El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
Una Santa Labor
para Navidad
NO.
666
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Y al verlo,
dieron a conocer lo que se les había dicho acerca del niño. Y todos los que
oyeron, se maravillaron de lo que los pastores les decían. Pero María guardaba
todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Y volvieron los pastores
glorificando y alabando a Dios por todas las cosas que habían oído y visto,
como se les había dicho”.
Lucas 2:
17-20.
Cada estación del año
tiene sus propias frutas: manzanas en el otoño, bayas de acebo para Navidad. La
tierra produce según el período del año, y todo lo que el hombre quiere debajo
del cielo tiene su hora. En esta época el mundo se dedica a congratularse y a
expresar sus buenos deseos por el bienestar de sus ciudadanos. Permítanme
sugerirles una labor complementaria y más sólida para los cristianos. Al pensar
hoy en el nacimiento del Salvador, debemos aspirar a un renovado nacimiento del
Salvador en nuestros corazones. Como Cristo ya ha sido “formado en nosotros, la
esperanza de gloria”, que podamos ser “renovados en el espíritu de nuestra
mente”. Que podamos ir de nuevo al Belén de nuestra natividad espiritual para
hacer nuestras primeras obras, para disfrutar de nuestros primeros amores y
para festejar con Jesús como lo hicimos en los días santos, felices y
celestiales de nuestros esponsales. Vayamos a Jesús con algo de esa frescura
juvenil y de ese supremo deleite que era tan manifiesto en nosotros cuando lo
miramos por primera vez. Hemos de coronarlo de nuevo, pues todavía está
adornado con el rocío de Su juventud, y sigue siendo “el mismo ayer, y hoy, y
por los siglos”.
Aunque los ciudadanos de
Durham no habitan lejos de la frontera escocesa -por lo que en tiempos antiguos
estaban a menudo expuestos a ser atacados- eran eximidos de los trabajos de la
guerra porque había una catedral dentro de sus muros y ellos estaban destinados
al servicio del obispo, siendo conocidos en tiempos antiguos con el nombre de
los “consagrados al santo servicio”. Ahora bien, nosotros que somos ciudadanos
de
Seleccioné este texto
esta mañana porque me pareció indicar cuatro maneras de servir a Dios, cuatro
métodos de realizar una santa labor y de ejercitar el pensamiento cristiano.
Cada uno de los versículos pone ante nosotros una manera diferente de prestar
un sagrado servicio. Algunos dieron a conocer la noticia y contaron a otros lo
que habían visto y oído; algunos se maravillaron con embeleso y asombro; una
persona, al menos, según el tercero de los versículos, ponderaba, meditaba y
pensaba en estas cosas; y otros, en cuarto lugar, glorificaron a Dios y lo
alabaron. No sé cuál de esos cuatro grupos rindió un mejor servicio a Dios,
pero pienso que si pudiéramos combinar todas esas emociones mentales y esos
ejercicios externos, tendríamos la seguridad de alabar a Dios de una manera
sumamente piadosa y aceptable.
I. Para
comenzar, entonces, en primer lugar encontramos que algunos celebraron el
nacimiento del Salvador DANDO A CONOCER lo que habían visto y oído, y
verdaderamente podemos decir que tenían
algo que valía la pena que se repitiera a los oídos de los hombres. Aquello
que los profetas y los reyes esperaron largamente, había llegado al fin, y les
había llegado a ellos. Habían encontrado la respuesta al enigma perpetuo.
Habrían podido correr a lo largo de las calles, con el antiguo filósofo,
gritando: “¡Eureka, eureka!”, pues su descubrimiento fue muy superior al de aquél.
No habían encontrado ninguna solución a un problema mecánico o a un dilema
metafísico, pero su descubrimiento no fue inferior a ningún descubrimiento de
algún valor real hecho jamás por los hombres, puesto que ha sido como las hojas
del árbol de la vida para sanar a las naciones, y como un río de agua de vida
para alegrar a la ciudad de Dios. Ellos habían visto a unos ángeles y los
habían oído entonar un cántico completamente nuevo e insólito. Habían visto
algo más que ángeles: habían contemplado al Rey de los ángeles, al Ángel del
Pacto en quien nos deleitamos. Habían oído la música del cielo, y cuando, cerca
de aquel pesebre, el oído de su fe hubo oído la música de la esperanza de la
tierra -una armonía mística que resonaría a lo largo de todas las edades- la
dulce y solemne melodía de los corazones se sintonizó para alabar al Señor, y el
glorioso oleaje del santo gozo de Dios y del hombre se fundió en una alegre
armonía. Habían visto al Dios encarnado: una visión que quien la contempla,
tiene que sentir que su lengua se suelta a menos que un pasmo indescriptible lo
dejase mudo. ¡Imposible quedarse callados habiendo visto ese espectáculo único!
Comenzaron a contar su inigualable historia a la primera persona que
encontraron fuera de aquella humilde puerta del establo, y no descansaron de
dar voces hasta que cayó la noche, diciendo: “¡Vayan y adórenle! ¡Vayan a
adorar a Cristo, el Rey recién nacido!”
