El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano

Insondables

NO. 3368

 

UN SERMÓN PREDICADO POR CHARLES HADDON SPURGEON

EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES,

Y PUBLICADO EL JUEVES 21 DE AGOSTO DE 1913.

 

“Tus juicios, abismo grande”. Salmo 36: 6.

 

Esta frase es verdadera, sin importar bajo qué luz se considere a la palabra “juicio”. Hay mucho de misterio en las terribles calamidades que afligen a la tierra, que devastan a las naciones, que destruyen ciudades y que arrasan con las reliquias del pasado. Hay mucho de misterio en los juicios de Dios a los malvados en esta vida: cómo prosperan por un tiempo y cómo son segados súbitamente; cómo engordan como novillos y cómo son llevados luego al matadero.

 

Los juicios de Dios en relación a los impíos en el mundo venidero son también “abismo grande”, de los que no se ha de hablar con ligereza. El futuro castigo de los impíos es un tema solemne, es “abismo grande”, un abismo donde algunos, me temo, especulan tan profundamente que el riesgo que corren es inminente: pueden ahogarse en la perdición.

 

Pero yo prefiero esta noche interpretar el texto en el sentido de los tratos de Dios para con Su propio pueblo. Dios no trata con ellos en un juicio de tipo penal, pienso, vindicando la inflexible justicia de la ley por medio de la terrible venganza que inflige sobre el transgresor, como tratará con los impíos en el terrible juicio final. No quiero decir eso. Más bien lo interpreto como la saludable disciplina y los dolorosos castigos de la mano de Dios, que son llamados: “juicios”, en la Escritura. No vienen al azar, ni nos llegan meramente como un asunto de soberanía, sino que son enviados en sabiduría porque Dios los juzga necesarios. Son sopesados con discreción para nosotros y nos son otorgados por la prudencia. Pienso que ‘juicio’ es un dulce nombre para la aflicción. No se trata de que yo considere a la aflicción como un juicio contra mí por el pecado, cosa que no puedo hacer ahora que he visto al pecado castigado en Cristo; pero yo considero que mis aflicciones me son enviadas de acuerdo al juicio enteramente sabio de un Padre amoroso, para nada desprovisto de consideración, sino siempre de acuerdo a Su infinita sabiduría y prudencia; son aflicciones repartidas con medida y en tiempos oportunos, de acuerdo al juicio y a la sabiduría infinita de Dios. En una palabra, no son llamados: “juicios” debido a un carácter judicial, sino debido a que son juiciosos.

 

Ahora, los tratos de Dios para con Sus siervos, siempre sabios y prudentes, son frecuentemente como abismos grandes. Esta noche voy a desarrollar simplemente tres o cuatro pensamientos que surgen de esa metáfora.

 

I.   LOS TRATOS DE DIOS PARA CON SU PUEBLO SON A MENUDO INSONDABLES.

 

Nosotros no podemos descubrir el fundamento o la causa, ni su origen. Algunos de los siervos de Dios que están sinceramente deseosos de producir cosas honestas a los ojos de todos los hombres, aunque sean diligentes y enérgicos y ejerzan la adecuada prudencia, descubren que no son hábiles para prosperar en los negocios. Todos sus propósitos se ven frustrados. Pareciera haber un tipo de fatalidad vinculada con todos sus proyectos. Si ellos se involucran en un negocio o en una oportunidad que se convertiría en oro en las manos de otros, en sus manos se derrite hasta convertirse en escoria. Ahora, no siempre se encuentra una explicación para ésto. “Tus juicios, abismo grande”, es un asunto que ha de percibirse como un hecho, pero que no puede explicarse mediante razonamiento.

 

Algunas veces nace en una familia un hijo amado quien es un gran consuelo para sus padres. Pareciera, en verdad, haber sido enviado en amor para sanar alguna vieja herida y para hacer feliz al hogar, pero entonces, tan súbitamente como vino, se va. ¿Por qué? ¡Ah!, aquí, de nuevo, hay otro abismo que el ansioso corazón de una madre quisiera sondear, pero que no le corresponde explorar. Es un grande abismo.

 

Ocurre a veces que se nos permite conservar a nuestros hijos y justo cuando están madurando para llegar a la edad adulta del hombre o de la mujer, y cuando esperamos verlos colocados y establecidos en la vida, sucede –como le sucedió esta tarde a uno de nuestros queridos amigos de esta iglesia- que tenemos que estar junto a su tumba abierta, y decir: “La tierra a la tierra y el polvo al polvo”. No podemos entender por qué Dios se lleva a los santos y a los buenos, a los amigables y a los amables, cuando parecieran ser más útiles. Es un abismo grande.

