El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
El Galardón de
los Justos
NO.
671
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Cuando el
Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces
se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las
naciones; y apartará los unos de los otros, como
aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha,
y los cabritos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid,
benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la
fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me
disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me
cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí”. Mateo
25: 31-36.
Es sumamente benéfico
para nuestras almas que nos remontemos sobre este presente mundo malo y vayamos
a algo más noble y más bueno. El afán de este siglo y el engaño de las riquezas
tienden a ahogar todo lo bueno que hay en nosotros y hacen que nos pongamos inquietos,
que nos desanimemos y que nos volvamos, tal vez, arrogantes o carnales. Es
bueno que recortemos estas espinas y estas zarzas, pues no es probable que la simiente
celestial sembrada en medio de ellas produzca una cosecha, y yo no conozco una
mejor hoz para recortarlas que los pensamientos acerca del reino venidero.
En los valles de Suiza,
muchos de sus habitantes son deformes y pequeños de estatura y todos ellos
tienen una apariencia enfermiza, pues la atmósfera está cargada de emanaciones
nocivas y está encerrada y estancada. Atraviesas esos valles tan rápidamente
como puedes, y te alegra escapar de ellos. Pero allá arriba en la montaña,
encontrarás una raza robusta que aspira el claro aire fresco que sopla
procedente de las nieves vírgenes de los picos alpinos. Sería bueno para su
constitución física que los habitantes del valle pudieran abandonar con
frecuencia sus domicilios entre los pantanos y las febriles brumas, y pudieran
remontarse a la límpida atmósfera superior.
Es a una semejante
proeza de alpinismo que yo los invito esta mañana. ¡Que el Espíritu de Dios nos
lleve como sobre alas de águila para que podamos dejar atrás las nieblas del
miedo, las fiebres de la ansiedad y todos los males que se juntan en este valle
de la tierra, y nos remontemos a los montes de la dicha y de la bienaventuranza
futuras donde será nuestro deleite morar por todos los siglos! ¡Oh, que Dios
suprima ahora todo obstáculo para nosotros durante un rato, que corte las
cuerdas que nos retienen aquí abajo y que permita que nos remontemos a lo alto!
Algunos de nosotros posamos como águilas encadenadas a la roca, sólo que, a
diferencia de las águilas, comenzamos a amar nuestra cadena y estaríamos
renuentes a que se rompiera si se diera el caso. Ya que no podemos escapar de
inmediato de las cadenas de la vida mortal en cuanto a nuestros cuerpos, que
Dios nos conceda gracia ahora para que lo hagamos en cuanto a nuestros
espíritus y, como Abraham, dejando al cuerpo como un siervo al pie de la colina,
que nuestra alma ascienda a la cumbre del monte y tengamos allí comunión con el
Altísimo.
Mientras expongo mi
texto, voy a pedirles su atención esta mañana, primero, a las circunstancias que rodean a la recompensa de los justos; en
segundo lugar, a su porción; y en
tercer lugar, a las personas mismas.
I. Hay
MUCHA ENSEÑANZA EN LAS CIRCUNSTANCIAS CIRCUNDANTES.
Leemos: “Cuando el Rey venga en su gloria”. Pareciera,
entonces, que debemos esperar para recibir nuestro galardón hasta dentro de
algún tiempo. Como el asalariado, primero hemos de completar nuestro día, y
luego, al caer la noche, recibiremos nuestro denario. Demasiados cristianos
buscan un galardón presente por sus labores, y si encuentran el éxito, se
apegan a él como si ya hubiesen recibido su recompensa. Como los discípulos que
regresaron diciendo: “Señor, aun los demonios se nos sujetan”, ellos se
regocijan demasiado exclusivamente en la prosperidad del presente; el Maestro
les ordenó, en cambio, que no miraran al éxito portentoso como si fuera su
recompensa, pues ese podría no ser siempre el caso. Él les dijo: “No os
regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros
nombres están escritos en los cielos”. El éxito en el ministerio no es el
verdadero galardón del ministro cristiano. Es un anticipo, pero la paga todavía
está en espera. No debes considerar la aprobación de tus semejantes como la
recompensa de la excelencia, pues con frecuencia descubrirás que es lo opuesto;
te darás cuenta de que tus mejores acciones son malentendidas, y que tus
motivos son malinterpretados. Si estás buscando aquí tu recompensa, yo podría
advertirte con las palabras del apóstol: “Si en esta vida solamente esperamos
en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres”, porque
otros hombres sí reciben aquí su recompensa; incluso el fariseo recibe la suya:
“De cierto os digo que ya tienen su recompensa”, pero nosotros no tenemos
ninguna recompensa aquí. La porción del cristiano es ser despreciado y
desechado entre los hombres. No siempre gozará de buena reputación entre sus
compañeros cristianos. Ni siquiera de los santos recibimos una amabilidad sin
atenuación o un amor sin mezcla. Les digo que si buscaran su recompensa en la
propia Esposa de Cristo no la encontrarían; si esperaran recibir su corona de
manos de sus hermanos en el ministerio, que conocen sus esfuerzos y que deberían
identificarse con sus tribulaciones, se estarían equivocando. “Cuando el Rey
venga en su gloria”, entonces será el tiempo de su recompensa; pero no hoy, ni
mañana, ni en ningún momento en este mundo. No consideren alguna cosa que
consigan, o algún honor que ganen, como la recompensa por su servicio para su
Señor; eso está reservado para el tiempo “Cuando el Rey venga en su gloria”.
