El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
Poca Fe y Gran
Fe
NO.
2173
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES,
Y SELECCIONADO PARA LECTURA EL 16 DE NOVIEMBRE
DE 1890.
“¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?” Mateo 14: 31.
“Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres”
Mateo 15: 28.
Entre el grado más bajo
de fe y un estado de incredulidad hay una gran sima. Un abismo inmensurable
abre sus fauces entre el hombre que tiene aun la más pequeña fe en Cristo y el
hombre que no tiene nada de fe. Uno es un hombre viviente, aunque débil, y el
otro está “muerto en delitos y pecados”; el uno es un hombre justificado, el
otro “ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo
de Dios”. El creyente más débil va en camino al cielo; el otro, no teniendo
ninguna fe va por el camino que desciende y encontrará entre los incrédulos su
porción al final, una terrible porción, en verdad.
Aunque hablamos así de
los creyentes como de una sola compañía, con todo hay una gran distancia entre
la poca fe y la gran fe. Gracias a Dios es una distancia en el único camino
seguro, el Camino Real. Ninguna sima divide a poca fe de gran fe; por el
contrario, poca fe solo tiene que viajar por el camino real, y dará alcance a
su hermano más fuerte, y él mismo se convertirá en “fuerte en el Señor, y en el
poder de su fuerza”. Yo quisiera reavivar el paso de algunos de los viajeros
más rezagados a lo largo de la vía sagrada. Yo quisiera que eliminaran a sus
dudas y que la fe reviviera. Yo quiero que el señor Mente Débil, y que la
señorita Temerosa y la señorita Desaliento y la tribu completa de los
pequeñitos cobren esperanza esta mañana y que observen que no han disfrutado
todavía de todo lo que el Señor les ha preparado. Aunque un poco de fe salva,
se puede tener más fe: la fe que fortalece, que alegra, que honra y que hace
útil es una gracia sumamente deseable. Está escrito: “Pero él da mayor gracia”,
y, por tanto, Dios tiene preparadas más cosas para nosotros. Poca fe puede
crecer en grado sumo hasta madurar en una plena seguridad con toda su melosidad
y dulzura.
Hay tres cosas que voy a
atender. La primera es poca fe es
censurada amorosamente: “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste? En segundo
lugar, poca fe es encomiada tiernamente; pues
no es ninguna pequeña bendición tener del todo algo de fe, aunque sea llamada
‘poca’. En tercer lugar, voy a concluir hablando de gran fe como de algo mucho
más encomiable. En este último tema voy a centrarme en las clementes palabras
de nuestro Señor: “Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres”.
He leído ante ustedes
dos historias registradas en los capítulos catorce y quince de este Evangelio
según Mateo. Es memorable que los incidentes que ilustran a poca fe y a gran
fe, estén tan cerca el uno del otro. Voy a dar por sentado que ustedes tienen
las historias de Pedro y la mujer cananea claramente presentes en sus mentes.
Mantengan sus Biblias abiertas mientras yo predico; ¡y que el Espíritu de Dios
abra sus corazones para entenderlas!
I. Primero,
tenemos a POCA FE CENSURADA DISCRETAMENTE.
Para comenzar ¿qué diré
al respecto sino esto? Que se encuentra
frecuentemente donde se esperaban cosas mayores. Este hombre que es
reprendido por su poca fe es Pedro. Pedro, a quien el Señor había comunicado un
conocimiento muy claro de Sí mismo; Pedro, el capataz de los doce; Pedro, en
días posteriores convertido en el gran predicador de Pentecostés; Pedro, que ha
sido exaltado por algunos a la posición de primado o papa de la iglesia apostólica,
aunque él no reclamó tal posición; este es Pedro, que era un verdadero trozo de
piedra de la roca del cimiento, Pedro, a quien el Maestro dio las llaves, y a
quien le entregó la comisión: “Apacienta mis corderos”, y “Pastorea mis
ovejas”. Es a Pedro a quien Jesús le dice: “¡Hombre de poca fe!” Y, mi querido
hermano o hermana, ¿no pudiera ser cierto que hayas obtenido gran misericordia,
que hayas disfrutado de excelsos privilegios y recibido una agraciada
protección, y que hayas sido favorecido eminentemente con una comunión con Cristo
sumamente cercana y cálida? Por este tiempo deberías tener una fe firme. Sin
embargo, no la tienes. Pronto estarás en casa; tus canas están plateadas por la
luz de la tierra de Emanuel; casi puedes oír el canto de los santos a través
del estrecho torrente. En su tiempo de vida, siendo enseñados tanto tiempo por
Dios, tan profundamente experimentados en las cosas de Cristo, deberían ser
padres en la fe, pero todavía son unos niños; deberían ser madres en Israel, y
sin embargo, son meros bebés. ¿No es cierto? ¿Por qué es tan innegable este
triste hecho? Salomón habló del cedro en el Líbano, y del hisopo en la pared;
pero yo he visto con demasiada frecuencia un hisopo en el Líbano, y algunas
veces he visto un cedro en una pared: quiero decir que he visto grande gracia
donde no parecía haber nada que la acompañara, y he visto poca gracia cuando
todo era ventajoso para su crecimiento. Estas cosas no deberían ser así.
