El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano
“La Iglesia de los Primogénitos.”
NO. 3206
SERMÓN PREDICADO LA NOCHE DEL DOMINGO 30 DE NOVIEMBRE, 1862
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES,
Y PUBLICADO EL JUEVES 14 DE JULIO DE 1910.
“La congregación de los primogénitos
que están inscritos en los cielos.” Hebreos 12: 23.
“La asamblea general e iglesia de los
primogénitos que están inscritos en los cielos.” La Biblia de las Américas
Pablo cabalmente había estado dando una breve
descripción de la gran asamblea de los hijos de Israel alrededor del monte
Sinaí, “el monte que se podía palpar, y que ardía en fuego”, como un volcán
gigantesco. Había pintado con viveza “la oscuridad, las tinieblas y la
tempestad, y el sonido de la trompeta y la voz que hablaba”, y las aterradas
multitudes que permanecían, trémulas, a cierta distancia, e incluso a Moisés,
su gran líder, que estaba tan alarmado que dijo: “Estoy espantado y temblando.”
Pablo se propone que esa descripción nos enseñe el efecto que produce la
dispensación legal: puede alarmar y condenar, pero no puede salvar.
Ustedes, que están bajo la ley, ustedes, que
están procurando ganar el favor de Dios mediante sus buenas obras, ustedes, que
suponen que el mérito humano puede traerles la salvación, miren a las llamas
que vio Moisés, e inclínense humildemente, y tiemblen y desesperen. Ustedes,
que piensan que pueden vivir como lo requiere la ley y alcanzar así la vida eterna,
bien harían en quedarse tiritando y temblando delante de este todopoderoso
aunque invisible Dios, cuyos rayos se descargan delante de sus ojos, y cuya voz
de trueno debe alarmar al más empedernido corazón.
Terrible es la difícil situación del hombre que
tiene que depender de lo que el Sinaí pueda darle; es desgraciado en la vida,
será turbado en la muerte, y se perderá para siempre en la eternidad. “Por las
obras de la ley nadie será justificado”. “Todos los que dependen de las obras
de la ley están bajo maldición”. “Por gracia sois salvos por medio de la fe; y
esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se
gloríe.”
Habiendo hecho esa descripción del Sinaí por vía
de contraste, Pablo presenta ahora un cuadro mucho más agradable de la
dispensación del Evangelio. Los cristianos tendrán también su grandiosa
asamblea; hay un monte sobre el cual todos aquellos que están bajo la gracia se
congregarán un día: un monte que no humea, pues es el monte de Sion, la ciudad
del Dios viviente, la Jerusalén celestial. Habrá palabras allí, pero serán
palabras de cantos sagrados y notas de santa alegría. Podría haber trompetas
allí, pero serán las trompetas de plata que proclamarán el jubileo eterno.
Moisés estará allí, pero no estará espantado ni temblando, pues, cuando llegue
a ese monte de Dios, olvidará todos sus temores, y se gozará incesantemente en
el Señor su Dios. Los creyentes conforman esa multitud, la cual nadie podría
contar, que se habrá de congregar sobre ese monte glorioso para guardar un
sempiterno día de fiesta. En verdad seremos felices cuando, por gracia, acudamos
a la asamblea general y congregación de los primogénitos, cuyos nombres están
inscritos en los cielos; cuando veamos ese espectáculo que le fue revelado a
Juan en Patmos: un Cordero que está en pie sobre el monte de Sion, y con Él
aquellos que tienen el nombre de Su Padre escrito en sus frentes, que siguen al
Cordero por dondequiera que va, y que son sin mancha delante del trono de Dios.
El primer punto al cual quiero dirigir su
atención es la descripción dada de los
creyentes como la iglesia de los primogénitos. A continuación, quiero
recordarles aquello que se dice de su
inscripción: están registrados o inscritos (como lo traduce la lectura
marginal) en el cielo; y luego, en tercer lugar, tendré algo que decir
concerniente a su gran asamblea general, cuando
todos los justos sean reunidos a Cristo, para no apartarse de Él nunca jamás.
I. Para comenzar, entonces, de nuestro texto
deducimos que los CREYENTES EN CRISTO SON DESCRITOS COMO LA IGLESIA DE LOS
PRIMOGÉNITOS. Trataré de autoexaminarme por medio de mis propios comentarios,
según los vaya expresando, y espero que todos podamos cuestionarnos para ver si
pertenecemos a esta asamblea general.
