El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
Christus et Ego
(Cristo y Yo)
NO.
781
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive
Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de
Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”. Gálatas 2: 20.
“Estoy
crucificado con Cristo. Y vivo, ya no yo, sino que Cristo vive en mí…” Gálatas
2: 19, 20. Sagrada Biblia, Biblioteca de Autores Cristianos. (1).
En las grandes cadenas
de montañas hay elevados picos que horadan las nubes, pero, por otro lado, hay,
por aquí y por allá, partes más bajas de la cordillera que pueden ser transitadas
por los viajeros y que se convierten en carreteras nacionales que propician el
intercambio comercial entre las diversas tierras. Mi texto se yergue ante mi
contemplación como una majestuosa cadena de montañas, como una verdadera
cordillera de los Andes por su altura. Esta mañana no voy a intentar escalar las
cumbres de su sublimidad; no tenemos el tiempo y tememos que no tenemos la
habilidad para una obra de esa índole, pero, hasta donde mi capacidad me lo
permita, voy a guiarlos a través de una o dos verdades prácticas que podrían
ser de utilidad para nosotros esta mañana y podrían introducirnos a los
soleados campos de la contemplación.
I. Manos
a la obra en seguida. Les pido que observen muy cuidadosamente, en primer
lugar,
¿Cuántos pronombres
personales de la primera persona hay en este versículo? ¿Acaso no hay tantos
como ocho? Tiene una copiosa presencia de ‘yos’
y de ‘mis’. El texto no contiene
ningún plural; no menciona a nadie más, ni a una tercera persona ubicada lejos,
sino que el apóstol trata acerca de sí mismo, de su propia vida interior, de su
propia muerte espiritual, del amor de Cristo por él, y del gran sacrificio que Cristo realizó por él. “El cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”. Esto es instructivo, pues una señal distintiva de la religión
cristiana es que hace resaltar la individualidad de la persona. No nos hace
egoístas, por el contrario, nos cura de ese mal, pero con todo y eso,
manifiesta en nosotros una identidad mediante la cual nos volvemos conscientes,
de manera eminente, de nuestra individualidad personal. En los cielos nocturnos
se había observado desde hacía mucho tiempo brillantes masas de luz; los
astrónomos las llamaron “nebulosas”; suponían que eran depósitos de materia
caótica informe, hasta que el telescopio de Herschell las identificó como
distintas estrellas. Lo que hizo el telescopio con las estrellas, la religión
de Cristo lo hace con los hombres cuando la reciben en el corazón. Los hombres
se consideran como amalgamados con la raza, o sumergidos en la comunidad o
absorbidos por la humanidad universal; tienen una idea muy confusa acerca de
sus obligaciones independientes para con Dios y de sus relaciones personales
para con su gobierno, pero el Evangelio, cual telescopio, aísla al hombre
frente a sí mismo, lo hace verse como una existencia separada, y lo obliga a
meditar sobre su propio pecado, sobre su propia salvación y su propia
condenación personal, a menos que sea salvado por la gracia. En el camino
espacioso hay tantos viajeros que si se da un vistazo a vuelo de pájaro,
pareciera estar lleno de una vasta muchedumbre de hombres que avanza en desorden;
pero en el camino angosto y estrecho que conduce a la vida eterna, cada viajero
es único; atrae tu atención; es un hombre debidamente identificado. Teniendo
que ir en contra de la corriente general de los tiempos, el creyente es un
individuo sobre el cual se posan ojos observantes. Es un individuo distinto
tanto para él mismo como para el resto de los de su clase. Verás muy fácilmente
cómo la religión de Jesucristo hace que se destaque la individualidad de un
hombre desde sus albores; le revela
su propio pecado personal y el consiguiente peligro. Tú no sabes nada acerca de
la conversión si crees meramente en la depravación humana y en la ruina humana,
pero no has sentido nunca que tú eres
depravado, y que tú mismo estás
arruinado. Por encima de todas las calamidades generales de la raza, habrá un
infortunio particular que es de tu propiedad, si es que el Espíritu Santo te ha
convencido de pecado; tú clamarás, igual que aquel profeta de Jerusalén de voz
lastimera en los días del sitio: “¡Ay de mí!”; sentirás como si las flechas de
Dios te estuvieran apuntando principalmente a ti, y como si las maldiciones de
la ley caerán seguramente sobre ti si no cayeran sobre nadie más. Ciertamente,
querido oyente, no sabes nada acerca de la salvación a menos que hubieres mirado personalmente, con tus propios ojos,
a Jesucristo. Tienes que recibir personalmente al Señor Jesús en los brazos
de tu fe y en el pecho de tu amor; y, si no has confiado en el Crucificado
mientras has estado solo en contemplación al pie de la cruz, entonces no has
creído para vida eterna.
Luego, como consecuencia
de una fe personal e individual, el creyente goza de una paz personal; siente que si toda la tierra estuviera alzada
en armas, él aún encontraría reposo en Cristo, y ese reposo es peculiarmente
suyo, independientemente de sus compañeros. Puede hablarles de esa paz a otros,
pero no puede comunicarla; otros no pueden dársela, ni pueden quitársela.
