El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano
Una Extraordinaria Bendición
NO. 3540
SERMÓN PREDICADO LA NOCHE DEL DOMINGO 21 DE ABRIL, 1872
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES,
Y PUBLICADO EL JUEVES 30 DE NOVIEMBRE DE 1916.
“Y el favor
del que habitaba en la zarza”. Deuteronomio 33: 16.
La Biblia de
las Américas
Moisés murió bendiciendo al pueblo. Esto nos
muestra su mansedumbre, pues el pueblo de Israel había sido su flagelo toda su
vida y, no obstante, su última palabra para ellos está llena de bendición.
Moisés pronuncia una bendición para cada una de las tribus, aunque todas las
tribus se habían turnado para amargar su espíritu. Morir prodigando bendiciones
es algo magnánimo; que el anciano se dé cuenta de que su vida está a punto de
concluir, y de que, antes de morir, precisa distribuir sus legados, sus legados
de bendición, es magnánimo. La manera más digna de partir de esta vida hacia la
otra, es dejar en pos de sí una bendición al tiempo de adentrarse en la plenitud
de la bendición venidera.
Pero la bendición de Moisés al término de su
vida fue digna, porque fue consistente con la totalidad de su vida previa.
Morir bendiciendo después de vivir maldiciendo habría sido absurdo, si no es
que impío. Yo no desearía recibir unas palabras de bendición, pronunciadas por
alguien desde su lecho de muerte, que nunca hubiere impartido alguna bendición
con hechos mientras viviera. Pero todo el derrotero de la vida de Moisés fue de
bendecir al pueblo. Había sido un padre nutricio para ellos; los sostuvo en su
pecho; con frecuencia estuvo en la brecha entre ellos y un Dios airado. Les
había salvado la vida actuando como mediador, cuando la espada de la venganza
era desenvainada contra ellos. Incontables bendiciones les habían sido
concedidas a través de él. ¿Acaso no fue su vara la que hizo maravillas en el
campo de Zoán? ¿Acaso no fue su mano la que fue extendida sobre el Mar Rojo y
por cuyo medio Dios abrió un camino para Su pueblo? Cuando su vara golpeó la
roca, ¿no hizo brotar un torrente líquido? ¿No fue por su voz que Dios les
comunicó que el maná caería alrededor de sus campos? Los había bendecido desde
el mismísimo primer momento que entró en contacto con ellos, pues salió del
palacio de Faraón renunciando a todas las riquezas que habrían podido ser
suyas, para ponerse del lado de sus hermanos y comenzar a luchar sus batallas,
matando al egipcio y escondiéndolo en la arena. Debido a eso fue desterrado de
la corte, y cuando regresó, lo hizo para quedarse con su pueblo con la misma
resuelta determinación y con el mismo ardiente amor por ellos.
Hermanos, si ustedes quisieran darles a sus hijos
una bendición al morir, deben ser una bendición para ellos mientras vivan. Si
quisieran que sus últimas palabras fueran dignas de ser oídas, entonces su vida
entera debe ser digna de ser vista. Morir bendiciendo es algo grandioso, pero
siempre debe ser consistente con la bendita rectitud de nuestra vida previa.
La bendición particular que dio a José captará
nuestra atención ahora, y, primero, notaremos la propia bendición que deseó para José; y, en segundo lugar, la forma particular en que la articuló; y,
cuando hayamos reflexionado en ello, nuestro corazón querrá desear lo mismo a todos los presentes. Entonces,
primero, consideremos:
I. LA GRANDIOSA BENDICIÓN QUE MOISÉS DESEÓ PARA
JOSÉ.
El favor de Dios: “El favor del que habitaba en
la zarza”. A mí me gustaría el favor de cualquier persona. Cuanto mejor fuera
la persona, más desearía yo ser objeto de su favor. Si no llegara al punto del benefacit o de hacer un bien, me
gustaría que pensara benevolentemente sobre mí y poder contar con su favor
aunque nunca recibiera algún bien particular directamente de esa persona. A
nadie le gustaría retirarse a dormir sintiendo ser el blanco de la
animadversión de alguien. Ciertamente es bueno sentir siempre que no
experimentamos animadversión hacia nadie, y que nuestro favor comprende a todas
las personas. Uno quisiera contar con el favor de hombres sabios que pudieran
aconsejarnos, o de grandes hombres que pudieran ayudarnos. Uno quisiera contar
con el favor de los ángeles, y saber que obedecen alegremente el mandato divino
de cuidarnos.
