El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano

Un Hito Memorable

NO. 2916

 

SERMÓN PREDICADO LA NOCHE DEL JUEVES 25 DE MARZO DE 1886

POR CHARLES HADDON SPURGEON

EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES,

Y PUBLICADO EL JUEVES 29 DE DICIEMBRE DE 1904.

Vigésimo quinto aniversario del primer sermón del señor Spurgeon en el Tabernáculo

 

“He anunciado justicia en grande congregación; he aquí, no refrené mis labios, Jehová, tú lo sabes. No encubrí tu justicia dentro de mi corazón; he publicado tu fidelidad y tu salvación; no oculté tu misericordia y tu verdad en grande asamblea. Jehová, no retengas de mí tus misericordias; tu misericordia y tu verdad me guarden siempre”. Salmo 40: 9-11.

 

Algunas veces, queridos amigos, deberíamos hacer una revisión de nuestra vida. Hay ocasiones cuando los hombres se ven obligados a hacerla, y la rememoración puede estar llena de provecho para ellos. Me doy cuenta de que muchas personas miran al pasado en sus horas de dificultad. Una nube negra los induce a hacer una pausa. En la prosperidad, habrían continuado corriendo sin reflexionar mucho, pero la aflicción los llama a hacer un alto. Son conducidos a Dios en oración, y si Dios ha sido clemente para con ellos en el pasado, en tales momentos no es inusual que recuerden Su gran bondad y que la mencionen mientras imploran en el propiciatorio. Dicen: “Él les ha hecho bien a sus siervos. Hasta aquí nos ayudó Jehová”. Miran al pasado y ven los Ebenezeres que han levantado en años pasados, y entonces claman: “¿Ha olvidado Dios el tener misericordia?”

 

¿Y habría podido enseñarme a confiar en Su nombre,

Y traerme hasta aquí, para avergonzarme?

 

De ese modo alejan sus aflicciones, y el recuerdo de la anterior misericordia les ayuda a arrebatar tizones de los altares de los años idos para encender con ellos el fuego del sacrificio del momento presente.

 

Los hombres tienen también la costumbre de revisar sus vidas cuando son llevados a las proximidades de la tumba. Cuando tememos que la vida está a punto de acabar, es útil comenzar a hacer el cálculo de la suma para ver a cuánto asciende el total. Si Dios nos dijera: “Ordena tu casa, porque morirás, y no vivirás”, la mejor manera de hacerlo sería recordando el pasado y considerando lo que hemos hecho y lo que Dios ha hecho; y luego contrastar lo uno con lo otro, para que podamos arrepentirnos del pecado y podamos tener esperanzas gracias a la misericordia.

 

Ahora bien, aunque nosotros, personalmente, no hayamos sido conducidos todavía tan cerca de la muerte, con todo, durante el mes pasado, como un pueblo, estuvimos yendo más o menos continuamente al sepulcro. Creo que sumaron siete los notables hermanos y hermanas que se quedaron dormidos la semana pasada, así que las flechas de la muerte han estado silbando constantemente sobre nosotros; por tanto, como nos hemos estado acercando a la ribera del río y se nos ha recordado que nosotros mismos tendremos que desprendernos en breve de este tabernáculo, debemos mirar un poco al pasado y acordarnos de todo el camino por donde nos ha traído el Señor nuestro Dios.

 

Sin embargo, hay otras ocasiones fuera de aquellas de gran aflicción o de una temida partida, en las que los sabios están plenamente justificados de considerar el período como particularmente notable. Yo he llegado hoy a una fecha así. Hemos visto pasar veinticinco años desde que prediqué mi primer sermón en esta casa. Inauguramos este santuario con cánticos de gozo. Muchos de los que entonces estuvieron con nosotros están ahora en la gloria, y muchos de los que hoy están con nosotros ni siquiera habían nacido entonces. A los que estuvieron presentes en la inauguración del Tabernáculo les ha de parecer ahora un edificio que se está poniendo viejo. Oigo que la gente habla del “amado y vetusto Tabernáculo”, y hacen bien, pues un cuarto de siglo no es un lapso insignificante en la historia de un edificio o de una Iglesia. Se ha logrado muchísimo en estos veinticinco años, y hemos disfrutado de abundante misericordia, tanto a nivel personal como de iglesia. No consideré apropiado dejar pasar la ocasión sin que ofreciera una devota acción de gracias al Señor por toda Su misericordia para con nosotros, y sin que me esforzara por decir unas palabras que tal vez nos hagan tomar una mayor conciencia de nuestra deuda con Dios, y que nos induzcan a consagrarnos a Su servicio más que nunca.

