El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
Mi Consuelo en
NO.
1872
UN SERMÓN PREDICADO EL DÍA 7 DE JULIO DE 1881
POR CHARLES
HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES
“Ella es mi
consuelo en mi aflicción, porque tu dicho me ha vivificado”. Salmo 119: 50.
“Este es mi
consuelo en la aflicción: que tu palabra me ha vivificado”. Salmo 119: 50,
Es casi innecesario que
diga que, en algunos aspectos, los mismos acontecimientos suceden a todos los
hombres por igual, y en materia de aflicciones, sin duda es así. Ninguno de
nosotros puede esperar escapar de la tribulación. Si eres un impío, “Muchos
dolores habrá para el impío”. Si eres un hombre piadoso, “muchas son las
aflicciones del justo”. Si andas en los caminos de la santidad, descubrirás que
hay obstáculos que el enemigo ha arrojado en la vía. Si andas en los caminos de
la maldad, caerás en trampas y serás retenido en ellas hasta la muerte. No hay
forma de escapar de la tribulación; nacimos para experimentarla de la misma
manera que las chispas saltan ineludiblemente hacia arriba. Cuando nacemos por
segunda vez, aunque heredamos innumerables misericordias, nacemos ciertamente
para experimentar otro conjunto de problemas, pues entramos en pruebas
espirituales, en conflictos espirituales, en aflicciones espirituales, y cosas
semejantes, de tal manera que experimentamos un doble conjunto de angustias al
tiempo que recibimos dobles misericordias. El autor de este Salmo ciento
diecinueve era un buen hombre, pero era ciertamente un hombre afligido. David
experimentó la aflicción muchas veces, y se trataba de graves aflicciones. El
varón conforme al corazón de Dios fue alguien que sintió la propia mano de Dios
en la disciplina. David fue un rey y, por tanto, sería locura de nuestra parte
suponer que los hombres que son más ricos y más grandes que nosotros están más
protegidos de la aflicción, pues sucede todo lo contrario. Los vientos son más
tempestuosos en las partes más altas de la montaña. Pueden tener la seguridad
de que ese estado intermedio por el que oraba Agur, “No me des pobreza ni riquezas”,
es, en general, el mejor. La grandeza, la prominencia, la popularidad, la
nobleza y la realeza no proporcionan ningún alivio en la tribulación, antes
bien, la exacerban. Nadie que considere su propia comodidad asumiría dignidades
acompañadas de tantos afanes y enormes congojas. Hijo de Dios, recuerda que ni
la bondad ni la grandeza pueden librarte de la aflicción. Tendrás que hacerle
frente sin importar cuál sea tu posición en la vida; por tanto, enfréntala con
intrépido valor y arráncale una victoria.
Sin embargo, aun si le
haces frente, no escaparás. Si clamas a Dios pidiéndole ayuda, Él te ayudará a
lo largo de la tribulación, pero no es probable que la aparte de ti. Él te
librará del mal, pero aun así puede conducirte a la tribulación. Él ha
prometido que en seis tribulaciones te librará, y en la séptima no te tocará el
mal; pero Él no promete que serás preservado de seis o siete tribulaciones. Uno
semejante al Hijo de Dios estaba con los tres santos jóvenes en el fuego, pero
Él no estuvo con ellos antes de que fueran echados dentro del fuego, al menos
no estuvo visiblemente; y Él no estuvo con los jóvenes ya fuera para apagar el fuego,
o para impedir que fueran echados dentro del fuego. “Yo estoy contigo, Israel,
al pasar a través del fuego”, podría describir muy bien la garantía del pacto.
¡Que podamos experimentar el fuego si con eso podemos experimentar la presencia
divina! Que aceptemos con alegría el horno, si podemos encontrar allí la
compañía del Hijo de Dios con nosotros. Cada hijo de Dios entre ustedes puede,
con el Salmista, hablar de mi aflicción.