Mediante el término “primogénito” se significa,
con frecuencia, en la Escritura, el más
excelente, el principal. De Jesucristo, debido a la excelencia de Su
carácter, se dice que es “el primogénito entre muchos hermanos”, “el
primogénito de toda creación”, “el primogénito de entre los muertos, para que
en todo tenga la preeminencia.”
Así, aunque los creyentes son por naturaleza hijos
de ira, igual que todos los demás, sin embargo, después de que Cristo los ha
renovado, se convierten en los excelentes de la tierra en quienes está todo Su
deleite. Muéstrenme a un hombre que haga una profesión de religión, pero que
sea un borracho, y yo les diría de inmediato que su profesión es una mentira. Muéstrenme
a otro hombre que diga que es un seguidor de Cristo, aunque oprima a los
pobres, les robe su salario a los trabajadores, un hombre codicioso que sólo se
preocupe por sí mismo, y cierre contra sus hermanos necesitados su corazón, y
yo no dudaría en preguntarles: “¿Cómo mora el amor de Dios en él?” Si la
“gracia” que profesamos tener no nos hace mejores que otros, entre más rápido
nos deshagamos de ella, sería mejor. “¿Qué hacéis de más?”, fue la pregunta de
Cristo a Sus discípulos. “Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir,
¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores prestan a los pecadores, para
recibir otro tanto.” De los cristianos hay algo que debe esperarse que no ha de
buscarse en los demás; ellos profesan haber nacido dos veces y tener a Dios morando
en ellos, como Pablo les dice a los corintios: “¿No sabéis que sois templo de
Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” Los cristianos profesan ser
herederos del cielo, y miembros del cuerpo místico de Cristo. Entonces, ¿acaso
han de hablar y actuar como lo hacen los impíos, y degradarse como aquellos que
no han recibido nunca esa vida nueva y más excelsa? ¡Dios no lo quiera! Donde
llega la gracia, nos levanta, y nos mantiene en alto y nos hace nuevas
criaturas en Cristo Jesús, de tal forma que las cosas perversas en las que una
vez nos deleitamos, ya ni siquiera las nombramos, mientras que suspiramos por
todo lo que sea virtuoso o de buena reputación para exhibirlo para alabanza de
la gracia del que nos llamó según el designio de Su voluntad.
Ahora, queridos amigos, pueden hacer de esto una
prueba para un autoexamen. Hombre, ¿cuál es tu vida? ¿Qué frutos produces? Si
produces espinas, ciertamente eres una zarza. Si produces las uvas de Gomorra,
en verdad perteneces al valle de Sodoma. “¿Acaso se recogen uvas de los
espinos, o higos de los abrojos?” Si la corriente está sucia, ¿cómo estará la
fuente? Si lo de fuera del vaso y del plato está mugriento, por dentro, ¿cómo
estarán? Si lo que ven los hombres está sucio, ¡cuán sucio ha de estar el lugar
donde solamente Dios puede verte! Ninguno de nosotros es mejor de lo que parece,
pero todos nosotros somos peores de lo que pensamos. ¡Que Dios rasgue todo velo
que nos oculta de nosotros mismos, para que nos veamos tal como somos a Sus
ojos!
Así que pueden ver que los primogénitos de Dios
son “un pueblo propio, celoso de buenas obras”, que busca adornar la doctrina
de Dios su Salvador, en todas las cosas.
Pero el término “primogénito” tiene un segundo
significado en la Escritura. Los primogénitos, bajo la antigua economía
mosaica, eran elegidos por Dios para Sí. Cuando
hirió a los primogénitos de Egipto, apartó para Sí a todos los primogénitos de
Israel. Habría podido seleccionar a los más jóvenes de la familia, o a todo
segundo hijo, si hubiera decidido hacerlo así, pues Dios hace lo que quiere, y
“Él no da cuenta de ninguna de sus razones.” Podrían preguntarle por qué hace
esto o lo otro, pero no se digna responder a sus preguntas inquisitivas o
impertinentes. Él no se turba por sus preguntas. Nunca explica las razones por
las cuales elige a algún hombre para salvación. Está lo suficientemente claro,
por la Escritura, que en efecto los elige; tan claro, que incluso un incrédulo
como Bolingbroke le dijo un día al señor Whitefield: “si se acepta que la
Biblia es verdadera, entonces ninguna otra doctrina excepto el calvinismo puede
ser verdadera, pues la Biblia enseña eso de principio a fin.” Ciertamente, si
las mentes de los hombres no estuvieran obstinadamente pervertidas, deberían
leer esta verdad en palabras como estas: “Tendré misericordia del que yo tenga
misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca. Así que no depende del
que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia.”
