El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
El Corazón de
Piedra Cambiado
NO.
456
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Quitaré de
vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne”. Ezequiel 36: 26.
La caída del hombre fue
completa y total. Algunas cosas, cuando han perdido su firmeza o cohesión,
pueden ser reparadas; pero la vieja casa de la humanidad está tan completamente
deteriorada que debe ser derribada hasta sus cimientos y debe edificarse una
nueva casa. Intentar una simple mejoría es anticipar un cierto fracaso. La
condición del hombre es como la de un viejo vestido que está rasgado y podrido;
el que quiera remendarlo con tela nueva no hace sino empeorar el desgarramiento.
La condición del hombre se asemeja a uno de esos viejos odres de los
orientales; el que quiera poner el vino nuevo allí descubrirá que las botellas
van a estallar, y su vino se perderá. Zapatos viejos y recosidos pueden ser lo
suficientemente buenos para los gabaonitas; pero nosotros estamos tan
completamente agotados que tenemos que ser hechos nuevos o arrojados sobre el
muladar. Es una maravilla de maravillas que tal cosa sea posible. Si un árbol
pierde su rama, una nueva rama puede brotar; si cortas en la corteza y grabas
allí las letras de tu nombre, en el transcurso del tiempo la corteza puede
sanar su propia herida y la marca puede ser borrada. Pero, ¿quién podría dar un
nuevo corazón al árbol? ¿Quién le podría inyectar nueva savia? ¿Por cuál
posibilidad podrías cambiar su estructura interna? Si el núcleo fuera golpeado
por la muerte, ¿qué poder sino el divino podría restaurarlo a la vida? Si un
hombre se ha lesionado sus huesos, las partes fracturadas pronto envían un
líquido sanador, y el hueso es prontamente restaurado a su antigua fuerza, si
un hombre tiene a la juventud de su lado. Pero si el corazón de un hombre
estuviera podrido, ¿cómo podría ser curado eso? Si el corazón fuera una úlcera
pútrida, si los propios signos vitales del hombre estuvieran podridos, ¿qué
cirugía humana, qué maravillosa medicina podría tratar un defecto tan radical
como este? Bien dijo nuestro himno:
“¿Puede algo bajo un poder divino
Someter a la terca voluntad?
A Ti te corresponde, eterno Espíritu, a Ti,
Formar de nuevo el corazón.
¡Perseguir a las sombras de la muerte
Y pedirle al pecador que viva!
Un rayo del cielo, un rayo vital,
Sólo Tú lo puedes dar”.
Pero mientras una cosa
así sería imposible aparte de Dios, es seguro que Dios puede hacerlo. ¡Oh, cómo
se deleita el Maestro en asumir imposibilidades! Hacer lo que otros pueden
hacer es una tarea de hombres; pero realizar aquello que es imposible para la
criatura es una prueba poderosa y noble de la dignidad del Creador. A Él le
deleita asumir cosas extrañas; sacar luz de la oscuridad; orden de la
confusión; enviar vida a los muertos; sanar la lepra; hacer maravillas de
gracia, y misericordia, y de sabiduría y paz, estas cosas, digo, Dios se
deleita en hacerlas; y así, mientras la cosa es imposible para nosotros, es
posible para Él. Y es más, su imposibilidad para nosotros lo encomia a Él y lo
hace más dispuesto a realizarlo, para que así glorifique Su grandioso nombre.
De acuerdo a
De dos cosas hablaremos
esta noche. Primero, del corazón de
piedra y sus peligros; en segundo lugar, del corazón de carne y sus privilegios.
I. Unas
cuantas palabras sobre EL CORAZÓN DE PIEDRA Y SUS PELIGROS. ¿Por qué el corazón
del hombre es comparado con una piedra?
1. Primero,
porque, es frío cual una piedra. A pocas personas les gusta estar
caminando siempre sobre piedras frías en sus hogares, y por esto les ponemos
piso a nuestras habitaciones; y se considera que es parte de la dureza del
prisionero si no tiene dónde sentarse o descansar sino sobre la piedra fría,
fría... Puedes calentar una piedra por un poco de tiempo si la arrojas en el
fuego, pero cuán poco tiempo retendrá su calor; y aunque acaba de estar
brillando, cuán pronto pierde todo su calor y retorna de nuevo a su nativa
frialdad. Tal es el corazón del hombre. Es lo suficientemente cálido hacia el
pecado; se calienta como brasas de enebro con sus propias lascivias; pero
naturalmente el corazón es tan frío como el hielo para con las cosas de Dios.
