El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano

Las Bodas del Cordero

NO. 2096

 

SERMÓN PREDICADO LA MAÑANA DEL DOMINGO 21 DE JULIO DE 1889

POR CHARLES HADDON SPURGEON

EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES.

 

“Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones de los santos”. Apocalipsis 19: 7, 8.

 

El domingo pasado vimos claramente en la Palabra de Dios que nuestro Señor es adorado en el cielo bajo el símbolo de un Cordero. Ahora bien, mediante un Cordero se hace referencia a un sacrificio, al sacrificio requerido para quitar el pecado, según el texto: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Los ataques de la presente época incrédula van consistentemente dirigidos en contra de la gran doctrina de la expiación y de la muerte sustitutiva, y por eso yo pongo delante de ustedes la verdad que declara que la sustitución y el sacrificio no fueron un recurso temporal sino que continúan vigentes a todo lo largo de la historia de la salvación, y aun en el propio cielo siguen ocupando el lugar más prominente, y continuarán ocupándolo por siempre. No olviden que siempre que leemos acerca de Cristo como un Cordero, es para que nos acordemos de Sus sufrimientos y de Su muerte en el lugar y en la condición que nos correspondía y en sustitución nuestra, con el fin de quitar nuestro pecado. Algunos de nosotros lo miramos hace años bajo ese símbolo y encontramos por primera vez la paz. Todavía lo seguimos mirando bajo el mismo símbolo y cuando lleguemos al cielo no tendremos que modificar nuestro pensamiento con respecto a Él, pues todavía le veremos como a un Cordero que fue inmolado. En nuestro lugar de mayor abatimiento, cuando salimos del Egipto de nuestra servidumbre, Él fue el Cordero de la pascua de Dios; y en nuestro lugar más exaltado, en el templo celestial, todavía lo veremos como “el Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo”.

 

Mi principal objetivo esta mañana será mostrarles que la gloriosa y bendita unión que habrá de celebrarse entre la iglesia y su Señor, serán las bodas “del Cordero”. La siempre bendita y eterna unión de los corazones con Cristo será, especial y enfáticamente, en referencia a Su sacrificio. La unión perfeccionada de la iglesia entera de Dios con su Esposo divino, es descrita aquí por el apóstol amado –el mismo que había reclinado su cabeza en el pecho de su Maestro y sabía más acerca de Él y que había recibido la directa inspiración del Espíritu Santo- con estas palabras: “Han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado”.

 

Sin importar en qué otra cosa pensemos en este momento, mi discurso se enfocará al blanco de nuestro objetivo, es decir, que Jesucristo como el Cordero, como el sacrificio, no sólo es el comienzo, sino el fin; no es únicamente el cimiento, sino que es también la piedra de coronamiento de todo el sagrado edificio del templo de la gracia. La consumación de toda la obra de la redención son las bodas de Cristo con la iglesia, y de acuerdo a las “palabras verdaderas de Dios”, estas son “las bodas del Cordero”.

 

Voy a exponer estas bodas de la mejor manera posible. El tema está divinamente revelado a la par que está velado en esta revelación del Apocalipsis. Ni Dios quiera que nos inmiscuyamos ahí donde el Espíritu Santo nos deja fuera; pero, aun así, ¡reflexionemos sobre lo que sabemos, y que el sagrado Espíritu haga que sea de utilidad para todos nosotros!

 

I.   En primer lugar, les pido su atención a LOS ANTECEDENTES DE ESTAS BODAS. ¿Qué sucederá antes de que se celebren las nupcias públicas?

 

Un importante evento será la destrucción de la iglesia ramera. Acabamos de leer el capítulo anterior que declara la arrolladora destrucción que le corresponderá a ese malvado sistema. Cualquier iglesia que ponga en lugar de la justificación por la fe en Cristo a cualquier otro método de salvación, es una iglesia ramera. La doctrina de la justificación por la fe en Cristo es la creencia básica que define si una iglesia permanece firme o cae. Allí donde la sangre es preciosa, hay vida; allí donde se predica y se ama la expiación por medio del sacrificio, allí el Espíritu de Dios da un testimonio eficaz; pero donde los sacerdotes humanos ocupan el lugar de Jesús, donde los perdones pueden ser comprados, donde hay un sacrificio incruento en lugar de la grandiosa propiciación y donde los sacramentos son exaltados como los medios de la regeneración, allí la iglesia ya no es más una casta virgen para Cristo sino que se ha desviado de su pureza.

 

