El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano
Las Primeras Palabras Registradas de
Jesús
NO. 1666
SERMÓN PREDICADO LA MAÑANA DEL DOMINGO 25 DE JUNIO DE 1882
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES.
“Cuando le vieron, se sorprendieron;
y le dijo su madre: Hijo, ¿por qué nos has hecho así? He aquí, tu padre y yo te
hemos buscado con angustia. Entonces él les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿No
sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?”
Lucas 2: 48, 49.
Estas palabras son muy interesantes porque son
las primeras expresiones registradas de nuestro divino Señor. Sin duda dijo
muchas cosas muy admirables cuando todavía era niño, pero el Espíritu Santo no
consideró apropiado registrar nada de ello, excepto estas dos preguntas, como
para enseñarnos que la niñez debe ser retraída y modesta: debe ser una etapa de
preparación más que de ostentación. Poco oímos de un niño santo pues la
modestia es una parte valiosa de su carácter. Por tanto, deberíamos prestar una
mayor atención a estas palabras debido a que se encuentran a la propia
vanguardia de la enseñanza de nuestro Señor y, en un sentido, son el anuncio de
Su vida entera. Expresadas, como lo fueron, a los doce años de edad, podemos
considerarlas como las últimas palabras de Su niñez y las primeras palabras de Su
juventud. Él está alejándose del tiempo en que podía ser considerado justamente
un niño para convertirse en un joven –sobre todo en el clima oriental, donde
los hombres maduran más rápidamente que aquí- en un hijo de la ley, apto para
sentarse en medio de los doctores en el templo y ser instruido por ellos.
Los primeros días de la juventud son muy
peligrosos, pues es entonces cuando, normalmente, el resto de la vida es conformado
a plenitud. Bienaventurado es, en verdad, aquél que comienza muy temprano con
Dios y elige como su negocio el servicio del Señor. Si todos nuestros jóvenes
tuvieran el mismo sentir que hubo también en Cristo Jesús, cuán grande
evidencia poseeríamos de que el Espíritu de Dios obró
en nuestros niños, y que ahora está a punto de hablar a través de nuestros
jóvenes.
Yo supongo que estas palabras deben de haber
llegado al evangelio de Lucas a través de la propia María. ¿Cómo habría podido
saber de otra manera el evangelista que “ellos no entendían las palabras que
les habló”, o que María “guardaba todas estas cosas en su corazón”? Es María
quien narra aquí evidentemente las palabras del santo niño, palabras que ella
ponderaba ininterrumpidamente. Ella atesoraba para nosotros las joyas que salían
de los labios de Jesús. Ella nos dice que esta expresión, aunque pareciera ser
muy sencilla, no fue plenamente entendida ni por ella ni por Su altamente
estimado padre, José; y, sin embargo, observen que se nos informa expresamente
que María “guardaba todas estas cosas en su corazón”.
Cuando no puedan absorber una verdad con sus
entendimientos, déjenla descansar en sus afectos. Si hubiere algo en la palabra
de Dios que les resulte sumamente difícil, no han de rechazarlo por eso, sino
que han de preservarlo para estudio en el futuro. En la conversación de un
padre con su hijo seguramente hay muchas cosas que el niño no puede comprender
plenamente. Si fuera un niño sabio se asiría precisamente a lo que no entiende
y lo atesoraría para un uso futuro, esperando que en breve resplandezca la luz.
No han de contarse entre quienes dicen que deben
limitar su fe según su entendimiento. Si así fuera, es probable que tengan una fe
estrecha o, de lo contrario tendrán una holgada presunción, pues solamente una
altanera arrogancia puede hacernos creer que somos capaces de entender siquiera
una décima parte de lo que Dios ha revelado. Es más, voy a ir más lejos: aunque
podamos entender lo suficiente para ser salvados por la verdad, ningún hombre
puede entender la plena profundidad de la verdad y, por tanto, si para nosotros
fuera una regla limitar nuestra fe a lo que entendemos, tendríamos un rango de
fe extremadamente limitado. Atesoremos todas estas cosas; valoremos altamente
estos diamantes que sólo pueden ser cortados con diamantes; no los desechemos
porque sean duros, pues que lo sean es un índice de su condición genuina.
Agradecemos que el Espíritu de Dios nos diera
estas primeras palabras de nuestro Señor Jesús, y no las amamos menos porque
sean palabras profundas. No nos sorprende que incluso siendo un niño el Hijo de
Dios expresara dichos misteriosos. ¿Les sorprende que haya mucho en la
Escritura que no pueden comprender, cuando incluso la primera palabra de Cristo,
siendo todavía un niño, no es entendida?; es más, no fue entendida ni siquiera
por quienes le habían criado y habían vivido con Él todos esos doce años y que,
por tanto, conocían Su modo de hablar y las peculiaridades de Su lenguaje
juvenil.
Si incluso María y José no entendieron, ¿quién
soy yo para que esté diciendo para siempre: “tengo que entender ésto o no lo
aceptaré”? Es más, si no lo entendemos, guardaremos todos estos dichos en
nuestros corazones pues tenemos esta ventaja: que el Espíritu Santo ha sido
dado ahora y, por Su enseñanza, entendemos cosas que permanecieron ocultas para
los más sabios santos de la antigüedad.
