El Púlpito del Tabernáculo
Metropolitano
Un Mediador
NO. 2180
UN SERMÓN PREDICADO LA NOCHE DEL DOMINGO 23 DE FEBRERO, 1890
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES.
“Y el
mediador no lo es de uno solo; pero Dios es uno”. Gálatas 3: 20.
Tal vez el texto no nos impresione como
algo difícil, pero es sumamente desconcertante para el exégeta. Estaba leyendo
a un comentarista muy antiguo, uno de mis grandes favoritos, y noté que
menciona que los expositores de este versículo le encuentran unos doscientos
cincuenta significados diferentes. John Prime, en 1587, lo llamó “un laberinto
sin fin”. “¡Oh” –pensé– “aquí hay un hermoso bosque ideal para perderse en él!
¡Doscientos cincuenta significados!” Acudiendo a un autor más moderno pero muy
erudito, dice que creía que había más de cuatrocientas interpretaciones diferentes dadas a este pasaje. Esto implica salir del
bosque para adentrarse en una selva: una selva negra donde uno podría perderse
irremediablemente.
¿Acaso debería predicar sobre un texto
así? Sí, pero no debo agobiarlos con esas muchas interpretaciones. Algunas de
ellas no podrían ser correctas; otras, sin duda, son bastante precisas. ¿Qué
significa el pasaje? No me atrevería a decir que lo sé; pero me atreveré a decir
que sé cómo usarlo para un propósito práctico. Con la ayuda del Espíritu de
Dios, nos abriremos paso utilizando una sencilla pista para llegar a su
significado práctico y hacer uso de las palabras para provecho de nuestras
almas.
¡Un mediador! ¿Qué es un mediador? Un
mediador es un intermediario, un interventor; es alguien que se interpone entre
dos partes que de otra manera no podrían tener un acercamiento entre sí. Tomen
el caso de Moisés. La voz de Dios era muy terrible y el pueblo no podía soportarla;
entonces Moisés intervino y habló en representación de Dios. La presencia de
Jehová en el monte era tan gloriosa que los hombres no podían subir la montaña
ni resistir esa grandiosa visión, por lo que Moisés subió a Dios en
representación de los hombres. Moisés era un mediador que hablaba por el Señor
e intercedía por el pueblo.
Pablo alude a esto cuando dice que la ley
fue “ordenada por medio de ángeles en mano de un mediador”; y aquí el apóstol
introduce una especie de enunciado general, una verdad que no pareciera tener
conexión con nada de lo que le antecede, o con nada de lo que le sigue. El
apóstol dicta esto como una regla general: “El mediador no lo es de uno solo;
pero Dios es uno”. Pablo tiene polvo de oro: cada uno de sus pensamientos es de
gran valor. Está mirando un objeto, y hablando en relación a él y, mientras
mira, golpea una piedra con su pie y pone al descubierto una veta de oro. Como
si no notase el tesoro, sigue adelante y deja esa veta de oro para ustedes y
para mí. Es muy aficionado a la digresión. Es el estilo de Pablo, y es el
estilo de todo hombre que está saturado y rebosa. Él se apega estrictamente a
un argumento, pero discierne muchos argumentos más. Mientras corre hacia la
meta, deja caer manzanas de oro que tienen la forma de principios generales que
se le ocurren en el momento.
Yo entiendo aquí que Pablo no está prosiguiendo
con un argumento específico, sino que está dejando caer un principio general
que yo –tomándolo fuera de su contexto– espero usar para nuestro provecho esta
noche. Un mediador, un intermediario, un interventor, no lo es de uno solo, eso
es claro; pero Dios es uno. ¿Qué debemos aprender de esto?
I. Primero, UN MEDIADOR NO ES PARA DIOS
ÚNICAMENTE. Un mediador trata con dos personas: con Dios y con el hombre. Un
mediador no interviene porque el propio Dios necesite algún tipo de mediador.
