El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano

La Palabra de Cristo Agonizante para Su Iglesia

NO. 2344

 

SERMÓN PREDICADO LA NOCHE DEL DOMINGO 3 DE NOVIEMBRE DE 1889

POR CHARLES HADDON SPURGEON

EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES,

Y SELECCIONADO PARA SER LEÍDO EL DOMINGO 21 DE ENERO DE 1894.

 

“Consumado es”. Juan 19: 30.

 

En el texto griego original del Evangelio de Juan, esta expresión de nuestro Señor consta de una sola palabra. Para traducirla al inglés se tuvo que hacer uso de tres palabras; pero cuando fue declarada, sólo se usó una palabra: un océano de significado fue depositado en una gota del lenguaje, en una simple gota, pues eso es todo lo que podemos decir de una palabra. “Consumado es”. Sin embargo, se necesitarían todas las demás palabras que alguna vez hayan sido expresadas, o que serán expresadas alguna vez, para explicar esta solitaria palabra. Es completamente inmensurable. Es excelsa; no logro alcanzarla. Es profunda; no puedo sondearla. “Consumado”. Puedo imaginar a medias el tono en que nuestro Señor pronunció esta palabra, con un santo enorgullecimiento, con un sentido de alivio, como si fuera la explosión de un corazón que había estado aprisionado por los muros de la angustia. “Consumado”. Fue el grito de un Vencedor expresado en fuerte voz. No contiene ninguna angustia ni anida ningún lamento. Es el grito de Uno que ha completado una tremenda labor y está a punto de morir; y antes de pronunciar Su agonizante oración: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”, entona el último himno de Su vida que consta de una sola palabra: “Consumado”.

 

¡Que Dios el Espíritu Santo me ayude a considerar correctamente este texto, que es, a la vez, tan pequeño y sin embargo tan grande! Hay cuatro maneras en las que deseo mirarlo con ustedes. Primero, voy a hablar de esta declaración de nuestro Señor agonizante, para gloria Suya; en segundo lugar, voy a usar el texto para consuelo de la Iglesia; en tercer lugar, voy a intentar tratar el tema para gozo de todo creyente; y en cuarto lugar, voy a procurar mostrar de qué manera, las palabras de nuestro Señor, deberían aumentar nuestra propia motivación.

 

I.   Primero, entonces, voy a esforzarme para hablar de esta agonizante palabra de Cristo, PARA SU GLORIA. Comencemos con eso.

 

Jesús dijo: “Consumado es”. Debemos gloriarnos en Él porque todo está consumado. Tanto ustedes como yo deberíamos hacerlo al recordar cuán pocas cosas hemos concluido. Comenzamos muchas cosas y, algunas veces, comenzamos bien. Comenzamos corriendo como campeones que tienen que ganar la carrera, pero pronto aflojamos el paso y caemos exhaustos en el trayecto. No terminamos nunca la carrera que comenzamos. De hecho, me temo que nunca hemos concluido algo perfectamente. Ustedes saben lo que decimos de algunos trabajos: “Bien, el hombre sí lo hizo, pero no lo ‘concluyó’. No, y debes comenzar con la intención de “consumarlo” y proseguir con la intención de “consumarlo” si has de ser capaz de decir integralmente al final, como lo dijo el Salvador sin excepción alguna: “Consumado es”.

 

¿Qué era lo que había sido consumado? La obra de Su vida y Su sacrificio expiatorio en favor nuestro. Él se había interpuesto entre nuestras almas y la justicia divina, y estuvo en nuestro lugar para obedecer y sufrir por nosotros. Comenzó esta obra al inicio de Su vida, cuando era incluso un niño. Perseveró en la santa obediencia durante treinta y tres años. Esa obediencia le costó muchas congojas y gemidos. Ahora está a punto de costarle Su vida, y al entregarla para concluir la obra de obediencia al Padre y de redención para nosotros, dice: “Consumado es”. Fue una obra prodigiosa cuando se la considera: solamente el amor infinito habría podido idear un plan así. Fue una obra prodigiosa proseguida durante largo tiempo: solamente la paciencia ilimitada habría proseguido en ella; y ahora que exige la ofrenda de Sí mismo y la entrega de Su vida terrenal, únicamente un Divino Salvador, Dios verdadero de Dios verdadero, podría consumarla y la consumaría mediante la rendición de Su aliento. ¡Cuán grande obra fue! Sin embargo, fue consumada.

