El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
Las Bodas del
Cordero
NO.
2096
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Gocémonos y
alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su
esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino,
limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones de los santos”.
Apocalipsis 19: 7, 8.
El domingo pasado vimos
claramente en
Mi principal objetivo
esta mañana será mostrarles que la gloriosa y bendita unión que habrá de
celebrarse entre la iglesia y su Señor, serán las bodas “del Cordero”. La siempre bendita y eterna unión de los corazones
con Cristo será, especial y enfáticamente, en referencia a Su sacrificio. La unión
perfeccionada de la iglesia entera de Dios con su Esposo divino, es descrita
aquí por el apóstol amado –el mismo que había reclinado su cabeza en el pecho
de su Maestro y sabía más acerca de Él y que había recibido la directa
inspiración del Espíritu Santo- con estas palabras: “Han llegado las bodas del
Cordero, y su esposa se ha preparado”.
Sin importar en qué otra
cosa pensemos en este momento, mi discurso se enfocará al blanco de nuestro
objetivo, es decir, que Jesucristo como el Cordero, como el sacrificio, no sólo
es el comienzo, sino el fin; no es únicamente el cimiento, sino que es también
la piedra de coronamiento de todo el sagrado edificio del templo de la gracia.
La consumación de toda la obra de la redención son las bodas de Cristo con la
iglesia, y de acuerdo a las “palabras verdaderas de Dios”, estas son “las bodas
del Cordero”.
Voy a exponer estas
bodas de la mejor manera posible. El tema está divinamente revelado a la par que
está velado en esta revelación del Apocalipsis. Ni Dios quiera que nos inmiscuyamos
ahí donde el Espíritu Santo nos deja fuera; pero, aun así, ¡reflexionemos sobre
lo que sabemos, y que el sagrado Espíritu haga que sea de utilidad para todos nosotros!
I. En
primer lugar, les pido su atención a LOS ANTECEDENTES DE ESTAS BODAS. ¿Qué
sucederá antes de que se celebren las nupcias públicas?
Un importante evento
será la destrucción de la iglesia ramera.
Acabamos de leer el capítulo anterior que declara la arrolladora
destrucción que le corresponderá a ese malvado sistema. Cualquier iglesia que
ponga en lugar de la justificación por la fe en Cristo a cualquier otro método
de salvación, es una iglesia ramera. La doctrina de la justificación por la fe
en Cristo es la creencia básica que define si una iglesia permanece firme o cae.
Allí donde la sangre es preciosa, hay vida; allí donde se predica y se ama la
expiación por medio del sacrificio, allí el Espíritu de Dios da un testimonio
eficaz; pero donde los sacerdotes humanos ocupan el lugar de Jesús, donde los
perdones pueden ser comprados, donde hay un sacrificio incruento en lugar de la
grandiosa propiciación y donde los sacramentos son exaltados como los medios de
la regeneración, allí la iglesia ya no es más una casta virgen para Cristo sino
que se ha desviado de su pureza.
El sistema anticristiano
debe ser completamente extirpado y quemado con fuego, pues se puede percibir en
el versículo catorce del capítulo diecisiete que quienes estaban asociados con esta
falsa iglesia, “Pelearán contra el Cordero, y el Cordero los vencerá, porque él
es Señor de señores y Rey de reyes”; y no ha habido una guerra más perversa ni
más resuelta contra el Cordero, que la que ha sido librada por la superstición
respaldada por la incredulidad. La iglesia ramera y la bestia de la infidelidad
están en una alianza real contra la simple fe de Cristo. Si ustedes guían a los
hombres -sin importar adónde- si los guían por un camino que los aleja de
Cristo, los están guiando al Anticristo. Si les enseñaran algo -sin importar cuán
filosófico pudiera parecer- que de cualquier manera les impida edificar sobre
el único cimiento de la consumada y gloriosa obra de Cristo, habrían puesto un
cimiento anticristiano y todo lo que fuere construido sobre ese fundamento será
destruido. Todo lo que se erija en oposición al sacrificio de Cristo debe ser
derribado y forzado a hundirse con una piedra de molino en la corriente.
¡Pluguiera a Dios que llegara la hora! Oh, que la propia diestra del Señor fuese
desnudada y que oyéramos el grito: “Ha caído, ha caído la gran Babilonia”. A
nosotros nos corresponde esperar la pronta venida de nuestro Señor; con todo,
si Él se demorara, pudieran pasar muchos días antes de que “en un solo día
vengan sus plagas”. Pero por mucho que esperemos, así sucederá; el día vendrá
cuando la verdadera iglesia sea honrada y la iglesia ramera sea aborrecida.
Además, en el contexto
inmediato notamos que antes de las bodas del Cordero se oyó una voz peculiar. Lean el versículo cinco: “Y salió… una
voz”. ¿De dónde? “Salió del trono una voz”. ¿De quién era esa voz? No era la
voz del Dios eterno, pues decía: “Alabad a nuestro Dios todos sus siervos”.
