El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano

La Oración Más Breve de Pedro

NO. 3186

 

SERMÓN PREDICADO LA NOCHE DEL JUEVES 2 DE OCTUBRE DE 1873

POR CHARLES HADDON SPURGEON

EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES,

Y PUBLICADO EL JUEVES 24 DE FEBRERO DE 1910.

 

“¡Señor, sálvame!” Mateo 14: 30.

 

Voy a hablarles acerca de las características de esta oración, con la esperanza de que muchas personas que no hayan orado correctamente todavía, adopten como suya esta oración, esta noche, para que silenciosamente ascienda de muchas personas presentes, este clamor: “¡Señor, sálvame!”

 

¿Dónde dijo Pedro esta oración? No fue en un lugar destinado a la adoración pública, ni tampoco en su propio sitio usual de oración privada; Pedro elevó esta plegaria cuando se estaba hundiendo en el agua. Se encontraba en un grave peligro, y entonces gritó: “¡Señor, sálvame!” Es bueno que se congreguen para orar, si pueden hacerlo, con el pueblo de Dios; pero si no pudieran asistir a Su casa, no importa gran cosa, pues la oración puede ascender a Él desde cualquier parte del mundo. Es bueno contar con un lugar especial donde puedan orar en casa; probablemente la mayoría de nosotros tiene una cierta silla junto a la cual nos arrodillamos con el propósito orar, y sentimos que allí podemos hablar libremente con Dios. Al mismo tiempo, no debemos permitirnos nunca ser convertidos en esclavos, incluso de un hábito tan bueno como ese, y siempre debemos recordar que, si realmente queremos encontrar al Señor en la oración:

 

“Doquiera que le busquemos, Él será encontrado,

Y cualquier lugar, tierra santa es.”

 

Nosotros podemos orar a Dios mientras estamos involucrados en cualquier ocupación, siempre que sea legítima; y, si no lo es, no deberíamos estar involucrados en esa ocupación. Si hubiera algo que hagamos sobre lo que no podamos orar, no deberíamos atrevernos nunca a hacerlo de nuevo; y si hay alguna ocupación en relación a la cual tenemos que decir: “no podemos orar mientras estemos involucrados en ella”, es claro que esa ocupación es indebida.

 

Debe mantenerse el hábito de la oración diaria. Es bueno tener horas regulares para la devoción, y, en la medida de lo posible, acudir al mismo lugar para orar; sin embargo, el espíritu de oración es todavía mejor que el hábito de la oración. Es mejor ser capaz de orar en todo momento que tener la regla de orar en ciertos momentos y ocasiones. Un cristiano es más desarrollado en la gracia cuando ora por cada cosa, de lo que sería si sólo orara en ciertas condiciones y circunstancias. Siempre siento que algo anda mal si paso sin orar incluso durante intervalos de media hora en el día. Yo no puedo entender cómo un cristiano puede pasarse sin orar de la mañana a la noche. No puedo comprender cómo vive y cómo lucha la batalla de la vida sin pedir el cuidado guardián de Dios, mientras las flechas de la tentación vuelan tan densamente a su alrededor. No puedo imaginar cómo puede decidir qué debe hacer en momentos de perplejidad, cómo puede ver sus propias imperfecciones o las faltas de los demás, sin sentirse constreñido a decir, a lo largo de todo el día: “¡Oh Señor, guíame; oh Señor, perdóname; oh Señor, bendice a mi amigo!” No puedo entender cómo puede estar recibiendo continuamente misericordias del Señor sin decir: “¡Gracias sean dadas a Dios por esta señal de Su gracia! ¡Bendito sea el nombre del Señor por lo que está haciendo por mí en Su abundante misericordia! ¡Oh Señor, recuérdame todavía con el favor que muestras a Tu pueblo!” No deben quedarse contentos, amados hermanos y hermanas en Cristo, a menos que puedan orar en cualquier parte y en todo tiempo, y obedecer de esta manera el precepto apostólico: “Orad sin cesar.”

