El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano

Cómo Dios Viene al Hombre

NO. 2900

 

SERMÓN PREDICADO LA NOCHE DEL JUEVES 13 DE JULIO DE 1876

POR CHARLES HADDON SPURGEON

EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES.

Y PUBLICADO EL JUEVES 8 DE SEPTIEMBRE DE 1904.

 

“Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la  presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto. Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú?” Génesis 3: 8, 9.

 

“¿Cómo vendrá Dios a nosotros ahora que nos hemos rebelado contra Él?” Esa es una pregunta que debe de haber dejado grandemente perplejos a nuestros primeros padres, y se pudieran haber dicho el  uno al otro: “Tal vez Dios no vendrá a nosotros del todo y entonces seremos en verdad huérfanos. Si se nos permitiera continuar viviendo, tenemos que continuar viviendo sin Dios y sin esperanza en el mundo”. Habría sido la peor cosa que le pudiera haber pasado a nuestra raza si Dios hubiera dejado que este planeta siguiera su propio curso y hubiese dicho respecto al pueblo en él, “Los dejé, por tanto, a la dureza de su corazón, pues son dados a ídolos”.

 

Pero si Él vino a nuestros primeros padres, ¿cómo vendría? Seguramente, Adán y Eva deben de haber tenido miedo de que estuviera acompañado por los ángeles de la venganza para destruirlos de inmediato, o, de cualquier manera, para atarlos con cadenas y grilletes para siempre. Así que se preguntaban entre ellos mismos: “¿Vendrá; y si viene, implicará su venida la total destrucción de la raza humana?” Sus corazones deben de haber estado grandemente perplejos en su interior mientras esperaban para ver lo que Dios haría como un castigo por el gran pecado que habían cometido. Yo creo que ellos pensaron que Él vendría a ellos. De su experiencia pasada conocían tanto de Su longanimidad que se sentían seguros de que vendría; sin embargo, entendían también tanto de Su santo furor contra el pecado que deben de haber tenido miedo de Su venida; así que fueron y se ocultaron entre los árboles del huerto, aunque cada árbol debe de haberlos reprendido por su desobediencia, pues cada uno de los árboles parecía decirles: “¿Por qué vienen aquí? Han comido del fruto del árbol que se les había prohibido probar. Ustedes han quebrantado el mandamiento de su Hacedor y Su sentencia de muerte ya ha salido contra ustedes. Cuando Él venga, vendrá ciertamente para tratar contigo en juicio de conformidad con Su palabra fiel; y cuando lo haga, ¿qué será de ti?” Cada hoja, al crujir, debe de haberlos asustado y alarmado. El aliento de la brisa nocturna al pasar a lo largo del huerto debe de haberlos llenado de miedo y de espanto en cuanto a la condenación que les esperaba.

 

Ahora, Dios vino “al aire del día”, o como lo expresa el hebreo: “en el viento de la tarde”, cuando la brisa nocturna estaba soplando a lo largo del huerto. Para nosotros es difícil imaginar incluso cómo se reveló a nuestros primeros padres. Yo supongo que condescendió a tomar sobre sí alguna forma visible. Era “la voz del Señor Dios” la que oían en el huerto, y ustedes saben que es la Palabra de Dios a quien le ha agradado hacerse visible a nosotros en carne humana. Pudo haber asumido alguna forma en la que podían verle; de otra manera, como un espíritu puro, Dios no podía ser reconocido ni por los oídos ni por los ojos de ellos.

 

Oyeron Su voz que hablaba cuando caminaba en el huerto al aire del día; y cuando llamó a Adán, aunque había una justa ira en el tono de Su voz, con todo, sus palabras fueron muy tranquilas y dignificadas, y, hasta donde debían serlo, muy tiernas; pues si bien pueden leer las palabras de esta manera: “Adán, ¿dónde estás tú?” pueden leerlas así también: “¿Dónde estás tú, pobre Adán, dónde estás tú?” Puedes poner un tono de piedad en las palabras, y sin embargo, no las estarías leyendo mal. Entonces el Señor viene así en benignidad al aire del día y los llama a rendir cuentas; pacientemente escucha sus perversas excusas, y luego pronuncia sobre ellos una sentencia, que, onerosa como era para la serpiente, y pesada como era para todos aquellos que no son salvos por la prodigiosa Simiente de la mujer, con todo tiene mucha misericordia incorporada en la promesa de que la Simiente de la mujer herirá la cabeza de la serpiente, una promesa que debe de haber brillado en sus tristes y pecadoras almas así como una estrella particular y brillante resplandece en la oscuridad de la noche.