Podrías pensar que lo has calentado por un tiempo bajo una poderosa
exhortación, o en la presencia de un solemne juicio, ¡pero cuán pronto regresa
a su estado natural! Nos hemos enterado de uno que, viendo que una gran congregación
lloraba al oír un sermón, dijo: “¡qué cosa tan maravillosa ver a tantos
llorando por la verdad!”, y otro agregó: pero hay una sorpresa mayor que esa:
ver cómo dejan de llorar tan pronto termina el sermón, con respecto a esas
cosas que deberían hacerlos llorar siempre y constantemente”. Ah, queridos
amigos, ninguna calidez de elocuencia puede calentar jamás el corazón de piedra
del hombre en una incandescencia de amor por Jesús; es más, ninguna fuerza de
súplicas puede obtener tanto como una chispa de gratitud del corazón de
pedernal del hombre. Aunque sus corazones renovados por gracia deberían ser
como un horno en llamas, tú no puedes calentar el corazón de tu vecino con el
calor divino; pensará que eres un tonto por ser tan entusiasta; girará sobre
sus talones y te considerará un loco por estar tan preocupado por asuntos que a
él le parecen tan triviales; la calidez que está en tu corazón no puedes
comunicarla a él, pues él no es capaz de recibirla mientras sea inconverso. El
corazón del hombre, como el mármol, tiene la frialdad de la piedra.
2. Luego,
además, es dura como una piedra. Obtienes la piedra dura, especialmente
algunas clases de piedra que han sido labradas de lechos de granito, y puedes
martillar como quieras, pero no harás ninguna impresión. El corazón del hombre
es comparado en
3. Además,
una piedra está muerta. No pueden
encontrar ningún sentimiento en ella. Háblenle; no derramará lágrimas de piedad
aunque le cuenten las historias más tristes; ninguna sonrisa la alegrará aunque
le cuenten la historia más feliz. Está muerta; no hay ninguna conciencia en
ella; pínchenla y no sangrará; apuñálenla y no puede morir, pues ya está
muerta. No pueden hacer que respingue, o que se sobresalte, o muestre cualquier
signo de sensibilidad. Ahora, aunque el corazón del hombre no sea como esto en
cuanto a las cosas naturales, con todo, espiritualmente esta es precisamente su
condición. No puedes hacer que muestre una emoción espiritual. “Están muertos
en delitos y pecados”, sin poder, sin vida, sin sentimientos, sin emoción. Sienten
emociones transitorias para con los hombres buenos, así como la superficie de
una piedra está mojada después de una lluvia, pero no pueden conocer emociones
reales vitales de bien, pues las lluvias del cielo no llegan al interior de la
piedra. Melanchton puede predicar, pero el viejo Adán está demasiado muerto
para ser vivificado. Puedes bajar a la tumba donde el largo sueño ha caído
sobre la humanidad, y puedes buscar revivirla, pero no hay ningún poder en
lengua humana para revivir al muerto. El hombre es como el áspid sordo que
cierra su oído, por mucho que tratemos de encantarlo muy sabiamente. Las lágrimas
se pierden en él; las amenazas son como los silbidos del viento, las
predicaciones de la ley, y aun de Cristo crucificado, todo eso es nulo y vacío
y cae sin esperanza al suelo, en tanto que el corazón del hombre continúe
siendo lo que es por naturaleza: muerto, y duro y frío.
