El Púlpito del Tabernáculo
Metropolitano
Suculentos Manjares de Navidad
NO. 846
SERMÓN PREDICADO LA MAÑANA DEL DOMINGO 20 DE DICIEMBRE, 1868
POR CHALES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES.
“Y Jehová de los ejércitos hará en este monte a todos los
pueblos banquete de manjares suculentos, banquete de vinos refinados, de
gruesos tuétanos y de vinos purificados.” Isaías 25: 6.
“Y el SEÑOR de los ejércitos preparará en este monte para
todos los pueblos un banquete de manjares suculentos, un banquete de vino
añejo, pedazos escogidos con tuétano, y vino añejo refinado.” Isaías 25: 6. La
Biblia de las Américas.
Casi hemos arribado a la grandiosa
estación festiva del año. El día de Navidad encontraremos a todo el mundo en
Inglaterra disfrutando de todos los manjares
suculentos que puedan permitirse. Siervos de Dios, ustedes a quienes
corresponde la mayor porción en la persona de Aquel nacido en Belén, yo los
invito a la más refinada cena de Navidad que ofrece manjares supremamente suculentos
que hacen crujir de abundancia la mesa: pan del cielo, viandas para su espíritu.
¡He aquí, cuán ricas y abundantes son las provisiones que Dios ha preparado
para la festividad excelsa que desea que Sus siervos celebren, no sólo de vez
en cuando, sino todos los días de su vida!
Dios, en el versículo que estamos
considerando, se ha agradado en describir las provisiones del Evangelio de
Jesucristo. Aunque se han sugerido muchas otras interpretaciones para este
versículo, todas ellas son desabridas y rancias, y completamente indignas de expresiones
tales como las que tenemos ante nosotros. Cuando contemplamos la persona de
nuestro Señor Jesucristo, cuya carne es verdadera comida y cuya sangre es
verdadera bebida, cuando le vemos ofrecido en el monte escogido, entonces
descubrimos una plenitud de significado en estas palabras de gracia de sagrada
hospitalidad: “el Señor hará banquete de manjares suculentos, de pedazos
escogidos con tuétano.” Al propio Señor le gustaba describir Su Evangelio bajo
la mismísima imagen que es empleada aquí. Él habló de la cena de bodas del rey
que dijo: “Mis toros y animales engordados han sido muertos, y todo está
dispuesto”; y parecería que ni siquiera hubiera podido completar la belleza de
la parábola del hijo pródigo sin añadir: ‘traed el becerro gordo y matadlo, y
comamos y hagamos fiesta’. Así como una festividad en la tierra es mirada con
anhelo y recordada como un oasis en medio del desierto del tiempo, así el
Evangelio de Jesucristo es para el alma su dulce liberación de la servidumbre y
la angustia, y es su júbilo y su alegría. Tenemos la intención de hablar esta
mañana sobre este tema, esperando recibir la ayuda del grandioso Señor de la
fiesta.
Nuestro primer encabezado será el banquete; el segundo será el salón del banquete: “en este monte”;
el tercero será el Anfitrión: “El
Señor de los ejércitos preparará en este monte para todos los pueblos banquete;
y el cuarto será los invitados: invitará
“a todos los pueblos”.
I. Primero, entonces, hemos de considerar EL
BANQUETE.
Es descrito como constituido por las más
excelentes viandas, es más, como lo mejor de lo mejor. Son manjares suculentos,
pero son también pedazos escogidos con tuétano. Abundan los vinos más
deliciosos y vigorizantes, vinos refinados que retienen su aroma, su fuerza y
su sabor; pero estos vinos son sumamente añejos y exóticos, habiendo sido
criados para que alcanzaran un gran refinamiento, por la larga espera y por
haber sido purificados, enriquecidos, y procesados para que alcanzaran el más
alto grado de lustre y de excelencia. En el Evangelio, Dios ha provisto lo
mejor de lo mejor para los hijos de los hombres.
Inspeccionemos atentamente las bendiciones del Evangelio, y
observemos que se trata de manjares suculentos, y de pedazos escogidos con
tuétano.
Una de las primeras bendiciones del
Evangelio es la completa justificación. Aunque
culpable en sí, al pecador le son perdonados sus pecados tan pronto cree en
Jesús. La justicia de Cristo se convierte en su justicia, y es acepto en el
Amado. Ahora, este es, en verdad, un exquisito platillo. Aquí hay algo que
puede nutrir el alma. ¡Pensar que yo, aunque sea un ser profundamente culpable,
soy absuelto por Dios y liberado de la servidumbre de la ley! Pensar que yo,
aunque antes era un heredero de la ira, ahora sea tan acepto delante de Dios
como lo fue Adán cuando caminaba sin ningún pecado en el huerto; es más, más
acepto aún, pues la divina justicia de Cristo me pertenece, ¡y estoy completo
en Él, amado en el Amado, y acepto también en Él!
