El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
Su Nombre: Padre
Eterno
NO.
724
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Padre Eterno”. Isaías 9: 6.
¡Cuán compleja es la
persona de nuestro Señor Jesucristo! Casi en el mismo aliento el profeta lo
llama un “niño”, y un “Consejero”, un “hijo” y el “Padre eterno”. Esta no es
ninguna contradicción, y ni siquiera es para nosotros una paradoja, antes bien,
es una colosal maravilla que Aquel que era un bebé fuera al mismo tiempo
infinito, que Aquel que era Varón de Dolores fuera a la vez Dios sobre todas
las cosas, bendito por los siglos; y que quien en
Entonces, queridos
amigos, si realmente deseamos entender la más excelente de todas las ciencias,
la ciencia de Cristo crucificado, debemos suplicarle al Señor mismo que sea nuestro
Rabí, y rogar que se nos permita sentarnos con María a los pies del Maestro. En
nuestra oración debemos pedir que “lo conozcamos”, y nuestro deseo debe ser que
“crezcamos en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador
Jesucristo”, pues “conocerlo a él es la vida eterna”, y ser instruidos por Él,
es “ser sabio para la salvación”.
El título que estamos
considerando es un tanto difícil. Hace algunos años les prediqué acerca de: “Su
nombre: Admirable”. Sentí que podía explayarme al respecto con facilidad.
Avanzamos hasta llegar a “Consejero”, y luego hicimos un alto durante un
tiempo. Posteriormente fuimos conducidos a predicar acerca de: “Dios fuerte”,
pero hemos tenido cierta desconfianza en cuanto a nuestra habilidad para
desentrañar este título específico, pues hay en él una profundidad que no somos
capaces de medir.
No puedo pretender
sumergirme esta mañana en los profundos abismos de la palabra, antes bien, sólo
puedo examinar ligeramente la corteza tal como la golondrina sólo pasa rozando
la superficie del mar. Carezco de la plata del vasto conocimiento y del oro del
pensamiento profundo; pero lo que tengo, lo compartiré con ustedes. Si mi
canasta no contiene nada más que un pan de cebada y unos cuantos pececillos,
pido al Señor de la fiesta que multiplique el alimento al partirlo, de tal
manera que haya el pan necesario para Su pueblo.
Es preciso observar de
entrada que el Mesías no es llamado aquí “Padre”, para evitar cualquier
confusión con quien es llamado preeminentemente: “EL PADRE”. El nombre propio
de nuestro Señor, en cuanto a
La luz del texto se
dispersa en tres rayos: Jesús es “Eterno”;
es un “Padre”; es el “Padre eterno”.
I. Primero,
Jesucristo es ETERNO. Podemos cantar acerca de Él con David: “Tu trono, oh Dios,
es eterno y para siempre”. Es un tema de grande regocijo para nosotros.
Regocíjate, creyente, en Jesucristo, que es el mismo ayer, y hoy, y por los
siglos.
Jesús fue siempre. El Bebé nacido en Belén fue
unido a
“Antes que el pecado naciera, o Satanás cayera,
Él condujo a las huestes de las estrellas del alba;
(Su generación, ¿quién la contará?,
¿Quién sabrá el número de Tus años?)”
En Su sacerdocio, Jesús,
como Melquisedec, “ni tiene principio de días, ni fin de vida”. Su linaje es
declarado así por Salomón: “Antes de los abismos fui engendrado; antes que
fuesen las fuentes de las muchas aguas. Antes que los montes fuesen formados,
antes de los collados, ya había sido yo engendrado; no había aún hecho la
tierra, ni los campos, ni el principio del polvo del mundo. Cuando formaba los
cielos, allí estaba yo; cuando trazaba el círculo sobre la faz del abismo;
cuando afirmaba los cielos arriba, cuando afirmaba las fuentes del abismo;
cuando ponía al mar su estatuto, para que las aguas no traspasasen su
mandamiento; cuando establecía los fundamentos de la tierra, con él estaba yo
ordenándolo todo, y era su delicia de día en día, teniendo solaz delante de él
en todo tiempo. Me regocijo en la parte habitable de su tierra; y mis delicias
son con los hijos de los hombres”. No piensen que el Hijo de Dios hubiere
comenzado a existir jamás.
“Antes que los cielos azules fueran extendidos a plenitud,
Desde la eternidad era
Él estaba con Dios;
Y ha de ser adorada divinamente”.
Si Él no fuera Dios
desde toda la eternidad, nosotros no podríamos amarlo tan devotamente; no
podríamos sentir que Él tuviera alguna participación en el amor eterno que es
la fuente de todas las bendiciones del pacto. Quien tiene una participación en
el propósito eterno, tiene que ser eterno. Puesto que nuestro Redentor era
desde toda la eternidad con el Padre, rastreamos el torrente del amor divino
hasta Él mismo, igualmente que con Su Padre y el Espíritu bendito. Fuimos
escogidos en Él desde antes de la fundación del mundo, y así en nuestra eterna
elección Él brilla gloriosamente. Lo bendecimos y alabamos y engrandecemos porque
el nombre de “Hijo” no implica ningún tiempo de nacimiento, o de generación, o
de comienzo, sino que sabemos que Él es tan eternamente el Hijo como el Padre
es eternamente el Padre, y tiene que ser considerado como Dios desde toda la
eternidad. Pues Él es “la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda la
creación. Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los
cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean
dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y
para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten”.