4. Esos
tres adjetivos podrían ser suficientes para dar una descripción plena, pues si
agregamos dos más resultará que nos repetiremos en algún grado. El corazón del
hombre es como una piedra porque no puede
ser ablandado fácilmente. Pongan una piedra en agua todo el tiempo que
quieran, y no la encontrarán fácilmente sometida. Hay algunos tipos de piedra
que ceden a la presión del clima, especialmente en la humeante atmósfera y los
vapores sulfurosos de Londres; ciertas piedras se desmoronan por el deterioro,
pero ningún clima puede afectar la piedra del corazón de un hombre ni ningún
clima puede someterla; se vuelve más dura ya sea que se trate de la blanda luz
del sol del amor o de la dura tempestad de juicio que recae sobre ella. La
misericordia y el amor, ambos, lo hacen más sólido, y tejen sus partículas más
estrechamente; y seguramente hasta que el Omnipotente mismo dice la palabra, el
corazón del hombre se vuelve más duro, y más duro, y más duro y rehúsa ser
quebrantado. Hay un invento, yo creo, para licuar pedernales y luego
posteriormente pueden ser derramados en una solución que se supone que tiene la
virtud de resistir la acción de la atmósfera cuando se colocan sobre ciertas
piedras de cal; pero ustedes no pueden licuar nunca el corazón de pedernal del
hombre, excepto por un poder divino. El granito puede ser molido, puede ser
quebrado en piezas, pero a menos que Dios ponga el martillo en Su mano -e
incluso tiene que poner Sus dos manos en el martillo- el gran corazón granítico
del hombre no cederá de ninguna manera. Ciertas piedras tienen sus venas y
ciertas piedras cristalizadas pueden ser golpeadas tan diestramente que se
quiebran frecuentemente aun con el menor golpecito; pero no puedes encontrar
nunca una vena en el corazón del hombre que ayude a conquistarlo desde dentro.
Puedes golpear a diestra y siniestra con muerte, con juicio, con misericordia,
con privilegios, con lágrimas, con súplicas, con amenazas, y no se quebrantará;
es más, incluso los fuegos del infierno no derriten el corazón del hombre, pues
los condenados en el infierno se endurecen más por sus agonías, y odian a Dios,
y blasfeman más contra Él debido a los sufrimientos que aguantan. Únicamente
5. Así
que el corazón del hombre es frío, y está muerto, y es duro y no puede ser
ablandado; y luego, –y esto no es sino un desarrollo de un pensamiento
anterior- es totalmente insensible, incapaz
de recibir impresiones. Recuerden, de nuevo, que no estoy hablando del corazón
del hombre físicamente, no estoy hablando de él como lo haría si estuviera
enseñando una ciencia mental; ahora únicamente lo estamos considerando desde un
punto de vista espiritual. Los hombres reciben impresiones mentales bajo la
predicación de
Pero ahora, notemos el
peligro al que este duro corazón está expuesto. Un corazón duro está expuesto
al peligro de la impenitencia final. Si
todos estos años los procesos de la naturaleza han estado trabajando con tu
corazón, y no lo han ablandado, ¿no tienes razón para concluir que puede ser
así incluso hasta el final? Y luego perecerás ciertamente. Muchos de ustedes no
son extraños a los medios de la gracia. Hablo a algunos de ustedes que han
estado oyendo el Evangelio predicado desde que eran pequeñitos: asististe a la
escuela dominical; pudiera ser que eras propenso en tu niñez a escuchar al
anciano señor Tal y Tal, que a menudo te hacía llorar y últimamente has estado
aquí, y ha habido tiempos con esta congregación, cuando la palabra parecía
bastar para derretir a las propias rocas, y hacer que los duros corazones de
acero fluyan en arrepentimiento, y con todo todavía eres el mismo de siempre.
¿Qué te dice la razón que debes esperar? Seguramente esto debería ser la
inferencia natural de la lógica de hechos que continuarás como estás ahora, los
medios serán inútiles para ti, los privilegios sólo se convertirán en juicios
acumulados, y tú proseguirás hasta que el tiempo acabe, y la eternidad se
acerque, sin ser bendecida, sin ser salva, y descenderás a la condenación del
alma perdida. “¡Oh!”, -dice alguien- “yo espero que no”; y yo agrego, yo
tampoco lo espero; pero estoy solemnemente temeroso de ello, especialmente con
algunos de ustedes. Algunos de ustedes están envejeciendo bajo el Evangelio, y
se están acostumbrando tanto a mi voz que casi podrían retirarse a dormir
oyéndolo. Tal como dice Rowland Hill del perro del herrero, que al principio
solía tenerle miedo a las chispas, pero luego se acostumbró tanto a ellas que
podía acostarse y dormir bajo el yunque; y hay algunos de ustedes que pueden
dormir bajo el yunque, con las chispas de la ira de Dios volando cerca de sus
narices, dormidos bajo el más solemne discurso. No quiero decir con sus ojos
cerrados, pues entonces podría señalarlos a ustedes, pero dormidos en sus
corazones, sus almas siendo entregadas al sueño mientras sus ojos pueden mirar
al predicador, y sus oídos pudieran estar escuchando su voz.
