El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
El Cristo Atado
NO.
2822
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES,
Y LEÍDO TAMBIÉN EL DOMINGO 15 DE MARZO DE 1903.
“Anás entonces le envió atado a Caifás, el sumo sacerdote”.
Juan 18: 24.
Nuestro único tema en
esta ocasión será: El CRISTO ATADO, -el Hijo de Dios como un Embajador
maniatado, como un Rey en cadenas- el Dios-hombre que fue enviado, después de
ser atado, para comparecer en un juicio ante el tribunal del sumo sacerdote
Caifás.
Primero, me parece que
esas ataduras de nuestro Señor nos muestran algo de miedo en Sus captores. ¿Por
qué lo ataron? Él no iba a atacarlos. Él no tenía ningún deseo de escapar de sus
manos. Sin embargo, pensaron probablemente que podría escaparse o que podría
burlarlos de alguna manera. ¡Ay!, que los hombres le hayan tenido tanto miedo a
Aquel que vino solo desde el cielo sin portar ningún arma y desprovisto de una
armadura; que no vino para hacerle daño a nadie y que ni siquiera estaba
dispuesto a protegerse de las ofensas que alguien pudiera infligirle. Que le
hayan tenido miedo a Aquel que de inicio fue acostado en un pesebre y que a lo
largo de toda Su vida exhibió más bien la debilidad de la condición humana que
su fuerza. No obstante todo lo anterior, Sus adversarios a menudo le tenían
miedo. Y así sucede todavía. Hay en las mentes de los hombres una latente
convicción secreta de que el Cristo es más grande de lo que pareciera ser.
Incluso cuando lo atacan con sus armas infieles no parecieran estar satisfechos
nunca con sus propios argumentos y se entregan a la búsqueda de nuevos. Los
impíos le han tenido miedo a Cristo hasta el día de hoy y su furia en Su contra
semeja a menudo el ruido que hace el muchacho que chifla para darse ánimo mientras
corre a toda prisa a través del camposanto.
Sin duda ataron también
a Cristo para agravar la vergüenza de Su condición. Nuestro Salvador les dijo a
quienes llegaron para arrestarlo en el huerto: “¿Como contra un ladrón habéis
salido con espadas y con palos para prenderme?” Y entonces lo ataron firmemente
como si fuese un ladrón. Tal vez ataran Sus manos a Su espalda con unas cuerdas
que fueron amarradas con fuerza para mostrar que lo consideraban como un
delincuente, y que no lo llevarían a una corte civil donde pudiera ventilarse
un caso legal, sino que por el mismo hecho de atarlo ya lo habían condenado. Lo
trataban como si ya hubiese sido sentenciado y como si no fuese digno de
comparecer como un ciudadano libre que defiende su caso ante el tribunal. ¡Oh,
qué vergüenza que el Señor de la vida y de la gloria fuese atado, que Aquel a
quien los ángeles adoran con deleite, que Aquel quien es el propio sol de su cielo
fuera atado como si fuese un malhechor y que fuese enviado para ser juzgado por
un crimen que iba a costarle la vida!
También podemos percibir
esta acción de atar al Salvador como una agudización de Su dolor. Yo supongo
que ninguno de ustedes ha sido atado jamás como lo fue nuestro Señor en aquel
momento; si los hubiesen atado, conocerían el suplicio y el dolor que acompañan
a esa acción. Juan nos informa que en Getsemaní, “la compañía de soldados, el
tribuno y los alguaciles de los judíos, prendieron a Jesús y le ataron”. Acababa
apenas de ponerse de pie pues había estado de rodillas y el sudor sangriento le
cubría todavía como un fresco rocío carmesí, pero, con todo, aquellos varones “le
ataron, y le llevaron primeramente a Anás”. Yo no encuentro ninguna indicación
de que Anás soltara Sus ataduras o de que se le hubiese concedido siquiera un momento
de respiro o descanso; antes bien, firmemente sujetado todavía por las cuerdas
inclementes fue trasladado a través del gran pretorio hasta el ala opuesta del
palacio en la que residía Caifás: “Anás entonces le envió atado a Caifás”.