El sistema anticristiano debe ser completamente extirpado y quemado con fuego, pues se puede percibir en el versículo catorce del capítulo diecisiete que quienes estaban asociados con esta falsa iglesia, “Pelearán contra el Cordero, y el Cordero los vencerá, porque él es Señor de señores y Rey de reyes”; y no ha habido una guerra más perversa ni más resuelta contra el Cordero, que la que ha sido librada por la superstición respaldada por la incredulidad. La iglesia ramera y la bestia de la infidelidad están en una alianza real contra la simple fe de Cristo. Si ustedes guían a los hombres -sin importar adónde- si los guían por un camino que los aleja de Cristo, los están guiando al Anticristo. Si les enseñaran algo -sin importar cuán filosófico pudiera parecer- que de cualquier manera les impida edificar sobre el único cimiento de la consumada y gloriosa obra de Cristo, habrían puesto un cimiento anticristiano y todo lo que fuere construido sobre ese fundamento será destruido. Todo lo que se erija en oposición al sacrificio de Cristo debe ser derribado y forzado a hundirse con una piedra de molino en la corriente. ¡Pluguiera a Dios que llegara la hora! Oh, que la propia diestra del Señor fuese desnudada y que oyéramos el grito: “Ha caído, ha caído la gran Babilonia”. A nosotros nos corresponde esperar la pronta venida de nuestro Señor; con todo, si Él se demorara, pudieran pasar muchos días antes de que “en un solo día vengan sus plagas”. Pero por mucho que esperemos, así sucederá; el día vendrá cuando la verdadera iglesia sea honrada y la iglesia ramera sea aborrecida. La Esposa de Cristo es ahora una especie de Cenicienta sentada en medio de ceniza. Ella es como su Señor, “despreciada y desechada entre los hombres”; los guardas la golpean y la despojan del velo, pues no la conocen, así como tampoco conocieron a su Señor. Pero cuando Él venga, entonces ella vendrá también, y en Su gloriosa manifestación también brillará como el sol en el reino del Padre.

 

Además, en el contexto inmediato notamos que antes de las bodas del Cordero se oyó una voz peculiar. Lean el versículo cinco: “Y salió… una voz”. ¿De dónde? “Salió del trono una voz”. ¿De quién era esa voz? No era la voz del Dios eterno, pues decía: “Alabad a nuestro Dios todos sus siervos”. Entonces, ¿de quién podría ser esa voz? Nadie sino Dios pudiera estar en el trono, salvo el Cordero, quien es Dios. Ciertamente fue Él quien dijo: “Alabad a nuestro Dios”. El Mediador, Dios y hombre en una persona, estaba en el trono como un Cordero, y anunciaba el día de Sus propias bodas. ¿Quién debería hacerlo sino Él? “Salió del trono una voz que decía: Alabad a nuestro Dios todos sus siervos, y los que le teméis, así pequeños como grandes”. Él pronuncia la palabra que invita a todos los siervos de Dios a alabarle, porque Su victoria completa ya había tenido lugar. Anhelando ver el fruto de la aflicción de su alma, ávido de juntar a todos Sus elegidos, Él habla, pues la plenitud del tiempo ha llegado cuando Su gozo será cumplido, y se gozará por toda la compañía de Sus redimidos que serán por siempre uno con Él mismo.

 

La voz proveniente del trono es muy notable pues muestra cuán cercanamente el exaltado Cristo está emparentado con Su pueblo. Dice a todos los redimidos: “Alabad a nuestro Dios todos sus siervos”. Eso me recuerda Sus memorables palabras: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”. No se avergonzaba entonces de asociarse con Su pueblo en la excelsa posesión de Su Padre y de Su Dios, y allá arriba, sobre el trono, dice: “Alabad a nuestro Dios”. No sé qué impacto tenga en ustedes este lenguaje; pero, para mí, expone con mucha fuerza Su amor, Su condescendencia, Su fraternización y Su unión con Su pueblo. Puesto que no sé cómo explicárselos, debo dejar que reflexionen al respecto. Aquel que subió triunfante al trono, el Salvador cuyos conflictos pasaron y que se ha ganado la recompensa eterna de sentarse con el Padre en Su trono, se une aún a nosotros en alabanza, y dice: “Alabad a nuestro Dios todos sus siervos”. No se avergüenza de tener comunión ni siquiera con el más insignificante de los miembros de Su pueblo, pues agrega: “Y los que le teméis, así pequeños como grandes”. Verdaderamente “nuestro pariente es aquel varón, y uno de los que pueden redimirnos”.

 

“En lazos de sangre, siendo uno con los pecadores,

Nuestro Jesús ha ido a la gloria”.

 

En esa gloria reconoce todavía la amada relación Suya y canta alabanzas a Dios en medio de la iglesia (Hebreos 2: 11, 12).

 

Noten en seguida la respuesta a esta voz, ya que precede también a las nupcias. Tan pronto como esa augusta voz convocó a la alabanza, inmediatamente “Oí como la voz de una gran multitud”. Él oyó el sonido entremezclado como de un innumerable ejército cuyos elementos se unían en el cántico, pues los redimidos del Señor no son unos cuantos. Nadie puede contarlos. “De todo linaje y lengua y pueblo y nación”, responden en aquel día a la voz del Cordero, diciendo: “¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina!” Era tan estrepitoso el sonido de todas esas voces entremezcladas que sonaban como el estruendo de “muchas aguas”, como rugientes cataratas o como océanos en su plenitud. Era como si todas las olas del Atlántico y del Pacífico y del Mar del Norte y del Sur alzaran sus voces y como si un abismo respondiera a otro abismo. Y no es que la figura fuera demasiado exagerada, pues Juan le añade otra comparación diciendo: “Como la voz de grandes truenos”. Hemos oído en los últimos días los truenos por encima del ruido ensordecedor de nuestras calles, y nos hemos estremecido por la terrible artillería del cielo. Tal era el sonido de las entremezcladas voces de los redimidos cuando todos se unieron para rendir honor a Dios, porque las nupcias del Cordero habían llegado. ¿Quién podría imaginar las aclamaciones en aquel glorioso día? Nosotros predicamos ahora el Evangelio en una esquina, por decirlo así, y pocos hay que aplaudan al Rey de reyes. El Cristo prosigue todavía Su camino a lo largo del mundo como un ser desconocido y olvidado; y Su iglesia, yendo en pos de Él, parece una mujer acongojada y desamparada. Hay pocos que se preocupan por ella. Pero en aquel día cuando su Señor sea visto como el Rey de reyes y ella sea reconocida abiertamente como Su esposa, ¡qué voces de bienvenida se oirán, qué estallidos de alabanza y de adoración habrá para el Señor Dios omnipotente!

