El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
Ayudas Para
NO.
1791
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Estas cosas
os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que
sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de
Dios”. 1 Juan 5: 13.
¡Cuán sencillo es todo
esto! Juan tenía alas de águila para remontarse a las alturas y ojos de águila
que le permitían penetrar en los grandes misterios, y, sin embargo, de todos
los escritores del Antiguo o del Nuevo Testamento, Juan es uno de los que
escribe con mayor sencillez. No se esfuerza nunca por mostrarnos la grandeza de
su mente o lo grandioso de su retórica; por el contrario, habla cual niño a
quienes son niños en la escuela del amor. Yo quisiera que todos los que
procuramos enseñar a otros recordáramos esto y que nuestra presencia menguara
en nuestra lección.
Es igualmente notable
cuán práctico es Juan. Cuando escribe, siempre tiene una intención digna en
cada línea: “Éstas se han escrito”, dice, y explica cuál era el propósito al
escribir el registro. Estas epístolas no están escritas para deslumbrarnos, ni
para conducirnos a la especulación, ni para gratificar nuestra curiosidad, sino
que han sido escritas “para que sepáis que tenéis vida eterna”. El objetivo
práctico pudiera parecer algo trivial para los muy ambiciosos entusiastas del
pensamiento moderno, pero Juan sentía una profunda veneración por asuntos que
los modernos desprecian. Los lugares comunes de la teología son los pastos más
verdes en los que las ovejas de Dios se alimentan y descansan. Es de muchísimo
mayor provecho para nosotros saber que tenemos vida eterna que ser capaces de
predecir el futuro de los imperios o prever el destino de los reyes. Es de más
importancia práctica para nosotros saber que tenemos vida eterna que ser
capaces de explicar todos los misterios o que hablar en lenguas. Juan actúa de
acuerdo a su amoroso corazón cuando escribe para guiar a sus hermanos a un
conocimiento cierto de su posesión personal de la vida eterna.
Comunica su propósito
para que él mismo pueda servir de ayuda para lograrlo, pues al informar a los
hombres de entendimiento el motivo por el que escribe, los incita a ver su
propósito y a avenirse a él. “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis
en el nombre del Hijo de Dios, para sepáis que tenéis vida eterna, y para que
creáis en el nombre del Hijo de Dios”. Queridos amigos, si este es el designio
del inspirado apóstol, no nos tardemos en cooperar con él; oremos esta mañana
pidiendo la plena certidumbre de la fe para que sepamos con certeza que la vida
eterna palpita en nuestros corazones. Que ustedes que no han creído en Jesús
sientan un ferviente deseo en el interior de sus espíritus de dar ese paso
preliminar y se conviertan así en creyentes en el Hijo de Dios.
Entonces, vayan al texto
y consideren con nosotros, primero, para
quién fue escrito: “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el
nombre del Hijo de Dios”; en segundo lugar, con
qué fin fue escrito: “Para que sepáis que tenéis vida eterna”. Esto nos
conducirá a considerar, en tercer lugar, cómo
lo escrito en esta epístola conduce a esta bendita confianza; y luego, por
último, tendré que solicitar su atención a un
asunto agregado que nunca es olvidado por Juan, aun cuando escribe con el
propósito de promover la más elevada forma del logro cristiano: “para que
creáis en el nombre del Hijo de Dios”. Ellos ya creían en el sagrado nombre;
con todo, seguía siendo una parte de su propósito confirmarlos en esa fe, y
conducirlos a grados más elevados de ella.
Que el Espíritu Santo
haga provechosa nuestra meditación.
I. Primero,
entonces, brevemente, ¿PARA QUIÉN FUE ESCRITO ESTO? Es importante observar el
destinatario de una carta, pues yo pudiera estar leyendo una comunicación
dirigida a alguien más, y si contuviera buenas nuevas, podría estarme engañando
si me apropiara de esas nuevas.
Esta epístola y este texto
específico en ella fueron escritos para
todos aquellos que creen en el nombre del Hijo de Dios. En una parte de la
epístola dice: “Os escribo a vosotros, hijitos”; luego dice: “Os he escrito a
vosotros, jóvenes”; más adelante dice: “Os he escrito a vosotros, padres”; pero
aquí les escribe a bebés, a jóvenes, y a padres englobados bajo la única
descripción incluyente de quienes han creído en el nombre del Hijo de Dios.
