El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano
El Poder del Evangelio en la Vida del Cristiano
NO. 640
Un Sermón predicado en el Tabernáculo Metropolitano, Newington
por Charles Haddon Spurgeon
"Solamente procurad que vuestra conducta como ciudadanos sea digna
del evangelio de Cristo." -- Filipenses 1:27
|
Sermones |
La palabra "conversación" no significa simplemente hablar o platicar con otras
personas, sino también comprende todo el curso de nuestra vida y de nuestro
comportamiento en el mundo. La palabra griega significa las acciones y los privilegios
de ciudadanía, y nosotros debemos darle forma a toda nuestra ciudadanía, a todas
nuestras acciones como ciudadanos de la nueva Jerusalén, para que sean dignas
del Evangelio de Cristo. Observen, queridos amigos, la diferencia entre las
exhortaciones de los legalistas y las del Evangelio. Quien quiere que sean perfectos
en la carne, los exhorta a trabajar para su salvación, para que puedan lograr
una justicia meritoria de carácter propio, y así ser aceptados por Dios. Pero
quien es enseñado en las doctrinas de la gracia, los exhorta a la santidad por
una razón completamente diferente. Él cree que ustedes son salvos, puesto que
ustedes creen en el Señor Jesucristo, y les habla a todos lo que son salvos
en Jesús, y luego les pide que hagan que sus acciones se conformen a su posición;
sólo busca lo que razonablemente espera recibir: "Solamente procurad que vuestra
conducta como ciudadanos sea digna del evangelio de Cristo. Ustedes han sido
salvados por ese Evangelio; ustedes aseguran gloriarse en él, deseando difundirlo;
procurad entonces que vuestra conducta sea digna de ese evangelio." Ustedes
se dan cuenta que uno los invita a trabajar para entrar al cielo por medio de
sus obras; el otro los exhorta a laborar porque el cielo es de ustedes como
un don de la gracia divina, y quiere que actúen como alguien digno de participar
de la herencia de los santos en la luz.
Algunas personas no pueden oír una exhortación sin exclamar de inmediato que
somos legalistas. Tales personas siempre van a encontrar que este Tabernáculo
no es el lugar conveniente para que ellos puedan alimentarse. Nos encanta predicar
la buena doctrina de la gracia soberana, y nos gusta insistir en que la salvación
es solamente por gracia; pero nos encanta igualmente predicar acerca de la práctica
estricta e insistir en ella. Decimos que esa gracia que no hace a un hombre
mejor que sus vecinos, es una gracia que nunca lo llevará al cielo, ni lo hará
aceptable ante Dios.
Ya he señalado que la exhortación es dada en una forma que es altamente razonable.
Los seguidores de cualquier otra religión, como regla, son conformados a su
religión. Ninguna nación se ha elevado todavía por encima de sus llamados dioses.
Vean a los discípulos de Venus, ¿acaso no estaban hundidos en lo profundo del
libertinaje? Miren a los adoradores de Baco; permitan que las fiestas bacanales
les revelen cómo habían entrado en el carácter de su deidad. Todavía en nuestro
días los adoradores de la diosa Kalé (la diosa de los ladrones y de los asesinos)
- que son los miembros de una secta de asesinos fanáticos de la India - se entregan
completamente al espíritu del ídolo que ellos adoran. No nos sorprendemos de
los crímenes de las personas de otros tiempos cuando recordamos a los dioses
que ellos adoraban; Moloc, que se deleitaba con la sangre de los niños; Júpiter,
Mercurio, y todos los dioses similares, cuyas acciones almacenadas en el diccionario
clásico son suficientes para contaminar las mentes de la juventud. No nos sorprende
que el libertinaje haya abundado, pues "como son sus dioses-así es la gente:"
"un pueblo nunca es superior a su religión," se ha dicho a menudo, y en la mayoría
de los casos ese pueblo es peor. Es estrictamente natural que la religión de
un hombre ponga el condimento de su conversación. Pablo dice a todos los que
profesan ser salvos por Jesucristo; "Solamente procurad que vuestra conducta
como ciudadanos sea digna del evangelio de Cristo."
Para llegar a ese punto debemos meditar durante dos o tres minutos acerca de
qué es el Evangelio, luego ver los puntos en que nuestra conversación debe ser
evangélica; y finalmente, decir unas pocas palabras sinceras para recordar aquí
a quienes profesan la religión,
la imperiosa necesidad de que su conversación
sea digna del Evangelio de Cristo.
