El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
Nuestro
Manifiesto
NO.
2185
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
ANTE UNA ASAMBLEA DE MINISTROS DEL EVANGELIO
Y SELECCIONADO PARA LECTURA EL DOMINGO 25 DE
ENERO DE 1891.
“Mas os hago
saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mí, no es según hombre”.
Gálatas 1: 11.
Es para mí un
espectáculo lastimoso ver que Pablo estaba obligado a defender su oficio de
apóstol, y a defenderlo, no ante un mundo contradictor, sino ante los insensibles
miembros de la iglesia. Ellos afirmaban que Pablo no era verdaderamente un
apóstol puesto que no había visto al Señor, y expresaban muchas otras cosas despectivas
sobre él. Para reafirmar sus derechos al apostolado, se vio obligado a iniciar
sus epístolas con la frase: “Pablo, apóstol de Jesucristo”, aunque su trabajo
era una prueba fehaciente de su llamamiento. Si a pesar de que Dios nos hubiere
bendecido con la conversión de muchos, algunos de esos convertidos cuestionaran
la validez de nuestro llamamiento al ministerio, podríamos considerarlo como
una prueba de fuego, pero no deberíamos concluir que algo extraño nos ha ocurrido.
Hay una mayor justificación para que se cuestione nuestro llamamiento al
ministerio que para dudar del apostolado de Pablo. Si nos sobreviniera esa
indignidad, podemos sobrellevarla alegremente por amor de nuestro Maestro. No
debería sorprendernos, amados hermanos, que nuestro ministerio esté sujeto a
ataques, porque esa ha sido la suerte de quienes nos han precedido, y
careceríamos de un gran sello de nuestra aceptación ante Dios si no
recibiéramos el homenaje inconsciente de la enemistad que el mundo impío le
brinda siempre a los fieles. Cuando no molestamos al diablo, él no nos molesta. Si su reino no es conmovido,
no se preocupará por nosotros ni por nuestro trabajo, sino que nos dejará gozar
de una ignominiosa tranquilidad. Reciban consuelo de la experiencia del apóstol
de los gentiles; él es particularmente nuestro apóstol, y podemos considerar
que su experiencia es un tipo de lo que podemos esperar mientras laboramos
entre los gentiles de nuestra propia época.
El tratamiento que han
recibido muchos hombres eminentes durante su vida ha sido profético del
tratamiento que recibirán sus reputaciones después de su muerte. Este mundo
malvado es inmutable en su antagonismo contra los verdaderos principios, sin
importar que sus abogados estén muertos o vivos. Hace más de mil ochocientos
años se preguntaban: “¿Quién es Pablo?”, y todavía lo preguntan. No es inusual
oír que algunas personas indignas de fiar profesan desacuerdos con el apóstol,
e incluso se atreven a decir: “En eso no estoy de acuerdo con Pablo”. Recuerdo
que la primera vez que oí esa expresión miré al sujeto con extrañeza. Estaba
asombrado de que un pigmeo como él dijera eso del gran apóstol. Sin considerar
la inspiración de Pablo, parecía como si un gusano del queso estuviera en
desacuerdo con un querubín, o como si un puñado de paja discutiera el veredicto
del fuego. El individuo era tan completamente anodino que no podía sino
maravillarme de que su altivez fuera tan notoriamente desvergonzada. A pesar de
esa objeción, y aunque estuviese apoyada por críticos ilustres, nosotros estamos
de acuerdo con el inspirado siervo de Dios. Es nuestra firme convicción que
discrepar de las epístolas de Pablo es discrepar del Espíritu Santo y discrepar
del Señor Jesucristo, cuya mente Pablo expresaba fielmente.
Es notable que los escritos
de Pablo sean tan atacados, pero esto nos advierte que cuando hayamos partido
para recibir nuestra recompensa, nuestros nombres no estarán exentos de
maledicencia, ni nuestra enseñanza estará libre de oposición. Los más nobles
entre los que han partido siguen siendo calumniados todavía. El juicio de los
hombres sobre ti, en muerte o en vida, no debe preocuparte, pues ¿qué importancia
tiene? Nadie puede lesionar tu carácter real sino tú mismo, y si eres
capacitado para mantener limpias tus ropas, el resto no es digno de la menor
consideración.
Pero, abordemos nuestro
texto. Nosotros no pretendemos ser capaces de usar las palabras de Pablo
exactamente en el pleno sentido que él podía darles; pero hay un sentido en el
que -así confío- cada uno de nosotros puede decir: “Mas os hago saber,
hermanos, que el evangelio anunciado por mí, no es según hombre”. No sólo
podemos decir eso, sino que deberíamos ser capaces de decirlo con entera
veracidad. La forma de expresión de Pablo se aproxima a un juramento cuando
dice: “Os hago saber, hermanos”. Él quiere decir: ‘les garantizo de manera sumamente
cierta, quiero que tengan la absoluta certeza de ello’, “que el evangelio
anunciado por mí, no es según hombre”. Sobre este punto quisiéramos que todos
los hermanos estuvieran convencidos más allá de toda duda.
Por el contexto estamos
seguros de que Pablo quiso decir, primero que nada, que no recibió su Evangelio de los hombres. La recepción del Evangelio
en su propia mente no fue según hombre. Y a continuación, quiso decir que el evangelio mismo no fue inventado por hombres.