Doquiera que la religión cristiana esté verdaderamente en el alma, pronto
conduce a una consagración personal a
Dios. El hombre se acerca al altar de Cristo, y exclama; “Heme aquí; oh Señor
sumamente glorioso, yo siento que mi culto racional es darte a Ti espíritu,
alma y cuerpo. Que otros hagan lo que quieran, pero yo y mi casa serviremos a
Jehová”. El hombre regenerado siente que la obra de otros no lo exonera del
servicio, y la tibieza general de la iglesia cristiana no puede ser una excusa
para su propia indiferencia. Él se destaca en la lucha en contra del error
incluso como un protestante solitario, si fuese necesario, como Atanasio, que
clamaba: “yo, Atanasio, en contra del mundo entero”; o trabaja para Dios en la
edificación de Jerusalén, como Nehemías, contentándose con trabajar solo si
otros no quieren ayudarle. Ha descubierto que estaba personalmente perdido, y
que ha sido salvado personalmente, y ahora su oración es: “Señor, muéstrame qué
quieres que yo haga; aquí estoy yo, envíame”. Yo creo que en la medida en que nuestra piedad esté
definitivamente en la primera persona del singular, será fuerte y vigorosa.
Además, creo que en la medida que comprendamos plenamente nuestra
responsabilidad personal para con Dios, será más probable que la cumplamos;
pero si no la hemos entendido realmente, es muy probable que soñemos en obrar
para Dios mediante un apoderado, en pagarle al sacerdote o al ministro para que
nos sean útiles, y que actuemos como si pudiésemos trasladar la responsabilidad
de nuestros propios hombros a la espalda de una sociedad o de una iglesia.
Desde sus albores hasta su gloria del mediodía, la personalidad de la verdadera
piedad es sumamente observable. Toda la enseñanza de nuestra santa fe lleva esa
dirección. Nosotros predicamos la elección personal, el llamamiento personal,
la regeneración personal, la perseverancia personal, la santidad personal, y no
conocemos ninguna obra de gracia que no sea personal para su profesante. No hay
ninguna doctrina en
Es muy común, también,
que las personas se escuden detrás de una sociedad. Una pequeña contribución
anual has sido con frecuencia un manto para una indiferencia crasa con respecto
al santo esfuerzo. A alguien más se le paga para que sea un misionero y
desempeñe tu labor de misión; ¿es ese el camino del Señor? ¿Es esa la senda de
la obediencia? ¿Acaso el Señor no me dice a mí: “Como me envió el Padre, así
también yo os envío”? Ahora bien, el Padre no envió a Cristo para que se
procurase un delegado y fuese un Redentor nominal, sino que Jesús se entregó a
Sí mismo por nosotros en un servicio y un sacrificio personales; de igual
manera Jesús nos envía para que suframos y sirvamos. Está bien apoyar al
ministro; está bien pagarle al misionero citadino para que pueda dedicarle su
tiempo a esa obra necesaria, está bien ayudar a la mujer que distribuye Biblias
para que pueda ir de casa en casa, pero recuerden que cuando todas las
sociedades hayan hecho todo lo que es posible, no pueden exonerarte de tu
propio llamamiento peculiar, y sin importar cuán grandes pudieran ser tus
contribuciones para ayudar a otros a servir al Señor, no pueden liberarte, a
nombre tuyo, de una sola partícula de lo que le debes personalmente a tu Señor.
Permítanme suplicarles, hermanos y hermanas, que si se han escudado alguna vez
detrás del trabajo de otros, comparezcan en su propio carácter, y recuerden que
delante de Dios han de ser valorados por lo que ustedes hayan sentido, lo que ustedes
hayan sabido, lo que ustedes hayan
aprendido, y lo que ustedes hayan hecho.
La peor forma de ese mal
es cuando las personas imaginan que la piedad familiar y la religión nacional
pueden estar disponibles alguna vez en lugar del arrepentimiento y la fe individuales. Absurdo como pudiera parecer, es algo muy
común que la gente diga: “¡Oh, sí!, todos nosotros somos cristianos. Por
supuesto que todos somos cristianos; cada inglés es un cristiano. Nosotros no
pertenecemos a los brahmanes o a los musulmanes; todos somos cristianos”. ¿Qué
mentira más burda que ésa puede inventar un hombre? ¿Es cristiano un hombre por
vivir en Inglaterra? ¿Acaso una rata es un caballo porque vive en un establo?
Ese es un razonamiento igual de bueno. Un individuo tiene que nacer de nuevo, o
no es un hijo de Dios. Un individuo tiene que tener una fe viva en el Señor Jesucristo,
o de lo contrario no es ningún cristiano, y no hace sino mofarse del nombre de
cristiano cuando lo asume sin tener parte ni suerte en el asunto.
