El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
¡Nunca! ¡Nunca!
¡Nunca! ¡Nunca! ¡Nunca!
NO.
477
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Porque él
dijo: No te desampararé, ni te dejaré”. Hebreos 13: 5.
“Él mismo ha dicho: Nunca te dejaré ni te desampararé”.
Hebreos 13: 5.
En “Jehová ha dicho así”
reside un gran poder. El hombre que puede empuñar, mediante la fe, esta espada:
“Porque él dijo”, tiene en su mano un arma que lo vence todo. ¿Existe alguna
duda que no pueda ser eliminada por esta espada de dos filos? ¿Cuál miedo no
caerá aniquilado con una herida mortal propinada por esta flecha salida del
arco del pacto de Dios? Si podemos parapetarnos tras el baluarte de “Porque él
dijo”, ¿acaso las turbaciones de la vida y las agonías de la muerte no
parecerán sólo unas leves aflicciones? ¿Y
no sucederá exactamente lo mismo con las corrupciones internas y con las
tentaciones externas, con las tribulaciones que provienen de lo alto y con las
tentaciones que surgen de lo bajo? Ya sea para encontrar deleite en nuestra
quietud o para recibir fortaleza en nuestro conflicto, “Porque él dijo” ha de
ser nuestro refugio cotidiano.
De aquí que debamos
aprender, hermanos míos, el valor extremo de escudriñar las Escrituras. Pudiera haber una promesa en
Ustedes notarán que, a
semejanza de su Maestro, los apóstoles solían recurrir a las citas. Si bien
eran hombres inspirados que hubieran podido utilizar palabras nuevas, con todo,
como un ejemplo para nosotros, preferían citar estas palabras: “Porque él
dijo”. Hagamos lo mismo, pues, aunque las palabras de los ministros pudieran
ser dulces, las palabras de Dios son más dulces; y aunque los pensamientos
originales pudieran tener lo novedoso de la frescura, con todo, las antiguas
palabras de Dios tienen el tintineo, el peso y el valor de antiguas y preciosas
monedas que no serán encontradas deficientes en el día en que las usemos.
Con base en nuestro
texto pareciera que “Porque él dijo” no es solamente útil para ahuyentar dudas,
temores, dificultades y demonios, sino que también nutre todas nuestras
gracias. Ustedes perciben que cuando el apóstol nos exhorta a tener
contentamiento, dice: “Contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo”; y cuando nos motiva a estar confiados y a ser valientes,
dice así: “Porque él dijo, por tanto,
nosotros podemos decir confiadamente:
el Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre”. Cuando el
apóstol quiere nutrir la fe, lo hace citando de
Con gran placer regresamos
de inmediato a las maravillosas palabras de nuestro texto: “Porque él dijo: no
te desampararé, ni te dejaré”. Sin duda ustedes están conscientes de que
nuestra traducción no transmite toda la fuerza del original, y que en inglés
difícilmente sería posible expresar todo el significado del griego. Podríamos
traducirlo así: “Porque él dijo: yo nunca, nunca te dejaré; yo nunca, nunca,
nunca te desampararé”, pues, aunque esa no sería una traducción literal, sino
más bien una traducción libre, con todo, como hay cinco negaciones en el
griego, nosotros no sabemos cómo expresar su fuerza de ninguna otra manera. Dos
negaciones se anulan en nuestro idioma; pero aquí, en el griego, intensifican el
significado cuando se repiten la una después de la otra, como supongo que lo
habrían hecho las cinco piedras que David tomó del torrente si la primera no
hubiera bastado para hacer que el gigante se tambaleara. El verso que acabamos
de cantar hace unos instantes es una excelente traducción del original:
“Al alma que se ha apoyado en Jesús en busca de reposo,
Yo no la abandonaré, no la abandonaré a sus enemigos;
Aunque todo el infierno procure embestir a esa alma,
Yo nunca, no, nunca, no, nunca la abandonaré”.
Aquí tienen las cinco
negaciones muy bien colocadas, y en la medida de lo posible se conserva muy
fielmente la fuerza del griego.
Al tratar de exponer
esta quíntuple seguridad, esta quintaesencia de consolación, tendremos que
pedirles que presten atención, ante todo, a una
terrible condición, o aquello que es negado; en segundo lugar, a una agraciada promesa, o aquello que es
garantizado positivamente; a continuación, hemos de observar las notables ocasiones o tiempos en los que
esta promesa fue expresada; diremos unas cuantas palabras sobre ciertas dulces confirmaciones que comprueban que
el texto es veraz; y luego, en quinto lugar, presentaremos unas conclusiones necesarias que fluyen de
las palabras de la promesa.
