El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano

El Cristo Inmutable

NO. 2358

 

SERMÓN PREDICADO LA NOCHE DEL JUEVES 23 DE FEBRERO DE 1888

POR CHARLES HADDON SPURGEON

EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES,

Y SELECCIONADO PARA LECTURA EL DOMINGO 29 DE ABRIL DE 1894.

 

“Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”. Hebreos 13: 8.

 

Permítanme leerles el versículo que precede a nuestro texto. Es un buen hábito considerar siempre los textos en su contexto. Creo que no es bueno tomar pequeñas porciones de la Palabra de Dios y sacarlas fuera de su contexto como si le estuvieras arrancando las plumas a un ave. Es una lesión para la palabra de Dios. Algunas veces un pasaje de la Escritura pierde mucho de su belleza, de su verdadera enseñanza y de su significado real cuando es tomado fuera de contexto. Nadie pensaría en mutilar así los poemas de Milton tomando unas cuantas líneas aisladas del Paraíso Perdido e imaginando que así se puede llegar realmente al corazón del poder del poeta. Entonces consideren siempre los textos en el contexto en que se encuentran. El versículo que precede a nuestro texto es este: “Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe. Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”.

 

Observen, entonces, que el pueblo de Dios es un pueblo reflexivo. Si es lo que debiera ser, ese pueblo recuerda y considera mucho. Eso es lo fundamental de este versículo. Si han de recordar y considerar a sus líderes terrenales, con mucha mayor razón han de recordar a ese grandioso Líder, el Señor Jesús, y todas esas verdades inigualables que brotaron de Sus benditos labios. En estos días yo desearía que los cristianos profesantes recordaran en verdad y consideraran muchísimo más; pero vivimos con tal frenesí y tal prisa y tal preocupación que no nos queda tiempo para pensar. Nuestros nobles antepasados de índole puritana eran varones que contaban con una espina dorsal, y eran de paso firme, independientes y autónomos, que podían defender su posición en el día del conflicto y la razón era que se tomaban un tiempo para meditar, un tiempo para llevar un diario de sus experiencias cotidianas y un tiempo para tener comunión con Dios en lo secreto. Tomen la indicación y procuren pensar un poco más; en este agitado Londres, y en estos días de prueba, recuerden y consideren.

 

Mi siguiente observación es que el pueblo de Dios es un pueblo imitador, pues se nos dice aquí que ha de recordar a quienes son sus líderes, a quienes le han hablado la Palabra de Dios: “considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe”. En nuestros días hay una comezón de ir en pos de la originalidad que te abra una nueva ruta. Cuando las ovejas hacen eso, son malas ovejas. Las ovejas siguen al pastor, y en cierta medida, siguen unas a las otras cuando van juntas en pos del pastor. Nuestro Grandioso Maestro nunca se propuso la originalidad. Él dijo que ni siquiera decía Sus propias palabras, sino las palabras que había oído de Su Padre. Él era dócil y enseñable; como Hijo de Dios y siervo de Dios, Su oído estaba abierto para oír las instrucciones del Padre, y podía decir: “Yo hago siempre lo que le agrada”. Entonces esa es la verdadera ruta que debe tomar un cristiano, seguir a Jesús, y, en consecuencia, seguir a todos los verdaderos santos que sean dignos de ser seguidos, imitando a los piadosos en la medida que ellos imiten a Cristo. El apóstol lo expresa así: “Imitad su fe”. Si pretendieran abrirse paso por ellos mismos, muchos jóvenes cristianos tendrían que caer infaliblemente en muchas aflicciones, mientras que si toman alguna nota del camino por el que han ido cristianos más experimentados y más instruidos, se mantendrán en el camino de las pisadas del rebaño y seguirán también las huellas del Pastor. El pueblo de Dios es un pueblo reflexivo y constituye un pueblo imitador y humilde, ávido de ser instruido y dispuesto a seguir los ejemplos santos y piadosos.