Él es eternamente uno; y si ven a Dios como la sagrada Trinidad, es una
Trinidad en unidad. Dios es uno. Algunas personas se llaman a sí mismas
‘unitarianas’, pero no tienen un derecho exclusivo a ese nombre. Todos los
‘trinitarianos’ son ‘unitarianos’: aunque creemos que el Padre es Dios, el Hijo
es Dios, y el Espíritu Santo es Dios, confesamos que no hay tres dioses, sino
un solo Dios. Ahora, entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, no hay
ninguna diferencia, no hay motivo de controversia y, por tanto, no se necesita
ningún mediador para reconciliar a las personas divinas. Dios es uno: por
tanto, nuestro Dios no necesita al mediador para Sí mismo.
Entonces, ¿para quién se necesita el
mediador? Pues, para alguien más. Ese ‘alguien más’ está aquí esta noche, y necesito encontrarlo. ¡Un mediador! Bendito
sea Dios porque hay un mediador; pero Dios no lo necesita para Sus propósitos
personales; hay otra persona para la que
se requiere el mediador. ¿Dónde está esa otra persona? En el propio don de
Cristo como un mediador, al enviarlo en Su naturaleza divina y humana, en la
vida de Cristo y en la muerte de Cristo, Dios tenía un ojo para otro
participante.
Dios, mirando más allá de Sí hacia
alguien más, proveyó un mediador. Ese debería ser un gran pensamiento para
ustedes; pues si Dios está mirando fuera de Sí, ¿por qué no habría de mirarte a
ti? Si Dios ha mirado de tal manera fuera de Sí como para proveer un mediador, eso
quiere decir que está pensando en una criatura que necesita un mediador.
Oh alma mía, ¿acaso no podría estar
pensando en ti? Aunque te has apartado de Él, y has vivido durante muchos años sin
Él, ¿no podría ser que, puesto que hay un mediador que no puede ser sólo para Dios,
pues Dios es uno, ese mediador pudiera tener el propósito de subsanar mi
necesidad y llevarme de regreso a Dios?
Ahora, de conformidad al sentido del
texto, y de acuerdo al sentido de la Escritura, ese otro ente para quien es enviado un mediador, es el hombre. El
hombre ha reñido con Dios. El hombre está enemistado con Dios, y Dios está
necesariamente airado con el hombre, pues no puede sino odiar el pecado, y debe
castigar el mal. Dios, por tanto, está mirando al hombre; y aquí estoy yo esta
noche, sentado en la casa de oración: ¿me está mirando a mí? Dios desea tener
comunión con los hombres. Dios quiere llevar a los hombres cerca de Él;
entonces, ¿por qué no habría de ser llevado yo cerca de Él? ¿Por qué habría de
vivir distanciado?
He aquí un mediador: ese mediador no
puede ser sólo para Dios, pues Dios es uno; tiene que ser destinado para una
segunda persona: ¿no podría ser yo esa persona? He de alzar mis ojos al cielo y
decir: “¡Oh Dios clemente, concédeme que yo sea esa otra persona para quien
este mediador está establecido!”, pues no lo es de uno solo, pero Dios es uno,
y quiere que yo sea el segundo, para que el mediador pueda desempeñar Su
trabajo. Eso está muy claro.
II. Ahora vamos a dar otro paso más hacia
delante. En segundo lugar, NO SE REQUIERE UN MEDIADOR PARA PERSONAS QUE ESTÁN
DE ACUERDO ENTRE SÍ. No se necesita un mediador entre personas de un solo
corazón y de una sola alma. No necesito un mediador entre mi hermano y yo,
entre mi hijo y yo, entre mi esposa y yo. Ya estamos perfectamente al unísono,
y no se requiere de ningún mediador.
Entonces, queda claro que, si se requiere
un mediador, es para dos personas entre quienes hay motivos que engendran diferencias. Fíjense bien en esta verdad,
y cáptenla. No voy a decir cosas bellas, ni voy a usar palabras elegantes; sin
embargo, les digo a aquellos entre ustedes que anhelan ser salvados: ‘Capten
claramente lo que estoy diciendo, pues les ayudará’. ¡Un mediador! Eso se
requiere para personas que tienen motivos de contienda con Dios. ¡Pecador,
pecador, estas son buenas noticias para ti! Un mediador no es necesario para un
hombre que está en armonía con Dios, sino es necesario para ti, que has provocado
a Dios por tus múltiples pecados y te has distanciado de Él por la
pecaminosidad de tu naturaleza. Hay necesidad de un mediador entre el tres
veces santo Dios y tú; y es para personas tales como tú que se hace presente un
mediador. ¿Ves esta verdad? Un mediador
no es un mediador entre quienes están en sintonía. Él es un mediador entre personas
que difieren; y esa es tu situación en relación a tu Dios.