Queridos amigos, cuán grande y llena de
significado fue esta primera palabra que parece tan simple. Entre más la
consideren más se verán asombrados de su plenitud. Sólo la superficialidad y la
ignorancia la considerarían sencilla, pero el estudiante más dedicado será el
más asombrado por la profundidad de su significado. Stier, a quien debo mucho
por sus pensamientos acerca de este tema, llama a este texto: “la solitaria
florecilla ubicada fuera del huerto cercado de los treinta años”. ¡Qué
fragancia exhala! ¡Es sólo un capullo, pero cuán hermoso es! No es una
expresión de Su madurez, sino la pregunta de Su adolescencia; sin embargo, este
capullo abierto a medias descubre deliciosas golosinas y deleitables colores
dignos de nuestra meditación admirativa.
Podríamos llamar a estas preguntas de Jesús: la
profecía de Su carácter y el programa de Su vida. En este texto que estamos
considerando, Jesús presentó ante Su madre todo lo que vino a hacer al mundo y
reveló Su elevada y excelsa naturaleza y descubrió Su gloriosa misión. Este
versículo es uno de aquellos versículos que Lutero llamaría ‘sus pequeñas
Biblias’, con todo el Evangelio comprimido en él. Qué importa si lo comparo con
una esencia de rosas de la que una sola gota bastaría para perfumar naciones y
edades. ¡No sería posible sobrevalorar estas “hermosas palabras”, estas
asombrosas y maravillosas palabras de vida!
Entonces, ¿quién soy yo para aventurarme a utilizar
un texto como éste? No lo tomo con la esperanza de ser capaz de descorrer el
velo de su significado completo, sino simplemente para hacerles ver a ustedes
cuán insondable es. Emanuel, Dios con nosotros, habla divinamente siendo
todavía un adolescente. Las palabras de LA PALABRA sobrepasan a todas las
demás. Que el Espíritu de Dios las abra para ustedes.
Voy a tratar el texto de esta manera: Primero, tenemos
ante nosotros la percepción del santo
niño; en segundo lugar, el hogar del
santo niño; en tercer lugar, la
ocupación del santo niño; y en cuarto lugar, la lección del santo niño para cualquiera de nosotros que lo esté
buscando.
I. Aquí vemos LA PERCEPCIÓN DEL SANTO NIÑO. Noten,
primero, que Él percibía de manera sumamente clara Su excelsa relación. María le dijo: “He aquí, tu padre y yo te
hemos buscado con angustia”. El niño Jesús había tenido el hábito de llamar a
José, Su padre, sin duda, y José era Su padre en la creencia común de quienes
le rodeaban.
Leemos en referencia a nuestro Señor, incluso
cuando ya tenía treinta años de edad, estas palabras: “Hijo, según se creía, de
José”. El santo niño no lo niega, pero mira por sobre la cabeza de José y trae
ante la mente de Su madre a otro Padre. “¿No sabíais que en los negocios de mi
Padre me es necesario estar?” Él no explica esa expresión, pero es lo
suficientemente evidente que recordaba entonces la maravillosa relación que
existía entre Su humanidad y el grandioso Dios, pues Él no fue concebido según
la manera ordinaria, sino que había venido al mundo de una manera tal que se le
dijo a María: “el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios”. En un
sentido todavía más excelso y, como un ser divino, Él reclamaba tener una relación
filial con el Altísimo. Pero aquí, sin duda, habla como un hombre, y como un
hombre llama a Dios “Mi Dios”, en un sentido más elevado de lo que podemos
hacerlo nosotros, debido a Su misterioso nacimiento.
Ustedes notarán que a lo largo de toda Su vida,
Él no llama nunca a Dios “nuestro Padre”, aunque nos pide a nosotros que lo
hagamos. Nosotros somos hijos de la misma familia, y cuando oramos hemos de
decir: “Padre nuestro que estás en los cielos”; pero nuestro Señor Jesús tiene
una relación filial todavía más especial que la nuestra, y por tanto, le dice a
Dios por Su propia cuenta: “Mi Padre”. Él reclama expresamente esta relación
personal para Sí mismo, y yo estoy seguro que nosotros no le envidiamos esa
relación, pues de ella depende nuestra propia relación con el Padre. Porque Él
es el Hijo del Altísimo, nosotros entramos en una relación filial con el Ser
Eterno, de acuerdo a nuestra limitación. El niño Jesús percibía que era el Hijo
del Altísimo, y con toda la simplicidad de la niñez declaró el secreto a Su
madre, que ya sabía cuán cierto era.
Hermanos, la percepción de este santo niño
debería ser una instrucción para nosotros. ¿Percibimos, ustedes y yo, de manera
suficientemente clara y persistente, que Dios es también nuestro Padre? ¿Acaso
no actuamos a menudo bajo la hipótesis de que no estamos relacionados con Él, o
que somos huérfanos y que nuestro Padre celestial está muerto? ¿No están
conscientes ustedes mismos algunas veces de apartarse de la influencia del espíritu
de adopción y de adentrarse en el espíritu de independencia y, por tanto, en el
espíritu de descarrío y de pecado?
Esto no nos servirá de nada. Aprendamos de este
Ser bendito que, así como Él percibió tempranamente Su excelsa y eminente
relación con el Padre, nosotros debemos hacerlo así también, aunque no seamos
nada más que hijos de la gracia. Más allá de toda expresión, debemos conocer y
valorar nuestra condición de hijos del grandioso Padre que está en los cielos.
En verdad esta verdad debería prevalecer sobre cualquier otra, y deberíamos
vivir y movernos y actuar bajo el reconocimiento de ser hijos de Dios. ¡Oh
Espíritu Santo, enséñanos esto!