En cuanto a nosotros,
amados, ¿acaso no tenemos también algo que relatar que demanda su expresión? Si
hablamos de Jesús, ¿quién podría acusarnos? Esto, en verdad, haría que se mueva
la lengua del que duerme: el misterio del Dios encarnado por nuestra causa que
se desangra y muere para que nosotros no nos quedemos exangües ni muramos; que
desciende para que nosotros podamos ascender, y que fue envuelto en pañales
para que podamos ser despojados de las vendas de la corrupción. Aquí tenemos
esa historia que es tan benéfica para todos los oyentes que quien la repita con
mayor frecuencia hace lo mejor, y que quien menos la divulgue tiene el mayor
motivo para acusarse de un silencio pecaminoso.
Ellos tenían algo que
contar, y ese algo contenía la inimitable
combinación que es la señal secreta y la regia marca de la autoría divina; un
inimitable maridaje de sublimidad y simplicidad. ¡Ángeles cantando,
cantando a unos pastores! ¡El cielo resplandeciente de gloria, refulgente a la
medianoche! ¡Dios! ¡Un Bebé! ¡El Infinito! ¡Un Infante de un palmo de altura!
¡El Anciano de Días! ¡Nacido de mujer! ¿Qué pudiera ser más sencillo que la
posada, el pesebre, un carpintero, la esposa de un carpintero y un niño? ¿Qué
pudiera ser más sublime que una “multitud de las huestes celestiales” que
despiertan con sus villancicos gozosos a la noche, y Dios mismo hecho
manifiesto en carne humana? Un niño no es más que un espectáculo ordinario;
pero qué maravilla es ver a
Hermanos, tenemos que
contar una historia muy sencilla y muy sublime. ¿Qué podría ser más simple?
“Crean y vivan”. ¿Qué podría ser más sencillo? “Dios estaba en Cristo
reconciliando consigo al mundo”. Un sistema de salvación tan maravilloso que a
las mentes angélicas no les queda sino adorar al meditar en eso; y, con todo,
tan sencillo que los niños en el templo pueden cantar apropiadamente himnos a
sus virtudes, cuando entonan: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del
Señor!” ¡Cuán espléndida combinación de lo sublime y lo sencillo tenemos en la
grandiosa expiación ofrecida por el Salvador encarnado! ¡Oh, den a conocer a
todos los hombres esta verdad salvadora!
Los pastores no necesitaron
ninguna excusa para divulgar el anuncio del nacimiento del Salvador por todas
partes, pues recibieron del cielo lo que
contaron. Sus nuevas no fueron susurradas a sus oídos por oráculos
sibilinos ni salieron a luz por una investigación filosófica; no fueron
concebidas poéticamente ni fueron encontradas como un tesoro descubierto entre
los volúmenes de la tradición, sino que les fueron reveladas por aquel notable
predicador del Evangelio que dirigió a las huestes angélicas y dio testimonio
diciendo: “Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo
el Señor”.
Cuando el cielo confía a
un hombre una misericordiosa revelación, ese hombre queda obligado a entregar a
otros las buenas nuevas. ¡Cómo!, ¿guardar en secreto la declaración que hace la
eterna misericordia para embelesar al aire de medianoche? ¿Para qué propósito
fueron enviados los ángeles, si el mensaje no fuera divulgado ampliamente? De
acuerdo a la enseñanza de nuestro propio amado Señor no debemos quedarnos
callados, pues Él nos ordena así: “lo que habéis oído en secreto, eso han de
revelar en público; y lo que he hablado al oído en los aposentos, se proclamará
en las azoteas”.
Amados, ustedes han oído
una voz del cielo; ustedes, que han nacido dos veces y que han sido engendrados
a una esperanza viva, han oído al Espíritu de Dios dándoles testimonio de la
verdad de Dios y enseñándoles acerca de cosas celestiales. Entonces, ustedes
han de guardar esta Navidad transmitiéndoles a sus semejantes lo que el propio
Espíritu santo de Dios ha considerado apropiado revelarles.
Pero aunque los pastores
dieron a conocer lo que habían oído del cielo, recuerden que también ellos hablaron de lo que habían visto aquí
abajo. Mediante la observación ellos se habían apropiado muy firmemente de
aquellas verdades que les habían sido comunicadas por revelación. Nadie puede
hablar de las cosas de Dios, exitosamente, a menos que la doctrina que
encuentra en el libro la encuentre también en su corazón. Tenemos que bajar y
aclarar el misterio, y conocer su poder práctico en el corazón y en la
conciencia, gracias a la enseñanza del Espíritu Santo.