Entonces, seguramente, debieron de hacer eso en un puro desborde de malicia. Ya
he dicho que parecían tener alguna suerte de miedo de que, después de todo, su
cautivo se les escapara; sin embargo, ellos habrían podido desterrar muy
fácilmente ese miedo de sus mentes. No había necesidad de atarle A ÉL. ¡Oh
crueles perseguidores, contemplen Su rostro! Si han resuelto enviarlo a Su
muerte, pueden conducirlo como una oveja que va al matadero. Ni siquiera abrirá
Su boca para reconvenirles. No había ninguna necesidad de poner ataduras a un
Ser tan amable como Él. Digo que deben de haberlo hecho por pura crueldad, para
poder expresar así su odio por medio de cualquier método concebible, tanto en
los pequeños detalles como en el gran objetivo que traían entre manos todo el
tiempo, es decir, entregarlo a una muerte sobremanera dolorosa. ¡Ah, Dios mío!
¡Cuán vergonzosamente fue maltratado nuestro bendito Maestro en este mundo
inhóspito! Los hombres habían sido frecuentemente regicidas y eso no ha de
sorprendernos si se piensa qué clase de tiranos eran los que así eran
asesinados; pero estos individuos se estaban convirtiendo en deicidas al
entregar a la muerte al propio Hijo de Dios; y, antes de hacerlo, lo colmaron
de todo tipo de escarnio y deshonra posibles para causarle una muerte saturada
de oprobio y de dolor.
Ustedes que aman a su
Salvador pensarán con tierna simpatía cómo fue atado por aquellos hombres
malvados; mi propósito primordial es tratar de descubrir cuáles son las
lecciones que podemos aprender de las ataduras de Cristo.
I. La
primera lección es esta: de las cadenas de nuestro amado Redentor yo aprendo
una lección respecto al pecado. LAS ATADURAS DE CRISTO NOS ENSEÑAN LO QUE EL
PECADO LE HARÍA A DIOS SI PUDIERA.
En su enemistad en
contra de Dios, el corazón no regenerado le trataría exactamente como se
comportaron los hombres con el Hijo de Dios hace mil novecientos años. Lo que
hicieron con Jesús es justo lo que haría el hombre con el propio Señor Dios del
cielo y de la tierra si pudiera. “¡Cómo!”, –dices tú- “¿los hombres atarían a
Dios?” ¡Ah, señores! Harían mucho más que eso si pudieran, pero definitivamente
lo harían. Aniquilarían a Dios, si pudieran, pues “Dice el necio en su corazón:
no hay Dios”, es decir, “¡No hay Dios para mí!” Mataría a Dios si eso fuese
posible. No habría ninguna noticia más alegre para muchos que viven hoy, que se
les informara con absoluta certeza que Dios no existe; con tales noticias, todos
sus temores serían acallados de inmediato. En cuanto a nosotros, los que le
amamos y confiamos en Él, si Dios no existiera, todos nuestros goces
desaparecerían y nuestros peores temores se harían realidad; pero para los
impíos, si se les pudiese asegurar que Dios estaba muerto, esas serían las más
alegres noticias que hubiesen sido difundidas jamás desde el campanario de la
iglesia. Le matarían si pudieran; pero, como no pueden matarle, procuran
atarlo.
Observen cómo tratan de
hacerlo negando Su poder. Hay muchos
individuos que dicen creer en Dios, y, sin embargo, ¿en qué clase de Dios creen?
Es un Dios que está encadenado por Sus propias leyes. “Aquí está el mundo”,
-dicen ellos- “pero nadie ha de suponer que Dios tenga algo que ver con el
mundo”. Parecen sostener la teoría de que, de una manera u otra, se le dio
cuerda al mundo como si se tratase de un gran reloj y desde entonces ha estado
andando. Dios ni siquiera ha venido a verlo; en verdad, es probable que no
pueda verlo. El dios de ellos no ve, y no sabe nada; no es el Dios viviente.