Pero cuán superior a todo eso es el favor de
Dios, el favor de Aquel cuya voluntad es poder, cuyo deseo es ya realidad y que
sólo tiene que querer algo y el bien que desea se convierte de hecho en nuestro
bien. ¡Oh!, es una excelsa bendición contar con el favor de Dios.
Amados, nuestro corazón desea eso para toda
persona aquí presente, y todo cristiano desea eso para sus hijos, lo desea para
su hogar, lo desea para su vecino y lo desea para sus paisanos. Que el favor de
Dios sea con ustedes.
Pues, amados, en primer lugar esa es la fuente de toda bendición. En
el favor de Dios está el origen toda cosa buena que recibimos. La elección es
de acuerdo al agrado de Su favor. Él nos eligió porque quiso escogernos, porque
quiso otorgarnos Su favor. La redención surge de ese favor. ¿Qué otra cosa que
el favor, podría darles el Salvador a seres tan indignos como éramos nosotros?
Nuestro llamamiento a la vida divina es una obra de Su favor. Nuestra
preservación en esa vida, nuestro crecimiento en ella, y todas las bendiciones
con las que Dios llena esa vida para hacerla bendita, todo eso es el fruto de
Su favor. No podrían encontrar ni una sola bendición que nos hubiera llegado
por la vía del mérito. Podemos decir de cada bendición, que es de conformidad a
Su misericordia y a Su piedad. Él nos perdonó gracias a un favor para con
nosotros. Él nos restauró de nuestros descarríos por causa del favor. Él nos
limpia diariamente, y nos hace aptos para participar de la herencia de los
santos en luz, y todo por causa de Su favor. ¿A qué otra cosa podríamos
atribuir el pacto de la gracia? ¿A qué otra cosa podrían atribuirse todas las
bendiciones que son prometidas por ese pacto para nosotros? Es según Su favor. Al
desearle a cualquiera, por tanto, que reciba el favor de Dios que habitó en la
zarza, se le desea el manantial de todas las misericordias; se le desea la
infinitud, la inmensidad, la inmutabilidad de la bondad y del amor de Dios. Es
una bendición integral, ¿y quién es el que pudiera describir todas sus alturas
y sus profundidades?
El favor de Dios es también el endulzante de todas las otras bendiciones. Es su fuente y también
su endulzante. Todo lo que nos viene de Dios, genera una doble bendición cuando
sentimos que es el fruto de Su favor. Tomen las misericordias espirituales, y
aunque sean en sí mismas tan ricas que nadie puede estimar su valor, hay un
brillo peculiar puesto sobre ellas cuando sabemos que provienen del amor de
Dios; esas son todas las señales de Su favor hacia nosotros, Su pueblo. Y,
ciertamente, hermanos, las más sencillas misericordias de la vida cotidiana se
vuelven más benditas para nosotros cuando sabemos que provienen de Su favor.
Cuando cortas ese trozo de pan, cada rodaja tiene el sabor de Su favor. Cuando
te pones tus vestidos por la mañana, aunque sean aquéllos con los que ejerces
tus pesadas labores, son señales del favor de Dios, igual que esos abrigos de
pieles que Dios les dio a nuestros primeros padres.
Sí, amados, que asisten aquí esta noche, el aire
que respiramos, el poder de respirarlo y la salud que nos permitió venir a esta
casa de oración y la casa misma y los oídos con los que oímos las palabras y
las buenas nuevas que nos son presentadas para que las oigamos, todo ello, nos
viene por Su favor, y nos resulta más dulce porque reconocemos el favor de Dios
en todo eso. ¡Oh!, tener bendiciones temporales pero con una maldición, es algo
terrible. No podría decir que conozca un texto más espantoso de considerar que
éste: “Maldeciré vuestras bendiciones”. Si Dios hace alguna amargura, ¡cuán
amargos han de ser el ajenjo y la hiel! Si Él pone muerte en la olla en la que se
hace el caldo que sostiene la vida, qué muerte habrá cuando Él reparta la copa
de veneno de Su ira eterna para con los impíos. Dulces, en verdad, son las bendiciones
cuando son rociadas con la miel de Su amor; pero, ¿lo serían si, en vez de eso,
fueran sazonadas y rociadas con la sal de Su ira?
