lugar para lamentaciones, sino
el pasaje a la inmortalidad; no es sino el vestidor en el que el espíritu
colgará por un tiempo sus ropas, cansado después de su viaje terrenal, para
vestirlas nuevamente en una mañana más resplandeciente, cuando serán hermosas y
blancas como ningún lavador habría podido blanquearlas.
Esta mañana tengo el propósito de hablar
un poco en relación a la resurrección de nuestro exaltado Señor Jesús; y para
que el tema sea de mayor interés para ustedes, antes que nada voy a pedirle a esta piedra que fue rodada, que
les predique; y, luego, los voy a invitar a oír la homilía del ángel pronunciada desde su púlpito de piedra.
I. Primero, DEJEMOS QUE PREDIQUE LA PIEDRA.
No es algo inusual encontrar en la
Escritura piedras que recibieron la orden de hablar. Inmensas piedras han sido
removidas como testigos en contra del pueblo; las piedras y las vigas que sobresalen
de una pared han sido llamadas a testificar en contra del pecado. Llamaré a esta
piedra como testigo en favor de las valiosas verdades de las que era un
símbolo. La corriente de nuestro pensamiento se divide en seis torrentes.
1. Primero, la piedra rodada ha de ser
considerada, de manera muy evidente, como la
puerta del sepulcro quitada. La morada de la muerte estaba firmemente
asegurada por una piedra gigantesca; el ángel la quitó, y el Cristo viviente
salió. La inmensa puerta, ustedes observarán, fue removida del sepulcro. No fue
meramente abierta, sino desquiciada, arrastrada a un lado, removida; y a partir
de entonces, la antigua prisión de la muerte quedó desprovista de una puerta.
Los santos entran, pero no se quedan encerrados. Se quedan allí como en una
caverna abierta, pero no hay nada que les impida salir de ella a su debido
tiempo.
Como Sansón, cuando durmió en Gaza y fue rodeado
por los enemigos, se levantó de mañana y cargó sobre sus hombros las puertas de
Gaza –pilares, cerrojos y todo- y se llevó todo, y dejó abierta y expuesta la
plaza fuerte de los filisteos, así ha hecho nuestro Señor con el sepulcro, pues,
habiendo dormido en él tres días con sus noches, conforme al decreto divino,
resucitó en la grandeza de Su poder, y desquició las puertas de hierro del
sepulcro, arrancando cada una de las barras de su lugar.
La remoción de la piedra opresora era el
tipo externo que señalaba que el Señor había arrancado las puertas del
sepulcro: pilares, cerrojos y todo; y que había expuesto esa vieja fortaleza de
la muerte y del infierno, dejándola como una ciudad tomada por asalto y, a partir
de ese momento, desprovista de poder.
Recuerden que nuestro Señor fue
depositado en el sepulcro como un rehén. “Murió por nuestros pecados”. Le
fueron imputados como una deuda. Él saldó en el madero la deuda que teníamos
pendiente para con Dios; sufrió hasta el límite y de manera sustitutiva lo que
correspondía a nuestro sufrimiento, y luego fue confinado en la tumba, como un
rehén, hasta que Su obra fuera plenamente aceptada. Esa aceptación sería
notificada a Su salida de la vil cautividad; y esa salida se convertiría en
nuestra justificación: “Fue resucitado para nuestra justificación”. Si Él no
hubiera pagado la totalidad de la deuda, habría tenido que permanecer en el
sepulcro. Si Jesús no hubiera hecho una expiación eficaz, total y final, habría
tenido que continuar siendo un cautivo. Pero había hecho todo. El “consumado
es”, que brotó de Sus propios labios, fue establecido por el veredicto de
Jehová, y Jesús salió libre.
Obsérvenle cuando resucita: no escapa de
la prisión como un criminal que escapa de la justicia, sino sale con
tranquilidad como alguien que ha cumplido su sentencia en prisión; resucitó, es
verdad, por Su propio poder, pero no dejó la tumba sin un permiso sagrado: el
oficial celestial de la corte del cielo es delegado para abrirle la puerta,
removiendo la piedra, y Jesucristo, completamente justificado, resucita, para
demostrar que todo Su pueblo es completamente justificado en Él, y la obra de
salvación es perfecta para siempre. La piedra es removida de la puerta del
sepulcro, como para mostrar que Jesús ha hecho tan eficazmente la obra, que
nada puede retenernos en el sepulcro otra vez. El sepulcro ha cambiado su
carácter; ha sido completamente aniquilado, y eliminado como cárcel, de tal
forma que la muerte, para los santos, ya no es más un castigo por el pecado,
sino una entrada en el descanso.
Vamos, hermanos, regocijémonos por esto.
