El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano
La Cuarta Bienaventuranza


NO. 3157

Un sermón predicado lanoche del Domingo 14 de Diciembre, 1873

por Charles Haddon Spurgeon

En el Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres.
Y publicado el Jueves 12 de Agosto, 1909.

"Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia,
porque ellos serán saciados." Mateo 5: 6.

Sermones
En una ocasión anterior comenté que cada una de las siete Bienaventuranzas se erige sobre la precedente, y brota de ella. Es más sublime tener hambre y sed de justicia que ser manso, o que llorar, o que ser pobre en espíritu. Pero nadie tiene hambre y sed de justicia si no ha pasado primero por las tres etapas preliminares, que son: haber sido convencido de la pobreza de su alma, haber sido conducido a llorar por el pecado, y haber sido vuelto humilde a los ojos de Dios.

Ya he mostrado que el manso es alguien que está contento con lo que Dios le ha dado en este mundo, que es alguien cuya ambición ha llegado a su fin, y cuyas aspiraciones no son para las cosas bajo la luna.

Muy bien, entonces, habiendo cesado de tener hambre y sed según este mundo, es un hombre que tiene hambre y sed de otro mundo mejor. Habiéndole dicho adiós a las cosas ordinarias y perecederas, es alguien que empeña toda la intensidad de su naturaleza en la consecución de lo que es celestial y eterno, descrito aquí como "justicia".

Primero que nada el hombre debe ser curado de su ardor por las cosas terrenales antes de que pueda sentir el fervor por las miras celestiales. "Ninguno puede servir a dos señores"; pues mientras el viejo principio egoísta no hubiere sido eliminado, y el hombre no se hubiere vuelto humilde y manso, no podría comenzar a tener hambre y sed de justicia.

I. Procediendo de inmediato a considerar nuestro texto, advertimos aquí, en primer lugar, EL OBJETIVO DESEADO POR EL HOMBRE BIENAVENTURADO: tiene hambre y sed de justicia.

Tan pronto el Espíritu de Dios le da vida, y lo hace realmente bienaventurado, comienza a apetecer la justicia delante de Dios. Sabe que es un pecador, y que, como tal, es inicuo, y por lo tanto está condenado en el tribunal del Altísimo. Pero él quiere ser justo, desea que su iniquidad sea quitada, y que sea borrada la contaminación del pasado. ¿Cómo puede hacerse esto? La pregunta que se hace repetidamente es "¿cómo puedo ser hecho justo delante de Dios?" Y no se queda satisfecho hasta que se le informa que Jesucristo ha sido hecho por Dios para nosotros "Sabiduría, justificación, santificación y redención."

Luego, cuando ve que Cristo murió en lugar del pecador, entiende cómo son quitados los pecados de los pecadores; y cuando comprende que Cristo ha obrado una perfecta justicia, no para Sí mismo, sino para los injustos, entiende cómo, por imputación, es hecho justo a los ojos de Dios por medio de la justicia de Jesucristo. Pero antes de saber eso, tiene hambre y sed de justicia, y es bienaventurado por tener hambre y sed de esa manera.

Después que ha descubierto que Cristo es su justicia en lo concerniente a la justificación, este hombre entonces anhela tener una naturaleza justa. "¡Ay!", -dice- "para mí no basta que sepa que mi pecado es perdonado. Yo tengo una fuente de pecado dentro de mi corazón, y de él fluyen ininterrumpidamente aguas amargas. ¡Oh, que mi naturaleza pudiera ser cambiada, de tal forma que yo, un amante del pecado, pudiera ser amante de lo que es bueno; que yo, lleno ahora de mal, pudiera ser lleno de santidad!" Comienza a clamar por esto, y es bienaventurado en el clamor; pero no descansa nunca hasta que el Espíritu de Dios lo hace una nueva criatura en Cristo Jesús.

Entonces es renovado en el espíritu de su mente, y Dios le da, al menos en alguna medida, aquello de lo que tiene hambre y sed, es decir, una justicia por naturaleza. Ahora odia las cosas que antes amaba, y ama ahora las cosas que entonces odiaba.

