El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
Insondables
NO.
3368
UN SERMÓN PREDICADO POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES,
Y PUBLICADO EL JUEVES 21 DE AGOSTO DE 1913.
“Tus juicios, abismo grande”. Salmo 36: 6.
Esta frase es verdadera,
sin importar bajo qué luz se considere a la palabra “juicio”.
Hay mucho de misterio en las terribles calamidades que afligen a la tierra, que
devastan a las naciones, que destruyen ciudades y que arrasan con las reliquias
del pasado. Hay mucho de misterio en los juicios de Dios a los malvados en esta
vida: cómo prosperan por un tiempo y cómo son segados súbitamente; cómo
engordan como novillos y cómo son llevados luego al matadero.
Los juicios de Dios en
relación a los impíos en el mundo venidero son también “abismo grande”, de los
que no se ha de hablar con ligereza. El futuro castigo de los impíos es un tema
solemne, es “abismo grande”, un abismo donde algunos, me temo, especulan tan
profundamente que el riesgo que corren es inminente: pueden ahogarse en la
perdición.
Pero yo prefiero esta
noche interpretar el texto en el sentido de los
tratos de Dios para con Su propio pueblo. Dios no trata con ellos en un juicio
de tipo penal, pienso, vindicando la inflexible justicia de la ley por medio de
la terrible venganza que inflige sobre el transgresor, como tratará con los
impíos en el terrible juicio final. No quiero decir eso. Más bien lo interpreto
como la saludable disciplina y los dolorosos castigos de la mano de Dios, que
son llamados: “juicios”, en
Ahora, los tratos de
Dios para con Sus siervos, siempre sabios y prudentes, son frecuentemente como
abismos grandes. Esta noche voy a desarrollar simplemente tres o cuatro
pensamientos que surgen de esa metáfora.
I. LOS
TRATOS DE DIOS PARA CON SU PUEBLO SON A MENUDO INSONDABLES.
Nosotros no podemos
descubrir el fundamento o la causa, ni su origen. Algunos de los siervos de
Dios que están sinceramente deseosos de producir cosas honestas a los ojos de
todos los hombres, aunque sean diligentes y enérgicos y ejerzan la adecuada
prudencia, descubren que no son hábiles para prosperar en los negocios. Todos
sus propósitos se ven frustrados. Pareciera haber un tipo de fatalidad
vinculada con todos sus proyectos. Si ellos
se involucran en un negocio o en una oportunidad que se convertiría en oro
en las manos de otros, en sus manos se derrite hasta convertirse en escoria.
Ahora, no siempre se encuentra una explicación para ésto. “Tus juicios, abismo
grande”, es un asunto que ha de percibirse como un hecho, pero que no puede
explicarse mediante razonamiento.
Algunas veces nace en
una familia un hijo amado quien es un gran consuelo para sus padres. Pareciera,
en verdad, haber sido enviado en amor para sanar alguna vieja herida y para
hacer feliz al hogar, pero entonces, tan súbitamente como vino, se va. ¿Por
qué? ¡Ah!, aquí, de nuevo, hay otro abismo que el ansioso corazón de una madre
quisiera sondear, pero que no le corresponde explorar. Es un grande abismo.
Ocurre a veces que se
nos permite conservar a nuestros hijos y justo cuando están madurando para
llegar a la edad adulta del hombre o de la mujer, y cuando esperamos verlos
colocados y establecidos en la vida, sucede –como le sucedió esta tarde a uno
de nuestros queridos amigos de esta iglesia- que tenemos que estar junto a su
tumba abierta, y decir: “La tierra a la tierra y el polvo al polvo”. No podemos
entender por qué Dios se lleva a los santos y a los buenos, a los amigables y a
los amables, cuando parecieran ser más útiles. Es un abismo grande.
A menudo ocurre también
que cuando un hombre está a cargo de su familia y toda ella depende de sus
esfuerzos en un negocio que está comenzando a prosperar, y el hombre promete
vivir por muchos años, es segado en un instante; su esposa queda viuda y sus
hijos quedan huérfanos. Pareciera que fue llevado en el peor momento, justo
cuando menos podían privarse de él. La ansiosa esposa podría preguntarse: “¿Por
qué sucedió ésto?”, pero sólo puede decir en respuesta: “No puedo entenderlo;
es un abismo grande”.