Si puedo dar forma a estos dos enunciados, entonces extraeremos de ellos algunas conclusiones prácticas.
I. Primero,
PARA NOSOTROS EL EVANGELIO NO ES SEGÚN HOMBRE EN CUANTO AL MODO EN QUE LO HEMOS
RECIBIDO. En un cierto sentido lo recibimos de los hombres en cuanto a la parte
externa de la recepción, pues fuimos llamados por la gracia de Dios a través de
la influencia de los padres, o a través de algún maestro de la escuela
dominical, o por el ministerio de
Pero en el caso de Pablo
no se usó nada de eso. Él fue llamado claramente por el propio Señor Jesucristo
que le habló desde el cielo y se reveló a Sí mismo en Su propia luz. Era
necesario que Pablo no estuviera en deuda ni con Pedro, ni con Santiago, ni con
Juan, ni con la manera en la que muchos de nosotros estamos endeudados con
algún conducto, de tal forma que podía decir verazmente: “Pues yo ni lo recibí
ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo”.
Pero también podemos
decirlo en otro sentido. Nosotros también recibimos el Evangelio de una manera
en la que el hombre no podría transmitirlo; los hombres lo predicaron a
nuestros oídos, pero el propio Señor lo aplicó a nuestro corazón. Los mejores
santos no habrían podido hacer que nuestros corazones lo entendieran mejor como
para regenerarnos, convertirnos y santificarnos por él. Hubo un decidido acto
de Dios el Espíritu Santo por el cual el conducto se volvió eficaz, y la verdad
se hizo operativa en nuestras almas.
Hago notar que ninguno de nosotros ha recibido el Evangelio
por derecho de nacimiento. Podremos ser hijos de padres santos, pero no por
eso somos hijos de Dios. Para nosotros es claro que “lo que es nacido de la
carne, carne es”, y nada más. Sólo “lo que es nacido del Espíritu, espíritu
es”. Con todo, nos enteramos de algunas personas cuyos hijos no necesitan la
conversión. Hablan de sus hijos y afirman que están libres de la corrupción
natural y que nacen siendo hijos de Dios y que poseen una gracia interior que
sólo necesita ser desarrollada. Yo lamento decir que mi padre no halló que yo
fuera así de niño. Él descubrió pronto en mi vida que yo había nacido en pecado
y que había sido formado en iniquidad, y que la insensatez estaba clavada a mi
corazón. Amigos y maestros pronto percibieron en mí una depravación natural y
ciertamente yo la he encontrado en mí mismo; el triste descubrimiento no
necesitó de una búsqueda muy detallada, pues el efecto del mal me miraba a la
cara en mi carácter.
La tradición que afirma
que nacemos con una naturaleza santa está alcanzando una firme posición en la
iglesia profesante, aunque es contraria a
Hermanos, no recibimos
el Evangelio, ni tampoco lo recibimos ahora, debido a la enseñanza de algún hombre o de un grupo de hombres. ¿Recibieron
algo ustedes porque Calvino lo enseñó? Si es así, necesitarían revisar sus
fundamentos. ¿Creen en alguna doctrina porque Juan Wesley la predicó? Si así
fuera, tendrían razón de examinar cuáles son sus propósitos. El modo de Dios
por el cual hemos de recibir la verdad, es que la recibamos por el Espíritu Santo.
Es útil que sepa lo que tal y tal ministro creyó. El juicio de un teólogo
santo, piadoso, de clara visión y dotado, no es despreciable, y merece que lo
tengamos en cuenta. Es tan probable que esté en lo correcto como nosotros lo
estamos y deberíamos discrepar con alguna vacilación de un hombre instruido por
la gracia. Pero es algo muy diferente decir: “yo lo creo por la autoridad de ese
buen hombre”. En nuestra condición de jóvenes cristianos bisoños, podría no ser
lesivo recibir la verdad de pastores y de padres, etcétera; pero si hemos de
convertirnos en hombres en Cristo
Jesús y en maestros de otros, debemos abandonar el hábito infantil de la
dependencia de otras personas y debemos buscar por nosotros mismos. Ahora
podemos salir del huevo y hemos de deshacernos de los trozos de concha tan
pronto como nos sea posible. Es nuestro deber escudriñar las Escrituras para
ver si estas cosas son así; y además, es nuestra sabiduría clamar pidiendo la
gracia para apropiarnos de cada verdad y hacerla morar en nuestra naturaleza
interior. Es tiempo de que podamos decir: “Esta verdad es ahora tan
personalmente mía como si nunca la hubiese oído de labios de ningún hombre. Yo
la recibo porque ha sido escrita en mi propio corazón por el Señor mismo. No me
llegó según hombre”.