Otro dicen: “mi madre y
mi padre profesaron siempre esa religión, y por tanto, yo estoy obligado a hacer
lo mismo”. ¡Es un glorioso razonamiento apropiado muy seguramente para los
idiotas! ¿No han oído nunca acerca de
aquel antiguo monarca pagano que profesaba la conversión, y que estaba a punto
de entrar en la fuente bautismal, cuando, volviéndose hacia donde estaba el
obispo, preguntó: “Adónde fue mi padre cuando murió, antes que la religión de
usted llegara aquí, y dónde fue su padre, y todos los reyes que fueron antes de
mí que adoraron a Odín y a Tor? ¿Adónde fueron cuando
murieron? ¡Dígamelo de inmediato! El obispo meneó su cabeza, y pareció muy
triste, y dijo que temía que se habían ido a un lugar muy tenebroso. “¡Ah!,
entonces” –dijo él- “yo no seré apartado de ellos”. Se regresó y siguió siendo
un pagano sin el bautismo. ¡Ustedes suponen que esta locura se extinguió en la
era del oscurantismo! Sobrevive y prolifera en el presente. Hemos conocido a
personas que se impresionaron con el Evangelio, quienes, no obstante, se
aferraron a las falsas esperanzas de la superstición o del mérito humano, y se han
excusado diciendo: “Mire, yo fui educado siempre de esa manera”. ¿Piensa un
hombre que porque su madre fue pobre, o su padre fue un indigente, él mismo
tiene que seguir siendo un mendigo? Si mi progenitor fue un ciego, ¿estoy
obligado a sacarme mis propios ojos para ser como él? No, pero si he
contemplado la luz de la verdad de Jesucristo, debo seguirla, y no he de ser
desorientado por la idea de que la superstición hereditaria sea menos peligrosa
o errónea porque una docena de generaciones hayan sido engañadas por ella. Tú
tienes que presentarte delante de Dios, mi querido amigo, con tus propios pies,
y ni madre ni padre pueden tomar tu lugar, por tanto, juzga por ti mismo; busca
la vida eterna; alza tus ojos a la cruz de Cristo personalmente, y que sea tu
serio empeño que tú mismo seas capaz decir: “Él me amó, y se entregó por mí”.
Todos nacemos solos; venimos a este mundo como tristes peregrinos para
recorrer un sendero que únicamente nuestros propios pies pueden hollar. En gran
medida vamos solos por el mundo, pues todos nuestros compañeros son sólo barcos
que navegan a nuestro lado, distintos barcos que llevan, cada uno de ellos, su
propia bandera. Nadie puede bucear en la profundidad de nuestros corazones. Hay
armarios en la alcoba del alma que nadie puede abrir sino solo el propio
individuo. Hemos de morir solos; los amigos pueden rodear el lecho, pero el
espíritu que parte ha de alzar solo el vuelo. No vamos a oír la pisadas de
miles conforme descendamos al negro río; seremos viajeros solitarios al adentrarnos
en la tierra ignota. Esperamos presentarnos delante del tribunal en medio de
una gran asamblea, pero todavía para ser juzgados como si nadie más estuviese
allí. Si toda esa multitud es condenada, y nosotros estamos en Cristo, seremos
salvos, y si todos ellos fuesen salvados, y somos hallados faltos, seremos
desechados. Cada uno de nosotros será colocado solo en las balanzas. Hay un
crisol para cada lingote de oro, un horno para cada barra de plata. En la
resurrección cada semilla recibirá su propio cuerpo. Habrá una individualidad
en el cuerpo que será resucitado en aquel día de portentos, una individualidad
sumamente marcada y manifiesta. Si yo soy condenado al final, nadie puede ser
condenado por mi espíritu; ninguna alma puede entrar en las cámaras de fuego a
nombre mío para soportar por mí la indecible angustia. Y, bendita esperanza, si
soy salvado, seré yo quien verá al
Rey en su hermosura; mis ojos lo verán, y no otro en mi lugar. Los gozos del
cielo no serán gozos a través de un sustituto, sino los disfrutes personales de
aquellos que han tenido una unión personal con Cristo. Todos ustedes saben
esto, y por tanto, yo les ruego que permitan que esa importante verdad
permanezca con ustedes. Ningún hombre cuerdo piensa que otro puede comer por él,
o beber por él, o vestirse por él, o dormir por él o despertarse por él. Nadie
está contento hoy en día con el hecho de que alguien más posea dinero por él, o
que posea una propiedad por él; los hombre anhelan poseer ellos mismos las
riquezas; desean ser felices personalmente, ser reconocidos personalmente; no
les importa que las buenas cosas de esta vida sean sólo nominalmente de ellos,
mientras otros hombres se aprovechan de las cosas reales; ellos desean tener un
dominio real y un control de todos los bienes temporales. Oh, no hagamos el
papel de tontos con las cosas eternas, sino que hemos de desear tener un
interés personal en Cristo, y luego aspiremos a darle a Él, que lo merece
tanto, nuestro servicio personal, entregando espíritu, alma y cuerpo a Su
causa.
II. En
segundo lugar, nuestro texto muy claramente NOS ENSEÑA EL ENTRELAZAMIENTO DE
NUESTRA PROPIA PERSONALIDAD CON
Lean el texto de nuevo:
“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en
mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual
me amó y se entregó a sí mismo por mí”. Ahí está el hombre, pero ahí está el
Hijo de Dios de manera igualmente conspicua, y las dos personalidades están
singularmente entrelazadas. Me parece ver dos árboles frente a mí. Son plantas
individuales que crecen una junto a la otra, pero al revisar su parte inferior,
observo que las raíces están tan entrelazadas y entrecruzadas que nadie puede
rastrear los árboles individuales y asignar los miembros de cada uno a su
propia unidad. Así son Cristo y el creyente. Me parece ver ante mí una vid. ¡Por
allá está un pámpano, único y perfecto como una rama; no ha de ser confundido
con ningún otro; es un pámpano -una rama entera y perfecta- y, sin embargo,
cuán perfectamente unido está al tallo, y cuán completamente su individualidad
está fusionada a la vid de la cual es un miembro! Ahora bien, lo mismo sucede
con el creyente en Cristo.