Así como nuestro Señor fue siempre, así también Él es el mismo por los siglos. Jesús no
está muerto; Él vive siempre para interceder por nosotros. Él no ha cesado de
existir; lo hemos perdido de vista, pero está sentado a la diestra del Padre.
Sobre Él leemos: “Y: Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra, y los
cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán, mas tú permaneces; y todos ellos
se envejecerán como una vestidura, y como un vestido los envolverás, y serán
mudados; pero tú eres el mismo, y tus años no acabarán”. Jesús es tan
ciertamente el YO SOY, como aquel Jehová que habló desde la zarza ardiente a
Moisés, en Horeb. ¡Él vive! ¡Él vive! Este
es el cimiento de su consuelo: “Porque él
vive, vosotros también viviréis”. “Por tanto, teniendo un gran sumo
sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra
profesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de
nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza,
pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para
alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”. Recurran a Él
en todos sus momentos de necesidad, pues Él está esperando para bendecirlos
todavía. Él ha sido hecho más sublime que los cielos, pero recibe todavía a los
pecadores, y quita eficazmente sus pecados; por lo cual “puede también salvar
perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para
interceder por ellos”.
Jesús, nuestro Señor, será por siempre. No podría ser llamado eterno si fuera de suponerse que un día ha
de dejar de existir. No, creyente; si Dios te da vida para cumplir tu jornada
completa de setenta años, encontrarás que Su fuente limpiadora está abierta
todavía y que Su sangre preciosa no ha perdido su poder; sabrás que el Sacerdote
que llenó la fuente sanadora con Su propia sangre, vive todavía para
purificarte de toda iniquidad. Cuando sólo quede pendiente de librarse tu
última batalla, descubrirás que la mano de tu Capitán vencedor no se ha
debilitado, ni su brazo se ha acortado; el Salvador viviente animará al santo
viviente. Y esto no es todo, pues cuando la muerte te haya arrebatado como con
torrente de aguas, y todos los hombres de tu generación hayan caído como hierba
debajo de la guadaña del segador, Jesús vivirá, y tú, arrebatado al cielo, lo
encontrarás allá teniendo el rocío de Su juventud; y cuando el ojo ardiente del
sol se apague con la edad, y las lámparas del cielo empalidezcan en una
medianoche eterna, cuando todo este mundo se derrita como se derrite el hielo
invernal ante la proximidad de la primavera, entonces descubrirás que el Señor
Jesús sigue siendo todavía el perenne manantial de gozo, y de vida y de gloria
para Su pueblo. ¡Que puedas extraer aguas vivas de este pozo sagrado! Jesús fue
siempre, siempre es, y será siempre. Él es eterno en todos Sus atributos, y en
todos Sus oficios, y en todo Su poderío, y fuerza, y deseo de bendecir,
consolar, guardar y coronar a Su pueblo elegido.
La conexión de la
palabra: “Padre”, con la palabra: “eterno”, nos permite comentar cabalmente que
nuestro Señor es tan eterno como el Padre, puesto que Él mismo es llamado:
“Padre eterno”, pues sin importar qué antigüedad pudiera implicar la
paternidad, aquí se le atribuye a Cristo. De acuerdo a nuestros conceptos
comunes, por supuesto, el Padre tiene que ser antes del Hijo, pero debemos
entender que los términos usados en
Es costumbre de los
orientales llamar a un hombre: ‘el padre’ de alguna cualidad para la cual él es
notable. Hasta este día, entre los árabes, un hombre sabio es llamado: “el
padre de la sabiduría”; un hombre muy insensato es llamado: “el padre de la
necedad”. La cualidad predominante en el hombre es atribuida a él como si fuera
su hija, y él, el padre de ella. Ahora, el Mesías es llamado aquí en el hebreo:
“el Padre de la eternidad”, con lo cual se quiere significar que Él es
preeminentemente el poseedor de la eternidad como un atributo. Tal como el giro
idiomático: “el padre de la sabiduría” implica que un hombre es preeminentemente
sabio, así, el término: “Padre de la eternidad” implica que Jesús es preeminentemente
eterno; que a Él, más allá y por encima de todos los demás, se le atribuye la
eternidad. Ningún lenguaje puede transmitir más vigorosamente a nuestras mentes
la eternidad de nuestro Señor Jesús. Es más, sin forzar el lenguaje, podría
decir que no únicamente la eternidad es atribuida a Cristo, sino que aquí se
declara que Él es su progenitor. La imaginación no puede captar eso, pues la
eternidad es algo que está más allá de nosotros; sin embargo, si la eternidad
pareciera ser algo que no puede tener progenitor, debe recordarse que Jesús es
tan cierta y esencialmente eterno, que Él es descrito aquí como la fuente y el
Padre de la eternidad. Jesús no es el hijo de la eternidad, sino su Padre. La
eternidad no lo dio a luz desde sus poderosas entrañas, sino que Él engendró a
la eternidad. La existencia independiente, autosustentable, increada y eterna
está con Jesús, nuestro Dios y Señor.