I. "¡EL EVANGELIO DE CRISTO!" ¿QUÉ ES? Nos concentramos en las dos últimas
palabras, "de Cristo." Con seguridad, si ustedes entienden a Cristo, entonces
entienden el Evangelio. Cristo es su autor; Él, en la sala del consejo de la
eternidad propuso convertirse en la garantía del pobre hombre caído; Él, en
el cumplimiento de los tiempos, llevó a cabo la redención eterna para todos
aquellos que Su Padre le había dado. Él es su autor como su arquitecto y como
su constructor. Vemos en Cristo Jesús al Alfa y la Omega del Evangelio. Él ha
provisto del tesoro de Su gracia todo lo necesario para hacer que el Evangelio
sea el Evangelio de nuestra salvación. Y así como Él es su autor, Él es su contenido.
Es imposible predicar el Evangelio sin predicar la persona, la obra, los oficios,
y el carácter de Cristo. Si se predica a Cristo entonces el Evangelio es promulgado,
y si se pone a Cristo en segundo plano, entonces ningún Evangelio es declarado.
"Porque me propuse no saber nada entre vosotros," dijo el apóstol, "sino a Jesucristo,
y a él crucificado," y al decir esto, estaba llevando a cabo su comisión de
predicar el Evangelio tanto a los judíos como a los gentiles. El compendio,
la médula, el meollo; lo que los antiguos puritanos llamaban la quintaesencia
del Evangelio es: Cristo Jesús; así que cuando terminamos de predicar el Evangelio
podemos decir: "el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos
tal sumo sacerdote," y podemos verlo y referirnos a Él en el pesebre, en la
cruz, en Su resurrección, Su segunda venida, Él, que reina como príncipe de
los reyes de la tierra, sí, apuntar a Él en todas partes, como la suma total
del Evangelio.
También es llamado "el Evangelio de Cristo," porque Él es quien lo completará;
Él dará el toque final a la obra, así como fue Él quien puso los cimientos.
El creyente no comienza en Cristo y luego busca la perfección por sí solo. No,
conforme corremos la carrera celestial, estamos todavía mirando a Jesús. Como
su mano arrancó al principio el pecado que tan fácilmente nos asedia, y nos
ayudó a correr la carrera con paciencia, así esa misma mano sostendrá la rama
de olivo de la victoria, que luego formará parte de la guirnalda de gloria que
pondrá alrededor de nuestra frente.
Es el Evangelio de Jesucristo: es
Su propiedad; da gloria a
Su
persona, es dulce con el sabor de
Su nombre. Por todos lados muestra
las huellas de Sus dedos artísticos. Si los cielos son la obra de los dedos
de Dios, y la luna y las estrellas existen por su mandato, lo mismo podemos
decir de todo Su plan de salvación. Absolutamente todo él ¡gran Jesús! es tu
obra, y por tu mandato se mantiene firme.
Pero también es "el
Evangelio de Jesucristo," y aunque esto ha sido explicado
cientos de veces, no estará fuera de lugar hacerlo de nuevo. Son "
las buenas
noticias" "
el buen tiempo" de Jesucristo, y son enfáticamente "buenas
noticias" porque limpia el pecado, el peor pecado sobre la tierra. ¡Mejor aún,
barre con la muerte y el infierno! Cristo vino al mundo para llevarse sobre
sus hombros al pecado muy lejos, y lanzarlo al mar rojo de su sangre de la expiación.
Cristo, el chivo expiatorio, tomó el pecado de su pueblo sobre su cabeza y lo
llevó lejos al desierto del olvido, donde, si fuera buscado nunca podría ser
encontrado. Estas son "buenas noticias," porque afirma que el cáncer que carcome
los puntos vitales de la humanidad ha sido curado; que la lepra que ha cubierto
aún al propio rostro de la humanidad has sido suprimida; Cristo ha preparado
un torrente mejor que el río Jordán, y dice ahora a los hijos de los hombres,
"Vé, lávate, y serás limpio."
Además de eliminar el peor de los males, el Evangelio es "buenas noticias,"
porque trae consigo la mejor de las bendiciones. ¿Qué es lo que hace sino dar
vida a los muertos? Abre labios que son mudos, oídos que son sordos, y quita
el sello de ojos que están ciegos. ¿Acaso no hace de la tierra la morada de
la paz? ¿No ha cerrado las puertas del infierno para los creyentes, y no ha
abierto las puertas del cielo a todos aquellos que han aprendido a confiar en
el nombre de Jesús? "¡Buenas noticias!" Esa palabra "buenas" tiene un doble
significado cuando se aplica al Evangelio de Jesucristo. No podían tener mejor
ocupación los ángeles cuando fueron y lo anunciaron, y dichosos los hombres
que se dedican y se desgastan en la proclamación de tan buenas noticias de gran
gozo. "¡Dios es reconciliado!" "¡En la tierra paz!" "¡Gloria a Dios en las alturas!"