Hubo un progenitor que
arrojó su sombra a través de nuestra senda, y de cuya influencia no pudimos
escapar nunca. De todos los demás hombres hubiéramos podido tratar de zafarnos
y reclamar estar separados, pero este hombre en particular era parte de
nosotros mismos, y nosotros parte de él: se trata del primer Adán, en su estado
caído; estamos caídos en él, y estamos deshechos en su ruina. Y ahora, gloria
sea a Dios, como la sombra del primer hombre ha sido suprimida de nosotros,
aparece un segundo hombre, el Señor del cielo; y a través de nuestra senda se
derrama la luz de Su gloria y de Su excelencia, de la cual también, bendito sea
Dios, nosotros, los que creemos en Él, no podemos escapar; en la luz de ese
hombre -el segundo Adán, la cabeza federal celestial de todo Su pueblo- en Su
luz nos regocijamos. Entrelazadas con nuestra historia y personalidad están la
historia y la personalidad del hombre Cristo Jesús, y nosotros somos uno con Él
para siempre.
Observen los puntos de
contacto. Primero dice Pablo: “Con Cristo
estoy juntamente crucificado”; ¿qué pretende decir? Pretende decir
muchísimas cosas más de las que les podría mencionar esta mañana; pero,
brevemente, pretende decir esto: que él creía en la representación de Cristo en
la cruz; sostenía que cuando Jesucristo fue clavado en el madero, no pendió de
allí como una persona privada, sino como el representante de Su pueblo escogido.
Así como el representante de un distrito en
Amados, cuán bendito es
cuando el alma puede, por decirlo así, tenderse sobre la cruz de Cristo y
sentir: “estoy muerto; la ley me ha matado, me ha maldecido, me ha inmolado, y por
tanto soy libre de su poder porque en mi Fianza he llevado la maldición, y en
la persona de mi Sustituto ha sido ejecutado contra mí todo lo que la ley podía
hacer a manera de condenación, pues estoy crucificado con Cristo”. ¡Oh, cuán
bendito es cuando la cruz de Cristo es puesta sobre nosotros: cómo nos
resucita! Así como el anciano profeta subió y se tendió sobre el niño muerto,
poniendo su boca sobre la boca de él, y sus manos sobre las manos suyas, y sus
pies sobre los pies del niño, y luego el niño resucitó, del mismo modo cuando
la cruz es puesta sobre mi alma, me infunde vida, poder, calor y consuelo. La
unión con el Salvador sangrante y sufriente y la fe en el mérito del Redentor,
son cosas que reaniman el alma. ¡Oh, que tuviéramos más goce de esas cosas!
Pablo quiso decir todavía algo más que eso. No solamente creía en la muerte de
Cristo y confiaba en ella, sino que efectivamente sentía en su persona su
poder, el cual generaba la crucifixión de su vieja naturaleza corrupta. Si te
concibes como un hombre ejecutado, de inmediato percibes que siendo ejecutado
por la ley, la ley no tiene ningún reclamo adicional sobre ti; tú resuelves,
además, que habiendo probado una vez la maldición del pecado por la sentencia
dictada sobre ti, no caerás de nuevo en esa misma ofensa, sino que a partir de
ahora, siendo liberado milagrosamente de la muerte a la que la ley te llevó,
vivirás en vida nueva. Debes sentir eso si sientes debidamente. Así se veía
Pablo como un criminal sobre el que la sentencia de la ley ya había sido
cumplida. Cuando veía los placeres del pecado, decía: “no puedo disfrutarlos;
estoy muerto para ellos. Una vez tuve una vida en la que los pecados eran
dulces para mí, pero he sido crucificado con Cristo; por consiguiente, como un
muerto no puede tener ningún deleite en los goces que una vez fueron deleites
para él, tampoco puedo tenerlo yo”. Cuando Pablo miraba las cosas carnales del
mundo, decía: “Antes permitía que estas cosas reinaran sobre mí. ¿Qué comeré?
¿Qué beberé? ¿Y con qué me vestiré? Estas constituían una trinidad de preguntas
de suprema importancia; ahora no tienen ninguna importancia porque estoy muerto
para esas cosas; yo echo sobre Dios mi preocupación con respecto a ellas; no
son mi vida; estoy crucificado para ellas”. Sea cual sea la pasión, el motivo,
el designio que pudieran venir a nuestra mente, que no sea la cruz de Cristo,
deberíamos exclamar: “Lejos esté de mí gloriarme en alguna de estas cosas; yo
soy un hombre muerto. Vamos, mundo, con toda tu brujería; vamos, placer, con
todos tus encantos; vamos, riqueza, con todas tus tentaciones; vamos, todos
ustedes tentadores que han seducido a tantos; ¿qué pueden hacer con un hombre
crucificado? ¿Cómo pueden tentar a uno que está muerto para ustedes?” Ahora
bien, es un bendito estado mental cuando un hombre puede sentir que por haber
recibido a Cristo él es como alguien que está completamente muerto para este
mundo. Ni entrega su fortaleza a sus propósitos, ni su alma a sus costumbres,
ni su juicio a sus máximas, ni su corazón a sus afectos, pues es un hombre
crucificado a través de Jesucristo; el mundo ha sido crucificado para él, y él
para el mundo. Eso es lo que quiso decir el apóstol.