III. Un mediador interviene también cuando HAY
DIFERENCIAS QUE NO PUEDEN ELIMINARSE PRONTAMENTE; pues si el motivo de la
diferencia es trivial, y las dos partes están dispuestas a ponerse de acuerdo,
pronto resolverían el asunto; pero un mediador, un árbitro, interviene cuando
el caso es difícil.
Tal es tu caso y tal el mío por
naturaleza. Nosotros hemos pecado. Dios es justo. Él está lleno de compasión, y
está dispuesto a perdonar en tanto que el menosprecio sea en contra de Su
persona; pero Él es también Rey y Juez de toda la tierra, y debe castigar el
pecado. Si no castigara el pecado, sería injusto, y la injusticia que no
castiga el pecado es crueldad para con todos los hombres justos. Si nuestros
jueces fueran a decirle mañana a cada ladrón, a cada amigo de lo ajeno, a cada
asesino: “Sigue tu camino; yo te perdono”, eso constituiría una amabilidad para
ellos, pero una crueldad para nosotros. No sería verdadera misericordia de
parte de Dios si pasara por alto el pecado y lo dejara sin castigo. No podría
ocupar Su trono como el guardián de lo recto y el protector de la virtud si no
ejecutara juicio sobre el pecado.
Entonces, percibimos aquí una barrera
entre Dios y el hombre culpable: Dios ha de castigar a los infractores y el
hombre ha delinquido. ¿Cómo pueden ser unidas estas dos partes? Aquí interviene
el mediador, uno de mil, que puede poner su mano sobre ambos, resolver esta disputa
mortal, y establecer la paz eterna. No se necesita un mediador para quienes están
de acuerdo, sino para aquellos que tienen una fuente de diferencias que no
pueden ser eliminadas prontamente.
IV. En este caso, si de parte del ofensor
hubiere algún deseo de ser reconciliado, puede lograrse la reconciliación, pues
el Dios ofendido está dispuesto a establecer la paz. NO HABRÍA NECESIDAD DE UN
MEDIADOR A MENOS QUE AMBAS PARTES ESTUVIERAN DISPUESTAS A SER RECONCILIADAS. El
mediador que interviene entre dos que tienen un odio vivo, simplemente pierde
su tiempo; pero, en nuestro caso, Dios está dispuesto a la reconciliación. “No
hay enojo en mí”, dice Él. Pero el hombre no está dispuesto a ser reconciliado
con Dios mientras la gracia no le cambie su corazón. Si hay el deseo de tu
parte de terminar la contienda y ser amigo de Dios, te alegrará saber que hay
un mediador. Jesús está en espera de suprimir la barrera que te separa de Dios
y reconciliarte con Dios, por medio de Su propia muerte.
Sin embargo, para que pueda intervenir un
mediador, un árbitro, tiene que haber la
disposición de ambos lados de confiar el asunto en sus manos. Tiene que
existir una diferencia que no pueden eliminar, una diferencia que quisieran que fuera eliminada, y una diferencia que están
dispuestos a poner en manos del árbitro. Dios está anuente a confiar nuestro
asunto a Cristo. Él lo ha hecho así. Él ha depositado la ayuda en Uno que es
poderoso. Le ha dado la calificación y le ha comisionado para que venga como un
embajador, y establezca la paz entre Él y los hombres culpables.
Por parte de ustedes, ¿están dispuestos a
poner enteramente el asunto en manos de Cristo, para hacer lo que Él les pida,
para reconocer aquello que Él quiere que confiesen, para arrepentirse de
aquello en lo que Él les dice que están mal, para buscar rectificar aquello en
lo que Él les advierte que han fallado? ¿Confiarás tu caso a un mediador, y
harás que Jesucristo, el Hijo de Dios, sea tu representante en el asunto?
Dios confía Su honra en manos de Su Hijo
Jesús. Él no tiene miedo de dejar todo lo concerniente a Su gobierno moral y Su
carácter real en las manos del Bienamado. ¿Confiarás los intereses eternos de
tu alma en esas mismas manos amadas y traspasadas? Si es así, regocíjate de que
haya un mediador entre dos partes que han estado distanciadas por largo tiempo:
un mediador entre Dios y tú. Recíbelo en tu corazón esta noche.