Ustedes y yo, que no somos ningunos niños ahora; ustedes y yo, que ya nos hemos
apartado de las costas y nos hemos lanzado a lo profundo y hemos tenido
experiencia en muchas tormentas; ustedes y yo, que no somos ningunos extraños
para nuestro Señor ahora, pues el Rey nos ha llevado con frecuencia a su casa
del banquete, y su estandarte sobre nosotros ha sido el amor; deberíamos
sentirnos avergonzados si todavía estamos lamentando nuestra poca fe. Es una
debilidad en la que no podemos gloriarnos, pues la incredulidad es sobremanera
pecaminosa. Bien podría el Maestro alzar Su dedo a algunos que están sentados
en estas bancas esta mañana, y decirnos a cada uno de nosotros: “¡Hombre de
poca fe! ¿Por qué dudaste?”
Continuando con nuestra muy
suave censura, notamos que poca fe está
demasiado ávida de signos. No creo que la fe de Pedro de pronto se
empequeñeciera: siempre fue poca, y la visión del viento atronador hizo
evidente su pequeñez. Cuando dijo: Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti
sobre las aguas”, su fe era débil. ¿Por qué quería caminar sobre el agua? ¿Por
qué buscaba un portento así? Era porque su fe era poca. La fe sólida está contenta
aunque no tenga signos, ni señales, ni maravillas. Cree en la palabra desnuda
de Dios, y no pide ningún milagro que la confirme; su confianza en Cristo es
tal que no pide ningún signo en los cielos arriba, o en los mares abajo. Poca
fe, con su “si eres tú”, tiene que tener signos y prodigios, o cederá a la
duda. Jubilosas meditaciones, notables sueños, providencias singulares, respuestas
escogidas a la oración, comuniones especiales, poca fe tiene que estar recibiendo
algo fuera de lo común, o se colapsa. El clamor perpetuo de poca fe es “Haz
conmigo señal para bien”. Poca fe no está satisfecha con el arco que Dios ha puesto
en la nube, sino que quisiera que todos los cielos estuvieran pintados con
colores celestiales. No se satisface con la porción usual de los santos, sino
que ha de tener más, hacer más y sentir más que el resto de los discípulos.
¿Por qué Pedro no se pudo quedar en la barca como el resto de sus hermanos? Pero,
no: debido a que su fe era débil tenía que abandonar la cubierta por la
profundidad; no puede pensar que es realmente su Maestro caminando en el mar a
menos que camine con Él. ¿Cómo se atreve a pedir hacer lo que su divino Señor
estaba haciendo? Que se contente con compartir la humillación de su Señor: él
se aventura lejos cuando pide participar en un milagro de
Fe débil es propensa a tener una opinión demasiado alta de su propio
poder. “Oh”, -dice alguien- ciertamente estás equivocado. ¿No
es acaso el error de poca fe tener una opinión demasiado baja de su propia
habilidad?” Hermanos, nadie puede tener un opinión demasiado baja de su propio
poder porque no tiene ningún poder de ningún tipo. El Señor Jesucristo dijo:
“separados de mí nada podéis hacer”; y su testimonio es verdadero. Si tenemos
una gran fe nos gloriaremos en nuestra impotencia, porque el poder de Cristo
está en nosotros. Si tenemos una fe débil, disminuiremos nuestra confianza en
Jesús y en vez de eso pondríamos dentro de nuestros corazones otras tantas
medidas de confianza en el yo. Justo en proporción en que la fe en nuestro
Señor es debilitada, nuestra idea de nosotros mismos será fortalecida. “Pero yo
pensaría” –dice alguien- “que un hombre que tuviera una fuerte confianza en sí
mismo era un hombre de gran fe”. Él es el hombre que no tiene ninguna fe en
absoluto; pues la confianza en uno mismo y la confianza en Cristo no
permanecerán en el mismo corazón. Pedro tiene una idea de que puede ir sobre el
agua a su Maestro: él no está seguro de los demás, pero lo tiene muy claro
acerca de sí mismo. Santiago, y Juan y Andrés, y el resto de ellos están en la
barca: no se le ocurre a Pedro que cualquiera de ellos pudiera caminar en las
olas; pero clama: “Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas”. La autoconciencia no es ningún
atributo de la fe sino que es un nido para la duda. Si se hubiera conocido,
habría podido decir: “Señor, manda a Juan que vaya a ti sobre las aguas; yo soy
indigno de una dignidad tan elevada”. Pero, no: siendo débil en fe, él era
grande en su propia opinión de sí mismo, y se apresuró al frente, como siempre;
se dio prisa en una senda que era muy inapropiada para que sus trémulos pies la
hollaran y muy pronto descubrió su error. Es poca fe la que permite las
excelsas ideas del yo. La gran fe oculta al yo bajo sus poderosas alas.
Noten otro punto acerca
de poca fe: es demasiado afectada por su
ambiente. Pedro siguió adelante muy bien hasta que notó que el viento acrecentaba
las olas tremendamente y las lanzaba de un lado para otro, y entonces tuvo
miedo. ¿No hay muchos cristianos que son muy propensos a vivir por lo que
sienten y ven? ¿No oímos con frecuencia que un joven principiante dice: “yo sé que
soy convertido, pues me siento tan feliz”? Sí, pero un vestido nuevo hará feliz
a muchas muchachas, o unos cuantos chelines en el bolsillo harán que un joven
se regocije. ¿Es esta la mejor evidencia que puedes presentar? Vamos, si estás
muy turbado, pudiera ser un mejor signo de conversión que sentirte feliz. Es
bueno lamentar el pecado o luchar contra él, y tratar de vencerlo: esta es una
marca segura de gracia; una mucho más segura que un gozo desbordante. ¡Ah,
creyente!, tú serás feliz en el más elevado y en el mejor sentido si confías en
Jesús; pero pronto perderás tu felicidad si tu felicidad se convierte en la
base de tu confianza. La felicidad es algo que depende de cómo suceden las
cosas. Es con demasiada frecuencia una ocurrencia y nada más. Es una cosa
demasiado fortuita. Pero la fe descansa en Cristo independientemente de lo que
pueda suceder; y por tanto es feliz si se dan la aflicción y el dolor porque
confía plenamente en Dios. La fe descansa en la palabra fiel y en la promesa del
Señor, venga lo que venga. “¡Ah!”, dice otro, “me siento muy abatido y
embotado. Estoy pesado aun cuando trato de orar; no puedo orar como quisiera”.