Noten a continuación
otro punto de contacto. Pablo dice: “Sin
embargo vivo”, pero luego se corrige a sí mismo: “y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Miren ustedes el lado muerto
de un creyente: está sordo, y mudo, y ciego, y sin sentimiento en cuanto al
mundo pecador, y no obstante, agrega: “Sin embargo vivo”. Explica cuál es su
vida: su vida es producida en él en virtud de que Cristo está en él y él está
en Cristo. Jesús es la fuente de la vida del cristiano. La savia de la vid vive
incluso en los más minúsculos zarcillos. No importa cuán diminuto pueda ser el
nervio, el experto en anatomía te dirá que la vida cerebral palpita en la
extremidad más distante. Lo mismo sucede en cada cristiano; aunque el cristiano
pudiera ser insignificante, y poseyese poca gracia, con todo, si es
verdaderamente un creyente, Jesús vive en él. La vida que mantiene en
existencia su fe, su esperanza y su amor proviene de Jesucristo, y únicamente
de Él. Nosotros cesaríamos de ser santos vivientes si no recibiéramos
diariamente una gracia proveniente de nuestra Cabeza del pacto. Como la fuerza
de nuestra vida viene del Hijo de Dios, entonces Él es el gobernador y el poder
motriz en nuestro interior. ¿Cómo puede ser cristiano alguien que es gobernado
por cualquiera que no sea Cristo? Si llamas a Cristo “Maestro y Señor”, tienes
que ser Su siervo; tampoco puedes rendir obediencia a ningún poder rival, pues
nadie puede servir a dos Señores. Tiene que haber un espíritu rector en el
corazón, y a menos que Jesucristo sea para nosotros ese espíritu rector, no
somos salvos del todo. La vida del cristiano es una vida que brota de Cristo, y
es controlada por Su voluntad.
Amados, ¿saben algo
respecto a esto? Me temo que es una plática insulsa para ustedes a menos que la
sientan. ¿Ha sido su vida así durante la semana pasada? ¿Ha sido la vida que
ustedes vivieron la de Cristo viviendo en ustedes? ¿Han sido esa vida como un
libro impreso con letras claras, en el que los hombres podrían leer una nueva
edición de la vida de Jesucristo? Un cristiano debería ser una fotografía
viviente del Señor Jesús, ser una impactante semejanza de su Señor. Cuando los
hombres lo miran deberían ver no sólo lo que es el cristiano, sino lo que es el
Señor del cristiano, pues debería ser como su Señor. ¿Has visto alguna vez y
has sabido que en el interior de tu alma Cristo mira por tus ojos a los pobres
pecadores y considera cómo pudieras ayudarles; que Cristo palpita en tu corazón,
sintiendo por los que perecen, temblando por aquellos que no quieren temblar
por ellos mismos? ¿Sientes alguna vez que Cristo abre tus manos en generosa caridad
para ayudar a quienes no pueden ayudarse a sí mismos? ¿Has sentido alguna vez
que un algo diferente de ti mismo estaba en ti, un espíritu que algunas veces lucha
contigo mismo, y te agarra por la garganta y amenaza con destruir tu egoísmo
pecaminoso; un espíritu noble que pone su pie sobre el cuello de la codicia, un
espíritu valeroso que arroja al suelo a tu orgullo, un espíritu activo y
ferviente que quema tu holgazanería? ¿No has sentido nunca esto? Ciertamente
nosotros que vivimos para Dios sentimos la vida de Dios en nuestro interior y
deseamos ser sometidos cada vez más al espíritu dominante de Cristo, para que
nuestra humanidad pueda ser un palacio para el Bienamado. Ese es otro punto de
contacto.
Prosiguiendo, el apóstol
dice, y yo espero que mantengan abiertas sus Biblias para leer el texto: “Y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en
la fe del Hijo de Dios”. La vida del cristiano debe ser cada momento una
vida de fe. Cometemos un error cuando procuramos caminar guiados por el
sentimiento o por la vista.
‘Soñé la otra noche,
mientras meditaba en la vida del creyente, que iba recorriendo un camino que un
llamamiento divino me había indicado. El sendero establecido que yo estaba
llamado a recorrer se extendía en medio de una densa oscuridad, y estaba desprovisto
por completo de algún rayo de luz. Cuando me encontraba sumido en la espantosa
oscuridad, incapaz de percibir ni una sola pulgada delante de mí, oí una voz
que me decía: “sigue caminando. No temas, antes bien, avanza en el nombre de
Dios”. Así que proseguí mi camino, apoyando temblorosamente primero un pie y
luego el otro. Después de un breve lapso el sendero sumido en la oscuridad se
tornó fácil y llano, por el uso y la experiencia; fue entonces que percibí que el
sendero torcía; no tenía caso que me esforzara para proceder como lo había
hecho antes; el camino era ahora tortuoso, y la senda áspera y pedegrosa; pero
yo recordé lo que se me había dicho que tenía que avanzar como pudiera, así que
seguí adelante. Entonces vino otro desvío, y luego otro, y otro, y otro, y yo
me preguntaba por qué, hasta que entendí que si el tramo del camino continuaba siendo
el mismo constantemente, me acostumbraría a él, y entonces caminaría guiado por
el sentimiento; y aprendí que la totalidad del camino sería siempre de tal
manera como para forzarme a depender de la voz conductora y a ejercer la fe en
el Invisible que me había llamado. De pronto me pareció como si no hubiera nada
debajo de mi pie cuando lo afirmé; con todo lo adelanté en la oscuridad en un
confiado atrevimiento, y he aquí, logré dar un paso firme, y otro, y otro,
mientras descendía por una escalera que bajaba cada vez más verticalmente.