 

Observen que este tremendo volumen de sonido estará henchido de un homenaje devoto y jubiloso. “Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria”. Habrá doble gozo, y su expresión será un homenaje para el Señor Dios. El goce de goces será el deleite de Cristo en Su iglesia perfectamente reunida. Hay gozo en el cielo en la presencia de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente; pero cuando todos estos pecadores que se arrepienten sean reunidos en un cuerpo perfeccionado y sean desposados con el Cordero, ¿cuál no será la infinita alegría? El cielo es siempre el cielo y está indeciblemente henchido de bienaventuranza; pero aun el cielo tiene sus días de fiesta, aun la bienaventuranza tiene sus desbordes; y en aquel día cuando la marea viva del infinito océano de dicha hubiere venido, qué inundación de deleite sin medida anegará las almas de todos los espíritus glorificados cuando perciban que llegó la consumación del gran designio del amor: “Han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado”. Amados, nosotros no sabemos todavía de cuánta felicidad somos capaces. Algunas veces hemos deseado:

 

“Sentarnos y seguir cantando hasta llegar

A la bienaventuranza eterna”.

 

Pero por otra parte sólo estábamos sintiendo el rocío de las olas del océano de bienaventuranza. ¿En qué consistirá bañarse en él? Aquí bebemos de las copas de consolación; pero ¡qué tragos daremos cuando no sentemos junto al surtidor y bebamos en nuestro gozo directamente de Dios! Si ustedes y yo entramos en breve en la gloria sin nuestros cuerpos, ni siquiera entonces conoceremos al grado máximo cuál será la bienaventuranza de nuestra condición humana perfeccionada cuando el cuerpo resucite incorruptible de entre los muertos y se una al alma inmaculada. Y esto no nos dará más que una simple idea de la infinita bienaventuranza de las miríadas de tales humanidades perfeccionadas unidas en una iglesia perfeccionada de la que no faltará ni un solo miembro individual y ni uno solo de sus miembros estará mutilado, o enfermo o manchado. Alaben al Señor al cantar:

 

“Tú presentarás al cuerpo entero

Delante del rostro de Tu Padre;

Y ni una sola arruga, ni una mancha,

La bella forma afearán”.

 

¡Oh, qué gozo! Siento como si no pudiera predicarles; quisiera alejarme para reflexionar al respecto, y rumiar en privado la meditación. Tienes que sentarte simplemente donde estás y reflexionar. Aquí tenemos la esencia de la música celestial en unas cuantas palabras sencillas. “Han llegado las bodas del Cordero”. ¡Oh, que yo pueda estar allí! ¡Que pueda ser una parte del cuerpo perfeccionado de la iglesia de Dios! ¡Oh, que pudiera ser sólo una parte de las plantas de sus pies, o el más insignificante cabello de su cabeza! ¡Con sólo que pueda ver al Rey en Su hermosura, en la plenitud de Su gozo, cuando tome con Su diestra a aquella por quien derramó Su preciosa sangre, y conozca el gozo puesto delante de Él por el cual sufrió la cruz, menospreciando el oprobio y despreciando la vergüenza, yo seré en verdad bendecido!

 

Les he dado así un indicio de lo que precederá a las bodas del Cordero, en todo lo cual pueden observar que Jesús exhibe Su carácter del Cordero. La iglesia ramera ha luchado contra el Cordero, y el Cordero ha vencido a sus fuerzas. Es Él quien, en el trono, habla a Su pueblo como a Sus hermanos; es Él quien recibe la respuesta, pues todo el gozo y el deleite brotan del hecho de que las bodas son las nupcias del Cordero que glorifica al Padre y al que el Padre glorifica. La voz dijo: “Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria”. ¿No fue esa Su oración de antaño: “Glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti”? Para glorificar al Padre, Jesús murió como un sacrificio, y para glorificar a Jesús, el Padre le entrega a Su iglesia redimida por la sangre del Cordero.

 

Que el Espíritu de Dios me ayude ahora mientras los conduzco a LAS PROPIAS NUPCIAS. “Han llegado las bodas del Cordero”. Con frecuencia, al oír acerca de estas bodas del Cordero, yo me pregunto seriamente si alguien aquí tiene alguna idea precisa de su significado. El deán Alford dice: “Esta figura de unas nupcias entre el Señor y Su pueblo es demasiado frecuente y familiar para que necesite una explicación”. Con toda deferencia para con el excelente teólogo, esa era una razón más que suficiente por la que debió explicarla cuidadosamente, puesto que lo que es notado a menudo en la Santa Escritura debe ser de suprema importancia y debe entenderse muy bien. No me sorprende que muchas personas evadan un tema así, pues es difícil. ¡Ay, cuán poco sé yo, personalmente, de un asunto así!