Amados, esta es una verdad tan preciosa
que, cuando el alma se alimenta de ella, experimenta una apacible paz, una
calma profunda y celestial, que no puede ser encontrada en ninguna otra parte
sobre la faz la tierra. Esta es una especie de miel que nunca empalaga: recibir
dentro de ti la garantía proveniente tanto de la palabra de Dios como del
testimonio del Espíritu Santo, que has sido reconciliado y aceptado por medio
de la sangre y la justicia de Jesucristo. Esta es una misericordia
especialísima. Este es, en verdad, un manjar suculento. Pero esto no es todo,
pues se trata de pedazos escogidos con tuétano. Cuando profundizas hasta el
alma y el corazón de este asunto, encuentras en él una melosidad intrínseca que
trasciende en riqueza, pues nos hace recordar que esta justicia, esta
aceptación y esta justificación se vuelven nuestras de una manera perfectamente
legal, que es algo contra lo cual el propio Satanás no puede proporcionar a
nadie que presente objeción alguna, pues nuestro Sustituto ha pagado nuestra deuda,
por lo que somos absueltos justamente. Cristo ha cumplido la ley, y la ha
honrado por nosotros; por eso somos justamente aceptados y amados. Aquí
encontramos, ciertamente, pedazos escogidos con tuétano, cuando percibimos la
verdad y la realidad de la sustitución de Jesús, y captamos con el corazón y
con el alma el hecho de que nuestro Sustituto se pone en nuestra posición ante
el tribunal de justicia, para que nos podamos poner en Su sitio en el lugar de
honor y de amor.
Cuán grande bienaventuranza es clamar con
el apóstol: “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica.
¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también
resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por
nosotros.” Acérquense, todos aquellos cuyos gustos espirituales son purificados
por la gracia, y aliméntense de esta selecta provisión, ‘dulce más que miel, y
que la que destila del panal’.
Meditemos sobre una segunda bendición del
pacto de gracia, es decir, sobre la
adopción. Nos es claramente revelado que todos los que han creído en Cristo
Jesús para salvación de sus almas, son hijos de Dios. “Amados, ahora somos
hijos de Dios.” Aquí, en verdad, hay un manjar suculento. ¡Cómo!, ¿acaso un
gusano del polvo se convierte en un hijo de Dios? ¿Acaso un rebelde es adoptado
en la familia celestial? ¿Acaso un criminal condenado no solamente es
perdonado, sino hecho, en realidad, un hijo de Dios? ¡Prodigio de prodigios! “¡Mirad
cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios!” ¿A
cuáles de los reyes o de los príncipes de esta tierra dijo Dios alguna vez: “Mi
Hijo eres tú”? No les ha hablado así a los grandes ni a los poderosos, sino que
Dios ha escogido a lo vil del mundo y lo menospreciado, sí, y lo que no es,
para hacer que fueran de la simiente real. Los sabios y los prudentes son
pasados por alto, pero los bebés reciben la revelación de Su amor.
Señor, ¿por qué se me concede esto a mí?
¿Quién soy yo, y qué es la casa de mi padre, para que hables de hacerme Tu
hijo? Este glorioso manjar suculento contiene también pedazos escogidos con
tuétano. Hay una riqueza interna en la adopción, pues, “Si hijos, también
herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos
juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.” Bien hace
el apóstol en recordarnos que si hijos, también herederos, pues así se nos
garantiza nuestra bendita herencia. “Todo es vuestro: sea Pablo, sea Apolos,
sea Cefas, sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente, sea lo
porvenir, todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios”. “El que no
escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no
nos dará también con él todas las cosas?” Aquí encontramos exquisiteces reales
de las que la Palabra ha dicho con toda verdad: “Serán completamente saciados
de la grosura de tu casa.”
Dejando atrás el tema de la bendición de
la adopción, recordemos que cada hijo de Dios es objeto de amor eterno sin
principio y sin final. Este es uno de los pedazos escogidos con tuétano. ¿Es
cierto que yo, un creyente en Jesús, indigno como soy, soy objeto del amor
eterno de Dios? ¡Qué arrobamiento está contenido en este pensamiento! Mucho
antes de que el Señor comenzara a crear el mundo, ya había pensado en mí. Mucho
antes de que Adán cayera o que Cristo naciera, y antes que los ángeles cantaran
su primer coral motivados por el milagro de Belén, la mirada y el corazón de
Dios estaban fijos en Su pueblo elegido. Él nunca comenzó a amarlos, ya que siempre fueron “el pueblo a él cercano”.
¿No está escrito, “Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi
misericordia”? Algunos dan coces contra la doctrina de la elección, pero lo
hacen por estar mal aconsejados, pues laboran para voltear uno de los más
nobles platillos del banquete; quieren tapar uno de los más frescos arroyos que
fluyen del Líbano; quieren cubrir de basura una de las vetas más ricas del
mineral de oro que enriquece al pueblo de Dios. Pues esta doctrina de un amor que
no tiene comienzo, es el mejor vino de nuestro Amado, que “se entra a mi amado
suavemente, y hace hablar los labios de los viejos”. ¡Cuán jubilosamente se
alegra y salta de puro gozo el corazón cuando esta verdad es aclarada por el
testimonio del Espíritu de Dios! Entonces el alma es saciada de favores, y
llenada con la bendición del Señor.