 

En cambio, ustedes y yo tenemos una gran cantidad de cositas esparcidas a nuestro alrededor que quedaron inconclusas hasta ahora. Comenzamos a hacer algo por Jesús que le acarrearía un poco de honor y de gloria, pero nunca lo terminamos. Pretendíamos glorificar en verdad a Cristo; oh, ¿no lo han intentado tanto algunos de ustedes? Sin embargo, no ha llegado a nada; pero la obra de Cristo, que le costó alma y corazón, cuerpo y espíritu, que le costó todo, incluso hasta Su muerte en la cruz, se abrió paso a través de todo eso hasta ser cumplida para poder decir: “Consumado es”.

 

¿A quién le dijo nuestro Salvador: “Consumado es”? Se lo dijo a todo aquél a quien le pudiera concernir; pero me parece que se lo dijo principalmente a Su Padre, pues, inmediatamente después, aparentemente en un tono de voz más bajo, le dijo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Amados, una cosa es que yo les diga a ustedes: “He concluido mi obra”. Posiblemente, si me estuviera muriendo, ustedes podrían decir que yo terminé mi obra. Pero que el Salvador se lo dijera a Dios, que estuviera en la presencia de Aquel cuyos ojos son como llama de fuego, ante el grandioso Lector y Escudriñador de todos los corazones, que Jesús mirara al temible Padre en el rostro y le dijera, al tiempo de inclinar Su cabeza: “Padre, consumado es; he acabado la obra que me diste que hiciese”, oh, ¿quién excepto Él podría aventurarse a hacer una declaración como ésa?

 

Nosotros podemos encontrar mil fallas en nuestras mejores obras; y cuando nos estemos muriendo, todavía tendremos que lamentar nuestras deficiencias y excesos. Pero no hay ninguna imperfección en torno a Aquel que ocupó la posición de nuestro Sustituto; y al Padre mismo puede decirle, en relación a toda Su obra: “Consumado es”. Por eso han de glorificarle esta noche. ¡Oh, glorifíquenle en sus corazones esta noche ya que, incluso en la presencia del Grandioso Juez de todo, la Fianza y el Sustituto suyo es capaz de reclamar la perfección en cuanto a todo Su servicio!

 

Sólo piensen también durante un par de minutos, ahora que han recordado lo que Jesús concluyó, y a Quién le dijo que lo había concluido, cuán verdaderamente lo había consumado. Desde el principio hasta el fin de la vida de Cristo, no se omitió nada; ni un solo acto del servicio quedó pendiente; tampoco hubo alguna acción Suya que fuera eludida o cumplida descuidadamente. “Consumado es”, se refiere tanto a Su niñez como a Su muerte. El servicio íntegro que había de rendirle a Dios, cuando vino aquí en forma humana, fue terminado en cada una de sus partes y sus componentes.

 

Si reviso una muestra del trabajo de algún ebanista, podría verle un buen aspecto. Abro su tapa y quedo satisfecho de su ejecución; pero hay algo relacionado con el gozne que no está acabado adecuadamente. O, tal vez, si le doy la vuelta, y miro la base de la caja, veré que hay una pieza mal hecha, o una parte que no fue aplanada debidamente o pulida adecuadamente.

 

Pero si examinan exhaustivamente la obra del Maestro, si comienzan en Belén y prosiguen hasta el Gólgota, y revisan detalladamente cada segmento de ella, tanto la privada como la pública, la parte silenciosa así como la parte hablada, encontrarán que está concluida, completada, perfeccionada. Podemos decir al respecto que, entre todas las obras, ninguna como ella; una multitud de perfecciones se conjuntaron para constituir una perfección absoluta. Debemos glorificar por ello el nombre de nuestro bendito Señor. Corónenle; corónenle; pues ha realizado muy bien Su trabajo. Vamos, ustedes, santos, hablen activamente para honra Suya, y sigan cantando en sus corazones la alabanza de Aquel que acabó de manera muy completa y perfecta, la obra que el Padre le dio que hiciese.

 

En primer lugar, entonces, usamos las palabras de nuestro Señor para Su gloria. Mucho podría decirse sobre un tema así; pero el tiempo no lo permite ahora.