Después que es regenerado y justificado, todavía desea con ansia la justicia en otro sentido: quiere ser santificado. El nuevo nacimiento es el comienzo de la santificación, y la santificación es la prosecución de la obra comenzada en la regeneración; de tal forma que el hombre bienaventurado clama: "Señor, ayúdame a ser justo en mi carácter. Tú amas la verdad en lo íntimo; conserva pura mi naturaleza entera. No dejes que la tentación se adueñe de mí. Subyuga mi orgullo; corrige mi juicio; mantén a raya mi voluntad; hazme un santo en el templo más íntimo de mi ser, y luego haz que mi conducta hacia mis semejantes sea en todos los aspectos, todo lo que debe ser. Concédeme que hable de tal manera que crean siempre a mi palabra. Concédeme que actúe de tal manera que nadie pueda acusarme de injusticia. Que mi vida sea transparente; concédeme que, en la medida que eso sea posible, la vida de Cristo sea escrita otra vez." Así, como pueden ver, el hombre verdaderamente bienaventurado tiene hambre y sed de la justificación, de la regeneración, y de la santificación.

Cuando tiene todo esto, desea con vehemencia la perseverancia en la gracia. Tiene sed de ser mantenido en la rectitud. Cuando ha sojuzgado a algún mal hábito, tiene sed de abatir a todos los demás. Si ha adquirido una virtud, tiene sed de adquirir otras más. Si Dios le ha dado mucha gracia, tiene sed de más; y si es en algunos aspectos como su Señor, también percibe sus defectos, y se lamenta por ellos, y continúa teniendo sed de ser más parecido a Jesús.

Siempre tiene sed de alcanzar la justicia, y de ser preservado en la justicia; así que ora por la perseverancia final, y por la perfección. Siente que tiene tanta hambre y sed de justicia, que no estará satisfecho nunca mientras no despierte en la imagen de su Señor; que no estará contento nunca mientras no sea sometido el último pecado dentro de él, y mientras no tenga más propensión al mal, y mientras no esté fuera del alcance de los tiros de fusil de la tentación.

Y un hombre así, amados, desea honestamente ver que la justicia es promovida entre sus semejantes. Desearía que todos los hombres hicieran con los demás lo que ellos quisieran que se hiciese con ellos; e intenta, por medio de su propio ejemplo, enseñar a los demás a hacer eso. Desearía que no hubiese fraudes, ni falsos testimonios, ni perjurio, ni robos, ni concupiscencias. Desearía que la rectitud gobernase al mundo entero; considera que sería un día muy feliz cuando cada persona pudiera ser bienaventurada, y cuando no hubiese necesidad de castigo por las ofensas porque ya hubieron cesado.

Anhela oír que la opresión ha llegado a su término; quiere ver un gobierno justo en cada nación. Anhela que las guerras se terminen, y que las reglas y los principios de la justicia sean los que gobiernen a toda la humanidad en vez de la fuerza y el filo de la espada. Su oración diaria es "Señor, que venga Tu reino, pues Tu reino es justicia y paz." Cuando ve que se comete el mal, se duele por ello. Si no puede alterarlo, se duele todavía más; y hace todo lo que esté de su parte para protestar contra el mal de cualquier clase.

Tiene hambre y sed de justicia. No tiene hambre y sed de que su propio partido político suba al poder, sino que tiene hambre y sed de que la justicia sea hecha en la tierra. No tiene hambre y sed de que sus propias opiniones prevalezcan, y de que su propio grupo o denominación aumente su número e influencia, sino que desea efectivamente que la justicia asuma la primacía.

No pretende influir en sus semejantes de conformidad a sus propias fantasías, sino que desea poder influir efectivamente sobre sus semejantes en lo relativo a lo justo y lo verdadero, pues su alma está ardiendo con este deseo en especial: justicia, justicia para sí mismo, justicia delante de Dios, y justicia entre hombre y hombre. Esto anhela ver, y de esto tiene hambre y sed, y por ello Jesús dice que es bienaventurado.

