El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
Líbrele Ahora
NO.
2029
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Confió en
Dios; líbrele ahora si le quiere; porque ha dicho: Soy Hijo de Dios”. Mateo 27:
43.
Estas palabras son un
cumplimiento de la profecía contenida en el Salmo veintidós. Lean el versículo
siete, “Todos los que me ven me escarnecen; estiran la boca, menean la cabeza,
diciendo: Se encomendó a Jehová; líbrele él; sálvele, puesto que en él se
complacía”. Así cumple nuestro Señor al pie de la letra la antigua profecía.
Es muy doloroso para el
corazón imaginar a nuestro bendito Maestro sumido en Sus agonías de muerte,
rodeado por una soez multitud que le observaba y le escarnecía, que se burlaba
de Su oración e insultaba Su fe. Nada era sagrado para ellos: invadían el lugar
santísimo de Su confianza en Dios, y se mofaban de Él por esa fe en Jehová que
se veían forzados a admitir. ¡Vean, queridos amigos, qué cosa tan maligna es el
pecado, ya que el Portador del pecado sufre tan amargamente para expiarlo!
¡Vean, también, el oprobio del pecado, ya que incluso el Príncipe de Gloria, al
soportar sus consecuencias, es cubierto de desprecio! ¡Adviertan, también, cómo
nos amó! Por nuestra causa Él “sufrió la cruz, menospreciando el oprobio”. Él
nos amó tanto que se dignó sufrir aun el escarnio de la más cruel calaña para
quitar nuestro oprobio y para hacernos capaces de volver nuestra mirada a Dios.
Amados, el tratamiento
que los hombres le dieron a nuestro Señor Jesucristo es la prueba más clara de
la total depravación que se pudiera requerir o descubrir. ¡Tienen que ser en
verdad corazones de piedra los que se pueden reír de un Salvador moribundo, y
aun mofarse de Su fe en Dios! Pareciera que la compasión abandonó a la
humanidad, mientras que la malicia reinó suprema en el trono. Por doloroso que
sea el cuadro, el hecho de pintarlo les hará bien. No van a necesitar ni
lienzo, ni pincel, ni paleta, ni colores. Dejen que sus pensamientos dibujen el
bosquejo, y que su amor llene los detalles; no voy a quejarme si la imaginación
realza el colorido. El Hijo de Dios, a quien los ángeles adoran con rostros
velados, es señalado con dedos desdeñosos por hombres que sacan la lengua y exclaman
burlonamente: “Se encomendó a Jehová; líbrele él; sálvele, puesto que en él se
complacía”.
Mientras vemos así a
nuestro Señor en Su aflicción y en Su oprobio como nuestro Sustituto, no hemos
de olvidar que está también allí como nuestro representante. Lo que en muchos
salmos pareciera estar relacionado con David, descubrimos en los Evangelios que
se refiere a Jesús, nuestro Señor. Con muchísima frecuencia el estudiante del
Salmo se dirá: “¿De quién dice esto el profeta?” Tendrá que desenredar los
hilos algunas veces, y deslindar lo que pertenece a David de lo que está relacionado
con el Hijo de Dios, y con frecuencia será incapaz de desenredar los hilos del
todo, porque son uno, y pudieran estar relacionados tanto con David como con el
Señor de David. Esto tiene el propósito de mostrarnos que la vida de Cristo es
un epítome de la vida de Su pueblo. No sólo sufre por nosotros como nuestro
Sustituto, sino que sufre ante nosotros como nuestro modelo. En Él vemos lo que
tenemos que soportar en nuestra medida. “Como él es, así somos nosotros en este
mundo”. Nosotros también tenemos que ser crucificados para el mundo y debemos
esperar algo de esas pruebas de fe y de esas burlas del escarnio que acompañan
una crucifixión tal. “No os extrañéis si el mundo os aborrece”. También ustedes
deben sufrir fuera de la puerta. No para la redención del mundo, sino para el
cumplimiento de los propósitos divinos en ustedes y a través de ustedes en los
hijos de los hombres, tienen que ser llevados a conocer la cruz y su oprobio.
Cristo es el espejo de la iglesia. Cada miembro del cuerpo tendrá que soportar
también en su medida lo que soportó la cabeza. Leamos el texto bajo esta luz, y
acerquémonos a él diciéndonos: “Vemos aquí lo que Jesús sufrió en lugar nuestro
y por medio de esto aprendemos a amarle con toda nuestra alma. Aquí vemos
también, como en una profecía, cuán grandes cosas hemos de sufrir por Su causa
de manos de los hombres”. Que el Espíritu Santo nos ayude en nuestra meditación,
de modo que al concluirla amemos más ardientemente a nuestro Señor, quien
sufrió por nosotros, y que nos armemos más cuidadosamente con la misma mente
que le permitió soportar tal contradicción de pecadores contra Sí mismo.
