El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano
Boca  y  Corazón


NO. 1898

Sermón predicado la mañana del Domingo 25 de Abril, 1886

por Charles Haddon Spurgeon

En el Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres

"Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo." -- Romanos 10:9.

Sermones
La gran ocupación de Pablo era salvar almas. Cuando hacía cualquier otra cosa, nunca olvidaba su meta: "para que de todos modos salve a algunos." Cualquiera que fuera su objetivo al escribir sus epístolas, siempre se cuidaba de escribirlas de tal manera, que los hombres pudieran ser llevados al Señor Jesús por medio de su enseñanza. Trataba de predicar de tal modo que las conciencias atribuladas pudieran encontrar la paz, por medio de Jesucristo su Señor, a quien Pablo amaba tanto.

Esta es una de las razones por las que a menudo nos da resúmenes valiosos del Evangelio, empacando toda la verdad en cápsulas. Él sabía que estas cápsulas son sumamente útiles, y así las preparaba para sus hermanos, de la misma manera que uno prepara viandas portátiles y leche condensada para los viajeros. Cuando el lector encuentra una frase compacta de este tipo, se ha encontrado con una pequeña Biblia, una Teología Sistemática en miniatura.

Contemplen la historia completa del amor redentor contada en una línea o dos, fácil de entenderse, estructurada para recordarse, y calculada para que se quede grabada. Quien compone resúmenes cortos e impresionantes de la verdad del Evangelio puede estar trabajando tan efectivamente para la salvación de los hombres, como alguien que predica sermones suplicantes y conmovedores.

En este capítulo Pablo ha presentado el Evangelio de una manera notablemente sencilla, simple y abreviada. Él es un maestro para resumir temas; y nuestro texto es una muestra de su poder. Pablo nos da aquí el plan de salvación prácticamente en una línea: "si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo."

Yo deseo predicar en ese mismo espíritu en el que Pablo escribió, teniendo por objetivo desde mi primera palabra hasta la última, la conversión de cualquiera de las personas aquí presentes que todavía no haya conocido al Señor. Pido a Dios que todos tomemos con seriedad este asunto, y lo veamos con verdadero interés. ¡Espero que ustedes tengan la determinación de venir a este punto, y no duden más! Cuánto gozo sentiría yo si alguno de ustedes se dijera a sí mismo "Voy a correr en el camino, tan pronto pueda verlo. Voy a tomar lo que se me pone enfrente, tan pronto pueda entenderlo. No voy a dudar más ni voy a tomarlo a la ligera, sino que voy a tratar con solemnidad las cosas solemnes, ¡para que este día pueda encontrar paz con Dios!"

No voy a entrar en ninguna exposición a fondo de las profundas cosas de Dios, sino que me voy a apegar a esos asuntos sencillos por medio de los cuales viene la salvación a hombres sencillos y a mujeres sencillas. ¡Oh, que el Espíritu de Dios bendiga mis palabras para la inmediata conversión de quienes me escuchan!

I. Quiero que observen en nuestro texto, en primer lugar, que el Evangelio predicado aquí por Pablo es un Evangelio de fe; y ESTE EVANGELIO DE FE ESTÁ DESTINADO EVIDENTEMENTE PARA LOS HOMBRES PERDIDOS. Observen que dice: "si creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo." Cuando Moisés escribió la ley, él habló de la obediencia al mandamiento como lo que resguardaba la vida; pues él dijo: "Haz esto y vivirás." Era presupuesto en la ley que aquellos para quienes la ley fue dada, ya poseían vida; y el cumplimiento de la ley sólo los preservaba en la vida que ya poseían. Leemos en el versículo cinco de este capítulo: "Porque de la justicia que es por la ley Moisés escribe así: El hombre que haga estas cosas, vivirá por ellas." Ustedes ven que la ley mantiene la vida para quienes ya tienen suficiente vida para hacer buenas obras.

El Evangelio viene a nosotros bajo otro aspecto muy diferente: no considera que tengamos vida, sino que nos considera como necesitados de esa vida. El Evangelio no viene a nosotros como a siervos que necesitan que se les diga cómo deben continuar viviendo; sino como a pecadores muertos que necesitan que se les dé vida, y luego necesitan ser conservados con vida y ser preservados en un estado feliz y santo. El Evangelio no solamente dice que viviremos por él, sino que seremos salvos por él, promesa que es más profunda y más amplia. Cuando se dice que "serás salvo" esto implica que hemos caído en una condición perdida, arruinada y de condenación, y el Evangelio nos saca de esa condición.

Es conveniente comenzar predicando el Evangelio estableciendo de manera clara a quiénes es enviado este Evangelio. Es enviado a ti que lo necesitas: es enviado, por tanto, a ti que estás perdido; porque si tú no estás perdido, no necesitas salvación. Si no has caído, no necesitas ser restaurado; si no has pecado, no necesitas perdón; si no estás lejos de Dios, no necesitas ser traído cerca de Dios por la sangre de Cristo. El Evangelio de salvación es enviado a quienes están bajo la maldición de la ley y deben pagar sus sanciones. ¡Qué mensaje de gozo es este! Escúchalo, tú que tienes tu corazón quebrantado, y anímate. A ti proclamamos el don inmerecido de Dios.