Hay una opinión
prevaleciente en ciertos círculos que afirma que no debes recibir nada a menos
que los hombres te lo enseñen; la palabra “hombres” es engullida y ocultada,
pero está allí, después de todo, bajo el término de “la iglesia”. La iglesia es erigida como la gran autoridad. Si la
iglesia lo ha sancionado, no te atreves a cuestionarlo; si ella lo decreta, a
ti te corresponde obedecer. Pero ésto equivale a recibir con creces un
evangelio “según hombre”. Y el proceso involucrado es extraño. Tienes que
rastrear un dogma y verificar que venga a través de una iglesia visible
continua, y ésto te conducirá a
Amados hermanos míos, el
hecho de que una doctrina sea creída por lo que podría ser llamado cortesmente:
“la iglesia”, no es ninguna salvaguarda para su validez; la mayoría de nosotros
casi consideraría que es necesario preguntarnos si una doctrina pudiera ser
verdadera cuando ha sido avalada por esas grandes corporaciones mundanas que
han usurpado el nombre de iglesias de Cristo. Muchas denominaciones reclaman
una sucesión apostólica, y si hay alguien que la posee, los bautistas son los
más probables, puesto que practican las ordenanzas tal como les fueron
entregadas; pero nosotros no nos preocupamos de rastrear nuestro linaje a
través de la larga línea de mártires y de hombres aborrecidos por los
eclesiásticos. Si pudiéramos hacer eso sin ninguna interrupción, el resultado
no sería de ningún valor a nuestros ojos, pues el andrajo de la “sucesión
apostólica” no es digno de ser conservado. Quienes contienden por una ficción
pueden monopolizarla si quieren. Nosotros no recibimos la revelación de Dios
porque haya sido acogida por una sucesión de padres, monjes, abades y obispos.
Nos agrada percibir que algunos de ellos vieron la verdad de Dios y la enseñaron,
pero eso no la convierte en una verdad para nosotros. Cada uno de nosotros
querría decir: “Os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mí, no
es según hombre”. Nunca pensamos en citar a la comunidad de hombres llamada: “iglesia”
como la autoridad definitiva para la conciencia. “Nosotros no hemos aprendido
así a Cristo”.
Además, y espero hablar
a nombre de todos los aquí presentes cuando digo que hemos recibido la verdad personalmente por la revelación del Espíritu
del Señor a nuestras propias almas. Aunque en un grupo tan grande como éste
pudiera haber un Judas, y el “¿Soy yo, Señor?” muy bien podría circular con una
santa desconfianza de uno mismo, con todo, a menos que estemos terriblemente
engañados, todos nosotros podemos decir que hemos recibido la verdad que
predicamos por medio de la enseñanza interna del Espíritu Santo. Recurramos a
nuestros diarios, aunque las fechas estén ahora muy lejanas en el tiempo. Recordemos
cuando la luz irrumpió y reveló nuestro estado perdido: ese fue el cimiento de
nuestra enseñanza.
¡Ah, amigos! ¿Recuerdan
cuando recibieron con poder las más oscuras doctrinas que constituyen la hoja
de realce de las inapreciables joyas del Evangelio? Yo creía que era culpable, pues
así me lo habían enseñado; pero en aquel instante y en aquel lugar supe en mi alma que así era. ¡Oh, cómo
lo supe! Culpable ante Dios, “ya condenado”, y permaneciendo bajo la vigente
maldición de una ley quebrantada, yo estaba penosamente desalentado. Había oído
la predicación sobre la ley de Dios y había temblado al oírla; pero ahora
sentía la convicción interior de la culpa personal que resultaba ser muy lacerante.
Me veía como un pecador, ¡y qué espectáculo era ese! El miedo y la vergüenza y el
espanto se apoderaron de mí. Entonce comprendí cuán verdadera era la doctrina
de la pecaminosidad del pecado, y qué castigo conlleva. Esa doctrina nunca la recibí según hombre.
También conocemos la
preciosa doctrina de la paz a través de la sangre preciosa de Jesús, gracias a
una enseñanza personal interna. Solíamos oír y cantar acerca del grandioso
sacrificio y del amor de Aquel que llevó nuestros pecados en Su propio cuerpo
en el madero; pero habiendo estado al pie de la cruz, por nosotros mismos
contemplamos ese amado rostro y miramos los ojos tan llenos de piedad, y vimos
las manos y los pies que fueron sujetados al madero por culpa nuestra. ¡Oh,
cuando vimos al Señor Jesús como nuestra Fianza, doliéndose agudamente por
nuestras ofensas, entonces recibimos la verdad de la redención y de la expiación
de una manera que no fue “según hombre”!
Sí, esos bondadosos
hombres que ya se han ido al cielo nos predicaron el Evangelio íntegra y sinceramente,
y laboraron para darnos a conocer a Cristo, pero revelar al Hijo de Dios en
nosotros estaba más allá de su poder. Hacer que esas verdades fueran vitales
para nosotros equivalía a crear un mundo. Por tanto, cada uno de nosotros dice
desde lo más íntimo de su alma: “Os hago saber, hermanos, que el evangelio
anunciado por mí, no es según hombre”; esto basta en cuanto al modo por medio
del cual hemos venido a conocerlo y sentirlo en el interior de nuestras propias
almas.