Podría proseguir relatando
muchos ejemplos, pero estos hechos nos acontecen a todos nosotros a lo largo de
nuestras vidas, y si no nos han ocurrido todavía, ciertamente nos ocurrirán.
Nos sobrevendrán pruebas y problemas más allá de nuestro cordel de medida.
Tendremos que hacer negocios en aguas profundas donde ninguna sonda tiene la
posibilidad de encontrar un fondo. “Tus juicios, abismo grande”.
¿Pero, por qué el Señor nos envía una aflicción que no podemos entender?
Yo respondo: ‘porque
Él es el Señor’. Tu hijo no debe esperar entender todo lo que hace su
padre, porque su padre es un hombre de maduro intelecto y de entendimiento, y
el niño es sólo un niño. Tú, amado hermano, sin importar cuán experimentado
seas, no eres sino un niño, y, comparado con la mente divina, ¿qué inteligencia
tienes? ¿Cómo puedes esperar, por tanto, que Dios actúe siempre según alguna
regla que tú seas capaz de entender?
Él es Dios, y, por tanto, nos conviene a menudo quedarnos callados, sentarnos
en silencio y sentir y saber que todo debe de estar bien, aunque sepamos
igualmente que no podemos ver que así sea.
Dios nos envía pruebas
de este tipo para el ejercicio de
nuestras gracias. Así hay espacio
para la fe. Cuando puedes reconocer que tus pruebas provienen de Él, no
puedes desconfiar. Si pudieras entender todo lo que hace, entonces habría
espacio para tu juicio más bien que para tu fe y para tu confianza en Su
juicio. Pero cuando no puedas entenderlo, sométete a Él y di: “yo sé que Dios
es bueno; he aquí, aunque él me matare, en él esperaré; aunque ande en
tinieblas y no vea ninguna luz, con todo, ninguna palabra incrédula saldrá de mis
labios, pues Él es bueno y será bueno, sin importar lo que me suceda”. ¡Oh!,
entonces la fe es fe en verdad, una fe que brinda gloria a Dios y proporciona
fortaleza a tu alma.
Así hay espacio también
para la humildad. El conocimiento
enorgullece, pero el sentimiento de que todo está más allá de nuestro
conocimiento, de que estamos desconcertados y que no podemos entender, el
sentido de ignorancia e incapacidad para entender los tratos de Dios, nos hace
humildes y nos sentamos al pie del trono de Jehová.
Amados, yo pienso que
difícilmente hay alguna gracia que el cristiano posea que no reciba mucha ayuda
de los abismos de los juicios de Dios. Ciertamente el amor ha sido desarrollado
frecuentemente a un grado excelso de esta manera, pues el alma llega a decir
por fin: “No; no voy a preguntar la razón; no deseo conocer la razón; lo amo
tanto que para mí la razón es Su voluntad; eso me basta; Jehová es; haga lo que
bien le pareciere”. No amamos a quienes siempre les estamos formulando cargos y
los estamos cuestionando acerca de todo lo que hacen, pero cuando el amor llega
a la perfección, lo admira todo y cree que todo es correcto y perfecto. Y así,
cuando el amor llega a la perfección con referencia al sumamente perfecto Dios,
es entonces que todo lo que Él realiza es endosado sin previo examen; aunque
todo esté cubierto de tinieblas, es creído sin preguntas. Tiene que estar bien,
pues Tú, Señor, lo has hecho.
Se me ocurren muchas
otras razones por las cuales Dios llama a Su pueblo a sentir así Sus juicios, pero
solamente daré una y luego voy a dejar este punto. Amados hermanos, tenemos pecados que no podemos sondear, y,
por tanto, no ha de sorprendernos que también tengamos disciplinas que no podamos
sondear. Hay abismos de depravación dentro de nuestro corazón que llaman a
otros abismos, así como un abismo llama a otro, y hay consecuencias del pecado
en nuestro interior que no somos capaces de detectar, consecuencias que nos
siguen en secreto, y que nos están dañando en puntos muy vitales. Se necesita
que la medicina sea de un tipo escrutador para que siga a la enfermedad por
todos los entresijos de nuestra alma, adonde el entendimiento no puede atisbar.