Algunos piensan que debemos predicarles un tipo de ley más benigna, un camino más fácil de obras, una dispensación corregida; pero, al contrario, nosotros no les predicamos exigencias sino dones, no la ley sino el amor. Nuestro Evangelio es verdaderamente buenas nuevas. Venimos para decir a los hombres, no lo que ellos deben hacer para Dios, sino más bien lo que Dios ha hecho por ellos. No hablamos de lo que los hombres deben traer a Jesús, sino de lo que Jesús les ha traído y que ofrece de manera libre y gratuita para que lo acepten. Escuchen entonces ustedes que necesitan salvación: este Libro es para ustedes; el Cristo revelado por este Libro es para ustedes; el Espíritu de Dios que da testimonio de Cristo es para ustedes. ¡Ah, ustedes culpables, ustedes auto-condenados, ustedes que están completamente descorazonados, es a ustedes a quienes se predica hoy el Salvador resucitado!

Jesús vino para traer salvación. ¡Cuán grandiosa es esa palabra! El texto dice que el creyente "será salvo"; salvo es una palabra de pocas letras pero que tiene un amplio significado. ¿Qué quiere decir ser salvo? Quiere decir ser salvado del castigo de todos tus pecados, ser salvado de ir al infierno, ser salvado de las tinieblas y de la oscuridad eternas, ser salvado de la ira sin fin del Altísimo, ser salvado de la segunda muerte cuyo terror es el infierno del infierno. Quien confiese al Señor Jesús y crea que Dios le ha levantado de los muertos, será salvo de las consecuencias penales de su culpa.

Mejor aún, serás salvo del pecado mismo. La criminalidad y culpabilidad del pecado serán quitadas: serás lavado de su mancha y quedarás más blanco que la nieve. El pecado mismo, esa nube negra, así como la tempestad con la que está cargado, serán quitados, tal como está escrito: "Yo deshice como una nube tus rebeliones, y como niebla tus pecados." Nosotros predicamos no sólo la liberación del castigo, sino la liberación del crimen mismo; liberación del cargo y de la acusación que de otra manera recaerían sobre el trasgresor. Para el creyente el pecado será borrado, y será perdonado y justificado; justificado en relación a todas aquellas cosas de las que la ley no podría eximirlo. La justicia que le será imputada, es la justicia del Señor Jesús, Quien es el fin de la ley para justicia de todos los que creen.

Si tú confiesas con la boca y crees con el corazón, el Señor Jesús será hecho para ti por Dios sabiduría, justicia, santificación y redención. El creyente que así confiesa será liberado de la culpa de su pecado, y será aceptado ante el trono del juicio de Dios.

Pero además, no sólo serás liberado del castigo por el pecado y de la culpa del pecado, sino del poder del pecado. ¡Oh, ser salvado de vivir pecando! Este es nuestro más grande deseo. Si la culpa del pecado pudiera quitarse, pero todavía permaneciéramos en la condición de esclavos del pecado, como antes, muy poco se habría hecho por nosotros. Se trataría de una bendición dudosa. Si a los hijos de Israel se les hubiese protegido para que no tuvieran que servir de manera tan rigurosa, y hubieran sido alimentados hasta la saciedad, y se les hubiera dado el contentamiento en su esclavitud, ¿hubiera sido una bendición real para ellos? ¿No se les habría apretado aún más las cadenas de su servidumbre? El Señor no les envió ayuda en la forma de pan, y carne, y vestidos, para que estuvieran más confortables en Egipto; sino que los sacó de Egipto con la mano en alto y un brazo extendido.

Ser felices en el pecado sería muy peligroso e indigno de Dios; pero el Señor Jesucristo ha venido para salvar a Su pueblo de su pecado, para romper las cadenas de los malos hábitos, y someter las influencias pecaminosas que ahora nos dominan, y para poner dentro de nosotros un nuevo corazón y un espíritu recto. Él, por la infusión de una nueva vida nos hace suspirar y ansiar la santidad: Él responde a esos suspiros y produce en nosotros así el querer como el hacer, por su buena voluntad. Él subyuga nuestras iniquidades, y hace que el poder del mal se debilite cada vez más mientras la gracia se fortalece cada vez más. Al fin nos presentará sin mancha ante Su presencia con sumo gozo.

Nosotros predicamos la emancipación para quienes son esclavos del pecado. Ustedes que están afligidos y cansados por la tentación, serán rescatados para no caer en ella. Ustedes que claman por causa del pecado que habita en ustedes, recibirán la salvación del poder del mal. La santa simiente de vida que habita en ustedes no puede pecar porque es nacida de Dios, y su fuerza creciente llevará finalmente todos sus pensamientos en cautividad a la obediencia a Cristo. Es una bendita salvación: una salvación integral que abarca el pasado, el presente y el futuro. Para testificar esto somos enviados: no podríamos tener un mensaje más completo o más divino: no podríamos presentar a los hijos de los hombres una bendición más grande que la bendición de ser salvos. Es una bendición tan plena que abarca al cielo mismo y todas sus bienaventuranzas. "Serás salvo" abarca desde las puertas del infierno hasta el propio trono de Dios, y rescata al pecador de las fauces de la muerte y lo eleva hasta la orquesta vestida de blanco de la Nueva Jerusalén. Aunque ahora es un hijo de la ira al igual que los demás, el pecador que cree, será convertido en alguien semejante al Primogénito, al Señor Jesucristo, que está llevando a muchos hijos a la gloria.