 

Sin embargo, nuestro texto nos proporciona una buena razón para imitar a los santos; consiste en que nuestro Señor y Su fe son siempre los mismos: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”. Vean, si el viejo cimiento cambiara, si nuestra fe estuviera variando siempre, entonces no podríamos seguir a ninguno de los santos que nos han antecedido. Si tuviéramos una religión específica para el siglo diecinueve, sería ridículo que imitáramos a los varones del primer siglo, y Pablo y los apóstoles serían sólo unos vejestorios que se habrían quedado atrás en las épocas distantes. Si hemos de ir mejorando de siglo en siglo, yo no podría señalarles a ninguno de los reformadores, o de los confesores, o de los santos en los valientes días de la antigüedad, y decirles: “Aprendan de su ejemplo”, porque si la religión ha cambiado por completo y ha mejorado, -es algo curioso decirlo- entonces seríamos nosotros quienes deberíamos dar el ejemplo a nuestros ancestros. Por supuesto que ellos no podrían seguirlo porque ya se han marchado de la tierra, pero como nosotros sabemos tanto más que nuestros padres no podríamos pensar en aprender nada de ellos. Como habríamos dejado atrás a todos los apóstoles dedicándonos a algo completamente nuevo, sería una lástima que no olvidáramos lo que ellos hicieron y lo que sufrieron, y que no pensáramos que no eran sino un conjunto de simplones que actuaron conforme a su propia luz, ¡pues no tenían la luz que nosotros tenemos en este maravilloso siglo diecinueve! Oh, amados, hablar de esta manera maligna casi hace brotar llagas en mis labios, pues no podría ser expresada jamás una falsedad más vil que la insinuación de que hemos cambiado los eternos cimientos de nuestra fe. En verdad, si estos cimientos fueran quitados podríamos preguntar en muchos sentidos: “¿Qué harán los justos? ¿A quién imitarán? ¿A quién seguirán? Habiendo desaparecido las señales prominentes, ¿qué nos queda del santo tesoro de ejemplo con el que el Señor enriquece a los seguidores de Cristo?”

 

I.   Llegando a nuestro texto, “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”, mi primera observación es que el propio JESUCRISTO ES SIEMPRE EL MISMO.

 

Ha habido cambios de posición y de circunstancias en nuestro Señor, pero Él es siempre el mismo en Su gran amor por Su pueblo, al que amó antes de la tierra. Antes que la primera estrella fuera encendida, antes que la primera criatura viviente comenzara a cantar la alabanza de su Creador, Él amó a Su iglesia con un amor eterno. La divisó con el lente de la predestinación, la visualizó en su divino conocimiento anticipado y la amó con todo Su corazón, y fue por esta causa que dejó a Su Padre y se hizo uno con ella para redimirla. Fue por este motivo que anduvo con ella a lo largo de este valle de lágrimas, saldó sus deudas y llevó sus pecados en Su propio cuerpo en el madero. Por su causa durmió en la tumba, y con el mismo amor que lo hizo descender, Él ha ascendido de nuevo, y con el mismo corazón que late fiel al mismo bendito compromiso matrimonial ha entrado en la gloria, en espera del día de la boda cuando vendrá de nuevo para recibir a su esposa perfeccionada que se habrá preparado por Su gracia. Jamás ni por un instante, ya sea como Dios sobre todo, bendito por siempre, o como Dios y hombre en una divina persona, o como muerto y sepultado, o como resucitado y ascendido, jamás ha cambiado en el amor que siente por Sus escogidos. Él es “Jesucristo el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”.

 

Por tanto, amados hermanos, Él no ha cambiado jamás en Su propósito divino para con Su amada Iglesia. Él resolvió en la eternidad hacerse uno con ella, para que ella pudiera hacerse una con Él; y habiendo resuelto al respecto de esto, cuando vino el cumplimiento del tiempo nació de una mujer y nació bajo la ley, tomó sobre Sí la semejanza de carne de pecado, “y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. Con todo nunca abandonó Su propósito y afirmó Su rostro para ir a Jerusalén; incluso cuando la amarga copa fue acercada a Sus labios y Él parecía titubear por un instante, regresó a ella con una firme resolución diciéndole a Su Padre: “Si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú”. Ese propósito es muy firme en Él ahora pues por amor de Sion no callará, y por amor de Jerusalén no descansará, hasta que salga como resplandor Su justicia, y Su salvación se encienda como una antorcha. Jesús sigue insistiendo con Su gran obra y Él no fallará ni se desanimará en ella. Él no se quedará contento hasta que todos aquellos que compró con sangre se conviertan en glorificados por Su poder. Él recogerá a todas Sus ovejas en el redil celestial, y pasarán otra vez bajo la mano de Aquel que las cuenta, cada una de ellas siendo llevada allí por el grandioso Pastor que entregó Su vida por ellas. Amados, Él no puede abandonar Su propósito; no sería acorde con Su naturaleza que lo hiciera, pues Él es “Jesucristo, el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”.