Entonces, ¿de quién podría ser esa voz? Nadie sino Dios pudiera
estar en el trono, salvo el Cordero, quien es Dios. Ciertamente fue Él quien
dijo: “Alabad a nuestro Dios”. El Mediador, Dios y hombre en una persona, estaba
en el trono como un Cordero, y anunciaba el día de Sus propias bodas. ¿Quién
debería hacerlo sino Él? “Salió del trono una voz que decía: Alabad a nuestro
Dios todos sus siervos, y los que le teméis, así pequeños como grandes”. Él
pronuncia la palabra que invita a todos los siervos de Dios a alabarle, porque Su
victoria completa ya había tenido lugar. Anhelando ver el fruto de la aflicción
de su alma, ávido de juntar a todos Sus elegidos, Él habla, pues la plenitud
del tiempo ha llegado cuando Su gozo será cumplido, y se gozará por toda la
compañía de Sus redimidos que serán por siempre uno con Él mismo.
La voz proveniente del trono es muy notable pues
muestra cuán cercanamente el exaltado Cristo está emparentado con Su pueblo. Dice
a todos los redimidos: “Alabad a nuestro Dios
todos sus siervos”. Eso me recuerda Sus memorables palabras: “Subo a mi Padre y
a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”. No se avergonzaba entonces de
asociarse con Su pueblo en la excelsa posesión de Su Padre y de Su Dios, y allá
arriba, sobre el trono, dice: “Alabad a nuestro
Dios”. No sé qué impacto tenga en ustedes este lenguaje; pero, para mí,
expone con mucha fuerza Su amor, Su condescendencia, Su fraternización y Su
unión con Su pueblo. Puesto que no sé cómo explicárselos, debo dejar que reflexionen
al respecto. Aquel que subió triunfante al trono, el Salvador cuyos conflictos
pasaron y que se ha ganado la recompensa eterna de sentarse con el Padre en Su
trono, se une aún a nosotros en alabanza, y dice: “Alabad a nuestro Dios todos sus siervos”. No se
avergüenza de tener comunión ni siquiera con el más insignificante de los
miembros de Su pueblo, pues agrega: “Y los que le teméis, así pequeños como
grandes”. Verdaderamente “nuestro pariente es aquel varón, y uno de los que
pueden redimirnos”.
“En lazos de sangre, siendo uno con los pecadores,
Nuestro Jesús ha ido a la gloria”.
En esa gloria reconoce
todavía la amada relación Suya y canta alabanzas a Dios en medio de la iglesia
(Hebreos 2: 11, 12).
Noten en seguida la respuesta a esta voz, ya que precede
también a las nupcias. Tan pronto como esa augusta voz convocó a la alabanza,
inmediatamente “Oí como la voz de una gran multitud”. Él oyó el sonido
entremezclado como de un innumerable ejército cuyos elementos se unían en el
cántico, pues los redimidos del Señor no son unos cuantos. Nadie puede
contarlos. “De todo linaje y lengua y pueblo y nación”, responden en aquel día
a la voz del Cordero, diciendo: “¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios
Todopoderoso reina!” Era tan estrepitoso el sonido de todas esas voces
entremezcladas que sonaban como el estruendo de “muchas aguas”, como rugientes
cataratas o como océanos en su plenitud. Era como si todas las olas del
Atlántico y del Pacífico y del Mar del Norte y del Sur alzaran sus voces y como
si un abismo respondiera a otro abismo. Y no es que la figura fuera demasiado
exagerada, pues Juan le añade otra comparación diciendo: “Como la voz de
grandes truenos”. Hemos oído en los últimos días los truenos por encima del
ruido ensordecedor de nuestras calles, y nos hemos estremecido por la terrible
artillería del cielo. Tal era el sonido de las entremezcladas voces de los
redimidos cuando todos se unieron para rendir honor a Dios, porque las nupcias
del Cordero habían llegado. ¿Quién podría imaginar las aclamaciones en aquel
glorioso día? Nosotros predicamos ahora el Evangelio en una esquina, por
decirlo así, y pocos hay que aplaudan al Rey de reyes. El Cristo prosigue
todavía Su camino a lo largo del mundo como un ser desconocido y olvidado; y Su
iglesia, yendo en pos de Él, parece una mujer acongojada y desamparada. Hay pocos
que se preocupan por ella. Pero en aquel día cuando su Señor sea visto como el
Rey de reyes y ella sea reconocida abiertamente como Su esposa, ¡qué voces de
bienvenida se oirán, qué estallidos de alabanza y de adoración habrá para el
Señor Dios omnipotente!
Observen que este tremendo volumen de sonido estará
henchido de un homenaje devoto y jubiloso. “Gocémonos y alegrémonos y
démosle gloria”. Habrá doble gozo, y su expresión será un homenaje para el
Señor Dios. El goce de goces será el deleite de Cristo en Su iglesia
perfectamente reunida. Hay gozo en el cielo en la presencia de los ángeles de
Dios por un pecador que se arrepiente; pero cuando todos estos pecadores que se
arrepienten sean reunidos en un cuerpo perfeccionado y sean desposados con el
Cordero, ¿cuál no será la infinita alegría? El cielo es siempre el cielo y está
indeciblemente henchido de bienaventuranza; pero aun el cielo tiene sus días de
fiesta, aun la bienaventuranza tiene sus desbordes; y en aquel día cuando la
marea viva del infinito océano de dicha hubiere venido, qué inundación de
deleite sin medida anegará las almas de todos los espíritus glorificados cuando
perciban que llegó la consumación del gran designio del amor: “Han llegado las
bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado”. Amados, nosotros no sabemos
todavía de cuánta felicidad somos capaces. Algunas veces hemos deseado:
“Sentarnos y seguir cantando hasta llegar
A la bienaventuranza eterna”.