Y adicionalmente, hay
otro peligro: los corazones que no son ablandados se vuelven más y más duros; la poca sensibilidad que parecían
tener, se marcha al fin. Tal vez hay algunos de ustedes que pueden recordar lo
que eran cuando eran unos muchachos. Hay un cuadro en
Luego, adicionalmente,
un hombre que tiene un corazón duro es el
trono de Satanás. Se nos ha informado que hay una piedra en Escocia, en
Scone, donde solían coronar a sus antiguos reyes: la piedra sobre la que
coronan al antiguo rey del infierno es un corazón duro; es su trono preferido;
él reina en el infierno, pero cuenta a los corazones duros como sus dominios más selectos.
Adicionalmente, el
corazón duro está listo para cualquier
cosa. Cuando Satanás se sienta en él y lo convierte en su trono, no
sorprende que de la silla del escarnecedor fluya todo tipo de maldad. Y además
de eso, el corazón duro es impermeable a
toda instrumentalidad. Juan Bunyan, en su historia de la “Guerra Santa”
representa al viejo Diábolo, el demonio, como proveyendo para el pueblo de
Almahumana una armadura, de la cual el pectoral era un corazón duro. ¡Oh!, esa
es un sólido peto. Algunas veces, cuando predicamos el Evangelio, nos
preguntamos por qué no se hace un mayor bien. Yo me pregunto por qué se hace
tanto. Cuando los hombres se sientan en la casa de Dios armados hasta el mentón
en una cota de malla, no sorprende mucho que las flechas no atraviesen sus
corazones. Si un hombre tiene un paraguas, no es una maravilla que no se moje;
y así cuando las lluvias de gracia están cayendo, hay muchos de ustedes que
abren el paraguas de un corazón duro, y no es una maravilla que el rocío de la
gracia y la lluvia no caigan en sus almas. Los corazones duros son los
salvavidas del diablo. Una vez que él mete a un hombre en una gruesa armadura
–la de un corazón duro- “Ahora”, -dice él- “puedes ir a cualquier parte”. Así
que los envía a oír al ministro, y le hacen burla; les permite leer libros
religiosos, y encuentran allí algo de lo que pueden burlarse; luego les
recomendará
II. En
segundo lugar, y brevemente, consideraremos UN CORAZÓN DE CARNE Y SUS
PRIVILEGIOS. “Quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un
corazón de carne”. En muchas, muchas personas que están presentes aquí esta
noche mi texto se ha visto cumplido. Unámonos en oración por otros cuyos
corazones son todavía de piedra, para que Dios obre este milagro en ellos y
convierta sus corazones y los haga de carne.
¿Qué significa un
corazón de carne? Quiere decir un corazón que puede sentir por cuenta del
pecado, un corazón que puede desangrarse cuando las flechas de Dios se adhieren
firmemente en él; quiere decir un corazón que cede cuando el Evangelio hace sus
ataques, un corazón que se impresiona cuando el sello de la palabra de Dios
viene a él; quiere decir un corazón que es cálido, pues la vida es cálida, un
corazón que puede pensar, un corazón que puede aspirar, un corazón que puede
amar –resumiendo todo en uno- un corazón de carne quiere decir ese nuevo
corazón y espíritu recto que Dios da a los regenerados. Pero ¿en qué consiste
este corazón de carne; en qué consiste su blandura? Bien, su blandura consiste
en tres cosas. Hay una sensibilidad de
conciencia. Hombres que han perdido sus corazones de piedra tienen miedo
del pecado; aun antes del pecado le
tienen miedo al pecado. La simple sombra del mal atravesando su sendero los
aterra. La tentación es suficiente para ellos, que huyen de ella como se huye
de una serpiente; no querrían malgastar el tiempo y jugar con ella, no vaya a
ser que sean traicionados. Su conciencia se alarma aun cuando el mal se acerca,
y huyen lejos; y en el pecado, pues aun los sensibles corazones pecan, están
intranquilos. Que la blanda conciencia obtenga alguna paz mientras un hombre
está pecando, es tan difícil como buscar obtener un apacible descanso sobre una
almohada rellena de espinas. Y luego, después
del pecado –aquí viene el tormento- el corazón de carne se desangra como si
fuera herido hasta su propio centro. Se odia y se desprecia y se detesta por
haberse descarriado alguna vez. Ah, corazón de piedra, puedes pensar en el
pecado con placer, puedes vivir en pecado sin que te importe; y después del
pecado puedes deslizar el exquisito bocadillo en tu lengua y decir: “¿Quién es
mi señor? A mí no me importa nadie; mi conciencia no me acusa”. Pero no así el
tierno corazón quebrantado. Antes del pecado, y en el pecado, y después del
pecado, se duele y clama a Dios. Así como en el pecado así también en el deber, el nuevo corazón es tierno.