A continuación, este santo niño percibió las obligaciones de esa relación. Dice:
“¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?” Escriban ese: “ME ES NECESARIO” con letras
mayúsculas. Es la primera aparición de un imperioso: “me es necesario” que
influyó en el Salvador todo el tiempo. Encontramos que se escribió de Él que
“le era necesario pasar por Samaria”, y Él mismo dijo: “es necesario que…
anuncie el evangelio del reino de Dios”, y también le dijo a Zaqueo: “es
necesario que pose yo en tu casa”, y también afirmó: “Me es necesario hacer las
obras del que me envió”. “Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas
cosas, y sea desechado por los ancianos”. “Es necesario que el Hijo del Hombre
sea levantado”. “Fue necesario que el Cristo padeciese”. Como hijo tiene que
aprender la obediencia por las cosas que padeció. El Primogénito entre muchos
hermanos debe sentir todas las exigencias de Su condición de hijo: los sagrados
instintos de la santa naturaleza; de aquí que en los negocios de Su Padre le
fuera necesario estar.
Ahora les pregunto de nuevo ésto, pues en todo
momento quiero ser práctico: ¿sentimos, ustedes y yo, este divino: “es
necesario” como deberíamos sentirlo? ¿Nos es impuesta la necesidad, sí,
recibimos una perentoria advertencia de servir a nuestro Padre divino?
¿Sentimos alguna vez hambre y sed de Él de tal manera que tenemos que
acercarnos a Él, y asistir a Su casa, y acercarnos a Sus pies, y hablar con Él,
y oír Su voz y contemplarle cara a cara? No estamos sujetos realmente al
espíritu filial a menos que así sea; pero cuando nuestra condición de hijo se
hubiere convertido en nuestra idea maestra, entonces sentiremos también esta
necesidad divina que nos induce a buscar el rostro de nuestro Padre. Así como
las chispas se levantan para volar por el aire hacia el centro del fuego, así
tenemos que acercarnos a Dios, nuestro Padre y nuestro todo.
Este santo niño también percibía el olvido de María y de José, y se
sorprendía. Él ve que Su madre y José no perciben Su excelso nacimiento y las
necesidades que conlleva, y se asombra. “¿Por qué?”, les pregunta de una infantil
manera, “¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me
es necesario estar?” Está asombrado de que no reconozcan Su condición de hijo,
que no perciban que Dios es Su Padre. ¿No recuerda María la palabra del ángel
en la Anunciación? ¿No sabía cómo había nacido Él, y no recordaba Su misteriosa
relación con Dios? Por supuesto que sí lo hacía; pero ella era una mujer, y
como una mujer había criado a este niño, y lo había educado y, por tanto,
comenzaba a olvidar el misterio que rodeaba su hijo sumida en las dulces
familiaridades con la cuales había sido complacida, y así había que recordarle
que Él era el Hijo del Altísimo.
¿Tienes tú esas percepciones, amado hijo de
Dios? ¿No te preguntas con frecuencia por qué los hombres no saben que tú eres
un hijo de Dios? ¿Has hablado algunas veces, y ellos se han reído de ti como si
fueras un idiota o un fanático, y has pensado para ti: “Cómo, acaso no saben
cómo debe hablar un hijo de Dios y cómo debe actuar un hijo de Dios? “Por esto
el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él”.
“No es algo
sorprendente,
Que seamos
desconocidos;
El mundo
judío no conoció a su Rey,
El eterno
Hijo de Dios”.
La gente no entiende al hombre espiritual: para
muchos es una rareza. No se sorprendan, hermanos míos, si los hombres carnales
no los entienden. Sí, incluso sus propios hermanos en Cristo –aquéllos que en
verdad aman a su Padre- se han quedado sorprendidos cuando ustedes sólo han actuado
impulsados simplemente por su propio corazón renovado. Muchos cristianos actúan
con tanta afectación que ya no son semejantes a hijos en su propia casa: actúan
más como extranjeros o jornaleros en la casa del Padre, quienes si bien tienen
pan en abundancia y aún les sobra, no pueden hablar nunca como lo hacen los hijos.
Pocos permiten que sus corazones se derramen con esa santa temeridad, esa dulce
familiaridad que le va bien a un hijo de Dios. Vamos, si ustedes y yo fuéramos
por el mundo en plena posesión de esta idea: “Amados, ahora nosotros somos hijos
de Dios”, no tengo ninguna duda de que actuaríamos de tal manera que incluso el
contingente de profesantes estaría sorprendido de nosotros, y nosotros
estaríamos todavía más sorprendidos de su sorpresa y asombrados de su asombro.
Si sólo actuáramos de conformidad a lo que nos dicta nuestra más íntima
naturaleza, ¡qué diferente tipo de personas seríamos! Este santo niño percibía
entonces Su gloriosa condición de hijo, percibía las obligaciones de la condición
de hijo que obraban en Él, y percibía que Sus padres no comprendían Sus
sentimientos.
El niño Jesús comenzaba a percibir también que Él mismo, personalmente, tenía que realizar
una obra, y así dijo: “¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es
necesario estar?” Él había estado callado durante doce años, pero ahora ¡la
sombra de la cruz comenzaba a caer sobre Él!, y sentía un poco de la carga de
Su obra vital. Él percibe que no vino aquí solamente para trabajar en el taller
de un carpintero, o para ser un niño campesino en Nazaret.
Él vino aquí para vindicar el honor de Dios,
para redimir a Su pueblo, para salvarlo de sus pecados, y para guiar a un ejército
de los seres lavados con sangre al trono del grandioso Padre que está en lo
alto y, por tanto, declara que tiene una ocupación más elevada de lo que María
y José pudieran entender.