Llegando de inmediato al
texto, primero, observen el
reconocimiento con el que comienza el texto: “Confió en Dios”. Los enemigos
de Cristo admitían Su fe en Dios. En segundo lugar, consideren la prueba que es la esencia de la mofa: “Líbrele
ahora si le quiere”. Cuando nuestra mente haya absorbido esas dos cosas,
entonces consideremos por unos momentos la
respuesta a esa prueba y a esa mofa: Dios en efecto libra con seguridad a
Su pueblo; los que confían en Él no tienen ninguna razón para avergonzarse de
su fe.
I. Primero,
entonces, mis amados hermanos, ustedes que conocen al Señor por fe y viven por
confiar en Él, permítanme invitarlos a OBSERVAR EL RECONOCIMIENTO que estos
escarnecedores hacían de la fe de nuestro Señor: “Confió en Dios”. Sin embargo
el Salvador no vestía ningún ropaje peculiar o prenda por los cuales hacía
saber a los hombres que Él confiaba en Dios. Él no era un recluso, ni tampoco
se unió a alguna pequeña célula de separatistas que se jactara de su peculiar
confianza en Jehová. Aunque nuestro Señor estaba apartado de los pecadores, con
todo Él era eminentemente un hombre entre los hombres, y Él entraba y salía en
medio de una multitud como uno de ellos mismos. Su peculiaridad particular era
que “Confiaba en Dios”. Él era tan perfectamente un hombre que, aunque era
indudablemente un judío, no había peculiaridades judías en Él. Cualquier nación
podría reclamarlo pero ninguna nación podía monopolizarlo. Las características
de nuestro género humano están tan palpablemente en Él, que pertenece a toda la
humanidad. Yo admiro a la hermana galesa que era de la opinión que el Señor
Jesús tenía que ser galés. Cuando le preguntaron cómo lo demostraba, ella
respondió que Él le hablaba siempre en galés a su corazón. Sin duda que así era,
y yo puedo, con igual calidez, declarar que Él me habla siempre en inglés.
Hermanos de Alemania, Francia, Suecia, Italia: todos ustedes reclaman que Él
les habla en su propia lengua. Esto era lo especial que le distinguía entre los
hombres: “Confió en Dios”, y vivió la vida que crece naturalmente de la fe en
el Eterno Señor. Esta peculiaridad había sido visible aun para aquella impía
multitud a la que lo que menos le importaba era percibir un punto espiritual de
carácter. ¿Fue algún crucificado saludado así alguna vez por la turba que
presenciaba su ejecución? ¿Se habían mofado antes de alguien esos
escarnecedores por un asunto como éste? No lo creo. Sin embargo, la fe había
sido tan manifiesta en la vida cotidiana de nuestro Señor que la multitud
gritaba en voz alta: “Confió en Dios”.
¿Cómo lo sabían? Yo
supongo que no podían evitar ver que le
daba gran prominencia a Dios en Su enseñanza, en Su vida y en Sus milagros.
Siempre que Jesús hablaba se trataba siempre de una plática piadosa; y si bien
no era siempre claramente acerca de Dios, era siempre acerca de cosas que se
relacionaban con Dios, que venían de Dios, que conducían a Dios y que
engrandecían a Dios. Un hombre puede ser juzgado imparcialmente por aquello a
lo que le da la mayor prominencia. La pasión gobernante es un indicador justo
del corazón. ¡Qué gobernante del alma es la fe! Influencia al hombre así como
el timón guía a la nave. Una vez que un hombre comienza a vivir por la fe en
Dios, ella colora sus pensamientos, domina sus propósitos, condimenta sus
palabras, le da un tono a sus acciones, y sale a relucir en todo por medios
sumamente naturales y espontáneos, hasta que los hombres perciben que están
tratando con un varón que le da mucha prominencia a Dios. El mundo incrédulo
dice abiertamente que no hay ningún Dios, y los menos descarados, que admiten
Su existencia, lo reducen a una figura muy pequeña, tan pequeña que no afecta
sus cálculos; pero para el verdadero cristiano, Dios no solamente es mucho,
sino todo. Para nuestro Señor Jesús Dios era todo en todo; y cuando llegas a
estimar a Dios como Él lo hacía, entonces el más descuidado espectador pronto
comenzará a decir de ti: “Confió en Dios”.