Tal vez no sean capaces de hablar de mi propiedad,
de mi herencia, de mi riqueza o de mi salud, pero todos ustedes pueden hablar de mi aflicción. Nadie monopoliza la desgracia. Una porción de la negra
dosis de aflicción les corresponde a todas las demás personas. De ese vaso
todos nosotros hemos de beber, poco o mucho; y hemos de beber de él según lo
ordene Dios. Hasta aquí, entonces, hemos considerado un evento que les sucede a
todos por igual.
Mi objetivo en este
momento es mostrar la diferencia entre el cristiano y el mundano en su
aflicción. Primero, los creyentes tienen un
peculiar consuelo en su aflicción, “Este es mi consuelo en la aflicción”.
En segundo lugar, ese consuelo proviene de una
fuente peculiar: “Porque tu dicho me ha vivificado”. Y, en tercer lugar,
ese peculiar consuelo es valioso bajo muy especiales
tribulaciones, tales como las que son mencionadas en el contexto.
I. Primero,
entonces, los creyentes tienen su PECULIAR CONSUELO en la aflicción. “Este” –dice
David- “es mi consuelo en la aflicción”. “Este”;
reflexionen en la palabra “este”, como
indicando algo diferente de las consolaciones de otros hombres. El borracho
toma su copa y cita a Salomón: “Dad la sidra al desfallecido, y el vino a los
de amargado ánimo”; y al momento de vaciar su copa, dice: “Ella es mi consuelo en mi aflicción”. El avaro esconde su oro,
sujeta su bolsa y la hace tintinear. ¡Oh, la música de esas notas de oro! Y
exclama: “Ella es mi consuelo en mi
aflicción”. Los hombres tienen en su mayoría un consuelo u otro. Algunos tienen
consuelos permisibles, aun cuando sólo sean de menor calidad; encuentran
consuelo en la simpatía de los hombres, en la amabilidad doméstica, en la reflexión
filosófica, en el contentamiento hogareño; pero tales consuelos generalmente
fallan, siempre fallan, cuando la tribulación se torna sumamente severa. Ahora
bien, de igual manera que el hombre perverso y el hombre mundano pueden decir
de una cosa o de otra: “Esto es mi
consuelo”, el cristiano se hace presente y llevando consigo
Ahora lean “este” en otro sentido, el de indicar que
sabía en qué consistía. “Este es mi consuelo”. Él puede explicar cuál es su
consuelo. Muchos cristianos obtienen consuelo de
“Yo vi cuán feliz eras,
querido amigo, cuando estabas en la tribulación. Vi que estabas enfermo el otro
día, y noté tu paciencia. Sabía que habías sido calumniado y vi cuán tranquilo
estabas. ¿Podrías decirme por qué estabas tan calmado y obrabas con tanta
serenidad?” Es algo muy feliz cuando el cristiano está preparado para responder
exhaustivamente a la pregunta. Me agrada verlo dispuesto a proporcionar con
mansedumbre y reverencia una razón de la esperanza que hay en él, diciendo: “Este es mi consuelo en mi aflicción”. Si
has gozado del consuelo de Dios, yo quiero que lo encapsules de tal manera que
puedas transmitirlo a un amigo. Haz que tu propio entendimiento capte la
explicación de tal manera que puedas decirles a los demás de qué se trata, para
que puedan gustar de la consolación con la que Dios te ha consolado. Debes
estar preparado para explicarles a los jóvenes principiantes: “Este es mi consuelo en la aflicción”.
Además, “este” es usado en otro sentido, es
decir, el de tener el consuelo cerca, a
la mano. A mí no me gusta hablar de mi consuelo proveniente de Dios
diciendo: aquel es mi consuelo, aquel es mi solaz que disfruté hace
algún tiempo. ¡Oh, no, no, no! Necesitas un consuelo que puedas estrechar
contra tu pecho, y decir: ¡“Esto es
mi consuelo”, esto que tengo aquí en
este momento! “Esto” es una palabra
que indica una cercanía. “Esto es mi
consuelo”. ¿Estás disfrutándolo ahora? Fuiste muy feliz una vez. ¿Eres muy
feliz ahora?
“¡Cuán apacibles horas disfruté una vez!
¡Cuán dulce es todavía su recuerdo!”
Sí, eso está muy bien,
Cowper, pero sería mejor que cantaras:
“¡Cuán apacibles horas disfruto ahora!