Pretenden rendirle un cumplido diciendo que pudiera haber una grandiosa primera
causa, pero ni siquiera saben eso con certeza pues no saben nada. Vivimos en
una época en la que el hombre que profesa ser un hombre docto se considera “un
agnóstico”, que es una palabra griega que en latín significa “un ignorante”. Es
decir, cuando llegas a ser un hombre muy diestro entonces te vuelves un
ignorante que no sabe nada en absoluto. Tales personas van cacareando por todo
el mundo que no saben nada del todo: no saben para nada si hay algún Dios, o en
el caso de que hubiese un Dios, no saben si tiene algo que ver con el mundo.
Dicen que el mundo anda por su propia cuenta. Dios puede poner en marcha a los
mundos, si así le agradara, pero después de eso no tiene nada que ver con ellos.
¡Ah, amados!, pero la
verdad es que las leyes de Dios son simplemente las maneras en las que Él
actúa. No hay ninguna fuerza en el mundo que sea independiente de Dios. Toda la
fuerza de atracción se debe simplemente a que Dios vive todavía y a que derrama
Su energía en la materia que atrae. A cada instante Dios es el que obra en todas
las cosas según el designio de Su voluntad. De hecho, la omnipotencia es la
fuente de toda la potencia que hay en el universo. Dios está en todas partes;
y, en vez de estar desterrado del mundo y de que el mundo ande sin Él, si Dios
no estuviese aquí, este planeta y el sol y la luna y las estrellas se retirarían
a su nada original, de la misma manera que la espuma de un instante se disuelve
en la ola que la transporta y desaparece para siempre. Sólo Dios es. Todo lo
demás, llámalo como quieras, consiste en fenómenos sensibles que provienen de
Su poder eterno. Dios es. Las otras cosas pudieran ser o no pudieran ser; pero
Dios es. Hizo bien David al escribir por inspiración del Espíritu: “Una vez
habló Dios; dos veces he oído esto: que de Dios es el poder”. Pero esa no es la
clase de Dios que quisieran los impíos; ellos quisieran un dios cuyas manos
pudieran ser atadas para dejarlo reducido a la impotencia.
Harían eso especialmente
con respecto a la providencia. “Miren”
–dicen- “ustedes los cristianos oran, y son lo suficientemente necios para
creer que Dios los oye porque oran y creer que les envía las bendiciones que
piden”. Se supone que somos tontos pero me parece que eso es una mera
suposición. Probablemente esos caballeros que son tan generosos en endilgar sus
epítetos pudieran estar regalando lo que realmente les pertenece. Nosotros
somos insensatos; eso dicen ellos, esos hombres de cultura, esa gente pensante;
al menos son las personas que se describen a sí mismas con esos nombres
altisonantes, y habiendo hecho eso, para demostrar que su cultura ha hecho de
ellos unos perfectos caballeros, llaman a todos los demás y en especial a todos
los cristianos: “necios”. Bien, nosotros no estamos ansiosos por contender con
ellos en cuanto a ese asunto, y estamos muy satisfechos con asumir la posición
que efectivamente asumimos y con ser llamados necios por creer que Dios
ciertamente oye y responde nuestras peticiones. Aun cuando esa gente está
dispuesta a reconocer que hay un Dios providente, piensan que tiene Sus manos
atadas de manera que no puede hacer nada. Bien, en lo que a mí respecta, yo
preferiría creer en un dios fabricado con lodo del Ganges, o en el fetiche de
los hotentotes, antes que doblar mi rodilla ante un dios que no pudiera oír y
que no pudiera responderme.
Algunos incrédulos
hablan de un Dios que tiene atadas Sus manos en lo relativo al castigo del pecado. “Los hombres mueren como
perros”. Así dicen algunos de esos perrunos varones. “Dios no castiga el
pecado”. Eso dicen algunos pecadores que imaginan haberse preparado un muladar
sobre el cual caerán tan pronto como Dios los arroje por la ventana como completamente
inútiles. Se imbuyen de ideas que son contrarias a la verdad acerca del
Altísimo con el objeto de poder pecar con impunidad. Pero, prescindiendo de lo
que piensen o digan, debemos tener la seguridad de que hay un Dios y de que Él
es un Dios ante quien cada uno de nosotros habrá de comparecer para rendir
cuentas de lo que hubiere hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea
malo. Podemos estar muy seguros de que aunque en Su misericordia Él puede
esperar pacientemente un tiempo antes de castigar la iniquidad, con todo, Su
mano no está atada y la levantará en breve; y cuando la levante para castigar
al hombre que ha quebrantado Sus leyes, lo hará tan eficazmente que el pecador
sabrá en verdad que hay un Dios que no pasará por alto la transgresión, ni le
guiñará el ojo al pecado si permanece en la impenitencia. Entonces, alegrémonos
siempre de dar nuestro testimonio de que Dios no puede estar atado, pero
esperemos ver siempre que los inconversos, de un modo o de otro, procuran atar
las manos del Altísimo así como aquellos pecadores en Jerusalén ataron al
Cristo de Dios.