Pero por otra parte sólo
estábamos sintiendo el rocío de las olas del océano de bienaventuranza. ¿En qué
consistirá bañarse en él? Aquí bebemos de las copas de consolación; pero ¡qué
tragos daremos cuando no sentemos junto al surtidor y bebamos en nuestro gozo
directamente de Dios! Si ustedes y yo entramos en breve en la gloria sin nuestros
cuerpos, ni siquiera entonces conoceremos al grado máximo cuál será la
bienaventuranza de nuestra condición humana perfeccionada cuando el cuerpo
resucite incorruptible de entre los muertos y se una al alma inmaculada. Y esto
no nos dará más que una simple idea de la infinita bienaventuranza de las
miríadas de tales humanidades perfeccionadas unidas en una iglesia
perfeccionada de la que no faltará ni un solo miembro individual y ni uno solo
de sus miembros estará mutilado, o enfermo o manchado. Alaben al Señor al
cantar:
“Tú presentarás al cuerpo entero
Delante del rostro de Tu Padre;
Y ni una sola arruga, ni una mancha,
La bella forma afearán”.
¡Oh, qué gozo! Siento
como si no pudiera predicarles; quisiera alejarme para reflexionar al respecto,
y rumiar en privado la meditación. Tienes que sentarte simplemente donde estás
y reflexionar. Aquí tenemos la esencia de la música celestial en unas cuantas
palabras sencillas. “Han llegado las bodas del Cordero”. ¡Oh, que yo pueda
estar allí! ¡Que pueda ser una parte del cuerpo perfeccionado de la iglesia de
Dios! ¡Oh, que pudiera ser sólo una parte de las plantas de sus pies, o el más
insignificante cabello de su cabeza! ¡Con sólo que pueda ver al Rey en Su
hermosura, en la plenitud de Su gozo, cuando tome con Su diestra a aquella por
quien derramó Su preciosa sangre, y conozca el gozo puesto delante de Él por el
cual sufrió la cruz, menospreciando el oprobio y despreciando la vergüenza, yo
seré en verdad bendecido!
Les he dado así un
indicio de lo que precederá a las bodas del Cordero, en todo lo cual pueden
observar que Jesús exhibe Su carácter del Cordero. La iglesia ramera ha luchado
contra el Cordero, y el Cordero ha vencido a sus fuerzas. Es Él quien, en el
trono, habla a Su pueblo como a Sus hermanos; es Él quien recibe la respuesta,
pues todo el gozo y el deleite brotan del hecho de que las bodas son las
nupcias del Cordero que glorifica al Padre y al que el Padre glorifica. La voz
dijo: “Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria”. ¿No fue esa Su oración de
antaño: “Glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti”?
Para glorificar al Padre, Jesús murió como un sacrificio, y para glorificar a
Jesús, el Padre le entrega a Su iglesia redimida por la sangre del Cordero.
Que el Espíritu de Dios
me ayude ahora mientras los conduzco a LAS PROPIAS NUPCIAS. “Han llegado las
bodas del Cordero”. Con frecuencia, al oír acerca de estas bodas del Cordero,
yo me pregunto seriamente si alguien aquí tiene alguna idea precisa de su
significado. El deán Alford dice: “Esta figura de unas nupcias entre el Señor y
Su pueblo es demasiado frecuente y familiar para que necesite una explicación”.
Con toda deferencia para con el excelente teólogo, esa era una razón más que
suficiente por la que debió explicarla cuidadosamente, puesto que lo que es
notado a menudo en
Las bodas del Cordero
son el resultado del don eterno del
Padre. Nuestro Señor dice: “Tuyos eran, y me los diste”. Su oración fue
“Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos
estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado
desde antes de la fundación del mundo”. El Padre hizo una elección y entregó a
Su Hijo los elegidos para que fueran Su porción. Por ellos hizo un pacto de
redención mediante el cual se comprometió a asumir su naturaleza a su debido
tiempo, a pagar el castigo de sus ofensas y a liberarlos para que fuesen Suyos.
Amados, eso que fue arreglado en los concilios de la eternidad y acordado allí
por las excelsas partes contrayentes, es llevado a su última consumación en
aquel día cuando el Cordero tome para Sí en eterna unión a la totalidad de
aquellos que le fueron dados por Su Padre desde la eternidad.
