El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
NO.
2331
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES,
Y SELECCIONADO PARA LECTURA EL DOMINGO 22 DE
OCTUBRE, 1893.
“Yo ruego por
ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son, y
todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos”. Juan 17:
9, 10.
Doy comienzo observando
que nuestro Señor Jesús intercede por Su propio pueblo. Él se pone Su pectoral
sacerdotal por las tribus cuyos nombres están allí y presenta el sacrificio
expiatorio por el Israel elegido de Dios. También nos revela esta gran verdad
que algunos consideran restrictiva, pero que nosotros adoramos: “Yo ruego por
ellos; no ruego por el mundo”. Quiero que presten atención a este punto: el
motivo por el que Cristo no ruega por el mundo, sino por Su pueblo. Dice:
“Porque son tuyos”, como si fueran aun más dignos de estima para Él por pertenecer
al Padre: “Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me
diste; porque tuyos son”. Se hubiera podido pensar que
Jesús diría: “Míos son, y por tanto, ruego por ellos”. Eso habría sido cierto,
pero no hubiera contenido la belleza de la verdad que es revelada aquí. Él nos
ama mucho más y ruega más fervientemente por nosotros porque pertenecemos al
Padre. Que pertenezcamos al Padre nos cubre con el halo de una belleza
suplementaria ante Él, debido al amor que le tiene al Padre. Porque
pertenecemos al Padre, el Salvador ruega por nosotros ante el trono de la
gracia celestial con una mayor intensidad.
Pero esto nos lleva a
recordar que nuestro Señor había asumido unos compromisos de afianzamiento a
cuenta de Su pueblo; se había obligado a preservar el don del Padre: “A los que
me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió”. Consideraba a las
ovejas de Su prado como pertenecientes a Su Padre, y el Padre las había puesto
a Su cargo, diciéndole: “A ti te pediré cuenta por ellas”. Cuando Jacob cuidaba
los rebaños de su tío, de día lo consumía el calor, y de noche la helada, pero
era muy cuidadoso con esos rebaños porque eran de Labán. Los cuidaba más que si
hubieran sido propios. Jacob tenía que rendirle cuentas de todas las ovejas que
estaban a su cuidado, y así lo hacía, y no perdió ni una sola de las ovejas de
Labán; pero el cuidado que les prodigaba se debía en parte al hecho de que no
eran suyas, sino que pertenecían a su tío Labán.
Comprendan, entonces,
este doble motivo para la oración pastoral de Cristo por los miembros de Su
pueblo. Primero, ora por ellos porque pertenecen al Padre, y, debido a eso tienen
un valor especial a Sus ojos; y luego, debido a que pertenecen al Padre, está
obligado mediante una fianza a entregárselos al Padre en aquel último gran día
cuando las ovejas pasen bajo la vara de quien las cuenta. Ahora ya pueden ver
adónde quiero conducirlos esta noche. Así como en aquella ocasión Cristo no oró
por el mundo, yo tampoco voy a predicarle al mundo en este momento; voy a
predicarle a Su propio pueblo así como Él rogó por ese pueblo en esa oración
intercesora. Confío que todos me sigan, paso a paso, a través de este grandioso
tema; y oro pidiendo al Señor que esta noche encontremos un refrigerio real
para nuestras almas en estas profundas verdades centrales del Evangelio.