Sé agradecido, cristiano, pues me aventuraré a
decir que cuando sabemos que nuestras pruebas son también frutos de Su favor,
eso las vuelve agradables para nosotros. No siempre logramos convencer a
nuestros corazones de que la vara es algo bueno; no siempre persuadimos a
nuestra incredulidad de que nuestras horas oscuras, opresivas y sombrías son
realmente para nuestro bien; pero lo son, y lo creeremos, cuando percibamos que
son enviadas como un favor para nosotros; que no son provenientes de la ira,
sino del amor, de un amor por nosotros que lo lleva a sacarnos de nuestros
pecados y a apartarnos de nuestras debilidades, y a conducirnos a un estado más
elevado de gracia, atrayéndonos por Su amor Divino hasta hacernos semejantes a
Él. Entonces, noten las dos cosas: es una gran bendición porque es la fuente de
todas las bendiciones, y porque es también el endulzante de todas las
bendiciones.
Pero la siguiente consideración al respecto –y
hemos de notarlo cuidadosamente- es que sobrepasa
a todas las otras bendiciones. El favor del que habitaba en la zarza es una
mayor bendición que todas las bendiciones del mundo –sí, y qué importa si digo
además que las del cielo mismo- pues, hermanos, todas las bendiciones del mundo,
sin esta bendición, son menos que nada; y si todas las bendiciones desaparecieran
-si eso fuese concebible- pero nos quedásemos con esta bendición, no
necesitaríamos lamentar la pérdida de todas las otras, puesto que todo lo
encontraríamos en Dios.
Recordarán cómo lo expresó el viejo puritano. Él
había sido rico, pero luego se vio sumido en la pobreza, y dijo que no
encontraba mucha diferencia, pues, afirmó que cuando era rico encontraba a Dios
en todo, y ahora que era pobre encontraba todo en Dios. Tal vez el último sea el
estado más excelso de los dos. Sin Dios, ¡ay de ti, alma mía, aunque estuvieras
en el Paraíso! Pero con Dios, ¡oh!, tendrías gozo y bienaventuranza aunque
estuvieras en la prisión. Todas estas cosas, en su conjunto, perecerán con el
uso; como hojas del bosque, se marchitarán en breve; pero Tú, Dios mío, eres un
árbol de vida que no se marchita, y debajo de Ti he de tener siempre una
sombra; he de sentarme bajo Tu sombra con gran deleite, y siempre he de tener
alimento, pues Tu fruto es dulce a mi paladar. Me regocijaré en Ti, pues Tu
favor es mejor que todas las cosas.
A quienes carecen de este favor les diré en qué
consiste. Aunque perdieran todo lo demás, tienen que alcanzarlo, pues saldrían
ganando con ese intercambio. Si no tienen el favor de Dios, y no pudieran
tenerlo excepto perdiendo la vista de sus ojos, y la facultad de oír de sus
oídos, e implicara la renuncia de todas sus facultades corporales y mentales;
si no pudieran tener el favor de Dios sin perder casa, y hogar, y amigos,
ustedes podrían concluir de inmediato la negociación y hacerlo alegre y
felizmente, y decir: “He de tener el favor de Dios, y a cambio, estoy dispuesto
a recibir todo lo que a Él le agrade darme, y a perder todo lo que Él decida
quitarme”. Pero permítanme recordarles que no tienen que perder estas cosas a
cambio de Su favor. Si tú tienes Su favor, podrías saberlo por medio de ésto:
¿aceptas el don que Él te presenta en Su amado Hijo? No teniendo nada, ¿tomas a
Cristo para que sea tuyo? Estando desnudo, y pobre, y siendo miserable, ¿dejas
que Él sea tu vestido y tus riquezas? Si es así, tienes la voluntad de Dios,
tienes el favor de Dios, pues tienes a Cristo, que es el favor de Dios para con
nosotros, encarnado en cuerpo humano. Que el Señor nos conceda, entonces, a
cada uno de nosotros, esta bendición: tener Su favor. Y ahora, en segundo
lugar:
II. ESTA BENDICIÓN ES EXPRESADA EN UNA FORMA MUY
PECULIAR.