En la tumba vacía de Cristo vemos que el pecado ha sido quitado para siempre:
vemos, por tanto, que la muerte ha sido destruida eficazmente. Nuestros pecados
eran la gran piedra que cerraba la boca del sepulcro, y nos retenía cautivos en
la muerte, la oscuridad y la desesperación. Nuestros pecados son ahora quitados
para siempre, y la muerte ya no es más un lúgubre y funesto calabozo, la
antesala del infierno, sino es más bien una perfumada alcoba, un gabinete, el
vestíbulo del cielo. Pues, tan ciertamente como Jesús resucitó, Su pueblo tiene
que abandonar a los muertos: no hay nada que impida la resurrección de los
santos. La piedra que podía retenernos en prisión ha sido removida. ¿Quién
podría encerrarnos cuando la propia puerta ha desaparecido? ¿Quién podría
confinarnos cuando toda barricada ha sido suprimida?
¿Quién
reconstruirá la prisión del tirano?
El cetro que
cayó de sus manos está roto;
La piedra ha
sido removida; el Señor ha resucitado;
Los
indefensos pronto serán liberados de sus ataduras.”
2. En segundo lugar, consideren la piedra como un trofeo erigido.
Como los hombres de tiempos antiguos
erigían piedras memoriales, y como erigimos columnas en estos días para
conmemorar grandes proezas, así esa piedra fue removida, por decirlo así,
delante de los ojos de nuestra fe, y fue consagrada en aquel día como un
memorial de la victoria eterna de Cristo sobre los poderes de la muerte y del
infierno. Pensaron que le habían vencido; consideraron que el Crucificado
estaba derrotado. Sonrieron espantosamente, en verdad, cuando vieron Su cuerpo
inerte envuelto en una sábana y depositado en el sepulcro nuevo de José; pero
su gozo fue pasajero; sus jactancias no fueron sino breves, pues en el momento
señalado, Aquel, que no debía ver la corrupción, resucitó y salió del dominio
de la muerte. Su calcañar fue herido por la antigua serpiente, pero en la
mañana de la resurrección, Él aplastó la cabeza del dragón.
“Vanos la
piedra, la vigilancia, el sello,
Cristo ha
destrozado las puertas del infierno;
La muerte en
vano impide Su resurrección,
Cristo ha
abierto el Paraíso.”
¡Nuestro
glorioso Rey vive de nuevo!
‘¿Dónde está,
oh muerte, tu aguijón?’
Él murió una
vez para salvar nuestras almas;
‘¿Dónde, oh
tumba jactanciosa, tu victoria?’
Amados hermanos en Cristo, al mirar
aquella piedra, con el ángel sentado sobre ella, se alza delante de nosotros
como un monumento a la victoria de Cristo sobre la muerte y el infierno, y es
conveniente que recordemos que Su victoria fue obtenida a favor nuestro, y sus
frutos son todos nuestros. Nosotros tenemos que combatir con el pecado, pero
Cristo lo ha vencido. Nosotros somos tentados por Satanás: Cristo ha propinada
la derrota a Satanás. Pronto dejaremos este cuerpo; a menos que el Señor venga
muy pronto, podemos esperar que habremos de encoger nuestros pies en la cama
como nuestros padres, e ir a encontrarnos con nuestro Dios; pero la muerte es
vencida a nombre nuestro por Cristo, y no tenemos ninguna razón para tener
miedo.
Ánimo, soldados cristianos, ustedes están
enfrentando a un enemigo vencido: recuerden que la victoria del Señor es una
garantía para ustedes. Si la Cabeza vence, los miembros no serán derrotados. No
permitan que la aflicción opaque sus ojos; no dejen que los temores turben su
espíritu; tienen que vencer, pues Cristo ha vencido. Apresten todos sus poderes
para el conflicto, y vigorícenlos con la esperanza de la victoria. Si hubiesen
visto derrotado a su Señor, entonces podrían esperar que ustedes mismos fueran
soplados como tamo delante del viento; pero Él les proporciona el poder con el
que venció. El Espíritu Santo está en ustedes; el propio Jesús ha prometido estar
siempre con ustedes, hasta el fin del mundo, y el Dios poderoso es su refugio.
Ustedes vencerán seguramente por medio de la sangre del Cordero. Coloquen esa
piedra delante del ojo de su fe esta mañana, y digan: “Aquí mi Señor venció al
infierno y a la muerte, y en Su nombre y por Su fuerza, yo seré coronado
también, cuando el último enemigo sea destruido.”
3. Para un tercer uso de esta piedra,
observen que aquí hay puesto un cimiento.