 

Las bodas del Cordero son el resultado del don eterno del Padre. Nuestro Señor dice: “Tuyos eran, y me los diste”. Su oración fue “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo”. El Padre hizo una elección y entregó a Su Hijo los elegidos para que fueran Su porción. Por ellos hizo un pacto de redención mediante el cual se comprometió a asumir su naturaleza a su debido tiempo, a pagar el castigo de sus ofensas y a liberarlos para que fuesen Suyos. Amados, eso que fue arreglado en los concilios de la eternidad y acordado allí por las excelsas partes contrayentes, es llevado a su última consumación en aquel día cuando el Cordero tome para Sí en eterna unión a la totalidad de aquellos que le fueron dados por Su Padre desde la eternidad.

 

En seguida, este es el cumplimiento del compromiso nupcial que se llevó a cabo con cada uno de ellos en el tiempo. No voy a intentar elaborar distinciones, pero hasta donde nos concernía a ustedes y a mí, el Señor Jesús celebró esponsales con cada uno de nosotros en justicia, cuando creímos por primera vez en Él. Luego nos tomó para que fuésemos Suyos, y se entregó para ser nuestro, de tal manera que pudimos cantar: “Mi amado es mío, y yo suya”. Esta era la esencia de las nupcias. Pablo, en la epístola a los efesios, representa a nuestro Señor como estando ya casado con Su iglesia. Esto puede ser ilustrado mediante la costumbre oriental por la cual, cuando la esposa es prometida en matrimonio, todas las santidades del matrimonio están involucradas en esos esponsales aunque pudiera haber todavía un considerable intervalo antes de que la novia sea llevada a la casa de su marido. Ella habita en su antiguo hogar, y no ha olvidado todavía a su parentela y a la casa de su padre, aunque a pesar de todo esté desposada en verdad y justicia. Posteriormente es llevada a casa en el día señalado, el día que deberíamos llamar el de las nupcias reales; pero, con todo, los esponsales para los orientales son la propia esencia del matrimonio. Bien, entonces, ustedes y yo estamos prometidos a nuestro Señor hoy, y Él está unido a nosotros con lazos indisolubles. Él no desea separarse de nosotros, ni nosotros podríamos separarnos de Él. Él es el deleite de nuestras almas y se regocija por nosotros con cánticos. Alégrense porque Él los ha elegido y los ha llamado, y después del compromiso espera la boda con ansias. Han de sentir aun ahora, que aunque estén en el mundo, no son de él; su destino no está aquí entre estos frívolos hijos de los hombres. A partir de ahora nuestro hogar está en lo alto.

 

“Mi corazón está con Él en Su trono,

Y a duras penas soporta la demora;

Cada momento está oyendo la voz

‘Levántate y vamos”.

 

El día de las bodas indica el perfeccionamiento del cuerpo de la iglesia. Ya les he dicho que entonces la iglesia estará completa, pero que todavía no lo está. Adán se quedó dormido y el Señor extrajo de su costado una costilla, y formó de ella una ayuda idónea para él: Adán no la vio mientras estaba siendo formada, pero abrió sus ojos y ante él estaba la forma perfecta de su ayuda idónea.

 

Amados, la verdadera iglesia está siendo formada ahora, y, por tanto, no es visible. Hay muchas iglesias, pero en cuanto a la única iglesia de Cristo, no la vemos ni por aquí ni por allá. Hablamos de la iglesia visible pero el término no es correcto. Lo que vemos es una mezcla de creyentes y de meros pretendientes de la fe. La iglesia que está comprometida con el Esposo celestial no es visible todavía pues está en proceso de formación. El Señor no permitirá que tales simplones como somos nosotros veamos Su obra a medio terminar. Pero el día vendrá cuando Él haya completado Su nueva creación, y entonces presentará a la que ha hecho para que sea el deleite del segundo Adán por toda la eternidad. La iglesia no ha sido perfeccionada todavía. Leemos sobre esa parte de ella que está en el cielo, lo siguiente: “para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros”. A menos que ustedes y yo lleguemos allá, si somos verdaderos creyentes, no puede haber una iglesia perfecta en la gloria. La música de las armonías celestiales aún carece de ciertas voces. Algunas de sus notas necesarias son demasiado bajas para los que están allá, y otras son demasiado altas para ellos, hasta que lleguen los cantores que han sido ordenados para que den al coro su más pleno rango. Ustedes han visto a los cantantes que llegan en tropel al Palacio de Cristal. El director se llena de ansiedad si parecen demorarse. Algunos no han llegado todavía. Ya casi es la hora, y se ven asientos disponibles allá arriba a la derecha, y un bloque vacante allá abajo a la izquierda. Lo mismo sucede con el coro celestial: están llegando a correntadas; la orquesta se está llenando, pero todavía hay espacio, y todavía hay demanda de otras voces para que se complete la armonía celestial. Amados, en el día de las bodas del Cordero, todos los elegidos estarán allá –los grandes y los pequeños- todos los creyentes que están luchando duramente en este día con pecados y dudas y temores. Cada miembro viviente de la iglesia viviente estará allí para ser desposado con el Cordero.