I. Entonces,
consideren ante todo, UNA TERRIBLE CONDICIÓN: ¡perdidos y DESAMPARADOS por
Dios! Si intentáramos describir este estado mental sería una vana empresa. He
pensado en él, he soñado con él y lo he sentido en la débil medida en que un
hijo de Dios puede sentirlo, pero no sé cómo describirlo.
1. El desamparo implica
una completa soledad. Pongan a un
viajero en un vasto desierto aullante, en el que por muchas leguas no haya trazas
de seres humanos ni pisadas de ningún viajero. El desventurado viajero
solitario clama pidiendo ayuda pero el eco vacío de las rocas es su única
respuesta. Ningún ave surca el aire; no hay ni un chacal que aceche en el
yermo; ni un solo insecto le hace compañía bajo los rayos del sol; ¡no hay ni
siquiera una solitaria hojita de hierba que le recuerde a Dios! Con todo, ni
siquiera allí está solo, pues esas rocas demuestran que hay un Dios y la arena
caliente debajo de sus pies y el sol abrasador encima de su cabeza dan
testimonio de una Deidad presente. Pero, ¡cuál no será la soledad de un hombre
abandonado por Dios! Ninguna migración podría ser tan terrible como ésta, pues
dice: “Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, allí tú estás”. Una condición así sería
peor que el infierno, pues David dice: “Y si en el Seol hiciere mi estrado, he
aquí, allí tú estás”. La soledad es
un sentimiento que no le produce ningún deleite a nadie. La soledad puede tener
algunos encantos, pero quienes son forzados a ser sus cautivos no los han
descubierto. Una soledad pasajera pudiera proporcionar algún placer. Pero estar
solo, completamente solo, es algo terrible. Estar solo, sin Dios, es una soledad tan enfática que yo desafío incluso al
labio de un réprobo a expresar el horror y la angustia que deben estar
concentrados en esa soledad. Cuando nuestro Señor Jesús dice: “He pisado yo solo el lagar” hay en el lenguaje mucho
más de lo que ustedes y yo pudiéramos soñar. ¡Solo! Ustedes recordarán que Él dijo en una ocasión: “Me dejaréis
solo; mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo”. No hay agonía en esa
frase, pero cuál no habrá sido Su aflicción cuando dijo: “¡He pisado yo solo el lagar!” “Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has desamparado?” es el clamor de la naturaleza humana en su
desánimo extremo. Gracias a Dios porque mediante esta promesa se nos enseña a
ustedes y a mí que nunca conoceremos la desesperada soledad de ser desamparados
por Dios; con todo, ¡así sería si Él nos desamparara!
2. En
combinación con esta penosa soledad hay un sentido de completo desamparo. De Dios es el poder; si el Señor se retira, los
hombres fuertes habrán de fallar por completo. Sin Dios, el arcángel llega a su
fin y desaparece y los montes eternos se inclinan y las sólidas columnas de la
tierra se desploman. Sin Dios, nuestro polvo regresa a la tierra; sin Dios, nuestro
espíritu lamenta como David: “He sido olvidado de su corazón como un muerto; he
venido a ser como un vaso quebrado”. Cristo supo lo que era eso cuando dijo: “Yo
soy gusano, y no hombre”. Él estaba tan completamente quebrantado, tan vacío de
todo poder, que cuando pendía de la cruz con Sus miembros dislocados, exclamó:
“Como un tiesto se secó mi vigor… y me has puesto en el polvo de la muerte”. Ninguna
caña cascada o pábilo que humeare pudieran ser tan débiles como un alma
desamparada por Dios. Nuestro estado sería tan deplorablemente desvalido como
el de la criaturita de Ezequiel, abandonada y arrojada sobre la faz del campo
sin nadie que le pusiera pañales y la cuidara, abandonada completamente para
perecer y morir; ¡así seríamos nosotros si fuéramos abandonados por Dios! Gloriosas
son esas negaciones que nos protegen de todo temor de experimentar esa
calamidad.
3. Ser
desamparado por Dios implica una completa
carencia de amistades. ¡Sea Jehová bendito mil veces porque sólo unos
cuantos de nosotros han sabido lo que es no tener amigos! Ha habido momentos en
la experiencia de algunos de nosotros en los que sentíamos que estábamos sin
ningún amigo en la esfera particular que ocupábamos entonces, pues teníamos un
dolor que no podíamos confiar a ningún otro corazón. Todo hombre que sea
eminentemente útil en
Hermanos, muchos santos
han perdido a todos sus amigos pero han soportado valientemente la prueba, pues
volviendo sus ojos al cielo han sentido que, aunque no contaban con amigos, no
se les había dejado de brindar amistad. Oyeron la voz de Jesús que les decía: “No
os dejaré huérfanos; vendré a vosotros”; y fortalecidos por la amistad divina,
sintieron que no se habían quedado completamente solos. ¡Pero ser desamparados por Dios! ¡Oh, que ustedes y yo no
sepamos nunca lo que es eso! Estar sin un amigo en el cielo; mirar a ese trono
de gloria y ver la negrura de la oscuridad allá; dirigirse a la misericordia y
encontrarse con un ceño fruncido; volar al amor y recibir un regaño; dirigirse
a Dios y descubrir que Su oído se ha agravado para oír y que Su mano se ha
acortado para ayudar; ¡oh, ser desamparado de esa manera es gran terror, es terror
apilado sobre terror!