Moisés dice: “El favor del que habitaba en la
zarza”. ¿Por qué lo expresó así? ¿Fue, primero, porque Moisés recordaba con
peculiar deleite la aparición de Dios en la zarza, debido a que era la primera manifestación de Dios a su alma? No
dudo de que Moisés tuviera comunión con Dios antes, pero no leemos que se le
hubiera aparecido el Ser Divino hasta que atravesó el desierto y llegó cerca de
Horeb. Y allí vio a Dios en la zarza que ardía.
Amados, en nuestra memoria siempre damos la mayor
importancia –al menos yo lo hago- a la primera aparición de Dios a nosotros.
Brotan lágrimas de mis ojos cuando recuerdo las palabras del viejo himno:
“¿Te importa el lugar, la ubicación precisa
Donde Jesús se
encontró contigo?”
¡Ah!, a mí sí me importa, y siempre me importará,
mientras mi memoria funcione. Podría olvidar cualquier otra cosa, pero nunca olvidaré
eso, y aunque he tenido muchas, muchas manifestaciones para consuelo de mi
corazón, la primera aparición tiene encantos peculiares. No me sorprende que
Moisés llamara a su Dios: el Dios que habitaba en la zarza. Ahora, ¿no tienen
algunas personas presentes remembranzas de los primeros días cuando el amor de
sus esponsales ardía en su interior, y cuando las manifestaciones de Jesús
resplandecían para ustedes?
Bien, entonces, tienes que desear que otros
tengan el favor de Dios, cuando se te apareció detrás del seto, o en el campo,
o en el aserradero, o junto a tu cama en tu aposento; el favor de Aquel que te
dijo: “Y0 deshice como una nube tus rebeliones, y como niebla tus pecados”; has
de desear que ese favor se pose sobre tus parientes y sobre tus amigos.
¿No es acaso muy probable que Moisés mencionara
esa circunstancia peculiar en su bendición, porque Dios se comprometió con él en esa ocasión? Él estableció que esa
zarza ardiente sirviera de señal y de signo para Moisés, y esa señal fue luego
redimida; y el buen anciano recordó, al final de los últimos cuarenta años de
su vida, cómo Dios se le había aparecido cuando tenía ochenta años de edad, y
cómo le había dado esa prenda, y ahora que tenía ciento veinte años de edad,
Dios la había redimido; le había cumplido fielmente durante cuarenta años. ¿No
tenemos nosotros algunos compromisos y señales? ¿No tienes tú algún lugar donde
el Señor se te apareció, y te dijo: “Ciertamente, yo estaré contigo, y te haré
volver a este lugar”? ¿No hay ninguna remembranza en tu alma en la que el Dios
fiel te haya dado Su promesa, y la haya redimido? Si es así, toda persona
conocerá su propio caso, y todo hombre, si hablara naturalmente, deseará una
bendición para los demás, de acuerdo a su propia experiencia del Dios bendito. No
me sorprende que una vez que Moisés vio a Dios redimir la señal de la zarza
ardiendo, cuando deseaba transmitir la idea de que el favor de un Dios fiel que
guarda el pacto, descansaría en Su siervo José, -la tribu que provenía de él-
dijera: “El favor del que habitaba en la zarza”.
Además, en aquel tiempo, en la zarza, Dios se reveló como un Dios del pacto. Comenzó
así: “Yo soy el Dios de Abraham, y el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob”. Era
un Dios del pacto. Hermanos, pedimos que reciban ustedes el favor de un Dios
del pacto. A menudo me pregunto qué hacen quienes no conocen el pacto de
gracia. Me parece que es el pozo más rico de consolación que Dios haya excavado
jamás, el pacto ordenado en todas las cosas y que será guardado. Fue el apoyo
de David en su lecho de muerte y es el consuelo de muchos de los ‘Davides’ de
Dios en la batalla de la vida. Queridos amigos, yo deseo esta noche de todo
corazón, que no busquen el favor de un Dios absoluto fuera de Cristo, sino que
busquen y gocen la voluntad de Dios, que se ha comprometido para ustedes en su
representante, Cristo Jesús, en el pacto eterno de Su amor. Yo pienso que esa
es otra razón por la cual Moisés se expresó de esa manera.