 

Estas bodas significan más de lo que les he dicho. Está el traslado a casa. Ustedes no han de vivir aquí para siempre en estas tiendas de Cedar en medio de un pueblo extranjero; el bendito Esposo viene para llevarlos al país de la dicha, donde ya no dirán más: “Mi vida está entre leones”. ¡Todos los fieles se irán pronto a Tu tierra, oh Emanuel! Moraremos en la tierra que fluye leche y miel, en la tierra del sol sin nubes que no se oculta nunca, el hogar de los benditos del Señor. ¡Feliz en verdad será el traslado al hogar de la iglesia perfeccionada!

 

Las bodas son la coronación. La iglesia es la esposa del grandioso Rey, y Él pondrá la corona sobre su cabeza y hará que sea conocida como Su verdadera esposa para siempre. ¡Oh, qué día será aquél en el que cada miembro de Cristo será coronado en Él, y con Él, y cada miembro del cuerpo místico será glorificado en la gloria del Esposo! ¡Oh, que yo esté allí en aquel día! Hermanos, tenemos que estar con nuestro Señor en la lucha si queremos estar con Él en la victoria. Tenemos que estar con Él para llevar la corona de espinas, si queremos estar con Él para llevar la corona de gloria. Hemos de ser fieles por Su gracia hasta la muerte, si hemos de compartir la gloria de Su vida eterna.

 

No puedo decirles todo lo que estas bodas quieren decir, pero ciertamente significan que todos los que han creído en Él entrarán entonces en una bienaventuranza que no concluirá nunca, una bienaventuranza a la que ningún miedo se aproxima ni cubre ninguna nube. Ellos estarán con el Señor por siempre, por siempre glorificados con Él. No esperen que unos labios de arcilla hablen apropiadamente sobre un tema de esta naturaleza. Se necesitan lenguas de fuego y palabras que caigan en el alma como copos de fuego.

 

El día vendrá, el día de días, corona y gloria del tiempo, cuando, habiendo concluido para siempre todo conflicto y riesgo y juicio, los santos, vestidos con la justicia de Cristo, serán eternamente uno con Él en una unión viva, amorosa y permanente, compartiendo juntos la misma gloria, la gloria del Altísimo. ¡Qué será estar allí! Mis queridos oyentes, ¿estarán allí ustedes? Procuren hacer firme su vocación y elección. Si no confían en el Cordero en la tierra, no reinarán con el Cordero en Su gloria. El que no ama al Cordero como el sacrificio expiatorio, nunca será la esposa del Cordero. ¿Cómo puedes esperar ser glorificado con Él si lo abandonas en el día de Su escarnio? ¡Oh, Cordero de Dios, mi sacrificio, yo he de ser uno contigo, pues eso constituye mi propia vida! Querido oyente, si puedes hablar de esa manera, hay una buena esperanza de que participes en las bodas del Cordero.

 

III.   Pero pasemos ahora a considerar enfáticamente el hecho de que EL CARÁCTER BAJO EL QUE SE PRESENTA EL ESPOSO ES EL DE UN CORDERO. “Han llegado las bodas del Cordero”.

 

Tiene que ser así porque ante todo nuestro Salvador fue el Cordero en el pacto eterno cuando todo este asunto fue planeado, arreglado y establecido por la previsión y el decreto de la eternidad. Él es “el Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo”, y Él se comprometió en el pacto a ser la fianza, el sustituto y el sacrificio por los hombres culpables. Entonces, y no de ninguna otra manera, fue así desde la antigüedad.

 

A continuación fue como el Cordero que nos amó y demostró Su amor. Amados, él no nos dio meramente palabras de amor cuando descendió del cielo a la tierra y habitó entre nosotros como “un hombre humilde delante de sus enemigos”; sino que realizó actos del más sincero afecto. La prueba suprema de Su amor fue que como un cordero fue conducido al matadero. Cuando derramó Su sangre como un sacrificio, se podría haber dicho: “¡Mirad cómo los amaba!” Si quisieran demostrar el amor de Jesús, no mencionarían la transfiguración, sino la crucifixión. Tendrían en sus labios Getsemaní y el Gólgota. Allí el Bienamado demostró Su amor por nosotros y quedó asentado más allá de toda posibilidad de duda para todo corazón sincero. Vean qué dice: “Él me amó, y se entregó por mí”, como si esa entrega de Sí por mí fuera la clara prueba de que me amó. Lean de nuevo: “Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella”. La prueba de Su amor a la iglesia fue que se entregó a Sí mismo por ella. “Estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros”. Así que pueden ver que como un Cordero Él demostró su amor, y como un Cordero celebró Sus bodas con nosotros.

 

Demos un paso más hacia adelante. En el matrimonio el amor ha de ser de ambas partes, y es como el Cordero que llegamos a amarlo al principio. Yo no sentía amor por Cristo. ¿Cómo podía sentirlo sin ver Sus heridas y Su sangre? “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero”. Su vida perfecta fue una condenación para mí, por mucho que me viera obligado a admirarla; pero el amor que me atrajo a Él me fue mostrado en Su carácter de sustituto, cuando cargó con mis pecados en Su propio cuerpo en el madero. ¿No sucede lo mismo con ustedes, amados? He oído hablar mucho acerca de conversiones derivadas de la admiración del carácter de Cristo, pero nunca me he encontrado con ninguna; pero siempre me he encontrado con conversiones provenientes de un sentido de una necesidad de salvación y de una conciencia de culpabilidad, que no podrían ser satisfechas nunca salvo por Su agonía y por Su muerte, gracias a las cuales el pecado es perdonado justamente y el mal es subyugado. Esta es la grandiosa doctrina que conquista el corazón. Cristo nos ama como el Cordero, y nosotros le amamos a Él como el Cordero.