V. Daremos otro paso hacia delante. Un
mediador no lo es de uno solo, sino que ESTUDIA LOS INTERESES DE AMBAS PARTES.
Así es nuestro Señor Jesucristo. Al venir aquí a la tierra, ¿vino para salvar a
los hombres? Sí. ¿Vino para glorificar el nombre de Su Padre? Sí. ¿Por cuál de
estos dos propósitos vino principalmente? No lo diré. Vino por ambos, y combina
los dos. Él cuida de los intereses del hombre y argumenta las causas de su
alma: Él cuida de los intereses de Dios y vindica la honra de Dios, incluso
hasta la muerte. ¿Es Él obediente para engrandecer la ley de Dios y hacerla
honorable? Sí, pero es el mediador que nos libera de la maldición de la ley.
Amados, nuestro bendito mediador no lo es
de uno solo. Un árbitro no debe tomar partido, y un mediador que no entendiera
más que un solo lado, y no estuviera preocupado por nadie sino por un solo
lado, sería indigno del nombre. Nuestro mediador, el Señor Jesucristo, tiene
ambas naturalezas. ¿Es Dios? Ciertamente Él es Dios verdadero de Dios
verdadero. ¿Es hombre? Ciertamente, de la sustancia de Su madre, tan
verdaderamente hombre como cualquiera de nosotros. ¿Es mayormente Dios o es
mayormente hombre? Esta es una pregunta que no debe formularse y, por tanto, no
debe responderse. Él es mi hermano. Él es Hijo de Dios. Sí, Él mismo es Dios.
¿Qué árbitro podríamos necesitar mejor que este humano ser divino, que puede poner Sus manos sobre ambos, el cual, siendo en forma
de Dios, llama sin embargo al hombre Su hermano? El mediador no lo es de uno
solo, puesto que tiene las dos naturalezas, y aboga por ambas causas. ¡Oh, cuán
importante es para el corazón de Cristo la gloria de Dios! Él vive, muere y
resucita de nuevo, para glorificar al Padre. ¡Oh, cuán importante es para
Cristo la salvación de los hombres! Él vive, muere y resucita de nuevo para la
salvación de los pecadores. Él tiene el entusiasmo de la humanidad, pero
también tiene el entusiasmo de la divinidad. Dios ha de ser glorificado; Él
muere para hacerlo. El hombre ha de ser salvado; Él muere para hacerlo. ¡Qué
espléndido mediador, pues no lo es de uno solo, sino un mediador que asume la
causa de ambos lados!
VI. En esta capacidad, NUESTRO BENDITO MEDIADOR
ARGUMENTA CON AMBAS PARTES A FAVOR DE AMBOS, pues no es un mediador de uno
solo. Un mediador, cuando quiere lograr la paz, acude a una de las partes y
explica el caso, y le exhorta y argumenta con ella. Una vez que ha hecho eso,
regresa a la otra parte, y explica la perspectiva de la otra parte. Argumenta
con una parte a favor de la otra. De igual manera, Cristo interviene entre Dios
y el hombre. ¡Oh, cuán maravilloso! Él argumenta con Dios a favor de los
pecadores: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.” Y luego da la
vuelta, y argumenta por Dios con los pecadores, y les pide que se vuelvan a Él,
y sean reconciliados con Él, ¡puesto que Él es el Padre y el Amigo de ellos! Aquel
que interviniera y pretendiera ser un mediador, y luego le echara toda la culpa
a una de las partes, y sólo cuidara de los intereses de la otra parte, no sería
un mediador sino un partidario de una de las partes.
Pero, en este caso, he aquí Uno que tiene
algo que decir, no en vindicación o excusa del pecado, sino solicitando con
argumentación misericordia para el
pecador. Él tiene algo que decir para engrandecer la justicia de Dios y, sin
embargo, clama pidiendo misericordia. Él pide: “¡Ten misericordia, oh Dios! ¡Ten
misericordia del culpable!” Creo que he comprendido el sentido de este texto,
de alguna manera, aunque no pueda explicar el significado exacto de las
palabras. Este significado permanece oculto dentro de las palabras: un mediador
no es para uno sino que estudia los intereses de ambos.