Comienzo, entonces, con la proclamación de salvación para los perdidos. ¡Escúchenla, indignos! ¡Escúchenla ustedes que no pueden decir nada bueno en su propio favor! Escúchenla y aprópiense de esta esperanza. Si Dios el Espíritu Santo bendice la palabra, de acuerdo a Su libre voluntad, ustedes que están fatigados y cargados exclamarán con gozo: "¡hay un mensaje para nosotros en este texto!" Entonces se inclinarán hacia delante para no perder ninguna palabra del mensaje, y sus mentes también se inclinarán hacia delante de la misma manera que sus cuerpos. Sus corazones se abrirán como tierra recién arada lista para recibir la semilla, lista para las lluvias. Ustedes serán sensibles a la voz de la misericordia, de la misma manera que el eco responde al sonido de la corneta. Tú responderás al llamado del amor divino con arrepentimiento y con fe.

II. Ahora prosigo a mi segundo punto, que es, que LA FE SALVADORA SE CONCENTRA ÚNICAMENTE EN EL PROPIO JESUCRISTO. Les voy a leer el contexto de mi texto: "Pero la justicia que es por la fe dice así: No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo? (esto es, para traer abajo a Cristo); o, ¿quién descenderá al abismo? (esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos). Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo." La verdadera fe, la fe que salva, se concentra enteramente en la gloriosa persona y la obra llena de gracia de Aquél a quien Dios levantó de los muertos. Dentro del círculo de Belén, Getsemaní y la diestra del Padre está la esfera de la fe del pecador. La fe está donde Jesús está, y no pide un rango mayor. La incredulidad es especulativa, pero la fe trata con hechos. La incredulidad dice: "¿Quién subirá al cielo? ¿Quién descenderá al abismo?" La incredulidad siempre está haciendo preguntas: está tan insatisfecha con el sencillo Evangelio de Jesucristo que demanda otro Salvador, o ningún Salvador, o cincuenta Salvadores.

No sabe lo que quiere: su clamor es: "¿Quién nos enseñará algo bueno? ¿Quién en los cielos, quién en el abismo, quién en alguna parte?" La incredulidad tiene un oído muy atento a cualquier novedad. Este hombre tiene una nueva doctrina, otro acaba de indagar una idea fresca; y la incredulidad corre atropelladamente de aquí para allá. Oye voces que exclaman: "¡Miren aquí, y miren allí!" y como un pájaro incauto es atraída y atrapada. Vuela a las colinas, o se desploma en el abismo para encontrar el bien prometido. En algunos momentos está en la cima, engañada, y en otros está caída, sumida en la desesperación: pesimismo u optimismo, o algún otro "ismo," le pueden encantar; pero no guardará la verdad.

La fe tiene otra manera de ver las cosas: toma su lugar donde está Cristo, y dice: "Si la salvación está en algún lado, es donde Él está." ¿Acaso no está escrito: 'Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más'? Se inclina ante Jesús en Belén, y ve esperanza en su encarnación. La fe atraviesa los campos de Judea con Jesús, y ve esperanza en el Amante de las almas que es santo y de tierno corazón. Va con Él a Getsemaní, y lo ve cubierto de sudor de sangre, y comienza a leer su perdón allí. Lo ve morir en el maldito madero, y dice: "Mi vida está aquí: si he de ser salvo, debo ser salvo aquí." Ve a Jesús en la tumba, vigila y lo ve levantarse de nuevo; y cuando lo ve levantarse, aplaude con delicia, porque ve esperanza e inmortalidad en Él. Mira también hacia allá, donde está el trono del Altísimo; ve a Jesús intercediendo por los trasgresores, para que el Señor Dios habite entre ellos; entiendo que Él está desempeñando un noble cargo que pronto terminará en victoria, y se gloría en su Señor y su Todo.

"¡Todas nuestras esperanzas inmortales están
Puestas en Ti, nuestra Garantía y nuestra Cabeza!
Tu cruz, Tu cuna y Tu trono,
Son grandiosos con glorias todavía desconocidas."

La decisión de la fe es mirar únicamente a Jesús su Dios, pues está persuadida que fuera de Él no hay nadie más. Tú eres salvo, mi querido amigo, cuando llegas a ese punto. Cuando Jesús es toda tu salvación y todo tu deseo, la obra de la gracia ha comenzado en ti. Jesús es tu Booz, y has llegado a la conclusión correcta acerca de Él, cuando has resuelto no espigar nunca en ningún otro campo. Estarás satisfecho ahora que has decidido tomar agua de Su fuente únicamente, y quedar saciado solamente con los alimentos de Su mesa.