En seguida, este es el cumplimiento del compromiso nupcial que
se llevó a cabo con cada uno de ellos en el tiempo. No voy a intentar elaborar
distinciones, pero hasta donde nos concernía a ustedes y a mí, el Señor Jesús
celebró esponsales con cada uno de nosotros en justicia, cuando creímos por
primera vez en Él. Luego nos tomó para que fuésemos Suyos, y se entregó para
ser nuestro, de tal manera que pudimos cantar: “Mi amado es mío, y yo suya”. Esta
era la esencia de las nupcias. Pablo, en la epístola a los efesios, representa
a nuestro Señor como estando ya casado con Su iglesia. Esto puede ser ilustrado
mediante la costumbre oriental por la cual, cuando la esposa es prometida en
matrimonio, todas las santidades del matrimonio están involucradas en esos
esponsales aunque pudiera haber todavía un considerable intervalo antes de que
la novia sea llevada a la casa de su marido. Ella habita en su antiguo hogar, y
no ha olvidado todavía a su parentela y a la casa de su padre, aunque a pesar
de todo esté desposada en verdad y justicia. Posteriormente es llevada a casa
en el día señalado, el día que deberíamos llamar el de las nupcias reales; pero,
con todo, los esponsales para los orientales son la propia esencia del
matrimonio. Bien, entonces, ustedes y yo estamos prometidos a nuestro Señor hoy,
y Él está unido a nosotros con lazos indisolubles. Él no desea separarse de
nosotros, ni nosotros podríamos separarnos de Él. Él es el deleite de nuestras
almas y se regocija por nosotros con cánticos. Alégrense porque Él los ha
elegido y los ha llamado, y después del compromiso espera la boda con ansias.
Han de sentir aun ahora, que aunque estén en el mundo, no son de él; su destino
no está aquí entre estos frívolos hijos de los hombres. A partir de ahora
nuestro hogar está en lo alto.
“Mi corazón está con Él en Su trono,
Y a duras penas soporta la demora;
Cada momento está oyendo la voz
‘Levántate y vamos”.
El día de las bodas indica el perfeccionamiento del cuerpo de la
iglesia. Ya les he dicho que entonces la iglesia estará completa,
pero que todavía no lo está. Adán se quedó dormido y el Señor extrajo de su
costado una costilla, y formó de ella una ayuda idónea para él: Adán no la vio
mientras estaba siendo formada, pero abrió sus ojos y ante él estaba la forma
perfecta de su ayuda idónea.
Amados, la verdadera
iglesia está siendo formada ahora, y, por tanto, no es visible. Hay muchas
iglesias, pero en cuanto a la única iglesia de Cristo, no la vemos ni por aquí
ni por allá. Hablamos de la iglesia visible pero el término no es correcto. Lo
que vemos es una mezcla de creyentes y de meros pretendientes de la fe. La
iglesia que está comprometida con el Esposo celestial no es visible todavía
pues está en proceso de formación. El Señor no permitirá que tales simplones
como somos nosotros veamos Su obra a medio terminar. Pero el día vendrá cuando
Él haya completado Su nueva creación, y entonces presentará a la que ha hecho
para que sea el deleite del segundo Adán por toda la eternidad. La iglesia no
ha sido perfeccionada todavía. Leemos sobre esa parte de ella que está en el
cielo, lo siguiente: “para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de
nosotros”. A menos que ustedes y yo lleguemos allá, si somos verdaderos
creyentes, no puede haber una iglesia perfecta en la gloria. La música de las
armonías celestiales aún carece de ciertas voces. Algunas de sus notas
necesarias son demasiado bajas para los que están allá, y otras son demasiado
altas para ellos, hasta que lleguen los cantores que han sido ordenados para que
den al coro su más pleno rango. Ustedes han visto a los cantantes que llegan en
tropel al Palacio de Cristal. El director se llena de ansiedad si parecen
demorarse. Algunos no han llegado todavía. Ya casi es la hora, y se ven
asientos disponibles allá arriba a la derecha, y un bloque vacante allá abajo a
la izquierda. Lo mismo sucede con el coro celestial: están llegando a
correntadas; la orquesta se está llenando, pero todavía hay espacio, y todavía
hay demanda de otras voces para que se complete la armonía celestial. Amados,
en el día de las bodas del Cordero, todos los elegidos estarán allá –los grandes
y los pequeños- todos los creyentes que están luchando duramente en este día
con pecados y dudas y temores. Cada miembro viviente de la iglesia viviente
estará allí para ser desposado con el Cordero.
Estas bodas significan
más de lo que les he dicho. Está el
traslado a casa. Ustedes no han de vivir aquí para siempre en estas tiendas
de Cedar en medio de un pueblo extranjero; el bendito Esposo viene para
llevarlos al país de la dicha, donde ya no dirán más: “Mi vida está entre leones”.
¡Todos los fieles se irán pronto a Tu tierra, oh Emanuel! Moraremos en la
tierra que fluye leche y miel, en la tierra del sol sin nubes que no se oculta
nunca, el hogar de los benditos del Señor. ¡Feliz en verdad será el traslado al
hogar de la iglesia perfeccionada!