Y así dudas de tu salvación por causa de eso, ¿no es cierto? ¿Depende tu
salvación del entusiasmo de tus oraciones? Es la marca de una fe débil, que
para ella todo es optimista y luego todo es pesimista. Si vivimos por
sentimientos, hermanos, viviremos una vida muy desventurada; no moraremos en la
casa del Padre sino que seremos un tipo de gitanos cuyas tiendas son demasiado
frágiles para impedir que entre el mal tiempo. Que Dios nos libre de ser como
el barómetro, que en un momento indica que la presión es “favorable”; pero
“favorable” con el barómetro es algo pasajero; luego regresa a “lluvia”, y
luego baja a “mucha lluvia”, antes de saber dónde estamos. Gran fe sabe cuál es
su verdadera posición, y, percibiendo que no cambia, concluye que su cimiento
es tan bueno un día como otro día pues su posición es en Cristo. Como la
promesa sobre la que gran fe se apoya no es una cantidad variable, sino que es
siempre la misma, así su saldo es el mismo. Nuestro Dios fiel salvará a todos
aquellos que ponen su confianza en Él; y allí está lo de arriba y lo de abajo
de eso: no necesitamos ir más allá. Pero la pobre fe débil está mirando siempre
si el viento está en el este; y si es así, baja. ¿Está tranquilo el viento?
Pedro camina sobre la ola. ¿Aúlla el viento? Pedro comienza a hundirse. Ésta es
una fe débil por completo. Nos sujeta a su medio ambiente. ¡Que Dios nos ayude
a salir de allí!
Poca fe, a continuación,
es olvidadiza de su peligro constante, y
no ha aprendido a creer en presencia de él. Cuando Pedro caminaba sobre las
olas, estaba en tanto peligro como cuando comenzó a hundirse. Prácticamente, nunca
estuvo en ningún peligro en absoluto, pues Jesús, que le capacitó para caminar
en el mar, estaba igualmente cerca todo el tiempo. Cuando estaba de pie, no
hubiera podido dar otro paso si el Maestro no lo hubiera sostenido; y cuando
comenzó a hundirse, su Maestro era capaz todavía de impedir que se ahogara. ¿Retiraría
su Maestro la fuerza divina, y permitiría que su pobre siervo pereciera? La
fuerza de Pedro le ha abandonado; pero ¿le quitará su Maestro la fuerza divina,
y dejará que perezca su pobre siervo? La fuerza de Pedro se ha desvanecido;
¿pero quitará su Señor la fortaleza divina, y dejará que perezca? La fe débil
comete frecuentemente este error; no sabe que en todo momento está en extremo
peligro, dondequiera que pudiera estar, cuando se mira a sí misma; y que no
está nunca en ningún peligro, sin importar dónde esté, si mira a su Señor. Si
obtienes una vista nublada de tu confianza, y comienzas a confiar, no en Cristo
pura y simplemente, sino en Cristo Jesús según lo gozas tú, en Cristo puesto
que eres como Él, o en Cristo y en ti mismo según Él te enseñó; si permites
cualquier amalgama en tu confianza, resultarán ser adulteraciones; y cuando un
sentido de peligro recae en tu mente, no sabrás adónde acudir para el
restablecimiento de tu confianza. La fe fuerte toma sólo a Jesús como su base;
pero la fe débil procura agregarle a eso. Amados, fe débil intenta compensar la
falta de confianza en el Señor Jesucristo con una clara confianza en sí misma,
o en sus obras u oraciones, o algo más. Si Pedro hubiera estado confiando enteramente
en Jesús, ya fuera que caminara sobre las olas o se hundiera en las ondas,
habría hecho lo que su Maestro le dijo que hiciera, y la razón de su seguridad
no se vio afectada en lo más mínimo por el viento. Si su confianza estuviera en
Jesús únicamente, la base de su confianza no sería cuestionable nunca. Yo oro
pidiendo que podamos escalar por encima de esa fe débil que se levanta y cae
con los incidentes que pasan en esta historia de vida.
La fe débil, cuando está
consciente de su peligro, oscila como un péndulo hasta el extremo opuesto, y en un instante exagera su peligro. Un
momento Pedro camina sobre el mar; el siguiente va a ahogarse. Es algo curioso
que no haya pensado nunca en nadar. Cuando el alma confía en Cristo está
incapacitada de tener confianza en sí misma. Una vez que un hombre ha
descubierto la manera de caminar sobre el agua, olvida su habilidad para nadar
en el mar. La confianza en uno mismo se disipa cuando interviene la confianza
en Cristo. Era la voluntad del Señor que Pedro conociera su debilidad y que
viera de manera sumamente clara que su posición dependía de su fe, y esa fe
encontraba toda su fuerza en el Señor Jesús. Pedro se hunde, y ahora es:
“¡Señor, sálvame!” No sabe qué hacer. ¡Pedro va a ahogarse – va a ahogarse con
el Maestro estando a su lado! Él morirá mientras que Jesús vive. ¿Perecerá?