Entonces, en el sentido
más elevado posible, Jesucristo es: el “Padre eterno”. Voy a hacer sólo una
pausa de un minuto para extraer una deducción práctica de esta doctrina. Si,
entonces, nuestro Emanuel es eterno y vive para siempre, no pensemos nunca
acerca de Él como alguien muerto a quien hemos perdido o que ha dejado de
existir. ¿Qué podría ser una mayor aflicción que el pensamiento de un Cristo
muerto? Él vive, y vive para ocuparse
de nosotros. Él vive con todos los atributos que lo adornaron en la tierra, tan
gentil y amable y clemente ahora como lo era entonces.
Ven a Él, cristiano,
descansa en Él ahora, tal como si fuera visible en este lugar, y pudieras
contarle a Su oído tus aflicciones, y confesarle tus pecados a Sus pies. Él
está aquí espiritualmente; tus ojos no pueden verlo, pero la fe será una mejor
evidencia para ti que la vista. ¡Confíale tus cuidados! ¡Descansa en Él en tus
dificultades presentes!
Y tú, pobre pecador, si
Cristo estuviera sobre esta plataforma, ¿no querrías venir y tocar el borde de
Su vestido, y clamar: “Jesús, que Tus ojos compasivos me miren y cambien mi
corazón”? Bien, querido amigo, Jesús vive; Él es hoy el mismo que fue en las
calles de Jerusalén y aunque tus pies no puedan llevarte a Él, tus deseos
tomarán el lugar de tus pies; y aunque tu dedo no pueda tocarlo, tu confianza
hará las veces de una mano para ti. ¡Confía en Él ahora! Aquel, cuyo amor lo
condujo a morir, vive. Su sangre preciosa no puede perder nunca su poder.
Vengan ahora, vengan humildemente, y confíen en el “Padre eterno”.
II. En segundo lugar, llegamos
a la parte difícil del tema, es decir, que Cristo es llamado PADRE.
¿En qué sentido es Jesús
un Padre? Primero, la respuesta. Él es un Padre federalmente y representa a quienes están en Él, así como el jefe
de una tribu representa a sus descendientes. El apóstol Pablo llega en nuestra
ayuda aquí, pues en el memorable capítulo de Corintios habla de aquellos que
están en Adán, y luego habla de un segundo Adán. Adán es el padre de todos los
vivientes; él nos representó federalmente en el huerto, y federalmente cayó y
nos arruinó a todos. Él fue el representante por cuya obediencia habríamos sido
bendecidos, y a través de cuya desobediencia fuimos hechos pecadores. La
maldición de la caída viene sobre nosotros porque Adán estuvo en una relación
para con nosotros en la que ninguno de nosotros estamos para con nuestros
semejantes. Él fue nuestra cabeza representativa ¡y cuán grande caída hubo
cuando Adán cayó!, pues todos los que estábamos en sus lomos caímos en él. “En
Adán todos mueren”. Desde su día sólo ha habido otro padre, federalmente, para
la raza humana. Es cierto que Noé fue el padre de la presente raza de hombres,
pues todos provenimos de él; pero no hubo ningún pacto con Noé en el que él
hubiere representado a su posteridad, ni ninguna condición de obediencia por
medio de la cual habría podido obtener una recompensa para nosotros, ni ninguna
condición de desobediencia por cuyo quebrantamiento habríamos sido llamados a
dolernos. El único otro hombre que es un representante ante Dios es el segundo
Adán, el hombre Cristo Jesús, el Señor del cielo.
Hermanos y hermanas,
nosotros tristemente llamamos a Adán: ‘padre’, pues por él fuimos arrojados del
Edén y labramos la tierra con el sudor de nuestra frente; en aflicción nos
dieron a luz nuestras madres, y en aflicción hemos de ir a la tumba; pero
quienes hemos creído en Jesús, llamamos a otro hombre: ‘padre’, es decir, al
Señor Jesús; y decimos eso, no tristemente, sino gozosamente, pues Él ha
abierto las puertas de un mejor Paraíso; Él ha enjugado, espiritualmente, el
sudor de nuestros rostros provocado por el arduo trabajo, pues quienes hemos
creído, en efecto, “entramos en el reposo”; Él mismo ha soportado los dolores
que teníamos que sobrellevar por el pecado, Él tomó nuestras enfermedades y
soportó nuestras aflicciones, y venció a la propia muerte, la aflicción más
terrible, de tal manera que quien vive y cree en Él, no morirá jamás, sino que
saldrá de este mundo para entrar en la vida celestial.