Esa piedra removida del sepulcro, que tipifica y certifica la resurrección de Jesucristo, es la piedra
del cimiento de la fe cristiana. El hecho de la resurrección es la piedra del
cimiento del cristianismo. Si desmentimos la resurrección de nuestro Señor,
nuestra santa fe se convierte en una mera fábula; no hay nada en lo que se pueda
apoyar la fe, si Aquel que murió en el madero no resucitó también de la tumba;
entonces “vuestra fe es vana”; el apóstol dijo: “aún estáis en vuestros
pecados”, entonces “también los que durmieron en Cristo perecieron”. Todas las
grandiosas doctrinas de nuestra divina revelación se desmoronan como las piedras
de un arco cuando se quita la piedra clave, y son derrotadas en una común ruina,
pues toda nuestra esperanza gira sobre ese grandioso hecho. Si Jesús resucitó,
entonces este Evangelio es lo que profesa ser; si no resucitó de los muertos,
entonces todo es engaño y falacia.
Pero, hermanos, la resurrección de Jesús de
los muertos es un hecho mejor establecido que cualquier otro hecho de la
historia. Abundaron los testigos: los había de todas las clases y condiciones.
Ninguno de ellos confesó jamás que estaba equivocado o engañado. Estaban tan
persuadidos de este hecho, que la mayoría de ellos sufrió la muerte por
testimoniarlo. No tenían nada que ganar por dar ese testimonio; no ganaron mayor
poder, ni ganaron honor o riquezas; eran hombres veraces y de mente sencilla
que testificaban de lo que habían visto y daban testimonio de lo que habían
contemplado.
La resurrección es un hecho mejor
atestiguado que cualquier otro evento registrado en la historia, antigua o
moderna. Aquí está la confianza de los santos: nuestro Señor Jesucristo, que dio
testimonio de la buena profesión delante de Poncio Pilato, fue crucificado,
muerto y sepultado, resucitó otra vez de los muertos, y después de cuarenta
días ascendió al trono de Dios. Nosotros confiamos en Él; creemos en Él. Si no
hubiese resucitado, seríamos los más dignos de conmiseración de todos los
hombres por haber sido Sus seguidores. Si no hubiese resucitado, Su sangre no
habría resultado ser eficaz para nosotros para quitar el pecado; pero como Él
resucitó, edificamos sobre esta verdad; toda nuestra confianza se apoya en esto,
y estamos persuadidos de que:
“Resucitado
de los muertos, Él va delante;
Él abre la
puerta eterna del cielo;
Para dar a
Sus santos una mansión bienaventurada,
Cerca de su
Redentor y su Dios.”
Mis queridos oyentes, ¿están basando sus
esperanzas eternas en la resurrección de Jesucristo de los muertos? ¿Confían en
Él, creyendo que murió y resucitó otra vez por ustedes? ¿Colocan toda su
dependencia sobre el mérito de Su sangre, certificado por el hecho de Su
resurrección? Si es así, tienen un cimiento de hecho y de verdad, un cimiento
contra el cual las puertas del infierno no prevalecerán; pero si ustedes están
edificando sobre cualquier cosa que hubieren hecho, o sobre cualquier cosa que
las manos sacerdotales pudieran hacer por ustedes, estarían construyendo sobre arenas
que serán barridas por la corriente que todo lo devora y, tanto ustedes como
sus esperanzas, descenderán al pozo del abismo, envueltos en las tinieblas de
la desesperación. ¡Oh, edifiquen sobre la piedra viva de Cristo Jesús! ¡Oh,
confíen en Él, que es la principal piedra del ángulo, escogida, preciosa! Esto
es edificar de manera segura, eterna y bienaventurada.
4. Una cuarta voz de la piedra es esta: aquí
hay provisión de descanso. El ángel
pareciera enseñarnos eso cuando se sentó sobre la piedra. ¡Cuán sosegadamente
fue efectuada toda la resurrección! ¡Cuán silenciosamente, también! ¡Qué
ausencia de pompa y de ostentación! El ángel descendió y quitó la piedra,
Cristo resucitó, y entonces el ángel se sentó sobre la piedra. Se sentó allí
silenciosa y airosamente, con aire de desafío a los judíos y al sello que
habían puesto, a los legionarios romanos y sus lanzas, a la muerte, a la tierra
y al infierno. Fue como si dijera: “Vengan y vuelvan a poner esa piedra, enemigos
del Resucitado. Todos ustedes, poderes infernales, que pretendieron prevalecer
contra nuestro Príncipe eterno, ¡pongan otra vez esa piedra, si se atreven o si
pueden!” El ángel no dijo esto con palabras, pero su posición, sentado
majestuosa y tranquilamente sobre la piedra, quería decir todo eso y más. La
obra del Señor está consumada, y consumada para siempre, y esta piedra, que no
habría de ser usada más, esta puerta desquiciada, que no habría de ser empleada
más para tapar el osario, es el tipo del “consumado es”, consumado de tal
manera que no puede revertirse, consumado para durar eternamente. Aquel ángel
que descansa sobre la piedra nos susurra suavemente: “Vengan aquí, y descansen
también”. No hay descanso más pleno, cierto y seguro para el alma, que en el
hecho de que el Salvador, en quien confiamos, ha resucitado de los muertos.