"¡Paz entre los hombres de buena voluntad!" Dios es glorificado en la salvación,
los pecadores son librados de la ira venidera, y el infierno no recibe las multitudes
de hombres, sino por el contrario el cielo se llena de una muchedumbre incontable
de redimidos por la sangre.
Son "buenas nuevas" también, porque es algo que no pudo ser inventado por el
intelecto humano. ¡Fueron buenas noticias para los ángeles! No han cesado todavía
de maravillarse por eso, todavía están allí mirando al propiciatorio, y deseando
saber más acerca de él. Serán noticias en la eternidad; estaremos:
"Cantando con arrobamiento y sorpresa,
Su misericordia en los cielos."
Las "buenas noticias" dichas sencillamente en pocas palabras, son justamente
estas "que Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándoles
en cuenta sus transgresiones." "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que
ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda,
mas tenga vida eterna." "Fiel es esta palabra y digna de toda aceptación: que
Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores." Suficiente, pues, en
cuanto al tema de ¿qué es el Evangelio?
II. Ahora no voy a hablarles a quienes no le dan la bienvenida al Evangelio.
Les hablaré en otro momento; ruego a Dios que les ayude a creerlo: pero tengo
que hablar en especial a los creyentes. El texto dice que debemos HACER QUE
NUESTRA CONVERSACIÓN SEA DIGNA DEL EVANGELIO.
¿Entonces qué tipo de conversación debemos tener? En primer lugar
el Evangelio
es muy sencillo; no tiene adornos; no está saturado de ornamentos engañosos.
Es sencillo: "Ni mi mensaje ni mi predicación fueron con palabras persuasivas
de sabiduría;" es grandemente sublime en su sencillez. Que así sea el cristiano.
No es conveniente que el ministro cristiano se vista de azul y grana, y lino
fino, y vestimentas ceremoniales, y sotanas, pues todo pertenece al Anticristo,
y son descritos en el libro de Apocalipsis como las marcas ciertas de la ramera
de Babilonia. No le conviene al hombre cristiano o a la mujer cristiana ser
culpable de pasar horas y horas en el adorno de sus personas. Nuestro ornamento
debe ser: "no el exterior, sino que sea la persona interior del corazón, en
lo incorruptible de un espíritu tierno y tranquilo." Nuestras maneras, nuestro
hablar, nuestra forma de vestir, todo nuestro comportamiento deben tener esa
sencillez que es verdaderamente el alma de la belleza. Esos que se esfuerzan
por hacerse admirables en su apariencia por medio de ornamentos engañosos, se
extravían en el camino; la belleza se adorna a sí misma, y "está mejor adornada
cuando no tiene ningún adorno."
El hombre cristiano debe ser sencillo en todos los aspectos. Pienso que dondequiera
que encuentres uno, deberías saber de inmediato que es cristiano. No debería
ser como esos libros que no puedes entender a menos que alguien te explique
todas esas palabras difíciles. El cristiano debe ser un hombre transparente
como Natanael: "un verdadero israelita, en quien no hay engaño." El hombre que
entiende el espíritu de su Señor es, como Cristo, un niño-hombre, un hombre-niño.
Saben ustedes que lo llamaban "ese santo niño Jesús;" así debe ser nuestro comportamiento,
recordando que "si no os volvéis y os hacéis como
los niños," que son
eminentemente sencillos y sin complicaciones, no podremos entrar al reino de
los cielos.
A continuación, si queremos que nuestra conversación sea digna del Evangelio,
debemos recordar que el Evangelio es
pre-eminentemente verdadero. No
hay nada en el Evangelio que sea falso, ninguna mezcla, nada agregado como un
argumento para el hombre, para captar el interés popular; dice la verdad,
la verdad desnuda, y si a los hombres no les gusta, el Evangelio no puede evitarlo,
pero dice la verdad. Es oro libre de impurezas; agua pura sin mezcla. Así debe
ser el cristiano. Debe hacer que su conversación sea
verdadera. Los santos
son hombres de honor, pero a veces, hermanos, pienso que muchos de nosotros
hablamos demasiado para decir simplemente la verdad. No sé cómo puede la gente
sacar cada mañana gruesos periódicos con tantas noticias, como si todo fuera
verdad; supongo que deben incluir un poco de relleno para completar el tiraje,
y mucho de ese relleno es de un material muy pobre. Y la gente que habla y habla
y habla, no puede moler todo el grano; seguramente debe ser, al menos en parte,
afrecho ordinario. Y en la conversación de un buen número de cristianos que
profesan, cuánto no hay de escándalo, para no mencionar la difamación, expresada
en contra de otros cristianos. Cuánta falta de caridad, cuánta falsedad voluntaria
es expresada por gente que profesa el cristianismo; porque a menudo a la reprensión
recibida no se le presta la suficiente atención, y luego se repite de manera
descuidada sin importar si la repetición es verdadera o no.