Desde nuestros primeros
días hemos experimentado en nuestro entendimiento una apertura gradual al Evangelio,
pero en todo ese proceso nuestro progreso real ha provenido de Dios y no de los
hombres. Hermanos, ustedes leen a algunos comentaristas, es decir, si sus
propios comentarios son dignos de ser oídos; ustedes leen libros escritos por
hombres piadosos, es decir, si ustedes mismos dicen alguna vez algo digno de
ser leído; sin embargo, su aprendizaje espiritual, si fuese veraz y real, es
por la impartición de la enseñanza del Señor. ¿Aprendemos algo, en el más
enfático sentido de aprender, a menos que seamos enseñados por el Señor? ¿No es
esencial que Dios el Espíritu les aclare la verdad que el instructor más capaz
les haya expuesto? Ustedes han continuado siendo estudiantes desde que dejaron
la universidad, pero su Tutor ha sido el Espíritu Santo. Nuestros espíritus no
pueden aprender la verdad de Dios por ningún otro método excepto por la
enseñanza del Espíritu de Dios. Podemos recibir la cáscara y la forma externa
de la teología, pero
¡Cuán dulcemente nos ha
enseñado el Espíritu en la meditación!
¿No te has visto sorprendido y sobrecogido de deleite a menudo conforme
La verdad es algo
parecido a esas cavernas de estalactitas y a esas cuevas de las que nos hemos
enterado, a las que tienes que entrar y ver por ti mismo si realmente quieres
conocer sus maravillas. Si te aventuraras allí adentro sin luz o sin guía,
correrías grandes riesgos; pero con una antorcha encendida y con un líder
conocedor, tu entrada está rodeada de interés. ¡Mira, tu guía te ha llevado a
través de un angosto pasaje sinuoso donde has tenido que avanzar gateando o
proseguir doblando las rodillas! Al fin te ha conducido a un magnífico salón y
cuando las antorchas son enarboladas, ¡el techo lejano centellea y refleja la
luz como si proviniera de incontables joyas de diferentes tonalidades! Ahora
que contemplas la arquitectura de la naturaleza, las catedrales son como
juguetes para ti a partir de ese momento. Mientras permaneces en ese inmenso
palacio con muchas columnas y enjoyado, sientes cuánto le debes a tu guía y a
su flamante antorcha.
Así, el Espíritu Santo
nos guía a toda la verdad y derrama luz sobre lo eterno y lo misterioso. En
ciertos casos hace eso muy personalmente. Luego nos llena de un completo olvido
de todo nuestro entorno inmediato y sólo comulgamos con la verdad. Puedo
entender bien cómo los filósofos, mientras están resolviendo un problema
absorbente, dan la impresión de estar perdidos e inconscientes del mundo que
les rodea. ¿No han sentido nunca una santa absorción en la verdad mientras el
Espíritu los llenaba con Su gloriosa visión? Así ha sucedido con muchos santos
mientras están siendo instruidos por Dios. No son propensos a ceder al clamor
popular lo que han recibido de esa manera.
¡Cuán a menudo el Señor
ha enseñado a Sus siervos Su propia verdad en
la escuela de la tribulación! Hablamos bien de la meditación: es como
plata; pero la tribulación es como oro refinado. La tribulación no solamente
produce paciencia, pues la paciencia acarrea un carácter probado, y en el
carácter probado hay un conocimiento profundo e íntimo de las cosas de Dios que
no viene por ningún otro medio. ¿Saben lo que es sentir tal dolor que no
podrían tolerar un giro más de la tuerca y, entonces, en un desfallecimiento,
han caído de espaldas sobre su almohada, y han sentido que, incluso en esas
condiciones, ustedes no podían ser más felices a menos que fueran arrebatados
hasta el tercer cielo? Entonces algunos de nosotros hemos recibido la
certificación de que podemos hacer todo a través de Cristo que nos fortalece.
Estando sumido en una paz pasiva, pudiera ser que hubieras visto una Escritura
que se destacaba como una estrella entre las fisuras de las nubes de una
tempestad, y que brillaba con un lustre que sólo el Señor Dios pudo haberle
dado. La depresión espiritual y la tortura corporal fueron olvidadas, mientras la
radiante promesa llenaba de luz sus almas.
Hay un lugar al fondo
del desierto que no podrías olvidar nunca. Allí crece una zarza. Una zarza es
un objeto muy poco promisorio, pero para ti es sagrado pues allí el Señor se
reveló a ti, y la zarza ardía en fuego, pero no se consumía. Nunca
desaprenderás la lección de la zarza ardiente. ¿Conocemos alguna verdad
mientras el Espíritu Santo no la grabe con fuego en nosotros y la esculpa en
nuestra alma con un cincel de hierro y con punta de diamante? Hay maneras de
aprender por las cuales estamos muy agradecidos, pero la manera más segura de
aprender la verdad divina es que la palabra sea “injertada” para que tome viva
posesión del alma. Entonces no solamente la creemos; le entregamos nuestra
vida; vive en nosotros y al mismo tiempo vivimos de ella. Esa verdad palpita en
cada latido, pues ha vivificado al corazón. No la cuestionamos; no podemos
hacerlo pues vive en nosotros y colora nuestro ser. El demonio insinúa
preguntas pero nosotros no somos responsables por lo que a él le agrade hacer,
y no nos importa, porque ahora le susurra a un oído sordo. Una vez que el alma
misma ha recibido la verdad y ha llegado a permear el ser entero, no somos
accesibles a esas dudas que anteriormente nos traspasaban como flechas
envenenadas.