 

Adicionalmente, el matrimonio es la unión más perfecta. Ciertamente es como el Cordero que Jesús está unido más íntimamente a Su pueblo. Nuestro Señor se acercó mucho a nosotros cuando tomó nuestra naturaleza, pues así se convirtió en hueso de nuestro hueso y en carne de nuestra carne. Él vino muy cerca de nosotros cuando, por esa causa, dejó a Su Padre y se volvió una carne con Su iglesia. Él no podía estar con pecado como ella, pero tomó sobre Sí los pecados de ella y los quitó según está escrito: “Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros”. Cuando “fue contado con los pecadores”, y cuando la espada vengadora lo hirió por sustituirnos, vino más cerca de nosotros de lo que nunca podía hacerlo en la perfección de Su encarnación. No puedo concebir una unión más cercana que la de Cristo y de las almas redimidas con Su sangre. Al mirarlo en la muerte, me siento forzado a exclamar: “¡A la verdad tú me eres un esposo de sangre, oh Jesús! Tú estás unido a mí por algo más íntimo que por el hecho de que Tú eres de mi naturaleza, pues Tu naturaleza cargó con mi pecado y sufrió el castigo de la ira en sustitución mía. Ahora eres uno conmigo en todas las cosas por una unión como la que te vincula con el Padre”. Una maravillosa unión es efectuada por el hecho de que nuestro Señor exhibe el carácter del Cordero.

 

Además, nunca experimentamos tanto ser uno con Jesús como cuando lo vemos como el Cordero. Voy a apelar una vez más a su experiencia. ¿Cuándo han tenido la más dulce comunión con Cristo en todas sus vidas? Yo respondo por mí: es cuando he cantado:

 

“Oh, cuán dulce ver el flujo

De Su sangre que redime el alma,

Sabiendo con divina seguridad

Que ha hecho mi paz con Dios”

 

Estando todavía en este presente estado, si yo pudiera elegir hoy entre ver a mi Señor en Su gloria, o en Su cruz, yo escogería lo último. Por supuesto que yo preferiría ver Su gloria y estar allá con Él; pero mientras moro aquí rodeado de pecado y de aflicción, una visión de Sus dolores tiene el mayor efecto sobre mí. ¡“Oh sagrada cabeza una vez herida”, yo anhelo contemplarte! Nunca me siento tan cerca de mi Señor como cuando inspecciono Su portentosa cruz y lo veo derramando Su sangre por mí. He sentido que me derrito al entonar estas dulces líneas:

 

“Vean que de Su cabeza, de Sus manos, de Sus pies,

¡La aflicción y el amor fluyen entremezclados!

¿Se encontraron tal amor y aflicción alguna vez,

O espinas que compusieran una corona tan rica?

 

Yo casi me he sentido en Sus brazos, y como Juan, me he reclinado en Su pecho al contemplar Su pasión. No me sorprende, por tanto, que como Él se acerca más a nosotros como el Cordero, y como nos acercamos más a Él cuando le contemplamos en ese carácter, Él se agrade en llamar a Su más excelsa unión eterna con Su iglesia: “las bodas del Cordero”.

 

Y, oh, amados, cuando piensan en esto: estar desposados con Él, ser uno con Él, no tener ningún pensamiento, ningún propósito, ningún deseo, ninguna gloria sino lo que mora en Aquel que vive y que murió, ¿no será esto en verdad el cielo, el lugar del cual el Cordero es la luz? Contemplar y adorar por siempre a Aquel que se ofreció sin mancha a Dios como nuestro sacrificio y propiciación será un festín sin fin de amor agradecido. Nunca nos cansaremos de este tema. Si ven al Señor que viene de Edom, de Bozra, con vestidos rojos, del lagar donde ha hollado a Sus enemigos, ustedes se quedan sobrecogidos y pasmados por el terror de esa terrible manifestación de justicia; pero cuando lo ven revestido con una ropa sumergida en Su propia sangre y de nadie más, cantarán muy alto por siempre: “Tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios; a Ti sea la gloria por los siglos de los siglos”. Podría seguir cantando: “El Cordero que fue inmolado” a través de toda la eternidad. El tema está rodeado de un interés inextinguible y contiene todo: justicia, misericordia, poder, paciencia, amor, condescendencia, gracia y gloria. Enteramente glorioso es mi Señor cuando lo contemplo como un Cordero; y esto hará que el cielo sea siete veces un cielo para mí al pensar que incluso entonces estaré unido a Él con lazos eternos como el Cordero.

 

(Aquí una voz procedente de uno de los balcones gritó: “¡Alabado sea el Señor!”).

 

Sí, amigo mío, alabaremos al Señor. “Alabad a nuestro Dios” es el mandamiento que se oyó salir del trono: “Alabad a nuestro Dios todos sus siervos, y los que le teméis, así pequeños como grandes, porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado”.