¡Perecerá cuando está haciendo lo que Jesús le dijo que hiciera! ¿Crees que
perecerá? Es evidente que tiene ese miedo en él. He sido lo suficientemente
tonto para sentir que me voy a hundir bajo los problemas y la necesidad. Es una
locura. Habiendo mezclado nuestra confianza en días más resplandecientes,
cuando vienen días oscuros, una gran parte de nuestra confianza desaparece, y
tenemos miedo de perecer. ¿Algunos de ustedes que creían en la doctrina de la
perseverancia final de los santos, dijeron: “Voy a caer un día por la mano del
enemigo”? Tú sabes que Cristo ha prometido guardarte; y sin embargo, debido a
que no estás comportándote como deberías, sueñas que Él no te guardará. Tú sabes que Él nunca renunciará a ti, y sin
embargo, casi estás a punto de renunciar a todo y decir: “Voy a comprobar que
soy un apóstata. De esta manera poca fe olvida a su Señor. Es demasiado osada
un día, y otro día es demasiado tímida, y todo porque mezcla sus confianzas.
Poca fe habla irrazonablemente. Noten cómo lo expresa
nuestro Señor: “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?” Fe es sentido común
espiritual; la incredulidad es irrazonable. Pues miren, si Cristo fuera digno
de confiar en absoluto, y Pedro había demostrado que pensaba que lo era,
lanzándose al mar para llegar a Él; entonces, si era digno de alguna confianza,
era digno de una plena confianza. No puedes decir de un hombre: “es un hombre
fiel, pues a veces puedes confiar en su palabra”. La calificación: “a veces” es
fatal para su carácter. A menos que siempre se confíe en él, no es un hombre
honesto que diga la verdad. Y si tú dices de las promesas de Dios, “puedo creer
en algunas de ellas, y por tanto, yo espero que me ayude en ciertas dificultades”,
estás acusando al Señor de infidelidad. Oh amigo, estás suprimiendo el cimiento
de la poca fe que tienes. Tu Señor podría preguntarte: “¿Por qué crees en todo
lo que crees? Habiendo ido tan lejos, ¿por qué no prosigues hasta el final? La
razón que te hace creer en todo lo que crees, debería hacerte creer a un grado
mucho mayor. Oh tú de poca fe, ¿por qué dudaste? Si tienes alguna fe, ¿por qué
dudas? Si alguna duda, ¿por qué alguna fe?” Las dos cosas son inconsistentes la
una con la otra. Tú no estás ocupando una posición lógica al ser un creyente
débil en un Cristo fuerte. ¿Por qué una fe vacilante en una promesa firme? ¿Por
qué una fe débil en un poderoso Salvador? Que tu fe tome sus colores de Aquel
en quien descansa, y de
Una palabra más acerca
de nuestras trémulas aprensiones. Fe
débil con frecuencia se moja. Aunque Pedro no se ahogó, con todo pueden
estar seguros de que se remojó completamente con el agua. Si tú tienes una fe fuerte
escaparás con frecuencia de un mar de problemas, en los que estará inmersa poca
fe. La fe débil es un gran fabricante de terrores. Conozco amigos que tienen
una fábrica de problemas en su jardín trasero, donde siempre están haciendo
varas para sus propias espaldas. Ellos no le creyeron a Dios con respecto a
esto y a lo otro, y de aquí que siempre están inquietándose y preocupándose, y
mojándose completamente con los problemas. He oído decir que las ropas
confeccionadas en casa raramente quedan bien; y, ciertamente, los problemas
generados en casa son muy difíciles de enfrentar. También he oído que un traje
hecho en casa durará más tiempo que otras ropas, y yo creo que los problemas
generados en casa se adhieren a nosotros por más tiempo que aquellos que Dios
nos asigna. ¡Cierra esa fábrica de miedo, y haz canciones en vez de eso! Si
Dios te envía un problema, no viene a ti inoportunamente. Pero, ¿quién remojó a
Pedro por completo, y lo hundió en el abismo? ¿Quién sino Pedro mismo? ¡Pedro, el
afligido Pedro! Si hubiera poseído una fe fuerte, hubiera podido mantener su
manto seco. Su Maestro impidió que las aguas lo destruyeran; pero permitió que
lo pusieran muy incómodo. Si tú tienes una fe débil, tendrás gozos quebrantados
y muchas molestias.
Así he censurado muy
blandamente a poca fe. No tuve la intención de dañar ni un cabello de su
cabeza. Es algo bendito, esta poca fe; no su pequeñez, sino su fe. ¡Si pudiera
matar a la pequeñez, y vivificar a la fe; si la pequeñez pudiera ser suprimida,
y la fe pudiera ser aumentada, cuán alegre estaría yo!
II. Ahora
POCA FE SERÁ TIERNAMENTE ENCOMIADA. Yo voy a alabarla, no porque sea poca, sino
porque es fe. Poca fe requiere ser manejada tiernamente, y entonces se verá que
es algo precioso.