 

Él es también “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”, en el cumplimiento de Sus oficios para llevar a cabo Su propósito y dar curso a Su amor. Él sigue siendo un profeta. Los hombres procuran hacerle a un lado. La así llamada falsamente ‘ciencia’ pasa al frente y le pide que se calle; pero “las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Mas al extraño no seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños”. Las enseñanzas del Nuevo Testamento son tan sanas y verdaderas hoy como lo fueron hace mil ochocientos años; no han perdido nada de su valor, nada de su absoluta certeza; permanecen firmes como los montes eternos. Jesucristo era un Profeta y “es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”.

 

Es el mismo, también, como Sacerdote. Algunos se mofan ahora de Su sangre preciosa; ¡ay, que tenga que ser así! Pero, para Sus elegidos Su sangre es todavía el precio de su compra, por ella vencen, por medio de la sangre del Cordero obtienen la victoria; y ellos saben que la alabarán en el cielo, cuando hayan lavado sus ropas, y las hayan emblanquecido en la sangre del Cordero. Ellos nunca se apartan de su grandioso Sacerdote y de Su portentoso sacrificio ofrecido una sola vez por los pecados de los hombres y que es perpetuamente eficaz para toda la raza comprada con sangre; ellos se glorían en Su sacerdocio eterno delante del trono del Padre. En esto, en verdad, nos regocijamos, sí, y nos regocijaremos porque Jesucristo es nuestro Sacerdote, y es “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”.

 

Y como Rey es siempre el mismo. Él es supremo en la Iglesia. ¡Delante de Ti, oh Jesús, todos Tus leales súbditos se postran! Todos los manojos se inclinan al Tuyo; el sol y la luna y todas las estrellas te obedecen y te sirven a Ti, Rey de reyes y Señor de señores. Tú eres cabeza sobre todas las cosas para Tu Iglesia, que es Tu cuerpo. Amados, si hubiese cualquier otro oficio que nuestro Señor hubiese asumido para el logro de Sus propósitos divinos, podemos decir de Él, respecto a cada posición que Él es “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”.

 

Así también, adicionalmente, Él es el mismo en Su relación con todo Su pueblo. Me gusta pensar que así como Jesús era el Esposo de Su Iglesia en el pasado, sigue siendo todavía su Esposo pues Él aborrece el repudio. Así como Él fue el Hermano en tiempo de angustia para Sus primeros discípulos, Él sigue siendo todavía nuestro Hermano fiel. Así como fue un Amigo más unido que un hermano para quienes fueron agudamente probados en los tiempos medievales, Él es igualmente un amigo para nosotros a quienes han alcanzado los fines de los siglos. No hay ninguna diferencia de ningún tipo en la relación del Señor Jesucristo para con Su pueblo en ningún momento. Él está tan dispuesto a consolarnos esta noche como estuvo dispuesto a consolar a aquellos con quienes moró cuando estuvo aquí abajo. Hermana María, Él está tan dispuesto a descender a tu Betania y ayudarte en tu dolor por Lázaro, como lo estuvo cuando fue a Marta y María, a quienes amaba. Jesucristo está igualmente presto a lavar tus pies, hermano mío, después de otro día de un cansado viaje a lo largo de los sucios caminos de este mundo. Él está tan presto a tomar el lebrillo, el aguamanil y la toalla, y darnos una amorosa limpieza, como lo estuvo cuando lavó los pies de Sus discípulos. Justo lo que fue para ellos es para nosotros. Es una dicha si ustedes y yo podemos decir: “Lo que fue para Pedro, lo que fue para Juan, lo que fue para Magdalena, eso es Jesucristo para mí, ‘el mismo ayer, y hoy, y por los siglos’”.

 

Amados, yo he visto que los hombres cambian; ¡oh, cómo cambian! Una pequeña helada convierte al bosque en bronce y cada hoja se desprende y cede ante la ráfaga de viento del invierno. Así se esfuman nuestros amigos, y los más fervientes adherentes se desvanecen en el tiempo de la tribulación; pero Jesús es para nosotros lo que siempre fue. Cuando envejecemos y encanecemos, y otros les cierran las puertas a los hombres que han perdido su anterior vigor porque ya no son adecuados para ellos, entonces Él dirá: “Y hasta la vejez yo mismo, y hasta las canas os soportaré yo; yo hice, yo llevaré, yo soportaré y guardaré”, pues Él es “Jesucristo, el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”. Con esto basta, amados, con respecto a Jesús mismo; Él es siempre el mismo.