Igualmente deleitable es la
correspondiente reflexión de que este amor que no tuvo principio no tendrá
tampoco fin. Dios no cambia. “Irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios”.
Una vez que Él pone Su corazón de amor en un hombre, no deja nunca de hacerle
bien. Él dice por boca de Su siervo el profeta que odia repudiar. Aunque pecamos
contra Él con frecuencia y le provocamos a celos, aún así, como las aguas de
Noé así es Su pacto para con nosotros; pues, como las aguas de Noé no volverán
a cubrir la tierra, de igual manera Él jura que no estará airado contra
nosotros ni nos censurará. “Los montes se moverán, y los collados temblarán,
pero no se apartará de ti mi misericordia, ni el pacto de mi paz se
quebrantará, dijo Jehová, el que tiene misericordia de ti.” “Porque yo Jehová
no cambio; por esto, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos.” “¿Se olvidará
la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su
vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti.” Vamos, amados, en
verdad, esto es un manjar suculento; y puedo añadir que contiene pedazos
escogidos con tuétano si recuerdan que no simplemente ha pensado el Señor en
ustedes desde la eternidad, sino que los amó
desde entonces.
¡Oh, la profundidad de esa palabra:
“amor”, cuando es aplicada al infinito Jehová, cuyo nombre, cuya esencia, cuya
naturaleza es amor! ¡Él les ha amado con toda la inmutable intensidad de Su
corazón, nunca más y nunca menos; les ha amado tanto que les entregó a Su
unigénito Hijo; les amó tanto que nada podría contentarle sino hacer que sean
conformados a la imagen de Su amado Hijo, y hacer que participen de Su gloria
para que puedan estar con Él donde Él está! Vengan, nútranse de esto, ustedes
que son herederos de la vida eterna, pues aquí hay pedazos escogidos con
tuétano.
Amados, no habríamos completado esta
lista si omitiéramos una preciosa doctrina que necesita, tal vez, un refinado
gusto, pero que, una vez que el hombre ha aprendido a alimentarse de ella, le
parece que es lo mejor de todo: quiero decir, la grandiosa verdad de la unión con Cristo. La palabra de Dios
nos enseña claramente que todos los que han creído, son uno con Cristo: están
casados con Él, hay una unión conyugal basada en un afecto mutuo. La unión es
más íntima aún, pues hay una unión vital entre Cristo y Sus santos. Los santos
están en Él como los pámpanos están en la vid; ellos son miembros del cuerpo
del cual Él es la cabeza. Ellos son uno con Jesús en un
sentido tan real y verdadero, que con Él mueren y con Él son enterrados, con Él
son resucitados y con Él son levantados juntamente y sentados en los
lugares celestiales. Hay una unión indisoluble entre Cristo y todo Su pueblo: “Yo
en ellos y ellos en mí”. La unión podría ser descrita así: Cristo es en Su
pueblo la esperanza de gloria, y ellos están muertos y su vida está escondida
en Cristo. Esta es una unión del tipo más prodigioso, y el lenguaje sólo puede
exponer sus imágenes muy débilmente pero es incapaz de explicarla por completo.
La unidad con Jesús es uno de los pedazos escogidos con tuétano. Pues si, en
verdad, somos uno con Cristo, entonces porque Él vive nosotros debemos vivir;
porque Él fue castigado por el pecado, nosotros también hemos soportado la ira
de Dios en Él; porque Él fue justificado por Su resurrección, nosotros también
somos justificados en Él; porque Él es recompensado y se sienta para siempre a
la diestra de Su Padre, nosotros también hemos obtenido la herencia en Él y por
fe la asimos ahora, y gozamos de su señal.
Oh, ¿podría ser que esta cabeza que se
duele tenga ya un derecho a una corona celestial? ¿Es posible que este corazón
palpitante tenga un derecho al reposo que resta para el pueblo de Dios? ¿Es
posible que estos pies cansados tengan un título para pisar los salones
sagrados de la Nueva Jerusalén? Así es, pues si somos uno con Cristo, entonces,
todo lo que Él tiene nos pertenece, y es sólo asunto de tiempo y de un designio
de la gracia para que lleguemos a su pleno gozo. En verdad, meditando sobre
este tópico, cada uno de nosotros puede exclamar: “Como de meollo y de grosura
será saciada mi alma, y con labios de júbilo te alabará mi boca”.