Además de observar que
Jesús le daba mucha prominencia a Dios, los hombres llegaron a notar que era un varón confiado, pero que no estaba lleno
de confianza en Sí mismo. Ciertas personas son muy orgullosas porque se han
hecho a sí mismas. Voy a darles el crédito de admitir que adoran de todo
corazón a su hacedor. El ‘yo’ las hizo y esas personas adoran al ‘yo’. Contamos
entre nosotros con individuos que son autosuficientes, y que son casi suficientes
en absolutamente todo; ellos miran con desprecio a quienes no tienen éxito,
pues ellos sí pueden tener éxito en cualquier parte, en cualquier cosa. El mundo
es para ellos un balón de futbol que pueden patear como les plazca. Si no se
elevan a la más prominente eminencia es simplemente por lástima por el resto de
nosotros, que deberíamos recibir una oportunidad. ¡Un barril de suficiencia se
fermenta dentro de sus costillas! No había nada de ese tipo de cosas en nuestro
Señor. Aquellos que le observaban no dijeron que tenía una gran confianza en Sí
mismo y un noble espíritu de seguridad en Sí mismo. ¡No, no! Dijeron: “Confió
en Dios”. Cuando hablaba, no hablaba de Sí mismo, y de las grandiosas obras que
realizó nunca se jactó, sino que dijo: “el Padre que mora en mí, él hace las
obras”. Él era alguien que confiaba en Dios, no alguien que se jactaba en el
‘yo’. Hermanos y hermanas, yo deseo que ustedes y yo seamos precisamente de ese
orden. La confianza en uno mismo es la muerte de la confianza en Dios; la
confianza en el talento, en el tacto, en la experiencia y en cosas de ese tipo
mata a la fe. ¡Oh, que sepamos lo que la fe significa, y que así miremos fuera
de nosotros mismos y nos despojemos de la perversa confianza que mira en el
interior!
Por otro lado, podemos
recordar sabiamente que, a la vez que nuestro Señor Jesús no estaba confiado en
Sí mismo, Él confiaba, y no estaba de ninguna manera abatido: Él nunca estaba
desanimado. No cuestionaba Su comisión, ni perdía la esperanza de cumplirla.
Nunca dijo: “Tengo que renunciar; jamás podré tener éxito”. No; “Confió en
Dios”. Y este es un gran punto en la operación de la fe, que mientras nos
preserva del engreimiento, igualmente nos preserva del miedo debilitador. Cuando
nuestro bendito Señor afirmó Su rostro; cuando, estando desconcertado, regresó
al conflicto; cuando, siendo traicionado, Él aun perseveró en Su amor, entonces
los hombres no pudieron evitar ver que Él confiaba en Dios. Su fe no era una
mera repetición de un credo, o de una profesión de fe, sino que era una
confianza infantil en el Altísimo. ¡Que la nuestra sea del mismo orden!
Es evidente que el Señor
Jesús confiaba en Dios abiertamente, puesto
que aun aquella turba escarnecedora lo proclamó. Algunas buenas personas
procuran ejercer la fe a hurtadillas: la practican en cómodos rincones, y en
horas solitarias, pero tienen miedo de hablar mucho delante de otros por miedo
de que su fe no vea cumplida la promesa. No se atreven a decir con David: “En
Jehová se gloriará mi alma; lo oirán los mansos, y se alegrarán”. Este sigilo
le roba a Dios Su honra. Hermanos, nosotros no glorificamos a Dios como debería
ser glorificado. Confiemos en Él, y reconozcámosle. ¿Por qué debería
avergonzarnos? Retemos a combate a la tierra y al infierno. Dios, el fiel y
verdadero, merece que se confíe en Él ilimitadamente. Confíenle todo a Él, y no
se avergüencen por haberlo hecho. Nuestro Salvador no se avergonzaba de confiar
en Su Dios. En la cruz, Él clamó: “El que me hizo estar confiado desde que
estaba a los pechos de mi madre”. Jesús vivía por fe. Estamos seguros de que lo
hacía pues en
En el Salmo veintidós,
David representa a los enemigos como diciendo de nuestro Señor: “Confió que
Dios le libraría”. Esta fe práctica tiene
la seguridad de ser conocida doquiera que esté en operación, porque es
sumamente rara. Multitudes de personas tienen un tipo de fe en Dios, pero no
llega al punto práctico de confiar que Dios los librará. Veo en los titulares
de los periódicos: “¡Noticias
Sorprendentes! ¡Seres Humanos en los Planetas!” No es un descubrimiento muy
práctico. Durante muchos días ha habido una tendencia a referir las promesas de
Dios y nuestra fe a los planetas, o a algún lugar más allá de esta presente
vida cotidiana. Nos decimos: “Oh, sí, Dios libra a Su pueblo”. Queremos decir
que así lo hizo en los días de Moisés, y posiblemente pudiera estarlo haciendo
ahora en alguna ignota isla del océano. ¡Ah!, la gloria de la fe estriba en que
es apta para el uso cotidiano. ¿Puede decirse de ti: “Confió en que Dios le
libraría”? ¿Tienes la clase de fe que te hará confiar en el Señor en la
pobreza, en la enfermedad, en el luto, en la persecución, en la calumnia y en
el desprecio? ¿Tienes tú una confianza en Dios que te sostenga en una vida
santa al costo que sea, y en un servicio activo aun más allá de tus fuerzas?
¿Puedes confiar en Dios definitivamente acerca de esto y de aquello? ¿Puedes
confiar acerca del alimento, y el vestido y el hogar? ¿Puedes confiar en Dios incluso
acerca de tus zapatos, que serán hierro y bronce, y acerca de los cabellos de
tu cabeza, que todos ellos están contados? Lo que necesitamos es menos teoría y
una confianza más real en Dios.