Los labios del cristiano deben conservar la verdad cuando la falsedad se derrama
de los labios de todos los demás hombres. Un cristiano no necesita hacer un
juramento nunca, porque su palabra es tan buena como un juramento; su "sí" debe
ser "sí"; y su "no, no." Debe vivir y hablar de tal manera que tenga muy buena
reputación en toda la sociedad; no tanto por la suavidad de sus maneras, como
por la veracidad de sus expresiones. Muéstrenme a un hombre que sea un mentiroso
habitual o frecuente, y me estarán mostrando a un hombre que tendrá su porción
en el lago hirviendo de fuego y azufre. No me importa a cuál denominación cristiana
pueda pertenecer, si un hombre dice lo que no es, estoy seguro que no pertenece
a Cristo; y es muy triste saber que en todos los grupos hay algunos que tienen
esta grave falta deplorable, que no se puede confiar en lo que dicen. ¡Que Dios
nos libre de eso! Nuestra conversación debe ser digna del Evangelio de Cristo,
y entonces invariablemente será verdadera; o, si hay algún error en ella, será
a causa de un error involuntario y nunca como consecuencia de un propósito o
de un descuido.
A continuación, el Evangelio de Jesucristo es un
Evangelio valiente.
Es completamente lo contrario de esa cosa bonita llamada "caridad moderna."
El último demonio creado es la "caridad moderna." La "caridad moderna" pasa
a nuestro alrededor con su sombrero en la mano, y dice: "Ustedes están bien,
todos ustedes están bien. Ya no discutan más; el Sectarismo es una cosa horrible,
¡desháganse de él, desháganse de él!" y así trata de inducir a todo tipo de
personas a guardarse una parte de lo que creen, a silenciar el testimonio de
todos los cristianos sobre aquellos puntos en los que tienen diferencias. Yo
creo que esa cosa llamada Sectarismo en nuestros días no es otra cosa que honestidad
verdadera. Sé un Sectario, mi hermano, sé profundamente un Sectario. Quiero
decir con ello, mantén todo lo que ves que está en la Palabra de Dios y hazlo
con firmeza, y no renuncies ni siquiera a los pequeños fragmentos de la verdad.
Al mismo tiempo, aparta ese Sectarismo que hace que odies a otro hombre porque
no ve lo que tú ves, ¡apártalo lejos de ti! pero nunca consientas en esa alianza
impía, en ese pacto que parece que está controlando todo el país, que quiere
poner un candado en la boca de cada hombre y enviarnos por todas partes como
si fuéramos mudos: que me dice: "No debes hablar en contra de los errores de
tal Iglesia," y a otro dice: "No debes responder." ¡No podemos evitar hablar!
Si no lo hiciéramos, las piedras de las calles podrían gritar en contra de nosotros.
Esa clase de caridad es desconocida para el Evangelio. ¡Ahora escuchen la Palabra
de Dios! "El que cree y es bautizado será salvo; el que no cree"--¿Qué? "Llegará
al cielo por cualquier otra vía?"-"será
condenado;" ese es el Evangelio.
Ustedes pueden percibir con qué valentía lanza su censura. No pretende: "¡puedes
rechazarme e irte por otro camino, y llegar de alguna manera con seguridad al
fin de tu camino!" No, no, no; dice: "
serás condenado" ¿Acaso no percibes
la forma en que lo pone Cristo? Algunos maestros vienen al mundo y le dicen
a todos los demás: "Sí, señores, con el permiso de ustedes, todos están en lo
correcto. Sólo tengo uno o dos puntos que ustedes no han enseñado, déjenme un
espacio; no los voy a echar fuera; puedo estar en el mismo templo con ustedes."