 

Aunque este texto le pertenece primero que nada, en el sentido más divino y más pleno, a nuestro clemente Señor, también le pertenece a David, y a través de David, a todos aquellos a quienes Dios ha llamado a dar un testimonio del Evangelio de Su gracia. Podemos decir, y en efecto lo decimos, humildemente pero de manera sumamente enérgica: “He anunciado justicia en grande congregación; he aquí  no refrené mis labios, Jehová, tú lo sabes. No encubrí tu justicia dentro de mi corazón; he publicado tu fidelidad y tu salvación; no oculté tu misericordia y tu verdad en grande asamblea”. Sé que hay muchos hermanos aquí que -cada quien en su propio ministerio- se unen a nosotros diciendo lo mismo.  A ellos hay que agregarles muchos hermanos y hermanas que, aunque no están en el ministerio, al menos a su medida, y en el espíritu de las palabras, pueden afirmar lo mismo: “He anunciado justicia en grande congregación; he aquí, no refrené mis labios, Jehová, tú lo sabes. No encubrí tu justicia dentro de mi corazón; he publicado tu fidelidad y tu salvación; no oculté tu misericordia y tu verdad en grande asamblea”.

 

I.   Retomando, entonces, nuestro texto, tenemos primero, UN TESTIMONIO CONTINUO. Muchos de ustedes han dado testimonio de Dios en sus hogares así como en sus vidas; algunos de ustedes han dado testimonio en sus clases en la escuela dominical; algunos lo han hecho en las calles; otros en reuniones sostenidas en algunas cabañas; algunos en asambleas más grandes. Quienes somos llamados al ministerio público de la Palabra, hemos dado este testimonio especialmente “en grande asamblea”. Pero todos los que somos siervos del Señor hemos dado nuestro testimonio, así lo espero, según nuestras oportunidades y nuestras habilidades.

 

Ha sido imperfecto, pero ha sido sincero. Al rememorar nuestro testimonio de Dios, casi desearíamos suprimirlo debido a sus imperfecciones; pero podemos decir verazmente que ha sido dado sinceramente, según la medida de la capacidad que nos ha sido concedida. Ha sido dado sin ninguna duda, sin ninguna reserva mental y con intensidad de espíritu; ha sido dado porque no podía ser silenciado. Yo les he predicado el Evangelio a ustedes, hermanos y hermanas míos, porque lo he creído, y si lo que les he predicado no fuera cierto, yo sería un réprobo. Para mí no hay ningún goce en la vida ni ninguna esperanza en la muerte, excepto en ese Evangelio que he expuesto aquí continuamente. No es para mí una teoría. Me atrevería a decir que es algo más que una creencia. Se ha convertido en un hecho absoluto para mí. Está entretejido con mi conciencia. Es parte de mi ser. Cada día se vuelve más querido para mí; mis gozos me atan a él, y mis aflicciones me conducen a él. Todo lo que está detrás de mí, todo lo que está delante de mí, todo lo que está arriba de mí, todo lo que está debajo de mí, todo me fuerza a decir que mi testimonio ha sido dado con mi corazón, con mi mente, con mi alma y con mi fuerza; y estoy agradecido con Dios porque puedo decir esto, expresándolo tal como lo expresa el texto: “Jehová, tú lo sabes”. Aunque otros no conozcan la verdad del asunto, yo me regocijo porque mi Señor conoce mi corazón.