I. Rogándoles
que presten atención a mi texto, quiero que noten, primero,
Hay aquí seis palabras que declaran que quienes son
salvados son propiedad de Cristo: “Los que me diste” (esa es una); “porque tuyos
son. Y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos”. Hay ciertas personas que
son tan preciosas para Cristo que están marcadas por todas partes con unas
señales especiales que indican que le pertenecen. Yo he conocido a ciertos
individuos que escriben su nombre en algún libro que valoran grandemente, y
luego pasan unas cuantas páginas y vuelven a escribirlo; y hemos conocido a ciertas
personas que valoran algo tan altamente, que ponen su marca, su sello, su
firma, por un lado y por otro y finalmente en casi todo ese objeto. Entonces, en
mi texto, noten cómo el Señor pareciera tener un sello en Su mano con el cual
sella por todas partes Su posesión especial: “Tuyos son. Y todo lo mío es tuyo,
y lo tuyo mío”. Todos esos son pronombres posesivos que muestran que Dios
considera que Su pueblo es Su porción, Su posesión y Su propiedad. “Serán para
mí especial tesoro, ha dicho Jehová de los ejércitos, en el día en que yo
actúe”. Todo hombre tiene algo que valora más que todos los demás bienes de su
propiedad; y aquí el Señor, al reiterar tanto las palabras que denotan
posesión, demuestra que valora a Su pueblo más que todo. Demostremos que apreciamos
el privilegio de ser apartados para Dios; cada uno de nosotros debe decirle al
Señor:
“¡Toma mi pobre corazón, y que esté
Cerrado para todo, excepto para Ti, para siempre!
Sella mi pecho, y haz que lleve
Esa prenda de amor por siempre allí”.
En seguida les pido su
atención al hecho de que si bien encontramos estas seis expresiones aquí, todas ellas son aplicadas al propio pueblo
del Señor. “Lo mío” (es decir, los santos) “es tuyo” (es decir, los
santos); “y lo tuyo” (es decir, los santos) “mío” (es decir, los santos). Todas
estas profusas flechas del Rey de reyes están estampadas en Su pueblo. Si bien
las marcas de posesión son numerosas, todas están enfocadas a un objetivo.
¡Cómo! ¿Acaso a Dios no le importa nada más? Yo respondo: No; en comparación
con Su propio pueblo, a Él no le interesa nada más. “La porción de Jehová es su
pueblo; Jacob la heredad que le tocó”. ¿Acaso no tiene Dios otras cosas? Ah,
¿qué hay que no sea Suyo? El oro y la plata son Suyos, y los millares de
animales en los collados. Todas las cosas son de Dios; de Él, y por Él, y por
medio de Él y para Él son todas las cosas; sin embargo, no las estima en
comparación con Su pueblo.
Amados hermanos, ustedes
saben cuánto valoran a sus hijos en comparación con todo lo demás. Madre, si
hubiera un incendio en tu hogar esta noche y sólo pudieras sacar una cosa de
allí, ¿dudarías un instante respecto a cuál debería ser esa cosa? Sacarías a tu
bebé, y dejarías que todo lo demás fuera consumido por el fuego. Lo mismo
sucede con Dios. Él cuida de Su pueblo por sobre todo lo demás. Él es el Señor
Dios de Israel, y en Israel ha puesto Su nombre, y en Israel se deleita.
‘Callará de amor, se regocijará sobre ti con cánticos’.
Quiero que noten estos
diferentes puntos, no porque tenga la capacidad de explicárselos
individualmente; pero si pudiera darles algunas de estas grandes verdades para
que las meditaran, y para que les ayudaran a tener comunión con Cristo esta
noche, habría hecho algo bueno. Con respecto a estas notas de posesión, quiero
que observen adicionalmente que ocurren
en una comunicación privada entre el Padre y el Hijo. Es en la oración de
nuestro Señor, cuando Él está hablando con el Padre en el santuario, en el
atrio interior, que oímos estas palabras: “Todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío”.
No es ni a ustedes ni a mí a quienes se dirige en aquel momento; el Hijo de
Dios está hablando con el Padre en un momento de íntima comunión del uno con el
otro. Ahora bien, esto me indica que el Padre y el Hijo valoran grandemente a
los creyentes. Lo que la gente dice cuando está en el seno de la confianza, (no
lo que dice en el mercado ni los temas que comenta cuando está en medio del
confuso gentío), lo que dice cuando está en la intimidad, es lo que pone al
descubierto su corazón. Aquí el Hijo está hablando con el Padre, no sobre el
trono o sobre las cosas de la realeza, no sobre querubines ni serafines, sino
sobre unos pobres hombres y mujeres que en aquellos días eran en su mayoría
pescadores y campesinos que creían en Él. Hablan acerca de esas personas, y el
Hijo disfruta de Su propio solaz con el Padre en Su secreta privacidad,
hablando acerca de estas preciosas joyas, acerca de esos seres queridos que son
el especial tesoro de ambos.