Proseguí, sin poder ver ni una pulgada delante de mí, pero creyendo que todo
estaba bien, aunque podía oír en torno mío la estrepitosa caída de hombres y
mujeres que habían andado guiados por la luz de sus propias linternas, y que
habían perdido pie. Oí los gritos y los alaridos de hombres al momento de caerse
de esa horrenda escalera; pero yo tenía órdenes de seguir adelante, y seguí
directamente hacia adelante, resuelto a ser obediente aun si el camino
descendiera hasta el más profundo infierno. Pronto la horrenda escalera llegó a
un fin, y encontré una sólida roca debajo de mis pies, y caminé de frente sobre
una calzada elevada con una balaustrada a ambos lados. Entendí que esto era la experiencia
que había acumulado, que ahora podía guiarme y ayudarme, y yo me apoyé sobre
esa balaustrada y seguí caminando confiadamente hasta que, en un instante, mi
calzada elevada concluyó y mis pies se hundieron en el cieno, y en cuanto a mis
otros consuelos, los buscaba a tientas, pero se habían esfumado, pues todavía
debía saber que tenía que seguir dependiendo de mi invisible Amigo y el camino
sería siempre de tal manera que ninguna experiencia podría sustituir mi
dependencia de Dios. Siguiendo adelante me sumí en un cieno y en una inmundicia
con un humo sofocante y un olor como de humedad de muerte, pues era el camino, y se me había ordenado que lo
recorriera. Nuevamente la senda cambió, aunque todo era todavía medianoche; la
senda subía, y seguía subiendo, y subiendo, y subiendo, sin nada en ella donde
pudiera apoyarme; ascendí desfalleciente innumerables escalones, ninguno de los
cuales era visible, aunque el simple pensamiento de su altura podría hacer que
el cerebro vacilara. De pronto en mi senda irrumpió la luz -cuando desperté de
mi ensueño- y viéndolo desde lo alto, vi que todo era seguro, pero que era un
camino tal que si lo hubiese visto, no habría podido recorrerlo jamás. Sólo en
la oscuridad hubiera podido realizar mi misteriosa travesía; sólo con una
confianza infantil en el Señor. El Señor nos guía si estamos dispuestos a hacer
simplemente lo que Él nos pida. Apóyense en Él, entonces. He pintado un pobre
cuadro, pero aun así es uno que, si se dan cuenta, es grandioso para ser
contemplado’.
Caminar de frente, creyendo
en Cristo a cada instante, creyendo que los pecados de ustedes son perdonados
aun cuando ven su negrura, creyendo que están seguros cuando parecieran estar
en el mayor peligro, creyendo que han sido glorificados con Cristo cuando
sienten como si fuesen echados fuera de la presencia de Dios, esa es la vida de
la fe.
Además, Pablo nota otros
puntos de unidad. “El cual me amó”. Bendito
sea Dios porque antes de que los montes alzaran sus crestas coronadas de nieve
hasta las nubes, Cristo había puesto Su corazón en nosotros. Sus “delicias eran
con los hijos de los hombres”. En Su “libro estaban escritas todas aquellas
cosas que fueron formadas, sin faltar una de ellas”. Creyente, sujeta la
preciosa verdad que Cristo te amó eternamente; el todo glorioso Hijo de Dios te
eligió, y se desposó contigo, para que pudieras ser Su esposa a lo largo de la
eternidad. Tenemos aquí una bendita unión en verdad.
Observen lo que sigue, “Y se entregó a sí mismo por mí”; no
solo dio todo lo que tenía, sino que se entregó a Sí mismo; no hizo simplemente
a un lado Su gloria, y Su esplendor y Su vida, sino que entregó Su propia
persona. Oh heredero del cielo, Jesús es tuyo en este momento. Habiéndose
entregado una vez por ti sobre el madero para quitar tu pecado, se entrega a ti
en este momento para ser tu vida, tu corona, tu gozo,
tu porción, tu todo en todo. Has descubierto que eres una personalidad única, y
una individualidad, pero esa personalidad está ligada con la persona de Cristo
Jesús de manera que tú estás en Cristo y Cristo está en ti; por una bendita
unión indisoluble, ustedes están entrelazados por los siglos de los siglos.
III. Por
último, el texto describe
Si me tienen paciencia,
seré tan breve como pueda mientras reviso el texto de nuevo, palabra por
palabra. Hermanos, cuando un hombre descubre y se reconoce ligado a Cristo, su
vida es completamente una nueva vida. Yo
deduzco eso de la expresión “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no
vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Crucificado, entonces muerto; crucificado,
entonces la vieja vida es eliminada; cualquier vida que un crucificado tiene
debe ser una nueva vida. Lo mismo sucede con ustedes. Creyente, sobre tu vieja
vida ha sido pronunciada la sentencia de muerte. La mente carnal, que es
enemistad contra Dios, está condenada a muerte. Tú puedes decir: “muero
diariamente”. Ojalá que la vieja naturaleza estuviera completamente muerta.