Primero que nada, es verdadera fe. La fe que comienza y
termina con Jesús es verdadera fe. La más mínima fe en Jesús es un don de Dios;
y es “una fe igualmente preciosa”, aunque no es como gran fe. Si tú tienes fe
como un grano de mostaza, puedes hacer maravillas. Aunque tu fe sea tan pequeña
que tienes que buscarla con todos tus ojos, con todo, si está allí, es de la
misma naturaleza que la fe más grande. Una moneda de tres peniques es plata,
tan ciertamente como la corona, y lleva la señal de acuñación con la misma
claridad. Una gota de agua es de la misma naturaleza que el mar; una chispa es
fuego tan seguramente como las llamas del Vesubio. Nadie sabe qué podría venir
de una chispa de fe: ¡miren, hace arder a mil almas! Poca fe es verdadera fe,
pues ¿no le dijo eso nuestro Señor a Pedro: “Bienaventurado eres, Simón, hijo
de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los
cielos”? Pedro tenía verdadera fe; y sin embargo, era poca fe. Oh, mi querido
oyente: “si tú crees que Jesús es el Cristo, tú eres nacido de Dios”. Si tú
descansas débilmente en la obra terminada de Cristo, tu debilidad en el acto de
confiar no altera el hecho de que has caído en fuertes manos, que seguramente
te salvarán. Jesús dice: “Mirad a mí, y sed salvos”; y aunque tu mirada sea muy
inestable, y aunque lágrimas de aflicción apaguen tus ojos de manera que no
puedas verle como Él es, con todo, el hecho de que le miraras a Él te ha
salvado. Poca fe es nacida de lo alto, y pertenece a la familia de los salvos.
La fe más débil es fe real.
A continuación noten que
poca fe obedece el precepto, y no dará un
paso sin él. Poca fe clama: “Si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las
aguas. Y él dijo: Ven. Y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas
para ir a Jesús”. Si Jesús dice: “Ven”, poca fe responde: “¡He aquí, yo vengo!”
Aunque su paso sea vacilante, y sus rodillas sean débiles, con todo ella irá
donde Jesús la llama, ya sea a través de corrientes de agua o a través de las
llamas. Yo conozco a algunos de los hijos del Señor que muy raramente tienen
mucho gozo; y sin embargo, casi los envidio por la blandura de conciencia. Su
alejamiento del menor contacto con el pecado, su cuidado de guardar el camino
de los mandamientos del Señor son rasgos admirables en su carácter. La caminata
por la gracia es, después de todo, más preciosa que un sentimiento confortable.
¿Cómo puedo echarte la culpa, pobre poca fe, cuando te veo con miedo de poner
un pie delante del otro, por miedo a desviarte? Yo prefiero verte en toda tu
timidez así de cuidadosamente obediente que oírte hablar a voz en cuello acerca
de tu gran fe, y luego verte manoseando el pecado y la insensatez, y sintiendo
como si cuando has errado grandemente no fuera un asunto de una gran
consecuencia. Cuando la ternura de conciencia florece lado a lado con poca fe,
son como dos lirios por su delicada belleza.
La poca fe de Pedro no
procuró caminar sobre el agua hasta que Jesús dio la palabra de permiso. Pedro
pidió: “Ordena que vaya”. Con frecuencia he visto a hombres y mujeres muy
desanimados, sobremanera temerosos, y sin embargo que no harían nada por su
vida, hasta no oír la voz detrás de ellos diciendo: “este es el camino, caminen
en él”. Ellos dudan hasta que consultan el mapa de
Y, a continuación, poca fe lucha por venir a Jesús. Pedro
no abandonó la barca por la simple razón de caminar sobre las aguas; pero se
aventuró en la ola para venir a Jesús. No buscaba un paseo sobre las aguas,
sino la presencia y compañía de su Señor. “Y descendiendo Pedro de la barca,
andaba sobre las aguas para ir a Jesús”. Ese era el objetivo al que apuntaba:
ir a Jesús. Algunos de ustedes, yo lo sé, sólo tienen poca fe, pero anhelan
acercarse a Jesús. Su ardiente petición cotidiana es: “Señor, revélate a mí,
revélate en mí, y hazme más semejante a Ti”. Aquel que busca a Jesús ha vuelto
su rostro en la dirección correcta. Aunque tus rodillas choquen entre sí, y tus
manos pendan, con todo, cualquier avance que hagas es hacia Jesús: te esfuerzas
por servirle y honrarle, ¿no es cierto? Aunque los vientos sean contrarios,
todavía empujas hacia la costa. Bien, aunque seas pequeño en la fe, con todo,
me alegra que estés luchando a pesar de tu debilidad, para alcanzar a tu Señor.
Sigue luchando, pues Jesús viene para reunirse contigo; y cuando comiences a
hundirte, gracias a la desconfianza, Él te asirá y te pondrá de pie de nuevo.
¡Por tanto, ten buen ánimo!
Poca fe merece un
encomio de nuevo porque se comporta grandiosamente por un tiempo. Aunque
Pedro tenía poca fe, con todo él caminó de una ola hasta otra, en un raro estilo.
Me parece verle después de salir de la barca, asombrado de encontrarse de pie
sobre las aguas, que yacían a sus pies como vidrio sólido. Entonces da un paso,
como un niño que comienza a caminar; y, con creciente confianza, da otro.
Aunque las olas ruedan bajo sus pies, con todo, él está firme sobre ellas, por
un tiempo. Poca fe puede desempeñar el papel de un hombre por un tiempo. Cuando
Jael tomó el clavo y mató a Sísara, la temerosa mujer se convirtió en una
guerrera al matar al enemigo de Israel. Muchas veces el cojo y el débil que
usualmente no podrían alzar una mano en la guerra santa, se han sentido
estimulados y han desarrollado heroísmo momentáneo. Poca fe, como la honda de
David, ha matado al gigante; como el puñal para la mano izquierda de Aod, poca
fe ha obrado liberación. Así que yo te encomio, poca fe; pues tú tienes tus
días de celebración y días festivos, y tú también puedes contar tus victorias,
obradas en el nombre de Jesús. ¡Si siempre fuera contigo como lo es a veces, tú
serías gloriosa en verdad! Aun ahora tú puedes mover montañas, y arrancar
árboles de raíz.