 

Yo aprendo, de este incidente, que Dios viene a los hombres pecadores, tarde o temprano, y podemos aprender también, de la manera como vino a nuestros primeros padres, cómo es probable que venga a nosotros. Su venida será diferente para diferentes personas; pero deducimos de este incidente, que Dios ciertamente vendrá a hombres culpables, aun si espera el aire del día; y también entendemos un poco acerca de la manera en que vendrá en definitiva a todos los hombres.

 

Recuerda esto, pecador, que sin importar cuánto te apartes de Dios, tendrás que acercarte a Él uno de estos días. Puedes ir y arrancar el fruto que Él prohíbe que toques, y luego puedes ir y ocultarte entre las gruesas ramas de los árboles en el huerto y pensar que te has escondido; pero tendrás que comparecer cara a cara ante tu Hacedor en algún momento u otro. Pudiera no ser hoy, o mañana; pudiera no ser hasta “el aire del día” del tiempo; es más, pudiera ser hasta que el tiempo mismo ya no sea más; pero, por fin, tendrás que ser confrontado por tu Hacedor. Como el cometa que vuela muy lejos del sol, vagando en el espacio para cubrir una distancia completamente inconcebible, y sin embargo, tiene que regresar de nuevo, sin importar cuánto tiempo tome su circuito, así tendrás que regresar a Dios, ya sea voluntariamente, arrepentidamente, crédulamente, o de otra manera sin la disposición de hacerlo y en cadenas, para recibir la sentencia de condenación de los labios del Todopoderoso a quien has provocado a ira por tu pecado. Pero Dios y tú tienen que reunirse, tan ciertamente como estás viviendo aquí ahora; en algún momento u otro, cada uno de ustedes tiene que oír la voz del Señor Dios diciéndoles, tal como le dijo a Adán: “¿Dónde estás tú?”

 

Ahora, de esta reunión entre Dios y el hombre caído yo aprendo unas cuantas lecciones, que se las voy a transmitir conforme me capacite el Espíritu Santo.

 

I.   La primera es esta. Cuando Dios se reunió con el hombre caído, no fue sino hasta el aire del día. Esto me sugiere LA GRAN PACIENCIA DE DIOS CON EL CULPABLE.

 

Ya sea que Adán y Eva pecaran temprano en la mañana, o en mitad del día, o hacia la noche, no lo sabemos. No es necesario que sepamos eso; pero es probable que el Señor Dios concediera un intervalo para intervenir entre el pecado y la sentencia. Él no tenía prisa por venir, porque no podía venir excepto en ira, para hacerles ver sus pecados. Ustedes saben cuán rápidos son los temperamentos de algunos hombres. Si son provocados, sólo dicen una palabra y lanzan un golpe, pues no tienen ninguna paciencia. Es nuestra pequeñez lo que nos hace impacientes. Dios es tan grande que Él puede tolerar mucho más que nosotros; y aunque el pecado de nuestros primeros padres lo provocó grandemente, -y es Su gloria que es tan santo que no puede mirar a la iniquidad sin indignación- con todo pareció decirse: “Tengo que ir y llamar a estas dos criaturas mías para que den cuenta de su pecado; con todo, el juicio es mi trabajo extraño, pero es en la misericordia en la que yo me deleito. Esta mañana, descorrí las cortinas que los habían protegido durante la noche, y se derramó la luz del sol sobre ellos, ni un segundo más allá del tiempo señalado, y me alegró hacerlo; y todo el día, he estado derramando misericordias sobre ellos, y los refrescantes rocíos nocturnos están comenzando a caer sobre ellos. Yo no voy a bajar con ellos hasta el último momento posible. Voy a posponerlo hasta el aire del día”. Dios no hará nada al calor de la pasión; todo será deliberado y tranquilo, majestuoso y divino.