La fe del texto era personal: “Que le libraría”. Bendita es esa fe que
puede extender su brazo de compasión alrededor del mundo, pero esa fe tiene que
comenzar en casa. ¿De qué serviría el brazo más largo si no estuviera fijado al
hombre mismo en el hombro? Si no hay fe en ti mismo, ¿qué fe puedes tener
acerca de otros? “Confió en que el Señor le libraría”. Vamos, amado, ¿tienes
una fe así en el Dios viviente? ¿Confías que Dios te salve por medio de Cristo
Jesús? Sí, tú pobre ser indigno, el Señor te librará si confías en Él. Sí,
pobre mujer u hombre desconocido, el Señor puede ayudarte en tu tribulación
presente, y en cada una de las otras, y hará eso si confías en Él para ese fin.
Que el Espíritu Santo te guíe a confiar primero en el Señor Jesús para el
perdón del pecado, y luego a confiar en Dios para todo.
Hagamos una pausa por un
minuto. Si un hombre confía en Dios, no en ficción sino de hecho, descubrirá
que tiene una sólida roca bajo sus pies. Si confía sus propias necesidades
cotidianas y sus pruebas, tengan la seguridad de que el Señor realmente
aparecerá para él, y no se verá decepcionado. Una confianza así en Dios es algo
muy razonable; su ausencia es
sobremanera irrazonable. Si hay un Dios, Él sabe todo lo concerniente a mi
caso. Si Él hizo mis oídos, puede oírme; si Él hizo mis ojos, puede verme y por
tanto, percibe mi condición. Si es mi Padre, como Él dice que lo es,
ciertamente cuidará de mí y me ayudará en mi hora de necesidad si puede. Y estamos
seguros de que puede, pues Él es omnipotente. ¿Hay algo irrazonable, entonces,
en confiar en que Dios nos librará? Me aventuro a decir que si todas las
fuerzas en el universo se conjuntaran, y todos los amables intentos de todos
los que son nuestros amigos se sumaran y fuéramos entonces a confiar en esas
fuerzas e intentos unidos no tendríamos ni una milésima parte de justificación
para nuestra confianza como cuando dependemos de Dios, cuyos propósitos y
fuerzas son infinitamente mayores que los de todo el resto del mundo. “Mejor es
confiar en Jehová que confiar en el hombre. Mejor es confiar en Jehová que
confiar en príncipes”. Si ves las cosas a la blanca luz de la razón pura, es
infinitamente más razonable confiar en el Dios viviente que en todas Sus
criaturas tomadas en su conjunto.
Ciertamente, queridos
amigos, es extremadamente consolador confiar
en Dios. Yo encuentro que así es, y por eso hablo. Echar tu carga sobre el
Señor, puesto que Él te sustentará, es una bendita manera de quedar libre de
cuidados. Sabemos que Él es fiel, y que es tan poderoso como es fiel, y nuestra
dependencia de Él es el sólido fundamento de una profunda paz.
A la vez que es
consolador, también es edificante. Si
confías en los hombres, en los mejores hombres, es probable que seas humillado
por tu confianza. Somos propensos a adular servilmente a quienes nos protegen.
Si tu prosperidad depende de la sonrisa de una persona, eres tentado a rendirle
pleitesía aun cuando sea inmerecida. El antiguo refrán menciona a una cierta
persona diciendo “que sabe lo que le conviene”. Miles son degradados
prácticamente por confiar en los hombres. Pero cuando nuestra confianza se
apoya en el Dios viviente somos elevados por ello; subimos tanto moral como espiritualmente.
Te puedes postrar en la más profunda reverencia delante de Dios, y con todo, no
habrá ninguna adulación. Puedes yacer en el polvo delante de
Esta confianza en Dios
hace fuertes a los hombres. Yo le
aconsejaría al enemigo que no se oponga al hombre que confía en Dios. A la
larga será derrotado, tal como Amán lo descubrió con Mardoqueo. Amán había sido
advertido de eso por Zeres, su esposa, y por sus varones sabios, que le dijeron:
“Si de la descendencia de los judíos es ese Mardoqueo delante de quien has
comenzado a caer, no lo vencerás, sino que caerás por cierto delante de él”. No
contiendas con un hombre que tiene a Dios a sus espaldas. Hace años los
habitantes de Menton deseaban liberarse del dominio del Príncipe de Mónaco.
Ellos, por tanto, expulsaron a su agente. El príncipe vino con su ejército, uno
no muy grande por cierto, pero aun así, formidable para los mentoneses. Yo no
sé qué no estaría dispuesto a hacer el excelso y poderoso joven príncipe; pero
llegaron las noticias de que el rey de Cerdeña se acercaba por la retaguardia
para ayudar a los mentoneses y por tanto, su señoría de Mónaco, muy
prudentemente, se retiró a su propia roca. Cuando un creyente se mantiene firme
en la lucha contra el mal, puede estar seguro de que el Señor de los ejércitos
no estará lejos. El enemigo oirá el galope de los cascos de Su caballo y el
sonido de Su trompeta, y huirá delante de Él. Por tanto, tengan ánimo y
obliguen al mundo a que diga de ustedes: “Confió en que Dios le libraría”.