¿Guardas hoy luto por amigos que han
partido? Oh, ven y siéntate sobre esta piedra, que te dice que ellos han de
resucitar otra vez. ¿Esperas morir pronto? ¿Está el gusano en la raíz del
arbusto? ¿Tienes el rubor de la tisis en tus mejillas? Oh, ven y siéntate sobre
esta piedra, y considera que la muerte ha perdido ahora su terror, pues Jesús
ha resucitado del sepulcro.
Vengan ustedes también, ustedes, personas
débiles y trémulas, y desafíen a la muerte y al infierno. El ángel dejará libre
su asiento para que se sienten ante la mirada del enemigo. Aunque seas sólo una
humilde mujer, o un hombre quebrantado, pálido y lánguido, agobiado por largos
años de persistente enfermedad, tú bien puedes desafiar a todas las huestes del
infierno, mientras descanses sobre esta preciosa verdad: “No está aquí, sino
que ha resucitado: ha dejado a los muertos, para no morir más”.
Mientras reflexionaba sobre este pasaje
de mi discurso, me acordé de aquel tiempo cuando Jacob se dirigía a la casa de
Labán. Se dice que llegó a un lugar donde había un pozo, y una gran piedra
estaba puesta sobre el brocal, y los rebaños y los ganados eran reunidos en
torno a él, pero no tenían agua hasta que alguien llegara y revolviera la gran
piedra de la boca del pozo, y entonces daban agua al ganado.
De igual manera, el sepulcro de Jesús es
como un gran pozo que mana con el refrigerio más puro y divino, pero mientras
esta piedra no fuera rodada, nadie perteneciente a los rebaños redimidos con sangre
podía abrevar allí; pero ahora, cada día domingo, el primer día de la semana,
nos reunimos en torno al sepulcro abierto de nuestro Señor, y extraemos aguas
vivas de ese pozo sagrado. Oh, ustedes, lánguidas ovejas del rebaño, oh,
ustedes, que están desfallecidas y a punto de morir, vengan aquí; aquí hay un
dulce refrigerio; Jesucristo ha resucitado: que sus consuelos se vean
multiplicados.
“Cada nota
resuena con portentos:
El pecado es
vencido, cautivo es el infierno;
¿Dónde está
el que fue el rey temido del infierno?
¿Dónde está,
oh muerte, tu aguijón mortal?
Aleluya.
5. En quinto lugar, la piedra es un límite establecido. ¿No lo ven? Contémplenlo
entonces, allí está, y el ángel está sobre él. ¿Qué ven de aquel lado? Los
guardias están aterrorizados, rígidos de miedo, están como muertos. De este
lado, ¿qué ven? A las tímidas y trémulas mujeres, a quienes el ángel habla con
dulzura: “No temáis vosotras; porque yo sé que buscáis a Jesús.”
Pueden ver, entonces, que esa piedra se
convirtió en la frontera entre los vivos y los muertos, entre los buscadores y
los aborrecedores, entre los amigos y los enemigos de Cristo. Para Sus enemigos,
Su resurrección es “Piedra de tropiezo, y roca que hace caer”; como antaño, en
la Colina de Marte, cuando los sabios oyeron acerca de la resurrección, se
burlaron. Pero para Su propio pueblo, la resurrección es la piedra angular. La
resurrección de nuestro Señor es nuestro triunfo y deleite. La resurrección
actúa de manera muy similar a la columna que Jehová colocó entre Israel y
Egipto: era tinieblas para Egipto, pero daba luz a Israel. Todo estaba oscuro
en medio de las huestes de Egipto, pero todo era brillo y consuelo entre las
tribus de Israel.
Así, la resurrección es una doctrina
llena de horror para quienes no conocen a Cristo, y no confían en Él. ¿Qué
tienen ellos que ganar con la resurrección? Felices eran quienes podían dormir
en la aniquilación eterna. ¿Qué han ganado con la resurrección de Cristo?
¿Vendrá Aquel que han despreciado? ¿Vive Aquel a quien han odiado y aborrecido?
