El Púlpito de
Jacob y Esaú
NO.
239
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON
SPURGEON
EN
“A Jacob amé,
mas a Esaú aborrecí”. Romanos 9: 13.
Ni por un instante imaginen que yo
pretendo poder esclarecer a fondo los grandes misterios de la predestinación.
Hay algunos varones que alegan saberlo todo acerca de este tema. Lo enroscan en
sus dedos con tanta facilidad como si se tratase de algo cotidiano; pero pueden
tener la certeza de que quien piensa que lo sabe todo respecto a este misterio,
sabe solamente muy poco. Es sólo la superficialidad de su mente la que le
permite ver el fondo de su conocimiento. Quien se zambulle en las profundidades
descubre que en el fondo más hondo que hubiere alcanzado le espera siempre una
profundidad todavía mayor. El hecho es que las grandes preguntas acerca de la
responsabilidad humana, el libre albedrío y la predestinación, han sido
debatidas repetidas veces y han sido respondidas de diez mil maneras
diferentes, pero el resultado ha sido que sabemos prácticamente lo mismo que
sabíamos al principio sobre esos asuntos. Los combatientes han echado tierra en
los ojos del contrario, y unos a otros se han cegado; y luego han concluido que
debido a que les sacaron los ojos a los demás, ellos sí podían ver.
Ahora bien, una cosa es refutar la
doctrina de alguien más, pero es algo muy diferente establecer los propios
puntos de vista. Es muy fácil derrumbar la hipótesis de un tercero respecto a
estas verdades, pero no es tan fácil lograr que mi propia postura tenga una
base firme. De ser posible, esta noche voy a procurar ir con paso seguro aunque
vaya lento, pues simplemente voy a tratar de atenerme con exactitud a
Es un texto terrible y voy a ser honesto
con él si puedo. Alguien nos dice que la palabra “aborrecimiento” no significa
aborrecimiento; que quiere decir: “amar menos”: “A Jacob amé, mas a Esaú amé
menos”. Pudiera ser así, aunque yo no lo creo. Sea como fuere, aquí dice:
“aborrecimiento”, y mientras no me den otra versión de
Ahora pues, esta noche voy a destacar dos
cosas. He explicado este texto apegándome a lo que dice y no quiero alterarlo:
“A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí”. Para suprimir el filo a esta terrible
doctrina que conduce a algunas personas a morderse los labios, tengo que
destacar simplemente que esto es un
hecho; y, después, voy a intentar responder la pregunta: ¿Por qué amó Dios a Jacob y aborreció a Esaú?
I. Entonces, primero, ESTO ES UN HECHO. A la
gente no le gusta la doctrina de la elección. En verdad no pretendo que le
guste; pero, ¿no es un hecho que Dios ha elegido a algunos? Pregúntenle a algún
hermano arminiano acerca de la elección, y de inmediato les lanzará una mirada
con unos ojos fieros y comenzará a enojarse, pues no puede soportarla; para él es
una cosa horrible, es como un grito de guerra, y de inmediato comienza a afilar
el cuchillo de la controversia. Pero pregúntenle: “¡Ah, hermano!, ¿no fue la
gracia divina la que te distinguió? ¿Acaso no fue el Señor quien te llamó a
salir de tu estado natural, y quien te hizo ser lo que eres?” “Oh, sí” –dirá-
“yo estoy muy de acuerdo contigo en eso”. Ahora, háganle esta pregunta: “¿Cuál
piensas que sea la razón de que un hombre haya sido convertido y otro no?” “Oh”
–responde- “el Espíritu de Dios ha estado obrando en este hombre”. Bien,
entonces, hermano mío, es un hecho que Dios trata mejor a un hombre que a otro; ¿y acaso hay algo sorprendente en ese
hecho? Es una realidad que reconocemos cada día. Hay un hombre que se encuentra
por allá, en uno de los balcones, que sin importar cuánto trabaje, no puede
ganar más de quince ‘chelines’ por semana; y aquí está otro hombre que gana mil
al año; ¿cuál es la razón de eso? Uno nace en un palacio real, mientras que el
otro viene al mundo en una casucha desprovista de un techo. ¿A qué se debe eso?