 

Ya les he recordado, queridos amigos, que Pedro elevó esta oración cuando se encontraba envuelto en circunstancias de inminente peligro: “Comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame!” “Pero” —preguntará alguno— “¿no debió haber orado antes?” Por supuesto que debió haberlo hecho; pero si no lo había hecho, tampoco era demasiado tarde. No digan, en relación a cualquier problema: “ahora estoy tan profundamente metido en él que no puedo llevarlo a Dios.” ¿Por qué no? “¿Hay para Dios algo difícil?” Habría sido bueno que los discípulos hubieran orado antes de que el primer azote violento de la tempestad  agitara la barquita, pero no era demasiado tarde para orar cuando el bajel parecía lanzado al naufragio.

 

En tanto que tengas un corazón para orar, Dios tiene un oído para oír. Mira a Pedro; él está “comenzando a hundirse”. El agua le llega a las rodillas, le llega a su cintura, le llega a su cuello, pero todavía no es muy tarde para que clame: “¡Señor, sálvame!”, y tan pronto lo dice, la mano de Jesús se extiende para asirlo, y para guiarlo al barco.

 

Entonces, cristiano, clama a Dios aunque el diablo te diga que de nada sirve clamar; clama a Dios aunque estés bajo el pie del tentador. Dile a Satanás: “Tú, enemigo mío, no te alegres de mí, porque aunque caí, seré levantado”; pero no te olvides de clamar al Señor. Clama al Señor por tus hijos aun cuando sean más impíos, cuando su impiedad casi quebrante tu corazón. Clama a Dios en favor de tus alumnos de la escuela dominical; incluso cuando llegues a pensar que su carácter se está desarrollando de la peor manera posible, aun así, ora por ellos. Que no te importe que lo que pidas pareciera ser una imposibilidad, pues Dios “es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos”.

 

Quisiera decirle también, a cualquier persona inconversa que se encuentre aquí bajo convicción de pecado: Querido amigo, a pesar de que estés comenzando a hundirte, debes orar. Aunque tus pecados te miren a la cara, y amenacen con empujarte a la desesperación, aun así acércate a tu Dios en oración. Aunque parezca como si el infierno hubiera abierto sus fauces para tragarte, aun así, clama a Dios. “Mientras hay vida hay esperanza”.

 

“En tanto que la lámpara se mantenga ardiendo,

El pecador más vil puede regresar”,

 

Y el más vil pecador que regrese, descubrirá que Dios es capaz de salvarle y está dispuesto a salvarle. No crean nunca esa mentira de Satanás que dice que la oración no prevalecerá ante Dios. Basta que vayas, como lo hizo el publicano, dándote golpes de pecho y clamando: “Dios, sé propicio a mí, pecador”, y ten la seguridad de que Dios está esperándote para ser clemente para contigo.

 

No puedo evitar sentir que la breve y sencilla oración de Pedro fue expresada en un tono de voz sumamente natural: “¡Señor, sálvame!” Debemos orar siempre justo de la manera que nos dicte el Espíritu de Dios, y tal como la honda aflicción y humillación de nuestro corazón nos lo sugieran naturalmente. Muchas personas que oran en público adquieren el hábito de usar ciertos tonos en la oración que son todo excepto naturales, y me temo que algunas personas no pueden orar de manera natural, incluso en privado. Cualquier lenguaje que no sea natural, es malo; el mejor tono es aquel que usa el hombre cuando está hablando sinceramente, y quiere decir lo que dice, y esa es la manera correcta de orar. Habla como si tuvieras la intención de decirlo; no hables gimiéndolo, ni fingiéndolo, ni entonándolo, sino derrama tu alma de la manera más simple y natural que puedas.

 

Pedro se encontraba en un peligro demasiado grande como para incorporar algún lenguaje sutil a su oración; estaba demasiado consciente de su peligro para considerar cómo podía estructurar sus palabras en un todo coherente; sólo expresó, en cambio, el fuerte deseo de su alma de la manera más sencilla posible: “¡Señor, sálvame!”; y esa oración fue escuchada, y Pedro fue salvado de ahogarse, tal como un pecador será salvado del infierno si puede orar de la misma manera.