II. Ahora noten EL DESEO MISMO.

Se dice que tiene hambre y sed de justicia, lo cual es una doble descripción de su ardiente deseo de ello. En verdad habría bastado que el hombre tuviera hambre de justicia, pero también tiene sed; todos los apetitos, y los deseos, y los anhelos apuntan hacia lo que quiere por sobre todo lo demás, es decir, la justicia. Siente que él mismo no la ha alcanzado, y por eso tiene hambre y sed de justicia; y también lamenta que otros no la hayan alcanzado, y por eso tiene hambre y sed de que ellos también tengan la justicia.

De esta pasión podemos afirmar que es real. El hambre y la sed son hechos reales, no son fantasía. Supón que te encontraras con alguien que te dijera que tiene tanta hambre que se está muriendo casi, y tú le respondieras: "tonterías, mi querido amigo, simplemente olvídala por completo; se trata de un simple capricho tuyo, pues puedes vivir muy bien sin alimento si así lo quisieras"; pues bien, sabría que estabas bromeando con él.

Y si pudieran sorprender a algún pobre individuo flotando a la deriva en un bote en el mar, que no hubiera mojado sus labios excepto con el agua salada que sólo había incrementado su sed, y ustedes le dijeran: "¡sed! Son imaginaciones tuyas, estás nervioso, eso es todo, no necesitas beber"; el hombre pronto les diría que él sabe bien que no es así, pues si no bebe agua se muere.

No hay nada en el mundo que sea más real que el hambre y la sed, y el hombre verdaderamente bienaventurado tiene tal pasión real, tal deseo y anhelo de justicia que sólo puede asemejarse al hambre y la sed. Sus pecados deben ser perdonados, debe ser revestido de la justicia de Cristo, debe ser santificado; y siente que si no puede ser librado del pecado, su corazón sería quebrantado. Desea con vehemencia, anhela, y ora para ser santificado; no puede quedarse satisfecho sin esta justicia, y su hambre y su sed de justicia constituyen algo muy real.

Y no solamente es real, sino que es natural en sumo grado. Es natural que los hombres que necesitan pan tengan hambre; no tienes que decirles cuándo han de tener hambre y cuándo han de tener sed. Si no tienen pan y agua, naturalmente tienen hambre y sed. Así que, cuando el Espíritu de Dios ha cambiado nuestra naturaleza, esa nueva naturaleza tiene hambre y sed de justicia. La vieja naturaleza no quiso hacerlo nunca, no pudo hacerlo nunca, y no lo haría nunca; tiene hambre de las algarrobas que comen los cerdos, pero la nueva naturaleza tiene hambre de justicia; tiene que sentirlo, no puede evitarlo.

No necesitan decirle al hombre nacido de nuevo: "anhela la santidad." Vamos, daría sus ojos por poseerla. No necesitan decirle a un hombre bajo convicción de pecado: "anhela la justicia de Cristo." Estaría dispuesto a entregar su vida si con eso pudiera obtenerla. Tiene hambre y sed de justicia provenientes de las propias necesidades de su naturaleza.

Y este deseo es descrito en tales términos, que percibimos que es intenso. ¿Qué cosa es más intensa que el hambre? Cuando el hombre no puede encontrar ningún sustento, el hambre parece comérselo; sus vivos deseos de pan son terribles.

He oído decir que en los Disturbios del Pan los gritos por el pan de los hombres y de las mujeres eran algo mucho más terrible de oír, que el grito de "¡fuego!" que se ha dado cuando alguna gran ciudad se ha incendiado. "¡Pan! ¡Pan!" Quien no lo tiene, siente que ha de tenerlo; y las ansias producidas por la sed son todavía más intensas. Se dice que se puede paliar los tormentos del hambre, pero que la sed hace que la vida misma sea una carga; el hombre debe beber o morir.