 

II.   Ahora demos un paso adelante. JESUCRISTO ES SIEMPRE EL MISMO EN SU DOCTRINA.

 

Este texto debe referirse a la doctrina de Cristo puesto que está vinculado a la imitación de la fe de los santos: “Considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe. Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos. No os dejéis llevar de doctrinas diversas y extrañas; porque buena cosa es afirmar el corazón con la gracia”. Es evidente, por el contexto, que nuestro texto se refiere a la enseñanza de Cristo, quien es “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”. Esto no va de acuerdo con la insensatez del “progreso”. La teología, como cualquier otra ciencia, ha de crecer regada por la espléndida sabiduría de esta época ilustrada, fomentada por la superlativa habilidad de los caballeros que son luz y guía del tiempo presente, ¡tan superiores a todos los que vinieron antes que ellos!

 

No lo creemos así, hermanos; pues el Señor Jesucristo fue la perfecta revelación de Dios. Él era la expresa imagen de la persona del Padre, y el resplandor de Su gloria. En épocas previas, Dios nos habló por Sus profetas; pero en estos últimos días nos ha hablado por Su Hijo. Ahora en cuanto a eso que fue una revelación completa, es blasfemo suponer que pueda haber algo más revelado de lo que ha sido dado a conocer en la persona y obra de Jesucristo, el Hijo de Dios. Él es el ultimátum de Dios: por último, envía a Su Hijo. Si pueden concebir un despliegue más brillante de Dios del que ha de ser visto en el Unigénito, le doy gracias a Dios porque soy incapaz de seguirlos en una imaginación de ese tipo. Para mí, Él es la última, la más excelsa y la más grandiosa revelación de Dios; y cuando Él cierra el Libro que contiene la revelación escrita, les ordena que no se atrevan a quitar de él, no sea que quite su nombre del Libro de la vida, y que no se atrevan a agregarle, no sea que Él les agregue las plagas que están escritas en este Libro.

 

En este momento la salvación de nuestro Señor Jesucristo es la misma que ha sido en todas las épocas. Jesucristo salva todavía a los pecadores de la culpa, del poder, del castigo, y de la contaminación del pecado. Todavía “no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. Jesucristo hace todavía nuevas todas las cosas. Él crea nuevos corazones y espíritus rectos en los hijos de los hombres, y graba Su ley en las tablas que una vez fueron de piedra pero que Él ha convertido en carne. No hay ninguna salvación nueva; algunos podrían hablar como si la hubiera, pero no la hay. La salvación significa hoy para ustedes lo que significó para Saulo de Tarso en el camino a Damasco; si piensan que tiene otro significado, se han perdido de ella por completo.

 

Y, además, la salvación por Jesucristo viene a los hombres de la misma manera que siempre vino. La tienen que recibir ahora por fe; en los días de Pablo los hombres eran salvos por fe, y ahora no son salvados por obras. En la época apostólica comenzaron por el Espíritu, y ahora no hemos de comenzar por la carne. No hay ninguna indicación en el Libro ni hay ninguna indicación en la experiencia de los hijos de Dios que deba haber alguna vez alguna alteración en cuanto a la manera en la que recibimos a Cristo y vivimos por Él. “Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios”, un don de Dios hoy tanto como siempre lo fue, pues Jesucristo “es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”.

 

Adicionalmente esta salvación es justamente la misma en cuanto a las personas a quienes es enviada. Ha de ser predicada ahora, como siempre, a toda criatura bajo el cielo; pero apela con un poder peculiar a los que son culpables y que confiesan su culpa, a corazones que han sido quebrantados, a hombres que están trabajados y cargados. Es a éstos que el Evangelio viene con gran dulzura. Yo les he citado antes a ustedes esas extrañas palabras de Joseph Hart:

 

“Un pecador es una cosa sagrada,

El Espíritu Santo lo ha hecho así”.

 

Lo es; el Salvador es únicamente para los pecadores. Él no vino a salvar a los justos, Él vino a buscar y a salvar a los perdidos, y todavía “a vosotros es enviada la palabra de esta salvación”; y esta declaración sigue siendo verdadera todavía: “Este a los pecadores recibe, y con ellos come”. No hay ningún cambio en esta afirmación: “a los pobres es anunciado el evangelio”, y viene a los que están más alejados de Dios y de la esperanza, y los inspira con un poder y energía divinos.