A la providencia de Dios. Él coloca a un hombre en una posición y a otro hombre
en otra. He aquí un hombre cuya cabeza no puede hilar dos pensamientos
seguidos, no importa lo que hagas con él; he aquí otro hombre que puede
sentarse y escribir un libro, y explorar las cuestiones más profundas; ¿cuál es
la razón de eso? Dios lo ha hecho. ¿No ven el hecho de que Dios no trata a cada
individuo de la misma manera? Ha creado águilas y ha creado gusanos; ha creado
leones y lagartijas que reptan. A algunos seres los ha hecho reyes, y algunos
nacen siendo mendigos. Algunos nacen con mentes imponentes, y otros rayan en la
idiotez. ¿Por qué sucede eso? ¿Acaso murmuran contra Dios por ello? No, ustedes
dicen que es un hecho y que no se gana nada con murmurar. ¿De qué sirve dar
patadas en contra de los hechos? Es sólo dar coces contra el aguijón con los pies
desnudos, y se hacen daño a ustedes mismos y no a ellos. Bien, entonces, la
elección es un hecho positivo; es muy claro como la luz del día que, en los
asuntos de la religión, Dios da más a un hombre que a otro. Él me ha dado
oportunidades para oír la palabra que no le da a un hotentote. Él me dio padres
que desde mi infancia me instruyeron en el temor del Señor. Él no les da eso a
muchos de ustedes. Posteriormente Él me pone en situaciones donde mi pecado
tiene un freno. Otros hombres son colocados en lugares en los que sus pasiones
pecaminosas se desarrollan. Él le da a un ser humano un temperamento y una
disposición que le impiden entregarse a la lascivia, y a otro ser humano le da
una gran impetuosidad de espíritu y la depravación hace que esa impetuosidad se
desvíe tanto que el hombre cae de cabeza en el pecado. De igual manera, a un
hombre le da la oportunidad de acceder a ministerio poderoso, mientras que otro
asiste para escuchar a un predicador cuya modorra es únicamente superada por la
de sus oyentes. Y aun si oyeran el Evangelio, el hecho es que Dios obra en un
corazón cuando no obra en otro. Aunque yo creo que hasta cierto punto el
Espíritu obra en los corazones de todos los que oyen
“Dios es Su
propio intérprete,
Y Él lo hará
manifiesto”.
Pero allí está el hecho. Antes que
comiencen a debatir sobre la doctrina, nada más recuerden que, sin importar qué
piensen al respecto, ustedes no pueden alterarlo; y sin importar cuánto lo
objeten, es una realidad que Dios amó a Jacob y que no amó a Esaú.
Pues miren ahora la vida de Jacob y lean
su historia; se ven forzados a decir que desde el primer momento en que abandonó
la casa paterna hasta el último, Dios lo amó. Vamos, no se ha alejado mucho de
la casa de su padre cuando ya está cansado y se acuesta teniendo una piedra por
almohada; los setos hacen las veces de cortinas y el cielo le sirve de dosel; se
duerme, y Dios viene y le habla en el sueño; ve una escalera cuyo extremo toca
en el cielo, y un grupo de ángeles sube y desciende por ella; y prosigue su
viaje con destino a la casa de Labán. Su tío trata de engañarlo y cuantas veces
Labán intenta perjudicarlo, Dios no se lo permite, antes bien multiplica los
diferentes rebaños que Labán le da. Ustedes recuerdan que posteriormente,
cuando huyó de Labán sin hacerle saber que se iba y fue perseguido, vino Dios a
Labán en sueños, y lo emplazó a no hablarle a Jacob descomedidamente. Y más
memorable todavía fue que, cuando sus hijos Leví y Simeón mataron a la gente de
Siquem, y Jacob tuvo miedo de que sería alcanzado y destruido por los
habitantes que se estaban levantando en su contra, Dios puso un miedo en la
población, y les dijo: “No toquéis, dijo, a mi ungido, ni hagáis mal a mi profeta”.