¿Y qué dice la Escritura cuando el pecador
comienza a altercar con esta verdad? “Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú,
para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: por qué me
has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de
la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?” Es un hecho que Dios ha
ordenado para vida eterna a una multitud que nadie puede contar; y justo como
los primogénitos entre los judíos eran electos típicamente, así los santos se
convierten en santos como resultado del decreto divino establecido antes de que
la tierra fuese creada. Cuando todavía este mundo, y el sol, la luna y las
estrellas dormían en la mente de Dios, como bosques por nacer en la copa de una
bellota, aun entonces el Todopoderoso había escrito ya los nombres de todos Sus
escogidos en el libro de la vida del Cordero, y había fijado el lugar, la
fecha, el momento preciso cuando debían nacer, y cuándo habían de nacer una
segunda vez, cuándo debían venir a Cristo, y así, cuándo debían encontrar la
salvación y la vida eterna. Esta doctrina está lejos de ser apetitosa para los
hombres; pero, puesto que glorifica a Dios y hace que el hombre no sea sino un
saltamontes delante del Eterno, nos deleitamos en ella, y humildemente nos
inclinamos delante del Soberano Disponedor de todos los eventos, y decimos: “Jehová
es; haga lo que bien le pareciere.”
Luego, en tercer lugar, los primogénitos eran herederos de grandes privilegios, de los
cuales no podemos hablar particularmente en este momento, pero lo haremos más
adelante; y se convertían en herederos
enteramente por nacimiento. Los derechos de los primogénitos radicaban
únicamente en su primogenitura; no en su estatura, no en su donosura o belleza,
no en su capacidad mental y ni siquiera en sus virtudes morales. Aunque fuera
tan lisiado como Mefi-boset, pero si era el primogénito, no podía ser
desheredado; o si, en lugar de tener la imponente estatura de un Saúl, era tan
diminuto como Zaqueo, pero si era el primogénito, ni sus padres ni todas las
cortes judiciales podían revertir los derechos de la primogenitura.
Entonces, amados, todos aquellos que son
creyentes en Cristo, que son conocidos por los hombres por su excelencia de
carácter, -en tanto que Dios los conoce por haberlos escogido por Su gracia- son
conducidos a tiempo a ejercer sus privilegios a través del nuevo nacimiento que
es obrado en ellos por el Espíritu Santo. Si sólo nacemos una vez, hemos de
morir dos veces; pero si nacemos dos veces, morimos una sola vez, y después de
esa única muerte, que no es realmente muerte, entramos en la vida eterna. La
regeneración nos hace en realidad los hijos de Dios, justo como la adopción nos
hizo virtualmente hijos de Dios. Por la regeneración, nos volvemos real y
verdaderamente herederos de Dios, y coherederos con Cristo; y nuestro derecho
al cielo, a todas las bendiciones del pacto de la gracia y a las promesas de
Dios, surge de este nuevo nacimiento celestial. El cielo es la herencia de los
hijos de Dios; no es una posesión comprada con su dinero, o ganada por
cualesquiera obras que hubieren realizado. Esta herencia es el derecho de
nacimiento de todos los que han nacido de nuevo, nacidos de arriba; así que la
pregunta que debe hacerse cada uno de nosotros es: “¿He experimentado este
nuevo nacimiento?” “El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”.
“Lo que es nacido de la carne, carne es”, y es sólo carne; “y lo que es nacido
del Espíritu, Espíritu es”; y como el cielo y todas las otras bendiciones del
pacto son espirituales, no podemos poseerlas hasta que nosotros mismos seamos
“nacidos del Espíritu”.