Ustedes no tienen ni la
menor idea de cuánto los ama Dios. Amado hermano,
amada hermana, ustedes no se han formado nunca una idea plena y ni siquiera la
fracción de una idea respecto a cuán preciosos son para Cristo. Tú piensas que
Él no te ama mucho porque eres muy imperfecto y porque te quedas muy lejos de
tu propio ideal. Piensas que no puede hacerlo. ¿Has medido alguna vez la
profundidad de la agonía de Cristo en Getsemaní y la de Su muerte en el
Calvario? Si has intentado hacerlo, tendrías la seguridad de que, prescindiendo
de cualquier cosa en ti o relativa a ti, Él te ama con un amor que excede a
todo conocimiento. Créelo. Me parece que te oigo decir: “Pero yo no lo amo como
debería”. No, y nunca lo harás a menos que conozcas primero Su amor por ti.
Créelo. Cree con la máxima intensidad posible que te ama de tal manera que,
cuando no hay nadie que pueda tener comunión con Él, excepto el Padre, aun
entonces Su conversación es sobre Su mutua estimación por ti y cuánto te aman:
“Todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío”.
Sólo agregaré un
pensamiento más bajo este encabezado, y lo único que haré es ponerlo ante
ustedes, y dejarlo con ustedes, pues no puedo exponerlo esta noche. Todo lo que Jesús dice está relacionado con
todo Su pueblo, pues afirma: “Todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío”. Estas
pláticas secretas y sublimes no versan sobre unos cuantos santos que han
alcanzado una “vida superior”, sino sobre todos aquellos que le pertenecemos.
Jesús nos lleva a todos nosotros en Su corazón y habla de todos nosotros con el
Padre diciendo: “Todo lo mío es tuyo”. “Esa pobre mujer que nunca pudo servir
al Señor excepto ofreciendo una paciente resistencia, ella es Mía”, dice Jesús.
“Ella es Tuya, grandioso Padre”. “Esa pobre muchacha recién convertida, cuya única
vida espiritual transcurrió sobre el lecho de su enfermedad, y que luego se
evaporó al cielo cual gota del rocío matinal, ella es Mía, y ella es Tuya. Ese
pobre hijo Mío que tropieza a menudo y que nunca aportó mucho crédito al nombre
sagrado, él es Mío, y él es Tuyo. Todo lo Mío es Tuyo”. Me parece oír el tañido
de una campana de plata y los propios tonos de las palabras son como la música
de las arpas de los ángeles: “Mío, Tuyo; Mío, Tuyo”. ¡Que los ascensos y los
descensos de las melodías celestiales cautiven los oídos de todos nosotros!
Pienso que he dicho lo
suficiente para mostrarles la intensidad del sentido de propiedad que tiene
Cristo con respecto a Su pueblo: “Todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío”.
II. El
siguiente encabezado de mi discurso es,
Primero, permítanme
decirles que Jesús nos ama porque
pertenecemos al Padre. Veamos esta verdad desde otra perspectiva. “Mi Padre
los ha elegido. Mi Padre los ama. Por tanto” –dice Jesús- “Yo los amo y pongo Mi
vida por ellos y voy a tomar Mi vida de nuevo por ellos y voy a vivir a lo
largo de la eternidad para ellos. Son muy queridos por Mí porque son muy
queridos por Mi Padre”. ¿No han amado con frecuencia a otra persona por causa
de una tercera persona a quien amaban de todo corazón? Hay un antiguo refrán
que no puedo evitar citar en este preciso momento; así reza: “Quien bien quiere
a Beltrán, bien quiere a su can”. Es como si el Señor Jesús amara de tal manera
al Padre que ama incluso a unos pobres perros como nosotros por causa de Su
Padre. Para los ojos de Jesús nosotros somos seres de una belleza radiante
debido a que Dios nos ama.