Sin embargo, tiene que regresar al hogar en
Nazaret y, durante dieciocho años tiene que tratar los negocios de Su Padre
pero, hasta donde lo entendemos en nuestra lectura, permanece sin hacer nada
que tuviera el carácter de un ministerio público. Él tiene que hacer los
negocios de Su Padre oyendo en secreto al Padre, de tal manera que cuando salga
pueda decirles a Sus discípulos: “Todas las cosas que oí de mi Padre, os las he
dado a conocer”. Tiene que enseñar una lección tan grandiosa, que debe pasar
primero otros dieciocho años aprendiéndola plenamente, y Dios tiene que abrirle
Sus oídos y despertarlo cada mañana para que oiga como un aprendiz, para que
posteriormente pueda salir y ser el maestro de Israel, el Señor y Maestro de
apóstoles y evangelistas.
Amados, regreso de nuevo al nivel práctico. Con
su condición de hijos, ¿han recibido ustedes una percepción vívida de su
llamamiento y de su obra? No tienen que cumplir con una redención, sino que han
de dar a conocer esa redención por doquier. Así como Dios ha dado poder a
Cristo sobre toda carne para dar vida eterna a todos los que el Padre le ha
dado, así Jesús les ha dado a ustedes poder sobre tal y tal carne, y hay
algunos en este mundo que no recibirán nunca la vida eterna excepto a través de
ustedes. Está establecido que de los labios de ustedes oirán ellos el Evangelio;
está ordenado en el decreto divino que por medio de la intervención de ustedes
ellos serán llevados al reino de Dios.
Es tiempo de que ustedes y yo, que tal vez hemos
llegado a los treinta, a los cuarenta, a los cincuenta o sesenta años de edad,
nos levantemos y digamos: “¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es
necesario estar involucrado para realizarlos?” David tuvo que esperar hasta oír
‘el sonido como de marcha por las copas de las balsameras’; ¿acaso no oyen
ustedes el sonido como de marcha ahora? ¿No
hay signos e indicaciones de que han de cumplir la voluntad de Aquel que les
envió, y que han de completar Su obra? La noche viene, cuando nadie puede
trabajar. Arriba, entonces, ustedes, hijos de Dios, y siguiendo al santo niño
Jesús, comiencen a hacer la pregunta: “¿No sabíais que en los negocios de mi
Padre me es necesario estar?”
Estas eran las percepciones de este santo niño.
Oh, que pudieran llegarnos con potencia a nuestra propia y más reducida manera.
Que podamos percibir que somos nacidos de Dios. Que podamos percibir dentro de
nosotros el Espíritu por el cual clamamos: “Abba, Padre”. Que nos sorprendamos porque
otros no entienden los llamamientos y las urgencias de nuestra condición; y que
tengamos tal sentido de nuestro excelso llamamiento como para proceder de
inmediato a cumplirlo conforme Dios, el Espíritu Santo, nos ayude.
II. Ahora tenemos que pensar en EL HOGAR DEL SANTO
NIÑO. Aquí me veo obligado a enmendar nuestra versión, y estoy seguro de que la
corrección es, en sí misma, correcta. Me veo más fortalecido en mi opinión
porque la Versión Revisada endosa la enmienda. Así es como la traducen: “¿No
sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?” Eso podría no ser
verbalmente exacto, pero ese es el verdadero sentido. Debería ser expresado
así: “¿No sabíais que yo debía estar en lo (en casa) de mi Padre?” No hay
ninguna palabra para “casa”. Pero en casi todas las lenguas se sobreentiende la
palabra “casa”. Ustedes saben cómo nos decimos comúnmente unos a otros: “Voy
con (a la casa de) mi padre” o, “voy a pasar la tarde con (en casa de) mi
hermano”. Todo mundo sabe que nos referimos a la “casa”, y es así como está
expresado aquí en el griego. “¿No sabíais que yo debía estar con (en casa de)
mi Padre?” Quiere decir: “casa”. Ese ha de ser el primer significado básico de
ésto. El texto no dice nada de negocios, a menos que entendamos que está
incluido de hecho, puesto que podemos estar seguros de que Jesús no estaría
ocioso en lo (en casa) de Su Padre, pues dijo: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y
yo trabajo”. Observen que la pregunta de María era: “¿Por qué nos has hecho
así? He aquí, tu padre y yo te hemos buscado con angustia”. Su respuesta es:
“¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?” Esa es claramente una
respuesta completa y allí nos da la impresión de algo más natural que una
referencia a negocios. Si Jesús sólo hubiera dicho: “¿No sabíais que en los
negocios de mi Padre me es necesario estar?”, no habría sido ninguna guía para
ellos en cuanto a dónde estaría, porque en toda Su vida estuvo en los negocios
de Su Padre, pero no siempre estaba en el templo. Estaba en los negocios de Su
Padre cuando se sentó junto al pozo y habló con la mujer de Samaria; y estaba
en los negocios de Su Padre cuando caminó sobre las olas del mar de Galilea. Él
podía estar en cualquier parte, y sin embargo, estar en los negocios de Su
Padre: pero la respuesta natural a la pregunta fue: “¿Por qué me buscabais? ¿No
sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?” Leamos el pasaje de esta
manera, y veamos el hogar del niño.
¿Dónde debía estar Jesús sino en la morada de Su Padre? No dudo de que deseara
ávidamente comer la pascua al cumplir los doce años y contar con la edad
suficiente para subir a la casa de Su Padre. Él consideraba que el Templo era
temporalmente la residencia de Dios y el lugar donde Él se manifestaba en un
grado inusual, y así el santo niño miraba esas paredes y esos atrios con
deleite, como la casa de Su Padre. Le parecía sumamente natural que al llegar
al lugar, debería quedarse allí. Él no había estado realmente nunca antes en
casa. Nazaret era el lugar donde fue criado, pero el Templo de Jerusalén era Su
verdadero hogar en la tierra. Me imagino cuánto amaba ese bienaventurado niño el
lugar donde Su Padre era adorado. A
pesar de ser un niño, se quedaría parado observando las ovejas y los novillos
que eran sacrificados, y entendería mucho más acerca de ellos que ustedes y yo,
que somos adultos. Todo debe de haber sido como un país de las maravillas para
Él, siendo un niño –no hablo de Él como Dios- todo debe de haber sido
maravilloso para Él y profundamente interesante. Cuando los salmos subían,
¡cómo los cantaba con Su dulce voz juvenil!