Algunas personas piensan
que Dios debería hacer esto y aquello, y en el momento en que comienzas a razonar
con ellas no se atienen a lo que dice
II. En
segundo lugar, he aquí UNA LECCIÓN DE AMOR.
Anás envió atado a
nuestro Señor Jesús a Caifás; pero, antes de que le ataran, ya le sujetaban
otras cuerdas. Cristo fue atado con
cuerdas de amor; ¿y quién le ató de esa manera sino Él mismo? Desde el
principio, antes de la tierra, Su ojo presciente vio anticipadamente a todo Su
pueblo con su pecado, y amó a ese pueblo, y se entregó a él entonces en el
eterno propósito; y a menudo miró, a través del panorama de las edades, a los
hombres y mujeres que habrían de nacer, y, con un amor cercano y ardiente por
cada uno de ellos, por ellos se comprometió a que soportaría las injurias y los
esputos, y que incluso moriría en su lugar y en su condición, para redimirlos
para Sí. Entonces, cuando veo a nuestro Divino Maestro conducido de aquella
manera al tribunal, me aflijo por las cuerdas de fibras trenzadas con las que
los hombres lo ataron, pero mi corazón se exulta por esas cuerdas invisibles
con las que Él se ató por un propósito, por un pacto, por un juramento, por un
amor inmutable e infinito, comprometiéndose a que se entregaría para ser el
rescate de Su pueblo.
Luego, siguiendo esas
cuerdas de amor, si miras de cerca, verás Su amor desplegado de nuevo en el
hecho de que Él estaba atado con nuestras
cuerdas. Nosotros, queridos amigos, habíamos pecado en contra de Dios, y
así habíamos incurrido en la sentencia de la justicia infalible y ahora esa
sentencia debía recaer sobre Él. Nosotros debíamos ser atados, pero Cristo fue
atado en lugar nuestro. Si ustedes y yo hubiéramos sido atados con la
desesperación y hubiéramos sido irremisiblemente conducidos a esa prisión de la
que nadie escapará jamás; si ese hubiese sido el momento cuando estábamos
comenzando a sentir los tormentos del infierno que nuestros pecados merecen,
¿qué hubiéramos podido decir? Pero, ¡he aquí!, en lugar nuestro, y en nuestra
posición y condición, Jesús es llevado a soportar la ira del cielo. Él no debe
levantar Su mano en Su propia defensa, ni levantar Su dedo para Su propio
consuelo, pues Él está soportando:
“Para que no tengamos que soportar nunca,
La justa ira de Su Padre”.
III. Pero
ahora, en tercer lugar, aprendamos de aquí UNA LECCIÓN DE GRANDE PRIVILEGIO.
Nuestro Señor Jesucristo
fue atado, y de ese hecho emana su antítesis: entonces, todo Su pueblo quedó en libertad. Cuando Cristo fue hecho
maldición por nosotros se convirtió en una bendición para nosotros. Cuando
Cristo fue hecho pecado por nosotros, nosotros fuimos hechos justicia de Dios
en Él. Cuando Él murió, entonces nosotros vivimos. Y así, cuando Él fue atado,
nosotros fuimos liberados. Podemos ver el tipo de ese intercambio de prisioneros
en el hecho de que Barrabás quedó en libertad cuando el Señor Jesús fue
entregado para ser crucificado; y más aún podemos verlo en Su súplica por Sus
discípulos en el huerto: “pues si me buscáis a mí, dejad ir a éstos”. Es con
una maravillosa alegría que cantamos en nuestros corazones:
“Estábamos atados en penosa servidumbre,
Pero nuestro Jesús nos puso en libertad”.