II. En
segundo lugar, quiero que me sigan brevemente para considerar
Una prueba semejante le
vendrá a todos los creyentes. Pudiera venir como una burla de los enemigos;
vendrá ciertamente como una prueba de su fe. El archienemigo seguramente
siseará: “Líbrele él; sálvele, puesto que en él se complacía”.
Esta burla tiene la apariencia de ser muy lógica, y en
verdad, en cierta medida, sí lo es. Si Dios ha prometido librarnos, y nosotros
hemos profesado abiertamente creer en la promesa; es muy natural que otros
digan: “Veamos si en efecto le libra. Este hombre cree que el Señor le ayudará;
y tiene que ayudarle, o de otra manera la fe del hombre es un engaño”. Este es
el tipo de prueba a la que nosotros mismos habríamos sujetado a otros antes de
nuestra conversión, y no podemos objetar ser probados nosotros mismos de la misma
manera. Tal vez nos inclinemos a huir de la terrible experiencia, pero este
rehusarnos debería ser un solemne llamado a cuestionar lo genuino de esa fe que
tenemos miedo de probar. “Confió en que Dios”, dice el enemigo, “le libraría;
líbrele ahora”; y ciertamente, por malicioso que sea el designio, no hay forma
de escapar de la lógica del reto.
Es peculiarmente doloroso que se te recalque esta
severa inferencia en la hora de la aflicción. Debido a que uno no puede negar la
imparcialidad de la apelación, es tanto más penosa. En el tiempo de depresión
espiritual es duro que se cuestione la fe de uno, o que la base sobre la cual
se apoya sea convertida en una materia de disputa. Ya sea estar equivocado en
la creencia de uno, o no tener ninguna fe real, o encontrar que la base de la
fe de uno falla, es algo sobremanera penoso. Sin embargo, ya que nuestro Señor
no se libró de esta terrible prueba, no debemos esperar librarnos de ella y
Satanás sabe bien cómo elaborar estas preguntas, hasta que su veneno hace arder
la sangre. “Se encomendó a Jehová; líbrele él; sálvele”; él arroja este dardo
de fuego al interior del alma, hasta que el hombre queda gravemente herido y
apenas puede mantenerse firme.
La burla es
especialmente mordaz y personal. Está
expresada así: “Se encomendó a Jehová; líbrele
él”; “No nos vengas con tus desatinos acerca de que Dios ayuda a todos Sus
elegidos. He aquí un individuo que es uno de Su pueblo. ¿Le ayudará? No nos hables grandes cosas acerca de Jehová en el Mar
Rojo, o en el Desierto del Sinaí, o acerca de Dios ayudando a Su pueblo en
épocas pasadas. He aquí un hombre vivo ante nosotros que se encomendó a Jehová
para que le librara: líbrele ahora”.
Ustedes saben cómo Satanás escogerá a uno de los más afligidos, y apuntando su
dedo hacia él clamará: “Líbrele ahora”.
Hermanos, la prueba es justa. Dios será fiel a cada creyente. Si cualquier hijo
de Dios pudiera perderse, sería más que suficiente para capacitar al demonio
para arruinar toda la gloria de Dios para siempre. Si fallara alguna promesa de
Dios para uno de Su pueblo, esa única falla bastaría para echar a perder la
veracidad del Señor para toda la eternidad; lo publicarían en la “Gazeta
Diabólica”, y en cada calle de Tofet aullarían proclamando: “Dios ha fallado. Dios
ha quebrantado Su promesa. Dios ha cesado de ser fiel a Su pueblo”. Sería
entonces un horrible reproche: “Se encomendó a Jehová para que le librara, pero
Él no lo libró”.
Mucho énfasis radica en
que la prueba está expresada en el tiempo
presente: “Se encomendó a Jehová; líbrele él; sálvele ahora”. Te veo a Ti, oh Señor Jesús. Ahora no estás en el desierto
donde el diablo te está diciendo: “Si eres Hijo de Dios, dí que estas piedras
se conviertan en pan”. No. Tú estás clavado al madero. Tus enemigos te han
cercado. Los legionarios de Roma están al pie de la cruz, los escribas y fariseos
y judíos furiosos te asedian. ¡No hay escapatoria de la muerte para Ti! De aquí
sus gritos: “Líbrele ahora”. ¡Ah,
hermanos y hermanas!, es así como Satanás nos ataca, usando nuestras presentes
y oprimentes tribulaciones como las púas de sus flechas. Con todo, aquí también
hay razón y lógica en el reto.