Se decía: “He de cantar preces a Mi Padre”. Cuando elevaban las solemnes
oraciones y Él las oía, no había nadie tan devoto como Él al oír al pueblo
adorar a Su Padre celestial. Es conmovedor pensar en Él en el palacio de Su
Padre: Él era más grande que el templo, y sin embargo, todavía era un
adolescente.
Era la casa de Su Padre en un sentido especial,
porque en el templo todo hablaba de la gloria de Dios, y todo estaba destinado
a la adoración a Dios. Era la casa de Su Padre, también, en el sentido de que allí continuaba la obra de Su Padre. Si
no hubiese sido por el pecado que había apartado a los rabinos y a los
sacerdotes de seguir fielmente a Dios, el Templo sería el lugar del cual saldría
el poder de Dios. “De Sion, perfección de hermosura, Dios ha resplandecido”.
Allí también fue proclamada la verdad de Su Padre, y allí fueron celebradas Sus
ordenanzas. El Templo era el centro de la labranza del grandioso Labrador: era
la hacienda desde donde todos los obreros salían para labrar los campos del
propio Padre de Cristo.
En especial para Él, era allí que el nombre de Su Padre era enseñado. Rápidamente
encontró Su camino desde el lugar del sacrificio hasta el lugar de la
enseñanza: “Sacrificio y ofrenda no te agrada”; entonces fue a ver a los
doctores. Este niño, prudente y espiritual, quería saberlo todo acerca de lo
sagrado, y así tomó Su lugar en medio de los aprendices, y los maestros estaban
asombrados cuando este nuevo “hijo de la ley” les hacía preguntas que mostraban
que tenía un pensamiento vastamente superior a cualquier persona en el templo.
Cuando estas preguntas fueron respondidas no fueron sino las predecesoras de un
ejército entero de otras preguntas, pues Él quería saber más. Ellos se quedaban
atónitos ya que esas preguntas provenían de una mente juvenil. En retorno ellos
le hacían preguntas al joven, y Él les respondía bien, pues poseía una mente
notable, y Su madre le había enseñado la palabra preciosa, de tal manera que Él
tenía a la ley y a los profetas en la punta de Sus dedos. Sin duda citaba en
Sus respuestas los dichos de Isaías o de Jeremías, y asombraba profundamente a
los doctores cuando percibían que era capaz de divisar las profundidades de las
palabras santas.
Ahora, queridos amigos, yendo a la práctica de
nuevo, ¿dónde debería estar nuestro hogar como hijos de Dios sino en la casa de
nuestro Padre? ¿Creen ustedes que nosotros tenemos el suficiente espíritu
infantil en nosotros para sentir eso? “¿No sabíais que yo debía estar en la
casa de mi Padre?” Esa casa es Su iglesia. Él mora en medio de los fieles. Los
santos de Dios son edificados juntos para constituir una habitación de Dios por
medio del Espíritu. Que esté yo a menudo en medio de Su pueblo, pues debo estar
en la casa de mi Padre.
Si en verdad soy un hijo de Dios, ¿no debería
amar, no tendría que amar, no amaré estar donde Dios es adorado? ¿No deberían
encantarme los himnos de la casa de Dios? ¿No deberían deleitarme las oraciones
del pueblo de Dios? ¿No estaré ávido de participar en las reuniones de oración
de los santos? ¿No habría de regocijarme el hecho de unirme a su alabanza? ¿No
se vería deleitada mi alma al estar a la mesa de la comunión, y en cualquier
otra parte que Dios haya establecido para ser adorado por sus santos? ¿No
habría de amar cada lugar donde la obra de Dios se está llevando a cabo? Si
oigo que el Evangelio es predicado, ¿no he de decir: “déjenme estar allí”? Si
se distribuyen folletos de casa en casa, ¿acaso no diré: “yo también voy a
responsabilizarme de un distrito si pudiera hacerlo”? Si hay trabajo en la
escuela dominical, ¿no clamaré: “déjenme impartir una clase de acuerdo a mi
habilidad: déjenme participar en esta santa empresa”? “¿No sabíais que yo debía
estar en la casa de mi Padre, en la obra de mi Padre y en la casa de mi Padre e
involucrado en todos los intereses de mi Padre?” ¿No debería estar esta
compulsión -bendita y dulce e irresistible- continuamente sobre nosotros? Yo
debo estar donde Dios está. Si no estoy con Su pueblo porque estoy retenido por
la enfermedad, a pesar de ello he de estar en la casa de mi Padre. Hay muchas
mansiones en esa grandiosa casa en la tierra así como en el cielo, y podemos
estar con Dios en las calles, y en Su casa cuando trabajamos en el campo. Pero
tenemos que estar en la casa de nuestro Padre; no podemos tolerar estar lejos
de Dios. La pérdida de la comunión es la pérdida de la paz, la pérdida del
deleite.