Nuestro discurso es, por tanto, para todos los que son creyentes en Cristo. Hijito,
tú que acabas de comenzar la vida espiritual, quisiéramos que llegaras a tener
la confianza de que tienes vida eterna. Joven que luchas enconadamente con el
pecado, quisiéramos verte fortalecido para tu conflicto por saber que tienes
vida eterna. Y ustedes, padres, esperemos que no hayan llegado hasta este punto
sin ese conocimiento; pero ya sea que lo hicieran o no, estas cosas están
escritas para que en sus años maduros ustedes lleguen a alcanzar la plena
convicción de que la vida de Dios es robusta en su interior. Ninguna persona, ya
sea joven o vieja, está excluida de este texto a menos que sea una persona
incrédula.
Este texto no está escrito para incrédulos: es
para todos los que confían en Jesús, pero no es para nadie más. Si ustedes
preguntan por qué no está dirigido a los incrédulos, yo respondo, simplemente, que
es porque sería ridículo desear que las personas tuvieran la certidumbre de
algo que no es cierto. Juan nunca deseó que un hombre que no hubiera creído en
Jesucristo pensara siquiera que tenía vida eterna, pues eso sería un error
fatal. “El que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida”; ¿cómo, entonces,
pudiera tener la seguridad de poseerla? La fe antecede necesariamente a la
certidumbre; se tiene que tener primero la hierba de la fe antes de que se
pueda tener el grano maduro de la certidumbre. Queridos amigos, no sueñen con
tener la certeza de la salvación sin haberse asegurado de que se han confiado al
Salvador crucificado. La expiación presentada por Jesucristo, el Hijo de Dios,
da la seguridad de la salvación a todos los que confíen en ella, pero a nadie
más. Eso sería cambiar el orden estipulado de las cosas; sería hacerles a
ustedes un daño real y tal vez fatal si los condujéramos a dar por sentado que
tienen vida eterna antes de que hubieran creído sin reservas en el Señor
Jesucristo. “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer
en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él”. Hablo, por
tanto, a todos los que han venido a Cristo, prescindiendo de cuán imperfecta y
subdesarrollada pudiera ser todavía su vida espiritual, pero no invito a nadie
más al banquete de la gozosa confianza. Como con una encendida espada desenvainada,
las palabras de Juan guardan el camino como lo hizo el querubín a la puerta del
Paraíso; sus palabras: “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el
nombre del Hijo de Dios”, impiden que todo aquel que no hubiere creído en Jesús
soñara con tener la vida eterna. ¿Qué tienes que ver con el reposo, y la paz, y
la bienaventuranza de la plena seguridad, a menos que hubieras recibido al
Salvador designado en la confianza de tu corazón?
Podemos deducir de este
comunicado dirigido a todo el pueblo de Dios y a nadie más, que en el mundo hay algunos verdaderos creyentes que no saben que tienen la vida
eterna. Un número muy notable de verdaderos creyentes desconoce este hecho
alentador. Por ejemplo, ciertos cristianos creen que aun si son salvos ahora
todavía pudieran perderse; que aun si tienen la vida de Dios en ellos, esa vida
pudiera extinguirse. Amados, yo ruego por ustedes pidiendo que sepan que tienen
vida eterna, y no una vida temporal.
La vida que imparte el Espíritu Santo al creyente no es una cosa de días y
semanas y meses y años; su morada está en la región de la eternidad. La vida que
Dios pone en nosotros es prácticamente una vida divina gracias a la cual somos
hechos “participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción
que hay en el mundo a causa de la concupiscencia”. Fuimos engendrados de nuevo
a una vigorosa o viva esperanza en el día de nuestra regeneración. El nuevo
nacimiento de lo alto por el Espíritu de Dios es un nacimiento a una vida
interminable. “Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de
incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre”. Junto
al pozo de Samaria nuestro Señor nos da otra figura: “El que bebiere del agua
que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él
una fuente de agua que salte para vida eterna”. Muchos imaginan que este manantial
puede fallar. No me aventuraré a decir cuánto consuelo pierden los amados hijos
de Dios porque no captan la absoluta inmortalidad de la nueva vida; pero esto
sí diré: que para mí es la propia corona y gloria del Evangelio que si yo
recibo a Jesús en mi alma y el Espíritu Santo me imparte la nueva vida, recibo
una bendición eterna. ¿No ha dicho Jesús: “Yo doy a mis ovejas vida eterna; y
no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano”?