VII. Entonces, es muy claro que UN MEDIADOR
DEBE TRATAR CON DOS PARTES, de lo contrario, su oficio es un simple nombre. Se
designa un árbitro para
mantener el orden entre dos conjuntos de personas; pero si sólo un conjunto de
personas se presentara, usted podría irse a casa, señor árbitro. Evidentemente
no hay nada que pudiera hacer. “El mediador no lo es de uno solo; pero Dios es
uno.”
Ahora, esta noche, mi Señor está aquí
para ser un mediador. Dios está anuente a reconciliarse con los hombres, pero
si no hay nadie aquí que deba ser reconciliado, si la predicación de esta noche
no tiene ninguna relación con nadie de aquí, entonces es muy claro que el
oficio de Cristo no puede ser ejercido. Él no puede ser un mediador a menos que
haya un pecador aquí que deba ser reconciliado. ¿Dónde está ese pecador? Mi
Señor, el mediador, celebra una audiencia de Su corte esta noche y se sienta
aquí como embajador; pero, ¿qué puede hacer a menos que yo le encuentre la otra
parte de la mediación, a menos que pueda encontrar al ofensor, al culpable, y a
menos que, una vez encontrado, el Espíritu de Dios le conduzca a decir: “yo
deseo ser reconciliado con Dios, y pongo mi caso en manos del grandioso
mediador”? Si no hay ningún pecador en el mundo, entonces no hay un Salvador en
el mundo. ¿Cómo podría salvar, si los hombres no son culpables y no necesitan
ser salvados?
¡Pecador, yo te digo que tú eres necesario
para que Cristo desempeñe Su trabajo! Un hombre es médico cirujano y pone una
placa de bronce afuera de su puerta. Ve y dile que no hay ningún enfermo en
todo el distrito. Demuéstrale que en un radio de diez kilómetros no hay nadie
que sufra ni siquiera de una gripe o de un dolor de muelas: el buen hombre
puede descolgar su placa de bronce, e irse y pasar un mes en el campo. Si todas
las personas fueran saludables permanentemente, el doctor iría a la ruina.
Ahora, si esta noche, todos los que se
encuentran aquí han guardado la ley de Dios, y son inocentes, libres de culpa y
plenamente conformes a Dios, mi Señor no tiene ninguna misión aquí, ni yo
tampoco. No tengo ninguna necesidad de hablarles sobre Él, pues “Los sanos no
tienen necesidad de médico, sino los enfermos.” Por tanto, me presento en el
nombre del mediador, para preguntar si no habrá algún pecador que quiera
confesar su culpa; algún enemigo de Dios que quiera pedir la paz; algún joven aturdido
que habiendo vivido sin Dios hasta ahora, pida ser reconciliado con Él. Si así
fuera, estarían dándole trabajo a mi Señor. Le dan una tarea en ese divino
oficio de mediador, en el que se deleita en gran manera.
Y fíjense en esto: en el caso de un
mediador, o árbitro, entre más difícil sea el caso, mayor es la honra que
recibe si lo resuelve. Si hay una contienda muy severa entre tú y Dios, yo te
recomiendo a mi Señor como mediador, pues todavía no ha fallado en resolver una
sola disputa, y en este momento dice: “Al que a mí viene, no le echo fuera.”
Salomón fue notable manejando asuntos difíciles, pero he aquí más que Salomón
en este lugar. Si tu vida estuviera toda en un embrollo y una maraña, Él puede
enderezarla. Si tus diferencias con Dios son demasiado solemnes y serias para
ser declaradas en palabras; si te están exprimiendo la vida, si te roban el
sueño, si te hacen descender a la puerta del infierno, mi Señor, el mediador, puede
todavía resolver cualquier diferencia y hacer la paz entre tu alma y Dios.
¿Estás dispuesto a que Él ejerza Su oficio para ti? Si así fuera, entre peor
sea tu caso mayor será el crédito que le corresponderá a mi Señor como
mediador, cuando haya quitado todas la dificultades para ti.