Puedo agregar, en
relación a muchas de las verdades de Dios y al sistema entero del Evangelio,
que hemos aprendido su verdad en el campo
del sacrificio y del servicio a nuestro Señor, de tal forma que para
nosotros no es “según hombre”. Si tú no crees en la depravación humana, acepta
un pastorado en esta perversa ciudad de Londres, y si eres fiel a tu comisión, ¡ya
no dudarías más! Si no crees en la necesidad de que el Espíritu Santo nos
regenere, asume la responsabilidad de una congregación culta y pulida que oiga
toda tu retórica pero que permanezca siendo tan mundana y tan frívola como era
antes. Si no crees en el poder de la sangre expiatoria, no vayas nunca a ver
morir a los creyentes, pues descubrirás que no confían en ninguna otra cosa. Un
Cristo agonizante es el último recurso del creyente.
“Cuando flaquea todo apoyo terrenal,
Él es entonces toda mi fortaleza y mi sostén”.
Si tú no crees en la
elección por gracia, vive en donde puedas observar a multitudes de hombres y
verás que las personas de las que menos se piensa son llamadas de entre ellos
de sorprendentes maneras, y entonces creerás. Aquí viene alguien que dice: “yo
no tengo ni padre, ni madre, ni hermano, ni hermana ni amigo que asista jamás a
un lugar de adoración”. “¿Cómo llegaste a creer?” “Oí una palabra en la calle,
amigo, por pura casualidad, que me condujo a temblar delante de Dios”. He ahí
la elección por gracia. Aquí viene una mujer con la mente oscurecida y el alma
turbada, que pertenece a una familia en la que todos son miembros de tu
iglesia, todos felices y regocijándose en el Señor; y sin embargo, esta pobre
criatura no puede asirse a Cristo por la fe. Para tu gran gozo, expones ante
ella a Cristo en toda Su plenitud de gracia y se convierte en el más radiante
elemento de todo el círculo; pues ellos no conocieron nunca la oscuridad como
ella la conoció, y ellos no pueden regocijarse nunca en la luz como ella se
deleita en esa luz. Para encontrar a un santo que ame mucho tienes que
encontrar a alguien a quien se le haya perdonado mucho. La mujer que era una
pecadora es la única que está dispuesta a lavar los pies de Cristo. Hay materia
prima en un publicano que raramente encuentras en un fariseo. Un fariseo puede
pulirse y llegar a ser un cristiano ordinario; pero de alguna manera hay un
toque encantador en torno al pecador perdonado que no está presente en el otro.
Hay una elección por gracia y tú no puedes evitar notar, andando por allí, cómo
ciertos creyentes entran el círculo central mientras que otros permanecen en
los atrios exteriores. El Señor es soberano en Sus dones y hace lo que le
agrada; y nosotros somos llamados a postrarnos ante Su cetro dentro de la
iglesia así como también en su portal. Entre más vivo más seguro estoy de que
la salvación es toda por gracia, y de que el Señor otorga esa gracia según Su
propia voluntad y Su propósito.
Además, algunos de
nosotros hemos recibido el Evangelio debido a la portentosa unción que lo ha acompañado a veces en nuestras almas. Yo
espero que ninguno de nosotros caiga jamás en la trampa de seguir la guía de
impresiones recibidas por textos que vienen a nuestra mente de manera prominente.
Ustedes tienen criterio y no deben hacerlo a un lado para ser guiados por
impresiones accidentales. Pero a pesar de todo eso, y detrás de todo eso, no
hay nadie aquí que haya llevado una vida plena y útil que no tenga que confesar
que algunos de esos actos de su vida, sobre los cuales ha girado toda su
historia, están conectados con influencias en su mente que fueron producidas,
según cree, por una agencia sobrenatural. Un pasaje de
Un sencillo amigo galés
creía que nuestro Señor debía ser galés, “porque” –decía- “siempre me habla a mí en galés”. A mí me ha parecido a
menudo como si el Bienamado de mi alma hubiese nacido en mi pueblo natal, como
si hubiese asistido a mi escuela y hubiese atravesado por todas mis
experiencias personales, pues me conoce mejor de lo que yo me conozco. Aunque
yo sé que Él fue de Belén, y de Judea, con todo, pareciera ser de Londres, o de
Surrey. Es más, yo veo en Él algo más de lo que la condición de hombre podría
haberle aportado; discierno en Él algo más que la naturaleza de un hombre, pues
entra en los entresijos más íntimos de mi alma, me lee como una página abierta,
me consuela como alguien que creció conmigo, se hunde en mis más profundos
dolores y me asiste en los gozos más sublimes. Yo tengo secretos en mi corazón
que sólo Él conoce. ¡Cómo desearía que Su secreto estuviera conmigo así como el
mío está con Él, en la medida de mi capacidad! Es debido a ese poder
maravilloso que el Señor Jesús tiene sobre nosotros a través de Su sagrada
Palabra que recibimos esa Palabra suya, y no la recibimos “según hombre”.
¿Qué es la unción,
hermanos míos? Me temo que nadie puede ayudarme con una definición. ¿Quién podría
definirla? Con todo, nosotros sabemos dónde está, y ciertamente sentimos dónde
no está. Cuando esa unción perfuma a
Me he tomado todo este
tiempo para considerar cómo recibimos el Evangelio y, por tanto, necesariamente
he de ser breve en el siguiente punto.