Oh, ansíen ardientemente la comunión con Dios;
ambiciónenla: amen todo aquello que los mantenga en esa comunión; odien todo lo
que los aleje de ella. Levántense temprano para tener comunión con Dios, antes
de que el humo de la tierra oscurezca la faz del cielo: quédense hasta tarde
para tener comunión con Dios, mientras los rocíos están cayendo en derredor: si
no puedes hacer ninguna otra cosa, niégate el descanso, y permanece despierto
en la noche para tener comunión con Dios tu Padre. ¿Acaso un hijo no querrá
hablar con su Padre y oír a su Padre hablar con él? Así debe ser; así será; no
dejará de ser así contigo, si sientes con potencia el espíritu de hijo dentro
de ti igual que nuestro bendito Señor y Maestro lo hizo cuando sólo tenía doce
años de edad.
III. Consideren, en tercer lugar, LA OCUPACIÓN DEL
SANTO NIÑO. Aunque tengo dudas de que esta sea la traducción correcta: “¿No
sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?”, sin embargo,
sabemos que este santo niño no estaría en la casa de Su Padre como un holgazán.
Se aseguraría de estar en la casa del Padre en el sentido de ser uno de los
obreros que están en ella. La casa de nuestro Padre es una casa de negocios y,
por tanto, tenemos que estar en los negocios de nuestro Padre cuando estamos en
la casa de nuestro Padre.
Esa es la palabra. Aunque la traducción que
menciona ‘negocios’ podría ser cuestionable, es suficientemente legal decir que
la ocupación de este santo niño consistía en estar ocupado en los asuntos de Su
Padre. Entonces, ¿qué era lo que hacía?
Primero, pasaba
Su tiempo aprendiendo y preguntando. “Cómo anhelo hacer el bien” dice algún
joven. Tienes razón, pero no tienes que ser impaciente. Vé en medio de los
maestros, y aprende un poco. Tú todavía no puedes enseñar, pues no sabes: anda
y aprende antes de que pienses en enseñar. Los espíritus fogosos piensan que no
están sirviendo a Dios cuando están aprendiendo; pero en ésto yerran. Amados,
María a los pies de Jesús fue ensalzada más bien que Marta, abrumada por el
mucho servicio.
“Pero”, -dirá alguien- “no debemos estar oyendo
siempre sermones”. No, hasta donde sé, ninguno de ustedes lo hace.
“Deberíamos ponernos a trabajar de inmediato”,
clama otro.
Ciertamente deberías, después de haber aprendido
en qué consiste el trabajo; pero si todo mundo que es convertido comenzara a
enseñar, pronto tendríamos un revoltijo de herejías, y se enseñarían muchos
dogmas crudos e indigestos que harían más daño que bien. ¡Corre, mensajero,
corre! Los negocios del Rey exigen prisa. No, más bien detente un poco. ¿Tienes
alguna noticia que anunciar? Primero aprende tu mensaje, y luego corre tan
rápido como quieras. Tiene que haber un tiempo para aprender el mensaje. Si
nuestro bendito Señor esperó treinta años, Él es un ejemplo para las personas
ávidas que escasamente pueden esperar treinta minutos. ¡Mira cuán rápido viajan
las cosas ligeras! ¡Cuán ávidos de hablar están quienes no saben nada! Cuán
veloces son para hablar lo que no saben y para atestiguar lo que nunca han
visto. Esto no proviene de la sabiduría, sino que es el fruto prematuro de la
necedad.
He oído decir que los Disidentes no asisten a
sus capillas para adorar, sino para oír sermones. No es cierto; pero si lo
fuera, permítanme decirles que oír sermones pudiera ser una de las formas más
divinas de adoración fuera del cielo; pues al oír el Evangelio como debe ser
oído, cada pasión sagrada es puesta en juego, y cada poder de nuestra renovada
humanidad es conducida a inclinarse delante de la Majestad en lo alto. Cuando
la fe abraza la promesa y el amor se regocija en ella y la esperanza espera su
cumplimiento, esas tres virtudes adoran si el tema es alguna palabra de gracia
del Altísimo. El pensamiento, la memoria, el entendimiento, la emoción, todos
ellos son ejercitados.
Yo no creo haber adorado mejor a Dios jamás que
cuando he escuchado a un hombre humilde, de mente sencilla, contar la historia
de la cruz y de su propia conversión. He escuchado el Evangelio con lágrimas
rodando de mis ojos, y he adorado al Dios vivo que lo ha enviado entre los
hombres. Tengo tan raras veces el privilegio de oír un sermón que, cuando lo
hago, me ocasiona tan intenso deleite que escasamente puedo describirlo, y
entonces me acerco más a Dios que por medio de cualquier otro ejercicio.
Yo supongo que les sucede lo mismo a ustedes: de
cualquier manera, así sería si la predicación fuera lo que debería ser. El verdadero
oír engendra adoración. Este santo niño estaba involucrado en los negocios de
Su Padre cuando simplemente preguntaba y aprendía de los maestros designados.
De hecho, nosotros necesitamos hacer más de este tipo de negocios. Nosotros
somos insuficientes, deficientes y débiles, porque echamos espuma por la boca
hablando demasiado antes de haber absorbido la verdad en lo íntimo de nuestras
almas. Recuerden que la buena sustancia no puede salir de ustedes si nunca ha
entrado en ustedes; y si no tienen tiempo para recibir instrucción, la
sustancia que sale de ustedes sería de escaso valor.
Este santo niño está involucrado en el negocio
de Su Padre pues está absorto en él.