Y, tal vez, Moisés miraba esa zarza como el lugar de su llamamiento a una vida más
activa, y consideró a Dios bajo una luz diferente a partir de aquel momento
y posteriormente, como nunca lo había considerado antes. Su propio nombre era
Moisés; fue sacado del agua, y ahora habría podido cambiar su nombre, pues Dios
lo llamó del fuego. Ahora había visto al Dios de fuego.
¡Oh!, hay algunos creyentes que nunca han
recibido eso. Ellos, yo espero, han renunciado al mundo como Moisés lo hizo
cuando tuvo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los
egipcios; ellos han llegado al desierto donde estaba Moisés; están separados;
aman la contemplación, y viven cerca de Dios; pero no han sido llamados nunca
al servicio activo. Ese tercer bloque de cuarenta años de la vida de Moisés fue
la parte que coronó toda su carrera. Los cuarenta años con Faraón y los
cuarenta años en el desierto, todos ellos lo prepararon para los cuarenta años
en el desierto con su pueblo. Pero algunos cristianos no han comenzado ese
último período de sus vidas. Ojalá lo hubieran hecho; y yo me alegraré y me
regocijaré esta noche si el Señor se apareciera a cualquiera de sus siervos y
lo llamara, diciendo: “Te he llamado para que saques a los pecadores de Egipto,
y los pongas en libertad”. Si llegara a hacerlo, cuando vengas posteriormente
para pronunciar una bendición sobre otros, la expresarás así: “el Dios que me
llamó para predicar el Evangelio, el Dios que me condujo como Su siervo, sea
con ustedes, con cada uno de ustedes”; y si esa fuera la forma en que
pronunciaran la bendición, sería muy rica.
Pero ahora voy a regresar otra vez a las
palabras de Moisés. ¿Qué es lo que quiso decir? Vemos por qué usó el término,
pero ¿qué quiso decir con las palabras: “El favor del que habitaba en la
zarza”? ¿No quiso decir, primero, “Que las bendiciones
de la condescendencia los ennoblezcan”? ¡Cuán gran condescendencia es que
Dios more en una zarza! Si hubiese morado en un cedro, habría sido una
degradación, pero que morara en un arbusto indigno, de tosca forma –una zarza-
¡oh!, eso fue inaudito.
¡Oh!, amados, deseamos que cada uno de nosotros
sepa qué cosa es que Dios condescienda a morar con nosotros. Somos como las
zarzas del brezal. No hay nada en nosotros que sea adecuado para la
misericordia de Dios. ¿Qué somos nosotros, y qué es la casa de nuestro padre?
¿Por qué habría de mirarnos el Señor a nosotros, tal vez tan escasos de talento
como de méritos, menesterosos en nuestra propia opinión, pero mucho más
menesterosos de hecho y en verdad? ¡Oh!, que el Señor trate con cada uno de
ustedes a Su manera condescendiente. Él suele otorgar condescendientemente Su
misericordia. “Quitó de los tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes. A
los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos envió vacíos”. Que trate con
ustedes de esa manera; y si así lo hiciera, entonces, cuán ennoblecidos serían,
pues esa zarza en Horeb estaba rodeada de una mayor gloria que los cedros del
Líbano. No era sino una zarza, pero era una zarza en la que Dios había morado.
Y también tú, tú tendrás que decir: “Tu benignidad me ha engrandecido. Al
menesteroso alza del muladar, para hacerlo sentar con los príncipes, con los
príncipes de su pueblo”. Una gota de gracia proporciona más honor que un mundo
de fama. Una chispa de amor de Cristo es más ennoblecedora para el corazón en que
cae, que si refulgiera con las estrellas de todas las órdenes de caballería del
reino. El amor de Dios vuelve verdaderamente ricos a los hombres pobres, y
vuelve supremamente grandes a los hombres diminutos, y a los despreciados los
hace ser honorables, y a los que no son nada los alza y los pone entre los
valientes.