La gran pregunta para
nosotros es: ¿estamos todavía bajo el antiguo pacto de obras? Si es así,
tenemos a Adán por nuestro padre, y bajo ese Adán morimos. Pero ¿estamos bajo
el pacto de gracia? Si es así, tenemos a Cristo como nuestro Padre, y en Cristo
seremos vivificados. La generación nos hace hijos de Adán; la regeneración nos
reconoce como hijos de Cristo. En nuestro primer nacimiento fuimos puestos bajo
la paternidad del hombre caído; en nuestro segundo nacimiento entramos bajo la
paternidad del Ser inocente y perfecto. En nuestra primera paternidad llevamos
la imagen del hombre terrenal; en la segunda recibimos la imagen del Hombre
celestial. A través de nuestra relación con Adán nos hicimos corrompidos y
débiles, y el cuerpo es depositado en el sepulcro en deshonra, en corrupción, en
debilidad y en vergüenza; pero cuando estamos bajo el dominio del segundo Adán,
recibimos fuerza, y vivificación y vida espiritual interior, y, por tanto,
nuestro cuerpo se levanta de nuevo como simiente sembrada que se eleva para una
gloriosa cosecha en la imagen del Hombre celestial, con honor, con poder, y
felicidad y vida eterna.
Entonces, en ese sentido
Cristo es llamado: ‘Padre’; y en la medida en que el pacto de gracia es más
antiguo que el pacto de obras, Cristo es, mientras que Adán no es, el “Padre
eterno”; y en vista de que el pacto de obras, en lo que a nosotros concierne,
pasa, habiendo sido cumplido en Él, y el pacto de gracia nunca pasa sino que
permanece para siempre, Cristo, como cabeza del nuevo pacto, el representante
federal de la gran economía de la gracia, es el “Padre eterno”.
En segundo lugar, Cristo
es un Padre en el sentido de un Fundador.
Ustedes saben, tal vez, o al menos recuerdan fácilmente que les mencioné
que los hebreos tienen la costumbre de llamar a un hombre: ‘un padre’ de la
cosa que inventa. Por ejemplo, en el cuarto capítulo de Génesis, Jubal es
llamado el padre de todos los que tocan arpa y flauta; Jabal fue el padre de
los que habitan en tiendas y crían ganados; no que éstos fueran literalmente
los padres de tales personas, sino que fueron los inventores de sus
ocupaciones. Jabal fue el primero en asumir una vida nómada en tiendas, y puso
el ejemplo de deambular con rebaños y manadas; y Jubal fue el primero en poner
sus dedos sobre las cuerdas musicales, y sus labios a flautas desde las cuales
el viento es soplado melodiosamente.
El Señor Jesucristo es,
en ese sentido, el Padre de un maravilloso sistema. Ahora, nuestro Señor
Jesucristo, quien sacó a luz la vida y la inmortalidad, e introdujo una nueva
fase de adoración en este mundo es, en ese sentido, un Padre: Él es el Padre de
todos los cristianos, el Padre del Cristianismo, el Padre del sistema entero
bajo el cual la gracia reina por medio de la justicia.
1. Jesús
es el Padre de un gran sistema doctrinal.
Todas las grandes verdades que tenemos el hábito de presentarles a sus
oídos como las preciosas verdades de Dios, que descendieron del cielo, clara y
poderosamente, brotaron de los labios de Jesús. Estas cosas habían sido insinuadas
débilmente en las ceremonias de la ley, pero Cristo, primero que nada, las puso
en letras claras de tal manera que quien corre puede leerlas. Prácticamente es
Jesús quien nos enseña la doctrina del amor que elige; es Cristo quien nos
revela la redención por la sangre; es Cristo el que revela la regeneración por
medio de la obra del Espíritu, diciendo claramente: “Os es necesario nacer de
nuevo”. Es Cristo quien revela la perseverancia de los santos. De hecho, no hay
ninguna doctrina del sistema cristiano que no esté claramente declarada a la
luz de Su propio Espíritu glorioso, por medio de Su enseñanza, de tal forma que
podemos llamarlo justamente ‘el Padre’ de ella.
Nuestro grandioso
Maestro es también el Padre de un gran sistema práctico. Si hubiere alguien en el mundo que “ame a su prójimo como
a sí mismo”, el Hombre de Nazaret es su Padre, pues, aunque la ley significaba
todo eso, los hombres no lo habían descubierto, sino que habían malinterpretado
la ley. “Ojo por ojo, diente por diente” era su versión de la ley; pero Cristo
viene y dice: “Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a
cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra”. Si
alguien puede sufrir con paciencia y puede devolver bien por mal, amontonando
ascuas sobre la cabeza de sus enemigos, ese hombre es un hijo de Cristo. Si los
hombres adoran a Dios en espíritu y no tienen ninguna confianza en la carne, si
no conocen ningún lugar santo, sino que reconocen cada lugar como santo donde
se encuentre un santo, ellos son los verdaderos hijos de Cristo, pues Él dijo:
“Los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren”. Él es el
Padre de la adoración espiritual. Ha sido una costumbre llamar a Sócrates el
“padre de la filosofía”, pero Jesús es el Padre de la filosofía de la
salvación; Galeno, es el “padre de la medicina”, y Jesús es el Padre de la
medicina de las almas; Herodoto es el “padre de la historia”; pero Jesús es el
Padre del cielo en la tierra. Él es el Padre del vivir desinteresado, del
verdadero amor a los hombres; Él es el Padre del perdonar a los propios
enemigos; es el Padre, de hecho, del sistema divino de la vida cristiana.