Yo tengo que encomiar
todavía un poco más a poca fe, porque cuando
se encuentra en problemas se entrega a la oración. Pedro comienza a
hundirse. ¿Qué hace Pedro? Pedro ora: “¡Señor, sálvame!” Poca fe sabe dónde
está su fuerza. Cuando está en problemas, no vuelve su rostro a confianzas
humanas o a fuerzas naturales sino que se vuelve inmediatamente a la oración.
Poca fe derrama su corazón delante del Señor. Me encanta ver a un hombre, en la
hora de su angustia, que comienza a orar de inmediato, tan naturalmente como
los pájaros aterrados que se remontan en vuelo. Algunos de ustedes corren a sus
vecinos, o sostienen un consejo con sus propios ingenios: pero la ganancia de
ese derrotero no te ha hecho rico nunca. Probemos un método más seguro. En vez
de detenernos para revisar toda la reserva que tenemos, vayamos de inmediato a
Jesús por nueva ayuda. ¡Ay!, nosotros no vamos a Jesús sino hasta haber tocado todas
las demás puertas; y entonces la misericordia es que no nos echa de Su puerta.
Pedro no intentó el recurso natural de nadar; se entregó a la oración: “¡Señor,
sálvame!” Oh, poca fe, tú eres grande cuando argumentas en oración. Tal vez tu
propia debilidad haga que te pongas de rodillas con más frecuencia. Tú no eres
tan prevalente en la oración como fe fuerte; pero eres igualmente abundante en
ella. Veo que tiemblas y desfalleces; entonces clamas al Señor pidiendo
fuerzas, y Él te ayuda. Este clamor tuyo comprueba que eres de la estirpe
espiritual; así como sucedió con uno en la antigüedad, de quien se dijo: “He
aquí, él ora”.
Poca fe tiene este
encomio de nuevo, que siempre está
segura, porque Jesús está cerca. Pedro estaba seguro en el agua, porque
Cristo estaba en el agua. Aunque su fe era débil, no estaba a salvo por la
fuerza de su fe; él estaba a salvo por la fuerza de esa mano agraciada que
estaba extendida para asirlo cuando se estaba hundiendo en la corriente. Si tú
crees en Cristo con todo tu corazón, si Él es el primero y el último en tu
confianza, aunque estés lleno de temblor y alarma, Jesús no dejará que perezcas
nunca. Si estás dependiendo de Él, y sólo de Él, no es posible que desprecie tu
fe y que te deje perecer. ¡Dios no quiera que insultemos así a nuestro Señor
como para suponer que va a permitir que un creyente se ahogue, sin importar
cuán débil sea su fe! Puesto que Cristo vive, ¿cómo podríamos morir? Como
Cristo está sobre las aguas, ¿cómo podríamos hundirnos debajo de ellas? ¿No
somos uno con Él?
Una cosa puedo decir en
encomio de poca fe, y es que Jesús mismo
reconoce que es fe. Él le dijo a Pedro: “¡Hombre de poca fe!” Lo censuró
porque era poca, pero le sonrió porque era fe. Me encanta sentir que el
Espíritu Santo es el Creador, no de la pequeñez de nuestra fe, sino de nuestra
fe, por pequeña que sea. Nuestro Señor reconoce como fe lo que sospechamos que
es un poco mejor que la incredulidad. “Creo; ayuda mi incredulidad”, es una
oración admirable para muchos de nosotros. Cristo perdona la incredulidad, pero
Él acepta piadosamente la fe, a pesar de su debilidad. Él puede detectar la fe
cuando, como una chispa solitaria, es casi ahogada bajo un montón de basura.
Además, yo encomio a
poca fe porque, aunque puede hundirse algunas veces, se recupera, y repite sus viejos portentos. Pedro está a punto de
hundirse; pero cuando su Señor lo ha sujetado, ¿qué ves? No hay ninguna persona
que camine ahora en el agua; hay dos. Cristo está allí, y Pedro también.
¡Pedro, amigo mío, tú caminas en el mar como alguien nacido para eso! Oh, sí;
su poca fe ha aprendido, por un leve contacto del Señor, a hacer lo que hacía
al principio: él caminaba en las olas al principio, y ahora lo hace de nuevo.
¡Vean! Viene con su Señor a la barca. Tú que solías tener buenos tiempos, y en
esta hora vuelves la mirada a ellos con profunda lamentación, puedes
experimentar de nuevo algo parecido. Tú que te has desanimado y te has puesto
triste, ten buen ánimo; volverás a tener tus días de festival, y más brillantes
que esos. “Oh, pero he desperdiciado tanto tiempo”, dice uno, “por culpa de
esta débil fe mía”. Bien, es una gran lástima; pero hay una promesa que encomia
tu fe: “Os restituiré los años que comió la oruga”. La oruga se ha comido
nuestras cosechas, esta oruga de la debilidad ha devorado nuestros frutos
placenteros; sin embargo, nuestro Señor Jesucristo puede restaurarnos esos años
desperdiciados; puede empacar diez años de utilidad en uno; él puede poner
siete días de gozo en un día, y así compensar para nosotros el pasado perdido.