¿Les ordenará que se levanten y tendrán que encontrarse con Él como un Juez
sentado en el trono? El simple pensamiento de esto basta para herir los lomos de
los reyes hoy; pero ¡cuál será el caso cuando el sonido de la trompeta
sobresalte y levante de sus lechos de polvo a todos los hijos de Adán! ¡Oh, los
horrores de esa tremenda mañana, cuando cada pecador se levante, y el Salvador
resucitado venga en las nubes del cielo, y todos los santos ángeles con Él! En
verdad no hay sino consternación para quienes están en el lado del mal de esa
piedra de la resurrección. Pero, ¡cuán grande es el gozo que la resurrección
trae a quienes están en el lado del bien de esa piedra! ¡Cómo esperan Su
aparición con un arrobamiento creciente cada día! ¡Cómo edifican sobre la dulce
verdad de que resucitarán, y verán con estos ojos a su Salvador!
Yo quisiera que se preguntaran, esta
mañana, de qué lado están de esa piedra limítrofe ahora. ¿Tienen vida en
Cristo? ¿Han resucitado con Cristo? ¿Confían únicamente en Aquel que resucitó
de los muertos? Si es así, no tengan temor: el ángel les consuela, y Jesús les
da ánimos; pero, ¡oh!, si no tienen vida en Cristo, si están muertos mientras
viven, el pensamiento mismo de que Jesús
resucitó ha de sobrecogerlos de miedo, y ha de hacerlos temblar, pues bien
harían en temblar ante aquello que les espera.
6. En sexto lugar, yo concibo que esta
piedra puede ser usada, y muy adecuadamente, como prefiguración de ruina. Nuestro Señor vino a este mundo para
destruir todas las obras del demonio. Contemplen delante de ustedes las obras
del demonio, dibujadas como un torvo y horrible castillo, sólido y terrible,
cubierto del musgo de los siglos, colosal, estupendo, cimentado con la sangre
de los hombres, amurallado con la maldad y la astucia, rodeado de profundos
fosos, y guarnecido con demonios. Una estructura lo suficientemente terrible
para causar desesperación a quienes la rodeen para contar sus torres y observar
sus baluartes. En el cumplimiento del tiempo, nuestro Paladín vino al mundo
para destruir las obras del demonio. Durante Su vida sonó la alarma en el gran
castillo, y quitó una piedra de aquí y otra de allá, pues los enfermos fueron
sanados, los muertos fueron resucitados, y el Evangelio fue predicado a los
pobres.
Pero en la mañana de la resurrección, la
gigantesca fortaleza tembló de arriba abajo; enormes grietas surcaban sus
paredes; y todos sus baluartes se tambaleaban. Alguien más fuerte que el señor
de esa ciudadela había entrado evidentemente, y estaba comenzando a destruir, y
destruir y destruir, desde el pináculo hasta los sótanos. Una piedra gigantesca
de la que dependía sustancialmente el edificio, una piedra angular que tejía
toda la estructura, fue alzada corporalmente de su lecho y arrojada al suelo.
Jesús arrancó la gigantesca piedra de granito de la muerte de su posición, y
así dio una señal segura de que todas las demás correrían la misma suerte.
Cuando esa piedra fue removida del sepulcro de Jesús, fue una profecía de que
cada piedra del edificio de Satanás se vendría al suelo, y ni una sola de todas
las piedras que los poderes de las tinieblas habían apilado descansaría sobre
otra piedra, desde los días de su primera apostasía hasta el fin.
Hermanos, esa piedra rodada de la puerta
del sepulcro me da una gloriosa esperanza. El mal es todavía poderoso, pero el
mal será demolido. La perversidad espiritual reina en los lugares altos; la
multitud clama todavía tras el mal; las naciones están sumidas todavía en densa
oscuridad; muchos adoran a la mujer de Babilonia vestida de escarlata, otros se
inclinan delante de la media luna de Mahoma, y millones se postran delante de
bloques de madera y piedra; los lugares oscuros y las habitaciones de la tierra
están todavía llenos de crueldad; pero Cristo ha provocado tal sacudimiento a
la urdimbre entera del mal que, pueden estar seguros de ello, cada piedra caerá
con certeza. Sólo tenemos que continuar trabajando, usando el ariete del
Evangelio, guardando cada uno de nosotros su lugar, y como los ejércitos
alrededor de Jericó, tenemos que sonar todavía la trompeta, y vendrá el día en
el que todo mal, toda superstición colosal, serán abatidos, y nivelados al
suelo, y se cumplirá la profecía: “A ruina, a ruina, a ruina lo reduciré, y
esto no será más, hasta que venga aquel cuyo es el derecho, y yo se lo
entregaré.” Esa piedra separada sobre la que se sienta el ángel, es el pronóstico
seguro de la condenación venidera de todo lo que es vil y ruin. Regocíjense
ustedes, hijos de Dios, pues la caída de Babilonia se acerca. Canten, oh
cielos, y gózate, oh tierra, pues ningún mal será pasado por alto. En verdad
les digo que no quedará piedra sobre piedra, que no sea derribada.