¡Cuán dulce es la hora presente!”
“Este es mi consuelo”; todavía lo tengo conmigo; así como mi
aflicción está presente en mí, así mi consolación está presente en mí. Ustedes
han oído la clásica historia del hombre de Rodas que dijo que en tal y tal lugar
había dado un salto de muchas yardas. Alardeaba al respecto hasta que un griego
que se encontraba cerca, marcó la distancia y le dijo: “¿Te importaría saltar
siquiera la mitad de esa distancia ahora?” Así he oído hablar a la gente de los
goces que una vez disfrutaron y de los deleites que una vez gozaron. Me he
enterado de un hombre al que le fueron arrancadas las raíces de la depravación,
y, en cuanto al pecado, casi ha olvidado lo que es eso. Me gustaría ver a ese
hermano cuando está bajo los efectos del reumatismo. No quisiera que lo
padeciera por mucho tiempo, pero me gustaría que sintiera una o dos punzadas para
que pudiera ver si no permanecen algunas raíces de corrupción. Pienso que si
fuera probado de esa manera, o aunque no lo fuera de esa precisa manera, si fuera
probado de alguna otra manera, descubriría que había una o dos raicillas todavía
en el suelo. Si se aproximara una tormenta, tal vez nuestro valiente marinero
de tierra firme descubriría que no es tan fácil arrojar el ancla sobre la borda
como ahora piensa que lo es. Tú te ríes de la plática sobre la perfección
moderna, y yo también, pero me enferma. Yo no creo en ella; es tan
completamente contraria a lo que tengo que aprender cada día sobre mi propia
indignidad, que siento un desprecio por ella. Ten tus
consuelos siempre a la mano y pídele a Dios que lo que fue una consolación hace
años sea todavía una consolación, de tal manera que puedas decir: “Este es mi consuelo en la aflicción”.
Además, yo pienso que la
palabra “este” se entiende como un argumento utilizado en la oración. Permítanme
leer el versículo previo: “Acuérdate de la palabra dada a tu siervo, en la cual
me has hecho esperar”. ‘Esta es Tu promesa en la que me has hecho esperar.
Señor, cúmplela en mí pues Tu promesa es mi consuelo en mi aflicción y yo la
argumento en mi oración’. Supongan, hermanos, que ustedes y yo fuéramos
habilitados para recibir consuelo de una promesa; entonces tendríamos en ese
hecho una buena razón utilizable para con Dios. Podríamos decir: “Señor, he
creído de tal manera en esta promesa Tuya que me he persuadido de que ya tenía
en mi posesión la bendición que allí se me prometía. ¿Y ahora seré avergonzado
por esta esperanza mía? ¿No honrarás Tu palabra, en vista de que Tú me has
inducido a que descanse en ella?” ¿No es esta una buena argumentación?
“Recuerda la palabra para Tu siervo, en la cual me has inducido a esperar, pues
ese es ya mi consuelo; y si Tu palabra fallara, me habrías dado un falso
consuelo y me habrías conducido al error. ¡Oh, Señor mío, puesto que he libado
mi consuelo en la expectativa de lo que Tú estás a punto de hacer, estás
ciertamente comprometido y obligado para con Tu siervo a que Tú guardarás Tu
palabra!” Por esto la palabra “este” es vista como una
palabra muy incluyente. Que el Espíritu de Dios nos enseñe a decir de nuestra
inapreciable Biblia: “Ella es mi consuelo en mi aflicción”.
II. En
segundo lugar, procederemos a notar que este consuelo proviene de UNA FUENTE
PECULIAR: “Este es mi consuelo, que tu
palabra me ha vivificado”. El consuelo, entonces, es parcialmente externo,
proveniente de
Primero, es
Ahora vamos a considerar
la parte interna de su consolación. “Ella es mi consuelo en mi aflicción, porque tu dicho me ha vivificado”. Oh,
no es la letra, sino el espíritu, lo que es nuestro consuelo real. No miramos a
ese Libro que tiene tal encuadernación y tal cantidad de papel y tal cantidad
de tinta, sino al Testigo viviente dentro del Libro. El Espíritu Santo se
encarna en estas benditas palabras y obra en nuestros corazones, de tal manera
que somos vivificados por
Cuando leen la promesa y
es aplicada con poder a ustedes; cuando leen el precepto y obra con fuerza en su
conciencia; cuando leen cualquier parte de
Después de que somos
vivificados, necesitamos ser revividos en el deber, ser revividos en el gozo, ser
revividos en todo ejercicio santo, y somos felices cuando
Hermanos y hermanas, es
algo muy extraño que cuando Dios quiere hacer algo, hace a menudo otra cosa.