Pero oigan lo que dice Cristo: "Todos los que vinieron antes de mí eran ladrones
y asaltantes, pero las ovejas no les oyeron." Oigan lo que Su siervo Pablo dice:
"Pero aun si nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un evangelio
diferente del que os hemos anunciado," --¿Qué pues? "¿Que sea disculpado por
su error?" No; sino que: "sea
anatema." Ahora, ese es un lenguaje muy
fuerte, pero observen, que así es justamente como debe vivir el cristiano. Así
como el Evangelio es muy valiente en lo que tiene que decir, que así sea siempre
también el cristiano. Me parece que "vivir" de una manera digna del Evangelio,
es siempre una forma valiente e intrépida de vivir.
Algunas personas van arrastrándose por el mundo como si le pidieran permiso
a algún gran hombre para vivir. No conocen sus propias mentes; toman sus palabras
salidas directamente de sus bocas y las miran y solicitan de uno o dos amigos.
"¿Qué piensas de estas palabras?" y si estos amigos las censuran las guardan
y no las vuelven a mencionar. Como aguamala, no tienen médula espinal. Ahora
Dios ha hecho que los hombres caminen erectos, y es una cosa noble que un hombre
se pare derecho sobre sus pies; y es todavía una cosa más noble que un hombre
afirme que en Cristo Jesús ha recibido esa libertad que es verdaderamente libertad,
y por lo tanto no será esclavo de ningún hombre. "Oh Jehovah," dice David, "soy
tu siervo. Tú rompiste mis cadenas." ¡Feliz el hombre cuyas cadenas han sido
rotas! Que tus ojos sean como los ojos de un águila, sí, más brillantes aún;
que nunca sean opacados por los ojos de otro hombre. Que tu corazón sea como
el corazón del león, sin ningún miedo, excepto de ti mismo:
"Sin que me importe, yo mismo un hombre agonizante,
la estima de los hombres agonizantes."
Yo debo vivir como si Dios me vé, como creo que debo vivir, sin importar que
los hombres digan lo mejor o lo peor, pues todo eso será para ti como el chirrido
de un grillo al ponerse el sol. "¿Quién eres tú para que le tengas miedo a un
hombre que va a morir, o al hijo del hombre que no es sino un gusano?" ¡No temas
a los hombres! ¡Sé fuerte! ¡Sé valiente! pues sólo así tu conversación será
digna del Evangelio de Cristo.
Asimismo, el Evangelio de Cristo es
muy tierno. ¡Óiganlo hablar! "Venid
a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar." He
aquí el espíritu de Su fundador: "No quebrará la caña cascada, ni apagará la
mecha que se está extinguiendo." Más aún, el mal carácter, dar coscorrones en
la cabeza a la gente, ofenderse por una palabra, todo esto es contrario al Evangelio.
Hay algunas personas que parecen haber sido amamantadas con vinagre, y cuyo
aspecto en su totalidad va mejor con el Sinaí que con Sión; pensarías que siempre
han subido al monte para ser tocados, el monte que arde con un incendio de fuego,
pues ellos mismos parecen arder con fuego. Puedo decirles que lo mejor de ellos
es más puntiagudo que un seto de espinas. Pero, queridos amigos, que no suceda
eso con nosotros. Sean firmes, sean valientes, no tengan miedo, pero sean cautelosos.
Si tienen el corazón de un león, tengan la mano de una dama; que haya tal ternura
en su comportamiento que los niños no sientan ningún temor de acercarse a ustedes,
y que el publicano y la ramera no se vayan huyendo por su hostilidad, sino que
reciban una invitación por la ternura de sus palabras y de sus hechos.
De la misma manera, el Evangelio de Cristo
está lleno de amor. Es el
mensaje del Dios de amor a la raza caída y perdida. Nos dice: "Porque de tal
manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel
que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna. Proclama en cada palabra
Su gracia: "que nos amó y quien se dio a sí mismo por nosotros." "Nadie tiene
mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos." Esta misma mente
que estaba en Cristo Jesús debe morar ricamente en nosotros. Su último mandamiento
a sus discípulos fue: "que os améis los unos a los otros." Quien ama es nacido
de Dios, mientras que sin esta gracia, no importa nuestra opinión de nosotros
mismos, o lo que otros piensen de nosotros, somos realmente a los ojos de Dios
sólo bronce que resuena o un címbalo que retiñe.