 

Me siento agradecido con Dios porque puedo decir esto debido a los temas del testimonio. El primer tema del testimonio del salmista había sido “la justicia” de Dios. Ese es el punto principal que ha de advertirse en todo el testimonio de Dios: la justicia positiva de Dios en Sí mismo; el procedimiento de la justicia de Dios por el que justifica al impío; el método de Dios de esparcir la justicia en el mundo por el poder y la energía de Su Santo Espíritu. Desde luego, creo en un Dios que castiga el pecado. Yo nunca los he complacido con la idea de que el pecado es una minucia, y de que en alguna edad futura se puede expiar a sí mismo. No, me ha parecido que la justicia de Dios es un oscuro trasfondo sobre el cual hay que dibujar las líneas refulgentes de Su amor eterno en Cristo Jesús. La justicia de Dios es vindicada a plenitud en la expiación de Cristo. Él es “el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús”. Yo no pido que me sea concedido ningún perdón injustamente. Mi conciencia no podría quedarse satisfecha con un perdón que me fuera otorgado injustamente, pues la gloria de Dios se vería deshonrada de esa manera. Si el pecado fuese perdonado sin ninguna expiación, habría una mancha en el libro del estatuto celestial. Pero nosotros hemos predicado la justicia de Dios y sentimos que, haciéndolo, ponemos un cimiento seguro sobre el cual se basan el consuelo y la esperanza del creyente en Cristo Jesús.

 

En adición a la justicia de Dios, el salmista había predicado Su “fidelidad”. El Señor cumple todas Sus promesas. Él es el Fiel Prometedor, y cumple lo que promete. No hay ninguna mentira en Él, ningún cambio, ninguna sombra de indecisión. “Él dijo, ¿y no hará?” ¿Cuál de Sus promesas ha fallado jamás? ¿Se ha arrepentido de Su pacto incluso en el más mínimo detalle, o ha alterado la palabra que ha salido de Sus labios? No hemos dado testimonio de un Dios inconstante, ni de una débil salvación que salva por un tiempo pero que después de todo no salva realmente, sino que permite que los santos se aparten y perezcan eternamente. Es más, hemos transmitido de manera resuelta la declaración de nuestro Señor: “Y yo les doy (a mis ovejas) vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano”. Nosotros creemos en el amor eterno, en un pacto eterno, ordenado en todas las cosas, y que será guardado, y por eso la justicia y la fidelidad han sido dos cimientos de nuestro ministerio sobre los cuales hemos intentado edificar un Evangelio digno de nuestra predicación y digno de la audición de ustedes.

 

Luego el salmista dice que había dado testimonio de dos cosas conjuntamente: “Tu misericordia y tu verdad”. ¡Oh, hermanos y hermanas, qué tema tenemos aquí! “¡Tu misericordia!” La generosa misericordia de Dios, Su desbordante amor, Su linaje, su amabilidad para Sus escogidos, a quienes ha constituido para que sean un pueblo cercano a Él y a quienes les manifiesta Su propia alma. La palabra “amorosa”, añadida a la palabra “amabilidad”, la convierten en una joya doblemente preciosa (1). ¿Hay entre las palabras alguna otra que iguale a esta: “misericordia”? Predicarles la misericordia del Señor ha sido algo dichoso para mí. No necesité ser impelido a realizar esa feliz tarea. Más bien algunas veces casi he necesitado ser detenido cuando he rebasado la hora asignada, y mi tema ha hecho que me olvide de todo. ¡Oh, la misericordia del Señor para con aquellos que depositan su confianza bajo la sombra de Sus alas! Ese es un tema sobre el cual uno podría predicar perennemente sin llegar a agotar sus tesoros.

 

Y luego Su “verdad”: la verdad de Dios, la verdad de Su Palabra, la verdad de Su Hijo, la verdad de las grandes doctrinas que recibimos por el Evangelio. Yo no les he predicado a ustedes ningún tipo de especulación. Nunca he buscado inventar nuevas formas de verdad. Un día se verá de quién son los pensamientos que se sostendrán: si los pensamientos de Dios o los del hombre; y se verá cuál es el verdadero ministerio: el que recoge la Palabra de Dios y se hace eco de ella, o el que la diluye hasta extraerle su propia vida. No siento ninguna simpatía por la predicación que degrada la verdad de Dios al nivel de un caballo de batalla en beneficio de su propio pensamiento, y que ve en la Escritura una especie de púlpito desde el cual puede hacer tronar sus propias opiniones. Es más, si yo hubiera ido más allá de lo que ese Libro enseña, ¡que Dios suprima todo lo que he dicho! Yo les suplico que no me crean nunca si rebaso en lo más mínimo lo que está claramente enseñado ahí. Estoy contento de vivir y de morir como un mero repetidor de la enseñanza de la Escritura, como una persona que no ha ideado nada nuevo y que no ha inventado nada. Estoy contento de ser alguien que nunca consideró a la invención como una parte de su llamamiento, sino que concluyó que debía tomar el mensaje de los labios de Dios, según su máxima habilidad, y ser para el pueblo simplemente como una boca de Dios, lamentando mucho que algo propio se entrometiera, pero sin pensar nunca que tenía que refinar o adaptar el mensaje de alguna manera a la brillantez de este maravilloso siglo, ni intentar repartirlo luego como algo propio para llevarse alguna porción de gloria. No, no; no hemos pretendido nada de ese tipo. “He publicado tu fidelidad y tu salvación; no oculté tu misericordia y tu verdad en grande asamblea”. No hemos predicado nada como si se tratase de algo propio. Si hubiera habido algo de nuestra cosecha, retiramos amargamente esas palabras, y nos las tragamos, y nos arrepentimos de haber sido culpables alguna vez del pecado y de la necedad de haberlas expresado. Hemos procurado comunicarles a ustedes las cosas que hemos aprendido de Dios nuestro Padre, y de Su Hijo Jesucristo, por Su Santo Espíritu.