Si Dios no libra a Sus
siervos en un momento así como también en cualquier otro, no ha guardado Su
promesa. Pues un hombre de verdad es siempre veraz, y una promesa dada una vez
permanece siempre. Una promesa no puede ser quebrantada de vez en cuando, y sin
embargo, que el honor de la persona que la ofrece se mantenga porque la guarda
en otros momentos. La palabra de un hombre verdadero permanece siempre siendo
buena. Es buena ahora. Esta es
lógica, amarga lógica, lógica de frío acero, lógica que parece cortar a lo
largo de tu columna vertebral y que parte tu espinazo. “Se encomendó a Jehová;
líbrele él; sálvele ahora”. Con todo, esta rígida lógica puede convertirse en
consuelo. Yo les relaté el otro día una historia del hermano que estaba en
Guy’s Hospital a quien los doctores le dijeron que tenía que someterse a una
operación que era extremadamente peligrosa. Le dieron una semana de plazo para
que considerara si se sometería a ella. Él estaba turbado por su joven esposa e
hijos, y por su obra para el Señor. Un amigo le dejó un ramo de flores, con
este versículo como su lema: “Se encomendó a Jehová; líbrele ahora”. “Sí”
–pensó él- “ahora”. Se arrojó en
oración sobre el Señor y sintió en su corazón: “Vamos, doctores, estoy listo
para ustedes”. Cuando llegó la mañana siguiente, rehusó recibir cloroformo,
pues deseaba ir al cielo en sus sentidos. Soportó virilmente la operación, y vive
todavía. “Se encomendó a Jehová; líbrele él” en ese instante, y el Señor lo
hizo. En esto estriba lo más arduo de la batalla.
Un cristiano puede
fracasar en su negocio, puede dejar de suplir todos los pedidos, y entonces
Satanás grita: “Líbrele ahora”. El
pobre hombre ha estado sin trabajo durante dos o tres meses, hollando las
calles de Londres hasta gastar la suela de sus botas; se ha quedado ya sin un
centavo. Me parece oír la risa del Príncipe de
Queridos amigos, no
debemos temer esta burla si es realizada por adversarios, pues, después de
todo, la prueba nos llegará independientemente de cualquier malicia, pues es inevitable. Toda la fe que tienes será
probada. Puedo ver que la estás acumulando. ¡Cuán rico eres! ¡Qué cantidad de
fe! ¡Amigo, eres casi perfecto! Abre la puerta del horno e introduce ese
montón. ¿Rehúyes? ¡Mira cómo se consume! ¿Queda algo? Trae aquí una lupa.
¿Acaso es esto todo lo que queda? Sí, esto es todo lo que permanece del montón.
Tú dices: “Confié en Dios”. Sí, pero tenías razón en clamar: “Señor, ayuda mi
incredulidad”. Hermanos, no tenemos ni una fracción de la fe que pensamos que
tenemos. Pero sea como sea, toda nuestra fe tiene que ser probada. Dios sólo
construye los buques que envía al mar. En la vida, en las pérdidas, en el
trabajo, en el llanto, en el sufrimiento o en el esfuerzo, Dios encontrará un
crisol apropiado para cada grano de la preciosa fe que nos ha dado. Entonces
vendrá a nosotros y dirá: ‘tú confiaste en que Dios te libraría, y serás
librado ahora. ¡Cómo abrirás tus ojos cuando veas la mano del Señor de la
liberación! ¡Qué varón de maravillas serás tú cuando, en tus años de mayor
madurez, le cuentes a la gente joven cómo te libró el Señor! Vamos, hay algunos
cristianos que conozco que, igual que el viejo marinero, podían retener incluso
a un convidado a una boda con sus historias de los prodigios de Dios en el
abismo.
Sí, la prueba vendrá
repetidamente. Los sarcasmos de los adversarios sólo han de prepararnos para
las más severas pruebas del juicio venidero. Oh mis queridos amigos, examinen
su religión. Algunos de ustedes tienen mucha religión, pero, ¿qué hay de su
calidad? ¿Puede tu religión resistir la prueba de la pobreza, del escándalo y del
escarnio? ¿Puede resistir la prueba del sarcasmo científico y del desprecio de
los ilustrados? ¿Resistirá tu religión la prueba de una larga enfermedad
corporal y de una depresión espiritual motivada por la debilidad? ¿Qué estás
haciendo en medio de las pruebas comunes de la vida? ¿Qué harás en las crecidas
del Jordán? Examina bien tu fe, puesto que todo pende de allí. Algunos de
nosotros que hemos yacido postrados durante semanas seguidas mirando a través
del fino velo que nos aparta de lo invisible, hemos sido conducidos a sentir
que nada nos bastará excepto una promesa que responda a la burla: “Que le libre
ahora”.
III. Queridos
amigos, en tercer lugar, voy a concluir notando
La zarza ha ardido de
otras maneras y, sin embargo, no ha sido consumida. Recuerden las multiplicadas
y multiformes tribulaciones de Job. Sin embargo, Dios le sustentó hasta el fin
de manera que no acusó a Dios neciamente, sino que mantuvo firme su fe en el
Altísimo. Si fueras llamado alguna vez a experimentar las aflicciones de Job,
también serás llamado a recibir la gracia sustentadora de Job. Algunos de los
siervos de Dios han sido derrotados en su testimonio. Ellos han dado un
testimonio fiel de Dios, pero han sido rechazados por los hombres. Su porción,
como Casandra, ha sido profetizar la verdad, pero sin que se les creyera. Así fue
Jeremías, quien nació a una herencia de escarnio por parte de aquellos cuyo beneficio
buscaba. Con todo, él fue librado. No rehusó ser fiel. Su valentía no podía ser
silenciada. Él fue librado mediante la integridad.