Yo no puedo exponer todas las viandas del
banquete de mi Señor; un mesero no basta para llevar ante ustedes todas las
exquisiteces de un festín sin par; pero quisiera recordarles una más, que es la
doctrina de la resurrección y la vida
eterna. Este pobre mundo adivinó confusamente la inmortalidad del alma,
pero no supo nada de la resurrección del cuerpo: el Evangelio de Jesús ha
traído la vida y la inmortalidad a la luz, y nos ha declarado acerca de Jesús
que, quien crea en él no morirá jamás. “El que cree en mí, aunque esté muerto,
vivirá”. Jesús es la resurrección y la vida. No solamente el alma, mas el
cuerpo también participará de la inmortalidad, ‘porque se tocará la trompeta, y
los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos
transformados’. Esperamos morir, pero se nos asegura que viviremos de nuevo. Si
el Señor no viene, sabemos que nuestros cuerpos verán la corrupción; pero he
aquí nuestro consuelo: no tememos la aniquilación; esa oscura sombra no se
atraviesa nunca por nuestros espíritus; no tememos ningún infierno, ningún
purgatorio, ningún juicio: Cristo ha perfeccionado para siempre a quienes son
apartados; nadie puede condenar a quien Él absuelve. Los santos juzgarán a los
ángeles, y se sentarán con el Señor en el día del juicio final. Para nosotros
la venida de Cristo será un día de gozo y de regocijo: seremos arrebatados
juntamente con Él; Su reino será nuestro reino, Su gloria nuestra gloria.
Por tal motivo han de consolarse unos a
otros con estas palabras, y cuando vean a sus hermanos y a sus hermanas partir
uno a uno de entre ustedes, no se aflijan como aquellos que están sin
esperanza, sino que han de decirse los unos a los otros: “Ellos no están
perdidos, sino que han partido antes”, pues, “Bienaventurados de aquí en
adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán
de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen.” Aquí hay un banquete de
pedazos escogidos con tuétano, pues la nuestra es una esperanza gloriosa y
plena de inmortalidad. Nuestra inmortalidad esperada no es la de la mera
existencia, no es el estéril privilegio de la vida sin bienaventuranza, de la existencia
sin felicidad: está llena de gloria; pues “seremos semejantes a él, porque le
veremos tal como él es”; estaremos con Dios, a cuya diestra hay plenitud de
gozo y dichas para siempre. Nos hará beber del río de Sus placeres; cantos y
dicha sempiterna estarán sobre nuestras cabezas, y la aflicción y el suspirar
se desvanecerán.
“¡Oh,
anhelamos la ausencia de llanto,
Dentro de esa tierra de
amor!
¡La dicha sin fin de celebrar
El banquete nupcial en lo
alto!
¡Oh, anhelo la hora
de ver
A mi Salvador cara a cara!
La esperanza de estar
siempre
En ese dulce lugar de encuentro.”
Así he presentado ante ustedes unos
cuantos pedazos escogidos con tuétano que el Rey de reyes ha puesto delante de
Sus invitados en el banquete de bodas de Su amor.
Cambiando el curso del pensamiento, aunque
adhiriéndonos al mismo tema, permítanme traer ante ustedes las copas de vino.
“Banquete de vino añejo… y de vino añejo refinado.” Consideraremos que estos
vinos simbolizan los gozos del Evangelio. ¿Qué son estos vinos? Yo sólo puedo
hablar de aquellos que me ha sido permitidos catar.
Uno de los goces predilectos de la vida
cristiana es un sentido de perfecta paz
con Dios. Oh, yo les digo que cuando uno está quieto por un momento, y el
estrépito y el alboroto del negocio están fuera del alcance de nuestros oídos,
es una de las cosas más deliciosas del mundo meditar en Dios, y sentir que Él
no es un enemigo para mí, y que yo no soy enemigo para Él. Sentir en
contemplación que le amo sobrepasa cualquier comparación reconfortante. Si hay
algo que yo pudiera hacer para servirle, lo haría. Si hubiese cualquier
sufrimiento que le honrara, si Él me diera la fortaleza para encararlo,
constituiría mi felicidad, aunque me causara morir la muerte de un mártir mil
veces. Si sólo pudiera honrar a mi Dios, y mi Amigo, todo sería aceptable para
mí. No hay nada que se interponga entre el Señor y yo por vía de diferencia o
extrañamiento; yo soy conducido muy cerca por medio de la sangre de Su amado
unigénito Hijo. Él es mi Dios, mi Padre, y mi todo, y yo soy Su hijo. Algunos
de nosotros hemos intentado la felicidad imaginaria de la risa; nos hemos
entremezclado con el aturdido tropel de gente, y hemos catado los vinos de la
casa del júbilo carnal, pero nuestra honesta experiencia es que un solo sorbo
de la copa de la salvación equivale a ríos de regocijo mundano.
“Sólidos
alborozos y placeres duraderos
Sólo son
conocidos por los hijos de Sion.”
Un corazón tranquilo, que descansa en el
amor de Dios, que mora en perfecta paz, tiene una realeza vinculada a él que no
puede ser comparada ni por un instante con los goces pasajeros de este mundo.