Cuando quiere consolarnos, ¿qué hace? ¿Nos consuela? Sí, y no; nos vivifica y
así nos consuela. Algunas veces el camino recto es una ruta tortuosa. Dios no
nos da el consuelo que pedimos mediante un acto contundente, sino que nos
vivifica y de esa manera obtenemos el consuelo. Ahí está una persona muy
abatida y deprimida. ¿Qué hace con ella un doctor sabio? No le da una bebida
fuerte para que actúe como un estímulo temporal para su ánimo, pues eso
desembocaría en una reacción en la que la persona se hundiría más todavía; más
bien le da un tónico, y la fortalece, y cuando la persona está más fuerte, se
pone más feliz y se quita de encima su nerviosismo. El Señor consuela a Sus
siervos vivificándolos: “Este es mi consuelo en la aflicción: que tu palabra me
ha vivificado”.
Me estoy dirigiendo
ahora a algunos de los presentes que han experimentado una larga enfermedad, y
es un gozo ver que han podido salir a la calle otra vez esta noche. ¿Acaso
Algunas veces, estando en
la prosperidad, raramente oraban; pero les garantizo que sí oraron cuando
estaban a punto de morir y languidecían a las puertas de la muerte. Su
aflicción vivificó sus oraciones. Hay un hombre que trata de escribir con una
pluma de ave, pero su pluma sólo producirá un grueso trazo; entonces toma un
cuchillo y corta firmemente el extremo del cálamo de la pluma hasta que
consigue escribir de manera admirable. De igual manera nosotros tenemos que ser
cortados con el filoso cuchillo de la aflicción, pues sólo entonces puede usarnos el Señor. Vean cuán pronunciadamente
cortan los viñadores sus vides; eliminan todo retoño a tal punto que la vid se
mira tan seca como una vara. No habrá uvas en la primavera si no se realiza
esta poda en el otoño y en el invierno. Dios nos vivifica en nuestras
aflicciones a través de Su Palabra. Nuestras aflicciones tienen el propósito de
ejercer una acción saludable en nuestras almas; por ellas recibimos avivamiento
espiritual y salud, y el consuelo fluye así en nuestro interior. No sería sabio
orar pidiendo ser librados por completo de la tribulación, aunque queramos
serlo. Sería algo placentero contar siempre con un mullido sendero en nuestra
ruta al cielo, y no encontrar nunca ni una roca en el camino; pero aunque fuera
placentero, podría no ser seguro. Si la ruta fuera una superficie de fino
césped que es recortado cada mañana con una cortadora de pasto y mantenido tan
fino como si fuera terciopelo, me temo que no llegaríamos nunca al cielo, pues
nos dilataríamos demasiado en el camino. Las patas de algunos animales no están
adaptadas para lugares lisos; y, hermanos, ustedes y yo pertenecemos a una raza
que tiene pies muy resbaladizos. Resbalamos aun cuando los caminos sean planos;
es fácil ir cuesta abajo, pero no es fácil hacerlo sin ningún tropiezo. John
Bunyan nos dice que cuando Cristiano atravesó el Valle
de
Vivificación es lo que necesitamos,
y si la obtenemos, incluso aunque nos llegue a través de la tribulación más
aguda, podemos aceptarla alegremente. “Este es mi consuelo en la aflicción,
porque tu palabra me ha vivificado”.
III. Por
último, y muy brevemente, mencionaré que hay ciertas TRIBULACIONES PECULIARES
de los cristianos en las que este peculiar consuelo es especialmente excelente.