 

A menudo ocurre también que cuando un hombre está a cargo de su familia y toda ella depende de sus esfuerzos en un negocio que está comenzando a prosperar, y el hombre promete vivir por muchos años, es segado en un instante; su esposa queda viuda y sus hijos quedan huérfanos. Pareciera que fue llevado en el peor momento, justo cuando menos podían privarse de él. La ansiosa esposa podría preguntarse: “¿Por qué sucedió ésto?”, pero sólo puede decir en respuesta: “No puedo entenderlo; es un abismo grande”.

 

Podría proseguir relatando muchos ejemplos, pero estos hechos nos acontecen a todos nosotros a lo largo de nuestras vidas, y si no nos han ocurrido todavía, ciertamente nos ocurrirán. Nos sobrevendrán pruebas y problemas más allá de nuestro cordel de medida. Tendremos que hacer negocios en aguas profundas donde ninguna sonda tiene la posibilidad de encontrar un fondo. “Tus juicios, abismo grande”.

 

¿Pero, por qué el Señor nos envía una aflicción que no podemos entender? Yo respondo: ‘porque Él es el Señor’. Tu hijo no debe esperar entender todo lo que hace su padre, porque su padre es un hombre de maduro intelecto y de entendimiento, y el niño es sólo un niño. Tú, amado hermano, sin importar cuán experimentado seas, no eres sino un niño, y, comparado con la mente divina, ¿qué inteligencia tienes? ¿Cómo puedes esperar, por tanto, que Dios actúe siempre según alguna regla que seas capaz de entender? Él es Dios, y, por tanto, nos conviene a menudo quedarnos callados, sentarnos en silencio y sentir y saber que todo debe de estar bien, aunque sepamos igualmente que no podemos ver que así sea.

 

Dios nos envía pruebas de este tipo para el ejercicio de nuestras gracias. Así hay espacio para la fe. Cuando puedes reconocer que tus pruebas provienen de Él, no puedes desconfiar. Si pudieras entender todo lo que hace, entonces habría espacio para tu juicio más bien que para tu fe y para tu confianza en Su juicio. Pero cuando no puedas entenderlo, sométete a Él y di: “yo sé que Dios es bueno; he aquí, aunque él me matare, en él esperaré; aunque ande en tinieblas y no vea ninguna luz, con todo, ninguna palabra incrédula saldrá de mis labios, pues Él es bueno y será bueno, sin importar lo que me suceda”. ¡Oh!, entonces la fe es fe en verdad, una fe que brinda gloria a Dios y proporciona fortaleza a tu alma.

 

Así hay espacio también para la humildad. El conocimiento enorgullece, pero el sentimiento de que todo está más allá de nuestro conocimiento, de que estamos desconcertados y que no podemos entender, el sentido de ignorancia e incapacidad para entender los tratos de Dios, nos hace humildes y nos sentamos al pie del trono de Jehová.

 

Amados, yo pienso que difícilmente hay alguna gracia que el cristiano posea que no reciba mucha ayuda de los abismos de los juicios de Dios. Ciertamente el amor ha sido desarrollado frecuentemente a un grado excelso de esta manera, pues el alma llega a decir por fin: “No; no voy a preguntar la razón; no deseo conocer la razón; lo amo tanto que para mí la razón es Su voluntad; eso me basta; Jehová es; haga lo que bien le pareciere”. No amamos a quienes siempre les estamos formulando cargos y los estamos cuestionando acerca de todo lo que hacen, pero cuando el amor llega a la perfección, lo admira todo y cree que todo es correcto y perfecto. Y así, cuando el amor llega a la perfección con referencia al sumamente perfecto Dios, es entonces que todo lo que Él realiza es endosado sin previo examen; aunque todo esté cubierto de tinieblas, es creído sin preguntas. Tiene que estar bien, pues Tú, Señor, lo has hecho.