 

El hecho de que Dios no viniera a cuestionar a sus pecadoras criaturas hasta el aire del día debería enseñarnos la grandeza de Su paciencia, y también debería enseñarnos a ser, nosotros mismos, pacientes con otros. ¡Cuán maravillosamente paciente ha sido Dios con algunos de ustedes que están aquí! Han vivido muchos años y han disfrutado de Sus misericordias, con todo escasamente han pensado acerca de Él. Ciertamente no le han entregado sus corazones; pero Él no ha venido para tratar con ustedes en juicio todavía. Él los ha esperado veinte años a ustedes, jóvenes; treinta años, cuarenta años, a ustedes, personas de edad media; cincuenta años, sesenta años, a ustedes que están dejando atrás ese período; setenta años, tal vez, o incluso ochenta años se ha sabido que se ha demorado, pues “se deleita en misericordia”, pero no se deleita en juicio. Setenta años forman una larga vida de días, sin embargo, muchas personas gastan todo ese tiempo en perpetrar pecados frescos. Llamados al arrepentimiento una y otra vez, solo se vuelven más impenitentes por resistir el llamado de la misericordia. Favorecidos con tantas bendiciones como las arenas de la costa del mar, sólo demuestran ser más ingratos por dejar de apreciar todas esas bendiciones. Es maravilloso que Dios esté dispuesto a esperar hasta el aire de ese largo, largo día de vida como son setenta u ochenta años. ¡Cuán pacientes, entonces, deberíamos ser los unos para con los otros! Sin embargo ustedes, padres, ¿son siempre pacientes con sus hijos, sus jóvenes hijos que pudieran no haberlos ofendido voluntariamente o conscientemente? ¡Qué paciencia deberían ejercitar siempre para con ellos! ¿Y tienes una paciencia parecida por un amigo o un hermano que podría usar un lenguaje áspero y provocarte? Sin embargo, así debería ser tu paciencia. Nunca debemos sujetar por el cuello a nuestro hermano, y decirle: “Págame lo que me debes”, en tanto que encontremos a Dios esperando deliberadamente hasta el aire del día antes de venir a esos que le han ofendido, y aun entonces sin expresar ninguna palabra más de ira de las que deben ser expresadas, y mezclando aun esas palabras con misericordia que no tiene límites.

 

II.   Lo segundo que yo deduzco de la venida del Señor a Adán y Eva al aire del día es SU CUIDADO DIVINO POR EL CULPABLE.

 

Aunque no vino hasta el aire del día, manifestando así Su paciencia, vino entonces, manifestando así Su cuidado por aquellos que habían pecado contra él. Pudo haberlos dejado toda la noche; toda la noche sin su Dios, toda la noche sin Él después de que habían hecho lo que les había prohibido hacer –toda la noche- una noche sin dormir, una noche terrible, una noche que habría sido embrujada con mil miedos; toda la noche con esta gran batalla temblando en la balanza, con la gran pregunta de su castigo que no ha sido resuelto, y un temor indefinible del futuro pendiendo sobre ellos. Muchos de ustedes saben que la tribulación de que algo sea mantenido en suspenso es casi peor que cualquier otro problema en el mundo. Si un hombre supiera que tiene que ser decapitado, sería más fácil para él morir de inmediato que tener que ponerse de rodillas con su cuello sobre el bloque, y el hacha deslumbrante levantada sobre él y sin saber cuándo podría caer. El suspenso es peor que la muerte; pareciéramos sentir mil muertes mientras tenemos una muerte en suspenso. Entonces Dios no dejaría a Adán y a Eva en suspenso a lo largo de toda la noche después de que habían pecado contra Él, pero vino a ellos al aire del día.

 

Hubo una razón adicional por la que vino a ellos; sin importar el hecho de que le habían desobedecido y que tendría que castigarlos, recordó que todavía eran Sus criaturas. Parecía estar diciendo en su interior: “¿Qué les haré? No debo destruirlos completamente, pero ¿cómo puedo salvarlos? Tengo que implementar mi amenaza, pues mi palabra es verdadera; sin embargo, también debo ver cómo puedo perdonarlos, pues yo soy longánimo, y mi gloria ha de ser aumentada por el despliegue de mi gracia hacia ellos”. El Señor los miró como los progenitores designados de sus elegidos; y consideraba a Adán y a Eva también, esperemos, como Sus elegidos, a quienes amó a pesar de su pecado, así parecía decir: “No voy a dejarlos toda la noche sin la promesa que iluminará su penumbra”. Era sólo una promesa; y, tal vez, no era claramente entendida por ellos; aun así, era una promesa de Dios, aunque le fue dicha a la serpiente, “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar”. Entonces, ni una sola noche fueron dejadas las pobres criaturas de Dios sin por lo menos una estrella que brillara en las oscuridad para ellas, y así Él mostró Su cuidado por ellas. Y todavía, queridos amigos, aunque Dios es lento para la ira, con todo siempre está listo para perdonar, y es muy tierno y compasivo aun cuando tiene que dictar sentencia contra los culpables. “No contenderá para siempre, ni para siempre guardará el enojo”. Ustedes pueden ver Su cuidado y consideración aun para el más indigno de nosotros, porque no nos ha cortado en nuestros pecados. Nosotros:

 

“No estamos en tormentos, no estamos en el infierno”.