Además, un gran número
de miembros del pueblo de Cristo que pudieran ser perfectamente sanos en la
visión doctrinal de la naturaleza de esta vida, no saben que la poseen en este
momento presente si son creyentes. Me he dado cuenta de que cuando tratan de
escribir sobre este texto, aun los comentaristas y la mayor parte de los
predicadores que nos han dejado sermones impresos al respecto leen el texto
como si dijera: “para que ustedes sepan que tendrán
vida eterna”. Hablan acerca de la plena seguridad de que un día habremos de
entrar en la gloria. Les pido que me disculpen, pero el texto no dice nada de
ese tipo; es “para que sepáis que tenéis
vida eterna”, aun aquí, en esta hora presente. La vida espiritual que está en
el creyente en este momento es la misma vida que estará en él en el cielo. La
vida de gracia es la vida de gloria en ciernes: es la misma vida, sólo que es
menos desarrollada. En el artículo de la muerte no recibiremos otra vida que la
que tenemos mientras moramos temporalmente aquí abajo. La muerte pone un sello
en lo que es, pero no produce nada. Tiene que haber un cambio muy palpable
obrado en el cuerpo, pero en cuanto al espíritu, la vida de Dios que está en él
ahora es la vida que morará en él a lo largo de toda la eternidad. Nuestra vida
de fe es vida eterna. Queremos que los hijos de Dios que creen en Jesús estén
convencidos de que la llama sagrada que enciende su lámpara hoy es el mismo
fuego que brillará delante del trono de Dios por siempre; ellos ya han
comenzado a ejercitar esas santas emociones de deleite y gozo que serán su
cielo; ellos ya poseen en alguna medida esas percepciones y esas facultades que
serán suyas en la gloria. Recordemos eso y sepamos que, como creyentes,
nosotros tenemos vida eterna.
Además, hay algunos
cristianos que creen en todo esto y cuya teoría es perfectamente correcta, pero,
con todo, cada uno de ellos clama: “yo necesito saber que tengo vida eterna.
Necesito una más plena certidumbre de salvación de la que ya he conseguido”.
Ese es también nuestro deseo para ustedes, pues si saben que han creído en
Jesús han sido ciertamente vivificados con la vida eterna y deberían saberlo.
Pero el texto está
dirigido exclusivamente a quienes han creído. Si tú no has creído en el
glorioso nombre del Bienamado, entonces acude de inmediato y pon tu confianza
en Él. Este es el Evangelio para todo incrédulo: “Cree en el Señor Jesucristo y
serás salvo”. Pues “el que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no
creyere, será condenado”. Un incrédulo puede tener una seguridad de que se perderá,
pero no puede tener una certeza de ser salvo, o de que alguna vez lo será.
Primero, cree en el nombre del Hijo de Dios, quien apareció para quitar el
pecado. Confía en Su gloriosa Persona, en Su obra terminada, en Su sacrificio
acepto, en Su intercesión prevaleciente y en Su glorioso advenimiento que
todavía ha de suceder. Míralo a Él, y sé salvo. Descansa sobre el único
fundamento que Dios ha puesto en Sion, y entonces a ti te será enviada la
palabra de esta consolación, pero sólo entonces.
II. Entonces,
en segundo lugar, tengo que mencionar ahora CON QUÉ FIN HA ESCRITO JUAN.