 

Se me ocurren muchas otras razones por las cuales Dios llama a Su pueblo a sentir así Sus juicios, pero solamente daré una y luego voy a dejar este punto. Amados hermanos, tenemos pecados que no podemos sondear, y, por tanto, no ha de sorprendernos que también tengamos disciplinas que no podamos sondear. Hay abismos de depravación dentro de nuestro corazón que llaman a otros abismos, así como un abismo llama a otro, y hay consecuencias del pecado en nuestro interior que no somos capaces de detectar, consecuencias que nos siguen en secreto, y que nos están dañando en puntos muy vitales. Se necesita que la medicina sea de un tipo escrutador para que siga a la enfermedad por todos los entresijos de nuestra alma, adonde el entendimiento no puede atisbar. Algunos de esos juicios abismales son como secretas medicinas, potentes y sutiles, que buscan a ciertos diablos secretos que encontraron su camino hasta las cavernas de nuestro espíritu y se han ocultado allí. Tal vez una aflicción entendible tiene el propósito de atraer mi atención a algún pecado conocido; pero pudiera ser que la prueba que no puedo entender esté propinando golpes mortales a algún mal mortal, el cual, si no fuera destruido así, podría ser solemnemente perjudicial para mi propio espíritu.

 

Les dejo este pensamiento: han de esperar que los juicios de Dios sean algunas veces insondables.

 

A continuación, como los juicios de Dios son abismo grande:

 

II.   ENTONCES SON SEGUROS PARA LA NAVEGACIÓN.

 

Los barcos nunca se estrellan contra las rocas cuando navegan en aguas profundas. Los niños tal vez podrían imaginar que un mar poco profundo es el más seguro, pero un viejo marinero sabe que no es así. Estando frente a la costa de Irlanda el capitán del barco tiene que mantenerse alerta, pero mientras navega atravesando el Atlántico, tiene mucho menor peligro. Allá tiene mucho espacio marítimo y no hay por qué tener miedo de arenas movedizas ni de bancos de arena. Cuando el marinero comienza a entrar en el Támesis, es entonces que descubre que hay primero un banco de arena y luego otro, y que hay peligro, pero en mar abierto, donde no toca fondo, está muy poco temeroso.

 

Noten que lo mismo sucede con los juicios de Dios. Cuando Dios reparte aflicciones, el cristiano tiene la navegación más segura posible. “¡Cómo!”, -dirá alguien- “¿acaso la tribulación es segura?” Sí, es muy segura. La etapa más segura de la vida de un cristiano es el tiempo de su tribulación. “Cómo, si un hombre está abatido, ¿dices tú que está seguro?” “Sí, pues entonces no teme caer; cuando está abajo, no necesita temer al orgullo; cuando es humillado bajo la mano de Dios, es menos propenso a ser arrastrado por cualquier viento de tentación. Las aguas apacibles en el camino al cielo son siempre una señal de que el alma debe mantenerse muy alerta, pues el peligro está próximo. Uno llega a sentir al final un solemne espanto que se adentra sigilosamente en los tiempos de prosperidad. “Temerán y temblarán de todo el bien y de toda la paz que yo les haré”, temiendo no tanto que el bien se esfume como temiendo que hagamos un mal uso de él, y que suframos de una llaga gangrenosa de indolencia o de confianza en nosotros mismos, o que la mundanalidad crezca en nuestros espíritus. Hemos visto a muchos cristianos profesantes que han naufragado, y en algunos pocos casos ésto ha sido atribuible a una sobrecogedora aflicción, pero en diez casos contra uno ha sido atribuible a la prosperidad. Los hombres se hacen ricos, y, por supuesto, ya no asisten a la pequeña capilla a la que asistían anteriormente, pues ahora tienen que ir a algún lugar donde un mundo elegante se congrega para adorar. Los hombres se vuelven ricos, y en seguida no pueden mantenerse en ese camino de abnegación que una vez hollaron tan alegremente. El mundo se ha introducido en sus corazones, y quieren obtener más. Ya tienen mucho pero tienen que tener más. Les ha sobrevenido una insaciable ambición, y caen, y grande es la aflicción que su caída le provoca a la iglesia; grande es el daño que le hace al pueblo de Dios.