A los corazones duros no les importa para nada el mandamiento de Dios; los corazones
de carne desean ser obedientes a cada estatuto. “Sólo háganme saber la voluntad
de mi Señor y yo la haré”. Cuando sienten que el mandamiento ha sido omitido o
que ha sido quebrantado, los corazones de carne lamentan y se quejan delante de
Dios. ¡Oh!, hay algunos corazones de carne que no se pueden perdonar a sí
mismos si han sido laxos en la oración, si no han disfrutado del día domingo,
si sienten que no han entregado sus corazones a la alabanza de Dios como
deberían. Estos deberes con los que corazones de piedra juegan y desprecian, los
corazones de carne los valoran y estiman. Si el corazón de carne pudiera hacer
lo que quisiera, no pecaría nunca, sería tan perfecto como su Padre que está en
el cielo y guardaría el mandamiento de Dios sin tacha de omisión o de comisión.
¿Tienen ustedes, queridos amigos, un corazón de carne como este?
Yo creo que un corazón
de carne, además, es sensible no únicamente con relación al pecado y al deber,
sino con relación al sufrimiento. Un
corazón de piedra puede oír que blasfeman contra Dios y reírse de ello; pero
cuando tenemos un corazón de carne nuestra sangre se queda fría cuando oye que Dios
es deshonrado. Un corazón de piedra puede tolerar ver a sus semejantes perecer
y despreciar su destrucción; pero el corazón de carne es muy tierno con otros.
“De buena gana yo reclamaría su piedad y arrebataría el tizón del fuego”. Un
corazón de carne daría la propia sangre vital si pudiera arrebatar a otros para
que no desciendan al pozo, pues sus entrañas anhelan y su alma se mueve hacia
sus compañeros pecadores que van en el camino ancho a la destrucción. ¿Tienes
tú, oh, tienes tú un corazón de carne como este?
Luego, para ponerlo bajo
otra luz, el corazón de carne es sensible de tres maneras. Es sensible en su conciencia. Los corazones de piedra hablan sin
ambages, como decimos, acerca de grandes males; pero los corazones de carne se
arrepienten incluso ante el simple pensamiento del pecado. Haberse entregado a
una sucia imaginación, haber adulado a algún pensamiento lascivo, y haberle
permitido que se quedara aun por un minuto es más que suficiente para hacer que
un corazón de carne se aflija y se desgarre delante de Dios con dolor. El
corazón de piedra, cuando ha hecho gran iniquidad, dice: “¡Oh, no es nada, no
es nada! ¿Quién soy yo para tenerle miedo a la ley de Dios?” Mas
no así el corazón de carne. Los grandes pecados son pequeños para el corazón de
piedra, los pequeños pecados son grandes para el corazón de carne, si hubiere
pecados pequeños. La conciencia en el corazón de piedra está cauterizada como
con un hierro candente; la conciencia en el corazón de carne está en carne viva
y es muy tierna; como la planta sensitiva, enrosca sus hojas al menor contacto,
no puede tolerar la presencia del mal; es como un tuberculoso delicado, que
siente todo viento y es afectado por cada cambio de la atmósfera. Dios nos da
una bendita conciencia tierna como esa. Luego, además, el corazón de carne se
vuelve más sensible con respecto a la
voluntad de Dios. Mi señor Será-lo-que quiero es un gran fanfarrón y es
difícil someterlo para sujetarlo a la voluntad de Dios. Cuando tienes la
conciencia de un hombre del lado de Dios, sólo tienes la mitad del combate si
no puedes obtener Su voluntad. La antigua máxima:
“Si convences a un hombre en contra de su voluntad
Él seguirá siendo todavía de la misma opinión”.