Cuando él dice: “Para
que sepáis que tenéis vida eterna”, pienso que lo primero que quiso decir es que sepan que todo aquel que cree en Jesucristo tiene vida eterna. Esto no es
un hecho acerca de ti y de unos cuantos solamente, sino que es una verdad general:
todo aquel que crea en el nombre del Hijo de Dios tiene vida eterna. No podemos
dudar de eso; no es un asunto de inferencia y deducción sino que es una
revelación de Dios. No has de formarte una opinión al respecto, sino que has de
creerlo pues el Señor lo ha dicho. Escucha estas palabras: 1 Juan 5: 1: “Todo
aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios”. Así lo dice el
Espíritu de Dios y así debe ser. No necesitamos ninguna otra evidencia; si recibimos
el testimonio de los hombres, el testimonio de Dios es mayor. El Espíritu de
Dios da testimonio de esto, y como el Espíritu es verdad, Su testimonio es
ciertamente verdadero: acepta Su testimonio y no pidas otro. Está escrito en 1
Juan 5: 12, “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de
Dios no tiene la vida”. Este es el invariable testimonio de toda
Pienso que Juan quiso
decir en este pasaje algo más, y lo consideraremos como un hecho, es decir, quiere que sepamos que tenemos personalmente
vida eterna, haciéndonos saber que creemos personalmente en Jesús. Una cosa
es creer que todo creyente tiene vida eterna; pero es algo muy diferente saber
que yo soy un creyente y que por eso mismo tengo vida eterna. He leído acerca
de un individuo que cayó al agua, y cuando se hundía vio un arcoíris arriba en
el cielo. “Ah”, pensó, “Dios hizo un pacto de no destruir la tierra con un
diluvio, y no obstante, eso no es ningún consuelo para mí, pues me temo que voy
a ahogarme”. Las provisiones más grandes de la gracia no nos sirven de nada a
menos que tengamos un interés personal en ellas. Es cierto que todo creyente
tiene vida eterna, pero ¿de qué me sirve si no soy un creyente?
Es una cosa muy singular
que la gente no sepa si cree en Jesús o no, pues es un conocimiento comprobable.
Yo sé si pienso; yo sé si resuelvo; yo sé si dudo; por tanto, debería saber si
creo. Pero como saben, la naturaleza humana experimentó una terrible torcedura
en
Hasta aquí la naturaleza
humana está tan descoyuntada que es necesario que les diga lo que pareciera ser
superfluo que les diga: que es posible la plena certeza de poseer la vida
eterna.
Eso es posible, y si es
posible, es muy deseable, pues cuando un hombre sabe que posee vida eterna,
¡cuán grande consuelo es para él! ¡Cuánta gratitud le produce a su espíritu!
¡Cómo le ayuda a vivir por encima del mundo! ¡Con qué santo ardor se entrega al
servicio de Dios sabiendo que tiene una recompensa eterna! No tiene que
desperdiciar el tiempo calculando evidencias y examinándose perpetuamente, pues
se ha examinado y se ha apoyado en Cristo y sabe que tiene vida eterna. ¡Con
cuánta rapidez progresa, pues deja los rudimentos y sigue adelante a la
perfección! Sin cuestionar más, muestra una santa intrepidez, y va de poder en
poder en embelesada comunión y en extática dicha; avanza de gloria en gloria, y
su fe materializa para él, aun mientras se encuentra aquí abajo, los goces que
están reservados para los redimidos. Lo repito, si la plena certeza es posible,
entonces es eminentemente deseable.
Y voy un poco más lejos:
es nuestro deber obtener la plena seguridad. No se nos habría ordenado que
procuremos hacer firme nuestra vocación y elección si no fuera justo que
tengamos seguridad. Estoy seguro que es bueno que un hijo de Dios sepa que Dios
es su Padre, y que nunca tenga alguna duda en su corazón en cuanto a su
condición de hijo. Yo sé que es bueno que un alma que está desposada con Cristo
conozca el dulce amor del esposo, y que no tolere nunca que alguna nube de
sospecha se interponga entre el alma y el pleno goce del amor de Cristo. Por
tanto, yo quisiera exhortarlos a que prosigan hasta saber que tienen vida
eterna. Hermanos míos, Juan, muerto, aún habla por este Libro: él los llama a
saber que el Hijo de Dios ha venido, y que nos ha dado entendimiento para conocer
a Aquel que es verdadero, y que estamos en Aquel que es verdadero, es decir, en
Su Hijo Jesucristo. Como creyentes nos ordena que reposemos firmemente nuestras
almas sobre la promesa de nuestro Dios fiel.
Con mucha pena les
recuerdo a algunos de ustedes que, como no han creído, no tienen parte ni
suerte en este asunto, y que el discípulo amado no les habla a ustedes.