Analicen ahora ese
pensamiento desde el ángulo opuesto: el
Padre nos ama porque pertenecemos a Cristo. Al principio, el amor del Padre
en la elección era soberano y estaba contenido en sí mismo; pero ahora, hoy, puesto
que nos entregó a Cristo, se deleita aún más en nosotros. “Son las ovejas de Mi
Hijo”, dice. “Él las compró con Su sangre”. Mejor aún, “Esa es la esposa de Mi
Hijo”, dice; “esa es la novia de Mi Hijo. Yo la amo por Él”. Hubo ese primer
amor que brotó fresco en el corazón del Padre, pero ahora, a través de este
único canal de amor por Jesús, el Padre vierte una doble correntada de amor
sobre nosotros por causa de Su amado Hijo. Él ve la sangre de Jesús rociada
sobre nosotros; recuerda la señal, y por causa del amado Hijo nos valora más
allá de todo precio. Jesús nos ama porque pertenecemos al Padre, y el Padre nos
ama porque pertenecemos a Jesús.
Ahora acerquémonos más
todavía al pensamiento capital del texto: “Todo lo mío es tuyo”. Todos los que son del Hijo son del Padre. ¿Le
pertenecemos a Jesús? Entonces le pertenecemos al Padre. ¿He sido lavado en la
preciosa sangre? ¿Puedo cantar esta noche?:
“El ladrón moribundo se regocijó al ver
Esa fuente en su día;
Y, aunque soy tan vil como él, me ha limpiado
De todos mis pecados”.
Entonces, yo pertenezco
a Cristo por la redención, pero al mismo tiempo puedo estar seguro de que pertenezco
al Padre: “Todo lo mío es tuyo”. ¿Confías en Cristo? Entonces tú eres uno de los
elegidos de Dios. Ese sublime y profundo misterio de la predestinación no tiene
que turbar el corazón de nadie que sea creyente en Cristo. Si crees en Cristo, entonces
Cristo te redimió, y el Padre te eligió desde antes de la fundación del mundo.
Descansa dichoso en esta firme creencia: “Todo lo mío es tuyo”.
¡Con cuánta frecuencia me
he encontrado con personas que se turban por la elección! Quieren saber si son
elegidas. Nadie puede venir al Padre, sino por Cristo; nadie puede llegar a la
elección, sino por la redención. Si tú viniste a Cristo, y eres Su redimido,
queda fuera de toda duda que fuiste escogido por Dios y que eres un elegido del
Padre. “Todo lo mío es tuyo”.
Entonces, si he sido
comprado con la sangre preciosa de Cristo, no he de sentarme y decir cuán
agradecido estoy con Cristo como si Él se encontrara separado del Padre, y
fuera más amoroso y más tierno que el Padre. No, no; si pertenezco a Cristo yo pertenezco
al Padre, y siento la misma gratitud y el mismo amor para con el Padre, y
quiero rendirle el mismo servicio que a Jesús, pues Jesús lo expresa así: “Todo
lo mío es tuyo”.
Si esta noche soy un
siervo de Cristo, si yo procuro servirle debido a que Él me compró, entonces,
si soy un siervo del Hijo, soy un siervo del Padre. “Todos los que son míos,
sin importar cuál posición ocupan, te pertenecen a Ti, grandioso Padre”, y
gozan de todos los privilegios que son concedidos a los que pertenecen al
Padre. Espero no estarlos cansando; no puedo hacer que estas cosas sean
entretenidas para los negligentes, ni pretendo lograr eso; pero los que aman a
mi Señor y a Su verdad, deberían de regocijarse esta noche pensando que, debido
a que pertenecen Cristo, se les garantiza que pertenecen al Padre. “Todo lo mío
es tuyo”.