Hombres piadosos han
sido despreciados y tergiversados, y sin embargo, han sido librados. Recuerden
a David y a sus envidiosos hermanos, a David y al maligno Saúl, a David cuando
sus hombres hablaban de apedrearle. Sin embargo, el arrancó la cabeza del
gigante; sin embargo, él llegó al trono; sin embargo, el Señor le construyó una
casa.
Algunos de los siervos
de Dios han sido perseguidos implacablemente, pero Dios los ha librado. Daniel
salió de la cueva de los leones, y los tres santos varones de en medio del
horno de fuego ardiendo. Estos son sólo uno o dos casos de entre millones de
personas que confiaron en Dios y Él las libró. El Señor los libra de todo tipo
de males. Dios llevó a esa multitud de testigos a través de todas sus
tribulaciones hasta Su trono, donde reposan con Jesús y comparten el triunfo de
su Señor en este preciso día. Oh, tímido hermano mío, no te ha sucedido nada
que no sea común a los hombres. Tu batalla no es diferente de la guerra del
resto de los santos, y así como Dios los ha librado a ellos, a ti también te
librará en vista de que pusiste tu confianza en Él.
Pero las formas de liberación de Dios son Suyas
propias. Él no libra de acuerdo a la traducción impuesta sobre la palabra
“liberación” por la soez muchedumbre. Él no libra de acuerdo a la
interpretación dada a la palabra “liberación” por nuestra cobarde carne y
sangre. Él libra, pero lo hace a Su manera. Permítanme comentar que si Dios nos libra a ti a mí de la misma
manera en que libró a Su propio Hijo, no podemos tener ningún motivo de queja. Si
la liberación que Él nos concedió es del mismo tipo de la que le concedió al
Unigénito, muy bien haríamos en estar contentos. Bien, ¿qué tipo de liberación
fue aquella? ¿Acaso el Padre arrancó de la tierra la cruz? ¿Acaso procedió a
extraer los clavos de las sagradas manos y pies de Su amado Hijo? ¿Acaso lo
puso sobre aquella “verde colina lejana, más allá del muro de la ciudad”, y
colocó en Su mano una espada de fuego para que hiriera a Sus adversarios?
¿Ordenó que la tierra se abriera y engullera a todos Sus enemigos? No; nada de
eso. Jehová no intervino para ahorrarle a Su Hijo ni un solo dolor, sino que
dejó que muriera. Permitió que le bajaran muerto de la cruz y que fuese colocado
en una tumba. Jesús siguió adelante con Su sufrimiento hasta el amargo fin. Oh
hermanos y hermanas, esta pudiera ser la forma que Dios tiene de librarnos. Hemos
confiado en que Dios nos libraría, y Su interpretación de Su promesa es que Él
nos capacitará para seguir adelante con la prueba; vamos a sufrir hasta el
final, y haciéndolo, vamos a triunfar.
Sin embargo, la manera
que Dios tiene de librar a los que confían en Él es siempre la mejor manera. Si el Padre hubiese bajado a Su Hijo de la
cruz, ¿cuál habría sido el resultado? Una redención incumplida, una incompleta
labor de salvación, y el regreso de Jesús con la obra de Su vida inacabada.
Esto no habría sido liberación, sino derrota. Era mucho mejor que nuestro Señor
Jesús muriera. Ahora Él ha pagado el rescate por Sus elegidos, y habiendo
cumplido con el gran propósito de la expiación, durmió un tiempo en el corazón
de la tierra, y ahora ha ascendido a Su trono en las glorias sin fin del cielo.
Fue una liberación del tipo más pleno, pues de los dolores de Su muerte ha
venido el gozo de vida para Sus redimidos. No es la voluntad de Dios que cada
monte sea allanado, sino que seamos más fuertes para escalar el Collado
Dificultad. Dios librará; tiene que librar, pero en nuestro caso, como en el
caso de nuestro Señor, lo hará de la mejor manera posible.
Como quiera que sea, Él
librará a Sus escogidos; la mofa del adversario no provocará que nuestro Dios
olvide o pase por alto a Su pueblo. Yo sé que el Señor no me fallará como
tampoco le fallará a ningún otro de Sus siervos. Él no abandonará a un fiel
testigo a Sus adversarios. “Yo sé que mi Vengador vive, y al fin se levantará
sobre el polvo; y aunque después de que los gusanos de mi piel destruyan este
cuerpo, en mi carne he de ver a Dios; al cual veré por mí mismo, y mis ojos lo
verán, y no otro; aunque mi corazón desfallece dentro de mí”. ¿Es ésta también
tu confianza? Entonces no te sientes en aflicción, ni actúes como si
desesperaras. Compórtense como hombres. Sean fuertes, no teman. Arrójense sobre
el amor que nunca cambia y nunca desfallece, y el Señor responderá todos los
denuestos del Rabsaces, y las fanfarronerías de Senaquerib.