Observen con deleite a
la augusta persona cuya mano otorga la recompensa. Escrito está: “Cuando el Rey venga”. Hermanos, nosotros amamos
a los cortesanos del Rey; nos encanta ser contados entre ellos. No es algo
insignificante servir a Aquel cuya cabeza, “aunque una vez fue coronada de
espinas, es coronada ahora de gloria”. Pero es un pensamiento deleitable que el
servicio de recompensarnos no será asignado a los cortesanos. Los ángeles
estarán allí, y los hermanos del Rey estarán allí, pero el cielo no fue preparado
por ellos, ni puede ser otorgado por ellos. Sus manos no nos proporcionarán una
coronación; nos uniremos en sus cánticos, pero sus cánticos no serían una
recompensa para nosotros; nos inclinaremos con ellos y ellos con nosotros, pero
no será posible que ellos nos den la recompensa del galardón. Esa corona con
todas sus estrellas es demasiado pesada para que la cargue la mano de un ángel,
y la bendición es demasiado dulce para ser pronunciada incluso por los labios
seráficos. El propio Rey debe decir: “Bien, buen siervo y fiel”.
¿Qué dices a ésto, amado
hermano mío? Tú has sentido la tentación de confiar en los siervos de Dios, de
buscar la aprobación del ministro, la amable mirada de los padres y la palabra
de encomio de tu compañero de trabajo; valoras todas esas cosas y no te culpo;
pero podrían fallarte y por eso no debes considerar nunca que constituyan la recompensa. Tienes que esperar el
momento cuando venga el Rey, y entonces no serán ni tus hermanos, ni tus
pastores, ni tus padres, ni tus ayudadores, sino el propio Rey quien te dirá: “Venid,
benditos”. ¡Cómo endulza ésto al cielo! Será el propio don de Cristo. ¡Ésto
hace que la bendición sea doblemente bendecida! Será pronunciada por Sus labios
que gotean como mirra y fluyen con miel. Amados, es Cristo, quien una vez se
convirtió en una maldición por nosotros, quien nos dará la bendición. Degusten
ésto sobre sus lenguas como si se tratase de un bocadillo exquisito.
Es significativo el
carácter en el que nuestro Señor Jesús vendrá. Jesús será revelado
verdaderamente entonces como “el Rey”. “Cuando el Rey venga”. El servicio le fue prestado
a Él como Rey y, por tanto, es de Él, como Rey, de quien debe provenir la
recompensa; y así, sobre el propio umbral, surge una pregunta de autoexamen:
“Si el Rey no galardonará a los siervos de ningún otro príncipe, entonces, ¿soy
yo siervo Suyo? ¿Es mi dicha esperar en el umbral de Sus puertas, y sentarme
como Mardoqueo en los patios de Asuero, a la entrada de su puerta? ¿Dime, alma,
sirves tú al Rey?” No me refiero a
los reyes y reinas de la tierra; dejen que ellos tengan sus leales siervos como
súbditos; mas los santos son siervos del Señor Jesucristo, el Rey de reyes. ¿Lo
eres tú? Si no lo fueras, cuando el Rey venga en Su gloria no podrá haber
ninguna recompensa para ti. Yo anhelo reconocer en mi propio corazón el oficio
de rey de Cristo más de lo que lo he hecho jamás. Ha sido mi deleite predicarles
a Cristo agonizante en la cruz, y “Lejos esté de mí gloriarme, sino en la
cruz”; pero, para mi propia persona, yo quiero verlo en Su trono reinando en mi
corazón, teniendo el derecho de hacer lo que le agrade conmigo para alcanzar la
condición de Abraham, quien, cuando Dios le hablaba, aunque fuera para decirle
que ofreciera a su propio hijo Isaac, nunca hacía ninguna pregunta, sino que
decía simplemente: “Heme aquí”.
