El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
Quiero… Pero, No
Sea Como Yo Quiero
NO.
2376
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES,
Y SELECCIONADO PARA LECTURA EL DOMINGO 2 DE
SEPTIEMBRE, 1894.
“Padre… quiero”. Juan 17: 24.
“No sea como yo quiero”. Mateo 26: 39.
Tenemos aquí dos
oraciones hechas por la misma Persona y, con todo, hay entre ellas el más
grande contraste posible. ¡Cuán diferentes son los hombres en diferentes momentos!
Sin embargo Jesús fue esencialmente siempre el mismo: “el mismo ayer, y hoy, y
por los siglos”. Sin embargo, Su disposición de ánimo y de mente variaba de
tiempo en tiempo. Parecía apaciblemente feliz cuando oró con Sus discípulos
diciendo: “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también
ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado”. Pero cuando en
Getsemaní se apartó de Sus discípulos y se postró sobre Su rostro y oró
diciendo: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo
quiero, sino como tú”, se encontraba sumido en una agonía. Quien hizo ambas
oraciones es el mismo Hombre, un Hombre inmutable en cuanto a Su esencia, pero
aun así vean cuán diferente fue Su condición mental y cuán diferentes fueron
las oraciones que ofreció. Hermano, es posible que sigas siendo el mismo
individuo y que seas un hombre tan bueno cuando gimes delante de Dios como
cuando cantas delante de Él. Pudiera haber todavía más gracia en la sumisa
oración “No sea como yo quiero” que en la triunfante oración “Padre, quiero”.
No juzguen que hubiera cambiado la posición de ustedes delante de Dios por
haber sufrido una alteración respecto a sus sentimientos. Si su Maestro oró tan
diferentemente en diferentes momentos, ustedes, que no poseen la plenitud de
gracia que Él tenía no han de sorprenderse si tienen una gran variedad de
experiencias interiores.
Noten, también, que no
sólo se trataba de la misma Persona, sino que Él utilizó estas dos expresiones
casi al mismo tiempo. Yo no sé cuántos minutos –es mejor que diga minutos en
vez de horas- transcurrieron entre la última cena con la maravillosa oración
sumo-sacerdotal, y los agonizantes clamores de Getsemaní. Yo supongo que sólo
se trataba de un breve trayecto de Jerusalén al huerto de olivos y que no
tomaría mucho tiempo recorrer esa distancia. En un extremo del recorrido Jesús
ora diciendo: “Padre, quiero”, y en el otro extremo del mismo dice: “No sea como
yo quiero”. De igual manera nosotros podemos experimentar grandes cambios y
tener que alterar el tono de nuestras oraciones en unos cuantos minutos. Tú
acabas de orar con una santa confianza; sujetaste con firmeza al ángel del
pacto y junto con Jacob, el luchador, dijiste: “No te dejaré, si no me
bendices”; y sin embargo, dentro de una hora puede ser igualmente apropiado de
tu parte yacer en el propio polvo y clamar al Señor en agonía diciendo:
“Perdona mis oraciones, excúsame por ser tan osado y óyeme ahora cuando clamo a
Ti y digo: ‘no sea como yo quiero, sino como tú’”.
“Basta con que bendigas a mi corazón desfalleciente
Con Tu dulce Espíritu como su huésped;
Mi Dios, dejo en Tus manos todo lo demás;
‘¡Hágase Tu voluntad!’”
Nunca te avergüences por
tener que enmendar tus oraciones. Procura no cometer ningún error si puedes
evitarlos pero, si cometes uno, no te avergüences de confesarlo y de corregirlo
hasta donde te sea posible. Uno de nuestros frecuentes errores es que nos
sorprende cometer errores. Siempre que alguien dice: “Nunca me hubiera imaginado
que yo podría cometer alguna tontería como esa”, muestra que no se conocía
realmente, pues si se hubiera conocido, más bien se habría sorprendido de no
hacer algo peor, y se habría maravillado de haber actuado tan sabiamente como
lo hizo. Únicamente la gracia de Dios puede enseñarnos cómo hacer para que
nuestras oraciones recorran toda la escala desde la aguda nota: “Padre, óyeme,
pues Tú has dicho: ‘Pide lo que quieras’, hasta descender a la profunda,
profunda y grave nota: “Padre, no sea como yo quiero, sino como Tú”.
Debo señalar
adicionalmente que estas dos oraciones eran igualmente características de
Cristo. Pienso que, por Su voz, puedo reconocer a mi Señor en cualquiera de las
dos. ¿Quién sino el eterno Hijo de Dios podría atreverse a decir: “Padre, quiero”?