4. Soledad,
desamparo y falta de amigos, sumen todas esas cosas y luego agreguen otro
componente: la desesperanza. Un
hombre al que los demás han abandonado puede albergar todavía esperanzas. Pero
si fuere desamparado por Dios, entonces la esperanza se habría desvanecido; la
última ventana se habría cerrado; ni un solo rayo de luz penetra en la densa
oscuridad egipcia de su mente. La vida es muerte; la muerte es condenación, una
condenación en sus más extremos alcances. Si mira a los hombres, no son más que
cañas cascadas; si recurre a los ángeles, son seres vengadores; si mira a la
muerte, incluso la tumba no le proporciona ningún refugio. Puede mirar donde
quiera, pero una desesperación vacía y negra se apodera de él. Nuestro bendito
Señor conoció esto cuando amante y amigo le desampararon, y sus conocidos
permanecieron en la oscuridad. Fue únicamente Su fe transcendente la que le
permitió decir, después de todo, “No dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás
que tu santo vea corrupción”. La negra sombra de esta completa desesperación lo
cubrió cuando dijo: “Mi alma está muy triste, hasta la muerte”, y “era su sudor
como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra”.
5. Para
compensar este quíntuple abandono, contra el cual tenemos las cinco negaciones,
agreguemos a toda esta soledad, desamparo, falta de amigos, y desesperación, un
sentido de indecible agonía. Hablar
de agonía es una cosa, pero sentirla es algo muy diferente. Calamidad y
desesperación: -que incluye la lucha de
estas cosas con el espíritu hasta que el espíritu es pisoteado y aplastado y
quebrado y elige la estrangulación más que la vida; que incluye un horrible
sentido de que cada mal ha establecido su guarida en el propio corazón; que
incluye estar conscientes de que somos el blanco de todas las flechas de Dios,
que todas las ondas y las olas de
Dios han pasado sobre nosotros, que Él ha olvidado ser clemente, que no será
misericordioso para con nosotros, que ha cerrado airado las entrañas de Su
compasión- todo eso es una parte de ser abandonado por Dios que únicamente los
espíritus perdidos en el infierno pueden conocer. Nuestra incredulidad nos
permite algunas veces un atisbo de lo que sería eso, pero se trata de un atisbo
únicamente, de una mirada únicamente; demos gracias a Dios porque somos librados
de todo temor de este tremendo mal. Por medio de cinco heridas nuestro Redentor
mata nuestra incredulidad.
Hermanos, si Dios nos
dejara, fíjense en el resultado: yo visualizo el óptimo estado de un desamparado
por Dios: es incertidumbre y azar. Yo preferiría ser un átomo al que Dios
gobierna, al que le predestina su senda y fuerza a seguir avanzando de acuerdo
a Su propia voluntad, que ser un arcángel dejado a mi propio arbitrio para
hacer lo que yo quisiera y para actuar como me pluguiera, sin el control de
Dios; pues un arcángel, dejado de Dios, pronto perdería su camino y caería en
el infierno; o se derretiría, y caería y moriría; pero el diminuto átomo,
teniendo a Dios con él, cumpliría su curso predestinado; estaría siempre en una
pista segura y a lo largo de toda la eternidad tendría tanta potencia en él
como en el momento en que fue creado. No puedo entender por qué algunas personas
están tan encariñadas con el libre albedrío. Yo creo que el libre albedrío es
el deleite de los pecadores, pero que la voluntad de Dios es la gloria de los
santos. No hay nada de lo que yo desee deshacerme tanto como de mi propia
voluntad, para ser absorbido en la voluntad y el propósito de mi Señor. Actuar
según la voluntad de Aquel que es sumamente bueno, sumamente veraz, sumamente
sabio y sumamente poderoso, me parece que es el cielo. Que otros elijan la
dignidad de la independencia; yo, en cambio, ansío la gloria de estar
enteramente muerto en Cristo, y únicamente vivo en Él. ¡Oh!, queridos amigos,
si el Señor nos desamparara, nuestro curso sería incierto, para decirlo de la
mejor manera, y, pronto terminaría en la nada. Sabemos, además, que si Dios
abandonara al mejor santo viviente, ese hombre caería inmediatamente en pecado.