 

II.   En segundo lugar, vamos a usar el texto PARA EL CONSUELO DE LA IGLESIA.

 

Yo estoy persuadido de que tenía el propósito de que fuera usado así, pues ninguna de las palabras de nuestro Señor en la cruz fue dirigida a Su Iglesia, excepto ésta. No puedo creer que, cuando estaba agonizando, dejara sin ninguna palabra a Su pueblo, por el cual murió. “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, se refiere a los pecadores, no a los santos. “Tengo sed”, es para Él mismo; y lo mismo es el amargo clamor: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” “Mujer, he ahí tu hijo” es para María. “Hoy estarás conmigo en el paraíso”, es para el ladrón penitente. “En tus manos encomiendo mi espíritu”, es para el Padre. Jesús debe de haber tenido algo que decir, a la hora de Su muerte, para Su Iglesia; y, seguramente, ésta es Su palabra agonizante para ella. Él le dice gritándole a su oído, que está enervado y afligido con desesperación: “Consumado es”. “¡Consumado es, oh mi redimida, mi esposa, mi bienamada, por quien vine para entregar mi vida; consumado es; la obra está realizada!”

 

“La obra redentora del amor está concluida;

La batalla peleada, el combate ganado.”

 

“Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella.” Juan, en el Apocalipsis, habla de la obra del Redentor como ya consumada y, por tanto, canta: “Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén”. Esta verdad está llena de consuelo para el pueblo de Dios.

 

Y, primero, como concierne a Cristo, ¿no se sienten ustedes grandemente consolados porque Él no ha de ser humillado más? Su sufrimiento y vergüenza han concluido. Yo canto con frecuencia, con sagrada exultación y placer, esas líneas del doctor Watts:

 

“No más la lanza sangrienta,

La cruz y los clavos ya no más,

Pues el mismo infierno tiembla a Su nombre,

Y adoran todos los cielos.

 

Allá Sus plenas glorias refulgen

Con rayos increados,

Y bendicen a los ojos de Sus santos y Sus ángeles

Durante días sempiternos”.

 

También me gusta aquella expresión de uno de nuestros himnos:

 

“Ahora Fianza y pecador están libres”.

 

No sólo están libres aquéllos por quienes Cristo se convirtió en una Fianza, sino que, Él mismo, está libre para siempre de todas las obligaciones y consecuencias de Su afianzamiento. Los hombres no escupirán jamás en Su rostro, otra vez; los soldados romanos no lo azotarán jamás, otra vez. Judas, ¿dónde estás tú? ¡Contempla al Cristo, sentado en Su gran trono blanco, al glorioso Rey que una vez fue el Varón de dolores! Ahora, Judas, ¡vamos, traiciónalo con un beso! ¡Cómo, hombre!, ¿no te atreves a hacerlo? Vamos, Pilato, ¡lava tus manos en pretendida inocencia, y di ahora que eres inocente de Su sangre! Vamos, ustedes, escribas y fariseos, acúsenlo; y oh, ustedes, turba judía y chusma gentil, recién salidas de la tumba, griten ahora: “¡Fuera! ¡Crucifícale!” ¡Pero vean! Ellos huyen de Él; les gritan a los montes y a las rocas: “¡Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono!” Sin embargo, ese es el rostro que fue desfigurado más que el de cualquier otro hombre, la faz de Aquel a quien despreciaron y desecharon. ¿No te alegra pensar que no lo pueden despreciar ahora, que no lo pueden maltratar ahora?

 

“Ha pasado, esa hora agonizante

De tortura y de vergüenza”.

 

Jesús dice al respecto: “Consumado es”.

 

Obtenemos un consuelo y gozo adicionales cuando pensamos que, no sólo han concluido los dolores y los sufrimientos de Cristo, sino que la voluntad y la palabra de Su Padre han tenido una consumación perfecta. Estaba escrito que ciertas cosas debían ser realizadas, y esas cosas fueron cumplidas. Absolutamente todo lo que el Padre requería, fue realizado. “Consumado es”. Mi Padre nunca me dirá: “No puedo salvarte mediante la muerte de mi Hijo, pues estoy insatisfecho con Su obra”.

 

¡Oh, no, amados; Dios está muy complacido con Cristo, y en Él, con nosotros! No hay nada de lo que fue ordenado en la mente eterna, que esté pendiente, no, ni una jota ni una tilde, pues Cristo lo ha cumplido todo. Conforme Sus ojos, esos ojos que a menudo lloraron por nosotros, leen el antiguo escrito, Cristo es capaz de decir: “He concluido la obra que mi Padre me encomendó. ¡Por tanto, ten consuelo, oh pueblo mío, pues mi Padre está muy complacido conmigo, y muy complacido con ustedes en mí!” Cuando estoy en oración, me gusta decirle algunas veces al grandioso Padre: “Padre, mira a Tu Hijo. ¿No es Él todo encanto? ¿No hay en Él indecible hermosura? ¿No te deleitas en Él? Si me has mirado, y te has sentido hastiado de mí, podrías reconfortarte mirando a Tu Bienamado, y deléitate en Él”:

 

“Primero a Él, y luego mira al pecador,

Mírame a través de las heridas de Jesús”.