La fe que salva no es una fe soñadora. ¿Acaso no notan cómo la incredulidad sueña acerca de cielos y mares, y de cosas inmensurables? "¿Quién subirá al cielo?" ¡Qué cuadro! La imaginación se encuentra trabajando: ella contempla sus méritos poderosos escalando los muros eternos: ella se goza adormecida en su sueño. Si oye un sermón sólo se preocupa por la calidad de su oratoria. "¡Qué buen sermón predicó ese hombre! ¡Cuán lleno de poesía!" La imaginación tiene que tener algo elevado y sutil: ningún lugar común le agradará.

En otro momento, cuando la imaginación se encuentra agobiada, su sueño es acerca de un pobre buzo en medio de profundos mares de angustia, hundiéndose en el abismo para encontrar la perla de la paz. La imaginación hace crecer en el alma desaliento, desesperación, frenesí, y locura; y muchos necios esperan allí un rescate. La fe ha acabado con estos cuentos de Las Mil y una Noches, pues ella ha puesto fin a la ley. No sueña más; pues los hombres perfectamente sanos han puesto fin a los sueños. Con sus ojos abiertos la fe lee hechos. La fe reflexiona en lo que Jesús hizo y sufrió. Medita en que Él murió, resucitó, y está en la gloria. Hechos, no ficciones, son su consuelo. Acepta los temas de la historia, no los productos de la imaginación. La fe requiere y acepta aquello que se ha realizado realmente, que se ha logrado efectivamente.

El peso del pecado no debe ser cargado por teorías: el enorme peso de la culpa humana no debe ser sostenido por especulaciones. Sólo transacciones reales pueden satisfacer nuestra terrible necesidad; y esto lo podemos encontrar en Jesucristo, la revelación de Dios.

Sé que hablo a personas que están llenas de fantasías de la misma manera que un huevo está lleno de alimento, y desearía poder librarlos de ellas. Toda suerte de caprichos y de ideas, agradan a sus cerebros ociosos. Los han perseguido como un perro rastrea una pista falsa, y no han encontrado nada hasta este momento; y nunca van a encontrar nada hasta que acepten esos hechos seguros y comprobados que constituyen la vida del Señor Jesús; especialmente su resurrección, que es el hecho más garantizado de la historia humana. Hoy nosotros proclamamos, en el nombre del Dios Altísimo, con la ayuda del Espíritu de Dios, la salvación provista por el Salvador resucitado, y les suplicamos creer la verdad de lo que decimos, para que ustedes reciban la vida.

La incredulidad realmente pone una triste objeción en contra de Cristo. Habla de subir al cielo: pero supongamos que fuera necesario que alguien subiera al cielo. Eso implicaría que Jesús nunca descendió de allí para revelar al Padre. La incredulidad también habla de descender al abismo, como si Cristo nunca se hubiera levantado de los muertos. El hecho es que todo lo que pudo ser hecho ya fue hecho. ¿Por qué quieres hacer lo que ya ha sido hecho? Todo lo que se pudo haber sentido ha sido sentido; ¿por qué quieres sentirlo? "Consumado es," dijo Cristo; ¿por qué te esfuerzas por hacerlo de nuevo? Mira cómo la fábula de la Iglesia Católica Romana relativa al sacrificio incruento de la misa, realmente insulta al grandioso sacrificio del Calvario, y lo hace a un lado; y de la misma manera, todas esas obras, sentimientos, preparaciones, y todas esas otras cosas que quisieran añadir a la obra terminada de Cristo, realmente dejan fuera a Cristo.

Tú quieres sentir: ¿no son suficientes Sus sentimientos? Quieres trabajar: ¿no son suficientes Sus trabajos? La confianza en uno mismo es ejercicio desleal en contra de los derechos de la corona del Redentor. Todas esas acciones, y deseos, y sentimientos son intentos de auto-salvación. Todo eso es un grave error. ¡Oh, que ustedes abandonaran esos errores, y oyeran que su alma puede vivir, creyendo lo que oyen, y aceptándolo con toda el alma! No me voy a detener más para describir esta fe y establecer su diferencia, pero más bien vamos a penetrar más profundamente buscando el centro de nuestro texto.

III. El tercer punto de nuestro sermón es que, LA FE SALVADORA HACE UNA CONFESIÓN: "Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo." Observen aquí, que esta confesión es colocada primero. Yo supongo que es debido a que Pablo está citando el capítulo treinta del Libro de Deuteronomio, y por supuesto, tenía que colocar las palabras como Moisés las había ubicado en el pasaje citado. Sin embargo, debe haber otras razones. Posiblemente la confesión del Señor Jesús para salvación es colocada primero aquí porque tiende a ser olvidada. Recibimos predicación abundante acerca de "cree y vivirás," y yo no condeno eso; pero hablando de manera estricta, es incompleta. Cuando nuestro Señor envió a sus siervos a predicar, dijo: "El que creyere y fuere bautizado, será salvo." Ahora, el bautismo es la confesión de nuestra fe. Constantemente en la Escritura la fe que tiene promesa de salvación es una fe que hace una confesión de sí misma. No es nunca una fe muda; es una fe que habla, una fe que reconoce su propia existencia; sí, es una fe que reconoce al Señor aun cuando está en medio de los dientes de los adversarios.