2. El
sistema de salvación reclama a Cristo como su Padre. ¿Quién dijo: “Por gracia
sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios”?
Quién sino el apóstol de este hombre: Cristo Jesús. ¿Quién les dijo a los
hombres que no era por obras de justicia que hubieren realizado, sino por el
mérito de Su pasión y Su vida que eran salvos? ¿Quién les reveló el camino de
fe a los hombres sino Cristo, es decir, la gran doctrina de: “Cree y vive”? Y
quienes la reciben pueden reclamar a Cristo como Padre. Él es el Padre de la fe
cristiana, una fe, hermanos míos, que, aunque ya ha hecho mucho para el mundo,
pues en la vieja Roma eliminó la luchas en el Coliseo y derribó a los dioses
bestiales del paganismo, y aunque está haciendo mucho por el mundo, incluso
ahora, ayudando a purificar el vasto establo de Augías de la humanidad, ha de
hacer más todavía; ha de eliminar la guerra, ha de destruir el error y ha de
regenerar a la raza humana. El Padre de este sistema purificador que es
doctrinal y práctico, y que ha obrado ya los mejores resultados para los
hombres, es el Señor Jesús, y puesto que fue ideado desde tiempos antiguos, y
será prolongado en tanto que el mundo permanezca, Él es llamado: el “Padre
eterno”.
3. Ahora,
hay un tercer significado. El profeta pudiera no haberlo entendido así, pero
nosotros así lo recibimos, que Jesús es, en tercer lugar, un Padre en el gran
sentido de Dador de Vida. Ese es el
principal sentido de “padre” para la mente común. Somos llamados a este mundo a
través de nuestros padres. Ahora es por Cristo que hay una comunicación de
energía divina para el alma; es a través de Él, a través de Su enseñanza, a
través del Espíritu que Él ha dado, a través de la sangre que ha derramado, que
la vida es otorgada a quienes estaban muertos en delitos y pecados. Aquel que
se sienta en el trono dice; “He aquí, yo hago nuevas todas las cosas”. “De modo
que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he
aquí todas son hechas nuevas”. “Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado
vida eterna; y esta vida está en su Hijo”. “Porque como el Padre levanta a los
muertos, y les da vida, así también el Hijo a los que quiere da vida. De
cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán
la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán. Porque como el Padre
tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo”.
Nosotros sabemos que por medio de Jesucristo nos es dada la vida. “En él estaba
la vida, y la vida era la luz de los hombres”. Él da el agua viva y luego es en
nosotros “una fuente de agua que salta para vida eterna”. Él es ese grano vivo
de trigo que arrojamos en el suelo para que muera, para que no se quede solo
sino que se convierta en una raíz que dé fruto, ese fruto que somos nosotros
ahora, recibiendo la vida de Él como el tallo recibe la vida de la semilla de
la cual brotó. Jesús es nuestro Padre en ese sentido. Es el Espíritu de Dios
quien vivifica operativamente al alma y nos hace vivir, pero el Evangelio de
Jesucristo es el conducto a través del cual obra el Espíritu, y Jesucristo es
la vida verdadera para nosotros. Recibiendo a Cristo recibimos la vida, y sin
Él no podemos tener vida. “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene
al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él”. Así como a
través de la energía de Adán este vasto mundo es poblado hasta que collado y
valle quedan cubiertos con una pululante población, así a través de la energía
vital de nuestro Señor Jesucristo, los llanos del cielo y las colinas
celestiales serán poblados por una multitud que nadie
puede contar. De cada dominio y pueblo, de toda lengua, bronceados por los calores
de la zona tórrida o congelados en medio de las escarchas del frígido norte,
Cristo encontrará a un pueblo al que otorgará Su vivificación, y vivirán por
medio de la energía de Su espíritu y Él será su Padre eterno. Es en este
sentido, debido a que esa vida es eterna y nunca puede extinguirse, que
Jesucristo es llamado el “Padre eterno”.
Todo en nuestro interior
llama a Cristo: “Padre”. Él es el autor y consumador de nuestra fe. Si lo
amamos, es porque Él nos amó primero. Si soportamos pacientemente, es por
considerar a “aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo”.
Él es quien riega y sustenta todas nuestras gracias. Podemos decir respecto a
Él: “Todas mis fuentes están en ti”. El Espíritu nos trae el agua de este pozo
de Belén, pero Jesús es el pozo mismo. ¡Brota, oh Pozo! ¡Brota, oh Pozo!