Bien, entonces, así es el intenso anhelo de justicia del hombre a quien Dios ha bendecido. La necesita tan urgentemente que dice, en la angustia de su corazón, que no puede vivir sin ella. El Salmista dice: "Mi alma espera a Jehová más que los centinelas a la mañana, más que los vigilantes a la mañana."

No existe otro deseo que sea semejante al deseo que siente un hombre nacido de nuevo por la justicia; y, de aquí que este deseo se vuelva a menudo muy doloroso. El hambre y la sed, soportados hasta ciertos grados, involucran los más agudos dolores; y un hombre que está buscando la justicia de Cristo está lleno de indecible angustia mientras no la encuentre; y el cristiano en guerra contra sus corrupciones es conducido a clamar: "¡Miserable de mí!", hasta que se da cuenta que Cristo ganó la victoria por él. Y el siervo de Cristo que desea recuperar a las naciones, y conducir a sus semejantes a seguir lo que es justo y bueno, es a menudo el sujeto de indecibles tormentos. Él lleva la carga del Señor, y hace su trabajo como un hombre que carga con un peso demasiado pesado. En verdad es doloroso para el alma cuando es llevada a tener hambre y sed de justicia.

La expresión de nuestro texto indica también que es un deseo sumamente vigoroso. ¿Qué no haría el hombre que es atenazado por el hambre? Contamos con un viejo proverbio que reza, "el hambre atraviesa paredes de piedra"; y, en verdad, un hombre que tiene hambre y sed de justicia atravesaría lo que sea para obtenerla. ¿Acaso no hemos sabido del penitente sincero que viaja muchos kilómetros para llegar al lugar donde pueda oír el Evangelio? ¿No ha perdido a menudo su descanso nocturno, llegando casi hasta las puertas de la muerte, por su persistencia en suplicar el perdón a Dios? Y, como un hombre que es salvo, y que desea ver salvados a los demás, ¡cuán a menudo, en su deseo de conducirlos por el camino correcto, renunciará a las comodidades hogareñas para ir a una tierra lejana; cuán a menudo se ganará la burla y el desprecio de los impíos debido a que el celo por la justicia obra poderosamente en su espíritu!

Yo quisiera ver que muchos de estos hambrientos y sedientos fueran miembros de nuestras iglesias, y que predicaran en nuestros púlpitos, y que trabajaran en nuestras escuelas dominicales y en las estaciones misioneras: hombres y mujeres que sienten que deben ver que venga el reino de Cristo, pues de lo contrario difícilmente podrían vivir.

Este santo anhelo de justicia, que el Espíritu Santo implanta en el alma del cristiano, se vuelve imperioso; no es solamente vigoroso, sino que domina todo su ser. Por esto hace a un lado todos los otros deseos y anhelos. Puede aceptar ser un perdedor, pero tiene que ser justo. Puede ser ridiculizado, pero debe aferrarse a su integridad. Puede soportar el escarnio, pero debe declarar la verdad. Debe recibir la "justicia"; su espíritu la demanda por medio de un apetito que gobierna todas sus otras pasiones e inclinaciones; y verdaderamente "bienaventurado" es el hombre a quien le ocurre esto.

Pues, observen que, tener hambre de justicia es un signo de vida espiritual. Nadie que haya estado muerto espiritualmente tuvo hambre jamás. En todas las catacumbas no se ha encontrado todavía a un muerto que tuviera hambre o sed, y no lo encontrarían nunca. Si tienes hambre y sed de justicia, estás vivo espiritualmente.

Y es también una evidencia de salud espiritual. Los médicos dicen que ellos consideran que un buen apetito es uno de los signos de que el cuerpo de un hombre está en una condición saludable, y lo mismo sucede con el alma. ¡Oh, tener un apetito voraz por Cristo! ¡Oh, ser codicioso de las mejores cosas! ¡Oh, ser ambicioso de la santidad! De hecho, debemos tener hambre y sed de todo lo que es justo, y bueno, y puro, y noble, y de buena reputación. ¡Que el Señor nos conceda más de esta intensa hambre y sed!