Todo su corazón está sumergido en oír y en hacer preguntas. Me parece que hay
una fuerza en la versión en griego que se pierde en la traducción, que saca a
colación la palabra “relacionado”. No
hay nada que sea paralelo a ella en el griego, que es: “¿No sabíais que yo
debía estar en la casa de mi Padre?” La manera de adorar a Dios es involucrarse
de corazón. “Bienaventurado el hombre que tiene en ti sus fuerzas, en cuyo
corazón están tus caminos”. Cuando estamos predicando decimos algunas veces:
“Siento que profundicé en el tema”; y
ustedes mismos saben cuándo el predicador está profundizando en él. A menudo está remando en la costa
de su texto, y posiblemente vadee en medio de él hasta sus tobillos; pero, oh,
cuando se zambulle en “los ríos para pasarlos a nado”, entonces experimentan
tiempos grandiosos. Cuando la preciosa verdad lo ha alzado prácticamente sobre
sus pies, ustedes se zambullen también y nadan de igual manera.
Nuestro Señor, cuando fue al templo, se
involucró en la adoración y en la enseñanza, y esa fue Su respuesta a María.
Fue como si dijera: “¿No sabíais que estaba absorto en lo de mi Padre? No me di
cuenta de que ustedes se habían ido; me olvidé por completo de ustedes. ¿No
sabíais que mi alma estaba en la casa de mi Padre? Estaba tan absorto con lo
que estaba aprendiendo de los doctores y con lo que estaba viendo en el templo,
que no podía hacer otra cosa que permanecer allí. ¿No sabían eso? ¿Acaso no se
quedaron absortos también ustedes?” Él pareciera pensar que ellos podrían haber
estado tan interesados como Él; y lo habrían estado si hubieran llevado la
misma relación con Dios que Él llevaba.
Es muy natural que quedemos embargados en
nuestra adoración. No me sorprendería si algunas veces fuéramos un poco rudos
con aquellos que se sientan junto a nosotros; o que fuéramos conmovidos un poco
más allá de lo que la etiqueta sugeriría; o que expresáramos nuestros
sentimientos con expresiones involuntarias, y nos volviéramos problemáticos
para los que están sentados en la misma banca que nosotros, de tal forma que
dijeran: “¿Qué es lo que les pasa a estas personas?”
Amigos, hemos asumido el santo compromiso, y no
podemos gobernarnos a nosotros mismos adecuadamente, y sentimos como si
pudiéramos decirles: “¿No sabías que en la obra y adoración y verdad de mi
Padre me es necesario estar?” No podemos sentir a medias: estamos demasiado
felices para eso. Sentimos un pleno entusiasmo. ¿No saben que no podemos ser comedidos
y estar calmados, pues tenemos que estar absortos con nuestro santo servicio”?
Además, el santo niño declara que sentía una necesidad de estar en ello.
“¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?” No podía evitarlo. Cristo no podría ser
nunca un alumno frío o un adorador tibio. No era posible que lo fuera. Tenía
que ser absorbido por ello; tenía que ser arrastrado dentro del bendito remolino:
tenía que perderse en él, y entregar todo Su pensamiento y atención a él; y eso
le dice a Su madre. “¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?” Al santo niño no le
interesaban otras cosas, pero ésto le absorbía por completo.
Ustedes conocen la historia de Alejandro, que
relata que cuando los embajadores persas llegaron a la corte de su padre, el
pequeño Alejandro les hacía muchas preguntas, pero no eran en absoluto el tipo
de preguntas que los muchachos suelen concebir. Él no les pedía que le
describieran el trono de marfil, ni los jardines colgantes de Babilonia, ni
nada relativo al bellísimo ropaje del rey; antes bien, preguntaba qué armas
usaban los persas en la batalla, en qué formación marchaban, y qué distancia
había hasta su país, pues el muchacho Alejandro sentía al hombre Alejandro en
su interior, y presentía que él era el hombre que conquistaría Persia y que les
mostraría otra forma de lucha que los haría batirse en retirada.
Ese un singular paralelo con el caso del niño
Jesús, que es consumido de celo únicamente por lo que es de Su Padre, porque le
correspondía hacer la obra de Su Padre, y vivir para la gloria de Su Padre, y
para ejecutar el propósito de Su Padre incluso hasta el fin.
IV. Por último, hemos de aprender LA LECCIÓN
ESPECIAL DE ESTE SANTO NIÑO PARA AQUELLOS ENTRE NOSOTROS QUE SON BUSCADORES.
¿Me estoy dirigiendo a algunos hijos de Dios que han perdido de vista a Cristo?
Sucede a veces que perdemos al santo niño, y eso sucede más a menudo cuando
disfrutamos en compañía siendo así separados de Él. María y José, sin duda, se
deleitaban con el festival, y así olvidaron a Jesús.
Cuando ustedes y yo estamos en la casa de Dios,
podríamos olvidar al Señor de la casa. ¿Nunca lo han perdido estando a Su
propia mesa? ¿Nunca lo han perdido mientras han estado involucrados en Su obra?
¿Nunca lo han perdido incluso estando ocupados con las cosas santas? Cuando lo
pierden, tal vez le digan: “Señor, te he buscado todo este tiempo; he estado
entre Tus parientes; he acudido a los amados santos de Dios y les he hablado, y
les he dicho: ‘¿Habéis visto al que ama mi alma, pues lo he perdido?’”
Su respuesta es: “¿Por qué me buscabais?” Él no
está perdido para quienes tienen un anhelo de Él. ¿No puedes confiar en Él
cuando está lejos? Él está bien incluso cuando no le ves. Aunque no siempre
sonríe, nos ama hasta el fin. A pesar de que no estés caminando a la luz de Su
rostro, tú estás viviendo en el amor de Su corazón. Jesús te ve cuando tú no lo
ves: Él tiene razones para ocultarse que están fundadas en la sabiduría.