Entonces, los primogénitos tenían ciertos
derechos atribuibles a su nacimiento, y los primogénitos, espiritualmente,
tienen ciertos derechos atribuibles a su nuevo nacimiento. ¡Que el Señor les
ayude a todos ustedes a asegurarse muy bien de esto! Les ruego que no den por
sentado que todo está bien con su alma, ni que traten esta pregunta como si
fuera algo de escasa importancia. Del hecho de que sean nacidos de nuevo, o de
que no sean nacidos de nuevo, ha de pender su destino eterno. Si viven y mueren
sin ser regenerados, un ay interminable será su porción eterna. Si pasan de
muerte a vida, todas las glorias del paraíso de Dios se vuelven suyas por un
vínculo que ni la muerte ni el demonio mismo pueden romper. ¿Has pasado de
muerte a vida? ¿Cómo puedes saber eso? “Por sus frutos los conoceréis”, es la
prueba de nuestro Señor. ¿Crees tú en el Señor Jesucristo? ¿Estás confiando
únicamente en Él? Estas son preguntas vitales; si puedes decir verdaderamente:
“Mi esperanza
tiene su único fundamento
En la sangre
y en la justicia de Jesús,”
y si esa esperanza va
acompañada por la fe que obra por amor, y que purifica el corazón y la vida,
entonces tú eres uno de los hijos de Dios, y en ese hecho bien puedes “alegrarte
con gozo inefable y glorioso”.
Ahora, en cuarto lugar, en los primogénitos, más que en cualesquiera otros, le agradó a Dios
multiplicar los tipos de la redención, para mostrarnos muy claramente que
los herederos del cielo son un pueblo redimido. Ante todo, la gran mayoría de
los primogénitos fueron redimidos con sangre. En la oscura y horrenda noche, el
ángel exterminador anda libre, con alas silenciosas y con una filosa espada que
siempre acierta en el blanco; vuela con presteza, de casa en casa, por toda la
tierra de Egipto, y desde el primogénito del Faraón en el trono al primogénito
de la esclava que trabaja en el molino, todos ellos caen muertos, y el llanto
de Egipto asciende al cielo en la forma de un grito sumamente amargo y
desgarrador. Pero en todas las casas de los israelitas se puede contemplar una
escena diferente. Las puertas permanecen cerradas; hay un cordero asado sobre
la mesa, y hombres y mujeres están de pie a su alrededor, ceñidos para un
viaje, con sus bordones en sus manos, y lo comen apresuradamente. Hay un niño
primogénito en los brazos de su madre, o un varón primogénito que ya ha crecido,
pero ellos no muestran ningún signo de azoramiento, aunque es bien sabido que,
en esa noche, los primogénitos han de morir. ¿Por qué están tan tranquilos? Si
hubieras estado presente, una o dos horas antes, habrías visto que el padre,
cuando sacrificó al cordero, drenó la tibia sangre de la vida en un tazón, y
sus hijos se congregaron a su alrededor, y él les dijo: “vengan, síganme”; y
tomando con él un manojo de hisopo, salió al exterior de su puerta, y golpeó el
dintel hasta que lo pintó de rojo con la sangre del cordero, y luego roció los
postes a cada uno de los lados, de tal manera que la marca de la sangre era
visible en la puerta por todos lados. “Y ahora”, -les dijo- “hijos míos,
estamos a salvo, pues, cuando Dios vea la sangre, pasará por encima de
nosotros, y nuestros primogénitos no serán exterminados, pues la sangre los
protegerá.” De manera semejante, nosotros, que somos los primogénitos de Dios,
somos salvos por la sangre de Jesús.
¿Puedes tú, amigo, decir por fe: “Mi confianza
está únicamente en esa sangre”? ¿Ha sido aplicada a tu corazón y a tu
conciencia? ¿Ha hablado paz a tu alma? ¿Te lava de todo pecado? ¿Te alegras
ahora porque no hay condenación para ti, puesto que estás en Cristo Jesús, y Él
ha soportado toda la ira divina que era tu porción por causa de tu pecado?