Esa es exactamente la condición opuesta a la de la persona que está satisfecha consigo misma y del que tiene justicia propia. Los fariseos no tienen nunca hambre y sed de justicia; ellos poseen toda la justicia que necesitan, e incluso piensan que cuentan con alguna reserva para compartir con aquel pobre publicano que está por allá y que clama: "Dios, sé propicio a mí, pecador."

Si un hombre considera que es perfecto, ¿qué puede saber acerca del hambre y la sed? Ya está lleno de todo lo que necesita, y él también está convencido que puede dar de sus riquezas sobreabundantes a su pobre hermano que gime por sus imperfecciones.

En cuanto a mí, estoy muy contento de tener todavía la bendición del hambre y la sed, pues esa bendición está lado a lado con otra experiencia, es decir, la de ser saciado; y cuando está saciado en un sentido, en otro sentido tiene hambre de más, y esto conforma la Bienaventuranza completa: "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados."

III. Habiendo descrito así el objetivo y el deseo del hombre verdaderamente bienaventurado, debo proceder ahora, en tercer lugar, a hablar de LA PROPIA BENDICIÓN, la bienaventuranza que Cristo pronuncia sobre aquellos que tienen hambre y sed de justicia: "Ellos serán saciados."

Esta es una bendición única. Nadie más es "saciado" jamás. Si un hombre necesita alimento, entonces lo come, y es llenado por un tiempo; pero pronto está hambriento otra vez. Un hombre desea beber, y bebe, pero pronto está sediento otra vez. Pero un hombre que tiene hambre y sed de justicia quedará tan "saciado" que no tendrá nunca sed como la tuvo anteriormente.

Muchos tienen hambre y sed de oro, pero nadie quedó saciado en su alma hasta hoy con el oro; eso no puede ser. El hombre más rico que jamás haya existido no fue nunca tan rico como hubiera querido serlo. Los hombres han tratado de saciar sus almas con posesiones mundanas; han adquirido un terreno tras otro, y una hacienda tras otra, y una calle tras otra, y un pueblo tras otro, hasta parecer que se quedarían solos en la tierra; pero nadie ha podido saciar su alma todavía con alguna propiedad, independientemente de cuán vasta sea. Requiere de unos pocos acres adicionales para completar aquella esquina, o para juntar esa finca al cuerpo principal de su territorio, o si hubiese podido tener un poco más de tierras altas, habría podido quedarse satisfecho; pero no las consiguió, así que sigue descontento.

Alejandro conquistó el mundo, pero no pudo saciar su alma. Quería conquistar más mundos. Y si ustedes y yo pudiésemos ser dueños de una docena de mundos, si fuésemos poseedores de todas las estrellas, si pudiésemos decir que todo el espacio es propiedad nuestra, no tendríamos lo suficiente para llenar nuestros espíritus inmortales; sólo seríamos magníficamente pobres, un grupo de pobres imperiales.

Dios ha hecho de tal manera el corazón del hombre, que nada puede saciarlo excepto el propio Dios. Hay tal hambre y sed implantadas en el hombre nacido de nuevo, que él discierne su necesidad, y sabe que sólo Cristo puede remediar esa necesidad. Cuando un hombre es salvado, obtiene todo lo que necesita. Cuanto tiene a Cristo, está satisfecho.

Recuerdo a una mujer insensata que me pidió, hace algunos años, que le permitiera que me leyera la suerte. Yo le respondí: "yo puedo decirte tu suerte; pero no quiero saber la mía; la mía ya está acordada, pues tengo todo lo que necesito." "Pero", -replicó ella- "¿no podría prometerle algo para los años venideros?" "No", -respondí- "no necesito nada; tengo todo lo necesario, y estoy perfectamente satisfecho y perfectamente contento."

Y puedo decir lo mismo esta noche; no sé de nada que alguien me pudiera ofrecer que pudiera aumentar mi satisfacción. Si Dios bendice las almas de los hombres, y las salva, y recibe toda la gloria, yo estoy más que contento, y no necesito nada más. Yo no creo que alguien pueda decir honestamente tanto como eso a menos que haya encontrado a Cristo; pero si, mediante la fe, se ha aferrado al Salvador, entonces se ha asido a aquello que siempre trae bendición. "Será saciado." Es una bendición única.