Nuestro Señor puede hacer que olvides la vergüenza de tu juventud, y que no
recuerdes el vituperio de tu viudez ya más. ¡Ten buen ánimo, poca fe! Tú vienes
de una buena familia, aunque sólo seas todavía un bebé. ¡Ten buen ánimo, poca
fe! Pudieras estar enferma a bordo de la barca; pero la nave en la que te has
embarcado es segura a pesar de todo eso, y tú llegarás a la costa tan
seguramente como lo hará gran fe. Pon tu confianza en el Señor y espéralo
pacientemente a Él, así que vendrá seguramente tu
mañana a su debido tiempo. Así he censurado blandamente y he encomiado
amablemente a poca fe.
III. Pero
ahora quiero decir unas cuantas palabras para concluir; y este es su lema: GRAN
FE ES MUCHO MÁS ENCOMIADA.
Se encuentra algunas veces donde menos la esperábamos. Nuestro
Señor la contempló, no en el viril Pedro, sino en la tierna mujer que
intercedía por su hija. Ella era una mujer pero tenía una fe que ponía en
vergüenza a los hombres. Ella era una mujer cananea, de una raza concerniente a
la cual se decía: “Maldito sea Canaán”, y sin embargo, ella tenía una fe más
grande que Pedro el israelita, que había conocido las Escrituras desde su
juventud. Ella era una mujer que tenía grandes molestias en casa pues el
demonio estaba allí, atormentando a su hija. Es algo terrible tener al diablo
en tu marido, o un diablo en tu hija, cuando vas a casa; sin embargo, muchas mujeres
cristianas tienen que soportar esto. A pesar de esta grave prueba, aunque no
había nada que la consolara en casa, ella era una mujer de gran fe. ¿Y por qué
no habríamos de ser como ella? Hermano mío, aunque tu condición y
circunstancias estén grandemente en contra de tu crecimiento en la gracia, con
todo, ¿por qué no habrías de crecer a la adultez en Cristo? El Señor Jesús
puede causar que hagas eso. Aunque te parece que te lo impedirán el frío viento
y el cruel terreno que te rodean, sin embargo, el grandioso labrador puede
fortalecerte tanto que te volverás una planta de renombre. Dios puede
transformar circunstancias desventajosas en medios de crecimiento. Por la santa
química de Su gracia Él puede sacar un bien del mal. Yo encomio con especial
énfasis a gran fe cuando la veo allí donde todo lo que la rodea es hostil a
ella.
A continuación, gran fe
ha de ser encomiada porque persevera
buscando al Señor. Esta mujer vino a Jesús para que sanara a su hija; y Él
al principio no le respondió ni una sola palabra: ¡Oh la miseria del suspenso
silente! Después Él habla fríamente de ella con Sus discípulos, pero ella
continúa buscando. Ella ha venido por una bendición, y cree de tal manera en el
Señor, en el Hijo de David, que no recibirá un “no” por respuesta; tiene la
intención de ser escuchada, así que presiona su caso con importunidad hasta el
fin. ¡Oh, por una gran fe, una fe perseverante! Hermanos, ¿la tienen? Ustedes,
varones, ¿la están usando? He aquí una mujer que la tenía, y la mantenía
trabajando hasta ganar su objetivo. ¡Que la tengamos abundantemente!
Gran fe también ve luz en la oscuridad más densa. Yo no
creo que Pedro fuera probado ni la mitad que la cananea. ¿Qué fue lo que aterró
a Pedro? El viento. ¿Qué pudo haber atemorizado a ella? Vamos, las duras
palabras del propio Jesús. ¿Quién le teme al viento? ¿Quién no le tendría miedo
a un Cristo que rechaza, que habla palabras duras? “No está bien tomar el pan
de los hijos, y echarlo a los perrillos”. Vamos, si el Señor hubiese hablado
así a cualquiera de nosotros, no nos hubiéramos atrevido jamás a orar de nuevo.
Habríamos dicho: “No, esa dura sentencia me deja fuera por completo”. Pero no
sucede así con gran fe. “No”, -dice ella- “me llamó un perrillo. Los perros
tienen una posición en la sociedad; los perritos son llevados por sus pequeños
amos adentro a la hora de la comida, para que puedan obtener una mendrugo o un
trozo de pan; y, Señor, yo seré un perro, y voy a obtener mi mendrugo: Para Ti
es sólo un mendrugo, aunque para mí conseguirlo sería todo”. Así que argumenta
con él tan prontamente como si Él le hubiese dado una promesa en vez de un
reproche. Gran fe puede ver el sol a la medianoche: gran fe puede sacar una
cosecha en mitad del invierno, y encontrar ríos en los lugares altos. Gran fe
no depende de la luz del sol: ella ve lo que es invisible bajo otra luz. Gran
fe descansa sobre la certeza de que tal cosa es así porque Dios lo ha dicho, y
está satisfecha con Su palabra desnuda. Si ella no ve, ni tampoco oye, ni
siente nada para corroborar el testimonio divino, ella le cree a Dios por ser
Él, y todo está bien con ella. Oh, hermanos, yo espero que sean llevados a esta
condición: que creerán en Dios aunque sus sentimientos desmientan la promesa de
Dios, y aunque sus circunstancias la desmientan. Aunque todos tus amigos y
compañeros desmientan al Señor, que puedas llegar a esto, sea Dios veraz y todo
hombre, y todo hombre mentiroso; pero no nos atrevemos a dudar de Dios, y no lo
haremos. Su promesa segura tiene que prevalecer. Tal fe como esta merece ser
encomiada, y nuestro Señor mismo la alaba. “¡Oh mujer, grande es tu fe!”
Gran fe ora y prevalece. ¡Cómo prevaleció ella!
Su hija fue sanada y ella recibió una amplia porción de todo lo que quería.
