El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano

¿Qué es la Fe? ¿Cómo se Obtiene?

NO. 1609

 

SERMÓN PREDICADO LA MAÑANA DEL DOMINGO 17 DE JULIO DE 1881

POR CHARLES HADDON SPURGEON

EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES.

 

“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe”. Efesios 2: 8.

 

Tengo el propósito de considerar primordialmente la expresión: “por medio de la fe”. Sin embargo, les pido ante todo que presten atención al origen de nuestra salvación, que es la gracia de Dios. “Por gracia sois salvos por medio de la fe”. Puesto que Dios es clemente, los pecadores son perdonados, convertidos, purificados y salvados. No son salvados debido a que hubiere algo en ellos, o que pudiere hallarse algo en ellos jamás, sino gracias al ilimitado amor, a la bondad, a la piedad, a la compasión, a la misericordia y a la gracia de Dios. Entonces, deténganse un momento en el manantial. Contemplen el río limpio del agua de vida al momento de brotar del trono de Dios y del Cordero. ¡Cuán grande abismo es la gracia de Dios! ¿Quién podría sondarlo? Como todos los demás atributos divinos, es infinito. Dios está lleno de amor, pues “Dios es amor”. Dios está lleno de bondad, y el propio nombre “Dios” no es sino un apócope de “bueno” (1). La bondad ilimitada y el amor forman parte de la propia esencia de la Deidad. Gracias a que “para siempre es su misericordia”, los hombres no son destruidos; gracias a que “nunca decayeron sus misericordias”, los pecadores son conducidos a Él y son perdonados. Recuerden muy bien esto, pues, de otro modo, si fijan demasiado sus mentes en la fe, que es el canal de la salvación, al punto de olvidar a la gracia, que es la fuente y el origen mismo de la propia fe, podrían caer en el error. La fe es la obra de la gracia de Dios en nosotros. Nadie puede llamar a Jesús: ‘Cristo’ sino por el Espíritu Santo. “Ninguno puede venir a mí”, -dice Cristo- “si el Padre que me envió no le trajere”. De tal manera que la fe, que es venir a Cristo, es el resultado de una atracción divina. La gracia es la primera y la última causa de la salvación, y la fe, valiosa como es, es solamente una parte importante de la maquinaria empleada por la gracia. Somos salvados “por medio de la fe”, pero es: “por gracia”. Divulguen, como con trompeta de arcángel, estas palabras: “Por gracia sois salvos”.

 

La fe ocupa la posición de un canal o de un tubo de conducción. La gracia es la fuente y la corriente: la fe es el acueducto a lo largo del cual desciende el torrente de la misericordia para refrescar a los sedientos hijos de los hombres. Es una gran lástima que se rompa el acueducto. Es un triste espectáculo ver alrededor de Roma los muchos nobles acueductos que ya no encauzan más el agua a la ciudad porque los arcos están rotos y las maravillosas estructuras están en ruinas. El acueducto debe conservarse intacto para que pueda transportar la corriente de agua y, de igual manera, la fe tiene que ser legítima y verdadera, y tiene que ascender directamente a Dios y descender directamente a nosotros para que pueda convertirse en un conducto útil de misericordia para nuestras almas. Aun así, les recuerdo de nuevo que la fe es el canal o acueducto y no es el manantial y no debemos poner demasiado la mira en ella como para exaltarla por encima de la fuente divina de toda bendición que se ubica en la gracia de Dios. No conviertan nunca a su fe en un Cristo, ni la consideren como si fuera la fuente independiente de su salvación. Encontramos nuestra vida al “mirar a Jesús”, no al mirar a nuestra propia fe. Todas las cosas se vuelven posibles para nosotros por la fe; con todo, el poder no está en la fe, sino en el Dios en quien descansa nuestra fe. La gracia es la locomotora, y la fe es la cadena por medio de la cual el vagón del alma se vincula al gran poder motor. La justicia de la fe no es la excelencia moral de la fe, sino es la justicia de Jesucristo que es sujetada y apropiada por la fe. La paz en el interior del alma no se deriva de la contemplación de nuestra propia fe, sino que nos viene de Aquel que es nuestra paz. La fe toca el borde de Su manto y de Él emana poder que se introduce en el alma.

 

Sin embargo, es algo muy importante que miremos bien el canal, y por tanto, en este momento vamos a considerarlo, conforme Dios el Espíritu Santo nos capacite para hacerlo. ¿Qué es la fe? ¿Por qué es escogida la fe como el canal de bendición? ¿Cómo se obtiene y cómo se aumenta la fe?

 

I.   ¿QUÉ ES LA FE? ¿Qué es esta fe respecto a la cual se dice: “Por gracia sois salvos por medio de la fe”? Hay muchas descripciones de la fe, pero casi todas las definiciones que me he encontrado me han hecho entenderla menos de lo que la entendía antes de verlas. Cuando un hombre de color leyó el capítulo dijo que lo ‘embrollaría’ –y es muy probable que lo hiciera- aunque lo que quiso decir es que lo ‘expondría’. Así también, hermanos, podríamos explicar la fe de una manera que nadie la entendiera. Yo espero no ser culpable de ese yerro. La fe es la cosa más sencilla, y tal vez, en razón de su sencillez, sea la cosa más difícil de explicar.