Nuestro gozo resplandece a veces con una
luz más refulgente, pero aun entonces no es menos puro y seguro. Pueden
contemplar este vino cuando está rojo, cuando resplandece su color en la copa, cuando
se entra suavemente, pues no hay dolor ni irritación de ojos que esté
reservados para aquellos que beban de este vino sagrado incluso hasta la
ebriedad. Este sagrado alborozo es causado por un sentido de seguridad. Un hijo de Dios, cuando ha contemplado
bien a su Redentor, y ha visto el mérito de la sangre preciosa y el poder de la
incesante intercesión, se siente seguro, perfectamente seguro. Yo no entiendo
al hijo de Dios que lee su Biblia y a pesar de ello se encuentra temeroso de
ser arrojado en el infierno. Puedo entender que el miedo atraviese su mente en
cuanto a que, al final, después de todo, resulte ser un desechado; pero
conforme se aproxima una vez más al pie de la cruz, y mira a Jesús, siento que
eso no puede ser. Nadie que estuvo al pie de la cruz ha sido desechado jamás;
pues está escrito, “Al que a mí viene, no le echo fuera”. Un hijo de Dios que
no tiene otra esperanza que la que encuentra en Cristo, no tiene motivo para
pensar que su estado eterno sea inseguro. Todos los que están en Cristo están
seguros, así como todos los que estaban en el arca de Noé estaban seguros. Ningún
diluvio, ninguna tormenta podría lastimar al hombre de quien se dijo: “Jehová
le cerró la puerta”. El Señor le ha cerrado la puerta a todo Su pueblo en
Cristo, y están eternamente a salvo en Cristo. Cuando el espíritu sabe que “Ahora,
pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”, entonces se
ve henchido de deleite. Cuando uno siente que viva o muera, que trabaje o
sufra, todo está bien, ¡cuán libre de cuidado está el corazón! Cuán divinamente
gozoso es saber que si uno perdiese toda su riqueza terrenal, el Señor
proveerá; que si uno es tentado, tentado grandemente, ¡con la tentación será
abierta la vía de escape! Cuando uno siente que todo está seguro, que todo está
seguro eternamente, todo asegurado para vida o muerte, yo les digo que esto
constituye vino añejo refinado, vinos purificados, y alguien que alcanza un
sorbo de esos vinos no necesita envidiar los banquetes celestiales de los
ángeles.
Este gozo nuestro se alzará algunas veces
a una elevación todavía más sublime, cuando es causada por la comunión con Dios. Los creyentes, mientras están entregados a la
oración y a la alabanza, al servicio y al sufrimiento, son capacitados por el
Espíritu Santo para sostener una larga plática con su Señor. No se imaginen que
el diálogo de Abraham con Dios fue un privilegio inusual. El padre de los
fieles no hizo sino disfrutar de lo que todos los fieles participan de acuerdo
a la gracia que les es dada. Nosotros le contamos nuestras aflicciones a Dios;
y discurrimos sobre nuestras aflicciones no en ficción, sino declarándolas en
una conversación real, como cuando un hombre habla con su vecino: mientras
tanto el Espíritu del Señor nos susurra con el silbo apacible y delicado de la
promesa tales palabras que calman nuestras mentes y guían nuestros pies.
Sí, y cuando nuestro Amado nos lleva a la
casa del banquete de la consciente comunión real con Él mismo, y agita el
pendón de amor sobre nosotros, nuestra santa dicha es sumamente superior a todo
júbilo meramente humano, como los cielos están lejos de la tierra. Entonces, en
verdad, hablamos y cantamos con un gusto sagrado, y sentimos como si pudiésemos
llorar de puro gozo de corazón, pues nuestro Amado es nuestro y nosotros somos
Suyos. Su izquierda está debajo de nuestras cabezas, y Su derecha nos abraza, y
nuestro único temor es que hubiera algo que afligiera a nuestro Amado y
provocara que ser retirara de nosotros; pues, ver Su faz y gustar de Su amor es
el cielo en la tierra y un exquisito gusto anticipado del cielo arriba. La comunión
con Cristo es como vino añejo refinado.
Pondremos sobre la mesa otra copa más, de
la cual pueden beber todo lo que quieran. Hemos provisto para ustedes los placeres de la esperanza, una
esperanza sumamente segura y firme, sumamente refulgente y gloriosa: la
esperanza de que lo que conocemos hoy será sobrepasado por lo que conoceremos
mañana; la esperanza de que, pronto, lo que ahora vemos por espejo,
oscuramente, será visto cara a cara. Cuando estemos en el cielo diremos como la
Reina de Sabá dijo en Jerusalén: “Ni aun se me dijo la mitad”. Estamos en
espera de un día venturoso cuando nos veremos liberados de la carga de este
crujiente tabernáculo, y estando ausentes del cuerpo, estaremos presentes al
Señor. Nuestra esperanza de la futura bienaventuranza es elevada y confiada.
¡Oh, la visión de Su rostro! ¡Oh, la visión de Jesús en Su exaltación! Oh, el
beso de Sus labios; la palabra, “Bien, buen siervo y fiel” proveniente de esa
amada boca y luego permanecer para siempre recostado en Su seno. Váyanse,
cuidados, váyanse, tristezas; si el cielo está tan cerca, ustedes no nos
molestarán. El mesón puede ser tosco y afectado de pobreza, pero nosotros sólo
somos viajeros, no somos inquilinos que dependen de un contrato. Este no es
nuestro lugar de reposo; ¡vamos camino a casa! Amados, en la expectativa de los
apacibles lugares de reposo en la tierra que fluye leche y miel, ustedes
encuentran vino añejo refinado.