 

Podemos ver las marcas de Su benignidad en los propios vestidos a nuestras espaldas y el alimento del que participamos por Su generosidad. Muchos de Sus dones vienen, no meramente a quienes no los merecen, sino a aquellos que merecen ser llenados con la hiel y el ajenjo de la ira todopoderosa para siempre.

 

III.   Ahora, en tercer lugar, quiero mostrarles que, CUANDO EL SEÑOR VINO EN EFECTO, NOS PROPORCIONÓ UN MODELO DE CÓMO EL ESPÍRITU DE DIOS VIENE PARA DESPERTAR LAS CONCIENCIAS DE LOS HOMBRES.

 

Ya he dicho que, tarde o temprano, Dios vendrá a confrontar a cada uno de nosotros. Querido amigo, yo ruego que si nunca ha venido a ti en la forma de un despertar de tu conciencia y haciéndote sentir un pecador, que pueda venir a ti muy rápidamente. Y cuando venga para despertarte y despabilarte, será más o menos de esta manera.  

 

Primero, viene oportunamente: “al aire del día”. El trabajo de Adán estaba hecho, y Eva no tenía nada más que hacer hasta el siguiente día. En esa hora, habían estado acostumbrados, en tiempos más felices, a sentarse y descansar. Ahora Dios viene a ellos, y el Espíritu de Dios, cuando viene a despertar a los hombres, generalmente los visita cuando tienen un poco de tiempo para un pensamiento apacible. Tú entraste y escuchaste un sermón; su mayor parte se esfumó de tu memoria, pero hubo unas cuantas palabras que te impactaron de manera que no te podías deshacer de ellas. Tal vez, ya no pensaste más acerca del mensaje que habías escuchado. Algo más intervino y te arrebató la atención. Pero, un poco de tiempo después, tuviste que vigilar toda la noche junto al lecho de un amigo enfermo, y entonces Dios vino a ti, y trajo a tu recuerdo las palabras que habías olvidado. O pudiera ser que algunos textos de la Escritura que aprendiste cuando eras un niño comenzaron a hablarte a través de las vigilias de la noche. O, tal vez, ibas a lo largo de una solitaria carretera en el campo, o, pudiera ser que estabas en el mar en una noche oscura, y las olas rodaban pesadamente de manera que no podías dormir, e incluso llegaste a temer que serías engullido por el furioso mar. Entonces, entonces vino la voz del Señor Dios hablándote personalmente. Cuando otras voces fueron silenciadas, hubo una oportunidad para que Su voz fuera oída.

 