Amados, busquen conocer
y sentir el poder supremo del Rey, pues de otra manera, cuando venga, Él no los
reconocerá como siervos ya que ustedes no le han reconocido como Rey; y es únicamente
al siervo a quien el Rey puede darle el galardón del que se habla en el texto:
“Cuando el Rey venga”.
Prosigamos ahora.
“Cuando el Rey venga en su gloria”. Es
imposible concebir la plenitud de eso.
“El supremo ejercicio de la imaginación,
Se extingue en el asombro”.
Pero sabemos ésto –y es
lo más dulce que podemos saber- que si con Jesús hemos sido partícipes de Su
vergüenza, también seremos copartícipes con Él del lustre que le circundará.
Amado, ¿eres tú uno con Cristo Jesús? ¿Eres tú de Su carne y de Sus huesos?
¿Estás ligado a Él con una unión vital? Entonces tú estás hoy con Él en Su
vergüenza; tú has tomado Su cruz y has salido con Él fuera del campamento
llevando Su vituperio y tú estarás con Él, sin duda, cuando la cruz sea
intercambiada por la corona. Pero juzga tú mismo en esta mañana; si no estás
con Él en la regeneración, tampoco estarás con Él cuando venga en Su gloria. Si
tú te echaras para atrás estando en el lado oscuro de la comunión, no
entenderías su período refulgente y feliz, cuando el Rey venga en Su gloria y
todos Sus santos ángeles con Él. ¡Cómo!, ¿tiene ángeles con Él? Y sin embargo,
Él no llevó consigo a los ángeles, sino a la descendencia de Abraham. ¿Están
los santos ángeles con Él? Vamos, alma mía, entonces tú no puedes estar lejos
de Él. Si sus amigos y sus vecinos son reunidos para ver Su gloria, ¿qué
piensas tú, estando desposada con Él? ¿Estarás alejada? Aunque se trate de un
día de juicio, tú no podrías estar lejos de ese corazón que, habiendo admitido
a los ángeles a la intimidad, te ha admitido a ti en una unión. ¿Acaso no te ha
dicho, oh alma mía, “Te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en
justicia, juicio, benignidad y misericordia”? ¿Acaso no han dicho Sus propios
labios: “el amor de Jehová estará en ti, y tu tierra será desposada”? Entonces
si los ángeles, que no son sino los amigos y los vecinos, estarán con Él, es
abrumadoramente cierto que Su propia amada Hefzi-bá, en quien tiene todo Su
deleite, estará cerca de Él y será partícipe de Su esplendor. Cuando venga en
Su gloria, y cuando Su comunión con los ángeles sea claramente reconocida, será
entonces que Su unidad con Su Iglesia se volverá aparente.
“Entonces se sentará en su trono de gloria”. Aquí
tenemos una repetición de la misma razón por la cual ése debería ser tu tiempo
y mi tiempo para recibir el galardón de Cristo, si somos contados dentro de Sus
siervos fieles. Cuando Él se siente
en Su trono no sería apropiado que Sus propios seres amados estuvieran en el
cieno. Cuando Él estuvo en el lugar de la vergüenza, ellos estuvieron con Él, y
ahora que Él está sentado sobre el trono de oro, ellos tienen que estar también
con Él. No habría una unidad y la unión con Cristo sería un mero asunto de
palabras si no fuera cierto que cuando Él esté sobre el trono, ellos estarán
también en el trono.
Pero quiero que noten
una circunstancia particular con relación al tiempo de la recompensa. Es cuando Él aparte las ovejas de los cabritos.
Si yo fuera un hijo de Dios, no podría recibir mi galardón mientras
estuviera en unión con los perversos. Incluso aquí en la tierra, tú tendrás el
mayor disfrute de Cristo cuando estés más separado de este mundo; ten la seguridad
de que, aunque el sendero separado no parezca fácil -y ciertamente conllevará
para ti persecución y la pérdida de muchos amigos- es la caminata más feliz del
mundo. Ustedes, cristianos que se conforman, que pueden adentrarse en el júbilo
del mundo hasta un cierto grado, no podrían conocer nunca, en esa situación en
que se encuentran ahora, los gozos íntimos de quienes viven en solitaria pero
amorosa comunión con Jesús. Entre más te acerques al mundo, más lejos estarás
de Cristo, y yo creo que entre más íntegramente tu espíritu entregue una carta
de repudio a cada objeto terrenal sobre el cual pudiera posarse tu alma, más
íntima será tu comunión con tu Señor. “Olvida tu pueblo, y la casa de tu padre;
y deseará el rey tu hermosura; e inclínate a él, porque él es tu señor”. Es
significativo que no es sino hasta que el Rey ha separado las ovejas de los
cabritos que dice: “Venid, benditos”, y aunque los justos habrán gozado ya de
la felicidad como espíritus incorpóreos, con todo, como resucitados del sepulcro
en sus cuerpos, su dicha no estará plenamente cumplida hasta que el grandioso
Pastor haya aparecido para separarlos de todo tipo de asociación con las
naciones que olvidan a Dios, de una vez y para siempre, por una gran sima que
no puede ser atravesada.