 

Pero hablando del hombre en problemas, ¿notaron alguna vez a un verdadero hijo de Dios en problemas? ¿Vieron cómo ora? Ahora no puede vivir sin oración; tiene un peso que tiene que llevar a su Dios, y acude al propiciatorio una y otra vez. Nótenlo bajo la depresión de ánimo. Cómo lee ahora su Biblia. No le importa esa literatura más ligera que antes lo seducía durante muchas horas. Necesita la sólida promesa, el fuerte alimento del reino de Dios. ¿Notan cómo oye? A ese hombre no le importan para nada tus flores y tus excelentes piezas de retórica; necesita la Palabra; necesita la doctrina desnuda; necesita a Cristo; no puede ser alimentado ahora de caprichos ni veleidades. Le preocupan muchísimo menos la especulación teológica y la autoridad eclesial; necesita saber algo acerca del amor eterno, acerca de la fidelidad sempiterna y de los tratos del Señor de los ejércitos con las almas de Su pueblo, necesita saber del pacto, y de los compromisos de la fianza de Cristo. ¡Ah!, éste es el hombre que, si lo notan, camina con terneza en el mundo. Camina sosteniendo al mundo con una mano muy desprendida. Espera estar a menudo en el camino, y espera recorrerlo pronto, pues el mundo ha perdido su atractivo para él.

 

Yo repito que los juicios de Dios son un abismo grande, pero son seguros para la navegación, y, bajo la guía y la presencia del Espíritu Santo, no sólo son seguros sino que son provechosos. Yo cuestiono grandemente si crecemos mucho en la gracia jamás, excepto cuando estamos en el horno. Debemos hacerlo. Los gozos de esta vida con los que Dios nos bendice deberían hacernos crecer en gracia y gratitud, deberían ser un motivo suficiente para la forma más excelsa de consagración, pero, como regla general, sólo somos conducidos a Cristo mediante una tormenta, quiero decir, la mayoría de nosotros. Hay benditas y favorables excepciones, pero la mayoría de nosotros necesita la vara, tiene que tenerla, y no pareciéramos aprender la obediencia, excepto a través de la disciplina, de la disciplina del Señor. Aquí dejo ese segundo pensamiento.

 

En tercer lugar, los juicios de Dios son abismo grande:

 

III.   PERO OCULTAN UN GRAN TESORO.

 

¿Quién sabe lo que pudiera haber abajo, en esas grandes profundidades? Allí yacen perlas y hay abundantes objetos preciosos que harían que el ojo del avaro reluciera como una estrella. Hay restos de los naufragios de los viejos galeones españoles, perdidos hace siglos, y yacen también gigantescas minas de riquezas allá en las profundidades.

 

Y lo mismo sucede con los abismales juicios de Dios. Qué sabiduría está escondida allí, y qué tesoros de amor y de fidelidad, lo que David llama: “Tu fidelidad”, pues “conforme a tu fidelidad”, -dice- “me afligiste”. Se ha de ver tanta sabiduría en algunas de las abismales aflicciones de Dios, -si sólo pudiéramos entenderlas veríamos mucha sabiduría en ellas- como en la creación del mundo. Dios golpea a Su pueblo artísticamente. No hay nunca un golpe al azar. En la disciplina del Señor hay un grado maravilloso de habilidad. De aquí que se nos diga que no la despreciemos, lo cual, en su significado más pleno quiere decir que debemos honrarla. Nosotros honramos la disciplina de nuestros padres, pero honramos infinitamente más la disciplina de Dios. “Y aquéllos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso”, y hay una manera de disciplinarnos para provecho.

 

Hermanos, les dije que había tesoros escondidos en los grandes abismos que no podemos alcanzar todavía, y así también en los grandes abismos en los que Dios hace que nos desenvolvamos, hay grandes tesoros que no encontramos en el momento presente. Tal vez todavía no recibamos o incluso no percibamos el presente e inmediato beneficio de algunas de nuestras aflicciones. Pudiera no darse un beneficio inmediato; el beneficio pudiera presentarse más adelante. La disciplina de nuestra juventud pudiera tener por objetivo la madurez de nuestra edad. “Bueno le es al hombre llevar el yugo desde su juventud”. La aflicción de hoy pudiera no tener ninguna referencia a las circunstancias actuales, sino a las circunstancias que se presentarán dentro de cincuenta años. Yo no sabía que esa hierba requería de la lluvia de un día así, pero Dios no estaba viendo a Febrero como tal, sino a Febrero en su relación con Julio, cuando la cosecha debe ser cortada. Él consideraba la hierba no meramente como una hoja, y en su presente necesidad, sino como sería en el grano lleno en la espiga.