III. En
tercer lugar, llego al punto en que me gustaría poner el énfasis del discurso
esta mañana: ¿QUÉ FUE LO QUE DIJO JUAN EN ESTA EPÍSTOLA QUE CONDUCE A NUESTRA
PLENA SEGURIDAD? ¿Cómo nos ayuda a saber que somos creyentes, y por consiguiente,
a saber que tenemos vida eterna? No puedo intentar un exhaustivo résumé (un resumen) de esta sumamente
bendita epístola, pero voy a seleccionar unos cuantos incisos de los muchos que
hay. Sería algo muy valioso hacer una exposición sobre esta epístola que fuera
escrita para mostrar cómo capacita a los hombres a saber que tienen vida eterna;
y tengo la confianza de que sin violentar en lo más mínimo ni una sola frase,
podría mostrarse que toda la carta atañe a la seguridad. El deseo del apóstol
de que todos los creyentes sepan que tienen vida eterna es el hilo de seda en
el que son ensartadas las perlas. Ahora los creyentes deberían saber que tienen
vida eterna y no deberían dudarlo nunca, pues la propia palabra de Dios les
asegura que así es. Recuerden aquella palabra del Señor Jesús en Juan 6: 47: “De
cierto, de cierto os digo: el que cree en mí, tiene vida eterna”. ¿Dudarán del
“De cierto, de cierto” del Señor? La palabra de Cristo aun sin el apoyo de
ninguna evidencia externa es más que suficiente para satisfacer a toda mente
agraciada. “Sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso”, sí, que toda
circunstancia sea mentirosa. Todo lo que hemos considerado como evidencia debe
ser considerado como una mentira si niega la declaración del Señor. De esta
sencilla fe en Dios viene naturalmente la seguridad por la operación del
Espíritu de Dios en el corazón. Tomen una leche pura, no adulterada, y déjenla
reposar, y pronto obtendrán crema. La fe es la leche y la plena seguridad es la
crema en ella; y cuando haya permanecido el tiempo suficiente, pueden observar
la rica crema de la santa confianza sobre su superficie. El testimonio de Dios es
verdadero, y por tanto, debe ser creído, sí, debe ser creído con plena certeza.
De acuerdo a todos los rectos principios la seguridad debería aumentar en
función del lapso durante el cual la fe se ocupa de la promesa segura. Yo he
confiado mi alma en Cristo, por tanto, tengo vida eterna. ¿Cómo lo sé? Lo sé
porque el Espíritu de Dios lo ha declarado así en
El asunto que puede ser
argumentado al respecto es este: “¿Creo en Jesús? ¿Soy un creyente en tal sentido
que tengo vida eterna?” Busquemos en la epístola para encontrar una ayuda en
esta investigación.
Encontrarán, primero,
que Juan menciona como evidencia un trato
sincero con Dios, en fe y confesión de pecado. Naturalmente los hombres
caminan en oscuridad o falsedad para con Dios; pero cuando hemos creído en
Jesús, comenzamos a caminar en la luz de la verdad. Lean en el primer capítulo
de la epístola, del versículo 6 al 9. “Si decimos que tenemos comunión con él,
y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos
en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos
limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a
nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros
pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de
toda maldad”. El creyente no pretende tratar con Dios como si no tuviera ningún
pecado, pues eso sería hacer que Cristo fuera inútil en vista de que no habría
ninguna necesidad de que Su sangre nos limpiara. No dice que ahora vive sin pecado,
pues eso sería hacer de Su limpieza una cosa del pasado, mientras que el
Espíritu enseña que es un asunto del presente, que atañe a nuestro presente
caminar con Dios. Alegar vivir sin pecado es caminar en tinieblas, pues ese
alegato es falso. El hombre que camina en la luz se presenta ante Dios como un
pecador a quien la sangre de Jesucristo Su Hijo limpia de todo pecado.
Entonces, si tratas sinceramente con Dios, puedes tomar esto como una evidencia
de que eres un hombre salvo: si confiesas tu culpa delante de Dios, si tu única
esperanza de ser limpiado de ella radica en la sangre de Jesucristo, entonces
has llegado a actuar para con Dios en la línea de la verdad y Él te acepta. Tú
que no eres un creyente en Cristo, podrías tratar de olvidar que tienes algún
pecado o podrías ofrecer algún tipo de paliativo por tu pecado por medio de
formas y ceremonias; pero, cuando eres colocado bajo la honesta luz, lo
reconocerás con franqueza y cesarás de desempeñar un papel prestado. Tu clamor
será: “Examíname, oh Dios, y pruébame”, tu petición será a la ilimitada
misericordia de Dios en Cristo Jesús. Ten la certeza de que eres un hijo de
Dios cuando confiesas el pecado y tu fe mira a Jesús para que lo quite. “Padre,
he pecado”, es el clamor de un hijo que ha nacido verdaderamente. “Dios sé
propicio a mí, pecador”, es la oración del hombre que desciende a su casa
justificado. Podemos repetir extasiados las palabras de Pablo a los Romanos, “Siendo
justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en
Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su
sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su
paciencia, los pecados pasados”.