Ahora se apoya con seguridad en ese pináculo elevado, pero su cerebro se
tambalearía y el santo caería si unas manos secretas no lo sostuvieran. Ahora
escoge sus pasos cuidadosamente; pero si le quitaran la gracia se echaría en el
cieno, y se revolcaría en él como otros hombres. Si el piadoso fuera desamparado
por su Dios, iría de mal en peor, hasta que su conciencia, que ahora es muy
tierna, sería cauterizada como con un hierro candente. ¡Luego se convertiría en
un ateo o en un blasfemo, y llegaría a su lecho de muerte echando espuma por la
boca lleno de ira; se presentaría ante el tribunal de su Hacedor con una
maldición en sus labios; y en la eternidad, dejado de Dios y desamparado por
Él, se hundiría en el infierno con los condenados, sí, y entre los condenados
él tendría el peor lugar, más bajo que los más bajos, encontrando en las más
hondas profundidades una profundidad más honda, descubriendo en la ira de Dios
algo más terrible que la ira ordinaria que cae sobre los pecadores comunes!
Cuando describimos así
lo que es ser desamparado por Dios, ¿no es satisfactorio en grado sumo recordar
que tenemos la palabra de Dios repetida cinco veces a este fin: “Yo nunca,
nunca te dejaré; Yo nunca, nunca, nunca te desampararé?” Yo sé que quienes
caricaturizan al calvinismo dicen que si se permitiera que un hombre viviera como
pluguiera, pero Dios estuviera con Él, estaría seguro al final. Nosotros no
enseñamos nada que se asemeje a eso, y nuestros adversarios saben que es
cierto. Ellos saben que nuestras doctrinas son invulnerables si las enunciaran
correctamente, y que la única manera en la que pueden atacarnos es
calumniándonos y pervirtiendo lo que enseñamos. Es más, en verdad nosotros no
decimos eso, sino que decimos que donde Dios comienza la buena obra, el hombre no
vivirá nunca como le plazca, o si lo hiciera, querría vivir como Dios quiere
que viva; que donde Dios comienza una buena obra, Él la continúa; que el hombre
no es desamparado nunca por Dios, ni el hombre abandona a Dios, sino que es
guardado hasta el fin.
II. Ahora,
en segundo lugar, tenemos ante nosotros UNA AGRACIADA PROMESA, o aquello que es
garantizado positivamente.
¿Qué es lo que esta
promesa garantiza? Amados, en ella Dios le da a Su
pueblo todo. “Yo no te dejaré”.
Entonces ningún atributo de Dios puede cesar de estar ocupado en nosotros. ¿Es
Él poderoso? Él se mostrará fuerte en favor de los que confían en Él. ¿Es Él
amor? Entonces con eterna misericordia tendrá misericordia de nosotros. Cada
uno de los atributos que constituyen el carácter de
III. Sin
embargo, con el objeto de exponer esta promesa más plenamente, quisiera
recordarles las cinco ocasiones en las que ocurren en
1. Uno
de los primeros casos se encuentra en Génesis 28: 15. “He aquí, yo estoy
contigo, y te guardaré por dondequiera que fueres, y volveré a traerte a esta
tierra; porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho”. Aquí
tenemos esta promesa en el caso de un
hombre atribulado. Más que Abraham o que Isaac, Jacob fue un hijo de la
tribulación. En esa ocasión Jacob iba huyendo de la casa de su padre, dejando
atrás el cariño excesivo y el apego de una madre y el aborrecimiento de su
hermano mayor que buscaba su muerte. Jacob se acuesta a dormir, con una piedra
por almohada, con los setos por cortinas, con la tierra por lecho, y los cielos
por dosel; y mientras duerme así, sin amigos, solitario y aislado, Dios le
dice: “No te dejaré”. Observen su vida posterior. Es guiado a Padan-aram. Dios,
su guía, no lo deja. En Padan-aram Labán lo engaña, lo engaña perversa y
malvadamente de muchas maneras, pero Dios no lo deja, y Jacob es un digno
contrincante del ratero Labán. Huye al fin con sus esposas e hijos; Labán, lo
persigue enfurecido, pero el Señor no lo deja; el Monte Mizpa da testimonio de
que Dios puede detener al perseguidor, y hacer que el enemigo se torne en un
amigo. Esaú sale contra él: que el vado de Jaboc sirva de testigo de las luchas
de Jacob, y por medio del poder de Aquel que nunca desamparó a Su siervo, Esaú
besa a su hermano al que una vez pensó matar. Luego Jacob mora en tiendas y en
cabañas en Sucot; recorre toda esa tierra y sus hijos matan traicioneramente a
los habitantes de Siquem. Luego las naciones vecinas buscan vengar a sus
muertos pero el Señor interviene de nuevo, y Jacob es liberado. Después el
pobre Jacob es separado de sus hijos. Clama: “José no parece, ni Simeón
tampoco, y a Benjamín le llevaréis; contra mí son todas estas cosas”. Pero esas
cosas no están en su contra. Dios no lo ha dejado, pues todavía no ha hecho
todo lo que le había dicho. El anciano desciende a Egipto; sus labios se
refrescan cuando besa las mejillas de José, su hijo dilecto, y hasta el final,
cuando encoje sus pies en la cama y canta acerca de aquel Siloh que habría de
venir y del cetro que no sería quitado de Judá, el buen anciano Jacob demuestra
que en seis tribulaciones Dios está con Su pueblo, y en siete no lo desampara;
que incluso hasta las canas Él no cambia, y hasta la vejez lo soportará. A ustedes,
que son como Jacob, llenos de aflicción; a ustedes, afligidos y atribulados
herederos del cielo, a cada uno de ustedes Él le ha dicho -¡oh, créanle!- “Yo
nunca te desampararé, ni te dejaré”.