Y cuando el hambre azotaba a la tierra, Dios había enviado a José a Egipto,
para que proveyera grano en Gosén para sus hermanos, para que vivieran y no
murieran. Y vean el final feliz de Jacob: “José mi hijo vive todavía; iré, y le
veré antes que yo muera”. ¡Contemplen las lágrimas que ruedan por sus mejillas
seniles, cuando estrecha a su hijo José contra su pecho! Vean con qué
magnificencia se presenta delante de Faraón y le bendice. Se nos informa: “Jacob
bendijo a Faraón”. Poseía tanto amor de Dios en su interior que era libre de
bendecir al monarca más poderoso de su tiempo. Al final expiró, y acto seguido
se dijo: “Fue un varón amado por Dios”. Es una realidad que Dios amó a Jacob.
Por otro lado, es una realidad que Dios
no amó a Esaú. Permitió que Esaú fuera padre de príncipes, pero Él no ha
bendecido a su generación. ¿Dónde está ahora la casa de Esaú? Edom pereció.
Edificó sus moradas en la roca y esculpió sus ciudades en el duro pedernal;
pero Dios ha abandonado a sus habitantes, y Edom ya no se encuentra más. Fueron
esclavos de Israel y los reyes de Edom tenían que pagar a Salomón y a sus
sucesores un tributo anual consistente en lana; y ahora el nombre de Esaú ha
sido borrado del libro de la historia. Bien, entonces debo repetir que esto
debería rebajar al menos un poco la amargura de la controversia cuando
recordamos que, sin obstar lo que digan los hombres, es un hecho que Dios amó a
Jacob y que no amó a Esaú.
II. Pero ahora el segundo punto de mi tema
es: ¿POR QUÉ ES ASÍ? ¿Por qué amó Dios a Jacob? ¿Por qué odió a Esaú? Bien, no
pretendo abarcar demasiado a la vez. Ustedes me preguntan: “¿Por qué amó Dios a
Jacob? ¿Por qué odió a Esaú?” Vamos a responder una pregunta a la vez ya que la
razón por la que la gente se mete en embrollos en teología es porque trata de
dar una respuesta a dos preguntas. Ahora bien, yo no voy a hacer eso; yo voy a
decirles una cosa a la vez. Les diré por qué Dios amó a Jacob y luego les diré
por qué odió a Esaú. Pero no puedo darles la misma razón para dos cosas
contradictorias. Ese es el punto en que muchas personas han fallado: se han
sentado para considerar y ver ambos hechos, que Dios amó a Jacob y que odió a
Esaú, que Dios tiene un pueblo elegido, y que hay otros que no son elegidos. Entonces,
si tratan de dar la misma razón para la elección y la no elección, hacen una
triste labor. Si hicieran una pausa y tomaran una sola cosa a la vez, y miraran
a
La primera pregunta es: ¿por qué Dios amó a Jacob? No me
desconcierta en absoluto responder a eso, pues cuando acudo a
Los invito que miremos el carácter de
Jacob; ya les dije en la exposición lo que pensaba de él. Tengo una muy baja
opinión del carácter de Jacob. Como hombre natural siempre fue un regateador. Hace
unos días me llamó mucho la atención la visión que tuvo Jacob en Bet-el; me
pareció que se trató de un despliegue sumamente extraordinario del espíritu de
regateo de Jacob. Ustedes saben que se acostó, y que le agradó a Dios abrirle
las puertas de los cielos de manera que viera a Dios sentado en el extremo de
la escalera y que los ángeles subían y descendían por ella. ¿Qué suponen que
dijo tan pronto como despertó? Pues bien, dijo: “Ciertamente Jehová está en
este lugar, y yo no lo sabía”. Y tuvo miedo, y dijo: “¡Cuán terrible es este
lugar! No es otra cosa que casa de Dios, y puerta del cielo”. Pues bien, si
Jacob hubiese tenido fe, no habría tenido miedo de Dios; por el contrario, le
habría regocijado que Dios le permitiera tener comunión con Él de esa manera.