Queridos amigos, ¿piensan
ustedes que usamos nuestra libertad como deberíamos? ¿Acaso no oramos a Dios
algunas veces como si nos hubiéramos quedado mudos y como si nuestra lengua
estuviese atada? ¿Acaso no vamos a los grandes cofres repletos de gracia y, en
lugar de tomar lo que necesitamos tal como tenemos el derecho de hacerlo, nos
quedamos parados allí como si nuestras manos estuvieran atadas y no pudiéramos
tomar ni siquiera una pizca de la abundante plenitud que está dispuesta allí
para nosotros? Algunas veces, cuando hay algún trabajo que hacer por Cristo,
sentimos como si estuviésemos atados. No nos atrevemos a extender nuestras
manos; tenemos miedo de hacerlo; sin embargo, Jesús nos ha liberado. Oh creyente,
¿por qué te comportas como si todavía portaras los grilletes y las cadenas en
tus pies? ¿Por qué te conduces como alguien que está atado todavía? Tu libertad
es una libertad segura y es una libertad justa. Cristo, el gran Emancipador, te
ha dado la libertad, y tú eres “verdaderamente libre”. Disfruta tu libertad;
disfruta el acceso a Dios; disfruta el privilegio de reclamar las promesas que
Dios te ha dado. Disfruta el ejercicio del poder con el que Dios te ha dotado;
disfruta la santa unción con la que el Señor te ha preparado para que le sirvas.
No te pongas taciturno como un pájaro enjaulado cuando eres libre de volar
lejos. Puedo imaginar un pájaro que ha estado enjaulado durante años; se le
podría quitar la jaula, -cada uno de sus barrotes- y no obstante, el pobre
pajarito ha estado tan acostumbrado a posarse en ese cetro dentro de su jaula
que no advierte el hecho de que su prisión ha desaparecido, y allí sigue posado
y sigue estando taciturno. ¡Remonta el vuelo, dulce cantor! Todos los verdes campos
y el cielo azul son tuyos. Extiende tus alas y vuela por encima de las nubes y
entona el himno de tu libertad como si quisieras que llegara a oídos de los
ángeles. Amados, que sea así con sus espíritus y con el mío. Cristo nos ha dado
la libertad; por tanto, no debemos regresar a la servidumbre ni debemos
quedarnos inmóviles como si estuviéramos en prisión, sino que debemos
regocijarnos por nuestra libertad en esta misma hora y debemos hacerlo todos
nuestros días.
IV. La
cuarta lección de las cuerdas de Cristo es UNA LECCIÓN DE OBLIGACIÓN.
Esto pudiera parecer
como una paradoja que contrasta con la lección previa, pero, no obstante, es
igualmente cierta. Amados, ¿fue atado Jesús por ustedes y por mí? Entonces, debemos atarnos a Él y por Él. Yo
me regocijo por la dulce incapacidad que resulta del perfecto amor a Cristo.
“¿Incapacidad?”, preguntas. Sí, quiero decir incapacidad. El verdadero hijo de
Dios “no puede pecar, porque es nacido de Dios”. Hay muchas otras cosas que no
puede hacer; no puede abandonar a su Señor, pues dice juntamente con Pedro: “Señor,
¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”. No puede olvidar sus
obligaciones; no puede dejar de entregar su tiempo, su fuerza y su riqueza a su
Señor; no puede convertirse en un canalla y en un avariento. No puede dar su
alma en casamiento a nadie más, pues Cristo se ha desposado con Él como una
casta virgen.