Hermanos míos, el
Evangelio que predicamos nos es revelado muy seguramente por el Señor pero,
además, nuestros corazones han probado y comprobado, han asido, han sentido y
han absorbido su verdad y su poder. Si bien no hemos sido capaces de entender
sus alturas y sus profundidades, hemos sentido su poder místico en nuestro
corazón y en nuestro espíritu. Nos ha revelado más claramente el pecado y nos
ha revelado nuestro perdón. Ha eliminado el poder reinante del pecado. Nos ha
dado a Cristo para que reine en nosotros y al Espíritu Santo para que more en
nuestros cuerpos como en un templo. Ahora tenemos
que hablar. Yo no quiero exhortar a ninguno de ustedes a que hable de
Jesús, si meramente conoce
Esos pastores eran seres
desprovistos de instrucción. Podría
garantizarles que eran incapaces de leer algún libro; no hay ninguna
probabilidad de que ni siquiera conocieran una sola letra. Eran pastores, pero
predicaban muy bien, y, hermanos míos, prescindiendo de lo que algunos pudieran
pensar, la predicación no ha de estar restringida a esos cultivados caballeros
que han obtenido sus títulos en Oxford o en Cambridge, o en cualquier
institución de nivel superior o universidad. Es verdad que la educación no es
necesariamente un impedimento para la gracia y pudiera ser un arma muy
apropiada en una mano diestra, pero la gracia de Dios ha sido glorificada a
menudo por la manera clara y sencilla en la que hombres desprovistos de
instrucción han entendido y proclamado el Evangelio. No me importaría pedirle
al mundo entero que encuentre a un Maestro en Artes, actualmente vivo, que haya
traído más almas a Cristo Jesús que Richard Weaver. Si todo el colegio
episcopal hubiera hecho una décima parte de lo que ese hombre solitario ha
hecho para ganar almas, sería más de lo que la mayoría de nosotros reconocería.
Démosle a nuestro Dios toda la gloria, pero aun así no neguemos el hecho de que
ese pecador salvado recién salido de la mina de carbón, que todavía tiene el
acento del carbonero, por la gracia de Dios, cuenta la historia de la cruz de
tal manera que los muy ‘reverendos padres’ en Dios podrían sentarse
humildemente a sus pies para aprender la forma de llegar al corazón y derretir
a un alma empecinada. Es cierto que un hermano sin educación no está necesariamente
equipado para todo tipo de trabajo –tiene su propia esfera- pero es muy capaz
de contar lo que ha visto y oído, y me parece que así es, en cierta medida,
todo hombre. Si has visto a Jesús y has oído Su voz salvadora, si has recibido
la verdad como del Señor, si sentiste su tremendo poder como proviniendo de
Dios para ti, y si has experimentado su potencia sobre tu propio espíritu,
vamos, tú ciertamente puedes declarar lo que Dios ha escrito en tu interior. Si
no puedes pasar más allá de eso y no puedes adentrarte en misterios más
profundos, en puntos más escabrosos, bien, bien, hay algunos que sí pueden
hacerlo y, por tanto, no necesitas sentirte incómodo; pero al menos podrías
revelar las verdades primordiales y fundamentales que son, con mucho, las más
importantes. Si no puedes hablar en el púlpito, si tus mejillas se sonrojan todavía,
si tu lengua rehúsa cumplir con su oficio cuando estás en presencia de muchos, allí
tienes a tus hijos: ante ellos no te da vergüenza hablar; hay un pequeño racimo
en torno a la chimenea en la noche de Navidad; hay una pequeña congregación en
el taller; hay una pequeña audiencia en algún lugar a quienes podrías hablarles
acerca del amor de Jesús por los perdidos. No vayas más allá de lo que sabes;
no te sumerjas en lo que no hayas experimentado, pues si lo hicieras, estarías
fuera de tu nivel, y entonces muy pronto estarías titubeando torpemente y
contribuyendo a que la confusión empeore. Has de ir hasta donde conozcas y
puesto que te reconoces como un pecador y reconoces a Jesús como un Salvador -uno
muy grandioso por cierto- habla acerca de esos dos asuntos, y de allí provendrá
buena voluntad. Amados, cada uno en su propia posición declare lo que haya oído
y visto; publiquen eso entre los hijos de los hombres.
Pero, ¿fueron autorizados? ¡Es algo grandioso
ser autorizado! ¡Los ministros desautorizados son los más vergonzosos intrusos!
Suben al púlpito hombres que no han sido ordenados y que no figuran en la
sucesión apostólica. ¡Es muy horrible! ¡Es muy, muy horrible! La mente puseyista
es completamente incapaz de medir la profundidad del horror contenido en la idea
de un hombre desautorizado para predicar y de un hombre fuera de la sucesión
apostólica que se atreva a enseñar el camino de la salvación. Para mí este
horror se asemeja mucho al terror de un muchacho en edad escolar ante el duende
que sus propios miedos han conjurado. Pienso que si viera que un hombre se
desliza sobre el hielo hacia una tumba fría, y yo pudiera rescatarlo de
ahogarse, para mí no sería muy horrible que yo pudiera salvarlo, aunque no
fuera un empleado de
Aquí, queridos hermanos,
tenemos una manera de guardar una Navidad completamente santa y, en algún
sentido, una Navidad completamente jubilosa. Imiten a esos humildes hombres, de
quienes se dice: “Al verlo, dieron a conocer lo que se les había dicho acerca
del niño”.
II. Ponemos
ante ustedes, ahora, otro modo de guardar
Poco tenemos que decir de
esas personas que meramente quedaron fascinados pero que no hicieron nada más.