Pero, para que no dejemos de aprender esta
grandiosa verdad por medio de un solo tipo, Dios nos ha dado otro. En el curso
de dos años, más de veintidós mil niños le nacieron a esa gran población, y
esos no habían sido redimidos por la sangre de los corderos pascuales, pues no
tenían entonces el ser, así que se adoptó otro método; un levita tenía que
sustituir a cada niño primogénito varón, y Dios aceptaba al levita y permitía
que el niño permaneciera en la casa de su padre. Allí estaba un símbolo de la
grandiosa verdad de la sustitución, pero los privilegios que correspondían a
algunos de los primogénitos judíos en el tipo, pertenecen a todos los hijos
primogénitos espirituales de Dios. Cristo es el Levita que está delante de Dios
en nuestro lugar, y posición, y sitio, y allí ministra a favor nuestro, y honra
la ley de Su Padre y cumple hasta la última jota y tilde a nombre nuestro.
Hubo doscientos setenta y tres niños
primogénitos judíos para quienes no se pudo encontrar levitas sustitutos, así
que se tuvo que pagar a Aarón y a sus hijos cinco siclos por cabeza como dinero
de rescate por ellos; y, de igual manera, el plan divino de la redención es muy
correctamente expuesto por el apóstol Pedro cuando dice: “Sabiendo que fuisteis
rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros
padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre
preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación.”
Pongan estas tres cosas juntas: redención por la
sangre, redención por sustitución, y redención por compra, y entonces tendrán
una idea muy clara de lo que significa la expiación en referencia a los
primogénitos. Cualquiera de las tres bastaría para el santo iluminado, pero las
tres juntas proyectarán una hermosa luz sobre la cruz de Cristo, y bajo esa luz
podremos ver claramente cómo llevó nuestros pecados en Su propio cuerpo en el
madero, y trajo una redención eterna para todos Sus elegidos.
Cada uno de nosotros ha de hacerse estas
preguntas: “¿Soy redimido por la preciosa sangre de Cristo? ¿Se interpuso Él
como Sustituto y Fianza por mí? ¿Soy comprado con el precio que Él pagó por Su
pueblo en la cruz? Pues, si no fuera así, no podría ser contado entre los
primogénitos, pues todos los primogénitos deben ser redimidos de esta manera.”
Nuestro tiempo vuela tan rápidamente que me temo
que las otras dos divisiones de mi discurso tendrán que sufrir una merma; pero
debo recordarles, tal como prometí hacerlo, que los primogénitos, habiendo sido redimidos, tenían privilegios muy
especiales. Primero, tenían una doble porción de los bienes de sus padres.
Por esta razón Eliseo, quien fue, en el sentido profético, el primogénito de
Elías, como su hijo espiritual le imploró: “Te ruego que una doble porción de
tu espíritu sea sobre mí.”
Ahora, Dios es bueno para todos los hombres, y
Sus piedades son sobre todas Sus obras, pero Su favor especial está reservado
para los llamados y escogidos y fieles a quienes ha redimido.
Los primogénitos tenían también el privilegio del
sacerdocio en los antiguos tiempos patriarcales, y todo verdadero hijo de Dios
es hecho un rey y un sacerdote para Dios, para ofrecer, diariamente,
sacrificios espirituales y aceptables por medio de Jesucristo. El primogénito
era, en muchos aspectos, un gobernante sobre toda la casa; y Cristo, el
grandioso Primogénito, es el Gobernante supremo de Su Iglesia, y nosotros, en
Él y por medio de Él, somos hechos gobernantes sobre muchas cosas, y Él nos
invita para que ascendamos al trono, y para que reinemos con Él como
primogénitos de Dios, reyes y sacerdotes para Él para siempre.
II. Ahora, en segundo lugar, y muy brevemente,
hagámonos la siguiente pregunta: ¿CUÁL ES EL SIGNIFICADO DEL EMPADRONAMIENTO DE
LOS PRIMOGÉNITOS?
Moisés tenía que registrar los nombres de los
primogénitos judíos, y descubrimos que, hasta la era de los apóstoles, había
algunas personas muy ocupadas acerca de lo que Pablo llama: “genealogías
interminables, que acarrean disputas más bien que edificación de Dios que es
por fe”; pero, queridos amigos, hay un empadronamiento acerca del cual
deberíamos estar altamente interesados. Hay ciertos nombres escritos en el
libro de vida del Cordero, y debería ser para ustedes y para mí, un asunto de
solemne interés investigar si nuestros nombres están escritos allí. ¿Están sus
nombres y mi nombre inscritos en ese sagrado rollo secreto de los elegidos de
Dios? Nosotros no podemos escalar a las alturas del cielo para escudriñar las
páginas de ese libro sellado, ni tampoco podemos descubrir los secretos que el
Altísimo ha registrado allí. Es imposible que leamos nuestros nombres allí,
pero hay ciertas evidencias mediante las cuales podemos decir si están o no
están allí.