II. PARA
NOSOTROS
Tal vez me digas: “tú estás
comparando libros, y estás olvidando que tu tema es el evangelio”. Pero ésto es
sólo en apariencia. No me interesa hacerles perder su tiempo pidiéndoles que
comparen los evangelios de los hombres. No hay otro evangelio que yo sepa que
valga la pena de ser comparado por un solo minuto. “Oh, pero” –dirán- “hay un
evangelio que es mucho más amplio que el tuyo”. Sí, yo sé que es mucho más
amplio que el mío; pero ¿a qué conduce? Dicen que lo que es apodado ‘calvinismo’
tiene una puerta muy angosta. Hay una palabra en
El Evangelio, nuestro Evangelio, sobrepasa el estilo y el
alcance del pensamiento humano. Cuando los hombres se han ejercitado hasta
el propio límite para desarrollar concepciones originales, nunca han podido
idear el verdadero Evangelio. Si es algo tan banal como los críticos quieren
hacernos creer, ¿por qué no surgió en las mentes de los egipcios o de los
chinos? Las grandes mentes a menudo se encuentran; ¿por qué otras grandes
mentes no tuvieron las mismas ideas que Moisés, o que Isaías o Pablo? Yo creo
que es bastante justo decir que si es una forma de enseñanza banal, bien pudo
haber surgido entre los persas o los hindúes; o, seguramente, podríamos haber
encontrado algo parecido entre los grandes maestros de Grecia. ¿Acaso alguno de
ellos ideó la doctrina de la gracia inmerecida y soberana? ¿Adivinaron
Voy a darles otra
prueba, que, para mí, es concluyente de que nuestro Evangelio no es según
hombre; y es ésta: que es inmutable, y el
hombre no puede producir nada que sea inmutable. Si el hombre hace un
evangelio –y le encanta hacerlo, como a los niños les encanta hacer juguetes-
¿qué hace? Está muy contento con él durante unos momentos, y luego lo hace
pedazos y lo vuelve a formar de otra manera, y hace eso continuamente. Las
religiones del “pensamiento moderno” son tan mutables como las nieblas sobre
las montes. ¡Vean cuán a menudo la ciencia ha alterado su propia base! La
ciencia es notoria por ser más científica en la destrucción de toda la ciencia
que le ha precedido.
Algunas veces me he dado
gusto, en momentos de esparcimiento, leyendo la historia natural antigua, y
nada puede ser más cómico. Sin embargo, la historia natural no es de ninguna
manera una ciencia oscura. En un lapso de veinte años algunos de nosotros
probablemente encontremos gran entretenimiento en la seria enseñanza científica
de la hora presente, así como lo hacemos ahora con los sistemas del último
siglo. Pudiera suceder que, en poco tiempo, la doctrina de la evolución sea una
burla permanente para uso de los escolares. Lo mismo es cierto de la teología
moderna que dobla su rodilla en ciega idolatría ante la así llamada ciencia.
Ahora nosotros decimos, y lo hacemos de todo corazón, que el Evangelio que
predicamos hace cuarenta años todavía lo predicaremos dentro de cuarenta años si
estamos vivos. Y, además, que el Evangelio que fue enseñado por nuestro Señor y
Sus apóstoles es el único Evangelio que hay ahora sobre la faz de la tierra.
Los eclesiásticos han alterado el Evangelio, y de no haber sido por Dios,
habría sido ahogado por la falsedad hace mucho tiempo; pero debido a que el
Señor lo ha hecho, permanece para siempre. Todo lo que es humano es trastornado
en breve, de tal manera que cambia con cada fase de la órbita lunar; pero
Además, no puede ser
según hombre porque se opone al orgullo
humano. Otros sistemas adulan al hombre, pero éste dice la verdad. ¡Escucha
a los soñadores de hoy, cómo aclaman a la dignidad de la naturaleza humana!
¡Cuán sublime es el hombre! Pero señálame una sola sílaba en la que
Además, no es según
hombre, porque no le da al pecado ningún
respiro. Me he enterado de que un inglés ha profesado ser un musulmán
porque está encantado con la poligamia que el profeta árabe permite a sus
seguidores. Sin duda la perspectiva de cuatro esposas ganaría convertidos que
no fueran atraídos por consideraciones espirituales. Si tú predicaras un
evangelio que hiciera concesiones para la naturaleza humana y tratara al pecado
como si fuera un error más bien que un crimen, encontrarías oyentes dispuestos.
Si pudieras proveer absolución a un bajo costo, y pudieras tranquilizar la
conciencia por un poco de autonegación, no sería sorprendente que tu religión
se pusiera de moda. Pero nuestro Evangelio declara que la paga del pecado es la
muerte, y que sólo podemos tener vida eterna como una dádiva de Dios, y que
esta dádiva siempre acarrea consigo dolor por el pecado, y odio hacia el pecado
y un esfuerzo por evitarlo. Nuestro Evangelio le dice a un hombre que debe
nacer de nuevo, y que sin el nuevo nacimiento estará perdido eternamente,
mientras que con él obtendrá la salvación eterna. Nuestro Evangelio no ofrece
ninguna excusa ni encubrimiento del pecado, sino que lo condena completamente.