 

Amados, yo puedo dar testimonio de que el Evangelio es el mismo en sus efectos en los corazones de los hombres. Todavía quebranta, todavía sana; todavía hiere, y todavía cura; todavía mata, y todavía revive; todavía pareciera arrojar a los hombres al infierno en su terrible experiencia del mal del pecado, pero todavía los alza a un extático gozo hasta ser casi exaltados hasta el cielo cuando se aferran a él y sienten su poder en sus almas. El Evangelio que fue un Evangelio de nacimientos y muertes, de matar y hacer vivir, en los días de John Bunyan, tiene hasta este día justo el mismo efecto en nuestros corazones, cuando viene con el poder que Dios ha puesto en él por Su Espíritu. Produce los mismos resultados y tiene la misma influencia santificante que siempre tuvo.

 

Mirando más allá de la estrecha corriente de la muerte, podemos decir que los eternos resultados producidos por el Evangelio del Señor Jesucristo son los mismos que siempre fueron. La promesa es cumplida en este día para aquellos que le reciben tanto como a cualquiera que nos antecedió; la vida eterna es su herencia; se sentarán con Él en Su trono; y, por otro lado, la amenaza igualmente tiene un seguro cumplimiento: “Irán éstos al castigo eterno”. “El que no creyere, será condenado”. Cristo no ha hecho ningún cambio a Sus palabras de promesa o de amenaza, ni Sus seguidores se atreverían a hacerlo, pues Su doctrina es “la misma ayer, y hoy, y por los siglos”.

 

Si trataran de reflexionar sobre este asunto e imaginar por un minuto que el Evangelio realmente hizo un giro y cambió con los tiempos, sería muy extraordinario. Vean, aquí está el evangelio para el primer siglo; hagan una marca, y noten cuán lejos llega. Luego hay un evangelio para el segundo siglo; hagan otra marca, pero entonces recuerden que tienen que cambiar el color a otro matiz. O estas personas tuvieron que cambiar, o de lo contrario un efecto muy diferente tiene que haberse producido en el mismo tipo de mentes. En la eternidad, cuando todos ellos lleguen al cielo por estos diecinueve evangelios, en los diecinueve siglos, habrá diecinueve conjuntos de personas, y ellas cantarán diecinueve cánticos diferentes y tengan la seguridad de que su música no armonizará. Algunos cantarán acerca de la “gracia libre y el amor que muere”, mientras que otros cantarán de “evolución”. ¡Qué discordancia habría, y también qué cielo sería! Yo rechazaría ser un candidato para ir a un lugar así. No, a mí déjenme ir adonde alaban a Jesucristo y solo a Él, cantando: “Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre… a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén”. Eso es lo que los santos del primer siglo cantan; sí, y es lo que los santos de cada siglo cantarán, sin ninguna excepción y no habrá nunca ningún cambio en este cántico. Los mismos resultados fluirán del mismo Evangelio hasta que pasen el cielo y la tierra, pues Jesucristo es “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”.

 

III.   Por un momento podemos hacer sonar la misma nota de nuevo porque JESUCRISTO ES EL MISMO EN CUANTO A SUS MODOS DE OBRAR: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”.

 

¿Cómo salvó almas Jesucristo antaño? “Agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación”; y si revisan a lo largo de la historia de la iglesia encontrarán que doquiera que ha habido un gran avivamiento de la religión ha estado vinculado con la predicación del Evangelio. Cuando los metodistas comenzaron a hacer tanto bien, ¿cómo llamaron a los hombres que provocaron tal conmoción? ¿No decían: “predicadores metodistas”? Ese era siempre el nombre: “Aquí viene un predicador metodista”. Ah, mis queridos amigos, el mundo no será salvado jamás por doctores metodistas, ni por doctores bautistas ni nada de ese tipo; pero las multitudes serán salvadas, por la gracia de Dios, por medio de predicadores. Es al predicador a quien Dios le ha confiado esta grandiosa obra. Jesús dijo: “Predicad el evangelio a toda criatura”. Pero los hombres se están cansando del plan divino; ¡ellos van a ser salvados por el sacerdote, van a ser salvados por la música, van a ser salvados por las funciones teatrales, y nadie sabe qué más! Bien, pueden probar estas cosas cuanto les plazca; pero nada puede resultar de todo eso sino un completo desengaño y confusión, Dios siendo deshonrado, el Evangelio siendo parodiado, los hipócritas siendo manufacturados por miles, y la iglesia siendo arrastrada hacia abajo al nivel del mundo. Sostengan sus armas, hermanos, y continúen predicando y enseñando sólo la Palabra Dios, pues le agrada a Dios todavía, por la locura de la predicación, salvar a los que creen y este texto sigue siendo cierto, “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”.