¿No es esta una época en que haríamos bien en dirigir nuestra atención a la
flor del paraíso? La atmósfera de la Iglesia debería fortalecer esta planta
celestial a su perfección más elevada. El mundo debería señalarnos y decir:
"Miren cómo estos cristianos se aman unos a otros. No de palabra ni de lengua,
sino de hecho y de verdad." No me importa ese amor que me llama mi queridísimo
hermano, y luego si difiero en sentimiento o en práctica, me trata como un cismático,
me niega los derechos de hermandad, y si no me suscribo a una contribución forzada
e impuesta para recoger fondos, se apodera de todos mis bienes y los vende en
nombre de la ley, el orden, la Iglesia y Cristo. De todo ese amor fingido líbranos
Señor. ¡Oh! pero que haya una unión real y de todo corazón y amor a todos los
santos. Que nos demos cuenta del hecho que somos uno en Cristo Jesús. Al mismo
tiempo oren pidiendo más amor para todos los hombres. Debemos amar a todos los
que nos oyen, y el Evangelio debe ser predicado por nosotros a todas las criaturas.
Odio al pecado en cualquier parte, pero amo y deseo amar cada vez más, cada
día, las almas de los peores hombres, de los más viles de los hombres. Sí, el
Evangelio habla de amor, y debo transpirarlo en todo lo que hago y todo lo que
digo. Si nuestro Señor fue el amor encarnado, y nosotros somos sus discípulos:
"Que todos nos conozcan y sepan que hemos estado con Jesús y hemos aprendido
de Él."
El Evangelio de Cristo es también el
Evangelio de misericordia, y si
un hombre quiere actuar como es digno del Evangelio, debe ser un hombre misericordioso.
¿Lo estoy viendo? Está orando. Ha estado en la mesa de la comunión, y ha estado
tomando el vino que representa la sangre del Salvador. ¡Qué buen hombre es!
Véanlo el día lunes: tiene a su hermano agarrado del cuello y está diciéndole:
"Paga lo que debes." ¿Acaso eso es digno del Evangelio de Cristo? Allí está
sentado; va a dar su contribución a una obra de caridad, pero va a explotar
a su costurera, se va a engordar con su sangre y sus huesos; va a apoderarse
de los pobres si puede, y los va a vender, y se los va a comer como si fueran
pan, y sin embargo, al mismo tiempo: "como pretexto hacen largas oraciones."
¿Acaso esto es digno del Evangelio de Cristo? No lo considero así. El Evangelio
de Cristo es misericordia, generosidad, liberalidad.
Recibe al mendigo y escucha su clamor; elige aun al más vil y sin ningún merecimiento,
y esparce abundantes bendiciones sobre ellos, y llena el pecho del desnudo y
del hambriento con buenas cosas. Que la conversación de ustedes sea digna del
Evangelio de Cristo. Los avaros entre ustedes, los tacaños entre ustedes no
tienen una conversación digna del Evangelio de Cristo. Podría haber mucho dinero
en el tesoro de Dios, para la Iglesia de Dios y para los pobres de Dios, si
no hubieran personas que parecen vivir sólo para acumular y para atesorar; su
vida es diametralmente opuesta a toda la corriente y al espíritu del Evangelio
de Cristo Jesús. Perdona a todos los que te ofenden, ayuda tanto como te sea
posible, vive una vida de generosidad; debes estar preparado, en lo que puedas,
a hacer el bien a todos los hombres, y especialmente a los de la casa de la
fe, y así tu conversación será digna del Evangelio de Cristo.
Sin embargo no debo dejar de expresar que el Evangelio de Cristo es
santo.
Nunca lo van a encontrar excusando al pecado. Lo perdona, pero no sin una expiación
tan terrible, que el pecado no puede verse nunca más pecaminoso que en el acto
de misericordia que lo quita. "¡Santo! ¡Santo! ¡Santo!" es el grito del Evangelio,
y tal es la exclamación de los querubines y de los serafines. Ahora, si nuestra
conversación debe ser como el Evangelio, debemos ser santos también. Hay cosas
que el cristiano no debe ni siquiera nombrar, mucho menos tolerarlas. Los peores
vicios son para el cristiano cosas que deben esconderse detrás de la cortina,
y ser totalmente desconocidas. Los goces y los placeres del mundo, en la medida
que sean inocentes, son suyos, como también lo son de otros hombres; pero cuando
son pecaminosos o se vuelven dudosos, los descarta con repugnancia, pues él
tiene sus fuentes secretas de gozo, y no necesita ir para beber el agua de ese
río lodoso que tanto gusta a los sedientos del mundo. Busca ser santo, como
Cristo es santo; y no hay ninguna conversación digna del Evangelio de Cristo
excepto esa.
III. Queridos amigos, podría continuar así, pues el tema es muy amplio,
y sólo me detengo, porque desafortunadamente para mí, aunque tal vez felizmente
para su paciencia, mi tiempo se ha terminado. Habiendo simplemente indicado
lo que debe ser la vida cristiana, debo implorarles en pocas palabras, que por
el poder de Dios el Espíritu Santo, busquen adecuar sus vidas de esa manera.