es
válida con respecto a esto así como a cualquier otra cosa. ¡Oh!, hay algunos de
ustedes que conocen lo recto, pero quieren
hacer lo indebido. Ustedes saben qué es malo, pero quieren seguirlo. Ahora,
cuando el corazón de carne es dado, la voluntad se inclina como un sauce,
tiembla como una hoja de álamo con cada aliento del cielo, y se inclina como un
mimbre en cada brisa del Espíritu de Dios. La voluntad natural es terca y
obstinada, y tienes que arrancarla de raíz; pero la voluntad renovada es gentil
y dócil, siente la influencia divina, y cede dulcemente a ella. Para completar
el cuadro, en el corazón sensible hay una sensibilidad
de los afectos. El corazón duro no ama a Dios, pero el corazón renovado sí
lo ama. El corazón duro es egoísta, frío, impasible. “¿Por qué debería llorar
por el pecado? ¿Por qué debo amar al Señor? ¿Por qué debo darle mi corazón a
Cristo?” El corazón de carne dice:
“Tú sabes que yo te amo, amadísimo Señor,
Pero, ¡oh!, anhelo remontarme
Lejos de este mundo de pecado y dolor,
Y aprender a amarte más”.
Oh que Dios nos dé una
sensibilidad de afectos, para que amemos a Dios con todo nuestro corazón, y a
nuestro prójimo como a nosotros mismos.
Ahora, los privilegios
de este corazón renovado son estos. “Es aquí que el Espíritu mora, es aquí que
reposa Jesús”. El corazón blando está listo ahora para recibir toda bendición
espiritual. Es apto para producir todo fruto celestial para honra y alabanza de
Dios. ¡Oh!, si sólo tuviéramos corazones sensibles a los que predicarles, qué
bendita obra sería nuestro ministerio. ¡Qué feliz éxito! ¡Qué siembras en la
tierra! ¡Qué cosechas en el cielo! Podemos en verdad orar que Dios obre este
cambio aunque solo fuera que nuestro ministerio pudiera ser más a menudo un
olor de vida para vida, y no de muerte para muerte. Un corazón blando es la
mejor defensa contra el pecado, mientras que es el mejor preparativo para el
cielo. Un corazón tierno es el mejor medio de vigilancia contra el mal,
mientras que es también el mejor medio de prepararnos para la venida del Señor
Jesucristo, que descenderá en breve del cielo.
Ahora mi voz me falla, y
en sus corazones ciertamente no seré escuchado por mi mucha predicación.
Grandes quejas han sido presentadas en contra de los sermones de alguien por
ser demasiado largos, aunque difícilmente creo que pudieran ser los míos. Así
que seamos breves, y concluyamos; sólo que debemos hacer esta pregunta: ¿Ha quitado
Dios el corazón de piedra y les ha dado el corazón de carne? Querido amigo, tú
no puedes cambiar tu propio corazón. Tus obras externas no lo cambiarán; puedes
frotar todo el tiempo que quieras afuera de una botella, pero no podrías
convertir el agua de cañería en vino; puedes pulir el exterior de tu linterna,
pero no te dará luz hasta que la vela arda en su interior. El jardinero puede
podar un manzano silvestre, pero toda la poda en el mundo no lo convertirá en
un albaricoque; así puedes asistir a todas las moralidades en el mundo, pero
estas cosas no cambiarán tu corazón. Pule tu chelín, pero no se volverá oro; ni
tu corazón alterará su propia naturaleza. Entonces, ¿qué ha de hacerse? Cristo
es el gran transformador del corazón. “Cree en el Señor Jesucristo, y serás
salvo”. El Espíritu Santo da fe, y luego por medio de la fe la naturaleza es
renovada. ¿Qué dices tú, pecador? ¿Crees tú que Cristo es capaz de salvarte?
Oh, confía entonces que te salve y si haces eso tú eres salvo; tu naturaleza es
renovada, y la obra de santificación que comenzará esta noche, proseguirá hasta
que llegue a su perfección, y tú, llevado sobre alas de ángeles al cielo
“contento de obedecer al citatorio”, entrarás en la felicidad y la santidad, y
serás redimido con los santos vestidos de blanco, hechos sin mancha por medio
de la justicia de Jesucristo.
Traductor: Allan Román
9/Octubre/2014
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