 

La perfecta satisfacción del Padre con la obra de Cristo por Su pueblo, -de tal manera que Cristo pudo decir: “Consumado es”- es una base de un sólido consuelo para Su Iglesia eternamente.

 

Queridos amigos, una vez más, consuélense con este: “consumado es”, pues la redención de la Iglesia de Cristo se ha perfeccionado. No se tiene que pagar ni un solo centavo más por su plena liberación. No hay ninguna hipoteca sobre la herencia de Cristo. Aquéllos a quienes Él compró con sangre, han sido exonerados para siempre de todos los cargos, y han sido comprados en su totalidad. Había una escritura de ordenanzas contra nosotros; pero Cristo se la llevó y la clavó a Su cruz. “Consumado es”, concluido para siempre. Todas esas onerosas deudas que nos habrían hundido hasta el más bajo infierno, han sido solventadas; y quienes creen en Cristo pueden presentarse osadamente delante del propio trono de Dios. “Consumado es”. ¡Cuán grande consuelo hay en esta gloriosa verdad!

 

“¡Cordero de Dios! Tu muerte ha proporcionado

Perdón, paz, y esperanza del cielo:

‘Consumado es’; ¡elevemos

Cantos de agradecimiento y alabanza!

 

Y pienso que podemos decirle a la Iglesia de Dios que, cuando Jesús dijo: “Consumado es”, su triunfo final fue conseguido. “¡Consumado!” Con esa sola palabra declaró que había aplastado la cabeza del antiguo dragón. Con Su muerte, Jesús derrotó totalmente a las huestes de las tinieblas, y aplastó a las crecientes esperanzas del infierno. Todavía tenemos que pelear una dura batalla; nadie podría decir qué cosas aguardan a la Iglesia de Dios en los años venideros; sería vano que intentáramos profetizar; pero pareciera como si vinieran tiempos más severos y días más oscuros de los que hubiéremos conocido jamás; Pero, ¿qué importa eso? Nuestro Señor ha derrotado al enemigo; y nosotros tenemos que pelear con uno que ya está vencido. La antigua serpiente ha sido aplastada, su cabeza está herida, y ahora tenemos que hollarla. Tenemos esta segura palabra de promesa para alentarnos: “El Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies”. Ciertamente, “Consumado es” resuena como la trompeta de la victoria; tengamos fe para reclamar esa victoria por medio de la sangre del Cordero, y que todo cristiano presente, que toda la Iglesia de Dios, como un solo ejército poderoso, se consuele con esta palabra agonizante del ahora resucitado y eternamente vivo Salvador: “Consumado es”. Su Iglesia puede estar perfectamente complacida porque Su obra en favor de ella está plenamente cumplida.

 

III.  Ahora, en tercer lugar, quiero usar esta expresión: “Consumado es”, PARA GOZO DE TODO CREYENTE.

 

Cuando nuestro Señor dijo: “Consumado es”, hubo algo que hace que todo creyente se alegre. ¿Qué significó esa expresión? Ustedes y yo hemos creído en Jesús de Nazaret; creemos que Él es el Mesías enviado de Dios. Ahora, si acuden al Antiguo Testamento, encontrarán que las señales del Mesías son muchas y muy complicadas; y si luego van a la vida y muerte de Cristo, verán en Él, cada señal del Mesías plenamente exhibida. Hasta que dijo: “Consumado es”, y hasta que murió realmente, hubo alguna duda de que pudiera haber alguna profecía incumplida; pero ahora que cuelga en el madero, cada señal, cada signo, y cada muestra de Su condición de Mesías han sido cumplidos, y Él dice: “Consumado es”. La vida y la muerte de Cristo y los tipos del Antiguo Testamento encajan los unos en los otros, en una coincidencia perfecta. Sería prácticamente imposible que un autor escribiera la vida de alguien, a manera de ficción, y que luego escribiera una serie de tipos personales y sacrificiales, en otro libro, e hiciera que el carácter del hombre encajara en todos esos tipos; incluso si tuviera permiso de escribir ambos libros, no podría hacerlo. Si se le permitiera hacer tanto el candado como la llave, no podría hacerlos; pero aquí tenemos el candado hecho de antemano.