 

IV.   Ahora llegamos al último punto que es LA PREPARACIÓN DE LA NOVIA: “Su esposa se ha preparado”. Hasta este punto se ha hablado de la iglesia como de Su novia, pero ahora ella es “Su esposa” –esa es una palabra más profunda, más amada, más madura que “novia”: “su esposa se ha preparado”. La iglesia ha llegado ahora a la plenitud de su gozo y ha tomado posesión de su status y de su dote como “su esposa”. ¿Qué significa que “se ha preparado”?

 

Significa, primero, que ella viene a su Señor voluntaria y espontáneamente, para ser Suya y para estar con Él para siempre. Lo hace de todo corazón: “se ha preparado”. No asume este compromiso de mala gana. Algunos hablan neciamente de la gracia de Dios como si fuera una fuerza física que pone una restricción sobre la voluntad del hombre vivificado. Amados, yo no les predico nunca de esa manera. El libre albedrío es algo desconocido, excepto si es obrado en nosotros por la gracia. La gracia es la gran fuerza liberadora. La voluntad es esclava del mal hasta que la gracia llega y la libera para elegir lo bueno. Ninguna acción del alma es más libre que la acción por la que abandona el pecado y se une a Cristo. Entonces el hombre vuelve en sí. El corazón es libre de compulsión, cuando su amor se dirige hacia el Señor Jesús. Yo les pregunto a todos los que le aman: ¿sienten que van en contra de su voluntad al hacerlo? Sucede todo lo contrario pues desean amarlo más. En la unión final de todos los elegidos con Cristo, ¿necesitarán ser obligados a participar en las bodas del Cordero? ¿Acaso las palabras que acabo de usar: “mi corazón está con Él en Su trono” no declaran sus ansias? ¿No anhelan ardientemente contemplar Su rostro? Es más probable que se tuviera que obligar a un hambriento a comer que se tuviera que usar la compulsión para que sean unidos a Cristo. Su esposa se ha preparado alegremente. La gracia inmerecida la ha inducido a elegir libremente.

 

¿No significa que se ha desprendido de todo mal y que ha sido suprimido todo vínculo con las corrupciones de la iglesia ramera? Ella ha luchado contra el error, ha combatido la infidelidad, y ambas han sido derribadas por su santa vigilancia y su denodado testimonio y, así, ella está preparada para su Señor.

 

¿No significa esto también que en el gran día de la consumación la iglesia será una? ¡Ay, lamentamos las divisiones entre nosotros! Ustedes desconocen a qué denominación pertenecía mi amigo que acaba de orar. Bien, yo no se los diré. No podrían juzgarlo por su oración. “Los santos en oración parecieran ser uno”. ¡Denominación! ¡Que caiga una plaga sobre las divisiones denominacionales! Debería haber sólo una denominación: deberíamos denominarnos por el nombre de Cristo, así como la esposa es llamada por el nombre de su marido. En tanto que la iglesia de Cristo tenga que decir: “Mi brazo derecho es episcopaliano y mi brazo izquierdo es wesleyano y mi pie derecho es bautista, y mi pie izquierdo es presbiteriano o congregacionalista”, no está preparada para las bodas. Estará preparada cuando haya lavado estas manchas, cuando todos sus miembros tengan “un Señor, una fe, un bautismo”. La unidad es una parte importante de la preparación de la que se habla aquí.

 

Yo les ruego que noten cuál fue la preparación. Está descrita en el versículo ocho: “A ella se le ha concedido”. No voy a abundar más al respecto de eso pues de cualquier manera que se hubiere preparado, de cualquier manera que se hubiere vestido, le fue concedido. Observen que la iglesia ramera vestía también lino fino, pero por otra parte lo combinaba con púrpura y seda y carmesí y piedras preciosas y perlas. Yo no sé de dónde sacó la ramera su guardarropa, pero sí sé dónde encontró su vestido de boda la verdadera iglesia, pues escrito está: “A ella se le ha concedido”. Fue un don de la gracia soberana, el don gratuito de su propio Amado: “A ella se le ha concedido”. Recibió una concesión proveniente del trono, una concesión real, un derecho indisputable. Nosotros vamos también al cielo gracias a una concesión real. No tenemos nada propio que nos pudiera llevar allá por derecho, ningún mérito del que se pudiera alardear, pero a nosotros se nos concede también la aceptación en el Amado. ¡Oh, es algo glorioso mantenerse firme gracias a la ‘ejecutoria de nobleza’ respaldada con el Gran Sello del cielo! Cuando seamos unidos a Jesús, el siempre bendito Cordero, en un eterno connubio, nuestra idoneidad para estar allí será por una concesión gratuita.