Allí habla
Mis dos textos conforman
una extraña pieza musical. Bienaventurados los labios que saben cómo expresar
la confianza que se eleva hasta la mayor altura a la que podemos llegar con
Cristo y desciende hasta las mayores profundidades a las que podemos llegar con
Él, en plena sumisión a la voluntad de Dios. ¿Dice alguien que no puede
entender el contraste entre estas dos oraciones? Querido amigo, debe explicarse
así: hubo una diferencia de posición en el Suplicante en esas dos ocasiones. La
primera oración, “Padre, quiero”, es la oración de nuestro grandioso Sumo
Sacerdote, vestido con todas Sus vestiduras celestiales, el azul, púrpura, el
lino torcido, las granadas, las campanillas de oro y el pectoral con las doce
piedras preciosas con los nombres de Su pueblo escogido. Es nuestro grandioso
Sumo Sacerdote en la gloria de Su oficio y poder majestuosos quien le dice a
Dios: “Padre, quiero”. El segundo Suplicante no es tanto el Sacerdote como
Déjenme decirles también
que en el objeto de Su súplica hay una diferencia que está llena de
instrucción. En la primera oración, donde nuestro Señor dice tan
majestuosamente: “Padre, quiero”, Él está intercediendo por Su pueblo, Él está
orando por lo que sabe que es la voluntad del Padre, está oficiando allí ante
Dios como el propio portavoz de Dios, y está hablando de algo acerca de lo cual
tiene perfecta claridad y seguridad. Cuando estás orando por el pueblo de Dios
puedes orar muy intrépidamente. Cuando estás intercediendo por la causa de Dios
puedes hablar muy categóricamente. Cuando sabes que estás pidiendo lo que ha
sido prometido definitivamente en las Escrituras como parte del pacto ordenado
en todas las cosas y que será guardado, puedes pedir sin ninguna vacilación,
como lo hizo nuestro Señor. Pero, en el segundo caso, Jesús oraba por Él mismo:
“Si es posible, pase de mí esta copa”. Estaba orando por un asunto sobre el
cual desconocía, como hombre, la voluntad del Padre, pues dice: “Si es
posible”. Hay un “si” en eso: “Si es posible, pase de mí esta copa”. Siempre
que subas a tu aposento en una agonía de angustia y comiences a orar por ti
mismo y para escapar del sufrimiento si fuese posible, en tales circunstancias siempre
di: “Pero no sea como yo quiero, sino como tú”. Pudiera serte dado en algunas
ocasiones que ores muy intrépidamente aun en un caso como ese; pero, si no te
es dado, cuídate de no presumir. Yo pudiera orar por la salud de mi cuerpo,
pero no con la misma confianza con la que oro pidiendo por la prosperidad de
Sion y la gloria de Dios. Lo que tenga que ver conmigo puedo pedirlo como un
hijo de Dios se lo pide a su Padre; pero tengo que pedirlo sumisamente, dejando
la decisión enteramente en Sus manos, sintiendo que, debido a que es para mí
mismo más bien que para Él, debo decir: “Pero no sea como yo quiero, sino como
tú”. Pienso que hay aquí una clara lección a la que los cristianos deben
prestar atención, y es que si bien están muy confiados en un tema por el cual
oran, en otro sentido están igualmente sumisos, pues hay una mezcla celestial
en el carácter cristiano tal como la hubo en el carácter de Cristo, una firme
confianza y, sin embargo, una absoluta sumisión a la voluntad de Dios,
independientemente de cuál pudiera ser esa voluntad.
“Señor, en Tu mano están mis tiempos;
Todo lo que mis confiadas esperanzas planearon
Lo abandono a Tu sabiduría,
Y quiero hacer mío Tu propósito”.
Ahora bien, podrían
decir que todo este tiempo sólo he estado girando en derredor del texto. Muy
bien; pero algunas veces se puede recoger una gran cantidad de instrucción en
derredor del texto. El maná caía en derredor del campamento de Israel; quizás
haya algo de maná en derredor de este texto. ¡Que el Señor nos ayude, a cada
uno de nosotros, a recoger su porción!
Ahora yo quiero que
ustedes consideren, durante unos cuantos minutos, a este grandioso Suplicante
en los dos estados de ánimo en los que oró diciendo: “Padre, quiero”, y “No sea
como yo quiero”, y que luego los combinen. Primero vamos a mirar a Jesús en el poder de Su intercesión; en
seguida, vamos a hablar de Jesús en el
poder de Su sumisión; y en tercer lugar, vamos a tratar de combinar las dos oraciones, “Quiero”,
pero, “No sea como yo quiero”.