En seguida Juan nos da
la obediencia como una prueba para el
hijo de Dios. Miren el segundo capítulo y comiencen a leer en el versículo
tercero: “Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus
mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal
es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en éste
verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que
estamos en él. El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo”.
Vamos, entonces, amados hermanos, ¿obedecen ustedes la voluntad del Señor con
todo su corazón? ¿Es la santidad el objetivo y la meta de su vida? ¿Se
esfuerzan por hacer lo que Jesús les pide? ¿Ajustan su reloj de acuerdo al sol
celestial? ¿Tratan de ordenar sus caminos y sus pasos según la ley del Señor?
¿Se deleitan también en la ley de Dios según el hombre interior? ¿Prosiguen en
pos de la perfecta santidad? Entonces, amado hermano, tú eres siervo de quien
obedeces. Ten la seguridad, más allá de toda duda, de que tú eres una de las
ovejas de Cristo, pues Él dice: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me
siguen”. “El que hace justicia es justo”. Si la gracia te ha hecho obediente,
te ha dado vida eterna.
A la vez que solicito su
atención, acompáñenme a continuación a considerar la evidencia del amor en el corazón. En el segundo
capítulo, lean en el versículo noveno: “El que dice que está en la luz, y
aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas. El que ama a su hermano,
permanece en la luz, y en él no hay tropiezo”. Luego prosigan al versículo
catorce del tercer capítulo. “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a
vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en
muerte”. Esto te ayudará grandemente a decidir sobre tu caso. ¿Odias a alguien?
¿Estás buscando revancha? ¿No sabes perdonar? Entonces no estás morando en la
luz: eres de Caín y no de Cristo. ¿Sientes que amas a tus enemigos, y que, de
hecho, no eres enemigo de nadie porque el amor es el principio de tu vida? “El
amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios”.
Tenemos que sentir una benevolencia general hacia todos los hombres, y un amor
y una complacencia todavía más intensos por todos los que están en Cristo. Este
amor tiene que ser práctico y tiene que conducirnos a ayudar y a socorrer a nuestros
hermanos. ¿Tienes este amor? ¿Sientes un deleite en la compañía de los hermanos
porque le pertenecen a Cristo, por pobres e ignorantes que sean? No sentirías
que el amor reina en tu espíritu si la verdadera fe no hubiera llegado para
morar allí. Un espíritu amoroso evidenciado por una vida amorosa es un
verdadero signo de que perteneces a Dios, cuyo nombre es amor. Tengan buen ánimo
y entren en la plena certidumbre, oh ustedes cuyos pechos brillan con la sagrada
llama del ferviente amor por Dios y por los hombres.
En seguida viene la separación del mundo. Lean en el
segundo capítulo y en el versículo quince: “No améis al mundo, ni las cosas que
están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él”.
Esto es respaldado por el primer versículo del capítulo tercero: “Por esto el
mundo no nos conoce, porque no le conoció a él”. ¿Te has enfrentado con la
oposición de los impíos? ¿Has descubierto que Ismael se burla todavía de Isaac?
Cuando vas a trabajar, ¿adviertes que tus compañeros de trabajo que solían beber
contigo tienden a evitarte? ¿Eres tildado de hipócrita por ser un cristiano?
Entonces hay una diferencia entre tú y otros y el mundo puede verla. La
simiente de la serpiente siseará a la simiente de la mujer: Dios ha puesto una enemistad
entre las dos; por tanto, que no te sorprenda eso. ¿No dijo nuestro Señor: “Si
el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros; si
fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo,
antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece”? Así, la calumnia,
el abuso, y otras formas de persecución pueden tornarse para su consuelo al
mostrar que ustedes son de ese grupo contra el cual se habla por todas partes.