Yo les deseo, entonces, amados, que el amor
condescendiente de Dios los ennoblezca, “El favor del que habitaba en la
zarza”, o, según podríamos leerlo: “el favor ‘de la gloria visible de Dios’ en
la zarza”, pues es la misma ‘presencia’ que brillaba entre las alas de los
querubines. El favor de Aquel que mora en el trono en el cielo es el favor de
Aquel que mora hoy en los corazones contritos y humillados.
Sin embargo, Moisés quería decir algo más que
eso. ¿No quiso decir que le deseaba a la tribu de José, misericordias
misteriosas que residirían en su interior? “El
favor del que habitaba – habitaba en la zarza. Era una extraña residencia.
¿Puede alguien entender cómo Dios, que está en todas partes, puede estar en un
lugar en particular; y podría decirnos alguien cómo Él, que es más grande que todo
el espacio, no obstante habitaba en una zarza – en una zarza? ¡Él, que incendia los cielos con rayos, y enciende a
todas las estrellas, desciende y hace arder una zarza con Su divina presencia! Es
misterioso.
¡Oh, que todos nosotros conociéramos el
misterioso favor del Espíritu de Dios que mora en las personas! ¿Lo conocen?
¿Lo conocen? ¡Oh, amados!, así como el fuego estaba en la zarza, ¿está el
Espíritu en ustedes? ¿Saben si está ahí? Examínense a ustedes mismos. Si
estuviere allí, que more allí; y si
no estuviere allí, ¡oh!, que algunas chispas de ese fuego divino caigan ahora
en su naturaleza, las suficientes, por lo menos, para hacerlos desear más, y
que los haga anhelar y orar pidiendo la portentosa bendición de un Espíritu que
habite en ustedes.
Ignacio, en tiempos antiguos, solía llamarse a
sí mismo: “Teóforo” o “portador de Dios”. En verdad, todo cristiano es eso:
‘portador de Dios’. “Habitaré y andaré entre ellos”. “Y pondré dentro de
vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos”. Seguramente Moisés
quiso decir eso; al menos, ese sentido está en sus palabras. Que gocen ustedes
de la misteriosa habitación y de las bendiciones que provienen de ella.
Además, ¿no quiso decir el hombre de Dios que
deseaba que José poseyera bendiciones
iluminativas? “El favor del que habitaba en la zarza” quiere decir esto: hizo
arder la zarza y se convirtió en una luminaria. Tenía luz; proyectaba luz;
tenía luz más abundantemente. Era una oscura zarza; Dios vino a ella, y llamó
la atención de Moisés, aunque pareciera que el incidente ocurrió de día. Moisés
estaba cuidando su rebaño, pero tan brillante fue lo que sucedió que brilló más
que el sol, y Moisés dijo: “Iré yo ahora y veré esta grande visión”. Una zarza
no es un gran espectáculo; fue Dios quien hizo que la zarza fuera tan brillante
que se convirtió en un gran espectáculo.
Que ustedes, amados, tengan la luz del Espíritu
de Dios, para que les revele la verdad de Dios, y que esa luz esté en ustedes
tan brillantemente que otros puedan verla y aprender la verdad de Dios a través
de ustedes. ¿Qué es la Escritura para nosotros, si Dios no brilla sobre ella? La
Biblia es sólo como un poste de señales a la vuelta de un camino en una noche
oscura. A menos que hubiere una luz disponible para leerla, el poste no
serviría de nada. Necesitamos que el Espíritu de Dios brille en las Escrituras.
¡Oh, Dios, entra en nosotros y danos Tu luz! Nosotros te necesitamos. Que esta
sea una señal del favor para con nosotros.
Pero eso no es todo. Seguramente Moisés quiso
decir: “Que el Señor les conceda las
bendiciones de la prueba y las bendiciones de la preservación”. Pues a
través de diversas ramas y ramitas de esa zarza, se extendía un fuego, un fuego
abrasador, un fuego que la habría consumido así como las llamas consumen el rastrojo en un solo instante. Sin embargo, ese
fuego en su naturaleza era preservador así como era consumidor, y a través de
la benevolencia de Dios, la zarza estaba tan segura cuando ardía, como lo había
estado antes.