 

En todos los Libros del Antiguo Testamento, desde la profecía en el Huerto del Edén directamente hasta Malaquías, el último de los profetas, hubo ciertas marcas y señales del Cristo. Todas ellas eran tan singulares que hubiera parecido imposible que se encontraran en una persona; pero, efectivamente, todas se encontraron en Uno, cada una de ellas, ya fuera que concerniera a algún punto minúsculo o a alguna característica prominente. Cuando el Señor Jesucristo hubo concluido Su vida, pudo decir: “Consumado es; mi vida ha coincidido con todo lo que fue dicho anticipadamente de ella, desde la primera palabra de la profecía hasta la última”.

 

Ahora, eso debería alentar grandemente a tu fe. No estás siguiendo fábulas astutamente concebidas, antes bien, estás siguiendo a Uno que tiene que ser el Mesías de Dios, puesto que cumple exactamente con todas las profecías y con todos los tipos que fueron dados previamente concernientes a Él.

 

“Consumado es”. Todo creyente debe ser consolado en otro sentido, y es que todo honor que la ley de Dios requería le ha sido rendido. Ustedes y yo hemos quebrantado esa ley, y toda la raza humana la ha quebrantado también. Hemos intentado destronar a Dios; hemos deshonrado Su ley; hemos quebrantado Sus mandamientos intencionada y perversamente; pero vino Uno que es, Él mismo, Dios, el Legislador, que asumió la naturaleza humana y en esa naturaleza ha guardado perfectamente la ley; y en la medida que la ley había sido quebrantada por el hombre, en la naturaleza de un hombre Él ha recibido la sentencia merecida por todas las transgresiones del hombre. La Deidad, estando vinculada a la humanidad, dio una virtud suprema a todo lo que Su humanidad sufrió; y Cristo, en Su vida y en Su muerte, engrandeció a la ley y la hizo honorable; y la ley de Dios en este día es exaltada a un mayor honor todavía del que tenía antes que el hombre la quebrantara. La muerte del Hijo de Dios, el sacrificio del Señor Jesucristo, ha vindicado el gran principio moral del gobierno de Dios, y ha hecho que Su trono destaque gloriosamente ante los ojos de los hombres y de los ángeles por los siglos de los siglos. Si el infierno estuviera lleno de hombres, no constituiría una vindicación igual para la justicia divina como cuando Dios no perdonó a Su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, y lo condenó a muerte, el Justo por los injustos, para llevarnos a Dios.

 

Ahora, cada creyente ha de regocijarse en el grandioso hecho de que, por la muerte de Cristo, la ley de Dios es honrada abundantemente. Tú puedes ser salvo sin impugnar la santidad de Dios; eres salvado sin poner ni una sola mancha en el libro de los estatutos divinos. La ley es guardada, y la misericordia triunfa también.

 

Y, amados, aquí está incluida, necesariamente, otra verdad consoladora. Cristo muy bien podía decir: “Consumado es” pues todo solaz que la conciencia pudiera necesitar es proporcionado ahora. Cuando la conciencia está turbada y desasosegada, si sabe que Dios es perfectamente honrado y Su ley vindicada, entonces se sosiega. Los hombres están desarrollando siempre alguna nueva teoría de la expiación; y alguien ha dicho recientemente que la expiación tenía el propósito de ser simplemente un apaciguamiento para la conciencia de los hombres. No es así, hermanos míos; no habría tranquilidad para la conciencia de ninguna manera que tuviera sólo ese propósito. La conciencia sólo puede quedar apaciguada si Dios queda complacido. Hasta no ver cómo es vindicada la ley, mi conciencia turbada no encuentra descanso nunca.

 

Querido corazón, ¿están rojos tus ojos de tanto llorar? Mira ahora a Aquel que pende del madero. ¿Está afligido tu corazón hasta el punto de la desesperación? Míralo a Él, que pende del madero, y cree en Él. Tómalo para que sea el Cordero expiatorio de tu alma que sufre en lugar tuyo. Acéptalo como tu Representante que muere tu muerte, para que tú puedas vivir Su vida, y que carga con tu pecado para que tú seas hecho justicia de Dios en Él. Éste es el mejor quietus (finiquito) del mundo para cada temor que la conciencia pudiera engendrar y todo creyente debe saber que ésto es así.