 

I.   Ahora, abordando la propia oración de Pedro, y sugiriendo que se trata de una oración adecuada para todos los que sean capaces de elevar algún tipo de oración, mi primera observación al respecto ES QUE FUE UNA ORACIÓN MUY BREVE.

 

Sólo contenía dos palabras: “¡Señor, sálvame!” Yo creo que la excelencia de la oración consiste a menudo en su brevedad. Habrán notado la extrema brevedad de la mayoría de las oraciones que fueron preservadas en la Biblia. Una de las oraciones más largas es la oración de nuestro Salvador, registrada por Juan, que habría tomado, yo supongo, alrededor de unos cinco minutos; y está también la oración de Salomón con motivo de la dedicación del templo, que podría haber tomado unos seis minutos. Casi todas las demás oraciones registradas en la Biblia son muy breves; y, probablemente, en nuestros servicios públicos de oración, oramos mucho más extensamente que todas esas oraciones sumadas juntas. Esto podría ser excusado, tal vez, cuando hay muchas peticiones que han de ser presentadas por una persona a nombre de una numerosa congregación; pero, en nuestras reuniones de oración, donde participan muchas personas, estoy seguro de que, entre más larga sea la oración, será peor.

 

Por supuesto que hay excepciones a esta regla. El Espíritu de Dios inspira a veces a un hombre de tal manera que, si se mantuviera orando toda la noche, nos alegraríamos de unirnos a él en ese santo ejercicio; pero, como regla general, no hace esas cosas. Hay algunos que oran más prolongadamente cuando tienen menos cosas que decir, y únicamente continúan repitiendo ciertas frases pías que casi pierden todo significado por la monótona reiteración.

 

Queridos amigos, cuando estén orando, ya sea en público o en privado, recuerden que no tienen necesidad de enseñarle al Señor un sistema de teología; Él sabe mucho más acerca de eso que ustedes. No tienen ninguna necesidad de explicarle al Señor toda la experiencia que un cristiano debe tener, pues Él lo sabe mucho mejor que ustedes. Y no hay necesidad de volver a repetir siempre las diversas agencias, e instituciones, y estaciones de misiones. Díganle al Señor lo que esté en su corazón, tan brevemente como sea posible, para poder así dejar tiempo y oportunidad para que otras personas hagan lo mismo.  

 

Me pregunto si hay alguien que dice: “no tengo tiempo para la oración”. Querido amigo, ¿te atreves a abandonar tu hogar por la mañana sin arrodillarte delante de Dios? ¿Puedes aventurarte a cerrar tus ojos en la noche y mostrar la imagen de la muerte, sin encomendarte primero a la custodia de Dios durante las horas de inconciencia en el sueño? No entiendo cómo puedes llevar una vida tan despreocupada como esa. Pero, seguramente, no quisiste decir, en realidad, que no tenías tiempo para ofrecer una oración como la plegaria de Pedro: “¡Señor, sálvame!” ¿Cuánto tiempo toma esa oración? ¿O cuánto tiempo toma esta: “Dios, sé propicio a mí, pecador”? Si tú te dieras cuenta de tu verdadera condición a los ojos de Dios, encontrarías el tiempo para orar de una u otra manera, pues sentirías que debes orar.

 

Cuando Pedro comenzaba a hundirse, nunca se le ocurrió que no tenía tiempo para la oración. Sintió que debía orar; su sentido del peligro lo forzó a implorarle a Cristo: “¡Señor, sálvame!” Y si lo sintieras como deberías sentirlo, tu sentido de necesidad te conducirá a la oración, y nunca más dirás: “no tengo tiempo para la oración.” No es tanto un asunto de tiempo como un asunto del corazón; si tienes el corazón para orar, encontrarás el tiempo.