 

Hay ciertas marcas que hace un artista sobre el bloque en que trabaja, cuyo motivo tú no puedes ver todavía, que arruinan la aparente semejanza del bloque y del mármol con la imagen que sabes que él desea producir, pero luego esas líneas han de ser elaboradas gradualmente. Son ahora bosquejos, pero pronto, cuando las concluya, serán bellas líneas. Entonces una tribulación en la actualidad podría incluso incapacitarnos para prestar el servicio ahora, e incluso me atrevería a decir que podría dañarnos por años por venir. Nos hace ir gimiendo con quebrantamiento de corazón, nos obliga a ser comparativamente de poco servicio para la iglesia y sentir muy poco gozo. Pero después, como lo expresa Pablo, después, produce apacibles frutos de justicia en quienes son ejercitados por ella. ¿Por qué no dejar que el Señor se tome su tiempo? ¿Por qué tener prisa? ¿Por qué vas a estar codo con codo junto a Él diciéndole perpetuamente: “Explícame ésto hoy y muéstrame el motivo y la razón de ésto en la presente hora”? Mil años a Sus ojos no son sino como el ayer cuando ha pasado, y como una vigilia de la noche. El todopoderoso Dios se toma el poderoso tiempo en el cual obtiene Sus grandiosos resultados; por tanto, has de estar contento de dejar que los tesoros permanezcan en el fondo del abismo por un tiempo. Entonces la fe puede verlos. La fe puede hacer que el abismo sea traslúcido hasta descubrir el tesoro que yace allí, y es tuyo, y aunque no seas capaz en esta hora de ir tras él, lo tendrás, “porque todo es vuestro”. Todo lo que está almacenado en el gran abismo del eterno propósito, o en el abismo del juicio manifiesto, todo lo que está allí te pertenece. Por tanto, oh, creyente, regocíjate por ello, y deja que permanezca allí hasta el tiempo que Dios elija para sacarlo para tu enriquecimiento espiritual.

 

Los juicios de Dios son abismo grande:

 

IV.   ENTONCES OBRAN MUCHO BIEN.

 

El abismo grande, aunque la ignorancia lo considere como un desperdicio, como un sequedal salado y estéril, es una de las mayores bendiciones para este mundo redondo. Si mañana “el mar ya no existiera más”, aunque eso pudiera ser una bendición algún día, no lo sería hoy, sino que sería la mayor de las maldiciones. Es del mar que surge la niebla perpetua que, flotando gradualmente a mitad del aire, al fin desciende en abundantes aguaceros sobre el collado y sobre el valle para fertilizar la tierra. El mar es el gran corazón del mundo; podría decir que es la sangre en circulación del mundo. Hemos de tenerlo; tiene que estar en movimiento; tienen que sentirse sus mareas, como un pulso gigante, o la vitalidad del mundo cesaría. No hay desperdicio en el mar; todo es necesario. Tiene que estar allí; no hay una sola gota que sea innecesaria.

 

¡Lo mismo sucede con nuestras aflicciones que son Tus juicios, oh Dios! Son necesarias para nuestra vida, para la salud de nuestra alma, para nuestro vigor espiritual. “Por todas estas cosas” –dijo alguien antaño- “los hombres vivirán, y en todas ellas está la vida de mi espíritu”. Surgiendo de mi aflicción está la niebla constante que posteriormente se transforma en un rocío sagrado que humedece mi vida. “Bueno me es haber sido humillado”, dice David. “¡Amén!”, dicen todos los que están siendo afligidos. Mil lechos de enfermo darán testimonio de la bienaventuranza de la tribulación. Mil pérdidas y mil cruces que han sido soportadas por los fieles, ayudan ahora a conformar la dulzura de la armonía de los himnos sempiternos en la tierra de los bienaventurados. “¡Oh, bendita cruz!”, -dijo alguien; “¡tengo miedo de llegar a amarte demasiado; es tan bueno ser afligido!” Que Dios nos conceda que en todo momento, en lugar de tratar de sondear el abismo, podamos entender que es útil para nosotros y que estemos contentos.

 

Por último, si los juicios de Dios son abismo grande:

 

V.   ENTONCES SE CONVIERTEN EN UNA AUTOPISTA DE COMUNIÓN CON ÉL.

 

Nosotros pensábamos en un tiempo que el abismo de los mares separaba a los diferentes pueblos; que las naciones eran mantenidas dispersas por el mar; pero, ¡he aquí!, el mar es hoy la gran autopista del mundo. Los veloces barcos lo atraviesan con sus blancas velas, o con sus palpitantes máquinas se desplazan raudos surcando las olas. El mar es el gran canal del mundo, un poderoso canal de comunicación.