No presenta ningún perdón excepto a través de la grandiosa Expiación, y no le
da ninguna seguridad al hombre que trate de albergar cualquier pecado en su
pecho. Cristo murió por el pecado y nosotros debemos morir al pecado, o debemos
morir eternamente. Si predicamos el Evangelio fielmente, tenemos que predicar
la ley. No puedes predicar plenamente la salvación por Cristo sin poner al
Sinaí al fondo del cuadro y al Calvario al frente. Los hombres deben ser
conducidos a sentir el mal del pecado antes de que valoren el grandioso
Sacrificio que es la cabeza y la parte frontal de nuestro Evangelio. Esto no va
de acuerdo al gusto de ésta o de ninguna otra época, y por tanto, yo estoy
seguro de que el hombre no lo inventó.
Sabemos que el Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo no es según hombre porque nuestro Evangelio es muy apropiado para los pobres y los analfabetos. Los
pobres, según la moda usual de hombres, son pasados por alto. El parlamento ha
cercado todos los terrenos comunales, de tal manera que un hombre pobre no
puede tener un ganso; yo no dudo que, si fuera probable que fuera válido,
pronto nos enteraríamos de algún proyecto de ley para distribuir las
propiedades disponibles de las estrellas entre ciertos señores del cielo. Es
evidente que una excelente propiedad en las regiones celestiales no está
registrada en este momento en ninguna de nuestras cortes. Bien, preferirían
cercar y asignar el sol, la luna y las estrellas, que apropiarse del Evangelio
de nuestro Señor Jesús. Éste es el derecho comunal del hombre pobre. “A los
pobres es anunciado el evangelio”. Con todo, no son pocos, en estos días, los
que desprecian un Evangelio que la gente común puede oír y entender; y podemos
estar seguros de que un sencillo Evangelio nunca provino de ellos, pues su
gusto no está en esa dirección. Ellos quieren algo abstruso, o, como dicen, “ponderado”.
Oímos este tipo de comentarios: “Nosotros somos personas intelectuales, y necesitamos
un ministerio culto. Esos predicadores evangélicos están muy bien para las
asambleas populares, pero nosotros hemos sido siempre selectivos, y requerimos
una predicación que esté al tanto de los tiempos”. Sí, sí, y su hombre será uno
que no predicaría el evangelio a menos que fuera de una manera nubosa; pues si
declarara el Evangelio de Jesús, los pobres tendrían la oportunidad de
entrometerse, y traumatizarían a los distinguidos caballeros y a las
encopetadas damas.
Hermanos, nuestro
Evangelio no conoce nada acerca de clase alta y baja, ricos y pobres, negros y
blancos, cultivados e ignorantes. Si
hace alguna diferencia, prefiere a los pobres y a los oprimidos. Su grandioso
Fundador dice: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque
escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los
niños”. Alabamos a Dios porque ha escogido las cosas viles y las cosas que son
despreciadas. Oí que se alababa el ministerio de un hombre, aunque su
congregación disminuye gradualmente, porque está haciendo una gran obra en
medio de “jóvenes pensantes”. Yo confieso que no soy un creyente en la
existencia de estos jóvenes pensantes. Quienes se confunden creyendo ser tales,
resultan ser más bien arrogantes que pensantes. Está muy bien predicarles a los
jóvenes, y lo mismo a las jóvenes, y a las ancianas también; pero yo soy enviado
a predicar el Evangelio a toda criatura, y no puedo limitarme a los jóvenes
pensantes. Yo les garantizo que el Evangelio que he predicado no es según
hombre, pues no sabe nada de selección y exclusividad, sino que valora el alma
de un barrendero y de un recolector de basura al mismo precio que la del señor
alcalde y la de su majestad la reina.
Por último, estamos
seguros de que el Evangelio que hemos predicado no es según hombre, porque los hombres no lo reciben. Se oponen a
él incluso hasta este día. Si algo es odiado amargamente, es el supremo
Evangelio de la gracia de Dios, especialmente si esa odiada palabra:
“soberanía” es mencionada conjuntamente. Atrévete a decir: “Tendrá misericordia
del que tenga misericordia, y se compadecerá del que se compadezca”, y furiosos
críticos te van a vilipendiar sin restricciones. El fanático religioso moderno
no sólo odia la doctrina de la gracia soberana, sino que despotrica y se
enfurece ante su simple mención. Preferiría oír que blasfemaras a que
predicaras la elección por el Padre, la expiación por el Hijo o la regeneración
por el Espíritu. Si quisieras ver a un hombre excitarse al punto de que lo
satánico prevalezca claramente, deja que algunos teólogos te oigan predicar un
sermón sobre la gracia soberana. Un evangelio que es según hombre es bienvenido
por los hombres; pero se requiere de una operación divina en el corazón y en la
mente para hacer que un hombre esté dispuesto a recibir en lo más íntimo de su
alma este desagradable Evangelio de la gracia de Dios.
Amados hermanos míos, no
traten de hacerlo agradable para las mentes carnales. No oculten la ofensa de
la cruz, no vaya a ser que lo vuelvan ineficaz. Los ángulos y las aristas del
Evangelio son su fortaleza; recortarlos sería privarlo de su poder. Atenuarlo
no implica un incremento de su fuerza, sino su muerte. Vamos, incluso en medio
de las sectas, has de haber notado que sus puntos distintivos son los cuernos
de su poder; y cuando son prácticamente omitidos, la secta se agota. Aprende,
entonces, que si sacas a Cristo del cristianismo, el cristianismo está muerto.