Entonces, amados, si
juntamos todas estas circunstancias, se reducen a ésto: que la recompensa de
seguir a Cristo no es para hoy, que no se da entre los hijos de los hombres, que
no viene de los hombres y que ni siquiera proviene de los excelentes de la
tierra; tampoco es otorgada por Jesús mientras estemos aquí, sino que la
gloriosa corona de vida que la gracia del Señor dará a Su pueblo está reservada
para el segundo advenimiento: “Cuando el Rey venga en su gloria, y todos los
santos ángeles con él”. Esperen con paciencia, esperen con una expectativa
gozosa, pues Él vendrá, y bienaventurado será el día de Su advenimiento.
II. Ahora
tenemos que considerar el segundo punto:
Sí, amados, ustedes
serán eternamente el objeto de la complacencia divina, no en una comunión
secreta y oculta, sino que su estado y su gloria serán revelados delante de los
hijos de los hombres. Sus perseguidores crujirán sus dientes cuando vean que
ustedes ocupan lugares de honor a Su diestra, y ellos mismos, aunque fueron
mucho más grandes que ustedes en la tierra, estarán condenados a tomar el espacio
más humilde. ¡De qué manera Epulón se morderá en vano su lengua atormentada por
el fuego al ver a Lázaro, el mendigo que estaba sobre el muladar, siendo
llevado a sentarse a la diestra del Rey eterno e inmortal! El cielo es un lugar
de dignidad. “Allí seremos como los ángeles”, dice alguien, pero yo creo que
seremos incluso superiores a ellos. ¿Acaso no está escrito acerca de Aquel que
en todas las cosas es nuestro representante: “Todo lo pusiste debajo de sus
pies”? Incluso los propios serafines, tan ricamente bendecidos, ¿qué son ellos
sino “espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán
herederos de la salvación”?
Pero ahora pasemos a
considerar la bienvenida expresada por el juez. La primera palabra es: “Venid”. Es el símbolo del Evangelio. La
ley decía: “Id”; el Evangelio dice: “Venid”. El Espíritu lo dice en invitación;
Yo asevero ante ustedes
que mi alma se ha visto algunas veces tan llena de gozo que no podía aguantar
más cuando mi amado Señor le decía a mi alma: “Ven”, pues Él me ha llevado a la
casa del banquete y Su estandarte de amor ha ondeado sobre mi cabeza, y me ha
sacado del mundo con sus cuidados y sus temores y sus aflicciones y sus gozos,
y me ha llevado a lo alto, “a la cumbre de Amana, a la cumbre de Senir y de
Hermón”, donde se manifestó a mí. Cuando este “Ven” penetre tus oídos,
proveniente de los labios del Maestro, no estará la carne que pudiera
arrastrarte de regreso, no habrá indolencia de espíritu y no habrá ninguna
pesadez de corazón; entonces vendrás eternamente; no te remontarás para
descender de nuevo, sino que te remontarás más y más en un bendito ‘Excelsior’
(siempre arriba) por los siglos de los siglos. La primera palabra indica que el
cielo es un estado de comunión: “Venid”.
Luego sigue: “Venid, benditos”, lo cual es una clara
declaración de que se trata de un estado de dicha. No pudieran ser más
bienaventurados de lo que son. Han visto cumplido el deseo de su corazón, y
aunque sus corazones han sido ensanchados y sus deseos han sido expandidos por
entrar en el Infinito y por deshacerse de la influencias restrictivas de la
corrupción y del tiempo, con todo, aun cuando su deseo no conocerá límites,
tendrán toda la dicha que el mayor esfuerzo de sus almas pudiera concebir bajo
cualquier posibilidad. Ésto sabemos y es todo lo que sabemos: que son
supremamente bienaventurados. Ustedes pueden percibir que la bienaventuranza de
ellos no proviene de una dicha secundaria, sino de la grandiosa Fuente primaria
de todo bien. “Venid, benditos de mi Padre”. Beben del vino sin adulteración en
el propio lagar, donde brota gozosamente de racimos que revientan; ellos
arrancan frutos celestiales de las ramas inmarcesibles del árbol inmortal; se
sentarán junto al manantial y beberán de las aguas conforme broten con frescura
sin par desde las profundidades del corazón de
Noten, además, que según
las palabras utilizadas, es un estado en el cual reconocerán su derecho a estar
allí. Por tanto, es un estado de perfecta libertad, y apacibilidad e impavidez.