No sólo el Señor vino a Adán y a Eva oportunamente, sino que le habló a Adán personalmente, y le dijo: “¿Dónde estás tú?” Uno de los grandes errores en conexión con toda la predicación es que tantos oyentes persistirán en prestarles sus oídos a otras personas. Escuchan un fiel sermón evangélico, y entonces dicen: “Ese mensaje es apto admirablemente para el Vecino Tal y Tal. ¡Qué lástima que la señora Fulana de Tal no lo oyera! Esa habría sido la palabra propicia para ella”. Sí, pero cuando Dios viene a ti, así como vino a Adán y a Eva, y si no eres convertido, yo ruego que te convierta, cada una de las palabras del sermón que te dará será para ti mismo. Él dirá, “Adán”, o “Juan”, o “María”, o cualquiera que fuera tu nombre, “¿Dónde estás tú?” La pregunta estará dirigida a ti mismo únicamente; no tendrá ninguna relación con ninguno de tus vecinos, sino únicamente contigo mismo. La pregunta podría adoptar una forma como esta: “¿Dónde estás tú? ¿Qué has estado haciendo? ¿Cuál es tu condición ahora? ¿Te arrepentirás ahora, o continuarás todavía en tus pecados?” Joven amigo, ¿no has tenido alguna experiencia de este tipo? Fuiste al teatro; pero cuando regresaste a casa, dijiste que no lo habías disfrutado, y que hubieras preferido no ir. Parecía como si Dios hubiera venido para luchar contigo y para razonar contigo acerca de tu vida pasada, sacando una cosa tras otra en la que has pecado contra Él. En todo caso, esta es la manera en que trata con muchos; y si trata así contigo, sé agradecido por ello, y entrégate a Él y no luches contra Él. Siempre me alegra cuando los hombres no pueden ser felices en el mundo; pues, en tanto que puedan serlo, lo serán. Es siempre una gran misericordia cuando comienzan a estar enfermos de la exquisiteces de Egipto, pues entonces podemos conducirlos, por la guía de Dios, a buscar la leche y la miel de la tierra de Canaán; pero no hasta entonces. Es una gran bendición cuando el Señor pone delante de ti, personalmente, una verdadera visión de tu propia condición ante Sus ojos, y te hace mirar allí tan denodadamente, concentrando tu pensamiento entero en ello, de manera que no puedes ni siquiera comenzar a pensar acerca de otros porque eres forzado a examinar tu propio yo, para ver cuál es tu condición real en relación a Dios.

 

Cuando el Señor viene así a los hombres, y habla personalmente con ellos, los conduce a darse cuenta de su condición perdida. ¿No ven que esto está implicado en la pregunta: “Dónde estás tú? Adán estaba perdido, perdido para Dios, perdido para la santidad, perdido para la felicidad. Dios mismo pregunta: “¿Dónde estás tú?” Eso fue para que Adán supiera esto: “Te he perdido Adán; en un tiempo, yo podía hablar contigo como con un amigo, pero ya no puedo hacerlo más. Tú fuiste una vez mi hijo obediente, pero ahora no lo eres; te he perdido. ¿Dónde estás tú?” Que Dios el Espíritu Santo convenza a cada persona inconversa aquí que él o ella está perdida, no sólo perdidos para ellos mismos, y para el cielo, y para la santidad, y para la felicidad, sino perdidos para Dios. Era de los perdidos de Dios de quienes Cristo hablaba tan a menudo. Él propio era el buen Pastor, que juntó a sus amigos y vecinos, diciéndoles: “Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido”; y Él representa a Su Padre que dice de Su hijo cuando regresa a Él: “Este mi hijo era muerto’ –muerto para mí- ‘y vive de nuevo’ –estaba perdido, perdido para mí ‘y es encontrado’”. El valor de un alma para Dios, y el sentido de pérdida de Dios en el caso de cada alma individual, es algo que vale la pena meditar, y calcular, si puede ser calculado. Dios hace que el hombre se dé cuenta que está perdido por sus propios gemidos y súplicas, tal como le dijo a Adán: “¿Dónde estás tú?”

 

Ustedes observarán también que el Señor no sólo vino a Adán y le cuestionó personalmente, sino que hizo que Adán le respondiera; y si el Señor se ha acercado a cualquiera de ustedes, hablando contigo al aire del día, y cuestionándote acerca de la condición perdida, él hará que confieses tu pecado, y te llevará a reconocer que era realmente tuyo. Él no te dejará como Adán quería ser dejado, es decir, echando la culpa a Eva por la desobediencia; y él no te dejará como Eva trató de quedarse, es decir, traspasando la culpa al diablo. Antes de que el Señor haya acabado contigo, te traerá a este punto, que sentirás, y confesarás y reconocerás que tú eres realmente culpable de tu propio pecado y que tienes que ser castigado por él. Cuando te rebaja a ese punto y no tienes nada en absoluto que decir por ti mismo, entonces te perdonará. Yo recuerdo bien cuando el Señor me hizo caer de rodillas de esta manera, y vació toda mi justicia propia y la confianza en el yo, hasta que sentí que el lugar más caliente en el infierno era lo que realmente merecía, y que, si salvaba a todos los demás, pero no me salvaba a mí, Él todavía sería justo y recto, pues yo no tenía ningún derecho de ser salvado. Entonces, cuando era obligado a sentir que tiene que ser todo por gracia, o de lo contrario no podría haber salvación para mí, entonces me habló tierna y amablemente; pero, al principio, no parecía haber ninguna ternura o piedad para mi alma. El Señor venía hacia mí, desnudando mi pecado, revelándome mi condición perdida, y haciendo que me estremeciera y temblara, mientras temía que lo siguiente que me diría sería: “Apartaos de mí, maldito, al fuego eterno”; en vez de lo cual me dijo en tonos de sorprendente amor y longanimidad, “Te he puesto entre mis hijos; ‘Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia”. Bendito sea el nombre del Señor, por los siglos de los siglos, por tal asombroso tratamiento como este que es aplicado a los culpables y a los perdidos.