Si no estuviéremos limitados de tiempo
esta mañana, como, ¡ay!, lo estamos, les habría recordado que estos goces del
creyente son antiguos en su origen, pues
el texto nos muestra eso. La expresión: vinos añejos es la que se pretende expresar por “vinos purificados”; han
estado en reposo durante largo tiempo y se les ha potenciado toda la virtud que
contienen, y han sido purificados de todo material ordinario.
¡En el Oriente, el vino es mejorado
almacenándolos todavía más que los vinos en Occidente! Con mayor razón, las misericordias
de Dios son más dulces para nuestras meditaciones debido a su antigüedad. Desde
toda la eternidad, o desde antes que la tierra fuera hecha, los compromisos del
pacto del amor sempiterno han estado descansando como vinos purificados, y hoy
nos traen las supremas riquezas de todos los atributos de Dios.
Les habría recordado también de la plenitud de su excelencia, porque el
vino añejo refinado mantiene su sabor, y retiene su aroma; y hay una plenitud y
riqueza en cuanto a las bendiciones de la divina gracia que las hacen muy
queridas para nuestros corazones. Los gozos de la gracia no son emociones
fantásticas, o destellos pasajeros de una excitación meteórica, antes bien,
están basados sobre una verdad sustancial; son razonables, adecuados y propios.
No pertenecen a las emociones espumosas y superficiales del mero sentimiento,
sino que son movimientos sinceros, solemnes y profundos, justificados por el
más preclaro juicio. Nuestra bienaventuranza no es de la espuma y de la oleada,
sino que mora en las cavernas más íntimas de nuestro corazón.
Les habría recordado de su naturaleza refinada. Ningún pecado se
mezcló con los gozos del Evangelio y los deleites de la comunión: están muy
bien purificados. Los gozos del Evangelio son sempiternos, hacen a los hombres
semejantes a los ángeles. Así como en el Evangelio Dios desciende a los
hombres, así por el Evangelio los hombres ascienden a Dios.
También habría podido mostrarles cuán absolutamente incomparables son las
provisiones de la gracia. No hay un festín comparable al del Evangelio, ninguna
comida semejante a la carne de Jesús, ninguna bebida como Su sangre, ningunos
goces como los que coronan el banquete del Evangelio.
II. No puedo decir nada más; la mesa está
puesta ante ustedes, y ahora hemos de proseguir con gran brevedad para notar EL
SALÓN DEL BANQUETE.
“En este monte”. Aquí hay una referencia
a tres cosas: el mismo símbolo conlleva tres interpretaciones. Primero,
literalmente, el monte sobre el que está construida Jerusalén. Yo no dudo que
la referencia sea aquí al collado sobre
el que está ubicada Jerusalén; la grandiosa transacción que fue cumplida en
Jerusalén sobre el Calvario ha preparado un gran banquete para todas las
naciones. Fue allí donde la cruz central sostuvo a Aquel que unió a la tierra y
al cielo en misteriosa unión; fue allí donde en medio de densas tinieblas el
Hijo de Dios fue hecho maldición por los hombres; fue allí que la aflicción
culminó para que el gozo fuera consumado. Sobre ese mismo monte en el que los
judíos y los gentiles se encontraron, y con clamorosa ira clamaron: “¡Sea
crucificado!”, fue allí, en la entrega del Unigénito, cuya carne es verdadera
comida, y cuya sangre es verdadera bebida, que el Señor hizo un banquete de
manjares suculentos. Todo aquello de lo que he hablado esta mañana es
encontrado en Cristo. Él es la resurrección y la vida: en Él somos
justificados, adoptados, y asegurados; cada gota de gozo que bebemos mana de
Sus fluyentes venas.
Un segundo significado es la iglesia. Frecuentemente Jerusalén es
usada como símbolo de la iglesia de Dios, y es bajo el palio de la iglesia que
es preparado el gran banquete del Señor para todas las naciones. Yo soy, en el
sentido más verdadero, un hombre convencido en la necesidad de la membresía de
una iglesia. En verdad, tengo el pleno convencimiento de ello; soy un adherente
sumamente resuelto a favor de la iglesia. Yo no creo en la salvación fuera del
palio de la iglesia. Yo creo que la salvación de Dios está confinada a la
iglesia, y únicamente a la iglesia.
“Pero”, -dirá alguno- “¿qué iglesia?”
¡Ay!, ese es el asunto: Dios no quiera que yo signifique con eso ya sea la
iglesia bautista o la iglesia independiente, o la iglesia episcopal, o la
presbiteriana, o cualquier otra: me refiero a la iglesia de Jesucristo, a la
compañía de los elegidos de Dios, a la comunión de los comprados con sangre, a
la familia de los creyentes, estén donde estén, pues para ellos es provisto el
banquete de manjares suculentos. Independientemente de la iglesia visible y
externa con la que se hubieren asociado, beberán los vinos purificados; pero el
banquete únicamente puede ser encontrado donde se encuentran quienes ponen su
confianza en Cristo. Sólo hay una iglesia en el cielo y en la tierra, compuesta
de hombres llamados por el Espíritu Santo, que son vivificados por Su poder
vivificador; y es por medio del ministerio de esta iglesia que un abundante
banquete es aderezado para todas las naciones, un banquete al que las naciones
son convocadas por heraldos elegidos, a quienes Dios llama para que proclamen
las buenas nuevas de salvación por Jesucristo.