Es: “Heredad el reino”. Un hombre no
tiene miedo de perder lo que recibe por herencia. Si el cielo hubiera sido
sujeto de ganancia, podríamos haber temido que nuestros méritos no lo hubieran
merecido realmente y podríamos sospechar que un día pudiera ser emitida una ‘Enmienda
por Error’ y ser expulsados; pero nosotros en verdad sabemos de quién somos
hijos; sabemos de quién es el amor que alegra nuestros espíritus, y cuando
‘heredemos’ el reino, no entraremos en él como extranjeros ni forasteros, sino
como hijos que llegan a disfrutar de su patrimonio. Contemplando todas sus calles
de oro e inspeccionando sus muros de perla, habremos de sentirnos como en casa
en nuestro propio hogar, y sentiremos que tenemos un derecho real, no gracias
al mérito, sino a través de la gracia, en cuanto a todas las cosas que están
allí. Será un estado de bienaventuranza celestial; el cristiano sentirá que la
ley y la justicia están de su lado y que esos severos atributos lo llevaron
allí al igual que la misericordia y la compasión.
Pero la palabra
“heredad” implica aquí la plena posesión y el disfrute. Ellos han heredado en
un cierto sentido antes, pero ahora, al igual que el heredero que ha llegado a
la plena madurez y comienza a gastar su propio dinero y a cultivar sus propios
acres, así entran en su heredad. Todavía no hemos llegado al pleno desarrollo y
por eso no somos admitidos a la plena posesión. Pero esperen un poco. Esos
cabellos grises, hermanos míos, son señal de que ustedes están madurando.
Éstas, éstas, éstas guedejas mías de juventud me muestran, ay, que todavía
podría tener que esperar un poco más y, sin embargo, no sé si el Señor permita
que pronto duerma con mis padres; pero más tarde o más temprano, según Él lo
establezca, entraremos un día en posesión de la buena tierra.
Ahora, si es dulce ser
un heredero mientras se es menor de edad, ¿qué será ser un heredero cuando se
alcance la perfecta madurez? ¿Acaso no fue agradable cantar hace unos instantes
ese himno, y contemplar la tierra del deleite puro cuya eterna primavera y cuyas
flores inmarcesibles están justo al otro lado del río de la muerte? ¡Oh,
ustedes, dulces campos! ¡Ustedes, santos inmortales que se recuestan allí!
¿Cuándo estaremos con ustedes y nos quedaremos satisfechos? Si el mero
pensamiento del cielo embelesa al alma, ¿qué habrá de ser estar allá,
sumergirse hasta lo profundo en el torrente de la bienaventuranza, bucear sin
encontrar fondo y nadar sin encontrar orilla alguna? Sorber el vino del cielo,
como algunas veces lo hacemos, alegra nuestros corazones de tal manera que no
sabemos cómo expresar nuestro gozo; pero ¿qué será beber profundamente y beber
de nuevo, y sentarse por siempre a la mesa y saber que el festín no terminará
nunca y que las copas nunca estarán vacías, y que no habrá un vino de inferior
calidad que será presentado al final, sino que, si fuese posible, será mejor
todavía y todavía mejor en progresión infinita?
La palabra “reino”, que sigue a continuación,
indica la riqueza de la herencia de los santos. No es un estado despreciable, ni
un asilo de pobres ni un rincón feliz en la oscuridad. Oí decir a un buen
hombre que estaría contento con alcanzar un rincón detrás de la puerta. Yo no
lo estaría. El Señor dice que heredaremos un reino. No estaríamos satisfechos si heredáramos menos, porque menos
de eso no se adecuaría a nuestro carácter. “Nos hizo reyes y sacerdotes para
Dios”, y hemos de reinar por los siglos de los siglos, o de otra manera
seríamos tan desgraciados como unos monarcas depuestos. Un rey sin un reino es
un hombre infeliz. Si yo fuera un pobre siervo, un lugar de beneficencia sería
una bendición para mí, pues concordaría con mi condición y grado; pero si por
gracia soy constituido rey, he de tener un reino, o no habría alcanzado una
posición que estuviera al nivel de mi naturaleza. Quien nos hace reyes nos dará
un reino que se adecue a la naturaleza que nos ha otorgado.