 

Ahora, queridos amigos, permítanme decirles a continuación que este texto describe una obra que ha sido realizada en medio de grandes dificultades. Pudiera parecer que es algo muy fácil tener un mensaje y decirlo simplemente. Sí, así lo parece; pero no es tan fácil como se ve a primera vista. Yo no supongo que ustedes crean que sus sirvientes transmiten siempre sus mensajes con precisión. ¿Alguna vez se sentaron en torno a una mesa y le dijeron a una persona alguna historia, pidiéndole que se la contara a su vecino? Dejen que cada uno la susurre a otro y para cuando llegue al final del recorrido difícilmente reconocerían su historia; habría cambiado mucho. En nuestras mentes hay una tendencia a alterar lo que contamos, y es una verdadera lucha apegarse a la estricta verdad. Además, a esta época le encantan las cosas bonitas, lo fresco y lo novedoso; y no siempre es fácil nadar contra la corriente, ni lo es ir en contra de la tendencia de los tiempos y del espíritu de la época. No tenemos un deseo especial de ser considerados más necios que cualquier otra persona. Sabemos dónde está toda la sabiduría; al menos deberíamos saberlo, pues oímos acerca de ella con la suficiente frecuencia. Pregúntenles a los hermanos de la escuela del “pensamiento moderno” si no tienen toda la sabiduría que se pudiera poseer actualmente. Si no dicen que la tienen, muchos de ellos actúan como si pensaran que la tienen. No, amigos, después de todo no es tan fácil apegarse simplemente a la verdad sencilla. Hay un hermano que ha ideado algo maravillosamente novedoso. Leemos su libro; ¿acaso no lo podríamos seguir un poco? Descubrirán, hermanos, que si resuelven asirse firmemente a la fe que ha sido una vez dada a los santos, tendrán que pelear una batalla en la que serán vencidos a menos que confíen en Dios para recibir la fortaleza. Si están dispuestos a desprenderse de la verdad, sólo tienen que buscar agradar al hombre, y eso se logra pronto, y entonces recibirán el saludo de: “¡Salve, compañero! Encantado de conocerte”. Pero si tienen la intención de declarar la verdad de Dios, necesitarán la ayuda del Altísimo en la lucha.

 

Pero aunque el testimonio ha sido dado en condiciones difíciles, ha ido acompañado de un indecible placer. ¡Oh, el deleite de predicar el Evangelio! Con frecuencia les digo a los jóvenes que solicitan su admisión en el Colegio: “Si puedes evitarlo, no te hagas un ministro”. Pero si no puedes evitarlo, si un destino divino te induce, ¡dale gracias a Dios de que así sea! Si eres capaz de predicar el Evangelio, eres más feliz que si hubieses sido escogido para ocupar algún trono. No hay ningún otro oficio como ese debajo del cielo. He oído que algunos dicen que nuestro estudio profesional de la Palabra de Dios puede ser un obstáculo para nuestro crecimiento en la vida divina. Sé a qué se refieren, y hay algo de verdad en sus palabras; pero para mí, la predicación del Evangelio ha sido un continuo vehículo de gracia, y puedo decir con el apóstol Pablo: “A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo”. Realmente es una gracia que a un hombre se le permita predicar el Evangelio; acarrea consigo la gracia.