Ante todo, ¿piensan
que están allí? ¿Acaso no hay muchas personas aquí que han de decir
verazmente: “No, no tenemos ninguna razón para pensar que están allí”? Cuando
se pasa revista a nuestras tropas, si tú estás allí puedes oír los nombres y
las respuestas a los hombres: “Juan _____”, “presente, señor”; “Tomás _____”,
“presente, señor”; “presente, señor”; “presente, señor”, y así prosiguen a
través de todos los rangos. Ahora, supón que fuera posible que un ángel pasara
revista a los redimidos desde este púlpito, ¿crees que leería tu nombre y que
tú serías capaz de responderle: “presente, señor”? “No”, -dices tú- “a menos
que dijera una falsedad voluntaria, no me atrevería a decir que mi nombre está
en el libro de vida del Cordero.” Bien, entonces, si sus propios corazones los
condenan, recuerden que Dios es mayor que sus corazones, y sabe todas las
cosas; entonces, ¡cuánto más deberá condenarlos!
Posiblemente, habrá algunas personas que digan:
“nosotros esperamos que nuestros nombres estén escritos allí”. Así que les
pregunto, queridos amigos, ¿son ustedes
como aquellos cuyos nombres están inscritos indudablemente allí? ¿Tienen la
fe de Abraham, o algo parecido a esa fe? ¿Desean tener una santidad como la que
Pablo ambicionaba? Cuando leen la historia de la vida de un hombre piadoso,
¿sienten que la vida de ustedes es conforme con la suya? Pues, después de todo,
el carácter, el carácter, EL CARÁCTER
ha de ser el gran fundamento del juicio; y si tu vida no fuera como la vida de
los santos, ¿cómo puedes esperar encontrar tu nombre registrado donde sus
nombres están inscritos?
Además, todos
los elegidos tienen sus nombres escritos debajo del nombre de su Señor, el
Cordero; entonces, ¿están confiando en Cristo? ¿Están descansando en Él?
¿Está la vida de ustedes vinculada a la Suya? ¿Sienten que hay un vínculo que
no puede ser cortado, que los une a ustedes y a Cristo estrechamente, de tal
forma que nadie, ni nada que pudiera suceder, serían capaces de separarlos del
amor de Dios, que es en Cristo Jesús su Señor? Muy bien, entonces, si este es
el caso en cuanto a ustedes, tengan la seguridad de que su nombre está en ese
libro; pero, “sin Cristo”, ustedes están sin esperanza; separados de Él, hay
certeza de que su nombre no está escrito en el cielo, como uno de “la
congregación de los primogénitos.”
Te hago otra pregunta: ¿eres realmente un hijo de Dios? ¿Puedes decirle: “Abba, Padre”?
¿Es Dios tu Padre? ¿Has aprendido a confiar en Él como confían en Él Sus hijos,
y a amarle como le aman Sus hijos? ¿Dependes enteramente de Él? ¿Buscas
someterte enteramente a Su voluntad, y caminar en Su senda? Pues, si no eres un
hijo de Dios en absoluto, ciertamente no eres uno de Sus primogénitos.
Debo preguntarles también: ¿Han pasado de muerte a vida? ¿Ha habido un cambio vital en ustedes
en algún momento, un cambio de tal naturaleza que sólo puede ser obrado por el
Espíritu Santo? No me refiero a un cambio del tipo que algunas personas necias
dicen que han visto, algunas veces, cuando un hombre está muriendo. Podría no
haber habido ningún signo de gracia en el hombre, y, sin embargo, alguien dijo:
“Vi venir tal cambio sobre él, que su rostro se veía muy diferente.” Muy
posiblemente se veía; pero no es un cambio de rostro lo que se necesita, sino
un cambio de corazón; no es un cambio físico, sino un cambio mental, moral,
espiritual y divino, el que es obrado en la regeneración. Nadie de ustedes ha
de quedarse satisfecho a menos que tengan una incuestionable evidencia de que
este cambio ha sido obrado en ustedes por la obra eficaz del Espíritu Santo;
pues, a menos que nazcan de nuevo, sus nombres no serán encontrados inscritos
en el rollo de los primogénitos de Dios.