“Hágase contigo como quieres”. Yo deseo que tuviéramos esta gran fe en conexión
con la oración. Un hombre orando con fe obtendrá de Dios más que diez hombres,
o, lo que es lo mismo, que diez mil hombres que son inestables e incrédulos.
Créanme, hay una manera de orar en la que puedes obtener lo que quieras de
Dios. Puedes subir a tu aposento, y pedir y recibir; sí, y salir de tu soledad
diciendo: “lo tengo”. Aunque no lo tengas como un asunto de un disfrute real,
con todo, tu fe lo ha captado, lo ha percibido y ha creído en él, y así ha
entrado en una inmediata posesión. ¿Acaso Lutero a menudo, en sus peores
tiempos, no bajaba de su recámara clamando “Vici” (Vencí), “He vencido”? Él
luchaba con Dios en oración, y luego sentía que todo lo demás con lo que tenía
que luchar era simplemente nada: si hubiera vencido al cielo por medio de la
oración, podía vencer a la tierra, y a la muerte y al infierno. Fe fuerte hace
todo eso, y prosigue a hacer más.
Ella siente una
extraordinaria reverencia por Dios; pero tiene una maravillosa familiaridad con
Él. Si fueras a oír lo que gran fe se ha atrevido a decirle a Dios algunas
veces, pensarías que es profano; y sería profano de cualesquiera otros labios
excepto de los de ella. Pero cuando Dios le permite conocer el secreto del
Señor, que está con los que le temen, y cuando dice: “Pedid todo lo que
queréis, y os será hecho”, ella tiene una bendita libertad con Dios que ha de
ser encomiada y no prohibida. Si el Hijo te hace libre en oración, serás libre
en verdad. Gran fe está siempre del lado ganador. Lleva las llaves del cielo en
su cinto. El Señor no le puede negar nada a las súplicas de una fe
inconmovible.
Yo encomio a gran fe,
porque Jesús, nuestro Señor, se deleitaba
con ella. Qué música había en Sus palabras: “¡Oh mujer, grande es tu fe!”
No había ninguna sonrisa en su rostro cuando le dijo a Pedro: “¡Hombre de poca
fe!” Le afligía que Su seguidor tuviera tan poca fe en Él. Pero ahora le
alegraba que esta pobre mujer tuviera tan espléndida fe. Él mira su fe como los
joyeros lo hacen ante alguna famosa piedra que vale más de lo que pudieran
saber. “Oh mujer”, -dijo Él- grande es tu fe. Estoy encantado con tu fe. Me
sorprende tu fe. Tu fe es un deleite”. Bien, hermanos, ustedes y yo anhelamos
hacer algo para agradar a nuestro Redentor. Yo sé que hemos clamado a menudo:
“Oh, ¿qué haré para alabar a mi Salvador?” Créele entonces. Cree en Su promesa
sin dudar. Cree grandemente en Él. Cree en Él firmemente. Cree en Él
plenamente, y prosigue en la fe hasta que pareciera que ya no hay nada más que
creer. Siempre cree más en Cristo Jesús.
¡Cuán enriquecida se
volvió esa mujer! Ella había agradado a su Señor, y entonces su Señor la
agradó: “Hágase contigo como quieres”. Ella se retiró siendo la mujer más feliz
bajo los cielos. Dios le había cumplido su deseo, y ella estaba sobremanera
dichosa y siempre gozosa.
¡Qué beneficios podríamos conferir en otros si tuviéramos una gran fe! Su
hija fue sanada. Madre, si tuvieras más fe, tu hijo pronto sería llevado a
Jesús. Padre, si tú tuvieras más fe, tu muchacho no sería una plaga tal como lo
es ahora para ti. Ten más fe en tu Dios; y cuando en efecto tratas mejor a tu
Padre, tus hijos te tratarán mejor. Si tú deshonras a tu Dios dudando de Él, ¿te
sorprende que tus hijos te deshonren desobedeciéndote? ¡Oh predicador, si tú
tuvieras más fe, tendrías más convertidos! Maestro de la escuela dominical, si
tú tuvieras más fe, más niños de tu salón serían llevados al Salvador. “¡Señor,
auméntanos la fe!” Yo espero que todos nosotros estemos diciendo eso en
nuestros corazones en este momento.
Voy a concluir
preguntando: ¿No hay una gran razón del por qué nuestra fe en Cristo deba ser
fuerte? ¿No hay toda razón por las que debamos tener la fe más grande en Él? El
otro día les hablé de John Hyatt, cuando estaba muriendo. Alguien le dijo:
“señor Hyatt, ¿puede confiar su alma a Cristo ahora?” Él respondió: “yo le
confiaría diez mil almas, si las tuviera”. Podemos ir incluso más lejos que
eso. Si todos los pecados que los hombres habían cometido desde que el mundo
fue hecho, y el tiempo comenzó, fueran colocados sobre la cabeza de un pobre
pecador, ese pecador estaría justificado en creer que Cristo podía quitar ese
pecado. Quienquiera que seas, y lo que seas, trae tus cargas, y ponlas a Sus
pies, arrojando todo tu cuidado en Él, pues Él se preocupa por ti; y a partir
de ahora que nunca tenga que decirte: “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?”
Oh, que exclamara con frecuencia, con gozo, de ti: ¡Oh mujer, grande es tu fe;
hágase contigo como quieres”! ¡Que el Espíritu Santo bendiga estas simples
palabras mías para edificación de ustedes! Amén.
Traductor: Allan Román
16/Octubre/2014
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