 

Pero recuerden que tienen que darse siempre las oraciones de los santos con la predicación del Evangelio. Tienen que haber notado con frecuencia el pasaje en Hechos concerniente a los nuevos convertidos en el día de Pentecostés, “Perseveraban en la doctrina de los apóstoles”: pensaban mucho en doctrina en aquellos días. “En la comunión”: pensaban mucho en la comunión de la iglesia en aquellos días. “En el partimiento del pan”: no descuidaban la bendita ordenanza de la cena del Señor en aquellos días: “En el partimiento del pan”. ¿Y luego qué sigue? “Y en las oraciones”. Algunos dicen en estos días que las reuniones de oración son recursos religiosos muy desgastados. ¡Ah, válgame Dios! ¡Qué recurso religioso fue ese que trajo Pentecostés, cuando todos estaban unánimes reunidos en un lugar, y cuando la iglesia entera oró, y súbitamente el lugar fue sacudido, y oyeron el sonido como de un viento recio que soplaba, eso reveló la presencia del Espíritu Santo! Bien, pueden intentar prescindir de las reuniones de oración si les parece; pero mi solemne convicción es que en la medida en que esas reuniones declinen, el Espíritu de Dios se apartará de ustedes y la predicación del Evangelio será poco eficaz. El Señor quiere que las oraciones de Su pueblo acompañen a la proclamación de Su Evangelio si es que va a ser poder de Dios para salvación, y no hay ningún cambio en este asunto desde los días de Pablo. Jesucristo es “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”. Dios aún será solicitado por la casa de Israel para hacerles esto y Él concede todavía bendiciones en respuesta a la oración creyente.

 

Recuerden, también, que el Señor Jesucristo ha estado siempre inclinado a trabajar por medio del poder espiritual de Sus siervos. Nada sale de un hombre que no esté primero en él. No encontrarán que los siervos de Dios hagan grandes cosas por Él a menos que Dios obre poderosamente en ellos, así como por medio de ellos. Tú tienes que estar dotado primero de poder de lo alto, o de lo contrario el poder no se manifestará en lo que hagas. Amados, necesitamos que los miembros de nuestra iglesia sean mejores hombres y mejores mujeres; necesitamos que los bebés cristianos se conviertan en hombres cristianos y necesitamos que los hombres cristianos entre nosotros sean “fortalecidos en el Señor, y en el poder de su fuerza”. Dios obrará por medio de Sus siervos cuando estén adaptados a Su servicio y Él hará que Sus instrumentos sean aptos para Su obra. No es en ellos mismos que tienen alguna fuerza; su debilidad se convierte en la razón por la cual Su fuerza es vista en ellos. Pese a ello, hay una adaptación, hay una aptitud para Su servicio, hay una limpieza que Dios pone en Sus instrumentos antes de que obre cosas poderosas por medio de ellos; y Jesucristo es “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”, también en este asunto.

 

Todo el bien que es realizado en todo momento en el mundo es obrado por el Espíritu Santo; y así como el Espíritu Santo honra a Jesucristo, así también Él pone gran honor en el Espíritu Santo. Si ustedes y yo, ya sea como una iglesia o como individuos, tratamos de actuar sin el Espíritu Santo, Dios prescindirá pronto de nosotros. A menos que le adoremos reverentemente y confiemos creyentemente en Él, descubriremos que seremos como Sansón cuando le fueron cortadas sus guedejas. Él se sacudió como lo había hecho anteriormente, pero cuando los filisteos cayeron sobre él, no pudo hacer nada contra ellos. Nuestra oración debe ser siempre: “¡Espíritu Santo, mora en mí! ¡Espíritu Santo, mora con Tus siervos!” Nosotros sabemos que somos completamente dependientes de Él. Esa es la enseñanza de nuestro Maestro, y Jesucristo es “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”.