 

IV.   Ahora, en cuarto lugar, y muy solemnemente, quiero mostrarles que ESTA VENIDA DEL SEÑOR A ADÁN Y A EVA ES TAMBIÉN PROFÉTICA DE LA MANERA EN QUE VENDRÁ COMO UN ESPÍRITU JUZGADOR DE QUIENES LE RECHAZAN COMO UN ESPÍRITU DESPERTADOR.

 

Inconversos, ya les he recordado que tan ciertamente como viven, tendrán que someterse a Dios, como el resto de nosotros. Tarde o temprano tendrán que conocerle y saber que Él los conoce. No habrá manera de escapar de una entrevista que será sumamente seria y sumamente terrible para ustedes. Tendrá lugar “al aire del día”. Yo no sé cuándo pudiera ser eso. Cuando venía en camino para este servicio, pasé a visitar a una joven dama para quien “al aire del día” ha venido a los veinticinco o a los treinta años de edad. La tisis ha hecho que el día de su vida sea comparativamente breve; pero, bendito sea Dios, Su gracia ha hecho que sea uno muy feliz; y ella no tiene miedo, “al aire del día”, oír la voz del Señor Dios llamándola a casa. Es bueno que no tenga miedo; pero tú, que no has creído en Jesús, tendrás que oír esa misma voz divina al aire del día de tu vida. Se te puede permitir llegar a viejo; la fortaleza de la juventud y de la edad adulta se habrán ido, y comenzarás a apoyarte en tu cayado, y a sentir que no tienes el vigor que solías tener, y que no puedes cumplir un día duro de trabajo como solías hacerlo, y no debes intentar correr por las colinas como lo hacías antes. Ese será “el aire del día” para ti, y luego el Señor Dios vendrá a ti, y dirá: “Ordena tu casa, porque morirás, y no vivirás”.

 

Algunas veces ese aire del día viene a un hombre justo cuando le hubiera gustado que fuera al calor del día. Él está haciendo dinero, y sus hijos se está multiplicando en torno a él, así que quiere detenerse en este mundo un poco más de tiempo. Pero eso no puede ser; tiene que subir a su lecho, y tiene que acostarse allí por tantos días y noches, y luego tiene que oír la voz del Señor Dios cuando comienza a cuestionarle, y a decir: “¿Dónde estás tú en relación a mí? ¿Me has amado con todo tu corazón, y mente y alma y fuerza? ¿Me has servido? ¿Estás reconciliado a mí por medio de la muerte de Mi Hijo? Tales preguntas como esas vendrán a nosotros tan ciertamente como Dios nos ha hecho, y tendremos que dar cuentas de los actos realizados en el cuerpo, ya sea que hayan sido buenos o hayan sido malos. Yo les ruego que piensen en estas cosas, y que no digan: “¡Ah!, eso no sucederá justo ahora”. Eso es más de lo que cualquiera de nosotros pudiera decir; y permítanme recordarles que la vida es muy corta aun en su mayor duración. Estoy apelando especialmente a aquellos que son de mi edad. ¿No encuentran ustedes, queridos amigos, que cuando están entre cuarenta y cincuenta años de edad, las semanas parecieran ser mucho más cortas de lo que solían ser cuando eran jóvenes? Yo por tanto deduzco que, cuando nuestros amigos tienen setenta u ochenta años de edad, el tiempo tiene que parecer mucho más corto para ellos de lo que fue jamás. Yo pienso que una razón por la que Jacob, cuando tenía ciento treinta años de edad, le dijo a Faraón: “Pocos y malos han sido los días de los años de mi vida”, era simplemente esto: que realmente era un hombre muy viejo, aunque no tan viejo como sus ancestros, ese tiempo le parecía incluso más breve a él de lo que parecía a gente más joven. Si eso era así, entonces, yo supongo que, entre más vive un hombre, más corto parecería ser el tiempo. Pero corto o largo, tu parte de él pronto acabará, y serás llamado a encoger tus pies en la cama, y a reunirte con el Dios de tus padres.