Pero, hermanos, el monte significa,
algunas veces, la iglesia de Dios exaltada a su gloria del último día. Este
monte será más alto que los collados y correrán a él los pueblos. Este texto
tendrá su mayor cumplimiento en el día de la aparición de nuestro Señor y
Salvador Jesucristo. Entonces la gloria del Evangelio será revelada más
claramente que al momento presente. Los hombres tendrán una percepción más
plena de la gloria del Señor, y un gozo más profundo de Su gracia; a la vez, la
felicidad y la paz reinarán con una apacibilidad sin turbaciones. Pronto vendrá
la edad de oro que ha sido vaticinada desde tanto tiempo atrás, por la que
clamamos con expectación incesante. Que el Señor la envíe pronto y a Él sea
toda la alabanza.
III. En tercer lugar, pensemos en EL ANFITRIÓN
del banquete.
“Jehová de los ejércitos hará en este
monte a todos los pueblos banquete de manjares suculentos”. Observen bien la
verdad de que en el banquete del Evangelio no hay un solo platillo traído por
el hombre. El Señor lo hace, y lo
hace todo. Yo sé que algunos querrían traer consigo algo al banquete, algo por
lo menos por la vía de guarnición y de aderezos, de tal forma de tener una
participación del honor; pero eso no ha de ser, pues el Señor de los ejércitos
hace el banquete, y no permitirá que los invitados traigan sus propios vestidos
de bodas. Deben detenerse a la puerta y ponerse el manto que el Señor ha
provisto, pues la salvación es solamente por gracia de principio a fin, y toda
de Él, que es portentoso en obras, y que hace todas las cosas de conformidad a
los consejos de Su voluntad.
De todas las preciosas verdades que hablé
al principio de este sermón, no hay ni una sola que provenga de cualquier otra
fuente, excepto de la fuente divina; y de todos los goces que procuré dibujar
débilmente, no hay ni uno solo que surja de los manantiales de la tierra; todos
ellos fluyen de la eterna fuente.
El Señor prepara el banquete; y, observen
que lo hace también como Señor de los
ejércitos, como un soberano, como un gobernante, haciendo lo que quiere
entre los hijos de los hombres, preparando lo que quiere para el bien de Sus
criaturas, y constriñendo a quien Él quiera para que venga al banquete de bodas.
El Señor provee soberanamente como Señor de los ejércitos, y lo hace todo
suficientemente como Jehová. Se requería de la suficiencia absoluta de Dios
para proveer un banquete para los pecadores hambrientos. Nadie más que el
infinito “YO SOY” podría proveer un banquete lo suficientemente sustancial para
suplir las necesidades de espíritus inmortales; pero Él lo ha hecho, y ustedes
pueden adivinar el valor de las viandas por la naturaleza de nuestro anfitrión.
Si Dios pone la mesa del festín, no ha de ser despreciado; si el Señor ha
empleado toda la omnipotencia de Su eterno poder y Deidad preparando el
banquete para la multitud de los hijos de los hombres, entonces pueden estar
totalmente seguros de que se trata de un banquete digno de Él, un banquete al que pueden acudir con confianza, pues ha de ser
precisamente el banquete que sus almas requieren, y de naturaleza tal que el
mundo no vio nunca antes.
Oh alma mía, regocíjate en tu Dios y Rey.
Si Él provee el festín, ha de recibir toda la gloria por ello. “No a nosotros,
oh Jehová, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria.” Oh Rey inmortal, eterno,
invisible, Tú alimentaste a Tus hijos en el desierto con maná que bajó del
cielo, y con agua que brotó de una dura roca, y dieron gracias a Tu nombre;
pero ahora Tú nos llenas con alimento más noble. Ellos comieron el maná y
murieron, pero nosotros vivimos de pan inmortal, es decir, del propio Jesús, y,
por tanto, no podemos morir nunca. Ellos bebieron el agua que manó de la roca,
y, sin embargo, tuvieron sed de nuevo, pero nosotros no tendremos más sed, sino
que moraremos por siempre cerca de Ti, mientras el Cordero que está en medio
del trono nos alimentará, y nos conducirá a las fuentes vivas del agua. Por
tanto, ¡bendito sea Tu nombre, sí, mil veces bendito sea Tu nombre, oh Tú,
Altísimo! Que todo el cielo diga “Amén” a las alabanzas de nuestros corazones,
y que la multitud de Tus hijos aquí en la tierra, para quienes este banquete es
preparado, loen y magnifiquen y bendigan Tu nombre desde la salida del sol
hasta su ocaso.
IV. Por último, una palabra o dos sobre LOS
INVITADOS.
El Señor ha preparado el banquete “para
todos los pueblos”. ¡Cuán preciosa es esta palabra! “Para todos los pueblos”.