 

IV.   No quiero cansarlos, mis queridos hermanos, ¡pero pido recibir ayuda de lo alto, sólo por unos momentos, para expresar un cuarto punto! JESUCRISTO TIENE SIEMPRE LOS MISMOS RECURSOS, pues Él es “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”.

 

Voy a repetir lo que dije, que Jesucristo tiene siempre los mismos recursos. Nosotros nos sentamos, algunas veces, muy afligidos, y decimos: “Los tiempos son muy tenebrosos”. No creo que podamos exagerar mucho su tenebrosidad; y están llenos de presagios amenazadores, y no creo que ninguno de nosotros pueda realmente exagerar esos presagios pues son muy terribles. Pero aun así es cierto que “El Señor vive, bendita sea mi roca” (1).

 

¿Siente la Iglesia la necesidad de hombres fieles? El Señor puede enviarnos tantos como siempre. Cuando el Papa gobernaba en todas partes, me imagino que nadie pensaba que el primer hombre en pronunciarse por la antigua fe sería un monje; ellos pensaron que habían evaluado a todos los hombres que Dios tenía a Su mando y ciertamente no pensaron que tuviera a uno de los líderes de la Reforma en un monasterio; pero allí estaba Martín Lutero, “el monje que conmovió al mundo”, y aunque los hombres no se imaginaban lo que haría, Dios lo sabía todo acerca de él. Allí estaba también Calvino, que escribió ese famoso libro de sus Instituciones. Era un varón plagado de enfermedades; creo que padecía de sesenta enfermedades a la vez en su cuerpo y sufría grandemente. Miren su retrato, pálido y macilento; y cuando era joven era muy tímido. Se trasladó a Ginebra, y pensaba que era llamado a escribir libros; pero Farel le dijo: “Tú eres llamado a guiarnos en la predicación del Evangelio aquí en Ginebra”. “No”, respondió Calvino, pues rehuía la tarea; pero Farel le dijo: “el viento recio del Dios Todopoderoso descansará en ti sólo si sales y tomas tu lugar apropiado”. Bajo la amenaza de ese valiente varón, Juan Calvino tomó su lugar, presto y sincero en la obra de Dios, sin vacilar jamás ni en vida ni en muerte. Luego tenemos a Zwinglio allá en Zurich, él había salido también, y Oecolampadius, y Melancton, y sus compañeros. ¿Quién esperó que hicieran lo que hicieron? Nadie. “El Señor daba palabra; había grande multitud de las que llevaban buenas nuevas”. Y así, hoy, Él sólo tiene que dar la palabra y ustedes verán por todo el mundo a denodados predicadores del Evangelio eterno, pues Él tiene los mismos recursos de siempre. Él es “Jesucristo, el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”.

 

Él tiene también los mismos recursos de gracia. El Espíritu Santo sigue siendo igualmente capaz de convertir a los hombres, de revivir, de iluminar, de santificar y de instruir. No hay nada que Él haya hecho que no pueda hacer de nuevo; los tesoros de Dios están tan repletos y desbordantes ahora como lo estuvieron al principio de la era cristiana. Si no vemos cosas tan grandiosas, ¿dónde radica la fuerza restrictiva? Está en nuestra incredulidad. “Si puedes creer, al que cree todo le es posible”. Antes de que acabe este año Dios puede provocar una ola de avivamiento que rompa en Inglaterra, Escocia e Irlanda, de un extremo al otro, sí, y Él puede inundar al mundo entero con el Evangelio si nosotros clamamos a Él pidiéndoselo y si Él quiere hacerlo, pues Él es “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”, en los recursos de Su gracia.

 

V.   Entonces concluyo mi sermón con este quinto encabezado sobre el cual voy a ser muy breve en verdad, JESUCRISTO ES SIEMPRE EL MISMO PARA MÍ: “ayer, y hoy, y por los siglos”. Yo no voy a hablar de mí mismo excepto para ayudarles a pensar en ustedes mismos. ¿Desde hace cuánto han conocido al Señor Jesucristo? Tal vez sólo sea un corto tiempo; posiblemente, muchos años. ¿Recuerdas cuando le conociste por primera vez? ¿Puedes señalar el pedazo de tierra donde Jesús te encontró? Ahora, ¿qué era Él para ti al principio? Yo les diré lo qué fue para mí.