 

Los exhorto a cultivar el hábito de orar con brevedad a lo largo de todo el día. Ya les he comentado anteriormente acerca del puritano que, en un debate, fue visto tomando notas, y cuando fueron examinadas posteriormente, se descubrió que no había nada en el papel, excepto estas palabras: “¡Más luz, Señor! ¡Más luz, Señor! ¡Más luz, Señor!” Necesitaba más luz sobre el tema bajo discusión y, por tanto, la pedía al Señor, y esa es la manera de orar. Tú puedes orar durante el día: “Señor, dame más gracia. Señor, sujeta mi temperamento. ¡Dime, oh Dios mío, qué he de hacer en este caso! Señor, dirígeme. Señor, sálvame.” Oren de esta manera, y estarán imitando el buen ejemplo de brevedad en la oración que nuestro texto coloca ante ustedes.

 

II.   Noten, a continuación que, aunque la oración de Pedro haya sido muy breve, FUE MARAVILLOSAMENTE INCLUSIVA, Y ADAPTADA PARA SER USADA EN MUCHAS OCASIONES DIFERENTES: “¡Señor, sálvame!”

 

Esa oración cubrió todas las necesidades de Pedro en aquel instante, y podría haberla seguido usando en tanto que viviera. Cuando su Maestro le dijo que Satanás lo había pedido para zarandearlo como a trigo, pudo haber orado igualmente: “¡Señor, sálvame!” Cuando negó a su Maestro, y salió, y lloró amargamente, le habría sido bueno orar: “¡Señor, sálvame!” Cuando posteriormente se desplazó de un lado para otro predicando el Evangelio, todavía hubiera podido orar: “¡Señor, sálvame!”; y cuando, al final, fue llevado para ser crucificado por causa de Cristo, difícilmente habría podido encontrar una mejor oración con la que concluir su vida que esta: “¡Señor, sálvame!”

 

Ahora, así como Pedro encontró que esta oración era muy apropiada para él, yo la recomiendo para cada uno de ustedes. ¿Te has estado haciendo rico últimamente? Entonces, serás tentado a volverte altivo y mundano; por tanto, ora: “Señor, sálvame de los males que acompañan a las riquezas con tanta frecuencia; Tú me estás dando esta riqueza; ayúdame a que sea un buen mayordomo para ella, y que no la convierta en un ídolo.” O, ¿te estás volviendo pobre? ¿Es tu negocio un fracaso? ¿Se están acabando tus escasos ahorros? Bien, hay peligros que están vinculados a la pobreza; entonces ora: “Señor, sálvame de volverme envidioso o de estar descontento; concédeme que esté dispuesto a ser pobre en vez de hacer cualquier cosa mala para tener dinero.” ¿Sientes, querido amigo, que no estás viviendo tan cerca de Dios como lo hiciste una vez? ¿Se está haciendo notoria en ti la influencia congeladora del mundo? Entonces ora: “¡Señor, sálvame!” ¿Has caído en algún pecado que temes que podría acarrear una deshonra para tu profesión? Bien, entonces, antes de que ese pecado crezca, clama: “¡Señor, sálvame!” ¿Has llegado a algún lugar donde tu pie ha estado muy cerca de resbalar? El precipicio está justo delante de ti, y sientes que, si algún poder más fuerte que el tuyo no interviniera, caerías, y sufrirías un daño severo, si es que no la total destrucción. Entonces, musita de inmediato la oración: “¡Señor, sálvame!” Yo puedo recomendarte esta oración cuando estés en medio de un mar tormentoso, pero será igualmente apropiada para ti mientras estés en tierra firme: “¡Señor, sálvame!” Puedo recomendártela como una oración apropiada para ti cuando estés cerca de las puertas de la muerte, pero es muy adaptada para ti cuando gozas de una vigorosa salud: “¡Señor, sálvame!” Y si pudieras agregar a la oración: “y, Señor, salva a mis hijos, y a mis parientes, y a mis vecinos”, sería mejor todavía. A pesar de eso, para ti personalmente es una admirable oración para que la lleves contigo dondequiera que vayas: “¡Señor, sálvame!”

 

III.   La oración de Pedro tiene una tercera excelencia: ERA MUY DIRECTA. De nada le habría servido a Pedro, justo entonces, haber usado los muchos título que válidamente pertenecen a Cristo, o haber comenzado a pedir mil cosas; Pedro fue directo al tema de su inmediata necesidad, y clamó: “¡Señor, sálvame!”