Hay momentos en los que
podemos usar este texto para nuestro consuelo. “Que le libre ahora”, dice el
texto, “si le ama”. Ustedes, queridos amigos, que no han creído nunca antes en
el Señor Jesucristo, ¡cómo quisiera que le probaran ahora! Tú te sientes esta
mañana lleno de pecado y lleno de necesidad. Ven, entonces, y confía en el
Salvador ahora. Comprueba si no te
salva ahora. ¿Hay algún día en el año
en el que Jesús no pueda salvar a un pecador? Ven y ve si el 17 de Junio es ese
día. Comprueba si no libra ahora de
la culpa, del castigo y del poder del pecado. ¿Por qué no venir? Tal vez nunca
antes hayas estado en el Tabernáculo, y cuando venías en camino esta mañana no
pensabas en encontrar al Salvador. ¡Oh, que el Salvador te encuentre! Jesucristo
es un Salvador cada día, y a lo largo de todo el año. Quienquiera que venga a
Él, encontrará vida eterna ahora. “Oh”,
dices tú, “me encuentro en un estado tan inapropiado; me encuentro revestido de
mi descuido e impiedad. Date prisa, amigo, ven tal como estás. No te demores
esperando mejoras y arreglos, pues Jesús te dará esas cosas; ven y pon tu
confianza en el grandioso Sacrificio por el pecado, y Él te librará y te
librará ahora. ¡Señor, salva al
pecador, ahora!
Otros entre ustedes son hijos
de Dios, pero atraviesan una tribulación peculiar. Bien, ¿qué vas a hacer? Tú
siempre has confiado en Dios antes; ¿vas a dudar de Él ahora? “Oh mi querido
amigo, no conoces mi angustia; soy la persona más afligida en el Tabernáculo”.
Puede ser que así sea, pero tú has confiado en el Señor los pasados veinte años
y no creo que hubieras visto alguna causa justa para negarle tu confianza
ahora. ¿Dijiste que le has conocido desde tu juventud? ¡Qué!, ¿tienes setenta
años? Entonces estás demasiado cerca del hogar para comenzar a desconfiar de tu
Padre celestial. Eso es inaceptable. Has estado en alta mar y has capeado
muchas tormentas en medio del océano, ¿y vas a ahogarte ahora en una zanja? No
pienses así. El Señor te librará incluso ahora. No supongamos que hemos llegado
al punto en que el amor ilimitado y la sabiduría infinita no pueden alcanzarnos.
No imagines haber saltado sobre una cornisa de roca tan alta como para quedar
fuera del alcance del brazo sempiterno. Si hubieras hecho eso yo todavía
clamaría: arrójate en los brazos de Dios y confía en que no permitirá que seas
destruido.
Pudiera ser que algunos
de nosotros tengamos problemas acerca de la iglesia y la fe. Hemos defendido la
verdad de Dios tan bien como hemos podido, y hemos hablado en contra del error
fatal; pero la astucia y los números han estado en contra nuestra, y en el
presente las cosas parecen haber salido mal. Los buenos son tímidos, y los
malos son falsos. Dicen: “Confió en Dios; que le libre ahora”. Señores, Él nos
librará ahora. Involucraremos nuestra alma una vez más en esta batalla, y
veremos si el Señor no vindica Su verdad. Si no hemos hablado en nombre de Dios
nos contentamos con regresar al polvo de donde brotamos; pero si hemos
proclamado la verdad de Dios, desafiamos a la confederación entera para
prevalecer contra ella.
Acaso me esté dirigiendo
a algún misionero que se está lamentando por un tiempo de gran tribulación en
una misión que es muy querida para su corazón. ¡Ah, querido amigo! Cristo
pretendía que el Evangelio repita Su propia experiencia y que luego triunfe
como Él mismo. El Evangelio vive cuando se le da muerte y conquista por
derrota. Arrójenlo donde quieran, y siempre caerá de pie. No han de temer por
él bajo ninguna prueba. Justo ahora la sabiduría del hombre es su peor enemiga,
pero el Señor lo librará ahora. El
Evangelio vive y reina. Proclamen entre los paganos que el Señor reina desde el
madero, y desde ese madero de la maldición Él dicta Su mandamientos supremos.
El mismísimo día en que Jesús murió, llevó consigo a Su reino y a Su paraíso
más íntimo a un ladrón que había estado colgado a Su lado. Él vive y reina por
los siglos de los siglos, y llama a Sí a todo aquel que ha elegido. ¡Ahoguemos
las burlas del adversario con nuestros gritos de Aleluya! El Señor reinará por
los siglos de los siglos. Aleluya. ¡Amén!
Porción de
Traductor: Allan Román
28/Abril/2014