Debemos confesar a Cristo ante los hombres, o de lo contrario no poseemos la fe de los elegidos de Dios. El apóstol la menciona en primer lugar aquí porque a menudo se la coloca en último lugar, y esta es una gran causa de tropiezo. También la menciona en primer lugar, porque es lo primero en lo que concierne a nuestros semejantes. ¿Cómo puedo saber qué es lo que crees en tu corazón? Primero debo oír lo que tú confiesas con tu boca. Alguien que está buscando viene a mí para unirse a la iglesia, o para ser reconocido como cristiano; yo no puedo comenzar con su corazón; no puedo leer sus pensamientos. Yo le digo: "Habla, para que te pueda ver." Si confiesa con su boca al Señor Jesucristo, entonces ha hecho, en el orden de la religión práctica, aquello que debe guiar el camino, definiendo al amigo y al enemigo.

Déjenme agregar que, en cierto sentido, la confesión con la boca es en realidad lo primero que hace el hombre. Muchas personas nunca reciben en sus corazones el consuelo de la resurrección de Cristo, porque nunca han confesado con sus bocas al Señor Jesús como su Salvador y Señor. El Señor no les dará el calor de la fe que alegra el corazón a menos que estén dispuestos a someter a Él la obediencia de la fe, tomando su cruz y salir y confesarlo a Él. Hay muchos cristianos (me refiero a ellos como cristianos por caridad) que nunca entran en el gozo de su Señor porque nunca han obedecido su mandamiento, ni han reconocido su nombre ante los hombres. El Espíritu de Dios, como un Consolador, no les ha dado testimonio en su espíritu que son hijos de Dios, porque ellos nunca han dado su testimonio acerca del Señor Jesús. El consuelo de creer con el corazón es obstaculizado por la ausencia de la confesión con la boca. ¿Oirán esto ustedes que claman: "deseamos ser salvos"?

No me atrevo a predicarles un Evangelio que sea como una escalera de escape, para cobardes, un verde camino escondido de salvación, que serpentea por el bosque, de tal manera que pueden caminar en él sin ser vistos. No: al llamado de mi Señor, yo les predico el camino abierto del rey, en el que rehúsan caminar los temerosos y los incrédulos. Y sin embargo este es el único camino hacia el reino. No debemos ser pájaros nocturnos. Sigamos a Jesús a plena luz del día. Jesús dijo: "A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Y a cualquiera que me niegue" (que en ese contexto quiere decir, el que no me confiese) "y a cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos." Les ruego que oigan bien el texto: "Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo."

Observen qué es lo que hay que confesar: "al Señor Jesús." De esto deduzco que es esencial para la salvación, que un hombre confiese la Divinidad de Cristo. No quiero dejar de ser caritativo con alguien; pero nunca puedo, como creyente de la Palabra de Dios, esperar que un hombre se salve si niega la Divinidad de su Salvador. Él mismo se coloca fuera de la comitiva, rechaza esa parte del carácter del Redentor que es esencial para Su ser como Salvador. Si alguien quiere ser salvo debe creer que Jesucristo es tanto Señor como Dios.

Asimismo, debes confesar que Jesucristo es Señor; esto es, Rey y Señor. Con alegría debes volverte Su discípulo, seguidor, y siervo. Debes confesar: "Él es mi Señor, Él es mi Dios, quiero ser un soldado suyo; Él será mi Líder y mi Capitán; Dios le ha hecho así y yo lo acepto como tal."

Debemos también confesar al Señor Jesús. Eso quiere decir al Salvador, que ha venido a salvar a Su pueblo de sus pecados. Si quieres que Él te salve, debes reconocerlo como Mesías, enviado de Dios, para sacar a Su pueblo de la ruina en que se encuentra y darles la eterna salvación. El Señor te ordena que lo confieses de esa manera y promete a quien así Le confiese que será salvo. Sin una confesión abierta así, no hay ninguna promesa.

Noten cuán definida es la confesión. Alguien dice: "Bien, voy a creer en el Señor Jesucristo y voy a esforzarme para actuar de conformidad con mi fe." Hazlo por favor; pero esto no cumplirá con lo que demanda el texto. Es cierto que tu vida es una confesión, y entre más pura, más excelente será como una profesión de fe. Aun así, el cumplimiento de una responsabilidad no nos exime del cumplimiento de otras responsabilidades. La confesión exigida por el texto es expresamente establecida que debe ser "con tu boca." No me atrevo a alterar la Escritura. No me culpen a mí; yo no escribí esas palabras. Allí están: "Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor." Debes reconocer a Jesús vocalmente; con precisión, claramente, debes decir con tu lengua, con tu boca, con tus labios, que Él es tu Señor y Salvador.

No debe ser una conclusión obtenida en silencio al observar tu vida, sino una declaración hecha con la boca. ¿Qué otro significado puede tener mi texto, sino ése? Si el apóstol hubiera querido decir que debemos obedecer al Señor Jesucristo y no tener que hacer ninguna confesión, él lo habría dicho. ¿Por qué dijo "con tu boca," si no tenía en mente una confesión hablada? El modo de confesión al que se le da la promesa de salvación es claramente expresada en estas palabras: "confesares con tu boca."