 

Cuando uno de nuestros queridos amigos, que recientemente se fue al cielo, se encontraba muy enfermo, uno de sus hijos oró con él. Comenzó de una manera muy formal: “Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra y Creador nuestro”, pero el enfermo le detuvo y le dijo: “mi querido muchacho, yo soy un pobre pecador, y necesito la misericordia de Dios; di: “¡Señor, sálvale!” El moribundo necesitaba que su hijo fuera al grano, y yo me identifico con él; pues, con frecuencia, cuando algunos de nuestros amados hermanos han estado orando aquí y se han andado con rodeos, yo hubiera deseado que fueran al grano, y que pidieran por aquello que realmente necesitaban. Han seguido dando vueltas alrededor de la casa, en vez de tocar la puerta y tratar de entrar. La oración de Pedro nos muestra cómo debemos ir directo al corazón del asunto: “¡Señor, sálvame!”

 

Muchas personas dejan de recibir respuestas a sus oraciones porque no van directo a Dios, y no confiesan los pecados que han cometido. Había un miembro de una iglesia cristiana que, en una ocasión, cayó muy vergonzosamente a través de la bebida. Estaba muy contrito, y le pidió a su pastor que orara por él, pero no quería revelar cuál había sido su pecado. El pastor oró, y luego le pidió al hermano que él mismo orara. El pobre hombre dijo: “Señor, Tú sabes que he errado, y que he hecho lo malo”, y siguió de esa manera, haciendo una suerte de confesión general, pero eso no le trajo paz a su mente. Sintió que no podía retirarse de esa manera, así que se puso de rodillas de nuevo, y dijo: “Señor, Tú sabes que yo estaba borracho; el pecado que cometí fue muy vergonzoso, y estoy en verdad muy afligido por ello; ¡oh Señor, perdóname por medio de Jesús!”, y antes de que su oración hubiera terminado, había encontrado la paz porque había confesado claramente su pecado a Dios, y ya no trató de ocultarlo más.

 

Ustedes recuerdan que David no podía tener nada de paz hasta que fue al punto y oró: “Líbrame de homicidios, oh Dios, Dios de mi salvación.” Antes de eso, había tratado de ocultar su grave pecado; pero no hubo reposo para su conciencia hasta que hizo una confesión plena de su culpa y, después de eso, David pudo decir: “Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios”.

 

Nuestras oraciones, ya sean por nosotros mismos o por otros, y especialmente nuestras confesiones de pecado, han de ir directamente al grano, y no debemos andarnos con rodeos. Si cualquiera ustedes ha estado usando formas de oración que no han alcanzado para el involucrado ninguna respuesta a sus súplicas, hágalas todas a un lado, y simplemente debe ir y decirle al Señor, claramente, lo que necesita. Su oración será probablemente entonces algo como esto: “¡oh Dios, yo soy un pecador perdido! He sido negligente acerca de las cosas divinas; he escuchado el Evangelio pero no lo he obedecido. Señor, perdóname, sálvame, hazme Tu hijo, y concédenos que yo y mi casa seamos Tuyos para siempre.” Esa es la forma de orar para que Dios los oiga y les responda.

 

IV.   Otra característica de la oración de Pedro es que fue UNA ORACIÓN SATURADA DE SANA DOCTRINA: “¡Señor, sálvame!”

 

No da la impresión de que Pedro hubiese pensado en salvarse a sí mismo de ahogarse; no da la impresión de que Pedro pensara que había en él una suficiente flotación natural que le podría mantener a flote, o que podría nadar hasta el barco; sino, “comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame!” Una de las tareas más arduas del mundo es lograr que un hombre renuncie a toda la confianza en sí mismo, y que ore con todo su corazón: “¡Señor, sálvame!”

 

En lugar de hacer eso, dice: “Oh Señor, no siento lo que debería sentir; quiero sentir más mi necesidad, quiero sentir más gozo, quiero sentir más santidad”. Ustedes ven que está poniendo a los sentimientos en el lugar de la fe; está estableciendo, por decirlo así, una ruta a lo largo de la cual quiere que Dios camine, en vez de caminar en la senda que Dios ha señalado para todos aquellos que desean ser salvados.