Y la bendición es sumamente apropiada a la vez que única. Un hombre tiene hambre y sed; ¿cómo podrías quitarle el hambre sin proporcionarle comida y cómo podrías saciar su sed sin proporcionarle bebida, por lo menos en la cantidad suficiente para él?

Así la promesa de Cristo concerniente al hombre que tiene hambre y sed de justicia es: "él será saciado". ¿Necesita justicia? Tendrá justicia. ¿Necesita a Dios? Tendrá a Dios. ¿Necesita un nuevo corazón? Tendrá un nuevo corazón. ¿Quiere ser preservado del pecado? Será preservado del pecado. ¿Necesita ser hecho perfecto? Será hecho perfecto. ¿Necesita vivir donde no haya nadie que peque? Será llevado a habitar donde no habrá pecadores por toda la eternidad.

En adición a ser única y apropiada, esta bendición es grande y abundante. Cristo dijo: "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia: porque ellos" ¿comerán un bocado por el camino? ¡Oh, no! "Porque ellos" ¿recibirán a veces algo de consuelo? ¡Oh, no! "Porque ellos serán saciados: saciados"; tendrán todo lo que necesitan, lo necesario e incluso sobrantes. Quienes tienen hambre y sed de justicia serán llenados: serán llenados hasta el borde.

¡Cuán cierto es esto! Aquí hay un hombre que dice: "yo estoy condenado a los ojos de Dios; siento y sé que ninguna acción mía puede hacerme justo algún día delante de Él. He renunciado a toda esperanza de justificación propia." ¡Escucha, oh hombre! ¿Creerás en Jesucristo, el Hijo de Dios, y lo tomarás para que esté delante de Dios como tu Sustituto y Representativo? "Lo haré", -dice- "efectivamente confío en Él, y sólo en Él." ¡Bien, entonces, oh hombre, debes saber que has recibido de Cristo una justicia que te saciará cabalmente! Todo lo que Dios podía pedirte justamente era la perfecta justicia de un hombre; pues, siendo un hombre, esa es toda la justicia que se podría esperar que le presentaras a Dios; pero, en la justicia de Cristo, tienes la perfecta justicia de un hombre, y más que eso, pues tienes también la justicia de Dios.

¡Piensa en eso! El padre Adán, en su perfección, vistió la justicia de un hombre, y era hermosa de mirar mientras duró; pero si confías en Jesús, estás vistiendo la justicia de Dios, pues Cristo era Dios así como era hombre. Ahora, cuando un hombre experimenta eso, y sabe que, habiendo creído en Jesús, Dios lo mira como si la justicia de Jesús fuese su propia justicia, y en efecto le imputa la justicia divina que es de Cristo, ese hombre está lleno; sí, está más que lleno, está saciado; todo lo que su alma podría desear ya lo posee en Cristo Jesús.

Les dije que el hombre necesitaba también una nueva naturaleza. Dijo: "oh Dios, anhelo deshacerme de estas malas tendencias; necesito que este cuerpo contaminado sea convertido en un templo aceptable para Ti; quiero ser hecho semejante a mi Señor y Salvador, para que pueda ser capacitado para caminar con Él en el cielo por siempre y para siempre."

¡Escucha, oh hombre! Si crees en Jesucristo, esto es lo que ha sido hecho para ti; tú has recibido en tu naturaleza, por la Palabra de Dios, una semilla incorruptible, "que vive y permanece para siempre." Eso ya está en ti, si eres un creyente en Jesús, y no puede morir como no puede morir el propio Dios, pues es de una naturaleza divina. "La hierba se seca, y la flor se cae; mas la palabra del Señor", -esa Palabra que has recibido si has creído en Jesús- "permanece para siempre." El agua que Cristo te ha dado será en ti una fuente de agua que salte para vida eterna.