 

Cuando llegue esa hora decisiva y solemne, tu entrevista con Dios tendrá que ser personal. Los patrocinadores no servirán de nada para nadie en el lecho de muerte. No servirá de nada, entonces, llamar a amigos cristianos que tomen una porción de tu carga. No serán capaces de darte de su aceite pues no tienen suficiente gracia para ellos mismos y para ti. Si vives y mueres sin aceptar la ayuda del único Mediador entre Dios y el hombre, todas estas preguntas tendrán que ser resueltas entre tu alma y Dios sin que nadie más intervenga entre ti y tu Hacedor; y todo esto puede pasar en cualquier momento. La plática personal entre Dios y tu alma, al final de tu vida puede ser ordenada para tener lugar esta misma noche; y yo soy enviado, como un precursor, sólo para darte esta advertencia de manera que no te reúnas con tu Dios completamente por sorpresa, sino que, de cualquier manera, puedes ser invitado y exhortado a estar preparado para esa gran entrevista.

 

Siempre que esa entrevista tiene lugar, Dios tratará contigo en solemne sinceridad, personalmente haciéndote ver tu pecado. Serás incapaz de negarlo, pues habrá Uno presente, en esa entrevista, que lo ha visto todo, y las preguntas que hará acerca del estado de tu alma serán muy escudriñadoras. Él no preguntará meramente acerca de un pecado, sino acerca de todos tus pecados. Él no solo preguntará acerca de tu vida pública, sino también acerca de tu vida privada; no preguntará meramente acerca de tus actos, sino acerca de tus dichos, y tus disposiciones, y tus pensamientos, y acerca de toda tu posición en relación a Él mismo, así como le preguntó a Adán: “¿Dónde estás tú?”

 

En imaginación –yo ruego que sea sólo en la imaginación- veo morir a algunos de ustedes no siendo salvos; y yo los veo cuando pasan al otro mundo sin ser perdonados, y tu alma se da cuenta, por primera vez, cuál fue la experiencia del rico, de quien nuestro Salvador dijo: “Y en el Hades alzó sus ojos”, como si hubiese estado dormido antes, y se acabara de despertar a su verdadera condición. “Alzó sus ojos”, y contempló a su alrededor, pero no pudo ver nada excepto lo que le causaba desmayo y horror; no había ninguna traza de gozo o esperanza, ningún rastro de tranquilidad o paz. Luego, a través de la terrible lobreguez, vino el sonido de tales preguntas como estas: “¿Dónde estás tú, pecador? Estabas en una casa de oración hace unas cuantas semanas, y el predicador te exhortó a buscar al Señor; pero tú procrastinaste. ¿Dónde estás ahora? Tú decías que no había tal lugar como el infierno; ¿pero qué dices al respecto de eso ahora? ¿Dónde estás tú? Tú despreciabas el cielo, y rechazabas a Cristo; ¿dónde estás ahora? ¡Qué horror se apoderará del espíritu incorpóreo cuando reflexione que se ha metido en la condición de la cual se le había advertido y de la cual se le había invitado a escapar, pero que a propósito escogió para sí, cometiendo así un eterno suicidio! ¡Que el Señor en misericordia preserve a todos ustedes de hacer eso! Pero si lo hacen, entonces saldrá de los labios del justamente ofendido Dios la sentencia irrevocable, “Apartaos de mí, malditos”.

 

Una de las cosas más terribles en conexión con esta reunión de Dios con Adán fue, que Adán tenía que responder las preguntas del Señor. El Señor le dijo: “¿Has comido del árbol de que yo te mandé no comieses?” En nuestras cortes de ley, no requerimos que los hombres respondan las preguntas que los incriminarían, pero Dios lo hace; y, en el último gran día, los impíos serán condenados sobre su propia confesión de culpa. Mientras están en este mundo, ponen una cara de bronce, y declaran que no han hecho ningún mal a nadie –ni siquiera a Dios- pagan su camino, y son tan buenos como sus vecinos y mejor que la mayoría de ellos; pero toda su fanfarronada y bravado desaparecerán en el día del juicio, y ya sea que se queden sin habla delante de Dios y por carencia de habla reconocen su culpabilidad delante de Él; o si llegan a hablar sus vanas excusas y apologías solo los volverá convictos. De sus propias bocas se van a condenar ellos mismos, como ese perverso y flojo siervo que fue echado a las tinieblas exteriores donde había llanto y crujir de dientes. ¡Que Dios nos conceda que nunca sepamos, por una triste experiencia personal, lo que significa esa expresión!