Ahora, para concluir, permítanme recordarles
nada más que, para todos estos primogénitos de Dios, cuyos nombres están
escritos en el cielo, viene el día cuando serán congregados en gloria alrededor
del trono de Dios. ¡Qué reunión será esa! No habrá ni una sola persona impía allí,
pues todos habrán sido lavados y emblanquecidos en la sangre del Cordero. ¡Cuán
felices serán todos ellos! No habrá ni una lágrima en ningún ojo, ni un gemido
en ningún espíritu, ni una sola nota de angustia en ninguna lengua, pues los
días de su aflicción habrán terminado para siempre. ¡Será una asamblea
sumamente unida! No habrá ninguna herejía, ningún cisma, ninguna discordia,
ninguna frialdad de corazón; todos ellos amarán así como han sido amados. ¡Cuán
vasta será esa asamblea, y, cuando millones de millones se reúnan juntos allí, qué
grito de sagrado júbilo se dará cuando eleven un aleluya tras otro! Juan dice:
“Oí una voz del cielo como estruendo de muchas aguas.” Tal vez hayan oído al
océano rugir en la plenitud de su fuerza; posiblemente, han oído al poderoso
Océano Atlántico bramando en la costa cuando es azotado con furia por la
tormenta. Así ha de ser la grandeza de los cantos delante del trono de Dios, en
la congregación general y en la iglesia de los primogénitos; sólo que no ha de
ser meramente como estruendo de un agua sino de muchas aguas; los océanos se
amontonan sobre los océanos, el Atlántico sobre el Pacífico, y el Ártico y el
Antártico, y todos los demás océanos apilados sobre estos; y así habrá de ser
la música de los santos, así habrá de ser el canto de los bienaventurados
cuando vean el rostro de su Padre sin un velo interpuesto, y derramen su vasto
volumen de alabanza “como estruendo de muchas aguas.”
Cada uno de nosotros debe hacerse la pregunta:
“¿estaré yo allí?” Si alguien dijera: “tengo miedo de que no estaré allí”, ha
de clamar fuertemente al Altísimo para que lo saque de ese horrible pozo y ponga
sus pies sobre la roca y establezca sus salidas.
Pecador, tú estarás, ya sea allí o en aquel
terrible lugar donde los lamentos serán más terribles que el grito de los
hombres en una batalla o los alaridos de la mujeres en una masacre. Tú estarás
ya sea allá en la gloria, o, de lo contrario, allá abajo donde las tinieblas,
la muerte y la larga desesperación se sientan sobre sus tronos de aflicción.
¡Acude presuroso, pecador, acude presuroso a Cristo! Sus heridas, como hendiduras
en la roca, están abiertas para las palomas que necesitan un refugio. ¡Vuela,
pecador, vuela! El vengador de la sangre te persigue; oigo el sonido de sus
pies tras de ti, y está a punto de darte un golpe mortal; pero la ciudad de
refugio está cerca, a la mano, y está con las puertas abiertas de par en par
para darte la bienvenida. ¡Vuela, pecador, vuela! “Cree en el Señor Jesucristo,
y serás salvo”. “El que creyere y fuere bautizado, será salvo”. Creer en Jesús
es confiar en Él; ser bautizado es ser sumergido en el agua con base en la
profesión de esa fe. Yo no me atrevo a alterar la comisión de mi Señor: “Id por
todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere
bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado”. No hay otra
alternativa. La opción es: volverse o
perderse; creer y ser salvo o descreer y ser condenado. Que Dios, en Su
misericordia, haga la elección por ti, pecador, en este preciso momento, y te
conduzca a la senda eterna; y ¡al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo sea toda
la gloria eternamente y para siempre! Amén.
Nota del
traductor:
Lord
Bolingbroke era
un miembro de un grupo de la aristocracia a quienes George Whitefield predicaba
en el hogar de la condesa de Huntingdon.
Traductor: Allan Román
27/Noviembre/2012
www.spurgeon.com.mx