¿Por qué es esto así? pregunta alguien. Bien, primero porque yo creo que la confesión con la boca es un tipo de rompimiento con el mundo. Cuando un hombre dice con su boca: "yo creo en el Señor Jesucristo," eso es equivalente a decirle al mundo: "he terminado contigo." Quienes están a su alrededor concluirán que ese hombre se ha liberado de sus viejos hábitos y se ha separado del mundo incrédulo. Cuando el hombre que tenía seca una mano estaba en la sinagoga, nuestro Señor no lo llevó a un rincón para sanarlo; sino que dijo: "Levántate y ponte en medio." Él se puso de pie en medio de la congregación, y estando allí, el Señor dijo al hombre: "Extiende tu mano"; y él la extendió. Querido amigo que estás buscando, debes apartarte. Debes separarte de tus antiguos compañeros y de tus conexiones pecaminosas, y decir: "Yo estoy con Cristo. Él es mi Salvador, y yo soy su seguidor." Él requiere de ti esta confesión para que puedas ser separado del mundo en el que habita el impío.

Esta confesión es también una manera de formar una unión visible con el Señor Jesús. Cuando un hombre confiesa a Cristo con su boca, toma partido por decirlo así, con Jesús y con Su causa en esta tierra; y esto es algo muy importante. Además, esta confesión es de mucha utilidad para el mundo que está fuera, como testimonio que reprueba su impiedad y que le da una invitación para alcanzar una mente mejor. Las confesiones de quienes son salvos son a menudo instrumentos de salvación para otros. No somos plenamente salvos hasta que no deseemos verdaderamente salvar a otros. Si un hombre dice: "si puedo llegar al cielo, yo sólo, estaré satisfecho," no ha dado ni el primer paso hacia el cielo: ciertamente, no tiene el germen del cielo dentro de él. La primera cosa que debe morir en nosotros, si vamos a habitar con Dios, es nuestro egoísmo. Aun nuestra preocupación por nuestra propia salvación debe tomar un segundo lugar en relación a la preocupación por la difusión del reino del Redentor, y el deseo de la salvación de los demás. Ningún hombre es verdaderamente santificado hasta que no tenga esa preocupación. Por tanto, deben confesar a su Señor con la boca, como evidencia de su sacrificio del yo.

¡Ah, mis amigos! Esta es una palabra dura para algunos de ustedes. Tienen ustedes unos buenos puntos, pero no dejan que su luz brille ante los hombres, como se los ordena el Señor. Su luz está puesta debajo de un almud: no puede arder bien en un espacio tan reducido; más bien va a producir humo y oscuridad. ¡Háganla visible de inmediato! Si es el propio fuego de Dios, y lo pones debajo de la cama para esconderlo, pronto la cama habrá cogido fuego. El mal viene cuando se sofoca la verdad. Esconder la luz de Dios nunca puede ser algo correcto.

¡Salgan, cobardes! ¡Salgan, miedosos! Mi Señor me pide que actúe como un sargento reclutador. Yo levanto el estandarte y les pido y les repito que se congreguen junto a él. Si aman a Cristo, confiésenlo. Si quieren tener la salvación de Cristo, tomen la cruz de Cristo, y síganlo dondequiera que vaya. ¿Me he desviado un centímetro de mi texto? Estoy seguro que no.

IV. El tiempo apremia y debo continuar, a pesar que el punto anterior es muy importante. Veamos ahora, en cuarto lugar, que LA FE TIENE UN GRAN CONSUELO PARA QUE LO DISFRUTEMOS. La fe tiene una verdad que tiene que decir con su boca; pero también tiene hechos que pondera en su corazón. El texto dice: "y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos." Esto no sólo significa que tú crees el hecho que el Señor Jesús ha sido levantado de los muertos (yo supongo que todos los aquí presentes creen en la resurrección de nuestro Señor) pero debemos creer de tal manera en ella que encienda y consuele nuestro corazón.

Entonces, mis queridos hermanos, ¿la salvación aquí prometida es especialmente para la fe que cree con el corazón que Dios ha levantado a Cristo de los muertos? ¿Acaso no debe nuestra fe fijarse en la muerte de Cristo, más bien que en la resurrección de Cristo? Yo respondo, probablemente está establecido aquí así porque en la resurrección de nuestro Señor todo el resto de Su historia está implicado e incluido. Si Él fue levantado de los muertos, entonces murió. Si murió, entonces fue un hombre, y nació en este mundo. Al mencionar que Dios levantó a nuestro Señor de los muertos, el apóstol realmente ha mencionado toda la gran obra redentora de Jesús, pues todos los otros hechos están incluidos allí.