¡Divino Padre, bendito Jesús, demuestra tu Paternidad reviviendo otra vez
nuestras almas esta mañana de acuerdo a Tu palabra!
4. En
cuarto lugar, no creo que hayamos llegado al fondo de este título de “Padre
eterno”. El término implica que Jesucristo ha de ser en el futuro El Patriarca de una era. Muchos
traductores traducen el pasaje: “el Padre de la era futura”. Así lo entiende
Pope, en su famoso Poema del Mesías, y lo llama: “El prometido Padre de la era
futura”. Ha sido una costumbre de los hombres hablar de ‘eras’ como “la era del
cobre o del hierro”, y “la era del oro”. Nosotros estamos buscando siempre la
era del oro; el rostro del mundo está constantemente vuelto hacia ella; tanto,
que los charlatanes juegan con la ingenuidad de los hombres y les dicen cuándo
se aproxima la era del oro, y los trasquilan de sus centavos y de algunas de
sus libras esterlinas, bajo el concepto de que ellos pueden decirles algo de
los buenos tiempos que se aproximan. No saben absolutamente nada al respecto;
son ciegos guías de ciegos; pero ésto es claro para todo aquel que se interese
por verlo, es decir, que tal ‘era’ del oro vendrá,
que un período mucho más brillante de lo que pinta la imaginación amanecerá
para este pobre, oscurecido y esclavizado mundo. Yo soy siempre celoso con un
celo piadoso para que ustedes no olviden esta doctrina o la vomiten con asco,
debido a la vergonzosa manera en la que es constituida en mercancía por otros.
Hermanos, no calculen
ninguna fecha, ni se sienten a idear gráficas, antes bien estén satisfechos con
ésto en sus corazones, que habrá un reino y un reinado, y que en ese reinado no
habrá ninguna contienda que veje a las naciones, no habrá ninguna aflicción que
entristezca a la gente; en ese reino Jesús, el Rey, será conspicuo, y Su gloria
refulgente será la luz de todos los habitantes; será una Nueva Jerusalén
descendiendo del cielo, preparada por Dios como una esposa es preparada para su
esposo, digna de su Señor, y una adecuada recompensa para la corona de espinas,
para la flagelación de sus hombros, para la vergüenza, los escupitajos y la
cruz. Alcen la cruz muy en alto, hermanos míos, pues será alzada en alto. No hablen de Cristo con aliento reprimido,
pues Él viene para ser un Rey.
Ustedes, cristianos, aunque
sean despreciados y desechados de los hombres, no se consideren hombres de cuna
insignificante, pues “aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero
sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos
tal como él es”. Beban la copa de amargura gozosamente, porque pronto habrán de
beber vinos purificados; alegremente atraviesen la oscuridad, pues la mañana
despunta, el día amanece y las sombras huyen. Estén contentos con ser la
escoria de todas las cosas, pues un día, cuando los reyes se inclinen delante
de Él, y todas las naciones lo llamen
bienaventurado, ustedes participarán de Su honor, y serán como príncipes sobre
el trono con Él. Sí, Él ha de ser el Padre de una era futura. Los hombres han
llamado a ciertos grandes patriotas los padres de su país. Hoy hemos de llamar
a Cristo: el Padre de nuestro mundo. Oh Jesús, Tú has dado a la tierra algo
mucho mejor que una creación. Tú no sólo la formaste del caos dándole orden, y
luego la llevaste de la oscuridad a la luz, y de la muerte a la cálida vida y a
la belleza, sino que la has recuperado de algo peor que un caos prístino, y la
has salvado de una oscuridad peor que la penumbra primigenia, y una muerte más
horrible que las sombras primigenias. Tú has descendido a los abismos a los
cuales esta perla -el mundo- fue arrojada, y, como un vigoroso buzo, todas las
olas y las ondas han pasado sobre Ti, pero Tú has resurgido de nuevo trayendo
esta perla contigo, y ha de resplandecer en Tu corona perennemente cuando Tú
seas admirado por los ángeles y adorado por todos los espíritus creados. Esta
será la parte más dulce de su admiración y de su adoración, que Tú fuiste
inmolado y que nos has redimido para
Dios por Tu sangre, y, por tanto, a Ti sea la gloria por los siglos de los
siglos. Entonces Él será, en este sentido, el Padre de una era sempiterna.
5. Además
–pues el texto es muy prolífico- Cristo puede ser llamado Padre en el amoroso y tierno sentido del oficio de
un Padre. Aquí tengo un texto para mostrarles lo que quiero decir. Dios es
llamado el Padre de los huérfanos, y Job -yo pienso- dice de sí mismo que se
convirtió en un padre para los pobres. Ustedes saben de inmediato lo que eso
significa, por supuesto; quiere decir que él ejercía el oficio de un padre.