Algunos de esos juicios abismales son como secretas medicinas, potentes y
sutiles, que buscan a ciertos diablos secretos que encontraron su camino hasta
las cavernas de nuestro espíritu y se han ocultado allí. Tal vez una aflicción
entendible tiene el propósito de atraer mi atención a algún pecado conocido;
pero pudiera ser que la prueba que no puedo entender esté propinando golpes
mortales a algún mal mortal, el cual, si no fuera destruido así, podría ser
solemnemente perjudicial para mi propio espíritu.
Les dejo este
pensamiento: han de esperar que los juicios de Dios sean algunas veces
insondables.
A continuación, como los
juicios de Dios son abismo grande:
II. ENTONCES
SON SEGUROS PARA
Los barcos nunca se
estrellan contra las rocas cuando navegan en aguas profundas. Los niños tal vez
podrían imaginar que un mar poco profundo es el más seguro, pero un viejo
marinero sabe que no es así. Estando frente a la costa de Irlanda el capitán
del barco tiene que mantenerse alerta, pero mientras navega atravesando el
Atlántico, tiene mucho menor peligro. Allá tiene mucho espacio marítimo y no
hay por qué tener miedo de arenas movedizas ni de bancos de arena. Cuando el
marinero comienza a entrar en el Támesis, es entonces que descubre que hay
primero un banco de arena y luego otro, y que hay peligro, pero en mar abierto,
donde no toca fondo, está muy poco temeroso.
Noten que lo mismo
sucede con los juicios de Dios. Cuando Dios reparte aflicciones, el cristiano
tiene la navegación más segura posible. “¡Cómo!”, -dirá alguien- “¿acaso la
tribulación es segura?” Sí, es muy segura. La etapa más segura de la vida de un
cristiano es el tiempo de su tribulación. “Cómo, si un hombre está abatido,
¿dices tú que está seguro?” “Sí, pues entonces no teme caer; cuando está abajo,
no necesita temer al orgullo; cuando es humillado bajo la mano de Dios, es
menos propenso a ser arrastrado por cualquier viento de tentación. Las aguas
apacibles en el camino al cielo son siempre una señal de que el alma debe
mantenerse muy alerta, pues el peligro está próximo. Uno llega a sentir al
final un solemne espanto que se adentra sigilosamente en los tiempos de
prosperidad. “Temerán y temblarán de todo el bien y de toda la paz que yo les
haré”, temiendo no tanto que el bien se esfume como temiendo que hagamos un mal
uso de él, y que suframos de una llaga gangrenosa de indolencia o de confianza
en nosotros mismos, o que la mundanalidad crezca en nuestros espíritus. Hemos
visto a muchos cristianos profesantes que han naufragado, y en algunos pocos
casos ésto ha sido atribuible a una sobrecogedora aflicción, pero en diez casos
contra uno ha sido atribuible a la prosperidad. Los hombres se hacen ricos, y,
por supuesto, ya no asisten a la pequeña capilla a la que asistían
anteriormente, pues ahora tienen que ir a algún lugar donde un mundo elegante
se congrega para adorar. Los hombres se vuelven ricos, y en seguida no pueden
mantenerse en ese camino de abnegación que una vez hollaron tan alegremente. El
mundo se ha introducido en sus corazones, y quieren obtener más. Ya tienen
mucho pero tienen que tener más. Les ha sobrevenido una insaciable ambición, y
caen, y grande es la aflicción que su caída le provoca a la iglesia; grande es
el daño que le hace al pueblo de Dios.
Pero hablando del hombre
en problemas, ¿notaron alguna vez a un verdadero hijo de Dios en problemas?
¿Vieron cómo ora? Ahora no puede vivir sin oración; tiene un peso que tiene que
llevar a su Dios, y acude al propiciatorio una y otra vez. Nótenlo bajo la
depresión de ánimo. Cómo lee ahora su Biblia. No le importa esa literatura más
ligera que antes lo seducía durante muchas horas. Necesita la sólida promesa,
el fuerte alimento del reino de Dios. ¿Notan cómo oye? A ese hombre no le
importan para nada tus flores y tus excelentes piezas de retórica; necesita
Yo repito que los
juicios de Dios son un abismo grande, pero son seguros para la navegación, y,
bajo la guía y la presencia del Espíritu Santo, no sólo son seguros sino que son provechosos. Yo cuestiono
grandemente si crecemos mucho en la gracia jamás, excepto cuando estamos en el
horno. Debemos hacerlo. Los gozos de esta vida con los que Dios nos bendice
deberían hacernos crecer en gracia y gratitud, deberían ser un motivo suficiente
para la forma más excelsa de consagración, pero, como regla general, sólo somos
conducidos a Cristo mediante una tormenta, quiero decir, la mayoría de nosotros.