Así nos ha predicado la piedra; haremos
una momentánea pausa y oiremos lo que el ángel tiene que decirnos.
II. EL ÁNGEL PREDICÓ de dos maneras: predicó
en símbolos, y predicó en palabras
Predicar en símbolos es muy popular en
ciertos grupos en nuestros días. El evangelio ha de ser visto por el ojo, y la
gente ha de aprender en diversas estaciones por medio del cambio de colores,
tal como el azul, y el verde y el violeta, mostrados en la vestimenta del
sacerdote y sobre el altar, y por medio de cíngulos y candelas, por pendones, por
vinajeras, y conchas llenas de agua; la gente ha de ser incluso enseñada y
guiada por la nariz, por lo que es regalada con el humo del incienso; y es
atraída por medio del oído, ya que han de escuchar las odiosas entonaciones o
los refinados cánticos.
Ahora bien, observen que el ángel era un
predicador simbólico, con su semblante de centella y sus vestiduras de nieve;
pero, por favor, noten para quiénes estaban reservados los símbolos. Él no dijo
ni una sola palabra a los guardias: ni una palabra. Él les dio un evangelio
simbólico, es decir, los miró, y su mirada era un rayo; él se reveló a ellos en
sus ropas blancas como la nieve, y nada más. ¡Observen cómo se estremecían y
temblaban! Ese es el evangelio de símbolos; y doquiera que llega, condena. No
puede hacer otra cosa. Vamos, la antigua ley mosaica de símbolos, ¿dónde
terminó? ¡Cuán pocos alcanzaron jamás su significación íntima! La gran masa de
Israel cayó en la idolatría, y el sistema simbólico se volvió algo muerto para
ellos.
Ustedes que se deleitan en símbolos,
ustedes que piensan que es cristiano convertir a todo el año en un tipo de farsa
práctica sobre la vida de Cristo, ustedes que piensan que todo el cristianismo
ha de ser enseñado mediante dramas, como aquellos que los hombres actúan en los
teatros y en los espectáculos de marionetas, sigan su camino, pues no
encontrarán ningún cielo en ese camino, ningún Cristo, ninguna vida. Se
encontrarán con los sacerdotes, y los formalistas y los hipócritas, y en los
densos bosques y entre las negras montañas de la destrucción, tropezarán hacia
su completa ruina.
El mensaje evangélico es: “Oye, y
vivirás”; “Inclina tu oído, y ven a Mí”. Este es el mensaje dador de vida: “Cree
en el Señor Jesucristo, y serás salvo”. Pero, oh, generación perversa, si
buscan símbolos y signos, serán engañados con el evangelio del demonio, y
caerán presa del destructor.
Ahora escucharemos el sermón del ángel en palabras. Únicamente así es predicado
el verdadero Evangelio. Cristo es la Palabra, y el Evangelio es un evangelio de
palabras y pensamientos. No se dirige al ojo; se dirige al oído, y al intelecto
y al corazón. Es algo espiritual, y sólo puede ser captado por aquellos cuyo
espíritu es despertado para comprender una verdad espiritual.
Lo primero que dijo el ángel fue: “No
temáis vosotras”. ¡Oh!, este es el propio genio del Evangelio de nuestro
Salvador resucitado: “No temáis vosotros”. Ustedes, que quieren ser salvados,
ustedes, que quieren seguir a Cristo, no deben temer. ¿Tembló la tierra? No
temáis vosotros: Dios puede preservarlos aunque la tierra arda con fuego.
¿Descendió el ángel en terrores? No temáis vosotros: no hay terrores en el cielo
para el hijo de Dios que se acerca a la cruz de Jesús, y confía su alma a Aquel
que se desangró allí.