Amados, esfuércense más
y más por alcanzar eso que el Espíritu de Dios les dará: un corazón de rey; no
se cuenten entre aquellos que están satisfechos y contentos con la miserable
naturaleza de la humanidad ordinaria. El mundo es para un espíritu
verdaderamente regio como la canica de un niño; esas relucientes diademas son
sólo juguetes infantiles para los reyes de Dios; las verdaderas joyas están
allá arriba; la verdadera riqueza del tesoro mira hacia abajo desde las estrellas.
¡No restrinjas a tu alma; no te limites! Obtén un corazón de rey; pídele al Rey de
reyes que te lo dé, y solicítale un espíritu de rey. Actúa regiamente en la
tierra para con tu Señor y para con todos los hombres por causa Suya. No vayan
por el mundo como hombres insignificantes en espíritu y en acción, sino como
reyes y príncipes de una raza superior a los que escarban la tierra, que están
de rodillas arrastrándose en el fango en pos de la tierra amarilla. Entonces,
cuando su alma sea regia, recuerden con gozo que su futura herencia será todo
lo que su alma regia ansíe en sus momentos más regios. Será un estado de
indecibles posesiones y de riqueza del alma.
De acuerdo a la palabra “preparado”, podemos percibir que se
trata de una condición de suprema excelencia. Es un reino preparado, y ha sido preparado por tan largo tiempo, y quien
lo prepara es tan portentosamente rico en recursos, que no tenemos la
posibilidad de concebir cuán excelente será. Si se me permitiera hablar así,
los dones comunes de Dios que Él descarta como si fueran nada, son invaluables;
pero ¿cuáles serán los dones sobre los que la mente infinita de Dios se ha
posado por los siglos de los siglos, para que alcancen el más excelso grado de
excelencia?
Mucho antes de que las campanillas
de Navidad resonaran, la madre estaba tan contenta pensando que su muchacho
vendría a casa después del primer trimestre que estuvo alejado por la escuela,
que de inmediato comenzó a preparar y a planear todo tipo de gozos para él. Bien
pueden ser felices las vacaciones de Navidad cuando la madre se las ingenia
para lograr que lo sean.
Ahora, de una manera
infinitamente más noble, el grandioso Dios ha preparado un reino para Su
pueblo; Él ha pensado: “ésto los complacerá, y aquello los bendecirá, y esta
otra cosa los hará superlativamente felices”. Él preparó el reino a la
perfección; y luego, como si eso no bastara, el glorioso hombre Cristo Jesús
subió de la tierra al cielo, y ustedes saben qué dijo cuando partió: “Voy,
pues, a preparar lugar para vosotros”. Nosotros sabemos que el Dios infinito
puede preparar un lugar apropiado para una criatura finita, pero las palabras
nos sonríen tan dulcemente al leer que Jesús mismo, quien es hombre y que, por
tanto, conoce los deseos de nuestros corazones, se ha involucrado en ello; Él lo ha preparado también. Es un reino
preparado para ti, sobre el cual se han posado los pensamientos de Dios para
hacerlo excelente “desde antes de la fundación del mundo”.
Pero no debemos
detenernos; es un “Reino preparado para vosotros”.
¡Observen eso! Yo debo confesar que no me gustan ciertas expresiones que
oigo a veces, que implican que el cielo está preparado para algunos que nunca
lo alcanzarán; que está preparado para aquéllos que serán conducidos, como
malditos, al lugar de tormento. Yo sé que hay una expresión sagrada que dice:
“No dejes que ningún hombre te arrebate tu corona”, pero eso se refiere a la
corona del éxito ministerial, más bien que a la corona de la gloria eterna. Una
expresión que zumbó en mis oídos la otra noche proveniente de los labios de un
cierto buen hombre, iba más o menos en este sentido: “Hay un cielo preparado
para todos ustedes, pero si ustedes no son fieles, no lo ganarán. Hay una
corona en el cielo reservada para ustedes, pero si no son fieles, se quedará
sin alguien que la lleve”. Yo no creo en eso; no puedo creerlo. Yo no creo que
la corona de la vida eterna que está reservada para los benditos del Padre,
será dada alguna vez a alguien más, o será dejada sin dueño. No puedo concebir
que haya coronas en el cielo sin que nadie se las ponga. ¿Piensas tú que,
cuando el número total de los santos esté completo, encontrarás en el cielo un
número de coronas que no fueron usadas? “¡Ah!, ¿para qué son esas coronas?
¿Dónde están las cabezas que se pondrán esas coronas? “¡Están en el infierno!”