Hay benditas y favorables excepciones, pero la mayoría de nosotros necesita la
vara, tiene que tenerla, y no pareciéramos aprender la obediencia, excepto a
través de la disciplina, de la disciplina del Señor. Aquí dejo ese segundo
pensamiento.
En tercer lugar, los
juicios de Dios son abismo grande:
III. PERO
OCULTAN UN GRAN TESORO.
¿Quién sabe lo que
pudiera haber abajo, en esas grandes profundidades? Allí yacen perlas y hay
abundantes objetos preciosos que harían que el ojo del avaro reluciera como una
estrella. Hay restos de los naufragios de los viejos galeones españoles,
perdidos hace siglos, y yacen también gigantescas minas de riquezas allá en las
profundidades.
Y lo mismo sucede con
los abismales juicios de Dios. Qué sabiduría está escondida allí, y qué tesoros
de amor y de fidelidad, lo que David llama: “Tu fidelidad”, pues “conforme a tu
fidelidad”, -dice- “me afligiste”. Se ha de ver tanta sabiduría en algunas de
las abismales aflicciones de Dios, -si sólo pudiéramos entenderlas veríamos
mucha sabiduría en ellas- como en la creación del mundo. Dios golpea a Su
pueblo artísticamente. No hay nunca un golpe al azar. En la disciplina del
Señor hay un grado maravilloso de habilidad. De aquí que se nos diga que no la
despreciemos, lo cual, en su significado más pleno quiere decir que debemos
honrarla. Nosotros honramos la disciplina de nuestros padres, pero honramos
infinitamente más la disciplina de Dios. “Y aquéllos, ciertamente por pocos
días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es
provechoso”, y hay una manera de disciplinarnos para provecho.
Hermanos, les dije que
había tesoros escondidos en los grandes abismos que no podemos alcanzar
todavía, y así también en los grandes abismos en los que Dios hace que nos
desenvolvamos, hay grandes tesoros que no encontramos en el momento presente. Tal
vez todavía no recibamos o incluso no percibamos el presente e inmediato
beneficio de algunas de nuestras aflicciones. Pudiera no darse un beneficio
inmediato; el beneficio pudiera presentarse más adelante. La disciplina de
nuestra juventud pudiera tener por objetivo la madurez de nuestra edad. “Bueno
le es al hombre llevar el yugo desde su juventud”. La aflicción de hoy pudiera
no tener ninguna referencia a las circunstancias actuales, sino a las
circunstancias que se presentarán dentro de cincuenta años. Yo no sabía que esa
hierba requería de la lluvia de un día así, pero Dios no estaba viendo a
Febrero como tal, sino a Febrero en su relación con Julio, cuando la cosecha
debe ser cortada. Él consideraba la hierba no meramente como una hoja, y en su
presente necesidad, sino como sería en el grano lleno en la espiga.
Hay ciertas marcas que
hace un artista sobre el bloque en que trabaja, cuyo motivo tú no puedes ver
todavía, que arruinan la aparente semejanza del bloque y del mármol con la
imagen que sabes que él desea producir, pero luego esas líneas han de ser
elaboradas gradualmente. Son ahora bosquejos, pero pronto, cuando las concluya,
serán bellas líneas. Entonces una tribulación en la actualidad podría incluso
incapacitarnos para prestar el servicio ahora, e incluso me atrevería a decir
que podría dañarnos por años por venir. Nos hace ir gimiendo con
quebrantamiento de corazón, nos obliga a ser comparativamente de poco servicio
para la iglesia y sentir muy poco gozo. Pero después, como lo expresa Pablo, después,
produce apacibles frutos de justicia en quienes son ejercitados por ella. ¿Por
qué no dejar que el Señor se tome su tiempo? ¿Por qué tener prisa? ¿Por qué vas
a estar codo con codo junto a Él diciéndole perpetuamente: “Explícame ésto hoy
y muéstrame el motivo y la razón de ésto en la presente hora”? Mil años a Sus
ojos no son sino como el ayer cuando ha pasado, y como una vigilia de la noche.