 

Hermanos en el ministerio, ¿acaso no han leído la Biblia mucho más debido a que han tenido que predicar las benditas verdades reveladas en él? ¿No han sido inducidos a arrodillarse mucho más debido a que han tenido que tratar con almas ansiosas y han tenido que guiar al pueblo de Dios? Estoy seguro de que así es; y yo le doy gracias a Dios por darme un llamamiento que no me aparta del propiciatorio, sino que me conduce allí. Estoy agradecido porque tengo un mensaje que me alegra transmitir y me alegra transmitir en todas partes; un mensaje que no necesita ser ocultado nunca, sino que nos produce gozo repetirlo, y que trae salvación para nuestros oyentes cuando lo escuchan. ¡Bendito sea Dios porque tenemos esa historia que proclamar!

 

Podría decir mucho más acerca de este punto, pero no debo hacerlo, pues nuestro tiempo se agota. Esto debería bastar en cuanto al tema de nuestro testimonio continuo.

 

II.   Ahora, en segundo lugar, el texto hace mención de UNA NOTABLE AUDIENCIA. El salmista repite dos veces: “He anunciado justicia en grande congregación”; y luego otra vez: “No oculté tu misericordia y tu verdad en grande asamblea”.

 

Es asombroso para el predicador que haya una gran congregación para oír el Evangelio. Yo no sé qué piensen al respecto, pero si alguien hubiera sido invitado aquí para hablar tantas veces a la semana sobre política, me pregunto si hubiéramos tenido una congregación igual de numerosa al término de veinticinco años. Mi amigo el señor Varley es un poderoso orador; pero si él hubiera estado predicando acerca de la abstinencia total durante veinticinco años, yo estoy seguro de que algunos se habrían abstenido totalmente de venir a oírlo. Si yo hubiera tenido que predicar aquí acerca de –bien, ¿qué tópico diré?- por ejemplo, del objetivo que la Sociedad de la Liberación tiene en mente, me temo que habría liberado a muchos de ustedes de asistir aquí mucho antes de eso. Todos los otros temas son agotables; pero con ese Libro y con el Espíritu Santo, podríamos predicar perennemente. Nunca llegaríamos a un término.

 

He oído acerca de dos infieles, uno de los cuales le dijo a su compañero: “Si tuvieras que ir a la cárcel durante doce meses, y sólo pudieras llevar contigo un libro, ¿cuál escogerías?” Se quedó muy sorprendido cuando su compañero le respondió: “¡Oh, yo llevaría la Biblia!” El primero le dijo: “Pero tú no crees en eso; me sorprende que la menciones”. ¡Oh!”, –contestó su amigo- “es un libro que nunca acaba”. Su comentario es verdadero, es “un libro que nunca acaba”. Jerónimo solía decir: “adoro la infinitud de la Santa Escritura”; y hacía muy bien. Me gustaría que vieran la Biblia que tengo en mi casa, que está marcada con todos los textos sobre los cuales he predicado. Hay a la fecha treinta y un volúmenes completos de mis sermones; y el volumen treinta y dos está en proceso de publicación. Por supuesto que en adición a los treinta y dos volúmenes de las series semanales regulares, hay muchos más volúmenes impresos, y tengo marcados todos los textos sobre los cuales he predicado. Algunas veces hago el bosquejo de un sermón, y luego, cuando busco en mi Biblia, encuentro que ya he predicado sobre ese texto, y que el sermón ha sido publicado, y digo: “Ese no lo podré utilizar para un domingo en la mañana”. No me gusta repetir el mismo tema con mayor frecuencia de la necesaria. Sin embargo, algunas veces encuentro que puedo tomar el mismo texto y preparar un nuevo sermón sobre él con bastante facilidad, pues hay un manantial inagotable en la Santa Escritura, y la gran congregación necesita oír continuamente repeticiones de la misma gran verdad, aunque siempre es un deber del predicador buscar unas palabras aceptables para presentarla.

 

Joven que estás comenzando a predicar, no tengas miedo de apegarte a tus textos; esa es la mejor manera de obtener variedad en tus discursos. Satura tus sermones de ‘Biblina’, la esencia de la verdad bíblica y siempre tendrás algo nuevo que comunicar.