Entonces, hermano, yo no tengo un particular deseo de estar en el cielo, pues
si la familia de Cristo no estuviere completa allí, mi alma sería desdichada y
estaría triste por su lamentable pérdida, porque yo estoy en unión con todos
ellos. Si un alma que creyó en Jesús no llegara allí, yo perdería el respeto
por la promesa y también el respeto por el Señor; Él ha de mantener Su palabra
a cada alma que descansa en Él. Si tu Dios ha llegado tan lejos como para preparar
de hecho un lugar para Su pueblo y ha hecho provisión para ellos y se ha visto
frustrado, Él no es un Dios para mí, pues yo no podría adorar a un Dios
frustrado. Yo no creo en un Dios así. Un ser así no sería Dios en absoluto. La
noción de frustración en Su preparativos eternos no es consistente con
“Preparado para vosotros
desde la fundación del mundo”. Aquí vemos que la elección eterna aparece antes
de que los hombres fueran creados, preparando una corona antes de que fueran
creadas las cabezas sobre las que irían. Y así Dios, antes de que los cielos
tachonados de estrellas comenzaran a brillar, había llevado a cabo el decreto
de la elección en una medida que será perfeccionada cuando Cristo venga para
alabanza de la gloria de Su gracia, “que hace todas las cosas según el designio
de su voluntad”. La nuestra, entonces, es una porción preparada para nosotros
desde toda la eternidad, de acuerdo a la elección de la gracia de Dios, una
porción apropiada para el carácter más excelso que podamos alcanzar jamás, que
consistirá en la cercanía con Cristo, en la comunión con Dios, y en la
permanencia eterna en un lugar de dignidad y felicidad.
III. Y
ahora me queda muy poco tiempo para decir lo que esperaba decir esta mañana
acerca de LAS PERSONAS QUE IRÁN ALLÁ.
Son reconocibles tanto
por un rasgo secreto como por uno público. Su nombre es: “benditos del Padre”; el Padre los escogió, entregó a Su
Hijo por ellos, los justificó por medio de Cristo, los preservó en Cristo Jesús,
los adoptó en la familia y ahora los recibe en Su propia casa. Tienen descrita
su naturaleza en la palabra
“heredad”. Nadie puede heredar sino los hijos; ellos han nacido de nuevo y han
recibido la naturaleza de Dios; habiendo escapado de la corrupción que hay en
el mundo a través de la lascivia, se han vuelto partícipes de la naturaleza
divina: son hijos. Es mencionada su asignación:
“heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo”. Su
nombre es: “benditos”, su naturaleza es la de un hijo, su asignación es dada
por el decreto de Dios.
Quisiéramos hablar un
minuto sobre Sus acciones o sus actos externos. Parecen haberse
distinguido entre los hombres por actos de caridad, los cuales no estaban
asociados de ninguna manera con ceremonias u observaciones externas. No se dice
que predicaron, pero algunos de ellos lo hicieron; no se dice que oraron; deben
de haberlo hecho, pues de lo contrario no habrían estado vivos espiritualmente.
Las acciones que son seleccionadas como su tipo, son acciones de caridad para
con los indigentes y los desamparados. ¿Por qué ellos? Yo creo que es debido a
que la audiencia general congregada
alrededor del trono sabría cómo apreciar esta evidencia de su naturaleza nacida
de nuevo. El Rey podría tener en un más alto concepto sus oraciones que sus
limosnas, pero la multitud no. Él habla como para ganar el veredicto de todos
los congregados. Incluso los enemigos no podrían objetar que llamara benditos a
quienes habían realizado esas acciones, pues si hay una acción que gana para
los hombres el consenso universal en cuanto a su bondad, es una acción de
servicio para los demás. En contra de ésto no existe ninguna ley. Nunca me he
enterado de algún estado en el que hubiese una ley contraria a vestir al
desnudo o a alimentar al hambriento. La humanidad detecta de inmediato la
virtud de alimentar al pobre, incluso cuando su conciencia está tan cauterizada
que no puede ver su propia pecaminosidad. Sin duda ésta es una razón por la
cual fueron escogidas esas acciones.
Y, además, pudieran
haber sido elegidas como evidencias de gracia, porque, como acciones, son un portentoso instrumento de separación entre el
hipócrita y el verdadero cristiano. El doctor Gill tiene la idea, y tal vez
tenga razón, de que éste no es un cuadro del juicio general, sino del juicio de
Ahora les voy a dar una
pequeña charla en un inglés muy claro que nadie podría dejar de entender.