Además, la resurrección de los muertos no sólo incluye todo el resto, sino que confirma todo lo demás. Al levantarlo de los muertos, el Padre confirmó la misión de Su Hijo. Puso Su sello sobre Su persona como divino, sobre Su oficio como comisionado por Dios para ser el Mesías, sobre Su vida como llena de complacencia, y sobre Su muerte como siendo aceptada por Dios para la expiación plena. Por lo tanto, el Altísimo lo levantó de los muertos, para que pudiera ser declarado como el Hijo de Dios con poder, y para que en Él y por medio de Él, los creyentes pudieran ser justificados. No hubiéramos podido tener una sólida base para nuestra fe en Jesús si el sello de la resurrección no hubiera estado sobre Su obra; pero ahora, cuando creemos en el sello, también creemos en eso que es sellado. Su resurrección es el sello de todo lo que nuestro Señor es y hace; y creyendo en esto con todo nuestro corazón, creemos en eso que nos trae salvación.

La resurrección de Cristo de los muertos es también una de las principales verdades que deben ser creídas con el corazón, porque es la fuente del mejor consuelo para el corazón. "Mire," dice el creyente, "yo soy por naturaleza un pobre pecador perdido, pero no seré destruido para siempre, pues Jesús mi Salvador y mi Garantía ha sido levantado de los muertos. Mi salvación está en Él. Soy liberado de los muertos en Él. Veo mi justificación en Su resurrección. Porque Jesús vive, tengo un amigo que no me falla, a quien recurro; porque Dios le levantó de los muertos, dando así testimonio de que lo aceptaba a Él, por tanto yo sé que soy aceptado en Él. Si yo me aferro a la justicia que Dios ha aceptado, yo soy aceptado en ella." Oh, queridos amigos, cuando un pecador sabe que su salvación no está en él para nada, sino que se encuentra totalmente en Cristo, entonces ha descubierto el gran secreto. El punto es ver a Jesús muriendo por nuestros pecados, y vernos a nosotros muertos en Él; ver a Jesús resucitado de la tumba, y vernos a nosotros resucitados con Él; ver a Jesús aceptado por Dios, y por lo tanto vernos a nosotros mismos aceptados en Él.

El Señor Jesús es el objeto de nuestra confianza, y no nosotros mismos. Nosotros estamos en Él y como es Él así somos nosotros. Vamos a resucitar a la gloria porque Él resucitó a la gloria, y vamos a habitar en el cielo porque Él habita en el cielo. La unión con Cristo es el fundamento de la esperanza. ¡Oh, vivir en Cristo! La dificultad es arrancarlos a ustedes de ustedes mismos: esto requiere un milagro de la gracia. Yo sé lo que están pensando: ustedes están diciendo: "yo no siento; yo no puedo hacer eso," etcétera. Señores, este no es el punto entre manos: la base de la salvación está en Jesús, y no en el pecador. Para ver la salvación, debemos identificar lo que Cristo ha logrado, y especialmente debemos tomar nota en nuestro corazón que el Señor Jesús fue levantado de los muertos, y entonces seremos consolados, porque la resurrección del Salvador es la garantía que la obra de expiación ha sido completada.

¡Quien quiera tener una esperanza segura debe fijar su fe en la vida de Jesús, en Su crucifixión, en Su resurrección, en Su ascensión, y en Su próxima venida! Si creemos y confiamos en estos hechos, seremos salvos: eso dice nuestro texto. Pon esas dos cosas juntas: tú confiesas a Jesús como Señor y como Cristo; tú también, con todo tu corazón, confías en Jesús resucitado de los muertos; bien, entonces, tú serás salvo.

¡Cómo debería esto alegrar a aquellos que están al borde de la desesperación! ¡Cómo debería motivar a quienes yacen a las puertas de la muerte! Tú gimes: "yo nunca podré ser salvo." ¿Por qué no? Si Cristo murió y resucitó de nuevo, ¿entonces qué? Si este es el fundamento de la salvación, y tú crees que eso es un hecho, aférrate a él, y nunca lo sueltes. Nunca permitas dudas en tu corazón acerca del hecho suficientemente bien soportado que Dios ha levantado a Jesús de los muertos. Supliquen la promesa de nuestro texto en la vida, y en la hora de la muerte, y clamen: "Oh Señor, Tú has dicho que si mi boca confiesa al Señor Jesús, y con mi corazón creo que Tú lo has levantado de los muertos, yo seré salvo. Señor, yo hago la confesión, y mi corazón también cree; te suplico, por tanto, que hagas como has dicho, y me salves." Esta súplica no puede fallar nunca.

V. Ahora me encamino al final con la verdad que LA FE TIENE UNA PROMESA SEGURA SOBRE LA CUAL DESCANSA. "Y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo."

"Tú": ¿quién es ése? Ese eres tú. Es el hombre que confiesa con su boca, y cree en su corazón. Querido amigo, quiere decir . Juan, Tomás, Sara, Juana, dónde están ustedes? ¿Acaso oí a alguien exclamar: "Yo no tengo ningún mérito mío; no tengo buenos sentimientos; no hay nada en mí de lo que pueda gozarme; me siento totalmente perdido"? ¡Escucha! "Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. El pronombre singular "tú," te señala a ti. Levanta el teléfono y póntelo al oído; una voz te habla. Dios desde el cielo te está hablando directamente a tu oído, por teléfono, y te dice: "tú serás salvo."