 

Otra persona está buscando reformarse a sí misma, para autoadecuarse de esta manera para el cielo; y ora en armonía con esa idea, y como era de esperarse, no recibe respuesta. Me encanta oír oraciones como esta: “oh Señor, yo no puedo salvarme a mí mismo, y no te pido que me salves de la manera que yo prescriba; ¡Señor, sálvame de cualquier manera, solamente sálvame! Me basta con ser salvado por la preciosa sangre de Jesús. Me basta con ser salvado por la obra regeneradora del Espíritu Santo. Sé que debo nacer de nuevo si he de entrar jamás en el cielo; ¡revíveme, oh Espíritu siempre bendito! Yo sé que debo renunciar a mis pecados. Señor, yo no quiero conservarlos; te suplico humildemente que me salves de mis pecados por Tu gracia. ¡Yo sé que sólo Tú puedes hacer esta obra; yo no puedo ni siquiera levantar un dedo para ayudarte en ella; entonces, sálvame, Señor, por Tu grande misericordia!”

 

Esta es una sana verdad doctrinal: la salvación en la que todo es por gracia, no del hombre ni llevada a cabo por el hombre; “No son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”; es la salvación de acuerdo al propósito eterno de Dios, por la obra eficaz del Espíritu Santo, a través del sacrificio sustitutivo de Jesucristo. Cuando un pecador está dispuesto a aceptar la salvación en los términos de Dios, entonces la oración asciende aceptablemente hacia el Altísimo: “¡Señor, sálvame!”

 

V.   Noten, también, que LA ORACIÓN DE PEDRO FUE UNA ORACIÓN MUY PERSONAL: “¡Señor, sálvame!”

 

En ese instante, Pedro no pensó en nadie más; y cuando un alma está preocupada por sus intereses eternos, sería conveniente, al principio, que limitara sus pensamientos a pensar en sí misma, y a orar: “¡Señor, sálvame!” Y en la vida posterior del cristiano, vendrán momentos en los que le sería mejor, por un tiempo, olvidar a todos los demás, y orar simplemente: “¡Señor, sálvame!”

 

Henos aquí, una gran congregación, reunidos juntos por muy diferentes motivos; y, tal vez, algunas personas aquí que no están todavía personalmente interesadas en Cristo, esperan vagamente que Dios bendiga a alguien en esta asamblea; pero si el Espíritu Santo comenzara a obrar en el corazón y en la conciencia de un individuo, la persona convicta comenzará a orar: “¡Señor, sálvame!” Me entero de muchas otras personas que están siendo llevadas a Jesús; pero, Señor, sálvame a mí. Mi amada hermana ha sido convertida y ha hecho una profesión de su fe; pero, Señor, sálvame. Tuve una madre piadosa, que se ha ido a casa, a la gloria; y mi amado padre está caminando en Tu temor; no permitas que su hijo sea un desechado; Señor, sálvame.”

 

Yo suplico a cada persona aquí presente que eleve esta oración personal, y les ruego a aquellos que ciertamente aman al Señor, que se unan a mí en interceder ante Él para que así suceda. Yo veo a unas niñitas por allá; ¿no querrá cada una de ustedes, mis amadas niñas, elevar esta oración? Le pido al Espíritu Santo que las conduzca a clamar: “¡Señor, salva a Anita!”, o “Señor, salva a la pequeña María”; o que, de igual manera, ustedes, muchachos, sean llevados a orar, “Señor, salva a Tomás”, o “Señor, salva a Memo.”

 

Ora por ti mismo precisamente de esa manera sencilla y ¿quién sabe qué bendición pueda venirte? Entonces ustedes, madres, no dejarán que sus hijos oren por ellos mismos, mientras ustedes permanecen sin elevar sus oraciones; ¿acaso no clamará cada una de ustedes: “¡Señor, sálvame!”? Y ustedes, obreros, a quienes me da gusto ver en el servicio nocturno entre semana, no se vayan sin presentar sus propias peticiones personales.