I. Primero,
veamos a JESÚS EN EL PODER DE SU INTERCESIÓN, diciendo: “Padre, quiero”.
¿De dónde le vino ese
poder? ¿Quién le capacitó para hablar así con Dios, para decirle: “Padre,
quiero”? Primero, Jesús oró en el poder
de Su condición de Hijo. Los hijos pueden decirle a un padre lo que los
extraños no pueden atreverse a decirle; y un Hijo tal como lo era Jesús, tan
cercano al corazón de Su Padre, un Hijo que podía decir: “No me ha dejado solo
el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada”; un Hijo de quien el Padre
había dicho: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”, ese Hijo tenía
el poder con Dios como para ser capaz de decir: “Padre, quiero”.
En seguida, este poder
provenía del eterno amor del Padre por
Él. ¿Notaron cómo, en el propio versículo de donde es tomado nuestro texto,
Jesús le dice a Su Padre: “Me has amado desde antes de la fundación del mundo”?
Nosotros no podemos concebir cuál es el amor del Padre por Cristo Jesús, Su
Hijo. Recuerden que son uno en esencia. Dios es uno: Padre, Hijo y Espíritu
Santo; y, como el Dios Encarnado, Cristo es indeciblemente amado por el corazón
del Padre. No hay nada acerca de Él que el Padre desapruebe; no hay nada que
haga falta en Él que el Padre desearía ver allí. Él es el ideal de Sí mismo de
Dios: “En él habita corporalmente toda la plenitud de
Pero nuestro Señor Jesús basó también esta
oración en Su obra terminada. Les concedo que realmente no había muerto
todavía, pero ante la segura perspectiva de que lo haría, le había dicho a Su
Padre: “Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que
hiciese”. Ahora Él la concluyó realmente; fue capaz de decir en el más pleno
sentido: “Consumado es”, y ascendió para tomar Su lugar en la gloria al lado de
Su Padre. Ustedes recuerdan el argumento con el que Pablo comienza su Epístola
a los Hebreos: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro
tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado
por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el
universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su
sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder,
habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo,
se sentó a la diestra de
Recuerden, también, que Jesús posee todavía este poder, y lo
posee para ustedes y para mí. ¡Oh, mis queridos oyentes, muy bien pueden ir a
Cristo y aceptarlo como su Mediador e Intercesor, puesto que todo este poder
para decir: “Padre, quiero”, es depositado en Él a propósito a favor de los
pobres pecadores creyentes que vienen y lo toman para que sea su Salvador! Tú
dices que no puedes orar. Bien, Él sí puede, pídele que interceda por ti; y yo
le doy gracias a Dios porque algunas veces, aun cuando no le pedimos que
interceda por nosotros, lo hace de todas maneras, como lo hizo por Pedro,
cuando Satanás lo había pedido, pero Cristo oró por él. Pedro desconocía su
peligro, pero como el Salvador sí lo conocía intercedió por él de inmediato.
¡Qué bendición es pensar que Cristo está revestido de autoridad y poder divinos
y que los usa a favor nuestro! Hace bien Toplady en cantar:
“Con clamores y lágrimas Él presentó
Su humilde petición aquí abajo;
Pero con autoridad pide ahora
Entronizado en la gloria.
Para todos los que vienen a Dios por Él,
Él solicita la salvación;
Señala sus nombres sobre Su pecho,
Y extiende Sus manos heridas.
Su pacto y Su sacrificio
Sancionan Su reclamo;
‘Padre, Yo quiero que todos Mis santos
Estén conmigo donde Yo estoy’”.
Además, ese poder de Cristo pondrá a cada creyente
en el cielo. Noten cómo Cristo dirige toda Su intercesión en ese sentido;
dice: “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también
ellos estén conmigo, para que vean mi gloria”. El demonio dice que nunca
llegaremos al cielo, pero nosotros recordamos aquella declaración de Moisés: “Te
mentirán tus enemigos” (1), y se encontrará que el archienemigo es un
archimentiroso, pues
Habré concluido con este
primer punto cuando haya dicho esto: ese
poder que Cristo tenía puede ser ganado, en cierta medida, por todo Su pueblo. No
me atrevo a decir, y no lo diría, que cualquiera de nosotros sería capaz jamás
de expresar las palabras de nuestro Salvador: “Padre, quiero”; pero sí digo
esto: que si permaneces en Cristo, y Sus palabras permanecen en ti, puedes alcanzar
tal poder en la oración que pedirás todo lo que quieras, y te será concedido.