Muchos son conducidos a maravillarse por el Evangelio. Se contentan con oírlo.
Les agrada oírlo y si en sí mismo el evangelio no es nada nuevo, hay nuevas
maneras de expresarlo, y a ellos les encanta ser refrescados gracias a la
variedad. La voz del predicador es para ellos como el sonido de alguien que da
un tono preciso con un instrumento. A ellos les encanta escuchar. No son
escépticos, no ponen objeciones, no identifican dificultades; simplemente se
dicen a sí mismos: “Es un excelente evangelio, es un maravilloso plan de
salvación. Aquí tenemos un amor sumamente asombroso, una condescendencia
sumamente extraordinaria”. Algunas veces se sorprenden de que sean unos simples
pastores quienes les digan esas cosas; a duras penas pueden entender cómo
personas ignorantes y sin educación hablan de estas cosas y cómo pudieron entrar
jamás en las cabezas de esos simples pastores; dónde pudieron haberlas
aprendido; cómo es que parecen tan motivados por ellas; qué tipo de operación
deben de haber experimentado para ser capaces de hablar como lo hacen. Pero
después de alzar sus manos y de abrir sus bocas durante unos nueve días, la
sorpresa pierde intensidad y siguen su camino y ya no piensan más al respecto.
Hay muchos de ustedes que son conducidos a maravillarse siempre que ven una obra
de Dios en su distrito. Se enteran de alguien que se convierte después de haber
sido un muy notable pecador y dicen: “¡Eso es algo muy maravilloso!” Hay un
avivamiento. Da la casualidad que estás presente en una de las reuniones cuando
el Espíritu de Dios está obrando gloriosamente; entonces tú dices: “¡Bien, esto
es algo singular! ¡Es algo muy asombroso!” Incluso los periódicos reservan un
espacio en alguna esquina, algunas veces, para unas obras muy grandes y
extraordinarias de Dios el Espíritu Santo. Pero allí termina toda la emoción. Todo
es un maravillarse y nada más.
Ahora bien, yo confío
que no ocurra lo mismo con ninguno de nosotros; que no pensemos en el Salvador
y en las doctrinas del Evangelio que Él vino a predicar simplemente con
estupefacción y asombro, pues esto nos produciría muy poco bien. Por otro lado,
hay otro modo de maravillarse que es similar a la adoración, si es que no fuera
adoración. Pienso que sería muy difícil trazar una línea entre el santo asombro
y la adoración real, pues cuando el alma queda sobrecogida con la majestad de
la gloria de Dios, aunque no se exprese en un cántico, o incluso cuando
articula su voz con una cabeza inclinada en humilde oración, con todo, adora
silenciosamente. Yo estoy inclinado a pensar que el asombro que algunas veces
se apodera del intelecto humano ante el recuerdo de la grandeza y la bondad de
Dios es, tal vez, la forma más pura de adoración que sube jamás de los hombres
mortales al trono del Altísimo. Yo recomiendo este tipo de asombro para
aquellos entre ustedes que debido a la quietud y soledad de sus vidas son
escasamente capaces de imitar a los pastores en la divulgación de la historia a
los demás. Al menos pueden completar el círculo de los adoradores delante del
trono maravillándose por lo que Dios ha hecho.
Permítanme sugerirles
que ese santo asombro ante lo que Dios ha hecho debería ser algo muy natural
para ustedes. ¡Que Dios considere a Su criatura caída, el hombre, y en vez de
barrerlo con la escoba de la destrucción diseñe un maravilloso esquema para su
redención, y que Él mismo asuma ser el Redentor del hombre y pagar el precio de
su rescate, es, en verdad, maravilloso! Probablemente les sea más maravilloso, en
lo que a ustedes se refiere, que ustedes sean
redimidos por sangre: que Dios abandone los tronos y las regias cosas en lo
alto para sufrir ignominiosamente aquí abajo por ustedes. Si se conocieran a
ustedes mismos no podrían ver nunca en su carne ningún motivo o razón adecuados
para un acto semejante. “¿Por qué tanto amor por mí?”, dirás. Si David, sentado
en su casa, sólo podía decir: “¿Quién soy yo, y qué es mi casa, para que tú me
hayas traído hasta aquí?”, ¿qué diríamos tú y yo? Si hubiésemos sido los
individuos más meritorios y hubiésemos guardado incesantemente los mandamientos
del Señor no habríamos podido merecer una bendición tan inapreciable como la
encarnación; pero como pecadores, como ofensores que se rebelaron y se
apartaron más y más lejos de Dios, ¿qué diremos de este Dios encarnado que
murió por nosotros, sino: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos
amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros”? Dejen que su alma se pierda
en el asombro, pues el asombro, queridos amigos, es en este sentido, una
emoción muy práctica. El santo asombro los conducirá a una adoración
agradecida; quedando estupefactos por lo que Dios ha hecho, derramarán su alma
con asombro al pie del trono de oro con el cántico: “Al que está sentado en el
trono, y al Cordero, que hace estas grandes por mí, sea la alabanza, la honra,
la gloria, el poder, la majestad y el dominio”. Estando lleno de este asombro
serás conducido a una santa vigilancia; tendrás miedo de pecar contra un amor
como este. Sintiendo la presencia del poderoso Dios en el don de Su amado Hijo,
quitarás tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa
es. Serás conducido al mismo tiempo a una gloriosa esperanza. Si Jesús se ha
entregado a ti, si Él ha hecho esta obra maravillosa por ti, sentirás que el
cielo mismo no es demasiado grande para tu expectativa, y que los ríos de
placer a la diestra de Dios no son demasiado dulces ni demasiado profundos para
que bebas de ellos. ¿Quién podría asombrarse de algo más habiendo quedado
maravillado una vez en el pesebre y en la cruz? ¿Qué queda de maravilloso
después de que uno ha visto al Salvador? ¡Las siete maravillas del mundo!