"Pero yo estoy casi condenado." Si tú confiesas y crees, " serás salvo." "¡Ay! Debo darme por vencido en desesperación." Sin embargo, la promesa te dice todo lo contrario. "Pero yo soy el peor pecador que está por entrar al infierno." Aun así, la promesa es para ti: "Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, tú serás salvo." Yo no puedo bajar del púlpito y caminar para ir de asiento en asiento, pero, oh, quisiera poder mirar a cada uno de ustedes a la cara, y apretar su mano, y decir: "querido amigo, el texto dice: 'tú.'" Hermano, hermana, el texto te habla a ti. Joven, niño, hombre de cabellos canos, quienquiera que seas, el texto dice que si tú crees " serás salvo."

Observa la total ausencia de los condicionales "si" y "pero." No dice "tú podrías ser salvo," sino "tú serás salvo." Cuando Dios el Espíritu Santo dice "serás," hay solidez en ello. Pero tú dices: "tengo miedo." ¿Tienes miedo de qué? ¿Te atreves a cuestionar la veracidad de Dios? Cuando Dios dice "serás," ¿de qué puedes tener miedo? Si yo dijera "serás," lo recibirías como prueba de mi determinado intento, pero tú sabrías que sólo cuento con mi pobre brazo diminuto para hacer algo. Pero cuando Dios dice "serás," la omnipotencia está comprometida. Quien hizo los cielos y la tierra, y los sacude con un gesto Suyo, Él, que crea y destruye, Él dice: "serás"; y ¿quién se puede oponer a Su voluntad? Los demonios en el infierno se esconden aullando en sus cavernas, cuando oyen aunque sea el susurro de un "será" que viene de Dios.

Hay una especie de pasividad relacionada con la expresión "ser salvo." El texto no habla acerca de lo que tú vas a hacer, sino acerca de lo que debe hacerse por ti y lo que debe ser hecho en ti: "tú serás salvo." "Yo no puedo salvarme a mí mismo," ¿quién dijo que tú podías salvarte? ¿Quién te pidió que lo hicieras? Tú puedes confesar al Señor Jesús con tu boca; hazlo de inmediato. Tú puedes creer en tu corazón que Dios Lo ha levantado de los muertos. Si tú eres el hombre que estoy buscando, estarás haciendo eso ahora. Tú dices: "Oh sí, yo lo creo con todo mi corazón; mi esperanza está en Jesús." Entonces tú serás salvo. El poder que se requiere para liberarte de tu corrupción, la gracia que se necesita para lavarte de tu culpa, la sangre que se necesita para limpiarte de toda tu suciedad, todos esos elementos están completamente listos y desde la gloria el Señor Jesús declara: "tú serás salvo."

Nunca existió ni nunca habrá de existir un hombre que haya confesado al Señor Jesús con su boca, y que con su corazón haya creído que Dios Lo levantó de los muertos, que no haya sido salvo. Entre toda la multitud que se hunde en el infierno, no hay ningún creyente confesor ni ningún confesor creyente. No me atrevo a dividir la confesión como algo separado de la fe, pues Dios las ha unido en un todo. La boca y el corazón ambos igualmente necesitan un cuerpo vivo y una alma que vive. Una confesión abierta y una fe secreta, ambas conjuntamente conforman tu abandono en el Señor Jesús, el completo sometimiento al Salvador, y ese es el gran acto de salvación.

¿Te lanzas completamente, ya sea que te hundas o que nades, en lo que Jesús ha hecho? Entonces serás salvo, o de lo contrario yo los estoy engañando; y lo que es peor, este santo Libro es un mentiroso también, y el Espíritu de Dios ha dado un falso testimonio. Esto no puede ser. No tengo ninguna esperanza esta mañana sino la que está contenida en este versículo. Con mi boca ciertamente confieso al Señor Jesús, pues creo que Él es Dios verdadero de Dios verdadero, mi Señor, mi todo. Más aún, en mi corazón con toda verdad y certeza creo que Dios Lo levantó de los muertos, y me alegro de ello; me consuela y me regocija.

"Él vive, el grandioso Redentor vive;
¡Cuanto gozo nos da esta bendita certeza!"

Yo seré salvo, yo sé que lo seré; no me atrevo a dudarlo, porque la palabra de Dios lo dice claramente. Tengo la misma confianza en relación a la mujer más humilde aquí presente, como la tengo en relación a mí mismo: si ella confiesa y cree, ella es salva como yo lo soy. Los más malvados rufianes, las prostitutas más desenfrenadas, si hacen lo que el texto manda, también serán salvos. Este Evangelio no rechaza al más vil de los viles. Oh amigo mío, este Evangelio no te rechaza a ti. Este es un barco que ha transportado a miles de personas al cielo. Los que vamos a bordo de él llegaremos al cielo por él. Si pudiera hundirse, todos nos hundiríamos juntos; pero como flota con toda seguridad, todos navegaremos juntos hasta llegar a Buenos Puertos. Esta línea no cuenta con ningún otro barco; y no hay otra línea de barcos. Esta barca de salvación especialmente contratada para la fe confesora, está en el muelle. ¡Suban a bordo! ¡Suban a bordo de inmediato! ¡Que Dios les ayude a subir a bordo en este mismo instante, por Jesucristo nuestro Señor! Amén.