Las bodas son la coronación. La iglesia es la esposa
del grandioso Rey, y Él pondrá la corona sobre su cabeza y hará que sea
conocida como Su verdadera esposa para siempre. ¡Oh, qué día será aquél en el
que cada miembro de Cristo será coronado en Él, y con Él, y cada miembro del
cuerpo místico será glorificado en la gloria del Esposo! ¡Oh, que yo esté allí
en aquel día! Hermanos, tenemos que estar con nuestro Señor en la lucha si
queremos estar con Él en la victoria. Tenemos que estar con Él para llevar la
corona de espinas, si queremos estar con Él para llevar la corona de gloria. Hemos
de ser fieles por Su gracia hasta la muerte, si hemos de compartir la gloria de
Su vida eterna.
No puedo decirles todo
lo que estas bodas quieren decir, pero ciertamente significan que todos los que
han creído en Él entrarán entonces en una
bienaventuranza que no concluirá nunca, una bienaventuranza a la que ningún
miedo se aproxima ni cubre ninguna nube. Ellos estarán con el Señor por
siempre, por siempre glorificados con Él. No esperen que unos labios de arcilla
hablen apropiadamente sobre un tema de esta naturaleza. Se necesitan lenguas de
fuego y palabras que caigan en el alma como copos de fuego.
El día vendrá, el día de
días, corona y gloria del tiempo, cuando, habiendo concluido para siempre todo
conflicto y riesgo y juicio, los santos, vestidos con la justicia de Cristo,
serán eternamente uno con Él en una unión viva, amorosa y permanente, compartiendo
juntos la misma gloria, la gloria del Altísimo. ¡Qué será estar allí! Mis
queridos oyentes, ¿estarán allí ustedes? Procuren hacer firme su vocación y
elección. Si no confían en el Cordero en la tierra, no reinarán con el Cordero
en Su gloria. El que no ama al Cordero como el sacrificio expiatorio, nunca
será la esposa del Cordero. ¿Cómo puedes esperar ser glorificado con Él si lo
abandonas en el día de Su escarnio? ¡Oh, Cordero de Dios, mi sacrificio, yo he
de ser uno contigo, pues eso constituye mi propia vida! Querido oyente, si
puedes hablar de esa manera, hay una buena esperanza de que participes en las
bodas del Cordero.
III. Pero
pasemos ahora a considerar enfáticamente el hecho de que EL CARÁCTER BAJO EL
QUE SE PRESENTA EL ESPOSO ES EL DE UN CORDERO. “Han llegado las bodas del Cordero”.
Tiene que ser así porque
ante todo nuestro Salvador fue el Cordero
en el pacto eterno cuando todo este asunto fue planeado, arreglado y
establecido por la previsión y el decreto de la eternidad. Él es “el Cordero
que fue inmolado desde el principio del mundo”, y Él se comprometió en el pacto
a ser la fianza, el sustituto y el sacrificio por los hombres culpables.
Entonces, y no de ninguna otra manera, fue así desde la antigüedad.
A continuación fue como el Cordero que nos amó y demostró Su
amor. Amados, él no nos dio meramente palabras de amor cuando descendió del
cielo a la tierra y habitó entre nosotros como “un hombre humilde delante de
sus enemigos”; sino que realizó actos del más sincero afecto. La prueba suprema
de Su amor fue que como un cordero fue conducido al matadero. Cuando derramó Su
sangre como un sacrificio, se podría haber dicho: “¡Mirad cómo los amaba!” Si
quisieran demostrar el amor de Jesús, no mencionarían la transfiguración, sino
la crucifixión. Tendrían en sus labios Getsemaní y el Gólgota. Allí el
Bienamado demostró Su amor por nosotros y quedó asentado más allá de toda
posibilidad de duda para todo corazón sincero. Vean qué dice: “Él me amó, y se
entregó por mí”, como si esa entrega de Sí por mí fuera la clara prueba de que
me amó. Lean de nuevo: “Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por
ella”. La prueba de Su amor a la iglesia fue que se entregó a Sí mismo por
ella. “Estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose
obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. “En esto consiste el amor: no en
que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros”. Así que
pueden ver que como un Cordero Él demostró su amor, y como un Cordero celebró
Sus bodas con nosotros.
Demos un paso más hacia
adelante. En el matrimonio el amor ha de ser de ambas partes, y es como el Cordero que llegamos a amarlo
al principio. Yo no sentía amor por Cristo. ¿Cómo podía sentirlo sin ver
Sus heridas y Su sangre? “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero”.
Su vida perfecta fue una condenación para mí, por mucho que me viera obligado a
admirarla; pero el amor que me atrajo a Él me fue mostrado en Su carácter de
sustituto, cuando cargó con mis pecados en Su propio cuerpo en el madero. ¿No
sucede lo mismo con ustedes, amados? He oído hablar mucho acerca de
conversiones derivadas de la admiración del carácter de Cristo, pero nunca me
he encontrado con ninguna; pero siempre me he encontrado con conversiones
provenientes de un sentido de una necesidad de salvación y de una conciencia de
culpabilidad, que no podrían ser satisfechas nunca salvo por Su agonía y por Su
muerte, gracias a las cuales el pecado es perdonado justamente y el mal es
subyugado. Esta es la grandiosa doctrina que conquista el corazón. Cristo nos
ama como el Cordero, y nosotros le amamos a Él como el Cordero.