Amadísimos amigos, fíjense que si ustedes y yo
queremos encontrar a nuestro Señor, sabemos dónde está, ¿no es cierto? Él está
en casa de Su Padre. Vayamos a la casa de Su Padre: vayamos a nuestro Padre y a
Su Padre, y hablemos con Dios y preguntémosle dónde está Jesús, si hubiéremos
perdido Su compañía. Podemos estar seguros de que Él está en la obra de Su
Padre. Estamos seguros de ello. Vayamos a trabajar de nuevo para Él. No
digamos: “me siento tan embotado que no puedo orar”. Ahora es el tiempo en que
debemos orar.
“Pero no siento como si pudiese alabarlo”. Ahora
es el tiempo en que tienes que alabarlo, y la alabanza vendrá mientras estés
alabando.
Algunas veces no tenemos motivación para los
ejercicios santos, y el diablo nos dice: “No asistas”. Mi querido amigo,
asegúrate de asistir a la asamblea ahora: asiste para tener la motivación de
asistir. ¿Has comenzado a despreocuparte acerca de las reuniones de oración?
¿Vas a dejar de asistir hasta que tengas un renovado interés en ellas? Entonces
morirás en la indiferencia. Ven y desarrolla otra vez la afición a ellas.
Aquellos que asisten con mayor frecuencia las aman más. ¿Acaso dice Satanás en
relación a la oración privada: “no posees el espíritu de oración; no debes
orar?” Dile al diablo que vas a orar pidiendo el espíritu de oración, y que vas
a suplicar hasta obtenerlo. Es un signo de enfermedad que no puedas orar, y
ciertamente entonces has de acudir al doctor. Si hay un momento cuando un
hombre debería orar más de lo usual, es cuando se siente muerto y frío en el
santo compromiso: vé y busca a Jesús en la casa del Padre, y búscale en la obra
del Padre, y quienes entre ustedes que hayan perdido la comunión con Él, lo
encontrarán de nuevo.
Cuando retomes la clase de la escuela dominical
que abandonaste porque dijiste que ya había sido suficiente; cuando vayas de
nuevo para predicar en la esquina de la calle –no has hecho eso últimamente-,
cuando comiences a estar activo en el servicio del Señor, entonces te
encontrarás de nuevo con este Ser bendito que está ocupado en los negocios de
Su Padre, sin importar que tú lo estés o no.
Una palabra más que está dirigida a los
pecadores que están buscando a Cristo. No voy a decir una palabra que
descorazone a nadie que esté buscando a Jesús, pero yo quisiera que
sobrepasaran la etapa de búsqueda. Tal vez el Espíritu Santo les ayude a
hacerlo si les leo la palabra de Cristo. “¿Por qué ustedes me buscaban A MÍ?” ¡Vamos, vamos! Ciertamente éso es
trastocar las cosas.
Nuestro Señor Jesús ha venido al mundo para
buscar y salvar a los perdidos, y ¿no es algo extraño cuando aquéllos que están
perdidos se ponen a buscarlo? Esa es una reversión de todo orden. “¿Por qué”
–pregunta Él- me buscabais ustedes?” Ahora, si en esta mañana yo
soy un pobre y perdido pecador, y puedo decir honestamente que estoy buscando a
Cristo, ¡debe de haber alguna equivocación en algún lugar! ¿Cómo puede ser ésto?
¿Cómo podría descifrarlo? Aquí está una oveja buscando al pastor. Una dracma
perdida buscando a su dueño. ¿Cómo puede ser ésto? Todo se explicará con sólo
que piensen en ésto: primero, que Jesucristo no está lejos. Él se encuentra en
la casa del Padre. “¿Dónde está la casa del Padre?” ¡Vamos, en nuestro
derredor! La casa del grandioso Padre cubre el mundo entero y todas las
estrellas; Él vive en todas partes. Él no mora en templos hechos por manos
humanas, como este Tabernáculo, o aquella catedral: el Señor está fuera en los
campos, y en las calles; en dondequiera que le busquen. No digas, ¿Quién subirá al cielo para encontrarlo, o quién
descenderá al abismo para hacerlo subir? “Cerca de ti está la palabra”. ¡Aquí
está Cristo en medio de nosotros! Hombre, ¿qué estás buscando? ¿Estás buscando
un espíritu de la noche, o un espectro de la oscuridad?
Un anciano conocido mío, sumido en gran
turbación estaba buscando sus anteojos. Ah, querido buen hombre, él no habría
podido ver si no los llevara puestos, y estaba mirando a través de sus lentes y
ayudándose de ellos para encontrarlos.
Muchísimas almas están buscando a Cristo por la
gracia que han recibido de Él. Jesús está cerca. Crean en Él. Recuerden también
otra cosa, que Cristo ha de estar ocupado en el negocio de Su Padre. Y, ¿cuál
es el negocio de Su Padre? Pues bien, es salvar pecadores. Este es el deleite
de Su grandioso Padre. Él se alegra al traer a los hijos pródigos a casa.
¿Estás buscando a Jesús como si no pudiera ser encontrado, como si fuera
difícil hacer que oiga, y difícil conseguir Su ayuda? Vamos, Él está ocupado
salvando pecadores. Jesús se sienta sobre la colina de Sion: Él todavía recibe
a pobres pecadores. Ten ánimo y no andes buscándole entre tus parientes, ni lo
busques con lágrimas amargas y con clamores de desesperación como si se
estuviera ocultando de ti. Él no está lejos de ninguno de nosotros. Él está
ante ti y te pide que confíes en Él. Míralo a Él y sé salvo. ¿Lo miras? Entonces
eres salvo. Prosigue gozoso tu camino. Que Dios te bendiga. Amén.
Porción de la Escritura leída antes del sermón:
Lucas 2: 25-52.
Traductor: Allan Román
22/Abril/2010
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