“Con Cristo nuestro Señor compartimos nuestra parte
En los afectos de Su corazón;
Y nuestras almas no serán retiradas de allí
Mientras Él no olvide al amor de Sus amores”.
Pero ahora tienen que
considerar la otra parte de eso: “Y lo tuyo mío”. Todos los que son del Padre son del Hijo. Si pertenecen al Padre, pertenecen
al Hijo. Si son elegidos, es decir, si son del Padre, entonces son redimidos,
es decir, son del Hijo. Si son adoptados, es decir, si son del Padre, entonces son
justificados en Cristo, es decir, son del Hijo. Si son regenerados, es decir, si
son engendrados por el Padre, con todo, su vida depende del Hijo. Recuerden que
si bien una figura bíblica nos describe como hijos que tienen, cada uno, una
vida en su interior, otra figura igualmente válida nos representa como pámpanos
de
III. Y
ahora sólo voy a detenerlos durante unos cuantos minutos más mientras hablo
sobre la tercera parte de nuestro tema, esto es, de
Si Cristo hubiera dicho:
“Yo los glorificaré”, yo habría podido entenderlo. Si hubiera dicho: “Estoy
complacido con ellos”, podría haberlo atribuido a Su gran amabilidad para con
ellos; pero si dice: “He sido glorificado en ellos”, eso es algo muy prodigioso.
El sol puede ser reflejado, pero se necesitan objetos apropiados que hagan las
veces de reflectores; y entre más brillantes sean, mejor lo reflejarán. Ni
ustedes ni yo pareciéramos tener el poder de reflejar la gloria de Cristo;
nosotros desintegramos los gloriosos rayos que brillan sobre nosotros; estropeamos
y arruinamos gran parte del bien que cae que sobre nosotros. Con todo, Cristo
dice que Él es glorificado en nosotros. Grábense estas palabras, queridos
amigos, y piensen que el Señor Jesús se reunió con ustedes esta noche, y al
salir del Tabernáculo, les decía: “Tú eres mío, tú eres de mi Padre; y Yo soy
glorificado en ti”. No me atrevo a decir que sería un momento de orgullo para
ti; pero me atrevo a decir que habría más motivo para que te sintieras exaltado
si te dijera: “soy glorificado en ti”, que si recibieras todos los honores que
todos los reyes pudieran acumular sobre todos los seres en el mundo. Pienso que
con sólo que me dijera: “Yo soy glorificado en tu ministerio”, yo podría
declarar: “Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra”.
Espero que lo sea; creo que lo es; pero, ¡oh, anhelo una palabra alentadora,
aunque no fuera dirigida a nosotros personalmente, pero que fuera dirigida a Su
Padre con respecto a nosotros, como en nuestro texto, “he sido glorificado en
ellos”!
¿Cómo puede pasar eso?
Bien, es un tema muy amplio. Cristo es glorificado en Su pueblo de muchas
maneras. Él es glorificado salvando a
tales pecadores, tomando a estas personas, tan pecadoras, tan perdidas y tan
indignas. Cuando el Señor se apodera de un borracho, o de un ladrón o de un
adúltero; cuando cautiva a uno que ha sido culpable de blasfemia y cuyo corazón
mismo apesta por tantos malos pensamientos; cuando recoge al que está lejano,
al abandonado, al disoluto y al caído, como a menudo lo hace, y cuando dice:
“Estos han de ser míos; voy a lavar a éstos en mi sangre; voy a utilizarlos
para que divulguen Mi palabra”, ¡oh, entonces, Él es glorificado en ellos!