Junto a eso, en el
segundo capítulo, tenemos la evidencia de la continuación en la fe. “Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que
hace la voluntad de Dios permanece para siempre. Hijitos, ya es el último
tiempo; y según vosotros oísteis que el anticristo viene, así ahora han surgido
muchos anticristos; por esto conocemos que es el último tiempo. Salieron de
nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros,
habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no
todos son de nosotros”. Entre más capacitado es un cristiano a perseverar en
santidad, más puede confiar que su religión es la obra del Espíritu de Dios en
su alma. “Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo”. La perseverancia
es una señal segura de la elección. El justo es el que se mantiene en su camino,
pero los meros fingidores son cual estrellas errantes y flores que se
marchitan. Lo que viene y se va no es de Dios: el Espíritu Santo mora
permanentemente en los verdaderos creyentes.
La siguiente evidencia
la encontrarán en el capítulo tercero y en el versículo tercero, y es, la purificación. “Todo aquel que tiene esta
esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro”. ¿Te esfuerzas
cada día por ser limpio de pecado; y, cuando has pecado, vas en la noche con
amargo arrepentimiento a Dios, y le pides ser liberado de él? ¿Estás luchando
contra los pecados que te asedian? ¿Contiendes contra las costumbres del mundo?
¿Has llegado a ser un guerrero que combate contra el mal? Eso debe servirte de
evidencia de que hay en ti un nuevo espíritu que no estaba allí por naturaleza,
y eso debe demostrarte que has sido vivificado a una vida nueva. El conflicto y
la victoria son evidencias de la gracia. “En esto conocemos que amamos a los
hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos. Pues este es
el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son
gravosos. Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la
victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe”.
Además, en el versículo
veintiuno del tercer capítulo nos encontramos con otra bendita evidencia que
consiste en una clara conciencia, “Si
nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios”. Dicen de nosotros
que nos buscamos a nosotros mismos o que somos hipócritas; pero si podemos
poner nuestra mano sobre nuestro corazón y decir: “Señor, tú lo sabes todo; tú
sabes que te amo”, tenemos la mejor base para una plena seguridad. Una
conciencia purificada de obras muertas para servir al Dios viviente es uno de
los sellos del Espíritu Santo en esa epístola que Él ha escrito en nuestros
corazones. Este divino testimonio es un privilegio que nadie posee sino los
regenerados. Demuestren que están limpios en la corte de la conciencia para que
sepan que tienen vida eterna.
Además, encontramos una
evidencia en las respuestas a la oración:
“Y cualquier cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus
mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él”. ¿Oye Dios
tus oraciones? Entonces tú eres agradable a Sus ojos”. ¿Tienes el hábito de
hablar con Él, y Él te responde? Entonces estás de acuerdo con Dios. ¿Te
concede el deseo de tu corazón? ¿No es porque te deleitas en Él? Él no oye a
los que intencionalmente viven en pecado, pero Él oye a todo aquel que hace Su
voluntad. Puedes mirar a toda oración respondida como otra señal del amor de
Dios por ti en Cristo Jesús tu Señor.
Adherencia a la verdad es otra ayuda para la
plena certeza. Lean todo el capítulo cuatro: “Amados, no creáis a todo
espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos
profetas han salido por el mundo”. En el versículo seis dice: “Nosotros somos
de Dios; el que conoce a Dios, nos oye; el que no es de Dios, no nos oye”. Leí
el otro día una declaración de un cierto teólogo docto en la que afirmaba que
la doctrina evangélica que nosotros predicamos no es el cristianismo, sino el
paulinismo. Mediante esa expresión ese teólogo se condenaba a sí mismo. Juan
dice: “Nosotros somos de Dios; el que conoce a Dios, nos oye; el que no es de
Dios, no nos oye. En esto conocemos el espíritu de verdad y el espíritu de
error”. El que no oye a los apóstoles, no oye al Maestro de ellos. El que se
atreva a decir que Pablo no nos ha dado el Evangelio, no es de Cristo, pues
Jesús dice: “El que a vosotros recibe, a mí me recibe; y el que me recibe a mí,
recibe al que me envió”. El testimonio del Espíritu Santo dado por medio de labios
apostólicos es tan seguro como el testimonio dado por el propio Hijo de Dios; y