 

¡Pero cuán alentador es pensar en la gran congregación! Donde hay abundancia de peces siempre hay buena pesca. Estamos obligados a pescar una sola alma dondequiera que pudiera encontrarse una, y quienes pescan un pez a la vez realizan un gran servicio para el Señor. ¡Pero qué deleite es tener la gran red barredera del Evangelio, y echarla en un lago como este, mientras Dios guía la mano del pescador! ¡Seguramente es un hombre feliz!

 

Pero entonces, queridos amigos, cuando pensamos en esta gran congregación, ¡qué solemnes pensamientos se vienen a la mente! Yo subo algunas veces a esta plataforma, y cuando echo un nuevo vistazo a esta gran congregación, me quedo pasmado. Una y otra vez he sentido que preferiría huir antes que enfrentar de nuevo a esta tremenda multitud para hablarle una vez más. ¡Oh, señores, pensar que muchos de ellos son varones moribundos y mujeres moribundas, y pensar que todos ellos necesitan este Evangelio que yo predico, y que muchos van a rechazarlo arrostrando terribles consecuencias, y algunos podrán aceptarlo (será aceptado, gracias a Dios) con consecuencias de gozo indecible! ¡Pensar que tendremos que rendir cuentas de cómo hemos predicado, y de cómo lo han oído ustedes! ¡Pensar que todos nos reuniremos de nuevo delante del tribunal del juicio para rendir cuentas del servicio de cada domingo y de cada jueves! Si Jerjes no podía contener una lágrima ante el pensamiento de las miríadas de sus hombres que morían, ¿quién podría mirar a una congregación como esta sin ser movido a compasión? Sí, sí; no es fácil predicar a una gran congregación como para poder decir al final: “Estoy limpio de la sangre de todos los hombres, pues no he rehuido ante ustedes todo el consejo de Dios”.

 

El espectáculo de esta gran congregación reunida esta noche sugiere muchos recuerdos. Me acuerdo de algunos seres queridos que solían sentarse aquí, y ahí, y allí y allá. Casi puedo verlos ahora: algunos amados santos ancianos de cabezas grises, que solían ser nuestra gloria y que ahora están con Dios; algunos ardientes y jóvenes espíritus que fueron arrebatados antes de alcanzar la plenitud de la vida. Ustedes están sentados donde se sentaron algunos que amaron mucho a su Señor y le sirvieron fielmente. Ocupen dignamente sus lugares, queridos amigos.

 

Pero excúsenme si no digo nada más acerca de este tópico. Mi cerebro parece estar sumido en un torbellino, al tiempo que visiones que se esfuman pasan ante mi memoria en rápida sucesión. Si quieren ver a la vida y a la muerte, párense aquí. Me siento como el capitán sobre el puente de mando de un barco. Los miro allá abajo a ustedes que son los pasajeros y la tripulación; sin embargo, desde otra perspectiva, pareciera que estoy mirando grandes olas que pasan de prisa, y luego vienen otras, y siguen otras; una sucesión de cambios interminables sin que nada permanezca. ¿Cuánto tiempo duraremos? ¿Cuán pronto nos iremos nosotros también? Bien, es algo trascendente haber predicado a Cristo a esta gran congregación. Es algo trascendente creer que quienes no lo han recibido no tienen ninguna excusa. Es mucho mejor creer que muchos lo han recibido, y que nos reuniremos con ellos en la tierra de gloria, regocijándonos en ese glorioso sacrificio por el cual han sido limpiados del pecado, en ese amado Salvador por cuya vida y muerte han sido vivificados y han sido hechos herederos de la gloria eterna. ¡Oh, que esta fe sea encontrada en todos nosotros, y que todos podamos al final unirnos en la asamblea general de la Iglesia de los Primogénitos, cuyos nombres están escritos en el cielo!

 

III.   Sólo me quedan unos cuantos minutos en los que puedo reflexionar sobre el último de los tres puntos: LA ORACIÓN SUGERIDA. ¿Puedo darles simplemente un bosquejo de lo que habría dicho si hubiéramos podido disponer de más tiempo? La oración del salmista es: “Jehová, no retengas de mí tus misericordias; tu misericordia y tu verdad” –las cosas sobre las que había predicado- “me guarden siempre”.