Vamos, podrías ponerlas a todas en una cáscara de nuez: la maquinaria y el arte
moderno pueden sobrepasarlas a todas ellas; pero esta maravilla especial no es
sólo la maravilla de la tierra, sino del cielo y de la tierra e incluso del
infierno mismo. No es la maravilla de la antigüedad, sino la maravilla de todos
los tiempos y la maravilla de la eternidad. Quienes ven las maravillas humanas
unas cuantas veces, al final ya no se quedan asombrados; la más noble mole que
haya levantado jamás un arquitecto, por fin deja de impresionar al espectador;
pero no sucede así con este maravilloso templo del Dios encarnado; entre más lo
miramos, más nos asombramos; entre más nos acostumbramos a él, más tenemos una
idea de su esplendor incomparable de amor y de gracia. Digamos que se pueden
ver más cosas acerca de Dios en el pesebre y en la cruz, que en las relucientes
estrellas en lo alto, que en el ondulante abismo abajo, que en la alta montaña,
que en los fértiles valles, que en las moradas de la vida o en el abismo de la
muerte. Pasemos entonces algunas horas escogidas de esta festiva estación
sumidos en un santo asombro que produzca gratitud, adoración, amor y confianza.
III. En
el siguiente versículo encontrarán una tercera forma de santa labor, es decir,
SU SAGRADO CORAZÓN PONDERANDO Y PRESERVANDO.
Al menos una persona -y
esperamos que hubiesen otras, o de todas maneras seamos nosotros mismos unos
más- una persona guardaba todas estas cosas y las ponderaba en su corazón. Se
maravillaba pero hizo todavía algo más: ponderaba. Observarán que hubo un
ejercicio de parte de esta bienaventurada mujer en los tres grandes componentes
de su ser; en su memoria: ella guardaba todas estas cosas; en sus afectos: ella
las guardaba en su corazón; en su intelecto: ella las ponderaba, las
consideraba, las sopesaba y las analizaba, de tal forma que la memoria, el
afecto y el entendimiento eran ejercitados acerca de estas cosas. Nos deleita
ver esto en María, pero no nos sorprende del todo cuando recordamos que ella
era la más interesada de todos en la tierra, pues Jesucristo nació de ella. Los
que más se acercan a Jesús y entran más íntimamente en compañerismo con Él, serán
con seguridad los que estén más absortos en Él. Ciertas personas son más
estimadas a la distancia, pero no el Salvador; cuando lo hayan conocido a
plenitud, entonces lo amarán con el amor que excede a todo conocimiento;
comprenderán las alturas y las profundidades, las longitudes y las anchuras de
Su amor; y cuando hagan eso, entonces su propio amor se henchirá más allá de
toda longitud y anchura, de toda altura y profundidad. El nacimiento concernía
principalmente a María, y por tanto, ella era la que estaba más impresionada
con él. Noten la manera en que era mostrado su interés; ella era una mujer, y
la gracia que más brilla en la mujer no es la intrepidez, pues esa pertenece a
la mente masculina. Pero la modestia afectuosa es una belleza femenina, y por
eso no leemos de ella que diera a conocer tanto como que ponderara en su
interior. Sin duda tendría su círculo y sus palabras para hablar en él; pero
ella se quedaba principalmente en su casa, como la otra María. Ella trabajaba, pero
su obra era directamente para Él, el
gozo y deleite de su corazón. Como los demás niños, el santo niño necesitaba de
cuidados que sólo la mano y el corazón de una madre pueden brindar; ella
estaba, por tanto, dedicada a Él. ¡Oh, bendita dedicación! ¡Dulce compromiso!
No consideren como inaceptable el servicio que se ocupa más bien de Jesús que
de Sus discípulos o de Sus ovejas descarriadas. Aquella mujer que quebró el
vaso de alabastro y derramó el perfume sobre el propio Jesús, fue criticada por
Judas, e incluso los otros discípulos pensaron que los pobres habían perdido un
beneficio, pero “ella ha hecho conmigo una buena obra” fue la respuesta del
Salvador.
Yo deseo llevarlos a
este pensamiento: que si durante esta época, ustedes que son callados y retraídos
no pueden hablar a otros, o no cuentan con una oportunidad deseable o con un don
apropiado para esa labor, podrían sentarse con Jesús y honrarlo en paz. María
cargó al Señor en sus brazos; ¡oh, que ustedes pudieran cargarlo en los suyos!