Podría mencionar muchas razones. Sólo voy a darles una o dos.
La primera es, si no viven una vida así, harán que sus hermanos, que son inocentes
de su pecado, sufran. Este debería ser un motivo lo suficientemente poderoso.
Si un hombre pudiera deshonrarse a sí mismo, y llevar la culpa él solo, podríamos
tolerarlo, pero no puede ser así. Digo, señor, que si te ven intoxicado, o si
saben que caes en un pecado de la carne, vas a convertir la vida de cada pobre
jovencita en la iglesia más difícil de lo que ya es, y cada joven que tiene
que soportar la persecución sentirá que has puesto un aguijón en las flechas
de los impíos, que de otra manera no tendrían municiones. Pecas en contra de
la congregación del pueblo de Dios. Sé que hay algunos aquí presentes que tienen
que sufrir mucho por causa de Cristo. La burla suena en tus oídos desde la mañana
hasta la noche, y aprendes a soportarlo virilmente; pero es muy difícil que
te puedan decir: "Mira a fulano de tal, él es un miembro de una iglesia, y mira
lo que hizo. Todos ustedes son un grupo de hipócritas."
Ahora, mis queridos amigos, ustedes saben que eso no es verdad; ustedes saben
que hay muchas personas en nuestras iglesias de quienes el mundo no es digno.
Los excelentes, los devotos, los que se asemejan a Cristo; no pequen, entonces,
en razón de ellos, para no afligirlos, y vejarlos cruelmente.
Asimismo, ¿acaso no ven cómo hacen sufrir a su Señor, puesto que ellos no solamente
dejan sus pecados en la puerta correspondiente, sino que afirman que eso resulta
de su religión. Si ellos imputaran la necedad al necio, no me importaría, pero
ellos la imputan a la sabiduría que debió convertir al necio en sabio, si hubiera
podido aprender. Lo pondrán en mi puerta (eso no importa mucho) hace mucho tiempo
perdí mi carácter; pero no puedo soportar que lo pongan a la puerta de Cristo.
A la puerta del Evangelio. Cuando mencioné hace unos momentos que yo he perdido
mi carácter, quise decir simplemente esto, que el mundo me desprecia, y no quisiera
que fuera de otra manera, que así sea. No hay ningún amor perdido entre nosotros.
Si el mundo odia al ministro de Cristo, sólo puede decir que desea que nunca
pueda heredar la maldición de quienes aman al mundo: "el amor del Padre no está
en él." Sin embargo siempre ha sido el destino del verdadero ministro cristiano
ser el blanco de la calumnia y, sin embargo, él se gloría en la cruz con toda
su vergüenza. Pero sé, queridos amigos, que no quisieran, ninguno de ustedes,
que yo soportara los reproches de sus pecados, y sin embargo tengo que hacerlo
a menudo. No tan a menudo, para algunos, aunque sí para otros. Hay personas
a quienes debo decirles, aún con lágrimas en mis ojos, que son los enemigos
de la cruz de Cristo; y algunos otros a quienes arrebatamos del fuego, odiando
hasta la ropa contaminada por su carne, pero que acarrean un triste deshonor
sobre nosotros, sobre el ministerio, sobre el Evangelio y sobre el propio Cristo.
No quieren hacer eso, al menos, espero que no; entonces que su conversación
sea digna del Evangelio de Cristo.
Y luego recuerden, queridos amigos, que a menos que su conversación sea así,
derribarán todo el testimonio que han dado acerca de Cristo. ¿Cómo pueden creerles
sus alumnos de la escuela dominical, cuando ven que sus acciones contradicen
su enseñanza? ¿Cómo pueden sus propios hijos en el hogar creer en su religión,
cuando ven la impiedad de su vida? Los compañeros trabajadores de la fábrica
no podrán creer en su asistencia a reuniones de oración, cuando los ven caminando
de manera inconsistente en medio de ellos. ¡Oh! la gran cosa que la Iglesia
necesita es más santidad. Los peores enemigos de la Iglesia no son los infieles.
Realmente uno no sabe quiénes son los infieles en nuestros días; son tan insignificantes,
son tan pocos, que uno tendría que salir de cacería para encontrarlos; pero
los peores enemigos de la Iglesia son los hipócritas, los formalistas, los que
profesan solamente de palabra, los que siguen de manera inconsistente su camino.