 

Esta oración es apropiada para el predicador, y él la musita ahora. Tomando las palabras de David, y apropiándome de ellas, elevo mi oración al Señor en este momento: “Jehová, no retengas de tus misericordias; tu misericordia y tu verdad me guarden siempre”.

 

La oración es también apropiada para cada cristiano aquí presente. Permítanme leerla, y que cada cristiano la musite ahora: “Jehová, no retengas de tus misericordias; tu misericordia y tu verdad me guarden siempre”.

 

Con una pequeña alteración, esta oración les podría convenir a ustedes que todavía no son salvos, pero que desean serlo: “Jehová, no retengas de tus misericordias”. ¿La estás musitando? ¿Acaso no es este un tiempo adecuado para elevar esta oración? Todas las señales son propicias. Hay “un ruido como de marcha por las copas de las balsameras”. Hay señales de un bien abundante. Esta noche nos cubre el rocío. Por tanto, si no has orado nunca, ¡eleva ahora esta oración; y que Dios te ayude a reclamar la respuesta mediante una fe apropiadora!

 

Me parece que al menos tres cosas le sugirieron al salmista esta oración.

 

Primero, le fue sugerida por la gran congregación. David pareciera decir: “Jehová, como hay tantos seres que necesitan de Tu cuidado, no permitas que yo me pierda en medio de la multitud; no retengas de mí Tus misericordias”.

 

“Señor, me entero acerca de lluvias de bendiciones

Que esparces, libres y plenas;

Lluvias que refrescan a la tierra sedienta;

Deja que algunas gotas caigan sobre mí,

También sobre mí”.

 

A continuación, le fue sugerida por el tema. “Tu misericordia y tu verdad me guarden siempre. Como oigo acerca de Tu bondad, no puedo tolerar perdérmela. Como oigo acerca de Tu verdad, no quisiera ser un extraño para ella. ¡Señor, bendíceme también a mí!”

 

Luego, además, le fue sugerida por el futuro. El salmista esperaba sufrir grandes pruebas y serias aflicciones, y por tanto oraba: “Tu misericordia y tu verdad me guarden siempre”.

 

Ahora, como congregación, hemos cumplido veinticinco años en este edificio, pero no debemos suponer que hemos llegado al final de nuestras luchas o ni siquiera al fin de nuestros pecados. Oh, hermanos y hermanas, este es solo un tramo del camino al cielo. Creo que les dije una vez antes que algunos amigos, cuando erigen un Ebenezer, se sientan en la cima, y dicen: “Aquí nos vamos a detener”. Cuando este Tabernáculo fue inaugurado, yo recuerdo que esa noche puse un afilado clavo de hierro en la parte superior de “la piedra de ayuda”, para que nadie pudiera sentarse sobre ella; y hago lo mismo otra vez sobre la piedra Ebenezer que erijo en recuerdo de la bondad de Dios. Que ninguno de nosotros se siente al final de este vigésimo quinto año y diga: “hemos llegado hasta aquí, y aquí nos vamos a quedar”. Largas noches de tinieblas acechan ante nosotros, hay gigantes contra quienes debemos luchar, montañas que debemos escalar y ríos que debemos atravesar. ¿Quién sueña con la tranquilidad mientras permanezca aquí, en el país del enemigo? ¡Desenvaina tu espada, amigo! No has concluido la batalla. ¡Despierta, tú que duermes! No has llegado todavía al lugar de reposo. Este es el lugar para vigilar y orar y luchar y esforzarte. Por tanto clamamos: “No retengas de mí tus misericordias”. Nos estamos haciendo viejos; nos estamos volviendo débiles; tal vez nos estemos haciendo menos sabios. ¿Quién garantiza que todos los años nos traerán buenas nuevas? Podrían traernos mal si confiamos en nuestra experiencia pasada. Necesitamos que Dios esté con nosotros igual que ha estado siempre. Por tanto, hemos de clamar a Él pidiendo: “Desde esta noche bendícenos más y más”.

 

El pobre salmista experimentaba grandes problemas cuando elevó esta oración. Dice: “Me han rodeado males sin número”. Por tanto pide: “No retengas de mí tus misericordias”.

 

Añade: “Me han alcanzado mis maldades”. Si hay alguien aquí cuya conciencia lo esté acusando, y que sea culpable delante de su Dios, que eleve esta oración por causa de sus iniquidades.