En el momento de nuestra regeneración, una nueva naturaleza nos es impartida, de la cual el apóstol Pedro dice: "Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible"; y el mismo apóstol dice también que los creyentes son "participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia." ¿Acaso no es ese un comienzo bendito para quienes tienen hambre y sed de justicia?

Pero escuchen con atención esto; Dios el Espíritu Santo, la tercera Persona de la bendita Trinidad, condesciende a venir y morar en todos los creyentes. Pablo escribe a la iglesia de Dios en Corinto: "¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo?" Dios mora en ti, mi hermano o hermana en Cristo. ¿No te asombra esta verdad? El pecado mora en ti, pero el Espíritu Santo ha venido también para morar en ti, y para expulsar fuera de ti al pecado.

El diablo te asedia, y procura capturar tu espíritu, y hacerlo semejante a los espíritus que están en su propia guarida infernal; pero, ¡he aquí!, el mismo Eterno ha descendido, y se ha guardado dentro de ti. El Espíritu Santo está morando dentro de tu corazón si eres un creyente en Jesús; Cristo mismo es "en vosotros, la esperanza de gloria."

Si realmente necesitas justicia, alma querida, en verdad la tienes aquí: la naturaleza cambiada y hecha semejante a la naturaleza de Dios; el principio predominante alterado, el pecado destronado, y el Padre, el Hijo, y le Espíritu Santo morando dentro de ti, como tu Dios y Señor. Vamos, me parece que, independientemente de cuánta hambre y sed de justicia tengas, puedes considerarte muy saciado, pues cuentas con estas bendiciones inconmensurables.

Y escucha muy bien esto, hermano mío y hermana mía en Cristo. Ustedes serán guardados y preservados hasta el fin. Quien ha comenzado a limpiarlos no abandonará nunca la obra hasta no dejarlos sin mancha ni arruga ni cosa semejante. No comienza nunca una obra que no pueda o no quiera completar. No ha fallado nunca en algo que haya emprendido, y no fallará nunca.

Tus corrupciones tienen ya sus cabezas rotas; y aunque tus pecados se rebelan todavía, no son sino los últimos estertores de su vida. Las armas de la gracia victoriosa los eliminarán a todos, y terminarán la trifulca para siempre. Los pecados que te turban hoy serán como esos egipcios que persiguieron a los hijos de Israel hasta el Mar Rojo, pues ya no los verás más jamás.

"Y el Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies"; y tan ciertamente como has creído en Cristo, -pobre gusano imperfecto del polvo como eres-, tú andarás con Él en vestiduras blancas, en aquellas calles de oro, en esa ciudad dentro de cuyas puertas no entrará ninguna cosa inmunda, "sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero."

Sí, creyente, tú estarás cerca de Dios y serás semejante a Él. ¿Oyes eso? Tú tienes hambre y sed de justicia; la tendrás sin límite, pues serás uno de los "aptos para participar de la herencia de los santos en luz." Podrás ver a Dios en Su inefable gloria y morar con el fuego devorador y los ardores eternos de Su pureza inmaculada. Podrás ver a Dios que es un fuego consumidor, sin miedo, pues no habrá nada en ti que deba consumirse. Tú serás sin mancha, inocente, puro, inmortal como Dios mismo; ¿acaso no te saciará esto?

"¡Ah!", -dices- "me satisface en cuanto a mí; pero yo ansío vehementemente ver que mis hijos sean justos también." Entonces encomiéndalos a ese Dios que ama a su padre y a su madre, y pídele que bendiga a tus hijos como bendijo a Isaac por Abraham, y bendijo a Jacob por Isaac. "Oh", -respondes- "pero también quiero ver que mis vecinos sean salvos." Entonces ten hambre de sus almas, ten sed de sus almas como has tenido hambre y sed por la tuya; y Dios te enseñará cómo hablarles, y probablemente, mientras tienes hambre y sed de sus almas, Dios te convertirá en el instrumento de su conversión.