Lean las vidas de muchos
grandes pecadores que se han convertido posteriormente en grandes santos, y
verán cómo han procurado glorificar a Dios; no sólo aquella mujer que lavó Sus
pies con sus lágrimas, sino muchos otros como ella. ¡Oh, cómo les ha encantado
alabarle! Los ojos han derramado lágrimas, los labios han musitado palabras, pero
los corazones han sentido una gratitud adoradora para con Él que ni los ojos ni
los labios podrían expresar. “He sido glorificado en ellos”. ¡Grandes
pecadores, Cristo es glorificado en ustedes! Algunos de ustedes, fariseos, si
fueran a ser convertidos, no le darían a Cristo tal gloria como la que Él recibe
por salvar a los publicanos y a las rameras. Aun si lucharan para entrar en el
cielo, sería con muy escasa música para Él en el camino, y ciertamente sería
sin lágrimas ni ungüento para Sus pies que tampoco serían enjugados con los
cabellos de su cabeza. Ustedes son demasiado respetables para hacer eso jamás;
pero cuando salva a grandes pecadores, puede en verdad decir: “He sido
glorificado en ellos”, y cada uno de ellos puede cantar:
“Tu amor especial Sobrepasa las alabanzas,
Mi Jesús, mi Salvador: con todo, este corazón mío
Quisiera cantarle a ese amor, tan pleno, tan rico, tan libre,
Que lleva a un pecador rebelde, como soy yo,
Cerca de Dios”.
Y Cristo es glorificado por la perseverancia que muestra en el asunto de
su salvación. Vean cómo empieza a salvar, pero el hombre se resiste. Él
continúa con Su amable empeño, pero el hombre se rebela. Él lo acosa, lo
persigue y sigue la pista de sus pasos. Él quiere tener al hombre pero el
hombre no quiere tenerlo a Él. Pero el Señor, sin violar el libre albedrío del
hombre, -cosa que nunca hace- al final lleva al ser más renuente a postrarse a
Sus pies, y aquel que más odiaba comienza a amar, y aquel con el corazón más
empedernido dobla su rodilla sumido en la mayor humildad. Es maravilloso
comprobar cuán perseverante es el Señor en la salvación de un pecador; sí, y en
la salvación de los que ya son Suyos, pues tú ya te habrías escapado hace mucho
tiempo si tu grandioso Pastor no te hubiera encerrado en el redil. Muchos de
ustedes se habrían apartado y se habrían perdido, si no hubiese sido por los
constreñimientos de la gracia soberana que los han guardado hasta este día y
que no los dejarán ir. Cristo es glorificado en ti. Oh, una vez que llegues al
cielo, cuando los ángeles sepan todo lo que eras y todo lo que procuraste ser,
cuando sea contada la historia completa de la gracia todopoderosa e infinita,
como en efecto será contada, ¡entonces Cristo será glorificado en ti!
Amados, nosotros glorificamos activamente a Cristo
cuando exhibimos las gracias cristianas. Ustedes que son amorosos,
perdonadores, de tierno corazón, gentiles, mansos y abnegados, ustedes le
glorifican; Él es glorificado en ustedes. Ustedes que son rectos, que no
abandonarían su integridad, ustedes que pueden despreciar el oro del pecador, y
que no venderían su conciencia por oro, ustedes que son valientes y valerosos
por Cristo, ustedes que pueden soportar y sufrir por causa de Su nombre, han de
saber que todas esas gracias provienen de Él. Así como todas las flores son engendradas
y crecen por el sol, así todo lo que hay en ti que es bueno, viene de Cristo,
el Sol de justicia; y, por tanto, Él es glorificado en ti.