Ustedes, (si hay algunos aquí presentes) derriban los muros de Jerusalén, abren
sus puertas para que entre el enemigo, y en lo que a ustedes respecta, ustedes
sirven al diablo. ¡Que Dios los perdone! ¡Que Cristo los perdone! ¡Que este
atroz pecado les sea lavado! ¡Que sean traídos en humildad a los pies de la
cruz, para aceptar la misericordia que, al menos hasta ahora, ustedes han rechazado!
Es molesto pensar cómo hay personas que se atreven a permanecer como miembros
de iglesias cristianas, y aun apoderarse de un púlpito, cuando están conscientes
que su vida privada es detestable. ¿Oh, cómo pueden hacer eso? ¿Cómo es posible
que sus corazones se hayan vuelto tan duros? ¡Qué! ¿Acaso el diablo los ha hechizado?
¿Ha logrado el diablo que dejen de ser hombres para convertirlos también en
diablos? ¿Que se atrevan a orar en público, tomar la santa cena, y administrar
las ordenanzas, mientras sus manos están sucias, y sus corazones no están limpios,
y sus vidas están llenas de pecado?
Los exhorto, a aquellos cuyas vidas no sean consistentes, que renuncien a su
profesión, o de lo contrario vivan sus vidas como debe ser. ¡Porque el Espíritu
eterno, que todavía tiene su aventador en su Iglesia, aventará la paja y dejará
solamente el buen trigo dorado sobre el piso! Y si ustedes saben que están viviendo
en algún pecado, que Dios les ayude a lamentarlo, a odiarlo, y que vayan a Cristo
con ese pecado de inmediato; que se acerquen, le laven Sus pies con sus lágrimas,
que se arrepientan sin ningún fingimiento, para comenzar de nuevo en Su fuerza
una vida que sea digna del Evangelio.
Me parece que oigo a alguna persona impía que dice: "Como yo no hago ninguna
profesión de fe, yo estoy bien." Ahora bien, ¡escúchame, querido amigo, escúchame!
Tengo una palabra para ti. Un hombre es presentado ante los magistrados, y dice:
"Nunca he afirmado que soy un hombre honesto." "oh," dice el magistrado, "entonces
te condeno a seis meses de cárcel:" pues ven que es un villano descarado. Y
tú que dices: "Oh, nunca he hecho una profesión de fe," pues por ponerte en
ese terreno, tú mismo te colocas entre los condenados. Pero algunas personas
hacen alarde de esto: "Nunca he hecho una profesión de fe." ¿Acaso nunca has
hecho una profesión de cumplir tu deber para con tu Hacedor? ¿Nunca has hecho
una profesión de ser obediente al Dios en cuyas manos está tu aliento? ¿Nunca
has hecho una profesión de ser obediente al Evangelio?
Pues entonces tu juicio será muy corto, tendrá muy poca duración cuando seas
juzgado al fin; no se necesitarán testigos, pues nunca hiciste una profesión,
nunca pretendiste ser justo. ¿Qué pensarías de un hombre que dijera: "Bien,
yo nunca he profesado decir la verdad?" Otro dice: "Yo nunca he profesado ser
casto." Entonces tú dirías: "¡Alejémonos de la compañía de este individuo ya
que evidentemente nada bueno puede salir de él, ya que no es bueno ni para hacer
una profesión!" Digo esto de una manera muy fuerte para que lo recuerden; les
pido que vayan a casa y simplemente mediten en esto: "Nunca he hecho una profesión
de ser salvo. Nunca he hecho una profesión de arrepentirme de mis pecados, y
por lo tanto cada día estoy haciendo la profesión de ser enemigo de Dios, de
ser impenitente, de no ser un creyente; y cuando el demonio venga por los suyos
él me va a reconocer, pues hago la profesión de ser uno de los suyos al no hacer
una profesión de ser de Cristo." El hecho es que le pido a Dios que nos traiga
a todos aquí, primero para ser de Cristo, y luego para hacer una profesión de
ello. Oh, que el corazón de ustedes pueda ser lavado con la sangre de Cristo,
y luego, habiéndole dado ese corazón a Cristo, darlo al pueblo de Cristo. El
Señor bendiga mis palabras por Cristo Jesús. Amén.
Nota del traductor: El versículo que utiliza Spurgeon para predicar este sermón
está tomado de la Versión King James de la Biblia, en inglés, que dice así "Only
let your "conversation" be as it becometh the gospel of Christ. Philipians 1:27
Casi todas las versiones en español utilizan conducta. Sin embargo, el sentido
del sermón se mantiene.