Ella realizó directamente labores para Su persona. Imítenla. Ustedes pueden
amarlo, bendecirlo, alabarlo, estudiarlo, ponderarlo, comprender Su carácter,
estudiar los tipos que lo anunciaban e imitar Su vida, y de esta manera, aunque
su adoración no descuelle entre los hijos de los hombres y escasamente los
beneficie a ellos, a diferencia de algunas otras formas de labor, con todo, los
beneficiará a ustedes mismos y será aceptable para su Señor.
Amados, recuerden lo que
han oído de Cristo y lo que Él ha hecho por ustedes; hagan de su corazón una
copa de oro que contenga los ricos recuerdos de su anterior misericordia; conviértanlo
en una urna de maná que preserve el pan celestial del cual se alimentaron los
santos de tiempos antiguos. Su memoria debe atesorar todo lo que ustedes han
oído o sentido o conocido acerca de Cristo, y luego sus cálidos afectos deben
asirse perennemente a Él. ¡Ámenlo! Derramen ese vaso de alabastro de su corazón
y hagan que fluya sobre Sus pies todo el precioso perfume de su afecto. Si no pudieran
hacerlo con gozo háganlo doloridamente, laven Sus pies con lágrimas y
enjúguenlos con los cabellos de su cabeza; pero ámenlo, amen al bendito Hijo de
Dios, el siempre tierno Amigo suyo. Su intelecto debe ser ejercitado respecto
al Señor Jesús. Por medio de la meditación vuelvan una y otra vez a lo que leen.
No sean hombres que se quedan en la letra: no se detengan en la superficie;
sumérjanse en las profundidades. No sean como la golondrina que roza el
torrente con su ala, sino como el pez que penetra en la profundidad de la ola. Den
profundos tragos de amor; no sorban y ya, sino moren junto al pozo como Isaac
moraba junto al pozo del Viviente-que-me-ve. Permanezcan con su Señor; no dejen
que sea para ustedes como un caminante que se queda sólo por una noche, sino
ruéguenle diciendo: “Quédate con nosotros, porque el día ya ha declinado”. Reténganlo
y no dejen que se vaya. Como saben, la palabra “ponderar” quiere decir pesar.
Alisten la balanza del juicio. Oh, pero, ¿dónde está la balanza que pudiera pesar
al Señor Cristo? “He aquí que Él alza las islas como un granito de polvo”;
¿quién lo alzará a Él? “Pesa los
montes con balanza”. Que así sea; si tu entendimiento no puede captarlo, tus
afectos deben percibirlo; y si tu espíritu no puede abarcar al Señor Jesús con
los brazos de tu entendimiento, que lo abrace con los brazos de tu afecto. Oh,
amados, aquí tienen una bendita obra de Navidad para ustedes, si, como María,
guardan todas estas cosas en su corazón y las ponderan.
IV. Ahora
le toca el turno al último tipo entre las santas labores navideñas. “Y
volvieron los pastores” –leemos en el versículo veinte- “GLORIFICANDO Y
ALABANDO A DIOS por todas las cosas que habían oído y visto, como se les había
dicho”. ¿A qué volvieron? Volvieron de
nuevo a su ocupación de cuidar a los corderos y las ovejas. Entonces, si
deseamos glorificar a Dios, no necesitamos renunciar a nuestra ocupación.
Algunas personas tienen
la idea de que la única manera en la que pueden vivir para Dios es convirtiéndose
en ministros, en misioneros, o en trabajadoras sociales cristianas o en
vendedoras de Biblias (1). ¡Ay!, cuántos de nosotros nos quedaríamos fuera de
cualquier oportunidad de engrandecer al Altísimo si ese fuera el caso. Los
pastores volvieron a los rediles de sus ovejas glorificando y alabando a Dios.