 

Además, hay gozo para todo creyente al recordar que, cuando Cristo dijo: “Consumado es”, se proporcionó toda garantía de la salvación eterna de todos los redimidos. Creo que si Cristo consumó la obra por nosotros, Él concluirá la obra en nosotros. Si Él asumió una labor tan suprema como la redención de nuestras almas por la sangre y está consumada, entonces, la grandiosa pero menor labor de renovar nuestras naturalezas, y de transformarnos hasta llegar a la madurez, será también concluida. Si Cristo nos amó de tal manera como para morir por nosotros cuando éramos pecadores, ahora que nos ha redimido y que ya nos ha reconciliado consigo y nos ha hecho amigos y discípulos Suyos, ¿no terminará lo que sea necesario para hacernos idóneos para estar entre las lámparas de oro del cielo, y para cantar Sus alabanzas en el país donde no puede entrar nada que contamine?

 

                          “La obra que Su bondad comenzó,

                            Será concluida por el brazo de Su fuerza;

                            Su promesa es Sí y Amén,

                            Y no ha sido incumplida nunca:

                            Ni las cosas futuras, ni las cosas presentes,

                            Ni todas las cosas ni de abajo ni de arriba,

                            Pueden frustrar Su propósito,

                            O apartar a mi alma de Su amor”.

 

Yo lo creo, hermanos míos. Aquel que ha dicho: “Consumado es”, no dejará algo inconcluso nunca. Nunca se dirá de Él: “Este hombre comenzó algo, pero fue incapaz de concluir”. Si me compró con Su sangre y me llamó por Su gracia, y estoy apoyado en Su promesa y en Su poder, estaré con Él donde Él está, y contemplaré Su gloria, tan ciertamente, como Él es Cristo el Señor, y yo soy un creyente en Él. ¡Qué consuelo proporciona esta verdad a cada hijo de Dios!

 

¿Hay alguien aquí, entre ustedes, que esté tratando de hacer algo para construir una justicia propia? ¿Cómo te atreves a intentar tal obra cuando Jesús dice: “Consumado es”? ¿Estás tratando de juntar de tu justicia propia unos cuanto méritos tuyos, unos cuantos retazos, unas hojas de higuera y unos trapos de inmundicia? Jesús dice: “Consumado es”. ¿Por qué quieres añadir algo propio tuyo a lo que Él ha completado? ¿Dices que no eres idóneo para ser salvado? ¡Cómo!, ¿tienes que aportar algo de tu propia adecuación para complementar la obra de Cristo? “¡Oh!”, -dices tú- “oh, yo espero venir a Cristo uno de estos días, cuando mejore”. ¡Cómo! ¡Cómo! ¡Cómo! ¡Cómo! ¿Has de mejorarte primero tú mismo y luego Cristo debe hacer el resto de la obra? Tú me recuerdas a los trenes que van a nuestras aldeas; tú sabes que, con frecuencia, la estación está a un kilómetro o a dos kilómetros y medio del pueblo, de tal forma que no puedes llegar a la estación sin tener que tomar un ómnibus para que te traslade allá.

 

Pero mi Señor Jesús llega directo hasta ‘Almahumana’. Su tren pasa junto a tus pies, y allí está la puerta del vagón totalmente abierta; entra. Ni siquiera tienes que pasar sobre un puente o debajo de un paso a desnivel; allí está el vagón justo ante de ti. Este tren del Rey transporta a las almas a lo largo de todo el camino, desde la negra puerta del infierno donde yacen en pecado, hasta la grandiosa puerta de perla del cielo, donde moran en perfecta justicia eternamente. Apóyate sobre Cristo; tómalo para que sea todo lo que necesitas, pues Él dice acerca de toda la obra de salvación: “Consumado es”.

 

Recuerdo lo expresado por una mujer escocesa que había solicitado ser admitida a la comunión de su iglesia. Debido a que era considerada como muy ignorante y poco instruida en las cosas de Dios, fue rechazada por los ancianos. El ministro también la había entrevistado y pensó que, al menos por un tiempo, ella debía esperar. Yo quisiera poder hablar el escocés, como para darles su respuesta, pero me temo que cometería un error si lo hiciera. Es un buen idioma, sin duda, para quienes pueden hablarlo. Ella respondió algo como ésto: “Muy bien, señor, muy bien, señor, pero yo puedo decir algo. Así como la flor azul del lino se abre al sol, así mi corazón se abre al nombre de Jesús”. Tal vez hayan visto ustedes que la flor del lino se cierra cuando el sol se oculta; y si la han visto, saben que siempre que sale el sol, la flor se abre de inmediato. “Entonces”, -dijo la pobre mujer- “Yo sólo sé que así como esa flor se abre al sol, así mi corazón se abre al nombre de Jesús”. ¿Saben eso amigos? ¿Conocen esa única cosa? Entonces no importaría que no supieran ninguna otra cosa; si sólo éso fuera conocido por ustedes, y si realmente así lo fuera, podrían estar muy lejos de ser perfectos en su propia estimación, pero su alma sería salva.