Ahora, aunque el Espíritu de adopción nos enseña a llamar a Dios: nuestro
Padre, no estaríamos forzando la verdad si decimos que nuestro Señor Jesucristo
ejerce la función de un Padre para todo Su pueblo. De acuerdo a la antigua
costumbre judía, el hermano mayor era el padre de la familia en la ausencia del
padre; el primogénito tenía prelación sobre todo y asumía la posición del
padre; así, el Señor Jesús, el primogénito entre muchos hermanos, ejerce para
nosotros el oficio de un padre. ¿No es así? ¿Acaso no nos ha socorrido en todo
tiempo de nuestra necesidad, como un padre socorre a su hijo? ¿Acaso no nos ha
suministrado algo más que pan celestial así como un padre da pan a sus hijos?
¿Acaso no nos protege diariamente, es más, acaso no entregó Su vida para que
nosotros, Sus pequeñitos, fuéramos preservados? ¿No dirá al final: “De los que
me diste, no perdí ninguno”? ¿Acaso no nos disciplina cuando se oculta de
nosotros, así como un padre disciplina a sus hijos? ¿Acaso no lo encontramos
instruyéndonos por medio de Su Espíritu, y conduciéndonos a toda la verdad? ¿No
nos ha dicho que no llamemos a nadie: ‘padre’ en la tierra, en el sentido que
Él ha de ser nuestro verdadero guía e instructor, y nosotros hemos de sentarnos
a Sus pies y reconocerlo como nuestro Rabí y nuestro Maestro con autoridad? ¿No
es Él la cabeza del hogar para nosotros en la tierra, permaneciendo con
nosotros, y acaso no ha dicho: “No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros”? Su
venida es la venida de un Padre. Entonces, si Él es un Padre, ¿acaso no le
honraremos? Si Él es la cabeza del hogar, ¿no le rendiremos obediencia, y no diremos
en nuestros corazones: “Otros señores han tenido dominio sobre nosotros, pero a
partir de ahora, a Ti, Padre eterno, rendiremos reverencia”? Si Él es en todos
estos sentidos el “Padre eterno”,
“Entonces adorémosle y reconozcamos Su derecho,
Toda gloria y poder, y sabiduría y grandeza,
Toda honra y bendición, con los ángeles arriba,
Y gracias incesantes por el infinito amor”.
III. Por
último, sopesamos las palabras: “PADRE ETERNO”. Ya les he explicado lo que eso
significa. Cristo es llamado: “Padre eterno” porque Él mismo, como Padre, no
muere ni deja vacante Su oficio. Él es todavía
Él es el autor de un sistema eterno. Conforme
miraba las palabras: “Padre eterno”, y pensaba en Él como el Fundador de un
sistema sempiterno, me dije: “¡Ah, entonces, la religión cristiana nunca
desaparecerá!” No es posible que la verdad según es en Jesús sea eliminada
jamás, si Él es el “Padre eterno”. Siento como si pudiera citar de nuevo al
maestro Hugh Latimer, cuando, teniendo presentaciones sucesivas con Ridley, le
dijo: “Ánimo, maestro Ridley, encenderemos una vela tan especial hoy en
Inglaterra que nunca será apagada”. ¡Mira a Cristo allá en la cruz! Él en
verdad encendió una vela tal en aquel día que nunca podrá ser apagada. Él es el
“Padre eterno”. Él echó a rodar aquel día, por decirlo así, un copo de nieve de
la verdad al morir en la cruz; y ustedes saben lo que el copo de nieve hace
sobre lo altos Alpes: tal vez el ala de un pájaro lo eche a rodar y entonces
recoge a otro copo y a otro y a otro, hasta que, al descender, se convierte en
una mole de nieve, y, gradualmente, conforme salta de peñasco en peñasco, se
vuelve más grande, y más grande y más grande, hasta que las pesadas moles de
hielo y nieve se apelmazan, y al final, con una terrible colisión estruendosa,
la avalancha rueda hacia abajo, llena el valle, y borra todo lo que encuentra;
de igual manera este Padre eterno en la cruz echó a andar una potente fuerza
que ha seguido abultándose y creciendo y aumentándose hasta llegar a ser un
pesada masa de poderosa enseñanza y el día vendrá cuando, como una irresistible
avalancha, caerá sobre los palacios del Vaticano y sobre las torres de Roma, y cuando
las mezquitas de Mahoma y los templos de los dioses serán aplastados bajo su
formidable peso, y el Padre Eterno habrá realizado la hazaña.
“Padre eterno”, por
último, porque Él es el Padre de la vida eterna de todo Su pueblo. Adán, tú
eres un padre, pero ¿dónde están tus hijos? ¡Si pudieras retornar a la tierra,
oh, madre Eva!, ¿dónde encontrarías a tus hijos? Me parece verla caminar de
arriba abajo alrededor de la tierra sin encontrar nada sino pequeños montículos
de hierba, montones de pasto, y algunas veces un valle remojado en roja sangre
donde sus hijos fueron muertos en batalla. ¡La oigo llorar por sus hijos; no
quiere ser consolada porque perecieron! Pero calla, madre Eva, ¿qué vida les
diste? ¿Qué vida fue esa que el padre Adán confirió a tus hijos e hijas? Vamos,
sólo una vida terrenal, una vida como la de una burbuja que estalló y
desapareció. Pero Jesús, cuando venga de nuevo, no encontrará muerto a ninguno
de Sus hijos, no encontrará perdido a ninguno de Sus hijos e hijas; porque Él
vive, ellos también viven, pues Él es el Padre eterno, y a quienes viven y
respiran a través de Él, los hace tener vida eterna. ¡Tres veces felices son
aquellos que tienen un interés en la verdad de nuestro texto!