Adicionalmente, el matrimonio es la unión más perfecta. Ciertamente
es como el Cordero que Jesús está unido más íntimamente a Su pueblo. Nuestro
Señor se acercó mucho a nosotros cuando tomó nuestra naturaleza, pues así se
convirtió en hueso de nuestro hueso y en carne de nuestra carne. Él vino muy cerca
de nosotros cuando, por esa causa, dejó a Su Padre y se volvió una carne con Su
iglesia. Él no podía estar con pecado como ella, pero tomó sobre Sí los pecados
de ella y los quitó según está escrito: “Jehová cargó en él el pecado de todos
nosotros”. Cuando “fue contado con los pecadores”, y cuando la espada vengadora
lo hirió por sustituirnos, vino más cerca de nosotros de lo que nunca podía
hacerlo en la perfección de Su encarnación. No puedo concebir una unión más
cercana que la de Cristo y de las almas redimidas con Su sangre. Al mirarlo en
la muerte, me siento forzado a exclamar: “¡A la verdad tú me eres un esposo de
sangre, oh Jesús! Tú estás unido a mí por algo más íntimo que por el hecho de
que Tú eres de mi naturaleza, pues Tu naturaleza cargó con mi pecado y sufrió
el castigo de la ira en sustitución mía. Ahora eres uno conmigo en todas las
cosas por una unión como la que te vincula con el Padre”. Una maravillosa unión
es efectuada por el hecho de que nuestro Señor exhibe el carácter del Cordero.
Además, nunca experimentamos tanto ser uno con Jesús
como cuando lo vemos como el Cordero. Voy a apelar una vez más a su
experiencia. ¿Cuándo han tenido la más dulce comunión con Cristo en todas sus
vidas? Yo respondo por mí: es cuando he cantado:
“Oh, cuán dulce ver el flujo
De Su sangre que redime el alma,
Sabiendo con divina seguridad
Que ha hecho mi paz con Dios”
Estando todavía en este
presente estado, si yo pudiera elegir hoy entre ver a mi Señor en Su gloria, o
en Su cruz, yo escogería lo último. Por supuesto que yo preferiría ver Su
gloria y estar allá con Él; pero mientras moro aquí rodeado de pecado y de
aflicción, una visión de Sus dolores tiene el mayor efecto sobre mí. ¡“Oh sagrada
cabeza una vez herida”, yo anhelo contemplarte! Nunca me siento tan cerca de mi
Señor como cuando inspecciono Su portentosa cruz y lo veo derramando Su sangre
por mí. He sentido que me derrito al entonar estas dulces líneas:
“Vean que de Su cabeza, de Sus manos, de Sus pies,
¡La aflicción y el amor fluyen entremezclados!
¿Se encontraron tal amor y aflicción alguna
vez,
O espinas que compusieran una corona tan rica?
Yo casi me he sentido en
Sus brazos, y como Juan, me he reclinado en Su pecho al contemplar Su pasión.
No me sorprende, por tanto, que como Él se acerca más a nosotros como el
Cordero, y como nos acercamos más a Él cuando le contemplamos en ese carácter,
Él se agrade en llamar a Su más excelsa unión eterna con Su iglesia: “las bodas
del Cordero”.
Y, oh, amados, cuando
piensan en esto: estar desposados con Él, ser uno con Él, no tener ningún
pensamiento, ningún propósito, ningún deseo, ninguna gloria sino lo que mora en
Aquel que vive y que murió, ¿no será esto en verdad el cielo, el lugar del cual
el Cordero es la luz? Contemplar y adorar por siempre a Aquel que se ofreció
sin mancha a Dios como nuestro sacrificio y propiciación será un festín sin fin
de amor agradecido. Nunca nos cansaremos de este tema. Si ven al Señor que
viene de Edom, de Bozra, con vestidos rojos, del lagar donde ha hollado a Sus
enemigos, ustedes se quedan sobrecogidos y pasmados por el terror de esa
terrible manifestación de justicia; pero cuando lo ven revestido con una ropa
sumergida en Su propia sangre y de nadie más, cantarán muy alto por siempre:
“Tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios; a Ti sea la
gloria por los siglos de los siglos”. Podría seguir cantando: “El Cordero que
fue inmolado” a través de toda la eternidad. El tema está rodeado de un interés
inextinguible y contiene todo: justicia, misericordia, poder, paciencia, amor,
condescendencia, gracia y gloria. Enteramente glorioso es mi Señor cuando lo
contemplo como un Cordero; y esto hará que el cielo sea siete veces un cielo
para mí al pensar que incluso entonces estaré unido a Él con lazos eternos como
el Cordero.
(Aquí una voz procedente de uno de los balcones gritó: “¡Alabado sea el
Señor!”).
Sí, amigo mío,
alabaremos al Señor. “Alabad a nuestro Dios” es el mandamiento que se oyó salir
del trono: “Alabad a nuestro Dios todos sus siervos, y los que le teméis, así
pequeños como grandes, porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se
ha preparado”.