 

Vean el vestido de la esposa: “A ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente”. ¡Cuán sencillo es su vestido! ¡Únicamente lino fino, limpio y resplandeciente! Entre más sencilla sea nuestra adoración, mejor será. La verdadera iglesia de Cristo se contenta con lino limpio, y nada más. Ella no pidió esas cosas finas de las que leemos en conexión con la ramera. Ella no le envidiaba a la impúdica sus arpistas, ni sus músicos, ni sus flautistas ni sus trompetistas; ella estaba contenta con su arpa sencilla y con su cántico jubiloso. Ella no necesitaba ningún tipo de vasos de marfil ni de madera preciosa, ni de bronce, ni de hierro ni de mármol. No buscaba canela, ni olores, ni ungüentos ni ninguna de esas galas con las que la gente adorna su adoración hoy en día. Entre más sencillo, mejor. Pienso que habríamos perdido nuestro camino si al celebrar nuestro culto las voces de la gente se oyeran tan solo como el sonido que pudiera formarse por el gorjeo de media docena de gorriones, debido a que una inundación de ruido procedente de un órgano gigantesco ahoga toda la alabanza. Entre más sencilla sea la adoración será mejor, ya sea en la oración o en la alabanza o en cualquier otra cosa. La iglesia ramera se engalana con su arquitectura, con sus tiaras, con su perfumería, con su oratoria y con su música; pero quienes quieren seguir al Cordero por dondequiera que va, mantendrán pura y simple su adoración, su práctica, y su doctrina, evitando todas las lisonjas de la política carnal y de la sabiduría humana, contentos con la verdad que está en Jesús. ¿Qué es más hermoso que el lino limpio y resplandeciente?

 

En el griego, nuestro texto dice así: “Lino fino, limpio y resplandeciente, porque el lino fino es la justicia de los santos”. Nuestra Versión Revisada no nos ha dado, en este caso, una traducción, sino una explicación, y esa explicación es una reducción del sentido. La palabra de los revisores es “El lino fino es las acciones justas de los santos”. Esa palabra “acciones” es una inserción hecha por ellos. La palabra “justicia” tiene un significado más pleno: es sumamente amplia, y ellos la han estrechado y la han aplicado indebidamente. Tendremos un conjunto completo de justicias en la justicia de Cristo, activa y pasiva: una prenda para la cabeza, una prenda para los pies, y una para los lomos. ¡Qué justicia tenemos! Justicia impartida por el poder del Espíritu; justicia imputada por el decreto de Dios. Toda forma de justicia formará parte del atuendo del creyente; sólo que todo ello es concedido, y nada de ello es producto de nuestra compra. No tendremos la justicia de Cristo para cubrir nuestro pecado, como blasfemamente afirman algunos, pues no tendremos ningún pecado que deba ser cubierto. No necesitaremos la justicia de Cristo para hacer que un corazón maligno parezca puro: seremos tan perfectos como nuestro Padre en el cielo es perfecto. Lavados en la sangre del Cordero, no tendremos ninguna mancha ni en nuestro exterior ni en nuestro interior. Tendremos una justicia completa y, vestidos con ella, seremos cubiertos con la hermosura de la santidad. Este vestido es sumamente apropiado, pues es “la justicia de los santos”. Los santos tienen que tener justicia. Ellos mismos son hechos santos, y por tanto, tienen que estar adornados con una santidad visible, y lo estarán.

 

Lo mejor de todo es que estaremos vestidos en aquel día con lo que agrada al Esposo. ¿Acaso no recuerdo lo que dijo Él: “Yo te aconsejo que de mí compres… vestiduras blancas”? Sí, ella se ha acordado de su petición. Ella no tiene otra cosa que ese “lino resplandeciente” que es la “justicia de los santos” y en esto Él se deleita. Ella viene al Cordero mostrando el resultado de Su propia pasión y de Su propio Espíritu y por eso ella es muy agradable a Sus ojos. El Señor verá en ella el fruto de la aflicción de Su alma, y quedará satisfecho.

 

Habré concluido una vez que haga esta pregunta de nuevo: ¿Confías en el Cordero? Te advierto que si tú tienes una religión que no contiene nada de la sangre de Cristo, no vale la pena en absoluto; es mejor que te deshagas de ella pues no te servirá de nada. Te advierto también que a menos que ames al Cordero no podrás desposarte con el Cordero, pues Él nunca se desposará con quienes no sienten ningún amor por Él. Tienes que recibir a Jesús como un sacrificio, o no lo recibirás del todo. Es inútil decir: “Voy a seguir el ejemplo de Cristo”. No harás nada que se parezca a eso. Es en vano decir: “Él será mi maestro”. Él no te reconocerá como un discípulo a menos que tú lo reconozcas como un sacrificio. Tienes que recibirlo como el Cordero, o habrás terminado con Él. Si tú desprecias la sangre de Cristo, desprecias toda la persona de Cristo. Cristo no es nada para ti si no fuera tu expiación. Todos aquellos que esperan ser salvados por las obras de la ley, o por cualquier otra cosa que no sea Su sangre y Su justicia, se han descristianizado; no tienen parte en Jesús aquí, ni tendrán parte con Él en el más allá, cuando tome para Sí a Su propia iglesia redimida para que sea Su esposa por los siglos de los siglos. Que Dios los bendiga, por Cristo nuestro Señor. Amén.

 

Porciones de la Escritura leídas antes del sermón:

Apocalipsis 18: 4-24; 19: 1-9.

 

Notas del traductor:

 

Letters patent: ejecutoria de nobleza, o cédula o patente de privilegio. Ejecutoria quiere decir título o diploma en que consta la nobleza de una familia.

 

Deán: Dignidad catedralicia inmediatamente inferior a la de obispo.

 

Connubio: matrimonio.     

 

 

 

Traductor: Allan Román

20/Junio/2012

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