Hay momentos en los que
el hijo de Dios se une a Nehemías diciendo: “¿Un hombre como yo ha de huir?” O,
“¿cómo puede un individuo tan privilegiado como yo entregarse a tal y tal
pecado?” Los impíos se burlan de nosotros a veces y dicen: “¡Ah, no puedes
hacer tal y tal cosa, pero nosotros sí podemos!” Y nosotros les respondemos:”No
hemos perdido ningún poder que deseemos tener jamás, y hemos ganado el poder de
concentrar toda nuestra fuerza en la justicia y la verdad; y, ahora, nuestro
corazón está atado demasiado firmemente a Cristo para que sigamos a los ídolos
de ustedes. Nuestros ojos están ahora tan absortos en la visión de nuestro
Salvador que no podemos ver ningún encanto en las cosas con las que ustedes
quisieran embrujarnos. Nuestra memoria está ahora tan llena de Cristo que no
tenemos ningún deseo de contaminar los preciosos depósitos que custodian los
recuerdos del pasado”.
A partir de ahora
estamos crucificados con Cristo, y eso nos genera una bendita incapacidad en la
que nos regocijamos grandemente. Nuestro corazón podría conmoverse, tal vez, un
poquito, pero nuestras manos y pies están sujetados al madero y no podemos
movernos. ¡Oh, la incapacidad es bienaventurada cuando, al fin, el corazón no
puede amar, ni el cerebro puede pensar, ni la mano puede hacer, y ni siquiera
la imaginación puede concebir algo que vaya más allá del dulce círculo de una
completa consagración al Señor y de una absoluta dedicación a Su servicio! ¡Acudan,
entonces, ustedes, ángeles del Señor, y átennos a Él! Esta ha de ser la oración
de todo creyente: “Atad víctimas con cuerdas a los cuernos del altar”. No
permitamos jamás que algo nos tiente a alejarnos del Señor. Puedes calcular el
valor de todo el tesoro de Egipto y luego dejarlo ir y se esfumará como un
sueño pues no hay nada en él.
Los hijos de Sion no conocen otra cosa
Que dichas sólidas y un permanente tesoro”.
y
eso permanecerá con ustedes que están atados a Cristo para vivir con Él y para
morir con Él si fuese necesario. Entonces, siempre que veamos a Cristo atado, oremos
pidiendo que podamos cargar también Sus cadenas, y que estemos tan atados como
Él estuvo atado. “¡Oh, Dios!”, -debe decir todo cristiano – “siervo tuyo soy,
hijo de tu sierva. Tú has roto mis prisiones, ahora átame a Ti y a Tu bendito
servicio de una vez por todas”.
V. La
última lección es una que yo pido que todos nosotros podamos aprender, seamos
santos o pecadores; es UNA LECCIÓN DE ADVERTENCIA.
Queridos amigos, si bien
lo he hecho muy débilmente, he tratado de retratar a Cristo atado con cuerdas,
y ahora quiero decirles muy solemnemente a todos ustedes: No aten con cuerdas a
Cristo. Ustedes que son inconversos, procuren no atar nunca a Cristo. Pueden
hacerlo si no leen Su Palabra. Tienen
una Biblia en casa pero nunca la leen; su estuche está cerrado y la tienen
guardada en un cajón junto con sus mejores pañuelos de bolsillo. ¿Acaso no es
así? Ese es otro cuadro de Cristo atado: una pobre Biblia cerrada a la que no le
permites nunca hablar contigo, es más, a la que ni siquiera le permites intercambiar
ni media palabra contigo pues tienes tanta prisa por hacer otras cosas que no
puedes escucharla. Desata las cuerdas; déjala tener su libertad. Ten comunión
con ella algunas veces. Haz que el corazón de Dios en
Hay otros que no quieren asistir a escuchar
Hay algunos que leen
“No me caes bien, doctor Fell,
Por qué razón, no lo sé;
Pero esto sí sé, y lo sé muy bien,
No me caes bien, doctor Fell”.