Temerosas mujeres, ¿es acaso la oscuridad
lo que les alarma? No temáis vosotras: Dios ve en lo oscuro y las ama allí, y
no hay nada en la oscuridad o en la luz que esté más allá de Su control. ¿Tienen
miedo de ir a una tumba? ¿Las alarma un sepulcro? No temáis vosotras: ustedes
no pueden morir. Puesto que Cristo ha resucitado, aunque hubieren estado muertas,
vivirán. ¡Oh, el consuelo del Evangelio! Permítanme decirles que no hay nada en
la Biblia que haga temer a un hombre que pone su confianza en Jesús. ¿Dije que
no hay nada en la Biblia? Digo que no hay nada en el cielo, nada en la tierra y
nada en el infierno, que conduzca a hacer temer a quienes confían en Jesús. “No
temáis”. No han de temer el pasado, pues les es perdonado; no han de temer el
presente, pues está debidamente provisto; el futuro también está asegurado por
el poder viviente de Jesús. “Porque yo vivo,” –dice Él- “vosotros también
viviréis.” ¡Temer! Vamos, eso habría sido apropiado cuando Cristo estaba
muerto, pero ahora que vive, no queda espacio para eso. ¿Temes a tus pecados?
Todos tus pecados han sido borrados, pues Cristo no habría resucitado si no los
hubiera quitado todos. ¿Cuál es tu miedo? Si el ángel te ordena: “No temas”,
¿por qué habrías de temer? Si cada herida del Salvador resucitado, y cada acto
de tu Señor reinante te consuelan, ¿por qué desfalleces todavía? Dudar, y temer
y temblar ahora que Jesús ha resucitado, es algo inconsistente en cualquier
creyente. Jesús puede socorrerte en todas tus tentaciones; viendo que Él vive siempre
para interceder por ti, Él puede también salvarte perpetuamente: por lo tanto,
no temas.
Noten las palabras que siguen: “No temáis
vosotras; porque yo sé…” ¡Qué!, ¿conoce un ángel los corazones de las mujeres?
¿Sabía el ángel cuáles eran las preocupaciones de Magdalena? ¿Acaso los
espíritus leen nuestros espíritus? Está bien. Pero, ¡oh!, es mejor recordar que
nuestro Padre celestial conoce nuestro corazón. No temas, pues Dios sabe qué
hay en tu corazón. Nunca has confesado tu ansiedad acerca de tu alma, pues eres
demasiado tímido para eso; ni siquiera has llegado tan lejos como para
atreverte a decir que esperas amar a Jesús; pero Dios conoce tus deseos.
Pobre corazón, sientes como si no
pudieses confiar, como si no pudieses hacer nada que sea bueno; pero al menos
lo deseas, al menos lo buscas. Todo esto lo sabe Dios; con placer atisba tus
deseos. ¿Acaso no te consuela esto: este hecho grandioso del conocimiento de
Dios? Yo no podría leer lo que hay en tu espíritu y, tal vez, ni tú mismo
podrías decirme qué hay allí. Si lo intentaras, dirías después de haberlo
hecho: “bien, no le dije exactamente qué sentía; he perdido el consuelo que pude
haber recibido, pues no pude explicar mi caso.”
Pero hay Alguien que trata contigo, y
sabe exactamente dónde radica tu dificultad, y cuál es la causa de tu presente
aflicción. “No temas”, pues tu Padre celestial conoce tu dificultad. Quédate
tranquilo, pobre paciente, pues el cirujano sabe dónde está la herida, y qué es
lo que te está afectando. Silencio, hijo mío, quédate quieto apoyado sobre el
pecho del grandioso Padre, pues Él lo sabe todo; y, ¿acaso no debería
contentarte eso, ya que Su cuidado es tan infinito como Su conocimiento?
Luego el ángel siguió diciendo: “No
temáis vosotras; porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado”.
Había aquí espacio para el consuelo. Estaban buscando a Jesús, aunque el mundo
le había crucificado. Aunque los muchos se habían hecho a un lado y le habían
abandonado, las mujeres se estaban aferrando a Él con una lealtad amorosa.
Ahora, quisiera saber si hay alguien aquí
que pudiera decir: “aunque soy indigno de ser un seguidor de Cristo, y con
frecuencia pienso que Él me rechazaría, hay algo de lo que estoy seguro: no
tendría miedo del temor del hombre por Su causa. Mis pecados me hacen temer, pero
ningún hombre podría hacerme temer. Yo estaría a Su lado aunque todo el mundo
estuviere en contra suya. Consideraría mi más alto honor que el Crucificado por
el mundo fuera el Adorado de mi corazón. No importa que todo el mundo lo echare
fuera, si Él me recibiera, aunque soy un pobre gusano indigno, no estaría nunca
avergonzado de reconocer Su nombre bendito y lleno de gracia”. ¡Ah!, entonces,
no tengas miedo, pues si es así como sientes con respecto a Cristo, Él te
reconocerá en el último gran día. Si estás dispuesto a reconocerle ahora, “no
temas”.