No temas que haya muchos pecadores aquí,
y que esa gran cantidad de personas sean todavía enemigas de Dios. Yo no invito
sólo a uno de ustedes para que venga, sino que digo: Vengan todos y entre más
vengan, habrá mayor regocijo. Mi Señor recibirá mayor honra si resuelve esta
contienda en cientos de casos, todos diversos pero todos aflictivos. Pueden
venir, todos ustedes, y Él no les cerrará la puerta en su cara.
Si ustedes acuden a ver a ciertos
doctores eminentes de esta ciudad, tienen que presentarse muy temprano en la
mañana, y esperar casi hasta la noche antes de que les toque su turno; pero no
habrá espera en cuanto a mi Maestro y Señor. Si deseas ser amigo de Dios, el
mediador está listo para resolver la diferencia, y enviarte de regreso feliz en
el amor del Altísimo.
“¿Pero puedo venir?” –preguntará alguno–.
¿Que si puedes venir? Cuando Cristo se ofrece como mediador, ¿por qué no
habrías de usarle como un mediador? Yo no le pido perdón al doctor cuando,
sintiéndome enfermo, toco a su puerta. Él ha publicado su nombre como alguien
que está dispuesto a tratar con los enfermos y, por tanto, yo le busco. No me
estoy tomando ninguna libertad al venir. Si él ha asumido un oficio, que
desempeñe su oficio.
¡Pobre desventurado culpable, que estás
temeroso de venir a Dios, mira que Cristo despliega el nombre de mediador con
la intención de ser usado como tal! Él es la vía de acceso al Padre. Ven y
utilízale como lo que profesa ser. Cree que Él puede hacer lo que, por Su nombre
y título oficial, profesa hacer. Ven y sé reconciliado
con Dios por medio de Jesucristo Su Hijo, el mediador.
Yo he estado procurando predicar hace ya
casi treinta años. No he podido lograrlo. ¡Oh, que yo supiera cómo expresar
esto, como para conmover a cada alma a venir a Dios, y demandar la paz! ¡Cuán
anuente está Dios de estar en paz con los hombres, cuando provee un mediador
entre Él mismo y los hombres! ¡Cuán prestamente deberían venir cuando la honra
y la gloria de Cristo dependen de que los hombres confíen sus casos en Sus
manos! Yo pregunto de nuevo: ¿qué haría un mediador si no se le confiara ningún
caso? Un rey sin corona, un pastor sin rebaño, un granjero sin tierra, un
médico sin enfermos: todos ellos están en una triste condición. Y Cristo, sin
pecadores, ¿dónde está? Su nombre es algo vacío, y Su gloria se ha ido.
¡Vengan, entonces, ustedes que son los peores pecadores, vengan a Cristo, y
entréguenle su caso!
VIII. Concluyo notando que, aunque sea
necesario que haya dos partes cuando el mediador comienza, –pues el mediador no
lo es de uno solo, y Dios es uno–, sin embargo, cuando el caso termina, UN
MEDIADOR HA DE HACER DE LOS DOS, UNO, O NO HABRÍA TENIDO ÉXITO. Nuestro Señor
ha derribado la pared intermedia de separación. Él ha reconciliado realmente a
quienes estaban separados. Cristo ha hecho esto por tantos, que me gustaría que
ustedes, que están sentados en los balcones dijeran: “¿por qué no habría de
hacerlo por mí?” Colgado en el aposento privado de Cristo hay un registro de
diez mil disputas entre los hombres y Dios, a las que Él ha puesto fin. ¿Por
qué no habría de tener Él mi nombre entre esos? ¿Por qué no habría de poner fin
a mi contienda con Dios? ¿Por qué no habría de reconciliarme con el Padre, para
que el Padre me dé el beso de la paz? Él no ha fallado en ningún caso todavía.
Algunos de los peores casos han sido sometidos a Su arbitraje, pero Él siempre
ha tenido éxito. No se conoce en el cielo ninguna derrota de nuestro Señor; y
las sombras tenebrosas del infierno no pueden revelar una sola falla de parte
de Cristo, en el caso de alguna pobre alma, condenada y culpable, que hubiere
venido a Él y le dijera: “haz mi paz con Dios”. Nunca se vio obligado a decir:
“no puedo hacerlo”. No existe un caso así.