2. El
siguiente caso en donde encontramos esta misma promesa está en Deuteronomio 31:
6. Aquí encontramos que es dada, no tanto a individuos sino más bien al cuerpo
tomado en su colectividad. Moisés le dijo al pueblo de Judá, por
3. La
tercera ocasión en la que esta promesa fue hecha se encuentra en Josué 1: 5.,
donde el Señor le dice a Josué: “Nadie te podrá hacer frente en todos los días
de tu vida; como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré, ni te
desampararé”. Ahora, este es el texto de
un ministro. Si somos llamados a conducir al pueblo, a enfrentar lo más
arduo de la batalla, el peso y el calor del día, hemos de atesorar esto como
una preciosa consolación: Él no nos dejará ni nos desamparará. No es necesario
que les diga que no es cualquiera el que puede ir al frente de las filas, y que,
aunque no es pequeña la parte de honra dada por Dios a una tal persona, con
todo, hay en su porción una amargura que nadie más puede conocer. Hay momentos
en los que, si no fuese por la fe, entregaríamos el espíritu, y, si no fuera porque
el Maestro está con nosotros, daríamos la espalda y huiríamos, como Jonás lo
hizo respecto a Nínive. Pero si alguno de ustedes es llamado a ocupar
posiciones prominentes en
4. En
la siguiente ocasión, David, en sus últimos momentos, le dio esta misma promesa
a su hijo Salomón, en 1 Crónicas 28: 20. David hablaba de lo que él mismo había
comprobado por experiencia que era verdad, y declara: “Anímate y esfuérzate, y
manos a la obra; no temas, ni desmayes, porque Jehová Dios, mi Dios, estará
contigo; él no te dejará ni te desamparará, hasta que acabes toda la obra para
el servicio de la casa de Jehová”. Algunos cristianos son colocados donde
necesitan mucha prudencia, discreción y
sabiduría. Pueden tomar esta promesa y hacerla suya. La reina de Sabá vino
para ver a Salomón; le hizo muchas preguntas difíciles, pero Dios no lo dejó,
ni lo desamparó, y Salomón fue capaz de responderlas todas. Como juez sobre
Israel, eran llevados delante de él muchos casos complejos; ustedes recuerdan
al bebé y a las mujeres rameras, y cuán sabiamente juzgó ese caso. La
construcción del templo era una obra muy imponente; no se había visto nada
semejante en la tierra, pero, por la sabiduría que le fue dada, las piedras
fueron moldeadas y puestas una sobre otra, hasta que por fin se colocó la
piedra de coronamiento en medio de aclamaciones. Tú harás lo mismo, oh hombre
de negocios, aunque la tuya sea una situación de mucha responsabilidad. Tú terminarás
tu carrera, oh responsable obrero, aunque haya muchos ojos que estén atentos a
tu claudicación. Tú harás lo mismo, hermana, aunque necesites tener siete ojos
en vez de dos; tú oirás la voz de Dios diciéndote: “Este es el camino, andad por
él”. Nunca serás avergonzada ni confundida, por todos los siglos.
5. A
continuación -y tal vez esta quinta ocasión sea la más consoladora para la
mayoría de ustedes- se encuentra en Isaías 41: 17, “Los afligidos y
menesterosos buscan las aguas, y no las hay; seca está de sed su lengua; yo Jehová
los oiré, yo el Dios de Israel no los desampararé”. Tú podrías ser conducido a
ese estado el día de hoy. Tu alma pudiera necesitar
a Cristo, pero pudieras ser incapaz de encontrarlo. Pudieras sentir que
estás perdido sin la misericordia que proviene de la sangre expiatoria.