Ustedes podrían hablar acerca de su religión hasta cansar sus lenguas, y
podrían lograr que otros les creyeran; podrían permanecer en
“Bien”, -dirá alguien-
“¿qué pueden hacer aquéllos que son tan pobres que no tienen nada que
obsequiar?” Amado hermano mío, fíjate, por favor, cuán hermosamente el texto se
ocupa de ti. Sugiere que hay algunas personas que no pueden dar de comer al
hambriento, ni vestir al desnudo, pero, ¿qué pasa con ellos? Pues bien, vean
que son las personas de quienes se dice: “mis hermanos”, que reciben la
bendición de la amabilidad, de tal manera que este pasaje consuela a los pobres
y de ninguna manera los condena. Algunos de nosotros
damos honestamente a los pobres todo lo que tenemos disponible y, entonces, por
supuesto, todo el mundo se nos acerca para pedirnos y cuando decimos: “Ya no
puedo realmente dar más”, alguien gruñe y pregunta: “¿y te consideras un
cristiano?” “Sí, lo hago, y si obsequiara el dinero de otras personas no
debería considerarme un cristiano; no debería considerarme un cristiano si
obsequiara lo que no tengo; debería llamarme más bien un ladrón, al pretender
ser caritativo cuando ni siquiera podría pagar mis deudas”. Yo siento una gran
lástima por aquellas personas que caen bajo la jurisdicción del Tribunal de Bancarrota;
no me refiero a los deudores, pues raras veces siento simpatía por ellos, pero siento una gran simpatía por los acreedores que pierden por
haber confiado en gente deshonesta. Si alguien dijera: “Voy a vivir más allá de
mis medios con el fin de obtener una buena reputación”, mi querido hermano,
comienzas mal y esa acción es, en sí misma, indebida. Lo que tienes que dar
tiene que ser lo que te pertenece. “Pero si lo hiciera tendría que pasar muchas
penurias”, dice alguien. Bien, ¡economiza! Yo no creo que haya ni la mitad de
placer en hacer el bien hasta que llegues al punto de pasar penurias. Este
comentario, por supuesto, es válido únicamente para aquéllos de nosotros que
contamos con medios moderados, que distribuimos nuestras limosnas y que pronto
llegamos al punto de experimentar estrecheces. Cuando comienzas a sentir:
“Ahora tengo que prescindir de eso; ahora tengo que restringirme en aquello
para hacer más bien”, ¡oh!, no podrías saberlo; es entonces cuando realmente
puedes sentir: “Ahora no he dado las sobras del queso ni los cabos de las velas
que no podría usar, sino que he cortado realmente una buena pieza de la barra
de pan para mi Señor; no le he dado los viejos mendrugos que se estaban poniendo
mohosos, sino que le he dado una pieza de mi propio pan diario, y me alegra hacerlo,
si así puedo mostrar mi amor por Jesucristo negándome a mí mismo”. Si estás
haciendo eso, si estás alimentando así a los hambrientos por amor a Jesús, y
vistiendo a los desnudos, yo creo que estas cosas son establecidas como pruebas
porque funcionan como unos benditos detectives entre los hipócritas y la gente
realmente piadosa.
Cuando leen la palabra
“porque” aquí, no deben entender que significa que su recompensa es debido a eso, sino que por ello queda
demostrado que son siervos de Dios; y así, aunque no lo ameritan debido a esas
acciones, con todo, esas acciones muestran que fueron salvados por gracia, lo
cual es evidenciado por el hecho de que Jesucristo realizó tales y tales obras
en ellos. Si Cristo no obrara tales cosas en ustedes, ustedes no tendrían parte
en Él; si ustedes no han producido tales obras como éstas, no han creído en
Jesús.
Ahora, alguien dirá:
“Entonces tengo la intención de dar a los pobres en el futuro con el objeto de
alcanzar esta recompensa”. Ah, pero tú estás muy equivocado si hicieras eso. El
duque de Burgundy era atendido por un hombre pobre, un súbdito muy leal, que le
llevó de regalo una gran raíz que había cultivado. Él era realmente un hombre
muy pobre, y cada raíz que cultivaba era de mucha trascendencia para él; pero
meramente como una leal ofrenda, le llevó a su príncipe la raíz más grande que
su pequeño huerto produjo. El príncipe estuvo tan complacido con la evidente
lealtad y afecto de aquel hombre, que le dio una gran suma de dinero. El
mayordomo pensó: “Bien, veo que ésto paga; como este hombre recibió cincuenta
libras por esa gran raíz, yo pienso que le haré un regalo al duque”. Entonces
compró un caballo y calculó que debería recibir a cambio diez veces el valor del
caballo, y lo presentó con esa intención; el duque, como un hombre sabio,
aceptó tranquilamente el caballo, y no le dio nada al codicioso mayordomo. Eso
fue todo.
Así dices tú: “Bien, allí
está un cristiano, y él es recompensado. Ha estado dando a los pobres y ha
estado ayudando a
Porción de
Traductor: Allan Román
23/Febrero/2011
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