El todopoderoso Dios se toma el poderoso tiempo en el cual obtiene Sus
grandiosos resultados; por tanto, has de estar contento de dejar que los
tesoros permanezcan en el fondo del abismo por un tiempo. Entonces la fe puede
verlos. La fe puede hacer que el abismo sea traslúcido hasta descubrir el
tesoro que yace allí, y es tuyo, y aunque no seas capaz en esta hora de ir tras
él, lo tendrás, “porque todo es vuestro”. Todo lo que está almacenado en el
gran abismo del eterno propósito, o en el abismo del juicio manifiesto, todo lo
que está allí te pertenece. Por tanto, oh, creyente, regocíjate por ello, y
deja que permanezca allí hasta el tiempo que Dios elija para sacarlo para tu enriquecimiento
espiritual.
Los juicios de Dios son
abismo grande:
IV. ENTONCES
OBRAN MUCHO BIEN.
El abismo grande, aunque
la ignorancia lo considere como un desperdicio, como un sequedal salado y
estéril, es una de las mayores bendiciones para este mundo redondo. Si mañana “el
mar ya no existiera más”, aunque eso pudiera ser una bendición algún día, no lo
sería hoy, sino que sería la mayor de las maldiciones. Es del mar que surge la
niebla perpetua que, flotando gradualmente a mitad del aire, al fin desciende
en abundantes aguaceros sobre el collado y sobre el valle para fertilizar la
tierra. El mar es el gran corazón del mundo; podría decir que es la sangre en
circulación del mundo. Hemos de tenerlo; tiene que estar en movimiento; tienen
que sentirse sus mareas, como un pulso gigante, o la vitalidad del mundo
cesaría. No hay desperdicio en el mar; todo es necesario. Tiene que estar allí;
no hay una sola gota que sea innecesaria.
¡Lo mismo sucede con
nuestras aflicciones que son Tus juicios, oh Dios! Son necesarias para nuestra
vida, para la salud de nuestra alma, para nuestro vigor espiritual. “Por todas
estas cosas” –dijo alguien antaño- “los hombres vivirán, y en todas ellas está
la vida de mi espíritu”. Surgiendo de mi aflicción está la niebla constante que
posteriormente se transforma en un rocío sagrado que humedece mi vida. “Bueno
me es haber sido humillado”, dice David. “¡Amén!”, dicen todos los que están
siendo afligidos. Mil lechos de enfermo darán testimonio de la bienaventuranza
de la tribulación. Mil pérdidas y mil cruces que han sido soportadas por los
fieles, ayudan ahora a conformar la dulzura de la armonía de los himnos
sempiternos en la tierra de los bienaventurados. “¡Oh, bendita cruz!”, -dijo
alguien; “¡tengo miedo de llegar a amarte demasiado; es tan bueno ser
afligido!” Que Dios nos conceda que en todo momento, en lugar de tratar de
sondear el abismo, podamos entender que es útil para nosotros y que estemos
contentos.
Por último, si los
juicios de Dios son abismo grande:
V. ENTONCES
SE CONVIERTEN EN UNA AUTOPISTA DE COMUNIÓN CON ÉL.
Nosotros pensábamos en
un tiempo que el abismo de los mares separaba a los diferentes pueblos; que las
naciones eran mantenidas dispersas por el mar; pero, ¡he aquí!, el mar es hoy
la gran autopista del mundo. Los veloces barcos lo atraviesan con sus blancas
velas, o con sus palpitantes máquinas se desplazan raudos surcando las olas. El
mar es el gran canal del mundo, un poderoso canal de comunicación.