IV. Ahora
llegamos al último punto que es
Significa, primero, que ella viene a su Señor voluntaria y
espontáneamente, para ser Suya y para estar con Él para siempre. Lo hace de
todo corazón: “se ha preparado”. No asume este compromiso de mala gana. Algunos
hablan neciamente de la gracia de Dios como si fuera una fuerza física que pone
una restricción sobre la voluntad del hombre vivificado. Amados, yo no les
predico nunca de esa manera. El libre albedrío es algo desconocido, excepto si
es obrado en nosotros por la gracia. La gracia es la gran fuerza liberadora. La
voluntad es esclava del mal hasta que la gracia llega y la libera para elegir
lo bueno. Ninguna acción del alma es más libre que la acción por la que
abandona el pecado y se une a Cristo. Entonces el hombre vuelve en sí. El
corazón es libre de compulsión, cuando su amor se dirige hacia el Señor Jesús.
Yo les pregunto a todos los que le aman: ¿sienten que van en contra de su
voluntad al hacerlo? Sucede todo lo contrario pues desean amarlo más. En la
unión final de todos los elegidos con Cristo, ¿necesitarán ser obligados a
participar en las bodas del Cordero? ¿Acaso las palabras que acabo de usar: “mi
corazón está con Él en Su trono” no declaran sus ansias? ¿No anhelan
ardientemente contemplar Su rostro? Es más probable que se tuviera que obligar
a un hambriento a comer que se tuviera que usar la compulsión para que sean
unidos a Cristo. Su esposa se ha preparado alegremente. La gracia inmerecida la
ha inducido a elegir libremente.
¿No significa que se ha desprendido de todo mal y que ha
sido suprimido todo vínculo con las corrupciones de la iglesia ramera? Ella ha
luchado contra el error, ha combatido la infidelidad, y ambas han sido
derribadas por su santa vigilancia y su denodado testimonio y, así, ella está
preparada para su Señor.
¿No significa esto
también que en el gran día de la consumación la iglesia será una? ¡Ay, lamentamos las divisiones entre nosotros!
Ustedes desconocen a qué denominación pertenecía mi amigo que acaba de orar.
Bien, yo no se los diré. No podrían juzgarlo por su oración. “Los santos en
oración parecieran ser uno”. ¡Denominación! ¡Que caiga una plaga sobre las
divisiones denominacionales! Debería haber sólo una denominación: deberíamos
denominarnos por el nombre de Cristo, así como la esposa es llamada por el
nombre de su marido. En tanto que la iglesia de Cristo tenga que decir: “Mi brazo
derecho es episcopaliano y mi brazo izquierdo es wesleyano y mi pie derecho es
bautista, y mi pie izquierdo es presbiteriano o congregacionalista”, no está preparada
para las bodas. Estará preparada cuando haya lavado estas manchas, cuando todos
sus miembros tengan “un Señor, una fe, un bautismo”. La unidad es una parte
importante de la preparación de la que se habla aquí.
Yo les ruego que noten
cuál fue la preparación. Está
descrita en el versículo ocho: “A ella se le ha concedido”. No voy a abundar
más al respecto de eso pues de cualquier manera que se hubiere preparado, de
cualquier manera que se hubiere vestido, le fue concedido. Observen que la
iglesia ramera vestía también lino fino, pero por otra parte lo combinaba con
púrpura y seda y carmesí y piedras preciosas y perlas. Yo no sé de dónde sacó
la ramera su guardarropa, pero sí sé dónde encontró su vestido de boda la
verdadera iglesia, pues escrito está: “A ella se le ha concedido”. Fue un don
de la gracia soberana, el don gratuito de su propio Amado: “A ella se le ha
concedido”. Recibió una concesión proveniente del trono, una concesión real, un
derecho indisputable. Nosotros vamos también al cielo gracias a una concesión
real. No tenemos nada propio que nos pudiera llevar allá por derecho, ningún
mérito del que se pudiera alardear, pero a nosotros se nos concede también la
aceptación en el Amado. ¡Oh, es algo glorioso mantenerse firme gracias a la ‘ejecutoria
de nobleza’ respaldada con el Gran Sello del cielo! Cuando seamos unidos a
Jesús, el siempre bendito Cordero, en un eterno connubio, nuestra idoneidad
para estar allí será por una concesión gratuita.
Vean el vestido de la
esposa: “A ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y
resplandeciente”. ¡Cuán sencillo es su vestido! ¡Únicamente lino fino, limpio y
resplandeciente! Entre más sencilla sea nuestra adoración, mejor será. La verdadera
iglesia de Cristo se contenta con lino limpio, y nada más. Ella no pidió esas cosas
finas de las que leemos en conexión con la ramera. Ella no le envidiaba a la
impúdica sus arpistas, ni sus músicos, ni sus flautistas ni sus trompetistas;
ella estaba contenta con su arpa sencilla y con su cántico jubiloso. Ella no
necesitaba ningún tipo de vasos de marfil ni de madera preciosa, ni de bronce, ni
de hierro ni de mármol. No buscaba canela, ni olores, ni ungüentos ni ninguna de
esas galas con las que la gente adorna su adoración hoy en día. Entre más
sencillo, mejor. Pienso que habríamos perdido nuestro camino si al celebrar
nuestro culto las voces de la gente se oyeran tan solo como el sonido que
pudiera formarse por el gorjeo de media docena de gorriones, debido a que una
inundación de ruido procedente de un órgano gigantesco ahoga toda la alabanza.