Está también esta verdad que debe solazarte: habrá justicia en todo este mundo un día. Millones de personas todavía rechazan a Cristo, pero Él tiene un pueblo que no le rechazará. Las grandes masas de la humanidad al presente huyen de Él, pero "Conoce el Señor a los que son suyos." Todos aquellos que el Padre dio a Cristo vendrán a Él con seguridad. Cristo no se verá frustrado; Su cruz no se habrá erigido en vano. "Verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada. Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho."

Muy bien puedes gemir por causa de los ídolos que no caen, y por las opresiones que no llegan a un término, y el llanto de las viudas, y la lamentación de los huérfanos, y los suspiros de los que se sientan en la oscuridad, y no ven ninguna luz; pero habrá un término para todo esto. Vienen días más resplandecientes que estos; el Evangelio cubrirá toda la tierra o Cristo mismo vendrá personalmente. No me corresponde a mí decidir ninguna de esas cosas; pero, de alguna manera u otra, el día vendrá cuando Dios reine sin rival sobre toda la tierra, estén seguros de ello. La hora vendrá cuando la gran multitud, "Como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos", -dirá- "¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina!"

Si tenemos hambre y sed de justicia, estamos del lado ganador. Puede ser que la batalla vaya en contra nuestra en este preciso momento; los ardides del sacerdocio nos pueden empujar duramente, y los males que nuestros antepasados pusieron en fuga podrían regresar con superior fuerza y astucia, y por un tiempo breve el valor de los santos podría verse menguado, y sus ejércitos podrían titubear; pero el Señor vive, y como el Señor vive, sólo la justicia triunfará, y toda la iniquidad y todo falso camino serán hollados.

Continúen luchando, pues al fin resultarán victoriosos. No pueden ser derrotados a menos que el propio Eterno sea derrocado, y eso no puede suceder nunca.

Bienaventurado es aquel que sabe que la causa a la que se ha unido es una causa justa, pues puede saber que, en el capítulo final de la historia del mundo, su triunfo debe ser registrado. Podría estar muerto y haber partido; podría simplemente sembrar la semilla, pero sus hijos cosecharán la mies, y los hombres hablarán de él con gran respeto, como un hombre que vivió antes de su tiempo, y que merece el honor de los que le siguen.

¡Hombre, apoya lo justo! ¡Aférrense a sus principios, mis hermanos y hermanas en Cristo! Sigan la santidad y la justicia bajo cualquier forma y manera. No se dejen sobornar o apartar de este bendito Libro y sus credos inmortales. Sigan aquello que es verdadero, no lo que es patrocinado por los grandes personajes; lo que es justo, no lo que se sienta en el asiento de la autoridad humana; y sigan todo esto con un hambre y una sed que sean insaciables, pues serán "saciados".

¿Quisieran estar allá arriba en el día en que el Príncipe de la Verdad y la Justicia pase revista a Sus ejércitos? ¿Quisieran estar allá arriba cuando el grito de júbilo rasgue los cielos: "El Rey de reyes y Señor de señores ha conquistado a todos sus enemigos, y el diablo y todas sus huestes son batidos en retirada"? ¿Quisieran estar allá arriba, pregunto, cuando todos Sus trofeos de victoria sean exhibidos, y el Cordero que fue inmolado sea el Monarca reinante de todas las naciones, recogiendo gavillas de cetros bajo Sus brazos, y hollando las coronas de los príncipes porque son indignas y despreciables? ¿Quisieran estar allí en ese momento?

Entonces deben estar aquí ahora, aquí donde la batalla ruge, aquí donde el estandarte del Rey ondea, y díganle a su Dios: "Oh Señor, puesto que he encontrado la justicia en Cristo, y soy salvo, estoy comprometido a apoyar lo justo y lo verdadero en tanto que viva, así que mantenme fiel hasta la muerte."

Al concluir mi sermón, pronuncio sobre todos ustedes que confían en Jesús, la cuarta bienaventuranza pregonada por Cristo sobre el Monte de las Bienaventuranzas, "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados." Amén.