Pero, amados, el pueblo
de Dios ha glorificado a Cristo de muchas otras maneras. Cuando lo convierten en el objeto de toda su confianza, le glorifican, cuando
dicen: “Aunque yo sea el primero de los pecadores, yo confío en Él; aunque mi
mente sea oscura, y aunque mis tentaciones abunden, yo creo que Él puede salvar
perpetuamente. Yo en verdad confío en Él”. Cristo es más glorificado por la
humilde fe de un pecador que por el cántico más sonoro de un serafín. Si tú
crees, tú le glorificas. Hijo de Dios, ¿te encuentras sombrío, embotado y poco
animado? ¿Te sientes medio muerto espiritualmente? Acércate a los pies de tu
Señor, y bésalos, y cree que Él te puede salvar, es más, que te ha salvado,
incluso a ti; y así glorificarás Su santo nombre.
“¡Oh!”, -dijo un
creyente el otro día- “yo sé a quién he creído; Cristo es mío”. “¡Ah!”, -dijo
alguien más- “eso es una presunción”. Amados, no es nada parecido a eso; no es
una presunción que un hijo reconozca a su propio padre; sería orgullo si se
avergonzara de su padre; sería ciertamente un gran enajenamiento de su padre si
le avergonzara reconocerlo. “Yo sé a quién he creído”. Es una dichosa condición
del corazón que estés absolutamente seguro de que descansas sobre Cristo, de que
Él es tu Salvador y que tú crees en Él, pues Jesús dijo: “El que cree en mí,
tiene vida eterna”. Yo creo en Él, y tengo vida eterna. “El que en él cree, no
es condenado”. Yo creo en Él, y no soy condenado. Confirmen esto, no únicamente
por medio de señales y de evidencias, sino hagan todavía algo mejor; hagan que
la señal y la evidencia sean estas: “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a
los pecadores; yo, pecador, acepto Su grandioso sacrificio, y soy salvo”.
Pienso especialmente que
el pueblo de Dios glorifica a Cristo
mediante una alegre conversación. Si tú anduvieras por allí gimiendo y
lamentándote, suspirando y quejándote, no le rendirías ningún honor a Su
nombre; pero si, cuando ayunas, no das a conocer a los hombres que ayunas, si
puedes mostrar un rostro alegre aun cuando tu corazón esté decaído, y, sobre
todo, si puedes recuperar tu espíritu sacándolo de sus profundidades y
comienzas a bendecir a Dios cuando la alacena está vacía y los amigos son
pocos, entonces tú glorificas ciertamente a Cristo.
Muchas son las maneras
en que puede realizarse esta buena obra; tratemos de hacerla. “He sido glorificado
en ellos; esto es, por su valiente
confesión de Cristo. ¿Acaso me dirijo a alguien aquí que ame a Cristo, pero
que nunca le ha reconocido? Hazlo, y hazlo pronto. Él merece recibir toda la
gloria que puedas rendirle. Si Él te ha sanado, no seas como los nueve leprosos
que olvidaron que Cristo les había sanado de su lepra. Ven y alaba el nombre
del grandioso Sanador, y haz saber a otros lo que Cristo puede hacer. Me temo
que hay una gran cantidad de seres aquí esta noche que creen ser cristianos
pero que nunca lo han declarado. ¿De qué se avergüenzan? ¿Se avergüenzan de su
Señor? Me temo que, después de todo, no lo aman. Ahora, en este momento, en
esta crisis particular de la historia de
Por último, pienso que Cristo es glorificado en Su pueblo por sus
esfuerzos para extender Su reino. ¿Qué esfuerzos haces tú? Hay una gran
cantidad de fuerza en una iglesia como esta; pero me temo que hay una gran
cantidad de vapor residual, de poder residual aquí. La tendencia, con tanta
frecuencia, es dejar que todo lo haga solo el ministro, o, de otra manera, contar
con la participación de uno o dos líderes; pero yo les ruego, amados, que si pertenecen
a Cristo y si pertenecen al Padre, si, indignos como son, son reclamados por
una doble propiedad por el Padre y el Hijo, que verdaderamente intenten ser
útiles para Ellos. Que se vea que Él es glorificado en ustedes en el hecho de
que ganan a otros para Cristo. Yo creo que Cristo es glorificado en ustedes por
una diligente asistencia incluso a la más pequeña clase de la escuela dominical.