Esta no es una promesa para todos ustedes; no, ni siquiera para todos los que
son del pueblo de Dios, sino sólo para aquellos entre ustedes que viven
enteramente para Dios y que le sirven con todo su corazón. Mediante una
habitual relación con Dios pueden alcanzar tal poder con el Altísimo que los
hombres dirán de ustedes lo que solían decir de Lutero: “Allí va un hombre que
puede pedirle a Dios lo que quiera, y obtenerlo”. Ustedes pueden alcanzar esa
gloriosa altitud. ¡Oh, yo quisiera que cada uno de nosotros buscara alcanzar
esa altura de poder y bendición! El varón que prevalecerá con Dios no es el
cristiano débil, no es el cristiano mundano, ni el que tiene justo la suficiente
gracia para hacerlo miserable, ni el hombre que sólo tiene la suficiente gracia
para evitar que sea absolutamente inmoral. Ustedes, que son remeros en el
cristianismo que a duras penas se mojan los dedos de sus pies; ustedes, que no
se meten nunca más allá de sus tobillos o de sus rodillas; a ustedes Dios no
les concederá nunca este privilegio a menos que se adentren para buscarlo.
Lleguen hasta donde las aguas son lo suficientemente profundas para nadar en
ellas y sumergirse. Estén perfectamente consagrados a Dios; entreguen sin
reserva su vida entera a Su gloria y entonces podrán obtener algo del poder de
su Señor en la oración cuando dijo: “Padre, quiero”.
II. Ahora,
en segundo lugar, les pido amablemente que me acompañen a considerar a JESÚS EN
EL PODER DE SU SUMISIÓN. Nuestro segundo texto es una completa sumisión: “No
sea como yo quiero”.
Esta expresión, “No sea
como yo quiero”, demostró que todas las vacilaciones de la naturaleza de Cristo
respecto a esa terrible copa fueron vencidas. Yo no creo que Cristo tuviera
miedo de morir; ¿lo creen ustedes? Oh, no; muchos de Sus siervos se han reído
de la muerte; yo estoy seguro de que Él no tenía miedo de morir; ¿qué era
entonces lo que hacía que la copa fuera tan pavorosamente terrible? Jesús iba a
ser hecho pecado por nosotros, iba a caer bajo la maldición por nosotros e iba
a sentir la ira del Padre debido a la culpa humana; Su naturaleza entera, todo
Su ser y no únicamente Su carne, rehuía esa terrible prueba. No era un
envilecimiento real el que recaería sobre Él, pero parecía que así acontecería
y, como hombre, no sabía qué debía contener esa copa de ira.
“Emanuel está sumido en un terrible dolor,
Imperceptible y desconocido para todos los de aquí abajo,
Excepto para el Hijo de Dios;
En agonizantes dolores de alma,
Sorbe profundamente el más amargo ajenjo,
Y suda grandes gotas de sangre”.
Después de permanecer en
el amor de Dios desde toda la eternidad, Él iba a soportar en unas cuantas
horas el castigo del pecado del hombre; sin embargo, tenía que soportarlo, y
por tanto dijo: “No sea como yo quiero, sino como tú”. ¿Se sorprenden de que
orara: “Si es posible, pase de mí esta copa”? ¿Ha de ser culpado Cristo por
estas vacilaciones de la naturaleza? Mis queridos amigos, si hubiese sido un
placer para Él y si no hubiese sentido ninguna vacilación, ¿dónde habría estado
Su santa valentía? Si no hubiese sido algo horrible y espantoso para Él, ¿dónde
habría estado Su sumisión, dónde habría estado el valor que realizó la expiación?
Si hubiese sido algo que no podía o no debía rehuir, ¿dónde habría estado el
dolor, el ajenjo y la hiel de eso? La copa tiene que ser, en la naturaleza de
las cosas, algo de lo cual quien la soporta tiene que vacilar, o de lo
contrario no habría podido ser suficiente para la redención de Su pueblo y para
la vindicación de la quebrantada ley de Dios. Entonces, era necesario que
Cristo demostrara, mediante una oración como esta, que había vencido todas las
vacilaciones de Su naturaleza.
“No sea como yo quiero”,
es también una evidencia de la completa
sumisión de Cristo a la voluntad de Su Padre. “Como cordero fue llevado al
matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su
boca”. No hay ninguna resistencia, ninguna lucha, Él se entrega completamente. “Bien”
–pareciera decirle a Dios- “haz lo que quieras conmigo; me someto absolutamente
a Tu voluntad”. No hubo de parte de Cristo ninguna reserva, ningún deseo ni
siquiera de hacer una reserva; voy más adelante, y digo que Jesús quería lo que Dios quisiera, y aun
oró para que la voluntad de Dios, de la cual Su naturaleza humana al principio
rehuía, pudiera ser cumplida. “Pero no sea como yo quiero, sino como tú”.