Ahora, oigan el regateo de Jacob. Dios le había dicho simplemente: “Yo soy
Jehová, el Dios de Abraham tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás
acostado te la daré a ti y a tu descendencia”. No dijo nada respecto a lo que
Jacob debía hacer. Dios sólo le dijo: “Yo
haré”. Le dijo: “He aquí, yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera
que fueres, y volveré a traerte a esta tierra; porque no te dejaré hasta que
haya hecho lo que te he dicho”. Ahora, ¿pueden creer que después que Dios había
hablado cara a cara con Jacob, éste cometiera la impudencia de intentar hacer
un regateo con Dios? Pero lo hizo. Comienza diciendo: “Si…” Helo allí, el hombre acaba de tener una visión y acaba de
recibir una promesa absoluta de Dios, y no obstante comienza con un “Si…”. ¡Eso es un ambicioso regateo! “Si fuere Dios conmigo, y me guardare en
este viaje en que voy, y me diere pan para comer y vestido para vestir, y si
volviere en paz a casa de mi padre, entonces”
–no prescinde de la condición- observen que pretende que Dios se adhiera a
su regateo, “entonces Jehová será mi
Dios. Y esta piedra que he puesto por señal, será casa de Dios; y de todo lo
que me diere, el diezmo apartaré para ti”. ¡Me asombra eso! Si yo no conociera
algo de mi propia naturaleza, sería totalmente incapaz de entenderlo. ¡Cómo, un
hombre que ha hablado con Dios comienza luego a negociar con Él! ¡Un hombre que
ha visto la única vía de acceso entre el cielo y la tierra, la escalera Cristo
Jesús, y que ha sido objeto de un pacto entre él mismo y Dios, de un pacto
cuyas obligaciones las asume Dios –todos los elementos son una promesa- y, con
todo, pretende después de eso que Dios se someta a una condición; es como si
tuviera miedo de que Dios incumpliera Su promesa! ¡Oh, eso era algo vil en
verdad!
Luego noten la totalidad de su vida.
Mientras vivió con Labán, cuán miserable fue su labor. Había caído en manos de
un hombre del mundo; ¡y siempre que un cristiano avaro se junta con ese tipo de
compañías se produce un escenario terrible! Helos ahí juntos: el codicioso y el
posesivo. Si un ángel pudiese mirarlos desde lo alto, cómo lloraría al ver al
hombre de Dios caído de su excelso lugar y vuelto tan malo como el otro. Entonces,
el mecanismo que Jacob utilizó cuando batalló para obtener sus salarios fue
sumamente extraordinario. ¿Por qué no lo dejó en manos de Dios, en vez de
adoptar los esquemas que utilizó? Jacob nos avergüenza en cada una de las
etapas; no podemos evitarlo. Y luego llega el gran período en su vida, el punto
crítico, cuando se nos informa que: “Jacob luchó con Dios y venció”. Vamos a
considerar eso. Yo he analizado cuidadosamente ese tema, y ya no siento por
Jacob la gran estimación que sentía antes. Yo pensaba que Jacob había luchado
con Dios, pero descubro que es todo lo contrario. Jacob no luchó con Dios. Dios
luchó con él. Siempre tuve en alto a Jacob en mi mente, como el verdadero
modelo de un hombre que lucha en oración. Ahora no pienso igual. Él dividió a
su familia, y puso a una persona al frente para apaciguar a Esaú. El propio
Jacob no se puso al frente con la santa confianza que un patriarca debía haber
sentido. Con la protección de toda la omnipotencia del cielo pudo haber ido
valientemente al encuentro de su hermano. ¡Pero no!, no estaba seguro de que su
hermano se inclinara a sus pies, aunque la promesa afirmaba: “El mayor servirá
al menor”. Jacob no confiaba en esa promesa; no era lo suficientemente grande
para él. Entonces fue de noche al vado de Jaboc. Yo no sé para qué fue, a menos
que haya ido para orar; pero me temo que no fue así. El texto dice: “Así se
quedó Jacob solo; y luchó con él un varón hasta que rayaba el alba”. Es muy