Pudieras haber recurrido a las obras y a las ceremonias, a las oraciones y a
las acciones, a la limosna y a las experiencias, y haber descubierto que todas
esas cosas son pozos secos, y ahora difícilmente puedes orar, pues tu lengua se
pega al paladar de tu boca debido a la sed. Ahora bien, en tu peor condición,
llevado a la más baja condición a la que una criatura pudiera ser arrojada
jamás, Cristo no te desamparará, Él vendrá en tu ayuda.
Seguramente una de estas
cinco ocasiones tiene que adaptarse a ti, y permíteme recordarte aquí que todo
lo que Dios ha dicho a cualquier santo, se lo ha dicho a todos. Cuando Él abre
un pozo para un hombre es para que todos puedan beber. Cuando cae el maná, no
es solamente para los que están en el desierto, sino que nosotros también, por
fe, comemos todavía el maná. Ninguna promesa es de interpretación privada.
Cuando Dios abre una puerta del granero para distribuir alimento, pudiera haber
un hombre que se está muriendo de hambre que sirva de ocasión para que sea
abierta, pero todos los hambrientos pueden acercarse y alimentarse también. Ya
fuera que diera la palabra a Abraham o a Moisés, no importa; te la ha dado a ti
como a uno de la simiente del pacto. No hay una sola bendición sublime que sea
demasiado elevada para ti, ni una amplia misericordia que sea demasiado extensa
para ti. Alza ahora tus ojos al norte y al sur, al este y al oeste, pues todo
esto es tuyo. Asciende a la cumbre del Pisga, y mira hasta el último confín de
la promesa divina, pues toda la tierra es de tu propiedad. No hay ni un solo torrente
de agua viva del cual no puedas beber. Si la tierra fluye leche y miel, come la
miel y bebe la leche. Las vacas más gordas, sí, y los más dulces vinos, todo eso es tuyo, pues no se le puede negar
nada de eso a ningún santo. Sé valiente para creer, pues Él dijo: “No te desampararé, ni te dejaré”. Haciendo un resumen, no hay nada que pudieras
necesitar, no hay nada que pudieras pedir, no hay nada de lo que pudieras
carecer en el tiempo o en la eternidad, no hay nada vivo, no hay nada muerto,
no hay nada en este mundo, no hay nada en el mundo venidero, no hay nada ahora,
nada en la mañana de la resurrección ni nada en el cielo que no esté contenido
en este texto: “No te desampararé, ni te dejaré”.
IV. Voy
a dar cuatro golpes para remachar el clavo mientras hablo sobre LAS DULCES
CONFIRMACIONES de esta promesa sumamente preciosa.
1. Permítanme
recordarles que el Señor no dejará a Su pueblo ni querría hacerlo, en razón de Su relación con ellos. Él es tu Padre; ¿acaso tu
Padre te dejaría? ¿Acaso no ha dicho: “Se olvidará la mujer de lo que dio a
luz, para dejar de compadecerse del hijo del vientre? Aunque olvide ella, yo
nunca me olvidaré de ti”. Siendo tú malo, ¿dejarías que tu hijo pereciera?
¡Nunca, nunca! Recuerda que Cristo es tu esposo.
¿Siendo tú un esposo, descuidarías a tu esposa? ¿Acaso no sería una
vergüenza que un esposo no sustentara y cuidara a su esposa como a su propio
cuerpo, y acaso Cristo se habría de convertir en uno de esos malos esposos? ¿No
se ha dicho: “Él aborrece el repudio”, y te habría de repudiar? Recuerda que tú
eres parte de Su cuerpo. Nadie
aborreció jamás a su propia carne. Tú podrías ser sólo como el dedo meñique,
pero ¿dejará que Su dedo se pudra, que perezca, que se muera de hambre? Tú
podrías ser el menos digno de todos los miembros, pero ¿no está escrito que
esos se visten más dignamente, y así nuestras partes menos decorosas se tratan
con más decoro? Si Él es padre, si es esposo, si es cabeza, si es todo en todo,
¿cómo podría dejarte? No pienses tan duramente de tu Dios.
2. Luego,
a continuación, Su honra lo obliga a no desampararte nunca. Cuando vemos una casa
construida a medias y que permanece en ruinas, decimos: “Este hombre comenzó a
edificar, y no pudo acabar”. ¿Se dirá esto de tu Dios: que comenzó a salvarte y
que no pudo llevarte a la perfección? ¿Es posible que quebrante Su palabra, y
que manche así Su verdad? ¿Serán capaces los hombres de desacreditar Su poder,
Su sabiduría, Su amor, Su fidelidad? ¡No, gracias a Dios, no! “Yo les doy”
–dice- “vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano”.