 

Una mujer me dijo, cuando vino para unirse a la iglesia y yo le pregunté si era perfecta, “¿Perfecta? ¡Oh, no, señor! Quisiera poder serlo”. “¡Ah, sí!”, -le respondí- “eso te encantaría, ¿no es cierto?” “Sí; en verdad me encantaría”, respondió ella. “Bien, entonces”, -le dije- “eso muestra que tu corazón es maduro y que amas las cosas perfectas; tú anhelas vivamente la perfección; hay un algo en ti, un “yo” en ti, que no peca, y más bien persigue lo que es santo; y, sin embargo, tú haces lo que no quisieras, y gimes porque lo haces, y el apóstol es como tú, cuando dice: ‘De manera que ya no soy yo quien hace aquello, (mi yo real), sino el pecado que mora en mí’”.  

 

¡Que el Señor introduzca ese “yo” en muchos de ustedes esta noche, ese “yo” que odia el pecado, ese “yo” que encuentra su cielo en ser perfectamente libre del pecado, ese “yo” que se deleita en el Todopoderoso, ese “yo” que se baña en el sol de la sonrisa de Cristo, ese “yo” que derriba cualquier mal interno tan pronto como saca su cabeza! Entonces cantarán esa oración familiar de Toplady que hemos cantado a menudo:

 

“Que el agua y la sangre,

Que brotaron del costado traspasado,

Sean del pecado la doble cura,

Y me limpien de su culpa y su poder”.

 

IV.   Concluyo diciendo, en cuarto lugar, que vamos a usar este texto: “Consumado es”, PARA NUESTRA PROPIA MOTIVACIÓN.

 

Alguien dijo perversamente una vez: “Bien, si Cristo lo ha consumado todo, no hay nada que yo deba hacer sino cruzarme de brazos e irme a dormir”. ¡Este es el lenguaje de un demonio, no el de un cristiano! No hay ninguna gracia en el corazón cuando la boca puede hablar de esa manera. Por el contrario, el verdadero hijo de Dios dice: “¿Ha consumado Cristo Su obra por mí? Entonces díganme qué trabajo puedo hacer para Él”.

 

Ustedes recuerdan las dos preguntas de Saulo de Tarso. La primera pregunta, después que fue derribado, fue: “¿Quién eres, Señor?” Y la siguiente fue: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” Si Cristo ha consumado la obra en favor tuyo, la obra que tú no podías hacer, ahora anda y termina por Él la obra que tienes el privilegio de hacer y que se te permite completar. Busca:

 

“Rescatar a los que perecen;

Preocuparte por los moribundos,

Arrebatarlos con piedad del pecado y de la tumba;

Llorar por los descarriados,

Levantar a los caídos,

Hablarles de Jesús, el Poderoso para salvar”.

 

He aquí mi deducción de esta declaración de Cristo: “Consumado es”. ¿Ha consumado Su obra por mí? Entonces, tengo que ponerme a trabajar para Él, y tengo que perseverar hasta que concluya también mi obra, no para salvarme a mí mismo, pues todo eso ya está hecho, sino debido a que soy salvo. Ahora he de trabajar para Él con todas mis fuerzas; y si vinieran desalientos, si vinieran sufrimientos, si viniera un sentido de debilidad y de agotamiento, no he de ceder ante todo eso; antes bien, así como Él prosiguió hasta poder decir: “Consumado es”, yo debo proseguir también hasta ser capaz de decir: “He acabado la obra que me diste que hiciese”.

 

Ustedes saben cómo buscan los peces los hombres que salen a pescar. Me he enterado de un hombre que fue a pescar a Keston Ponds el sábado, y se quedó todo el día domingo, y el lunes, y el martes y el miércoles. Allí estaba otro hombre pescando también, quien sólo había estado dos días.

 

Éste último le dijo al primero: “He estado aquí dos días y sólo he sacado un pez”.

“¡Vamos!”, replicó el otro: “yo he estado aquí desde el sábado pasado, y no he sacado ni uno solo, pero tengo la intención de continuar”.

“Bien”, -respondió el otro, “yo no podría seguir adelante sin pescar nada”.

“¡Oh!”, -dijo el número uno- “yo tengo tal anhelo de sacar un pez, que me voy a quedar aquí hasta poder hacerlo”.