Amados, yo les deseo que, siempre que las
pruebas de fuego lleguen, el fuego consumidor queme sus corrupciones, pero
¡oh!, que Dios les conceda que no haya nada en él que toque su naturaleza
superior. Que sea un fuego preservador así como consumidor. Algunos de nosotros
reconocemos haber estado en el horno cuando había sido recalentado mucho. Nos
han sido asignadas noches desgastantes y días de angustia de cuerpo y de desfallecimiento
de espíritu. Algunas veces, en nuestras aprensiones, hemos permanecido alejados
de la presencia de Dios en los propios abismos del valle de sombra de muerte,
pero Dios –bendito sea Su nombre- envió fuego, y vino con él, y no hemos sido
consumidos, antes bien, misericordia y juicio cantaremos. Esa canción mixta
está bien expuesta en la zarza que ardía pero sin quemarse, que ardía pero que
no era consumida.
Yo no desearía para ninguno de ustedes una
perfecta inmunidad para las tribulaciones, para que no se pierdan de llegar a
la herencia del reino a través de la tribulación; pero pido en oración por
ustedes que, cuando venga la tribulación, el Dios que levantó la tribulación la
acompañe, de tal manera que puedan arder pero sin ser consumidos.
No me voy a demorar más tiempo en la explicación
del texto, pero ahora, muy sinceramente y de todo corazón les deseo, amados,
esta bendición. ¡Que “el favor del que habitaba en la zarza” more con ustedes!
Que en sus moradas, more Su favor. Sin importar cuáles sean sus hogares, que
Dios esté con ustedes allí. Que Su favor esté con tu esposo, con tu esposa, y
con tus hijos, tus sirvientes, tu negocio, tu campo y tu propiedad. ¡Que Aquel
que habitaba en la zarza condescienda a morar en ese pequeño aposento y en esa
estrecha habitación! Si una zarza puede sostenerle, también puede hacerlo tu
pobre habitación; si una zarza lo reveló, también puede hacerlo tu lecho, sí,
tu lecho de enfermo. Créelo, cree que el favor de Dios puede perfumar cada
aposento de tu morada, que puede hacer que tus salidas y tus entradas sean
bendecidas, lo mismo que todos tus caminos.
Deseo para ustedes, amados, que “el favor del
que habitaba en la zarza” more en dondequiera que estén. ¿Estás tú, justo
ahora, como Moisés, solo y sin compañía en algún desierto? ¿Has venido a esta
gran ciudad, y todavía te estás sintiendo como si fueras una persona solitaria,
como si estuvieras en un desierto? Que “el favor del que habitaba en la zarza”
sea contigo, y que Dios se revele a ti en tu soledad, así como se reveló al
profeta en Horeb. Tal vez seas llamado a enfrentar el conflicto a partir de
este día, así como Moisés estuvo delante de Faraón y tuvo que enfrentar la ira
del rey. Que tú confundas a tus adversarios y que seas muy valiente para tu
Dios. Posiblemente Dios tenga la intención de darte éxito en tu servicio; como
Moisés, tú sacarás a Israel de la servidumbre. Que “el favor del que habitaba
en la zarza” te guarde sobrio en el éxito y humilde en la prosperidad.
Por ventura, ante ti, tal vez haya pronto una
dificultad tan grande como la que se presentó a los hijos de Israel delante de Pi-hahirot;
llegarás al Mar Rojo; las rocas estarán a ambos lados; los perseguidores
podrían estar detrás de ti. Que el favor del que habitaba en la zarza y estaba
con Moisés, sea contigo en la hora de la severa prueba. Que el Señor te
conduzca a través de tu Mar Rojo, así como condujo a los hijos de Israel como
un rebaño. Tal vez seas sometido a muchas provocaciones, como Moisés lo fue por
parte del pueblo al que amaba. Hablaron de lapidarlo. Murmuraban contra el
Señor y contra Su siervo Moisés. Que puedan ser ustedes tan mansos como Moisés,
porque el favor del que habitaba en la zarza los cubrirá con su sombra.