Si remueves del Evangelio la gracia, el Evangelio se esfuma. Si a la gente no
le gusta la doctrina de la gracia, increméntales la dosis. Siempre que sus
enemigos se quejen de un cierto tipo de arma, un poder militar sabio proveerá
más de ese tipo de artillería. Un gran general, presentándose ante su rey, se
tropezó con su propia espada. “Veo” –dijo el rey- “que tu espada se interpone
en el camino”. El guerrero respondió: “Los enemigos de su majestad han sentido
con frecuencia lo mismo”. No lamentamos que nuestro Evangelio ofenda a los
enemigos del Rey.
Queridos amigos, si no
hemos recibido el Evangelio según hombre, sino de Dios, continuemos recibiendo la verdad por el canal de la fe divinamente
designado. ¿Estás seguro de que vas a entender
a plenitud la verdad de Dios? Para la mayoría de nosotros el entendimiento
es como un angosto postigo en la puerta de la ciudad de Almahumana, y las
grandes cosas de Dios no pueden ser reducidas de tamaño para que pasen por la
entrada. La puerta no es lo suficientemente ancha. Pero nuestra ciudad tiene
una gran puerta llamada fe, a través de la cual incluso lo infinito y lo eterno
pueden ser admitidos. Renuncia al desesperado empeño de meter a la fuerza en la
mente, mediante los esfuerzos de la razón, lo que puede morar fácilmente en ti
por el Espíritu Santo a través de la fe. Los que hablamos contra el
racionalismo somos propensos a razonar demasiado, y no hay nada tan irrazonable
como esperar recibir las cosas de Dios a través del razonamiento lógico.
Debemos creerlas sobre la base del testimonio divino, y cuando nos someten a
prueba, e incluso cuando parecieran exacerbar las sensibilidades de la
humanidad, no por eso hemos de dejar de recibirlas de igual manera. No debemos
ser jueces de lo que la verdad de Dios debería ser; hemos de aceptarla tal como
la revela el Señor.
A continuación, cada uno de nosotros debe esperar encontrar
oposición si recibe la verdad del Señor, y especialmente la oposición de
una persona muy cercana y querida para nosotros, es decir, nuestro yo. Hay un
cierto “hombre viejo” que todavía está vivo, y no es ningún amante de la
verdad; sino, por el contrario, es un partidario de la falsedad. Oí decir a un
amable policía que cuando se encontraba en
Recuerden que, si no recibieron la verdad excepto a través del poder del
Espíritu de Dios, no pueden esperar que otros la reciban de otra manera. No
creerán su reporte a menos que el brazo del Señor les sea revelado. Pero
entonces, si la fe es la obra del Espíritu Santo, no hemos de temer que los
hombres la destruyan. Quienes intentan cambiar nuestra creencia harían bien en
tener un poco de duda en lo tocante a su éxito en la tarea que han asumido. Si
la fe es una obra divina dentro de nuestras almas, podemos desafiar todos los
sofismas, adulaciones, tentaciones y amenazas. Seremos divinamente obstinados;
quienes quisieran pervertirnos tendrán que renunciar a nosotros. Posiblemente
nos llamen intolerantes, o intransigentes o incluso idiotas, pero ésto
significa poco si nuestros nombres están escritos en el cielo.
Hemos de concluir
también de nuestro tema que si estas
cosas nos vienen de Dios, podemos apoyar todo nuestro ser en ellas. Si nos
vinieran de los hombres, probablemente nos fallarían en una crisis. ¿Confiaste
alguna vez en los hombres, y no tuviste que lamentarlo amargamente antes que
sol declinara? ¿Confiaste alguna vez en un brazo de carne sin descubrir que los
mejores hombres son hombres a lo sumo? Podemos vivir y podemos morir apoyados
en el Evangelio sempiterno. Tratemos más y más con Dios, y sólo con Él. Si
hemos obtenido la luz de Él, hay más bendiciones que pueden obtenerse. Acudamos
a ese mismo Maestro, para que aprendamos más de las cosas profundas de Dios.
Creamos valerosamente en el éxito del Evangelio que hemos recibido. Creemos en él; creamos y trabajemos para que lo tenga. No desesperaremos
aunque toda la iglesia visible apostate. En una ocasión cuando los invasores
habían sitiado Roma, y todo el país estaba a su merced, se tenía que vender un
trozo de tierra y un romano lo compró a un valor justo. Aunque el enemigo
estaba allí, el comprador confiaba que sería desalojado. Fue advertido de que el
enemigo podría destruir al Estado Romano. ‘¡Que lo intente!’, respondió. Tienes
que tener la misma mentalidad. El Dios de Jacob es nuestro
Refugio, y nadie puede oponerse a Su eterno poder y Deidad. El Evangelio eterno
es nuestro pendón, y si lo sostiene Jehová, nuestro pendón nunca será arriado.
En el poder del Espíritu Santo la verdad es invencible. ¡Adelante, ustedes,
huestes del infierno, y ejércitos de los extranjeros! ¡Que la astucia y las
críticas, el racionalismo y la superchería sacerdotal hagan lo mejor que
puedan!
Porción de
Nota del traductor:
Cloaca Máxima: una de
las más antiguas redes de alcantarillado del mundo. El nombre significa
literalmente "
Traductor: Allan Román
26/Junio/2011
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