He conocido a ciertos
individuos que atan a Cristo de otra manera: posponiendo su decisión. Han oído un sermón y han sentido su poder,
y su alma se ha visto conmovida por él, pero su idea primordial ha sido tratar
de escapar de Cristo o atarle Sus manos, si fuese posible. Creo que les he
dicho antes que en una ocasión, cuando me encontraba predicando en el campo, el
caballero en cuya casa me hospedaba se levantó de pronto hacia el final del
sermón y salió; y un apreciado amigo que me había acompañado, le siguió afuera
y le preguntó: “¿Por qué te saliste?” Él respondió: “Si me hubiera quedado allí
otros cinco minutos, habría sido convertido. El señor Spurgeon pareciera
tratarme justo como si yo estuviera hecho de caucho: me estruja y me da la
forma que él quiere, así que me vi obligado a salir”. “Pero” –le dijo mi amigo-
“¿no habría sido una gran bendición para ti si hubieras sido convertido?” “Pues
no”, -replicó él- “al menos, no precisamente ahora. Tengo algunas cosas en
perspectiva de las que no podría perderme, así que no puedo darme el lujo de
ser convertido justo ahora”. Hay otros que no actúan de manera similar a esa,
pero el resultado es el mismo. Aunque no lo digan con las mismas palabras,
dicen con sus acciones: “Ahora, Señor, voy a atarte un momentito. Tengo la
intención de hacerte caso en breve; espero que Tu bendita mano se pose sobre mí
para mi salvación, pero no en este momento, por favor; no en este momento”.
Esas personas siempre usan cuerdas de seda, pero el acto de atar es
precisamente tan eficaz como lo sería si tomaran un repulsivo par de esposas
tales como las que saca un policía para prender a un ladrón. Ese hombre dice:
“Sólo permíteme atar tus manos un momentito; otro mes, tal vez, posiblemente
otro año”. ¡Oh, esa maldita dilación! ¡A cuántos ha arruinado por toda la
eternidad! Es el lazo que ata las manos de Cristo el Salvador que dice: “He
aquí ahora el día de salvación”.
Otros hombres atan las
manos de Cristo buscando el placer en el
pecado. Después de haber sido conmovidos por un sermón van directamente a
algún repugnante lugar de reunión, tal vez, a alguna cantina; o, al día
siguiente se juntan con personas que se encargarán de apagar en ellos cualquier
pensamiento serio tal como es extinguido el fuego; ¿y qué es eso sino atar las
manos de Cristo? Yo conozco a ciertas personas –me estremezco cuando pienso en
ellas- que realizan persistentemente aquello que saben que les impedirá sentir
alguna vez el poder de
Ahora, en conclusión,
quiero dirigirme muy brevemente al propio pueblo del Señor.
¿No creen, amados, que ustedes
y yo hemos atado algunas veces las manos de Cristo? Seguramente recuerdan haber
leído aquella frase: “Y no hizo allí muchos milagros”. Sus manos estaban
atadas. ¿Pero, qué fue lo que las ató? Terminen la cita: “a causa de la incredulidad de ellos”. ¿Acaso no hay muchas iglesias
que han atado las manos de Cristo porque no creen que Él pueda obrar milagros
allí? Si el Señor Jesucristo fuera a convertir al mismo tiempo a tres mil
personas por la predicación de su pastor, ¿qué piensan ustedes que probablemente
dirían los diáconos y los ancianos de esa iglesia? “Nosotros nunca pensamos que
veríamos aquí una conmoción como esa; ¡y pensar que tuvo lugar en nuestro lugar
de adoración! Tenemos que ser muy cautelosos ahora. Sin duda esas personas
querrán unirse a la iglesia. Tendremos que esperar que pase el verano, y el
invierno, y probarlos seriamente; no nos gusta esta clase de conmoción”. ¡Ah,
señores, no necesitan molestarse con una expectación como esa! No es probable
que Dios les otorgue a ustedes una bendición como esa; nunca envía a Sus hijos
donde no son bienvenidos; y, como regla, mientras no prepare a Su pueblo para
recibir la bendición, la bendición no llegará.