Entre más sencilla sea la adoración será mejor, ya sea en la oración o en la
alabanza o en cualquier otra cosa. La iglesia ramera se engalana con su
arquitectura, con sus tiaras, con su perfumería, con su oratoria y con su
música; pero quienes quieren seguir al Cordero por dondequiera que va,
mantendrán pura y simple su adoración, su práctica, y su doctrina, evitando
todas las lisonjas de la política carnal y de la sabiduría humana, contentos
con la verdad que está en Jesús. ¿Qué es más hermoso que el lino limpio y
resplandeciente?
En el griego, nuestro
texto dice así: “Lino fino, limpio y resplandeciente, porque el lino fino es la justicia de los santos”. Nuestra
Versión Revisada no nos ha dado, en este caso, una traducción, sino una
explicación, y esa explicación es una reducción del sentido. La palabra de los
revisores es “El lino fino es las acciones justas de los santos”. Esa palabra
“acciones” es una inserción hecha por ellos. La palabra “justicia” tiene un
significado más pleno: es sumamente amplia, y ellos la han estrechado y la han
aplicado indebidamente. Tendremos un conjunto completo de justicias en la
justicia de Cristo, activa y pasiva: una prenda para la cabeza, una prenda para
los pies, y una para los lomos. ¡Qué justicia tenemos! Justicia impartida por
el poder del Espíritu; justicia imputada por el decreto de Dios. Toda forma de
justicia formará parte del atuendo del creyente; sólo que todo ello es concedido, y nada de ello es producto de
nuestra compra. No tendremos la justicia de Cristo para cubrir nuestro pecado,
como blasfemamente afirman algunos, pues no tendremos ningún pecado que deba ser
cubierto. No necesitaremos la justicia de Cristo para hacer que un corazón
maligno parezca puro: seremos tan perfectos como nuestro Padre en el cielo es
perfecto. Lavados en la sangre del Cordero, no tendremos ninguna mancha ni en
nuestro exterior ni en nuestro interior. Tendremos una justicia completa y,
vestidos con ella, seremos cubiertos con la hermosura de la santidad. Este
vestido es sumamente apropiado, pues es “la justicia de los santos”. Los santos
tienen que tener justicia. Ellos mismos son hechos santos, y por tanto, tienen
que estar adornados con una santidad visible, y lo estarán.
Lo mejor de todo es que
estaremos vestidos en aquel día con lo
que agrada al Esposo. ¿Acaso no recuerdo lo que dijo Él: “Yo te aconsejo
que de mí compres… vestiduras blancas”? Sí, ella se ha acordado de su petición.
Ella no tiene otra cosa que ese “lino resplandeciente” que es la “justicia de
los santos” y en esto Él se deleita. Ella viene al Cordero mostrando el
resultado de Su propia pasión y de Su propio Espíritu y por eso ella es muy
agradable a Sus ojos. El Señor verá en ella el fruto de la aflicción de Su
alma, y quedará satisfecho.
Habré concluido una vez
que haga esta pregunta de nuevo: ¿Confías en el Cordero? Te advierto que si tú
tienes una religión que no contiene nada de la sangre de Cristo, no vale la
pena en absoluto; es mejor que te deshagas de ella pues no te servirá de nada.
Te advierto también que a menos que ames al Cordero no podrás desposarte con el
Cordero, pues Él nunca se desposará con quienes no sienten ningún amor por Él.
Tienes que recibir a Jesús como un sacrificio, o no lo recibirás del todo. Es
inútil decir: “Voy a seguir el ejemplo de Cristo”. No harás nada que se parezca
a eso. Es en vano decir: “Él será mi maestro”. Él no te reconocerá como un
discípulo a menos que tú lo reconozcas como un sacrificio. Tienes que recibirlo
como el Cordero, o habrás terminado con Él. Si tú desprecias la sangre de
Cristo, desprecias toda la persona de Cristo. Cristo no es nada para ti si no
fuera tu expiación. Todos aquellos que esperan ser salvados por las obras de la
ley, o por cualquier otra cosa que no sea Su sangre y Su justicia, se han
descristianizado; no tienen parte en Jesús aquí, ni tendrán parte con Él en el
más allá, cuando tome para Sí a Su propia iglesia redimida para que sea Su
esposa por los siglos de los siglos. Que Dios los bendiga, por Cristo nuestro
Señor. Amén.
Porciones de
Apocalipsis 18: 4-24; 19: 1-9.
Notas
del traductor:
Letters patent: ejecutoria de nobleza, o cédula o
patente de privilegio. Ejecutoria quiere decir título o diploma en que consta
la nobleza de una familia.
Deán: Dignidad catedralicia inmediatamente inferior a
la de obispo.
Connubio: matrimonio.
Traductor: Allan Román
20/Junio/2012
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