 

Y así, hermanos, nuestras aflicciones –que en nuestra ignorancia pensábamos que nos habrían de separar de nuestro Dios- son la autopista a través de la cual nos podemos acercar más a Dios de lo hubiéramos podido hacerlo de otra manera. Los que descienden al mar en naves, y hacen negocio en las muchas aguas, han visto las obras de Jehová y Sus maravillas en las profundidades. Ustedes que se quedan cerca de la costa y que sólo tienen pequeñas pruebas, no son candidatos a conocer mucho de Sus maravillas en las profundidades; pero si están destinados a salir a alta mar, donde un abismo llama a otro, y el ruido de las cascadas de Dios deja estupefacto al marinero espiritual, es entonces cuando verán las maravillas de Dios: maravillas de fidelidad, maravillas de poder, maravillas de sabiduría y maravillas de amor. Las verán y se regocijarán al verlas. Esas tribulaciones serán como carros de fuego que los llevarán a Dios. Tus aflicciones, ola sobra ola, habrán de bañar a tu alma como una barca sacudida por la tempestad, y la pondrán más cerca del cielo. ¡Oh, es algo bendito cuando los juicios de Dios nos acercan a Él! El viejo Quarles tuvo la curiosa idea de imaginar a Dios como blandiendo un látigo en juicio, y decía que si quisieras apartarte de él, deberías acercarte a Sus manos y entonces estarías fuera del alcance del golpe. Acércate a Dios y Él no te golpeará; acércate a Dios y la tribulación cesará.

 

Ustedes saben que las tribulaciones son algunas veces pesos que mantienen a los hombres abajo, pero ustedes han visto muchas máquinas en las que un peso que desciende levanta a otro peso, y por fe hay un modo de ajustar las consagradas poleas de tal manera que los propios pesos de tu aflicción pueden alzarte más cerca de Dios. El pájaro que tiene un cordel y una piedra atados a sus patas no puede volar, y sin embargo, hay una manera que Dios tiene de hacer que Sus pájaros vuelen aun cuando estén atados al suelo. Nunca se remontaron mientras no tuvieron algo que los atrajera hacia el suelo; nunca ascendieron mientras no fueron compelidos a descender. Encontraron las puertas del cielo, no allá arriba, sino aquí abajo. Entre más se hundieron en la autoestima, más se acercaron al Dios eterno que es el fundamento de todas las cosas.

 

Así, hermanos, les he presentado el último pensamiento; que el Espíritu Santo los conduzca a apropiarse de él. Que los juicios profundos de Dios los lleven a una comunión más profunda.

 

Amado hijo de Dios, a ti que estás sumido en la aflicción esta noche, la voz de esa aflicción te dice: acércate a Dios; acércate a Dios. Dios te ha favorecido, te ha favorecido con medios extraordinarios de crecimiento en la gracia. Para usar el símil de Rutherford: Él te ha puesto abajo en la cava de vinos en la oscuridad. Comienza ahora a degustar los vinos purificados. Alcanza ahora los preciosos tesoros de la oscuridad. Él te ha llevado a un desierto de arena; comienza ahora a buscar los tesoros que están enterrados en la arena. Has de creer que las más profundas aflicciones son siempre vecinas de los más excelsos gozos, y que los mayores privilegios posibles yacen muy cerca de las más oscuras tribulaciones. Si debido a que tu aflicción es más amarga ahora, tu cántico será más potente al final, hay una razón para esa aflicción, y la fe puede descubrir esa razón y la experiencia puede vivir de ella.

 

Que Dios bendiga a los atribulados aquí presentes. Pero hay algunas personas aquí, tal vez, que están sumidas en alguna aflicción y no tienen a ningún Dios a quien recurrir. ¡Pobres almas! ¡Pobre almas! ¡Ser pobres, y no tener a Dios! ¡Estar enfermas, y no tener a Dios! ¡Tener una vida de trabajo pesado, y no tener ningún cielo! ¡Una esclavitud de penuria en la tierra, y luego ser conducidas para siempre lejos de la presencia de Dios! ¡Oh, cuán dignas de compasión! Ténganse conmiseración, y recuerden que no es necesario que sea así siempre. Pueden tener un cielo; pueden tener una bienaventuranza presente. Ésto dice el Evangelio: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo”. ¡Oh!, si sólo confiaras en Aquel que se desangró en el madero, tendrías consuelo para tu presente tribulación; tendrías perdón para tu pecado pasado, presente y futuro. Que el Señor bendiga a cada uno de ustedes, por Cristo nuestro Señor. Amén.             

 

 

Traductor: Allan Román

23/Junio/2011

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