 

V.   Ahora, por último, esta reunión de Dios con Adán debería conducirnos a los que creemos en Cristo A ESPERERAR REUNIRNOS CON ÉL EN LOS TÉRMINOS MÁS AMOROSOS; pues si, cuando vino a cuestionar al culpable Adán y a emitir sentencia contra él, lo hizo tan tiernamente, y mezcló con el trueno de Su ira la blanda lluvia de Su gracia, cuando dio la promesa de que “la Simiente de la mujer” heriría la cabeza de la serpiente, ¿no podemos esperar que se reúna pronto con nosotros sobre los términos más amorosos si estamos en la Simiente de esa mujer y hemos sido salvados por Jesucristo Su Hijo?

 

Él vendrá en la noche, hermano y hermana, cuando el trabajo del día esté concluido; así que no te pongas nervioso por el peso y el calor del día. El día más largo y el más caliente llegará a un fin; no vivirás aquí para siempre. No siempre tendrás que gastar tus dedos hasta el hueso tratando de ganar un escaso sustento. No siempre tendrás que mirar alrededor a tus hijos y preguntarte dónde encontrarás el pan con el cual vas a alimentarlos. No; los días en la tierra no pueden durar para siempre; y, para muchos de ustedes el sol ya ha escalado la colina y ha comenzado a descender por el otro lado y “el aire del día” pronto llegará. Yo puedo mirar a muchos de ustedes que ya han alcanzado ese período. Se han retirado del servicio activo, se han desprendido de una buena cantidad de cuidados del negocio, y ahora esperan que su Señor venga a ustedes. Ten la seguridad de que no se olvidará, pues Él ha prometido que vendrá a ustedes. Oirás Su voz, antes de que pase mucho tiempo, diciéndote que Él está caminando en el huerto y está viniendo a ti. El buen anciano Rowland Hill, cuando se dio cuenta que se estaba poniendo muy débil, dijo: “Yo espero que no hayan olvidado al pobre viejo Rowley allá arriba”. Pero él sabía que no había sido olvidado, ni tú tampoco lo serás, amado.

 

Oirán la voz de su Señor en breve; y la misericordia es que se darán cuenta cuando en verdad la oigan. ¿No la han oído a menudo antes de ahora? Muchas veces, en esta casa, ustedes han oído Su voz y se han alegrado. Se han sentado y han tenido comunión con Dios al aire de muchas noches. Me gusta ver a una anciana cristiana, con su gran Biblia abierta, sentada durante horas y señalando con su dedo las preciosas palabras del Señor; comiéndoselas, digiriéndolas, viviendo de ellas, y encontrándolas más dulces para su alma que la miel o que los trozos de panal para su paladar. Bien, entonces, como han oído la voz de su Señor, y conocen tan bien sus tonos, como han estado acostumbrados a oírla no se asombrarán cuando la oigan en esos últimos momentos del día de su vida. No correrás para esconderte, como Adán y Eva lo hicieron. Ustedes están cubiertos con el manto de la justicia de Cristo, de manera que no tienen que temer ninguna desnudez; y pueden responder: “¿Preguntaste, Señor mío, ‘Dónde estás tú?’ Yo respondo: Heme aquí, pues Tú me llamaste’. ¿Preguntaste dónde estoy? Estoy escondido en Tu Hijo; soy ‘acepto en el Amado’. ¿Dijiste: ‘Dónde estás tú?’ Aquí estoy, listo y esperando subir con Él, de acuerdo a Su promesa de que, dónde Él está, allí estaré yo también, para que pueda contemplar Su gloria”. Vamos, seguramente, amados, como este es el caso, pueden incluso anhelar que venga la noche cuando oigan Su voz, y estén arriba y lejos de esta tierra de sombras y gélidos rocíos, en ese bendito lugar donde la gloria arde por los siglos de los siglos, y el Cordero es su luz, y los días de su lamentación acabarán para siempre.

 

¡Que Dios nos conceda que todos ustedes tengan una parte y una participación en esa gloria, por causa de Su amado Hijo! Amén.

  

 

Traductor: Allan Román

25/Septiembre/2014

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