¡Vamos, amigo mío, si tú has vivido hasta
los ochenta años como enemigo de Dios, todavía te puedes convertir en Su amigo
por medio de este mediador! ¡Vamos, persona que me escuchas, si eres joven y
estás lleno de vigor, y si tus pasiones te han conducido lejos de la pureza, al
punto que tiene una contienda contigo, tú puedes venir de inmediato, tal como
eres, y Cristo resolverá la contienda entre tú y Dios! Su sangre que perdona
puede quitar la culpa que Dios aborrece; y el agua que fluyó con sangre de Su
amado costado traspasado, puede quitar la propensión a la rebelión dentro de tu
pecho. Por medio de palabras como estas, seguramente yo debería consolar a
algunas almas, y conducirlas a Jesús.
La reconciliación obrada por Cristo es
absolutamente perfecta. Significa vida eterna. Oh, querido oyente, si Jesús te
reconcilia con Dios ahora, nunca contenderás con Dios de nuevo, ni Dios
contenderá contigo. Si el mediador suprime el motivo de la disensión –tu pecado
y tu pecaminosidad– lo suprimirá para siempre. Él
arrojará tus iniquidades a las profundidades del mar, borrando tus pecados como
si fueran una nube, y como densa nube tus transgresiones. Establecerá tal paz
entre tú y Dios que te amará para siempre, y tú le amarás para siempre; y nada
te separará del amor de Dios que es en Cristo Jesús nuestro Señor.
He oído de algunos ‘pégalo-todo’ que
pegan de tal manera las piezas rotas de los platos, que se dice que los
artículos son más fuertes de lo que eran antes de ser quebrados. No sé cómo
pueda suceder eso. Esto sí sé: la unión entre Dios y el pecador, reconciliados
por la sangre de Jesús, es más cercana y más fuerte que la unión entre Dios y
Adán antes de la caída. Esa unión fue quebrantada por un simple golpe; pero si
Cristo te une al Padre por Su propia sangre preciosa, te sostendrá allí por el
influjo de Su gracia en tu alma; pues, ¿quién nos separará del amor de Cristo?
He de decir algo más. Recuerden que si
rehúsan al mediador nombrado por Dios, rehúsan perentoriamente estar en paz con
Dios. Ustedes no habrían podido
encontrar un mediador; no pueden descubrir otro mediador ahora. No puede haber
otro mediador tan adecuado en todo sentido para interponerse entre nosotros y
Dios, como el Dios-hombre, Cristo Jesús, que se desangró en la cruz para quitar
nuestro pecado, y resucitó de los muertos para proclamar que somos
justificados.
Ahora, si Dios quita de Su propio pecho a
Su propio Hijo y lo entrega para que muera, para que establezca la paz con
nosotros, y nosotros le rechazamos, quiere decir que queremos una guerra sin
cuartel con Dios. A eso se reduce todo. Si no quieren tener a Cristo, están
desnudando su brazo para un conflicto eterno con el Todopoderoso. Se están
poniendo su yelmo, y ciñendo su espada, para combatir con su Hacedor. Cuando
rechazan a Cristo, están rechazando la paz. Estoy seguro de que así es. Están
eligiendo la guerra con el Señor de los ejércitos. Bien, señores, si quieren la
guerra, la tendrán; pero yo les imploro que se arrepientan de inmediato de su
insensata elección. ¿Cómo podrían combatir contra Dios? ¿Por qué tendrían que
pelear con Dios? Combatir con Dios es combatir en contra de sus propios
intereses primordiales, y arruinar sus almas. El cielo, el único cielo que una
criatura puede tener, es estar en paz con su Creador. No hay paz para los malvados.
¿Cómo podría haberla? Si Él me ha hecho, me ha hecho para un propósito. Si yo
cumplo ese propósito, responderé al propósito de mi existencia, y seré feliz.
Si no cumplo ese propósito, he de ser infeliz; y al elegir ser el enemigo de
Dios, he elegido mi propia condenación eterna. Que Dios nos ayude a
arrepentirnos de una elección así; y que nos aferremos ahora a Cristo, el
mediador, y nos confiemos a Él, para hacer la paz entre nosotros y Dios; ¡y sea
la gloria a Su nombre por los siglos de los siglos! Amén.
Porción de la Escritura leída antes del
sermón: Gálatas 3.
Traductor: Allan Román
23/Abril/2009
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