diferente que un hombre luche conmigo a que yo luche con él. Cuando pugno con
alguien, quiero ganar algo de él, y cuando un hombre lucha conmigo, quiere
sacarme algo. Por tanto, según lo entiendo, cuando el varón luchó con Jacob,
quería librarlo de su astucia y de su engaño, y demostrarle qué pobre criatura
pecadora era, pero no podía lograrlo. La astucia de Jacob era tan robusta que
era muy difícil vencerlo; por fin, el ángel tocó su muslo y le mostró su propio
vacío. Y Jacob da un giro y dice: “me has despojado de mi fuerza, ahora voy a
luchar contigo”; y cuando su muslo
fue dislocado y sintió plenamente su propia debilidad, entonces, y sólo
entonces, fue conducido a decir: “No te dejaré,
si no me bendices”. Había confiado plenamente en su propia fuerza, pero Dios
por fin lo humilló, y cuando todo su alardeado poder se hubo esfumado, fue
entonces que Jacob se convirtió en un príncipe con predominio. Pero aún después
de eso, su vida no fue clara. Luego se puede percibir que fue una criatura
incrédula; y todos nosotros hemos sido igual de malos. Aunque culpamos a Jacob,
hermanos, nos estamos culpando a nosotros mismos. Somos duros con él, pero
seremos más duros con nosotros mismos. ¿No recuerdan aquel memorable discurso
del patriarca cuando dijo: “José no parece, ni Simeón tampoco, y a Benjamín
llevaréis; contra mí son todas estas cosas”? Ah, Jacob, ¿por qué no puedes
creer en la promesa? Todas las otras promesas han sido cumplidas. ¡Pero, no!,
él no podía pensar en la promesa; siempre quiso vivir por vista.
Ahora yo digo que si el carácter de Jacob
es como lo he descrito -y estoy seguro de que así es pues lo vemos en
Ahora, la siguiente pregunta es
diferente: ¿por qué Dios odió a Esaú? No
voy a mezclar esta pregunta con la anterior; son enteramente distintas, y
pretendo mantenerlas así. Una sola respuesta para las dos preguntas sería
inválida, pues las preguntas tienen que ser consideradas individualmente y sólo
entonces pueden responderse satisfactoriamente. ¿Por qué Dios odia a alguna
persona? Yo desafío a cualquiera a dar una respuesta diferente a ésta: porque
esa persona lo merece; ninguna respuesta fuera de ésta puede ser cierta jamás.
Hay quienes responden: la soberanía divina; pero yo los reto a ver la doctrina
en la cara. ¿Piensan que Dios creó al hombre y que arbitraria y soberanamente
–es lo mismo- creó a ese hombre con la sola intención de condenarlo? ¿Que lo
creó, pero con el único propósito de destruirlo para siempre? Pues bien, si pueden
creerlo, los compadezco, eso es todo lo que puedo decirles; merecen que se les
tenga lástima por pensar tan mal de Dios, cuya misericordia es eterna. Ustedes
tienen mucha razón al decir que el motivo por el que Dios ama a un hombre es
porque Dios así lo hace; no hay ninguna razón en el hombre. Pero no den la
misma respuesta respecto a por qué Dios odia a un hombre. Si Dios trata con una
persona severamente, es porque esa persona merece todo lo que recibe. En el
infierno no habrá ni un alma solitaria que le diga a Dios: ¡‘Oh Señor, Tú me
has tratado peor de lo que merezco’! Antes bien, cada espíritu perdido será
conducido a sentir que tiene lo merecido, que su destrucción es atribuible a él
mismo y no a Dios, que Dios no tuvo nada que ver con su condenación excepto
como Juez que condena al criminal, pero que él mismo atrajo la condenación sobre
su propia cabeza como resultado de sus propias obras malvadas. La justicia es
lo que condena al hombre; pero la misericordia, la gracia inmerecida, lo salvan;
la soberanía sostiene la balanza del amor; la justicia sostiene la otra
balanza. ¿Quién podría ponerla en manos de la soberanía? Eso sería calumniar a
Dios y deshonrarlo.