Ahora, queridos oyentes,
¿puedo preguntarles si Cristo es un Padre eterno para ustedes? Hay otros
padres. Los judíos decían: “A Abraham tenemos por padre”, y hasta este día
ciertos teólogos enseñan que tenemos derechos de pacto gracias a nuestros
padres terrenales. Ellos creen en el pacto abrahámico muy a la manera de los
judíos. “A Abraham tenemos por padre”; por lo tanto tenemos derecho al
bautismo, por lo tanto somos miembros de la iglesia, somos “nacidos en la
iglesia”. Sí, he oído que dicen: “nacido en la iglesia”. No permitan que nadie
los engañe; esa no es la enseñanza de Cristo. “Os es necesario nacer de nuevo”.
Si no, aunque su madre fuera una santa en el cielo, y su padre un indudable
apóstol de Dios, no derivarían ninguna ventaja, antes bien, tendrían un mundo
de solemne responsabilidad por ese hecho, a menos que nacieren de nuevo. No se
digan por tanto: “A Abraham tenemos por padre”, pues Dios puede levantar hijos
a Abraham aun de las propias piedras.
Nosotros tuvimos un
notable ejemplo no hace mucho tiempo en este Tabernáculo, de cómo Dios bendice
algunas veces a los desechados y deja a algunos de ustedes, hijos de padres
piadosos, en la dureza de su corazón para que perezcan. Un hombre era conocido
en la aldea donde vive por el nombre de ‘Satanás’, debido a que era
completamente depravado. Era un marinero, y como otro marinero en ese pueblo
había sido el instrumento de la conversión de todos los marineros de un barco
que habían partido del pueblo, este hombre deseaba navegar con él para tratar
de despojarlo de su religión. Hizo lo mejor que pudo, pero falló notablemente;
y como se dio el caso de que venían a Londres, su amigo le preguntó si quería
asistir al Tabernáculo. A él no le importó venir a escucharme, pues da la
casualidad que yo crecí cerca del lugar donde él vivía. Este ‘Satanás’ vino
aquí un domingo por la mañana, cuando el texto que utilicé era sobre ‘el
asesinato del alma’, y él se sentó (algunos de ustedes lo vieron) y lloraba y
clamaba a gran voz debido al sermón, a un nivel tan alto de quebrantamiento,
que sólo podía decir: “La gente me está viendo, así que mejor me salgo”; pero
su compañero no le permitía que saliera, y aquel hombre, a partir de aquel día,
fue engendrado por el Padre eterno, y vive y camina en la verdad, siendo un
creyente sincero, y haciendo todo lo que puede para la divulgación del reino, y
siendo singularmente claro en su conocimiento doctrinal. He ahí un hombre que
había sido todo lo que era posible ser en el sentido de la maldad, y sin
embargo, Dios se encontró con él; y algunos de ustedes, que tienen a Abraham por
padre y que están emparentados con gente piadosa, se vuelven simplemente más
endurecidos a pesar de toda la predicación que han oído. ¡Que Dios tenga piedad
de ustedes y los salve! No deben contentarse con la paternidad carnal; obtengan
la paternidad espiritual que viene con Cristo.
Algunas otras personas,
tal vez, están diciendo en este día: “Bien, podemos confiar en nuestras buenas
obras”. Muy bien, entonces, Adán es
su padre y ustedes saben lo que les espera. Adán fue echado fuera del Paraíso y
ustedes nunca serán admitidos allí. Adán perdió todas sus esperanzas y ustedes
perderán las suyas. Sobre la base de la ley ninguna carne viviente será
justificada. ¡Ay!, me temo que muchas personas aquí tienen otro padre. ¿Cómo lo
expresa Cristo? “Vosotros sois de vuestro padre el diablo”, -dice- “pues hacéis sus obras”. No obras meramente de
pecado notorio en la forma de adulterio, impureza, robo y cosas parecidas, sino
que la oposición a Cristo es peculiarmente una obra del diablo, y la
incredulidad en Cristo es la obra maestra del demonio. Entonces, si no confían
en el Señor Jesús, no digan esta noche cuando se arrodillen junto a su cama:
“Padre nuestro que estás en los cielos”, pues su padre no está en el cielo sino
en el infierno. Acudan a la sangre de Jesús y pidan que puedan ser limpiados de
toda iniquidad, y entonces podrán decir por medio del Padre eterno: “Oh Dios,
Tú me has convertido en Tu hijo, y yo amo y beso Tu nombre”. Que Dios se agrade
en darles a todos ustedes Su bendición por Jesús. Amén.
Porción de
Traductor: Allan Román
14/Julio/2011
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