Cristo es glorificado en ustedes por esa conversación privada en su propio
aposento, por esa carta que pusieron en el correo con muchas oraciones, por
cualquier cosa que hagan con un motivo puro, confiando en Dios para glorificar
a Cristo. No confundan lo que quiero decir con respecto a servir al Señor. Pienso
que son sumamente erróneas algunas exhortaciones hechas a los jóvenes, como
éstas: “abandonen el servicio doméstico, y adopten un trabajo espiritual.
Comerciantes, abandonen sus tiendas. Obreros, renuncien a sus oficios. Ustedes
no pueden servir a Cristo en ese llamamiento, dejen de hacer eso enteramente”.
Permítaseme decir que nada puede ser más pestilente que un consejo como ese. Hay
hombres que son llamados por la gracia de Dios para separarse de toda ocupación
terrenal y que poseen dones especiales para la obra del ministerio; pero
imaginar siempre que el grueso del pueblo cristiano no puede servir a Dios en
su llamamiento cotidiano, es pensar por completo de manera contraria a la mente
del Espíritu de Dios. Si eres un sirviente, sigue siendo un sirviente. Si eres
un mesero, continúa con tu actividad. Si eres un comerciante, prosigue con tu
comercio. Todos han de permanecer en el llamamiento en el que han sido llamados,
a menos que haya un llamamiento especial de Dios para que la persona se
entregue a Él en el ministerio. Sigan adelante con sus empleos, carísimos
cristianos, y no se imaginen que se deban volver eremitas, o monjes o monjas.
No glorificarían a Dios si actuaran así. Los soldados de Cristo deben pelear la
batalla en el lugar donde se encuentran. Abandonar el campo y encerrarse en la
soledad haría imposible que obtuvieran la victoria. La obra de Dios es tan
santa y aceptable en el servicio doméstico, o en el comercio, como lo es en
cualquier servicio que pudiera ser prestado en el púlpito, o como misionero en
tierras extranjeras. Damos gracias a Dios por los hombres que son especialmente
llamados y apartados para Su propia obra; pero sabemos que no harían nada a
menos que la sal de nuestra santa fe permeara la vida cotidiana de otros
cristianos.
Madres piadosas, ustedes
son la gloria de
Ahora, esta noche yo
quiero que nos acerquemos de tal manera a la mesa de la comunión que Cristo sea
glorificado en nosotros aquí. Ah, pueden sentarse a la mesa del Señor vestidos
con ropas elegantes o llevando un anillo de diamantes, y pudieran pensar que
son seres importantes, ¡pero no lo son! Ah, pueden venir a la mesa del Señor y
decir: “he aquí un cristiano experimentado que sabe un par de cosas”. Tú no
estás glorificando a Cristo de esa manera; sólo eres un ‘don nadie’. Pero si
vienes diciendo esta noche: “Señor, estoy hambriento, Tú puedes alimentarme”;
eso es glorificarle. Si vienes diciendo: “Señor, no tengo ningún mérito, ningún
valor, vengo porque Tú moriste por mí, y confío en Ti”, le estás glorificando.
Aquel que recibe más de Él y le regresa más a Él, glorifica más a Cristo. Ven,
jarra vacía, ven para que seas llenada, y, cuando estés llena, derrama todo tu
contenido a los pies amados de Aquel que te llenó. Ven, ser trémulo, ven y deja
que Él te toque con Su mano tonificante, y entonces anda y trabaja y usa la
fuerza que Él te haya dado. Me temo que no los he llevado a donde pretendía
llevarlos, cerca de mi Señor y del Padre; sin embargo, hice todo lo que pude.
¡Que el Señor perdone mi debilidad y mi divagación, pero que los bendiga por
causa de Su amado nombre! Amén.
Traductor: Allan Román
7/Marzo/2012
www.spurgeon.com.mx