es una categórica rebelión contra el Espíritu Santo graduar Sus expresiones, ya
sea que vengan a través de profetas, apóstoles, o de Cristo mismo. El que hace
que esto sea cierto y aquello falso, o que esto sea cierto y aquello todavía
más cierto, ha menospreciado al Espíritu de Dios que habla como le place, pero
que siempre es infalible. El que cuestiona lo que el Espíritu dice no tiene al
Espíritu de Cristo morando en él. Si has tomado a
Una de las mejores
evidencias de la verdadera fe y una de las mejores ayudas para alcanzar la plena
certeza, es una santa familiaridad con
Dios. Lean en el cuarto capítulo, en el versículo 16: “Y nosotros hemos
conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el
que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él. En esto se ha
perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del
juicio; pues como él es, así somos nosotros en este mundo. En el amor no hay
temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en
sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor. Nosotros
le amamos a él, porque él nos amó primero”. Oh, amado hermano, si has llegado a
hablar con Dios como un hombre habla con otro, si moras en Él, si cada día le
dices más a Dios de lo que les dices a los hombres, y si encuentras más gozo en
la comunión con Dios del que encuentras en todo el mundo, entonces eres de los
Suyos. Dios nunca hizo que un hombre le conociera y le amara, para echarlo
fuera luego. La vida eterna está seguramente en ti si has entrado en el lugar
secreto de los tabernáculos del Altísimo y moras bajo la sombra del
Todopoderoso. Cuando ya no tienes más ese temor servil que te hace retroceder,
sino esa confianza infantil que te acerca más y más a Dios, entonces eres Su
hijo. El espíritu de adopción es una clave del testimonio seguro del Espíritu
de Dios. El que puede decir que Dios es su gran alegría está entre los
vivientes en Sion.
IV. Ahora
quiero concluir sólo que no quisiera dejar fuera el último punto: EL SUPLEMENTO
AL PROPÓSITO DE JUAN. El apóstol lo expresa así: “Para que creáis en el nombre
del Hijo de Dios”. Yo creo que quiere decir esto: nunca te vas a meter en un
estado tal que digas: “Tengo vida eterna, y por tanto, no necesito confiar
simplemente en la sangre y en la justicia de Jesucristo. Nací de nuevo hace
años por lo que puedo vivir ahora sin el ejercicio cotidiano de la fe”. “No”
–dice el apóstol – “estoy escribiendo esto a los creyentes, y yo les digo que
si bien pueden tener plena certeza, eso no puede ser un sustituto de la fe
habitual en el Señor Jesús”. Personalmente deseo decir esto: hace más o menos
treinta y cuatro años que creí por primera vez en Cristo Jesús, y entonces vine
a Él sin tener nada en mí mismo y lo tomé a Él para que fuera mi todo. En este
momento poseo una clara y confortable seguridad de que tengo vida eterna; pero
hoy mi base de confianza es exactamente la misma que fue cuando vine a Cristo
por primera vez. No tengo ninguna confianza en mi confianza; no pongo ninguna confianza
en mi propia certeza. Mi certeza estriba en el hecho de que “Cristo Jesús vino
al mundo para salvar a los pecadores”, y “El que cree en el Hijo tiene vida
eterna”. Yo creo en Él, y por tanto yo sé que tengo vida eterna. Hermanos, no
se muevan más allá de eso. Apéguense a su primera fe. Sin importar cuán lejos
vayan en otras direcciones, permanezcan firmes en su fe indivisa en Jesús. Si
piensan que es sabio examinar estas evidencias y estos signos que les he dado,
háganlo; pero si piensan obtener alimento de ellos encontrarán una alacena vacía.
Si piensan que pueden vivir sin Cristo, y sólo de lo que han conocido en el
pasado, están grandemente equivocados. Es como procurar vivir de un maná
rancio. Ninguno de ustedes habría hecho eso en el desierto; pronto lo habrían desechado.
Cuando tenía más de un día “criaba gusanos, y hedía”. Cualquier cosa sobre la
que pongas tu mira, fuera de Cristo, se pudrirá a su tiempo de manera que la
aborrecerás. Amados, cada vaso, ya sea un gran frasco o una copita, debe colgar
de un clavo que está sujetado en un lugar seguro. Si te apartas de Jesús, te
vas a extraviar en una tierra de tinieblas y de sombra de muerte.
Si soy un hijo de Dios o
no es una cuestión que no voy a discutir hoy. Yo soy un pecador, y Jesucristo
vino para salvar a los pecadores, y aquellos que confían en Él son salvos. ¡Por
tanto, yo confío en Él! ¡Por tanto, yo soy salvo!
Porción de
Traductor: Allan Román
18/Septiembre/2013
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