Y así, hermanos,
nuestras aflicciones –que en nuestra ignorancia pensábamos que nos habrían de
separar de nuestro Dios- son la autopista a través de la cual nos podemos
acercar más a Dios de lo hubiéramos podido hacerlo de otra manera. Los que
descienden al mar en naves, y hacen negocio en las muchas aguas, han visto las
obras de Jehová y Sus maravillas en las profundidades. Ustedes que se quedan
cerca de la costa y que sólo tienen pequeñas pruebas, no son candidatos a conocer
mucho de Sus maravillas en las profundidades; pero si están destinados a salir
a alta mar, donde un abismo llama a otro, y el ruido de las cascadas de Dios
deja estupefacto al marinero espiritual, es entonces cuando verán las
maravillas de Dios: maravillas de fidelidad, maravillas de poder, maravillas de
sabiduría y maravillas de amor. Las verán y se regocijarán al verlas. Esas
tribulaciones serán como carros de fuego que los llevarán a Dios. Tus
aflicciones, ola sobra ola, habrán de bañar a tu alma como una barca sacudida
por la tempestad, y la pondrán más cerca del cielo. ¡Oh, es algo bendito cuando
los juicios de Dios nos acercan a Él! El viejo Quarles tuvo la curiosa idea de
imaginar a Dios como blandiendo un látigo en juicio, y decía que si quisieras
apartarte de él, deberías acercarte a Sus manos y entonces estarías fuera del
alcance del golpe. Acércate a Dios y Él no te golpeará; acércate a Dios y la
tribulación cesará.
Ustedes saben que las
tribulaciones son algunas veces pesos que mantienen a los hombres abajo, pero
ustedes han visto muchas máquinas en las que un peso que desciende levanta a
otro peso, y por fe hay un modo de ajustar las consagradas poleas de tal manera
que los propios pesos de tu aflicción pueden alzarte más cerca de Dios. El
pájaro que tiene un cordel y una piedra atados a sus patas no puede volar, y
sin embargo, hay una manera que Dios tiene de hacer que Sus pájaros vuelen aun
cuando estén atados al suelo. Nunca se remontaron mientras no tuvieron algo que
los atrajera hacia el suelo; nunca ascendieron mientras no fueron compelidos a
descender. Encontraron las puertas del cielo, no allá arriba, sino aquí abajo.
Entre más se hundieron en la autoestima, más se acercaron al Dios eterno que es
el fundamento de todas las cosas.
Así, hermanos, les he
presentado el último pensamiento; que el Espíritu Santo los conduzca a
apropiarse de él. Que los juicios profundos de Dios los lleven a una comunión
más profunda.
Amado hijo de Dios, a ti
que estás sumido en la aflicción esta noche, la voz de esa aflicción te dice:
acércate a Dios; acércate a Dios. Dios te ha favorecido, te ha favorecido con
medios extraordinarios de crecimiento en la gracia. Para usar el símil de
Rutherford: Él te ha puesto abajo en la cava de vinos en la oscuridad. Comienza
ahora a degustar los vinos purificados. Alcanza ahora los preciosos tesoros de
la oscuridad. Él te ha llevado a un desierto de arena; comienza ahora a buscar
los tesoros que están enterrados en la arena. Has de creer que las más
profundas aflicciones son siempre vecinas de los más excelsos gozos, y que los
mayores privilegios posibles yacen muy cerca de las más oscuras tribulaciones.
Si debido a que tu aflicción es más amarga ahora, tu cántico será más potente al
final, hay una razón para esa aflicción, y la fe puede descubrir esa razón y la
experiencia puede vivir de ella.
Que Dios bendiga a los
atribulados aquí presentes. Pero hay algunas personas aquí, tal vez, que están
sumidas en alguna aflicción y no tienen a ningún Dios a quien recurrir. ¡Pobres
almas! ¡Pobre almas! ¡Ser pobres, y no tener a Dios! ¡Estar enfermas, y no
tener a Dios! ¡Tener una vida de trabajo pesado, y no tener ningún cielo! ¡Una
esclavitud de penuria en la tierra, y luego ser conducidas para siempre lejos
de la presencia de Dios! ¡Oh, cuán dignas de compasión! Ténganse conmiseración,
y recuerden que no es necesario que sea así siempre. Pueden tener un cielo;
pueden tener una bienaventuranza presente. Ésto dice el Evangelio: “El que
creyere y fuere bautizado, será salvo”. ¡Oh!, si sólo confiaras en Aquel que se
desangró en el madero, tendrías consuelo para tu presente tribulación; tendrías
perdón para tu pecado pasado, presente y futuro. Que el Señor bendiga a cada
uno de ustedes, por Cristo nuestro Señor. Amén.
Traductor: Allan Román
23/Junio/2011
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