Ahora veamos el carácter de Esaú. Alguien
pregunta: “¿acaso mereció que Dios lo desechara?” Yo respondo que sí. Lo que
sabemos del carácter de Esaú claramente lo demuestra. Esaú perdió su
primogenitura. No te pongas a llorar por eso, ni culpes a Dios. El propio Esaú
la vendió y la vendió por un guisado de lentejas. Oh, Esaú, es en vano que
digas: “yo perdí mi primogenitura por decreto”. No, no. Jacob la recibió por
decreto, pero tú la perdiste porque tú mismo la vendiste, ¿no es cierto? ¿No
fue tu propio trueque? ¿Acaso por tu propia libre voluntad no aceptaste el
plato de guiso rojo a cambio de la primogenitura? Tú mismo te buscaste tu
destrucción porque por tu propia negociación vendiste tu propia alma, y tú
mismo lo hiciste. ¿Ejerció Dios influencia sobre Esaú para hacer eso? Ni Dios
lo quiera. Dios no es el autor del pecado. Esaú renunció voluntariamente a su
propia primogenitura. Y la doctrina es que todo hombre que pierde el cielo lo
hace porque él mismo renuncia al cielo. Todo hombre que pierde la vida eterna
es porque él mismo la rechaza. Dios no se la niega; él es quien no quiere venir
para tener vida. ¿Por qué es que una persona permanece siendo impía y no teme a
Dios? Porque dice: “Me gusta esta copa, me gusta este placer, prefiero
quebrantar el día de guardar que hacer las cosas de Dios”. Nadie es salvo por
su propio libre albedrío, pero toda persona que es condenada lo es por su
propio libre albedrío; nadie la constriñe. Pecador, tú sabes que cuando sales
de aquí y sofocas los clamores de la conciencia, tú mismo lo haces. Tú sabes
que cuando dices al finalizar el sermón: “no me interesa creer en Cristo”, lo
dices tú mismo. Estás muy consciente de ello, y aunque no lo estuvieras, es no
obstante un hecho terrible que la razón por la que eres lo que eres es porque quieres ser lo que eres. Es tu propia
voluntad la que te mantiene donde estás; tú eres el único culpable; permaneces
en un estado de pecado por tu propia voluntad. Eres un cautivo, pero eres un
cautivo voluntario. Tú nunca estarás dispuesto a ser libre mientras Dios no
haga que estés anuente. Pero tú estás anuente a ser un esclavo. No se puede disfrazar
el hecho de que el hombre ama el pecado, ama el mal y no ama a Dios. Tú sabes
que aunque se te predique el cielo gracias a la sangre de Cristo, y aunque se
te amenace con el infierno como el resultado de tus pecados, tú te sigues
aferrando a tus iniquidades; no quieres soltarlas ni quieres acudir presuroso a
Cristo. Y cuando seas desechado, al final se te dirá: “perdiste tu
primogenitura”. Pero tú mismo la vendiste. Tú sabes que el salón de baile se
adapta mejor a ti que la casa de Dios; tú sabes que la taberna se adapta mejor
a ti que la casa de oración; tú sabes que más que confiar en Cristo confías en
ti mismo; tú sabes que prefieres los goces del tiempo presente que los goces
del futuro. Es tu propia elección. Mantenla. Tu condenación es tu propia
elección, no la de Dios; tú la mereces con creces.
Pero, dice alguien: “Esaú se arrepintió”.
Sí, se arrepintió, pero ¿qué tipo de arrepentimiento fue el suyo? ¿Notaron
alguna vez su arrepentimiento? Todo hombre que se arrepiente y cree será salvo.
Pero, ¿qué tipo de arrepentimiento fue el suyo? Tan pronto descubrió que su
hermano recibió la primogenitura, la buscó de nuevo con arrepentimiento; la
buscó con lágrimas, pero no la recuperó. Ustedes saben que él vendió su
primogenitura por un guisado de lentejas; y pensó que la recuperaría dándole a
su padre un guiso rojo. “Esto haré” –dice- “voy a salir a cazar un venado para
mi padre. He ganado ascendencia sobre él con mis suculentas comidas, y él me
regresará con gusto mi primogenitura”. Eso es lo que dicen los pecadores: “He
perdido el cielo por mis malas obras; cuando me reforme, voy a recuperarlo
fácilmente. ¿Acaso no lo perdí por el pecado? Voy a recuperarlo renunciando a
mis pecados”. “He sido un borracho” –dice alguien- “voy a renunciar a la bebida
y ahora voy a ser un abstemio”. Otro dice: “he sido un terrible blasfemo; estoy
muy apenado por ello, en verdad; no voy a volver a blasfemar más”. Así que todo
lo que le da a su padre es un guisado de potaje, el mismo tipo de comida por la
que vendió su primogenitura. No, pecador, podrías vender el cielo por unos
cuantos placeres carnales, pero no puedes comprar el cielo renunciando
simplemente a esos placeres. Tú puedes alcanzar el cielo únicamente sobre otra
base, es decir, sobre la base de la gracia inmerecida. Tú pierdes tu alma
justamente, pero no puedes recuperarla haciendo buenas obras o renunciando a
tus pecados.