Entonces esto incluye no meramente al pueblo elegido, los judíos, de quienes
eran los oráculos, sino abarca a los pobres gentiles incircuncisos, que, por
Jesús, son atraídos. El bárbaro es invitado a este banquete; el escita no es
rechazado. El griego pulido encuentra una puerta abierta; el intrépido romano
se encontrará con una igual bienvenida. Los de la casa de César, si vinieran,
recibirán una porción, y lo mismo harán los hermanos del mendigo.
Bendito sea Dios por esa palabra, “a
todos los pueblos”, pues permite la empresa misionera en toda tierra; por
degradada que sea una raza, aquí encontramos una provisión hecha para ella.
Este banquete de manjares suculentos es preparado tanto para el Sudra como para
el Bramín; el Evangelio ha de ser predicado tanto para el degradado colono
australiano como para el chino civilizado. Reflexionen sobre esas palabras: “a
todos los pueblos”, y verán que incluyen a los ricos, pues hay un banquete de
manjares suculentos para ellos, del tipo que su oro no podría comprar nunca; y
también incluye a los pobres, pues siendo ellos ricos en fe, tendrán comunión
con Dios. “A todos los pueblos”. Esto incluye al hombre de sobrada inteligencia
y vasto conocimiento; pero igualmente comprende al hombre analfabeta que no
puede leer. El Señor hace este banquete “para todos los pueblos”; para ustedes, ancianos, pues si vienen a Jesús
encontrarán que Él es apropiado para ustedes; para ustedes, jóvenes y
señoritas, y para ustedes, pequeñitos, pues si ponen su confianza en el
Salvador designado por Dios, habrá mucho gozo y felicidad para ustedes.
¿Para todos
los pueblos? Me parece que si yo estuviera buscando ahora y no hubiese
asido a Cristo, estas palabras “todos los pueblos” serían un gran consuelo para
mí, porque proporcionan esperanza a todos aquellos que desean venir. Nadie ha
sido rechazado jamás de todos los que han venido alguna vez a Cristo y han
pedido misericordia. Todavía es cierto, “Al que a mí viene, no le echo fuera.”
Algunas personas muy singulares han venido a Él, algunas personas muy
perversas, algunas personas muy endurecidas, pero la puerta nunca fue cerrada
en la cara de nadie. ¿Por qué habría de comenzar Jesús algunos tratos duros
contigo? No podría, porque no puede cambiar. Si Él dice: “Al que a mí viene, no
le echo fuera”; conviértete en uno de esos: “al que a mí viene”, y no puede
echarte fuera.
Hay otro pensamiento, es decir, que entre
las tapas de la Biblia no hay mención de alguna persona que no pueda venir. No
se da ninguna descripción de una persona a quien se le prohíba confiar en
Cristo. Me gustaría que revisaran el libro completo, ustedes que sueñan que
Jesús los rechazará, y encuentren dónde se diga: “a tal individuo rechazaré; a
tal individuo desecharé.” Cuando encuentren una cláusula que rechace a alguien,
entonces tendrán un derecho para ser incrédulos, pero mientras no lo hagan les
imploro que no se atormenten innecesariamente. ¿Por qué sembrar dudas y temores
sin necesidad? Habrá abundancia de ellas sin necesidad de que se los fabriquen
ustedes mismos. No limiten aquello que el Señor no limita. Yo sé que Él tiene un
pueblo elegido; me regocijo en ello; yo espero que ustedes se regocijen en ello
un día; y yo sé que Su pueblo tiene estos manjares suculentos provistos para
ellos y únicamente para ellos; pero aun así, esto no está en conflicto con la
otra preciosa verdad de que quienquiera que crea en el Hijo de Dios tiene vida
eterna. Si tú crees en Jesucristo, todas estas cosas son tuyas.
Ven, pobre individuo tembloroso, la
trompeta de plata suena, y esta es la nota que resuena: “Vengan y sean
bienvenidos, vengan y sean bienvenidos, vengan y sean bienvenidos.” La trompeta
más severa de la ley que iba aumentando su sonido en extremo y por largo rato
en el Sinaí tenía esto por nota: “Señala límites al monte: que nadie se acerque
para que no muera.”
Pero la trompeta del Calvario resuena con
una nota opuesta; es: “¡Ven y sé bienvenido, ven y sé bienvenido, pecador, ven!
Ven tal como eres, pecador como eres, endurecido como eres, descuidado según
crees que eres, y sin poseer nada bueno de ningún tipo, ven a tu Dios en Cristo!”
Oh, que pudieras venir a Él, que entregó Su Hijo para que se desangrara en el
lugar del pecador, y arrojándote sobre lo que Cristo ha hecho, que resuelvas:
“Aunque perezca, confiaré en Él; aunque sea echado fuera, voy a apoyarme en
Él.” No perecerás, mas para ti habrá un banquete de manjares suculentos, de
pedazos escogidos con tuétano, y de vino añejo refinado. Que el Señor los
bendiga muy ricamente, por causa de Su nombre. Amén.
Porciones de la Escritura leídas antes
del sermón:
Isaías 25: 6-12, y 26: 1-13.
Traductor: Allan Román
17/Diciembre/2008
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