Yo estoy seguro de que a veces siento,
cuando miro a mi propio corazón, como si no tuviera parte ni porción en el
asunto, y como si no pudiera reclamar interés alguno en el Amado en absoluto;
pero, entonces, sé efectivamente esto: que no me avergüenzo de ser expuesto a
la vergüenza por Él; y si fuera acusado de ser un fanático y un entusiasta de
Su causa, consideraría el más elevado honor reconocerme culpable de una
imputación tan bienaventurada por Su amada causa. Si este fuera, en verdad, el
lenguaje de nuestros corazones, podemos cobrar ánimo. “No temáis vosotras;
porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado.”
Luego añade: “No está aquí, pues ha
resucitado”. Esta es la instrucción que da el ángel. Después de dar consuelo,
da la instrucción. La firme base y la razón de consolación que te proporciona,
buscador, es que no buscas a un Cristo muerto, y no le pides a un Salvador
enterrado; Él está vivo realmente. Él es tan capaz de aliviarte hoy, si vas a
tu aposento y se lo pides en oración, como lo era para ayudar al pobre ciego
cuando Él estaba en la tierra. Él está tan dispuesto hoy a aceptarte y bendecirte,
como lo estaba para bendecir al leproso, o para sanar al paralítico. Acude a Él
de inmediato, pobre buscador; acude a Él con santa confianza, pues Él no está
aquí; estaría muerto si estuviera: Él ha resucitado, y vive y reina para
responder tu petición.
El ángel les pidió a las santas mujeres
que revisaran la tumba vacía, pero, casi inmediatamente después, les dio una
comisión para que la cumplieran en nombre del Señor. Ahora, si algún buscador
ha sido consolado por el pensamiento de que Cristo vive para salvar, que haga
como dijo el ángel, que vaya y les cuente a otros las buenas nuevas que ha
escuchado. Ese es el grandioso medio de propagar nuestra santa fe: que todos
aquellos que se han enterado acerca de ella, la enseñen. Nosotros no tenemos
algunos ministros que han sido apartados, para quienes está reservado el único
derecho de enseñar en la iglesia cristiana; nosotros no creemos en un clero y
en un laicado.
Creyentes, todos ustedes son clero de Dios: todos ustedes. Todos los
que creen en Cristo son el clero de Dios, y están obligados a servirle de
acuerdo a sus habilidades. En el cuerpo hay muchos miembros, pero cada miembro
tiene su oficio; y no hay ningún miembro en el cuerpo de Cristo que ha de estar
ocioso, porque, en verdad, no puede hacer lo que puede hacer la Cabeza. El pie
tiene su lugar, y la mano tiene su deber, así como también lo tienen la lengua
y el ojo. Oh, ustedes, que se han enterado acerca de Jesús, no guarden el
bendito secreto para ustedes mismos. Hoy, de una manera u otra, les ruego que
den a conocer que Jesucristo ha resucitado. Pasen la consigna a su alrededor,
como lo hacían los antiguos cristianos. En el primer día de la semana se decían
los unos a los otros: “Ha resucitado el Señor verdaderamente”. Si alguien les
preguntara qué quieren decir con eso, serán entonces capaces de decirles todo
el Evangelio, pues esta es la esencia del Evangelio, que Jesucristo murió por
nuestros pecados, y resucitó otra vez en el tercer día, de acuerdo a las
Escrituras; murió como sustituto de nosotros, criminales, y resucitó como
representante de nosotros, pecadores perdonados; murió para que nuestros
pecados pudieran morir, y vive de nuevo para que nuestras almas puedan vivir. Inviten
diligentemente a otros a venir a Jesús y a confiar en Él. Díganles que hay vida
para los muertos en una mirada a Jesús crucificado; díganles que esa mirada es
un asunto del alma, es una confianza simple; díganles que nadie confió jamás en
Cristo pero fue rechazado; díganles lo que han sentido como resultado de su
confianza en Jesús, y qué sabemos, ¡muchos discípulos podrían ser agregados a
Su iglesia, un Salvador resucitado será glorificado, y ustedes serán consolados
por lo que habrán visto! Que el Señor imparta Su propia bendición a estas
débiles palabras, por Su Hijo Jesucristo. Amén
Porción de la Escritura leída antes del
sermón: Mateo 28.
Miríada: número muy grande de cosas.
Averno: en lenguaje poético, lugar de
los condenados por la justicia divina. En la antigüedad se le consideraba la
entrada a los infiernos.
Colina de Marte: Hacia el noroeste de la
Acrópolis se extendía sobre un nivel un poco más bajo, una colina pedregosa
llamada el Areópago,
o la colina de Marte,
donde se reunían los concilios y el tribunal supremo. Pablo predicó allí uno de
los mensajes más dinámicos de todos los tiempos, que quedó registrado en Hechos
17.
Traductor: Allan Román
19/Marzo/2009
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