 

Prosigue diciendo: “No puedo levantar la vista”. Si ese es tu caso, si no puedes levantar la vista, pídele al Señor que mire hacia abajo, y clama pidiéndole que nunca retenga de ti su misericordia.

 

David dice adicionalmente respecto a sus iniquidades: “Se han aumentado más que los cabellos de mi cabeza, y mi corazón me falla”. Bien, cuando nuestro corazón en verdad nos falla, hemos de recordar la misericordia que nos ha ayudado a lo largo de tanto tiempo, y debemos arrojarnos otra vez sobre esa misericordia para todo lo que nos espera.

 

No voy a aventurar ninguna profecía. El miércoles asistí al funeral de nuestro amado hermano el doctor Stanford. Ustedes podrían asistir al mío antes de que acabe este año; o yo podría asistir al de ustedes. Aunque pudieran levantar la cortina que oculta el futuro, no desearían hacerlo, ¿no es cierto? Confíen en el Señor de tal manera que si viven, estén preparados a vivir, y si mueren, estén preparados a morir. Pienso que lo mejor que pueden hacer es hacer la siguiente cosa que les toque, y hacerla completamente bien. Yo estuve aquí el lunes pasado. No había tenido descanso de la obra espiritual desde las tres de la tarde hasta las nueve y media de la noche; y aproximadamente a la mitad de ese lapso, pensé: “Bien, no sé cómo voy a completar esta larga, larga tarde de entrevistas a buscadores y a candidatos para la membresía de la iglesia”. Así que le pregunté a un hermano: “¿Cómo podré hacerlo todo?” Sin embargo, había una tasa de té frente a mí, y dije: “creo que voy a tomarme ese te; eso es lo siguiente que tengo que hacer”. Con frecuencia ese será su mejor curso de acción: hacer simplemente lo siguiente que puedan hacer cuando se estén diciendo: “¿Qué haré si vivo hasta la ancianidad?” Cuando regresen a casa esta noche, coman su cena y vayan a la cama para la gloria de Dios; y cuando se levanten por la mañana, no piensen en lo que van a hacer en la noche. Hagan lo que les corresponda cuando comiencen las tareas del día, y continúen en esa misma dirección. Si pudieran ver la suficiente distancia para dar un paso a la vez, eso es todo lo lejos que necesitan ver. No comiencen a atisbar el futuro; vayan directamente de día en día, dependiendo de Dios para la misericordia y la gracia y la fortaleza del día. Esa es la manera de vivir, y yo estoy persuadido de que esa es la manera de morir. El señor Wesley dijo: “Si yo supiera que iba a morir esta noche, y tuviera un compromiso de asistir a una sesión de clases, yo asistiría. Si hubiera prometido visitar y ver a la anciana Betty de Tal, camino de regreso, a verla iría. Luego tendría que ir a casa, y haría la oración en familia. Haría eso. Luego me quitaría mis botas, y me iría a la cama, tal como lo haría si no me fuera a morir”.

 

Oh, no permitan que la muerte sea un tipo de adición al programa que no estaba calculada; pero vivan de tal manera que cuando llegue –si viniera mientras estamos sentados aquí- estén preparados para recibirla. Entonces la suya será una vida feliz, una vida útil. El secularismo nos enseña que debemos mirar a este mundo. El cristianismo nos enseña que la mejor manera de prepararnos para este mundo es estar plenamente preparados para el siguiente. Si nuestra conversación y nuestra ciudadanía están en el cielo incluso mientras estamos en la tierra, eso eleva y glorifica los deberes seculares, que de otra manera se arrastrarían en el cieno. ¡Que Dios los bendiga, amados! Alabemos Su nombre por todas las misericordias del pasado cuarto de siglo, y confiemos en Su gracia para todo el futuro.

 

Nota del traductor:

 

(1) La palabra que desglosa aquí el pastor Spurgeon es: lovingkindness, la cual es traducida en español como “misericordia”, y tiene dos componentes: loving y kindness: amabilidad amorosa.

 

(2) Hito: Señal de piedra que se pone para marcar los límites de un terreno o la dirección de un camino; para indicar las distancias, etc.; mojón, poste. Hecho importante que constituye un punto de referencia en la historia o en la vida de algo o de alguien.   

 

 

Traductor: Allan Román

22/Diciembre/2011

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