 

Yo creo que ese individuo pescaría algún pez finalmente, si hubiera habido la posibilidad de pescarlo; él es el tipo de pescador que puede hacerlo, y nosotros queremos contar con hombres que sientan que deben ganar almas para Cristo, y que tienen que perseverar hasta lograrlo. Lo mismo ha de suceder con nosotros, hermanos y hermanas; no podemos permitir que los hombres se vayan al infierno si hay alguna manera de salvarlos.

 

La siguiente deducción es que podemos concluir nuestra obra, pues Cristo concluyó la Suya. Puedes poner muchos “concluidos” en tu trabajo, y puedes proseguir hasta el final, y completar la obra por la gracia divina; y esa gracia está esperándote, esa gracia te ha sido prometida. Búscala, encuéntrala, obtenla. No actúes como hacen algunos, ¡ah, incluso algunos que están ahora delante de mí! Sirvieron una vez a Dios, y luego huyeron de Él, pero han regresado; ¡que Dios los bendiga y los ayude a ser más útiles! Pero el futuro servicio denodado no llenará nunca la triste laguna de su carrera anterior. Es mejor seguir adelante, y adelante, y adelante, desde el arranque hasta el cierre; que el Señor nos ayude a perseverar hasta el fin, hasta poder decir verdaderamente del trabajo de nuestra vida: ¡“Consumado es”!

 

Tengo que darles una palabra de advertencia. No debemos pensar que nuestra obra está concluida antes de morir. “Bien”, -dirá alguien- “estaba a punto de decir de mi trabajo: ‘consumado es’”. ¿Ibas a hacerlo? ¿Ibas a hacerlo? Yo recuerdo que John Newton escribió un libro acerca de la gracia y la describía como hierba, y como espiga, y como grano lleno en la espiga; una persona muy hablantina le comentó: “He estado leyendo su valioso libro, señor Newton; es una obra espléndida. Y cuando llegué a esa parte: ‘el grano lleno en la espiga’, pensé cuán admirablemente me había descrito usted”. “¡Oh!”, -replicó el señor Newton- “entonces no pudiste haberla leído correctamente, pues una de las señales del grano lleno en la espiga es que su cabeza cuelga muy abajo”.

 

Así es; y cuando un hombre con un espíritu descuidado y jactancioso, dice de su trabajo: “Consumado es”, estoy inclinado a preguntarle: “Hermano, ¿fue comenzado alguna vez? Si tu trabajo para Cristo está concluido, yo pensaría que nunca te diste cuenta de lo que debería ser”.

 

En tanto que haya aliento en nuestros cuerpos, sirvamos a Cristo; en tanto que podamos pensar, en tanto que podamos hablar, en tanto que podamos trabajar, hemos de servirle; incluso debemos servirle con nuestro último aliento; y, si fuera posible, procuremos poner en movimiento alguna obra que le glorifique cuando estemos muertos y hayamos partido. Esparzamos alguna semilla que pueda brotar cuando estemos durmiendo bajo el montículo del cementerio.

 

¡Ah, amados, no habremos terminado nunca nuestra obra para Cristo mientras no inclinemos nuestras cabezas y entreguemos el espíritu! El amigo más anciano presente tiene algo que hacer por el Señor. Alguien me dijo el otro día: “No puedo imaginar por qué la anciana señora Fulana Tal sigue con vida; es una verdadera carga para sus amigos”. “¡Ah!”, -repliqué- “ella tiene algo que hacer todavía para su Señor, tiene que hablar otra palabra en favor Suyo”. Hermana, busca tu trabajo, y hazlo; y tú, hermano, mira lo que todavía está incompleto del trabajo de tu vida. Devana las puntas, pule todas las pequeñas aristas. Quién sabe cuánto tiempo pasará antes de que tú y yo tengamos que rendir nuestras cuentas. Unos son llamados a partir súbitamente; gozan aparentemente de buena salud un día, y al día siguiente parten. No quisiera dejar una vida a medio concluir tras de mí. El Señor Jesucristo dijo: “Consumado es”, y tu corazón debería decir: “Señor, y yo lo terminaré también; no que mezcle mi trabajo con el tuyo, sino más bien, porque Tú has concluido el tuyo, yo terminaré el mío”.

 

¡Ahora, que el Señor nos dé el gozo de Su presencia en esta mesa! ¡Que el pan y el vino les hablen mucho mejor que yo! ¡Que cada heredero del cielo vea a Cristo esta noche, y se regocije en Su obra terminada, por causa de Su amado nombre! Amén.  

 

Traductor: Allan Román

4/Marzo/2010

www.spurgeon.com.mx