Si tú perecieras, creyente, el infierno resonaría con una risa diabólica contra
el carácter de Dios; y si alguna vez pereciera alguien a quien Jesús se propuso
salvar, entonces los demonios del abismo señalarían por siempre al Cristo
derrotado con el dedo del escarnio, al Dios que se propuso hacerlo pero que no
pudo cumplirlo.
“Su honor está comprometido a salvar
A la más insignificante de Sus ovejas;
Todo lo que Su Padre celestial le dio
Sus manos lo guardan seguramente”.
3. Y
si eso no bastara, recuerda que además de esto todo el pasado sirve para demostrar que Él no te desamparará. Tú has estado en abismos de aguas; ¿te
has ahogado? Tú has caminado en medio de los fuegos; ¿te han quemado? Tú has
tenido seis tribulaciones; ¿te ha desamparado? Tú has descendido hasta la raíz
de los montes y el alga se enredó a tu cabeza; ¿acaso no te ha sacado a flote
de nuevo? Tú has experimentado grandes
y agudas tribulaciones; pero ¿acaso no te ha librado? Dinos, ¿cuándo te ha
dejado? Testifica en Su contra; si has descubierto que es olvidadizo, entonces
duda de Él. Si lo has encontrado indigno de tu confianza, entonces desconócelo,
pero no hasta entonces. El pasado resuena con mil cánticos de gratitud, y cada
una de sus notas demuestra por una indisputable lógica que Él no desamparará a
Su pueblo.
4. Y
si eso no bastara, pregúntale a tu padre y a los santos que ya han partido. ¿Pereció jamás alguno de ellos
confiando en Cristo? Me he enterado de que se dice que algunos a quienes Jehová
amó han caído de la gracia y se han perdido. He oído que labios de ministros se
prostituyen así con la falsedad, pero yo sé que ese no fue nunca el caso. Él
guarda a todos Sus santos; ni uno solo de ellos ha perecido; ellos están en Su
mano y han sido preservados hasta aquí. David deplora: “Todas tus ondas y tus
olas han pasado sobre mí”; con todo, exclama: “Espera en Dios; porque aún he de
alabarle”. Jonás se lamenta: “La tierra echó sus cerrojos sobre mí para
siempre”; y, sin embargo, al poco tiempo dice: “La salvación es de Jehová”.
Ustedes, seres glorificados en lo alto, a través de muchas tribulaciones han
heredado el reino y, ataviados con sus vestiduras blancas, ustedes sonríen
desde sus tronos de gloria y nos dicen: “No duden del Señor ni desconfíen de
Él, Él no ha desamparado a Su pueblo ni ha echado fuera a Sus elegidos”.
5. Amados
amigos, no hay ninguna razón por la que
nos deba desechar. ¿Pueden aducir ustedes alguna razón por la que Él
debería repudiarnos? ¿Es acaso la pobreza de ustedes, la desnudez, el riesgo,
el peligro de su vida? En todas estas cosas somos más que vencedores por medio
de Aquel que nos amó. ¿Dices que son tus pecados? Entonces yo te respondo que
el pecado no puede ser nunca una causa para que Dios deseche a Su pueblo, pues
ellos estaban llenos de pecado cuando abrazó sus personas la primera vez y
abrazó su causa. Esa habría sido una razón por la que nunca debió amarlos, pero
habiéndolos amado cuando estaban muertos en delitos y pecados, su pecado no
puede ser nunca una razón para dejarlos. Además, el apóstol dice: “Estoy seguro
de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni
lo presente, ni lo por venir” –y el pecado es una de las cosas presentes, y me
temo que es una de las cosas por venir- “ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna
otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús
Señor nuestro”. Oh hijo de Dios, no hay temor de que uses indebidamente esta
preciosa verdad. El profesante de piedad que es de origen villano podría decir:
“Voy a pecar, pues Dios no me desechará”; pero ustedes que son herederos del
cielo no dirían eso; más bien atarán esto alrededor de su corazón, y dirán:
“Ahora voy a amar a Aquel que habiendo amado a los suyos, los amó hasta el
fin”. A Dios sea la gloria.
“En medio de todo mi pecado, y cuidados y dolor
Su Espíritu no me soltará”.
Esclavos que temen la
maldición de Dios, aplíquense a sudar y a trabajar arduamente. Nosotros somos
Sus hijos, y sabemos que no puede expulsarnos de Su corazón. Que Dios nos libre
de la infame servidumbre de la doctrina que hace que los hombres teman que Dios
pueda ser infiel, que Cristo pueda divorciarse de Su propia esposa y que pueda
permitir que los miembros de Su propio cuerpo perezcan; que muera por ellos y,
sin embargo, que no los salve. Si hay alguna verdad que
V. Y
ahora, en quinto lugar, veremos las CONCLUSIONES APROPIADAS que han de
extraerse de esta doctrina.