Tú piensas que Esaú fue un penitente
sincero. Sólo permíteme decirte otra cosa. Este bendito penitente, cuando no
pudo recibir la bendición, ¿qué fue lo que dijo? “Llegarán los días del luto de
mi padre, y yo mataré a mi hermano Jacob”. He ahí tu penitente. Ese no es el
arrepentimiento que viene de Dios el Espíritu Santo. Pero hay hombres que son
así. Dicen que sienten mucho haber sido pecadores tan empedernidos, que sienten
mucho haber sido conducidos a un estado tan deplorable; y luego van y hacen lo
mismo que hacían antes. Su penitencia no los saca de su pecado sino que los
deja en él, y, tal vez los hunda todavía más profundamente en la culpa.
Ahora vean el carácter de Esaú. El único
rasgo rescatable en él fue que comenzó con el arrepentimiento, pero ese arrepentimiento
fue más bien un agravamiento de su pecado, porque fue sin los efectos del
arrepentimiento evangélico. Y yo digo que si Esaú vendió su primogenitura,
verdaderamente merecía perderla; y, por tanto, ¿no tengo razón en decir que si
Dios odió a Esaú fue porque merecía ser odiado? ¿Observan cómo
Si alguno de ustedes quisiera saber qué
es lo que predico cada día, y algún extraño le dijera: “Dame un resumen de su
doctrina”, dile esto: “él predica que la salvación es solo por gracia, y que la
condenación es solo por el pecado. Él le da a Dios toda la gloria por cada alma
que es salvada, pero no acepta que Dios deba ser culpado por cada ser humano
que se condene”. Yo no puedo entender esa enseñanza. Mi alma se rebela ante la
idea de una doctrina que pone la sangre del alma del hombre a la puerta de
Dios. No puedo concebir cómo unas mentes humanas, al menos unas mentes
cristianas, puedan sostener una blasfemia de ese tipo. Me deleito en predicar
esta bendita verdad: la salvación es de Dios, de principio a fin, el Alfa y
Entonces, ¿no les he respondido
honestamente ambas preguntas? He procurado aportar un argumento de
Ahora permítanme predicar esto de manera
práctica por un minuto. Oh, pecadores, si ustedes perecen, sobre su propia
cabeza ha de ser su condenación. La conciencia les dice eso, y
Se les predica el Evangelio; consiste en
esto: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo”. Que la gracia les sea dada
ahora para que se sometan a este glorioso mandato. Han de creer ahora en Aquel
que vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero.
Gracia inmerecida, ¿quién proclamará tus glorias? ¿Quién narrará tus logros o
quién escribirá tus victorias? Tú has llevado al suplantador Jacob a la gloria,
y lo volviste blanco como los ángeles del cielo, y tú transportarás también a
muchos negros pecadores allá y los harás gloriosos como los glorificados. ¡Que
Dios demuestre que esta doctrina es verdadera en la propia experiencia de ustedes!
Si todavía queda alguna dificultad en sus mentes acerca de cualquiera de estos
puntos, escudriñen
Notas
del traductor:
Chelín (de ‘shilling’). Moneda inglesa
equivalente a la vigésima parte de una libra.
Hotentote (del holandés ‘hotentot’,
tartamudo). Se aplica a los individuos de cierto pueblo de raza negra que vive
cerca del cabo de Buena Esperanza.
Traductor: Allan Román
2/Mayo/2012
www.spurgeon.com.mx