 

Jesús fue para mí al principio mi única confianza. Yo me apoyé en Él con todas mis fuerzas entonces, pues tenía un gran peso que llevar. Yo me tendí junto con mi peso a Sus pies. Él era todo en todo para mí. No tenía ni una hilacha de esperanza fuera de Él, ni ninguna confianza más allá de Él mismo, crucificado y resucitado por mí. Ahora, amados hermanos y hermanas, ¿han ido más allá de eso? Espero que no; yo sé que yo no le hecho. No tengo ni un matiz de sombra de confianza en ninguna parte sino en la sangre y la justicia de Cristo. Me apoyé fuertemente en Él al principio, pero ahora me apoyo más fuertemente. Algunas veces me desmayo en Sus brazos; he muerto en Su vida; me pierdo en Su plenitud, Él es toda mi salvación y todo mi deseo. Hablo por mí mismo, pero creo que estoy hablando por muchos de ustedes, también, cuando digo que Jesucristo es para mí “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”. Su cruz, ante mi vista cansada, será mi consuelo en mi muerte así como es mi fuerza viviente.

 

¿Qué fue Jesucristo para mí al principio? Él fue el objeto de mi amor más ardiente; ¿no les sucedió lo mismo a ustedes también? ¿No fue señalado entre diez mil, todo Él codiciable? ¡Qué encantos y qué bellezas había en ese amado rostro Suyo! ¡Y qué frescura, qué novedad, qué deleite que encienden todas nuestras pasiones! Así fue en aquellos tempranos días cuando íbamos en pos de Él al desierto. Aunque todo el mundo alrededor era árido, Él era todo en todo para nosotros. Muy bien, ¿qué es Él hoy? Es más hermoso para nosotros ahora que antes. Es la única joya que poseemos; todas nuestras otras joyas resultaron ser sólo vidrio, y las hemos desechado del estuche, pero Él es el diamante Kohinoor en el que se deleita nuestra alma; todas las perfecciones reunidas para hacer una perfección absoluta; todas las gracias que le adornan y se desbordan hacia nosotros. ¿Acaso no es esto lo que decimos de Él? “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”.

 

¿Qué era Jesucristo para mí al principio? Bien, Él era mi gozo más excelso. En los días de mi juventud, ¡cómo danzaba mi corazón al sonido de Su nombre! ¿No pasaba lo mismo con muchos de ustedes? Pudiéramos tener una voz más ronca y un cuerpo más pesado, y ser más lentos en el movimiento de nuestro cuerpo, pero Su nombre tiene tanto encanto para nosotros como siempre lo tuvo. Había una trompeta que nadie podía hacer sonar excepto uno que era el verdadero heredero, y no hay ninguno que pueda jamás arrancarnos verdadera música sino nuestro Señor, a quien pertenecemos. Cuando me acerca a Sus labios, ustedes pensarían que yo soy una de las trompetas de los siete ángeles; pero no hay nadie más que me pueda hacer sonar de esa manera. No puedo producir una música como esa por mí mismo; y no hay ningún tema que pueda embelesar a mi corazón, no hay materia que pueda sacudir a mi alma, hasta que llego a Él. Creo que me pasa lo que le sucedió a Rutherford cuando al comenzar a predicar acerca de Cristo el duque de Argyle le interrumpió diciendo: “Ahora, hombre, estás tocando la cuerda correcta, apégate a ella”. El Señor Jesucristo conoce cada llave en nuestras almas, y Él puede despertar nuestro ser entero a armonías de música que harán resonar al mundo con Sus alabanzas. Sí, Él es nuestra dicha, nuestro todo, “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”.

 

Caminemos, entonces, hacia el Salvador que no cambia a través de las cosas cambiantes del tiempo y del sentido; y pronto lo encontraremos en la gloria, y Él será inmutable incluso allí, tan compasivo y amoroso para nosotros cuando lleguemos a Él al hogar y le veamos en Su esplendor, como lo fue para con Sus pobres discípulos cuando Él mismo no tenía donde reclinar Su cabeza y era un ser sufriente en medio de ellos.

 

Oh, ¿le conocen? ¿Le conocen? ¿Le conocen? ¡Si no fuera así, que esta noche Él se revele a ustedes, por causa de Su dulce misericordia! Amén.

 

Nota del traductor:

(1) La cita es del Salmo 18: 46 y está tomada de la Biblia de las Américas.  

 

 

 

Traductor: Allan Román

3/Julio/2014

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