 

El apóstol Pedro tuvo que orar por sí mismo; los más eminentes siervos de Dios tuvieron que orar por sí mismos, y ustedes tienen que orar por ustedes mismos. Aunque todos los santos de Dios fueran a orar por ti mientras vivas, con una voz unida, no serías salvo a menos que tú clamaras también a Dios por ti mismo. La religión es un asunto personal; no hay tal cosa como una religión mediante otorgamiento de poderes. Ustedes deben arrepentirse por ustedes mismos, y deben orar por ustedes mismos, y creer por ustedes mismos, si es que quieren ser salvados. ¡Que Dios les conceda que hagan esto!

 

VI.   Quiero que noten, a continuación, que LA ORACIÓN DE PEDRO FUE UNA ORACIÓN MUY URGENTE: “¡Señor, sálvame!”

 

Pedro no dijo: “Señor, sálvame mañana”, o “sálvame dentro de una hora.” Él estaba “comenzando a hundirse”; las olas hambrientas habían abierto sus fauces para tragárselo, y pronto habría desaparecido. Sólo tuvo tiempo de gritar: “¡Señor, sálvame!”; pero sin duda quiso decir: “Señor, sálvame ahora, pues ahora estoy en peligro de ahogarme. Señor, sálvame ahora; pues, si te demoras, me hundiré hasta el fondo del mar”. “Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él”, y así le salvó.

 

Hay muchas personas que quisieran que Jesús las salve, pero, ¿cuándo? ¡Ah!, ese es el punto que no han decidido todavía. Un joven dice: “me gustaría que Cristo me salvara cuando me vuelva viejo, cuando haya visto un poco más de la vida”. Quieres decir: cuando hayas visto mucho más de la muerte, pues eso es todo lo que verás en el mundo; no hay vida verdadera allí excepto la que es en Cristo Jesús. Muchos hombres a la mitad de su vida han dicho: “pretendo volverme cristiano antes de que muera, pero en este momento todavía no”. Han estado demasiado ocupados para buscar al Señor, pero la muerte los ha buscado sin ninguna advertencia; y, ocupados o no, han tenido que morir estando muy desprevenidos.

 

Hay esperanza para un pecador cuando ora: “Señor, mi caso es urgente, sálvame ahora. El pecado, como una víbora, se ha pegado a mí; Señor, sálvame ahora de su veneno mortal. Yo soy culpable ahora, y ya estoy condenado, porque no he creído en Jesús; Señor, sálvame ahora, sálvame de la condenación, sálvame del condenador pecado de la incredulidad. Señor, hasta donde yo sé, estoy ahora al borde de la muerte, y estoy en peligro del infierno así como de la muerte mientras permanezca sin perdón. Por tanto, ¡te pido que te agrade permitir que se apresuren las ruedas del carruaje de la misericordia, y me salven en este instante, oh Señor!

 

He conocido a algunos que han estado sumergidos tan profundamente bajo la influencia del Espíritu Santo, que se han arrodillado junto a su lecho, y han dicho: “No daremos sueño a nuestros ojos, ni a nuestros párpados  adormecimiento, hasta que encontremos al Salvador”, y, en breve, le han encontrado. Han afirmado: “lucharemos en oración hasta que nuestra carga de pecado haya sido quitada”; y habiendo alcanzado esa determinación, no pasó mucho tiempo antes de que obtuvieran la bendición que deseaban.

 

Cuando ninguna otra cosa tiene éxito, la importunidad seguramente prevalecerá. Cuando tú estés dispuesto a no aceptar una negativa de Dios, no te dará una respuesta negativa; pero mientras estés contento de ser un condenado, seguirás sin ser salvo. Cuando clames con toda la urgencia de la que seas capaz: “debo tener a Jesús, o moriré; tengo hambre, sed, deseos vehementes y ansias de Él, como el ciervo brama por las corrientes de las aguas”; no pasará mucho tiempo antes de que albergues ese inapreciable tesoro en tu corazón, y digas: “Jesús es mi Salvador; yo he creído en Él”.

 

VII.   Ahora, por último, he de recordarles que LA ORACIÓN DE PEDRO FUE UNA ORACIÓN EFECTIVA: “¡Señor, sálvame!”, y Jesús le salvó.