Amados, lo importante no
es el oficio que desempeñen sino la dedicación que empeñen; no es la posición, sino
la gracia que nos capacita para glorificar a Dios. Dios será glorificado con
toda seguridad en ese puesto de trabajo del zapatero donde el piadoso obrero
canta acerca del amor del Salvador mientras sostiene su lezna, sí, y es
glorificado muchísimo más que en muchos puestos de prebendas donde la religiosidad oficial cumple con sus
escasos deberes. El nombre de Jesús es glorificado tanto por aquel carretero
cuando arrea a su caballo y bendice a su Dios o cuando habla con su colega de
trabajo junto al camino, como por aquel teólogo que a través de todo el país,
como Boanerges, retumba con la predicación del Evangelio. Dios es glorificado
cuando permanecemos en nuestra vocación. Tengan cuidado de no desviarse de la
senda del deber, abandonando su llamamiento, y tengan cuidado de no deshonrar
su profesión mientras estén en ella; no tengan una alta opinión de ustedes mismos
pero no consideren poca cosa sus llamamientos. No hay ningún oficio que el
Evangelio no santifique. Si buscan en
Ellos glorificaron a
Dios a pesar de ser pastores. Tal como
lo comentamos, ellos no eran hombres instruidos. Muy lejos de tener una surtida
biblioteca llena de libros, es probable que no pudieran leer ni una sola
palabra; con todo, glorificaron a Dios. Esto elimina toda excusa para ustedes,
buenas personas, que dicen: “yo no tengo ningún grado escolar; nunca recibí
ninguna educación, nunca asistí ni siquiera a la escuela dominical”. Ah, pero
si tienes un recto corazón, puedes glorificar a Dios. No te preocupes, Sara, no
estés abatida porque sabes muy poco; aprende más si puedes, pero haz buen uso
de lo que ya conoces. No te preocupes, Juan; es en verdad una lástima que
tuvieras que comenzar a trabajar muy pronto en la vida, lo cual te impidió adquirir
ni siquiera los rudimentos del conocimiento; pero no pienses que no puedes
glorificar a Dios. Si quieres alabar a Dios, vive una vida santa; tú puedes
hacer eso por Su gracia, de todas maneras, sin educación académica. Si quieres
hacer el bien a los demás, sé bueno tú mismo, y ese es un camino que está abierto
de igual manera al más iletrado como al más ilustrado. ¡Ten buen ánimo! Los pastores
glorificaron a Dios, y tú también puedes hacerlo. Recuerda que hay algo en lo
que tuvieron preferencia sobre los sabios. Los sabios necesitaron que los
guiara una estrella; los pastores no. Los sabios se extraviaron a pesar de la
estrella; se encontraron de pronto en Jerusalén, pero los pastores fueron
directamente a Belén. Las mentes sencillas encuentran algunas veces a un Cristo
glorificado allí donde las cabezas instruidas, muy desconcertadas con su
tradición, no lo encuentran. Un buen doctor solía decir: “He aquí, estos
simplones han entrado en el reino, mientras que nosotros, hombres cultos, hemos
estado buscando a tientas el pasador de la
puerta”. Así sucede a menudo; por tanto, personas de mentes simples,
consuélense y alégrense.
Vale la pena advertir la
manera en que estos pastores honraron a Dios. Lo hicieron alabándolo. Pensemos
más en un sagrado cántico de lo que lo hacemos algunas veces. Cuando el cántico
estalla en un pleno coro proveniente de miles de personas en esta casa, no es
sino sólo un ruido para los oídos de algunos hombres; pero en tanto que muchos
verdaderos corazones, tocados con el amor de Jesús, están cantando al unísono
con sus lenguas, no es un mero ruido en la estimación de Dios, sino que contiene
una dulce música que alegra Su oído. ¿Cuál es el gran propósito último de todo
esfuerzo cristiano? Cuando estuve predicando aquí el Evangelio la otra mañana,
mi mente estaba plenamente enfocada en ganar almas, pero mientras predicaba
parecía ir más allá. Pensé: bien, ese no es el principal objetivo después de
todo: el principal objetivo es glorificar a Dios, e incluso una mente recta
busca la salvación de los pecadores como un medio para el fin de glorificar a
Dios. De pronto se me vino el pensamiento: “Si al cantar salmos y al cantar
himnos realmente glorificamos a Dios, estamos haciendo mucho más que en la
predicación, pues entonces no nos quedamos en los medios, sino que estamos muy
cerca del propio fin”. Si alabamos a Dios con el corazón y con la lengua, lo
glorificamos de la manera más segura posible, pues realmente lo estamos
glorificando entonces. “El que sacrifica alabanza me honrará”, dice el Señor.
¡Canten entonces, hermanos míos! No canten sólo cuando estén reunidos, sino
canten estando solos. Alegren su labor con salmos, e himnos y cánticos
espirituales. Hagan feliz a su familia con música sagrada. Estoy seguro de que
nosotros cantamos demasiado poco y, sin embargo, el avivamiento de la religión
ha estado siempre acompañado del avivamiento de la salmodia cristiana. Las traducciones
de los salmos que hizo Lutero fueron de tanto servicio como sus discusiones y
controversias; y los himnos de Charles Wesley, de Cennick, de Toplady, de
Newton y de Cowper, ayudaron tanto en el avivamiento de la vida espiritual en
Inglaterra como la predicación de John Wesley y George Whitefield. Necesitamos
cantar más. Canten más y murmuren menos, canten más y calumnien menos, canten
más y critiquen menos, canten más y lamenten menos. Que Dios nos conceda hoy
que glorifiquemos a Dios, como lo hicieron aquellos pastores, alabándolo.
No he concluido con los
pastores todavía. ¿Cuál era el tema de su alabanza? Pareciera que ellos alabaron a Dios por lo que habían oído. Si
pensamos al respecto, hay una buena razón para bendecir a Dios cada vez que oímos
un sermón evangélico. ¿Qué darían las almas en el infierno si pudieran oír el
Evangelio una vez más, y pudieran estar en términos en los que la gracia de la
salvación les fuera asequible? ¿Qué darían los moribundos, cuyo tiempo
prácticamente se ha acabado, si pudieran venir una vez más a la casa de Dios
para recibir otra advertencia y otra invitación?