¿No piensan ustedes,
también, que un ministro puede atar las
manos de Cristo muy fácilmente? Me temo que yo lo he hecho a veces sin
pretenderlo. Supongan que yo fuera a predicar algunos sermones excelentes; adviertan
que yo no hago eso; pero sólo supongan que yo fuera a predicar algunos
excelentes sermones que pasaran directamente sobre las cabezas de la gente y
una buena anciana fuera a decir: “yo no tendría la presunción de entenderlo
pero es muy maravilloso”, ¿no creen que yo estaría atando las manos de Cristo
con guirnaldas de flores? ¿Y no podemos subir al púlpito y hablar mucho acerca
de la jerga teológica, y usar palabras que son apropiadas para nosotros en el
salón de clases, pero que son muy incomprendidas o que no son entendidas del
todo por la mayoría del pueblo? ¿No es eso atar las manos de Cristo? Y cuando
un predicador es lo que llaman muy “pesado”, con lo cual no se quiere significar
que pesa mucho sino que es muy aburrido; o cuando es muy frío y sin corazón, y
predica como si estuviera trabajando a destajo y se alegraría si acabara
pronto; cuando ese es el caso, ¿no creen ustedes que están atadas las manos de
Cristo? ¿No han oído nunca algunos sermones de los que podrían decir con
justicia: “Bien, si Dios fuera a convertir a alguien mediante ese discurso,
ciertamente sería un milagro prodigioso, algo completamente fuera de la manera
común en que suceden los milagros, pues Él estaría usando para hacer cumplir Su
propósito de gracia un implemento que estaba inobjetablemente calculado para
producir justo el efecto opuesto”? De vez en cuando y para mi gran aflicción yo
he oído sermones de ese tipo. Y ustedes, maestros de la escuela dominical,
tienen que tener cuidado de no enseñar de tal manera de ser obstáculos para sus
alumnos más bien que ayudas, pues eso sería atar las manos de Cristo y
presentarlo atado, como Sansón, ante su salón de clases, más bien para servir
de diversión para los filisteos que para darle la honra a Él. ¡Que todos recibamos
la gracia de evitar un mal como ese!
¿Y no creen ustedes,
queridos amigos, que los que amamos a Cristo atamos Sus manos cuando somos cobardes y retraídos y nunca
decimos una palabra por Él? ¿Cómo puede el Evangelio salvar a los pecadores
si no se predica nunca? Si ustedes no presentan nunca a Cristo a sus
compañeros, si no ponen nunca un librito sobre la mesa de algún amigo y si
nunca intentan decirle simplemente una palabra acerca del Salvador, ¿no es eso
atar las manos de Cristo? Lo que sigue a no tener a ningún Cristo del todo es
que la iglesia se quede callada en relación a Él. Es algo terrible contemplar
lo que sería si no hubiese ningún Salvador; pero ¿cuál es la ventaja de que
haya un Salvador si los hombres nunca oyen hablar acerca de Él? Vamos, ustedes
que son muy retraídos, no se excusen más. “Oh” –dice uno- “pero yo siempre fui
de una disposición que se bate en retirada”. Así era aquel soldado que fue
fusilado por huir en el día de la batalla; era culpable de cobardía y fue
sentenciado a muerte por ello. Si tú has estado atando al Maestro hasta este
día por tu espíritu de retraimiento, debes dar un paso al frente de inmediato,
y debes declarar lo que Cristo ha hecho por ti, para que, con Sus manos
desatadas, pueda hacer lo mismo por otros.
¿Y no piensas tú que siempre que somos inconsistentes en nuestra
conducta –especialmente en la familia- atamos las manos de Cristo? Hay un
padre que ora por sus hijos pidiendo que vivan delante de Dios. Escúchenlo
cinco minutos más tarde. ¡Vamos, sus hijos odian verlo! Es tal tirano para
ellos que no pueden soportarlo. Hay una madre, también, que ora
y le pide a Dios que salve a sus hijas. Sube al aposento alto y suplica
fervorosamente por ellas; sin embargo, baja las escaleras y les concede cuanto
le pidan y nunca dice ni una sola palabra para ponerles un alto en sus malos
caminos. Ella actúa para con cada una de sus hijas como Elí, en versión femenina;
¿no está atando las manos de Cristo? ¿Qué puede esperar ella sino que Dios, que
obra de acuerdo a reglas, decida dejar que su cruel amabilidad influencie a sus
hijas para mal, antes que responder a sus oraciones por su conversión? Seamos
santos, queridos amigos, porque entonces, por fe, veremos al Dios santo
moviéndose libremente y obrando entre nosotros y realizando grandes obras para
Su propia gloria. ¡Que así lo haga, por nuestro Señor Jesucristo! Amén.
Traductor: Allan Román
14/Marzo/2013
www.spurgeon.com.mx