Les pido amablemente que
vean el salmo y noten, en el versículo cuarenta y nueve, que el salmista sufría
por una esperanza diferida. “Acuérdate
de la esperanza dada a tu siervo, en la cual me has hecho esperar”. Esperar el
cumplimiento de una promesa durante largo tiempo puede provocar que el alma
desfallezca. La esperanza diferida enferma el corazón. En tales momentos nuestro
consuelo ha de ser este: “Tu palabra me ha vivificado”. No he obtenido todavía lo
que he pedido en mi oración, pero he sido vivificado mientras he estado orando.
No he encontrado la bendición que he estado buscando, pero estoy seguro de que
la recibiré, pues la práctica de la oración ya ha sido útil para mí; este es mi consuelo ante la dilación de
mi esperanza: que tu Palabra ya me ha vivificado.
Noten el siguiente
versículo, donde el Salmista se encontraba sufriendo la gran tribulación del escarnio. “Los soberbios se burlaron
mucho de mí”. El ridículo es una prueba muy dolorosa. Cuando los altivos son
capaces de decir algo en contra nuestra que duele; cuando se ríen, sí, y se
ríen grandemente, y nos tratan como al lodo de las calles, eso es causa de una
severa aflicción, y frente a ella, necesitamos de un sólido consuelo. Si en ese
momento sentimos que aunque la palabra de un hombre duela,
En el versículo
cincuenta y tres verán que David experimentaba el problema de vivir en medio de grandes blasfemos y de
hacedores de una maldad ostensible. David dice: “Horror se apoderó de mí a
causa de los inicuos que dejan tu ley”. Los vicios de ellos lo horrorizaban;
deseaba poder alejarse de su compañía, y no ver ni oír nunca las cosas que lo
acongojaban tanto. Pero si la propia visión y el sonido del pecado nos conducen
a orar y nos obligan a clamar a Dios, el resultado es bueno, sin importar cuán
doloroso pudiera ser el proceso. Si los hombres no maldijeran nunca en las
calles, no seríamos conducidos a clamar a Dios con tanta frecuencia para que
perdone sus palabras obscenas. Si ustedes y yo pudiéramos estar siempre encerrados
en una torre de cristal y no ver nunca el pecado ni oír nada con respecto a él,
podría ser algo malo para nosotros; pero si, cuando nos vemos forzados a ver la
perversidad de los hombres y a oír sus maldiciones y denuestos, podemos sentir
también que
Basta que lean el
versículo cincuenta y cuatro y verán indicada allí otra de las tribulaciones de
David. “Cánticos fueron para mí tus estatutos en la casa en donde fui
extranjero”. David vivió muchos cambios; él
experimentó todas las tribulaciones de la vida de un peregrino, las
incomodidades de viajar por lugares donde no había una ciudad en la que pudiera
quedarse. Pero “este” –afirma- “ha sido mi consuelo en la aflicción”. Tu
Palabra me ha hablado de una ciudad que tiene fundamentos. Tu Palabra me ha
asegurado que si bien soy un extranjero en la tierra, también soy un ciudadano
del cielo. “Tu palabra me ha vivificado”; me he sentido tan fortalecido por Tu
Palabra que me ha alegrado darme cuenta de que este no es mi reposo. Me alegra
entender que debo partir a una tierra mejor, y entonces mi corazón se ha
sentido feliz. “Cánticos fueron para mí tus estatutos en la casa en donde fui
extranjero”.
Por último, en el
versículo cincuenta y cinco, pueden ver que David estaba a oscuras. Dice: “Me acordé en la noche de tu nombre, oh Jehová, y
guardé tu ley”. Aun en la noche podía extraer consuelo de la influencia
vivificadora que llega a menudo al alma por las Escrituras incluso cuando
estamos rodeados de oscuridad y de aflicción. No voy a regresar a ese terreno
de nuevo, pero es cierto que cuando nuestra alma está envuelta en congoja a
menudo se vuelve más activa y más agraciada que cuando está recibiendo el sol
de la prosperidad. Entonces, en todo momento, queridos amigos, su consuelo y el
mío es
Porción de
Traductor: Allan Román
20/Septiembre/2012
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