Hermanos míos, ¿qué
darían ustedes algunas veces cuando están recluidos por la enfermedad y no
pueden reunirse con la gran congregación, cuando su carne y su corazón claman
por el Dios viviente? Bien, alaben a Dios por lo que han oído. Han oído las
fallas del predicador. Que él se lamente por ellas. Han oído el mensaje de su
Señor. ¿Bendicen a Dios por eso? Difícilmente oirán jamás algún sermón que no
los conduzca a cantar si tienen una mente recta. George Herbert dice: “La
oración es el fin de la predicación”. Y eso es, pero la alabanza es también su
fin. ¡Alaben a Dios porque oyen que hay un Salvador! ¡Alaben a Dios porque oyen
que el plan de salvación es muy sencillo! ¡Alaben a Dios porque tienen un
Salvador para su propia alma! ¡Alaben a Dios porque han sido perdonados, porque
han sido salvados!
Alábenlo por lo que han
oído, pero observen que ellos alabaron
también a Dios por lo que habían visto. Miren el versículo veinte: “oído y
visto”. Allí está la música más dulce: en lo que hemos experimentado, en lo que
hemos sentido en nuestro interior, de lo que nos hemos apropiado y en las cosas
que hemos hecho tocantes al Rey. El simple oír puede generar alguna música,
pero el alma de la canción ha de provenir de ver con el ojo de la fe. Y,
queridos amigos, ustedes que han visto con esa visión dada por Dios, les ruego
que sus lenguas no se queden sumidas en un silencio pecaminoso, sino que han de
ser sonoras para alabar a la gracia soberana. Que se oigan sus alabanzas. Despierten
al salterio y al arpa.
Un punto por el que
alabaron a Dios fue la coincidencia entre
lo que habían oído y lo que habían visto. Observen la última frase. “Como
se les había dicho”. ¿Acaso no han encontrado que el Evangelio ha sido en
ustedes justo lo que
Esta palabra va dirigida
para quienes no son convertidos todavía, y entonces habré concluido. No pienso
que puedan comenzar en el versículo diecisiete, sino que deseo que comiencen en
el dieciocho. Ustedes no pueden comenzar en el versículo diecisiete. No podrían
comunicarles a otros lo que ustedes no han sentido. No lo intenten. Tampoco
podrían enseñar en la escuela dominical, ni intentar predicar si no son
convertidos. Al malo dijo Dios: “¿qué tienes tú que hablar de mis leyes?” Pero
pluguiera a Dios que comenzaran con el versículo dieciocho, ¡maravillándose! Maravillándose
de que se les haya perdonado la vida, maravillándose de estar fuera del
infierno, maravillándose de que Su buen Espíritu contienda con el primero de
los pecadores. Maravíllense de que esta mañana el Evangelio tenga una palabra
para ustedes, después de todas las veces que lo han rechazado y de todos sus
pecados en contra de Dios. Me gustaría que comenzaran allí, porque entonces yo
tendría una buena esperanza de que van a seguir
adelante, al siguiente versículo, y van a cambiar el verbo, y así van a pasar
de maravillarse a ponderar.
Oh, pecador, yo desearía
que ponderaras las doctrinas de la cruz. Piensa en tu pecado, en la ira de
Dios, en el juicio, en el infierno, en la sangre de tu Salvador, en el amor de
Dios, en el perdón, en la aceptación, en el cielo; piensa en todas esas cosas.
Pasa de maravillarte a ponderar. Y luego, pluguiera a Dios que pudieras
progresar al siguiente versículo, de ponderar a glorificar. Toma a Cristo,
míralo a Él y confía en Él. Entonces canta: “soy perdonado”, y prosigue tu
camino siendo un pecador creyente, y, por tanto, un pecador salvado, lavado en
la sangre y limpio. Luego regresa después de eso al versículo diecisiete, y
comienza a darlo a conocer a los demás.
Pero en cuanto a ustedes,
cristianos que son salvos, quiero que comiencen esta misma tarde en el
versículo diecisiete.
“Entonces voy a decirles a los pecadores en derredor
Cuán amado Salvador he encontrado:
Voy a señalar a Tu sangre redentora,
Y voy a decir: ‘“¡He aquí el camino hacia Dios!’”
Luego, cuando el día
termine, suban a sus aposentos y maravíllense y admiren y adoren; pasen también
media hora como María, ponderando y atesorando en sus corazones la obra del día
y lo que oyeron en el día, y luego cierren todo con lo que no ha de concluir
nunca: prosigan esta noche, mañana, y todos los días de su vida glorificando y
alabando a Dios por todas las cosas que han visto y oído. Que el Señor los
bendiga por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Porción de
Notas del traductor:
(1) Bible Women:
(mujeres de
(2) Acebo: árbol de
hojas brillantes y con espinas en los bordes, y pequeños frutos en forma de
bolitas rojas. Se usa en las decoraciones de Navidad.
(3) Puseyista: palabra
que tiene su origen en el doctor E. B. Pusey, líder tractario, de fuertes
inclinaciones a imitar a
Traductor: Allan Román
24/Noviembre/2011
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