Pero la vida que tienes no te fue dado sino hasta que entraste en unión con
Cristo. Es algo nuevo, tan nuevo como si hubieses muerto realmente y te hubieses
podrido en la tumba, y luego te hubieses levantado al sonido de la trompeta
para vivir de nuevo. Tú has recibido una vida de lo alto, una vida que el
Espíritu Santo obró en ti en la regeneración. Lo que es nacido de la carne, carne
es, pero tu vida de gracia no provino de ti mismo; tú has nacido de nuevo de lo
alto.
Tu vida es sumamente extraña: “He sido crucificado,
sin embargo, vivo”. ¡Qué contradicción! La vida del cristiano es un enigma sin
par. Ningún mundano puede comprenderla; incluso el propio creyente no puede
entenderla. La conoce, pero siente que resolver todos sus enigmas es una tarea
imposible. ¡Muerto, pero vivo; crucificado con Cristo, y no obstante, al mismo
tiempo resucitado con Cristo en una vida nueva! No esperes que el mundo te
entienda, cristiano, pues no entendió a tu Señor. Cuando tus acciones son tergiversadas
y tus motivos son ridiculizados, no te sorprendas. “Si fuerais del mundo, el
mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del
mundo, por eso el mundo os aborrece”. Si pertenecieras a la aldea, los perros
no te ladrarían. Si los hombres pudieran leerte, no se sorprenderían; es debido
a que estás escrito en una lengua celestial que los hombres no pueden
comprenderte y piensan que no vales nada. Tu vida es nueva; tu vida es extraña.
Esta vida maravillosa,
resultante en la amalgamada personalidad del Hijo de Dios y del creyente, es una vida verdadera. Esto es expresado en
el texto, “Sin embargo, vivo”, sí, vivo como nunca antes viví. Cuando el
apóstol se declara muerto para el mundo, no quisiera que nos imagináramos que
estaba muerto en el sentido más elevado y mejor; no, vivía con una nueva fuerza
y vigor vitales. Hermanos, cuando abrí los ojos al conocimiento de Cristo, me
parecía que yo era justo como una crisálida recién salida del capullo, yo
entonces comencé realmente a vivir. Cuando un alma se sobresalta con los
truenos de la convicción y recibe después el perdón en Cristo, comienza a
vivir. ¡El mundano dice que quiere ver la vida, y por tanto, se hunde en el
pecado! Necio como es, se asoma al sepulcro para descubrir la inmortalidad. El
hombre que vive verdaderamente es el creyente. ¿He de volverme menos activo por
ser cristiano? ¡Nunca tal acontezca! ¿Me volveré menos diligente y encontraré
menos oportunidades para la manifestación de mis energías naturales y espirituales?
¡Nunca tal acontezca! Si alguna vez un varón debe ser como una espada demasiado
afilada para la vaina con un filo que no puede ser embotado, debería ser el
cristiano; él debería ser como llamas de fuego que queman a su paso. Vivan
mientras vivan. No hay que desperdiciar ni malgastar el tiempo. Vivan de tal
manera que demuestren que poseen la más noble forma de vida.
Es claro, también, que
la nueva vida que Cristo nos trae es una vida de abnegación, pues agrega “y vivo, ya no yo”. La humildad mental es
parte y porción de la piedad. Él que puede recibir el reconocimiento para sí
mismo no conoce el espíritu de nuestra santa fe. Cuando el creyente ora mejor
dice: “Sin embargo, no yo, sino el Espíritu de Dios intercedió en mí”. Si ha
ganado almas para Cristo, dice: “No yo; fue el Evangelio; el Señor Jesús obró poderosamente
en mí”. “No a nosotros, oh Jehová, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria”.
La humillación de sí mismo es el espíritu innato del hijo de Dios
verdaderamente nacido de nuevo.
Además, la vida que
Cristo genera en nosotros es una vida de una
idea. ¿Está el alma del creyente gobernada por dos cosas? No, no conoce
sino una. Cristo vive en mí. ¿Hay dos residentes en la alcoba de mi alma? No, a
un Dios y Señor sirvo. “Cristo vive en mí”. Un antiguo teólogo deseaba poder
comer, y beber, y dormir vida eterna. ¡Vive tú así! ¡Ay! Yo lamento que vivo
demasiado en la vieja vida, y que Jesús vive demasiado poco en mí; pero si el
cristiano ha de alcanzar alguna vez la perfección -y que Dios nos conceda que
cada uno de nosotros pueda llegar tan cerca como sea posible a eso aun ahora- descubrirá
que el antiguo: “yo vivo”, es
reprimido, y la nueva vida a semejanza de Cristo reina suprema. Cristo tiene
que ser el único pensamiento, la única idea, el único pensamiento rector en el
alma del creyente. Cuando se despierta en la mañana, el creyente saludable se
pregunta: “¿Qué puedo hacer por Cristo?” Cuando está realizando su trabajo se
pregunta: “¿Cómo serviré a mi Señor en todas mis acciones?” Cuando gana dinero
se pregunta: “¿Cómo puedo usar mis talentos en favor de Cristo?” Si adquiere
educación, la pregunta es: “¿Cómo puedo invertir mi conocimiento en favor de
Cristo?”