1. Una
de las primeras conclusiones es el contentamiento.
El apóstol dice: “Teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto porque
Él dijo: ‘No te desampararé, ni te dejaré’”. Ismael, el hijo de Hagar, tenía su
agua en un odre y él hubiera podido reírse de Isaac porque Isaac no poseía
ningún odre, pero la diferencia entre ambos consistía
en que Isaac habitaba junto al pozo. Ahora bien, algunos de nosotros tenemos
muy poco en este mundo; no tenemos ningún odre de agua, ni ninguna provisión a
la mano, pero, por otra parte, vivimos junto al pozo, y eso es todavía mejor. Depender
de la providencia cotidiana de un Dios fiel es mejor que contar con veinte mil
libras esterlinas al año.
2. La
siguiente lección es la valentía.
Digamos valientemente: “Dios es el que me ayuda, ¿qué puede hacerme el hombre?”
¡Un hijo de Dios temeroso! Vamos, no hay nada que sea más contrario a su
naturaleza. Si alguien los persiguiera, mírenlo al rostro y sopórtenlo
alegremente. Si se rieran de ustedes, que se rían; ustedes podrán reír cuando
ellos aúllen. Si alguien los despreciara, estén contentos de ser despreciados
por los necios y ser incomprendidos por los locos. Sería duro si el mundo nos
amara pero es algo fácil si el mundo nos odia. Estamos tan acostumbrados a que
se diga de nosotros que somos completamente viles en nuestros motivos y
egoístas en nuestros propósitos; estamos tan acostumbrados a oír que nuestros
adversarios distorsionan nuestras mejores palabras y destrozan nuestras frases,
que si hicieran cualquier otra cosa que aullar, nos consideraríamos indignos. “¿Quién
eres tú para que tengas temor del hombre, que es mortal, y del hijo de hombre,
que es como heno? Y ya te has olvidado de Jehová tu Hacedor, que extendió los
cielos y fundó la tierra”.
3. Luego,
a continuación, hemos de desechar nuestro
desánimo. Algunos de ustedes vinieron aquí esta mañana con un ánimo tan
negro como el clima. Hace unos instantes vimos algunos rayos de sol espiando a
través de aquellas ventanas, al punto de que nuestros amigos se apresuraron a
cerrar las persianas para impedir que la deslumbrante brillantez cegara sus
ojos; yo espero, sin embargo, que no impidan el paso de los rayos del santo
gozo que irrumpe ahora en ustedes. No, porque Él dijo: “No te desampararé, ni
te dejaré” dejen sus problemas en sus reclinatorios, y llévense una canción.
4. Y
luego, hermanos míos, aquí tienen un argumento para el mayor deleite posible. ¡Cómo debemos regocijarnos con un gozo
indecible si Él no nos dejará nunca! Las meras canciones no bastan; todos
ustedes, los rectos de corazón, prorrumpan en gritos de júbilo.
5. Y,
por último, ¡qué sustento tenemos aquí para
la fe! Apoyemos todo nuestro peso en nuestro Dios. Arrojémonos sobre Su
fidelidad igual que lo hacemos sobre nuestras camas, trayendo todo nuestro
desfallecimiento a Su amado reposo. Ahora, echemos los pesos de nuestros
cuerpos y de nuestras almas sobre nuestro Dios porque Él dijo: “No te
desampararé, ni te dejaré”.
¡Oh, yo desearía que
esta promesa les perteneciera a todos ustedes! ¡Yo daría mi mano derecha si eso
se pudiera! Pero algunos de ustedes no deben tocarla; a algunos de ustedes no
les pertenece, pues es propiedad exclusiva del hombre que confía en Cristo.
“¡Oh!”, -dirá alguien- “entonces voy a confiar en Cristo”. Hazlo, alma, hazlo;
y si confías en Él, nunca te dejará. Negro como eres, Él te lavará. Él nunca te
dejará. Malvado como eres, Él te santificará. Él no te dejará nunca. Aunque no
tienes nada que merezca Su amor, Él te estrechará contra Su pecho. Él no te
dejará nunca. En la vida o en la muerte, en el tiempo o en la eternidad, Él no
te desamparará nunca, sino que te llevará con seguridad a Su diestra, y dirá: “Heme
aquí, y los hijos que me has dado”.
Que Dios selle estas
cinco negaciones en nuestras memorias y en nuestros corazones, por nuestro
Señor Jesucristo. Amén.
Traductor: Allan Román
13/Junio/2012
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