 

Podría haber consuelo para algunos de los que están presentes, si piensan que, aunque esta fue la oración de un hombre afligido, y de un hombre en quien había una mezcla de incredulidad y fe, sin embargo, tuvo éxito. Las imperfecciones y las debilidades no impedirán que la oración triunfe, si es sincera y honesta. Jesús le dijo a Pedro: “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?”, lo que nos demuestra que, en efecto, Pedro dudó, aunque también había un poco de fe en él, pues creía que Cristo podía salvarle de la tumba líquida.

 

Muchos de nosotros somos también una extraña mezcla, al igual que lo fue Pedro. El arrepentimiento y la dureza de corazón pueden ocupar, cada uno de ellos, una parte de nuestro ser, y la fe podría estar en nuestro corazón, conjuntamente con una medida de incredulidad, tal como sucedió con el hombre que le dijo a Jesús: “Creo; ayuda mi incredulidad.”

 

¿Alguno de ustedes siente que quiere orar, y, sin embargo, no puede hacerlo? Tú quisieras creer en Jesús, pero hay otra ley en tus miembros que te detiene. Quisieras elevar una oración eficaz, como la oración de Elías, sin titubear nunca ante la promesa por culpa de la incredulidad; pero, de alguna manera u otra, no podrías explicar por qué no puedes llegar a esa oración. Sin embargo, no renunciarás a la oración; sientes que no podrías hacer eso. Te quedas un buen rato ante el propiciatorio aun cuando no puedes prevalecer ante Dios en la oración.

 

¡Ah, alma querida!, es una gran misericordia que Dios no juzgue tu oración por lo que es en sí misma; Él la juzga enteramente desde otro punto de vista. Jesús la toma, la rehace, le agrega el mérito de Su propia sangre preciosa, y entonces, cuando presenta la oración al Padre, está tan cambiada, que tú mismo difícilmente podrías reconocerla como tu petición. Dirías: “A duras penas puedo creer que esa sea mi oración, pues Cristo la ha modificado y la ha mejorado grandemente.” Ha sucedido con ustedes lo que sucede a veces con la pobre gente que está sumida en la aflicción, como en efecto sucedió a alguien a quien conocí hace algún tiempo.

 

Una buena mujer quería que yo enviara una petición a una cierta oficina del gobierno, concerniente a su marido que había muerto, y por ese motivo necesitaba conseguir ayuda. Ella elaboró la petición, y me la trajo. Una palabra de cada diez estaba bien escrita, y la composición entera era inapropiada para ser enviada. La señora quería que yo agregara mi nombre a la petición, y que la enviara por correo. Así lo hice; pero primero escribí de nuevo toda la petición, guardando el tema de la petición como ella lo expresó, pero alterando la forma y el vocabulario empleado. Eso es lo que nuestro buen Señor y Maestro hace por nosotros, sólo que en un sentido infinitamente más elevado; Él escribe de nuevo nuestra petición, incorpora en ella Su propia firma real, y cuando Su Padre ve eso, concede la petición de inmediato. Una gota de la sangre de Cristo que impregna una oración ha de hacerla prosperar.

 

Entonces, regresen a casa, ustedes, que están abrumados con dudas y temores, ustedes, que son vejados por Satanás, ustedes, que están afligidos por el recuerdo de sus propios pecados pasados; a pesar de todo ello, acudan a Dios, y díganle: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti”, y pídanle perdón, y recibirán Su perdón. Sigan orando de una manera semejante a esta: “Señor, sálvame, por Jesús. Jesús, Tú eres el Salvador de los pecadores, sálvame, te lo suplico. Tú eres poderoso para salvar; Señor, sálvame. Tú estás intercediendo en el cielo por los transgresores; Señor, intercede por mí.” No esperen a llegar a casa, sino oren justo donde se encuentran sentados: “¡Señor, sálvame!” ¡Que Dios le dé gracia a cada uno aquí presente para que eleve esa oración desde su corazón, por Jesucristo nuestro Señor! Amén.  

 

  

Traductor: Allan Román

4/Junio/2009

www.spurgeon.com.mx