Posiblemente tengan ante ustedes una larga vida
de servicio cristiano. Pudiera ser que durante cuarenta años tengan que cargar
con un pueblo en su pecho, y tengan que nutrirlo para el Señor. Hermano mío en
el ministerio, yo deseo que el favor del que habitaba en la zarza sea contigo a
todo lo largo de esa pesada tarea. Tal vez vayas a morir pronto. La ancianidad te
está invadiendo lentamente. Que puedas morir como Moisés, bendiciendo al pueblo
con el favor del que habitaba en la zarza contigo, hasta tu último momento. Y
que tu espíritu escale su Pisga, y mire desde la cumbre del monte Nebo, y tenga
una visión de la gloria que será revelada, de los torrentes que fluyen con
leche y miel, y de la buena tierra. Que puedas verla, incluso hasta el Líbano,
y que en esos últimos momentos tuyos, antes de que tu espíritu se disuelva en
la gloria, el “favor del que habitaba en la zarza” todavía esté contigo.
Amados, ésto es deseado para todos ustedes, y no
me refiero a mi deseo, sino a la bendición del Señor para todos Sus siervos.
“El favor del que habitaba en la zarza sea con ustedes”. Pero, ¡ay!, no todos
los que están aquí son siervos de Dios. Sin embargo, incluso para ellos, voy a:
III. DESEAR ANSIOSAMENTE QUE ESTE DESEO LES SEA
CUMPLIDO A TODOS.
¡Oh pecador!, que esta noche te llame el que
habitaba en la zarza. Moisés no pensaba en nada de eso. Él estaba cuidando
ovejas, pero una zarza bastó para atraerle. Estas palabras simples y débiles,
pero afectuosas, pudieran ser, tal vez, como la zarza para ti. O si no, tal vez
se presente un problema en casa y sea como un espino para ti. Oro pidiendo que
lo sea, y que Dios esté en esa zarza. Yo deseo, en verdad, que Dios les hablara
de alguna manera a ustedes, los negligentes, y llamara su atención, pues
ustedes tienen que llegar a conocerlo, o perecerán eternamente. Y que puedan
ser humillados en la presencia de Dios, cada uno de ustedes, como Moisés lo
fue, pues se quitó su calzado de sus pies, sintiendo que el lugar en que estaba
era tierra santa, y él no era santo.
Que sientas la solemnidad de tu posición: que
eres un hombre agonizante que pronto ha de enfrentar a su Hacedor, un hombre
culpable que pronto ha de presentarse ante su Juez, un despreciador de Cristo
que pronto verá a Cristo en Su trono. Oh, alma, que pudieras desechar tu
negligencia y que acabaras con tu displicencia y comenzaras a orar, y así como
el Señor de la zarza ardiendo le dijo a Moisés que conocía las aflicciones de
Su pueblo, yo sinceramente pido, ¡oh pecador!, que cuando estés humildemente
ante la presencia de Dios, puedas ver que Dios tiene piedad de ti. Que puedas
ver a Jesús en la cruz y veas dónde estuvo como una zarza que fue quemada por
la ira de Dios, aunque no fue consumida; y que tú, al mirar, le oigas decir: “He
conocido tu angustia, pues cargué con tus pecados y llevé tus transgresiones en
tu lugar”; y que esta noche encuentres la paz.
¡Oh, no importa si es al otro lado del desierto,
o en la parte trasera de un balcón del Tabernáculo, o más abajo, debajo de los
balcones, o dónde sea; será un lugar bendito para ti si encuentras a Dios esta
noche! Moisés no pudo olvidar nunca aquel lugar cerca de Horeb, y si el Señor
se te apareciera, tú tampoco podrías olvidarlo. No importa quién sea el
predicador; aunque no fuera superior a la zarza, sin embargo, sería el ángel de
Dios para ti. Que el Señor te conceda que una aparición de ese tipo te llegue
por la fe. Que puedas mirar a Cristo esta noche, pues, si no, pronto tendrás
que ver a Dios como un fuego consumidor. Y recuerda estas palabras: “Entended
ahora esto, los que os olvidáis de Dios, no sea que os despedace, y no haya
quien os libre”. Pedimos que no conozcan nunca el significado de eso, sino que,
por el contrario, “el favor del que habitaba en la zarza”, sea con ustedes.
Amén y amén.
Traductor: Allan Román
15/Septiembre/2010
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