Oh, hermanos y hermanas -pues
tanto unos como otras necesitan esta gracia- ¡pídanle a Dios que les ayude a
aprender cómo imitar a su Señor en esta
sumisión! ¿Se han sometido a la voluntad del Señor? ¿Se están sometiendo
ahora? ¿No son algunos de ustedes como bueyes que están desacostumbrados al
yugo? Ustedes saben que hay un texto en el Salmo ciento treinta y uno que dice:
“Como un niño destetado está mi
alma”. He pensado algunas veces que, para algunos de los hijos del Señor, el
pasaje tendría que ser leído, “Mi alma es como un niño en el destete”, y hay muchos miembros del
pueblo de Dios que tardan mucho en ser destetados. No puedes obtener
satisfacción, ni quietud, ni contento, ¿no es cierto? ¿Puedes entregarte
enteramente a Dios para que Él haga lo que le agrade contigo? ¿Tienes algún
miedo de un tumor o de un cáncer? ¿Está ante ti la posibilidad de una operación
dolorosa y peligrosa? ¿Te está yendo mal en el negocio de manera que probablemente
lo pierdas todo? ¿Se está enfermando un amado hijo? ¿Es probable que muera la
madre? ¿Tendrás que perder tu posición y reputación si eres fiel al Señor?
¿Estarás expuesto a crueles calumnias? ¿Es probable que seas echado de tu
empleo si haces lo recto? Vamos, prescindiendo de qué es lo que temas o esperes,
¿puedes darte enteramente a Dios, y decir: “Jehová es; haga lo que bien le
pareciere”? Tu Señor y Maestro lo hizo. Él dijo: “No sea como yo quiero”. Oh,
que te enseñe este arte divino de la absoluta resignación al propósito y
ordenanza de Dios, hasta que tú también seas capaz de decir: “¡No sea como yo
quiero!” Así, cantarás:
“Yo me someto a Tu voluntad, oh Dios,
Y adoro todos Tus caminos;
Y cada día que viva buscaré
Agradarte más y más”.
III. Habré
concluido mi discurso una vez que haya trenzado un poco estos dos dichos;
entonces, en tercer lugar, COMBINEMOS LAS DOS ORACIONES: “Yo quiero”; pero, “No
sea como yo quiero”.
Primero déjenme decirles
que
El siguiente comentario
que quisiera hacer es que la oración Número
Dos es necesaria para
Noten, también, queridos
amigos, que Jesús nos ayudará a recibir
la respuesta de la oración Número Uno y de
Por último, pienso que la verdadera condición de hijo engloba a
Observa, entonces, que
tú no eres un hijo de Dios a menos que puedas decir también: “Padre, no sea
como yo quiero”. El verdadero hijo se somete a la voluntad de su padre. “Sí”
–dice- “me gustaría tal y tal cosa”. Su padre se lo prohíbe. “Entonces no la
quiero, y no la tocaré”; o dice: “no me gusta tomar esa medicina, pero mi padre
dice que debo tomarla”, y toma el vaso y bebe todo su contenido. El verdadero
hijo dice: “No sea como yo quiero”, aunque, a su medida, dice también: “Padre,
quiero”.
Sólo me he estado
dirigiendo a los que son miembros del pueblo de Dios. Espero que ustedes hayan
aprendido algo de este tema; sé que lo han hecho si el Señor les ha enseñado a
orar según la manera de estas dos oraciones, haciéndolo humildemente y con fe,
imitando a su Señor.
Pero, oh, ¿qué les diré
a aquellos que no son del pueblo del Señor? ¡Si ustedes no saben cómo orar del
todo, que el Señor les enseñe! ¡Si todavía no conocen sus necesidades, que el
Señor los instruya! Pero déjenme decirles que si alguna vez viniera un tiempo
cuando sientan su necesidad de un Salvador, el Señor Jesús estará dispuesto a
recibirlos. Si alguna vez suspiran por Él, tengan la seguridad de que Él
también está suspirando por ustedes. Aun ahora,
“Encendidos
están Sus enternecimientos”,
y con sólo que musiten
la oración del penitente, “Dios, sé propicio a mí, pecador”, y pongan sus ojos
en Cristo y los vuelvan a la cruz, hay salvación para ustedes aun ahora. Que
Dios les conceda recibirla, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Nota
del traductor:
1) La cita es de Deuteronomio 33: 29 y está tomada de
la versión en español: ‘Biblia Americana San Jerónimo’.
Traductor: Allan Román
20/Febrero/2014