Resumiendo lo mucho en
lo poco, el hijo de Dios tiene en su interior la vida de Cristo; pero, ¿cómo describiré eso? La vida de Cristo en la
tierra fue lo divino amalgamado con lo humano; así es la vida del cristiano;
hay algo divino en ella; es una simiente viva e incorruptible, que permanece
para siempre. Somos hechos partícipes de la naturaleza divina habiendo escapado
de la corrupción que está en el mundo gracias a la lascivia; sin embargo, nuestra
vida es una vida plenamente humana. El cristiano es un hombre entre los hombres;
en todo lo que exige valentía él se esfuerza por sobresalir, sin embargo, no es
como son otros hombres, pues lleva una naturaleza oculta que ningún simple
mundano entiende. Visualicen la vida de Cristo en la tierra, amados, y eso es
lo que la vida de Dios en nosotros debería ser, y lo será en la medida en que
estemos sujetos al poder del Espíritu Santo.
Noten además,
apegándonos al texto, que la vida que Dios obra en nosotros es todavía la vida de un ser humano. “Lo que ahora
vivo en la carne”, dice el apóstol. Esos monjes y monjas que huyen del mundo
por miedo a que sus tentaciones los venzan, deberían vencerlas, y los que se
recluyen para buscar una mayor santidad, son tan excelentes soldados como
aquellos que se retiran al campamento por miedo a ser derrotados. ¿Qué servicio
pueden prestar esos soldados en la batalla o esas personas en la guerra de la
vida? Cristo no vino para que nos hiciéramos monjes; Él vino para que nos
hiciéramos hombres. Él se propuso que aprendiéramos cómo vivir en la carne. No debemos renunciar al
trabajo ni a la sociedad, ni renunciar a la vida en ningún recto sentido. “Lo
que ahora vivo en la carne”, dice el apóstol. Mírenlo ocupado haciendo tiendas.
¡Cómo! ¿Un apóstol haciendo tiendas? ¿Qué opinarían ustedes, hermanos, si el
Arzobispo de Canterbury cosiera para ganarse el sustento? Es un oficio demasiado
humilde para un obispo del estado, ciertamente, pero no demasiado humilde para
Pablo. No creo que el apóstol haya sido jamás más apostólico que cuando recogía
ramas secas. Cuando Pablo y sus acompañantes naufragaron en Melita, el apóstol
era de mayor servicio que todo el sínodo pan-anglicano con sus sotanas de seda,
pues él se puso a trabajar como las otras personas para recoger combustible
para el fuego, pues quería calentarse como los demás, y entonces asumió su
parte de la tarea. De igual manera ustedes y yo debemos tomar nuestro turno en
la rueda. No debemos pensar en mantenernos alejados de nuestros semejantes como
si nos degradáramos por mezclarnos con ellos. La sal de la tierra debe ser bien
untada en los alimentos, y de igual manera el cristiano debe mezclarse con sus
semejantes, buscando su bien para la edificación. Somos hombres, y hacemos todo
lo que los hombres puedan hacer legítimamente; dondequiera que puedan ir ellos,
nosotros podemos ir. Nuestra religión no nos hace ni más ni menos humanos,
aunque nos coloca en la familia de Dios. Con todo, la vida cristiana es una vida de fe. “Lo que ahora vivo en
la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios”. La fe no es una pieza de
repostería que ha de ser colocada sobre las mesitas de la sala, o un vestido
que ha de ser usado los domingos; es un principio de trabajo, que ha de ser
usado en el establo y en el campo, en el taller y en la casa de cambio; es una
gracia para el ama de casa y el siervo; es para
Para concluir: la vida
que proviene de la personalidad amalgamada de Cristo y el creyente es una vida
de perfecto amor. “Él se entregó por
mí”. Por tanto, mi pregunta es: ‘¿Qué puedo hacer por Él?’ La nueva vida es una
vida de santa seguridad, pues, si
Cristo me amó, ¿quién podría destruirme? Es una vida de santa riqueza, pues, si Cristo entregó Su infinita persona por mí,
¿qué puedo necesitar? Es una vida de santo
gozo, pues, si Cristo es mío, tengo un pozo de santo gozo dentro de mi
alma. Es la vida del cielo, pues, si
tengo a Cristo, tengo lo que es la esencia y el alma del cielo.
Me he referido a
misterios de los que algunos de ustedes no han entendido ni siquiera una frase.
Que Dios les dé entendimiento para que puedan conocer la verdad. Pero si no la
han entendido, dejen que este hecho los convenza: no saben la verdad porque no
tienen el Espíritu de Dios, pues solo la mente espiritual entiende las cosas
espirituales. Cuando hablamos de la vida interior, les parecemos a quienes no
nos entienden como los que chochean y sueñan. Pero si me has entendido,
creyente, ve a casa y vive de la verdad, practica lo que sea practicable,
aliméntate de lo que está lleno de sabor, regocíjate en Cristo Jesús porque
eres uno con Él, y entonces, en tu propia persona, anda y sirve a tu Señor con
todo el esfuerzo que te sea posible y que el Señor te envíe Su abundante
bendición. Amén y amén.
Nota del traductor:
El título de este sermón
está en latín y hemos querido respetar eso. ‘Ego’ en latín significa
simplemente ‘yo’.
Traductor: Allan Román
18/Enero/2013
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