 

¿Qué es la fe? Se compone de tres elementos: conocimiento, creencia y confianza. El conocimiento es lo primero. Los teólogos de la Iglesia de Roma sostienen que un hombre puede creer lo que no conoce. Tal vez un católico romano pueda hacerlo, pero yo no. “¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído?” Yo necesito ser informado de un hecho antes de poder creerlo. Yo creo en esto, yo creo en aquello; pero yo no puedo decir que creo en una gran cantidad de cosas de las cuales ni siquiera me he enterado. “La fe es por el oír”. Primero tenemos que oír para poder saber qué es lo que se ha de creer. “En ti confiarán los que conocen tu nombre”. Un mínimo de conocimiento es esencial para la fe: de ahí la importancia de obtener conocimiento. “Inclinad vuestro oído, y venid a mí; oíd, y vivirá vuestra alma”, fue la palabra del profeta antiguo y es todavía la palabra del Evangelio. Escudriñen las Escrituras y aprendan la enseñanza del Espíritu Santo respecto a Cristo y a Su salvación. Busquen conocer a Dios, “que es galardonador de los que le buscan”. Que les dé “espíritu de conocimiento y de temor de Jehová”. Conozcan el Evangelio: sepan cuáles son las buenas nuevas, cómo hablan de un perdón inmerecido y de un cambio de corazón, de una adopción en la familia de Dios, y de un sinnúmero de otras bendiciones. Conozcan a Dios, conozcan Su Evangelio, y conozcan especialmente a Cristo Jesús, el Hijo de Dios, el Salvador de los hombres, unido a nosotros por Su naturaleza humana, y unido a Dios por ser divino, y siendo por ello capaz de actuar como mediador entre Dios y el hombre, capaz de poner Sus manos sobre ambos y ser el enlace entre el pecador y el Juez de toda la tierra. Esfuércense por conocer más y más de Cristo. Habiendo transcurrido más de veinte años después de su conversión, Pablo les dice a los filipenses que deseaba conocer a Cristo; y pueden estar seguros de que entre más conozcamos de Jesús, más desearemos conocer de Él y así aumentará nuestra fe en Él. Procuren conocer especialmente la doctrina del sacrificio de Cristo, pues ese es el centro del blanco al que apunta la fe; este es el punto al que la fe salvadora se adhiere principalmente: que “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados”. Sepan que Él fue hecho una maldición por nosotros, como está escrito: “Maldito todo el que es colgado en un madero”. Sorban profundamente la doctrina de la obra sustitutiva de Cristo, pues allí está el más dulce consuelo posible para los culpables hijos de los hombres, puesto que el Señor “por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”. Entonces, la fe empieza con el conocimiento; de aquí el valor de ser enseñados en la verdad divina, pues conocer a Cristo es la vida eterna.

 

La mente prosigue a creer que estas cosas son verdaderas. El alma cree que hay un Dios y que oye los clamores de los corazones sinceros; que el Evangelio viene de Dios; que la justificación por fe es la gran verdad que Dios ha revelado por Su Espíritu en estos últimos días más claramente que antes. Luego el corazón cree que Jesús es cierta y verdaderamente nuestro Dios y Salvador, el Redentor de los hombres, el profeta, el sacerdote, y el rey de Su pueblo.

 

Amados oyentes, yo oro pidiendo que ustedes puedan llegar a esto de inmediato. Crean firmemente que “la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”; que Su sacrificio es entera y plenamente aceptado por Dios a nombre del hombre, de tal manera que el que cree en Jesús no es condenado. Hasta este punto han progresado hacia la fe, y se requiere un ingrediente más para completarla, que es la confianza. Entréguense al Dios misericordioso; depositen su confianza en el Evangelio de gracia; confíen su alma al Salvador que murió pero que ahora vive; laven sus pecados en la sangre expiatoria; acepten Su perfecta justicia, y todo estará bien. La confianza es la sangre de la vida de la fe: no hay fe salvadora sin ella. Los puritanos solían explicar la fe mediante la palabra “reclinación”. Ya saben lo que quiere decir eso. Ustedes ven que me apoyo sobre esta barandilla, y que presiono con todo mi peso contra ella; apóyense en Cristo de esta manera. Sería una mejor ilustración todavía que me estirara en toda mi longitud y que me acostara sobre una roca, echándome sobre ella. Acuéstense sobre Cristo. Arrójense sobre Él, descansen en Él, entréguense a Él. Habiendo hecho eso, habrán ejercitado la fe salvadora. La fe no es algo ciego, pues la fe comienza con el conocimiento. No es algo especulativo, pues la fe cree en hechos de los cuales está segura. No es algo impráctico y soñador, pues la fe confía y apuesta su destino a la verdad de la revelación. La fe lo apuesta todo a la verdad de Dios; apuesta no es una palabra placentera para ser usada, pero el poeta la empleó, y sugiere mi significado:

 

“Apuesten a Él, apuéstenlo todo;

Que no intervenga ninguna otra confianza”.

 

Esa es una manera de describir lo que es la fe; me pregunto si ya la he “embrollado”.

 

Permítanme intentarlo de nuevo. La fe es creer que Cristo es lo que de Él se dice que es y que hará lo que ha prometido hacer, y la fe es esperarlo. Las Escrituras afirman que Jesucristo es Dios, Dios encarnado; afirman que es perfecto en Su carácter, que fue convertido por nosotros en ofrenda por el pecado y que cargó con el pecado en Su propio cuerpo sobre el madero. La Escritura afirma que Él puso fin a la transgresión, que acabó con el pecado y que trajo la justicia eterna. Las Escrituras nos dicen adicionalmente que “resucitó”, que “vive siempre para interceder por ellos (por los que por él se acercan a Dios)”, que ascendió a la gloria y que ha tomado posesión del cielo en nombre de Su pueblo, y que en breve vendrá otra vez y “juzgará al mundo con justicia, y a los pueblos con rectitud”. Debemos creer muy firmemente que así es, pues ese es el testimonio de Dios el Padre, cuando dijo: “Éste es mi Hijo amado… a él oíd”. Eso es testificado también por Dios el Espíritu Santo, pues el Espíritu ha dado testimonio de Cristo, tanto a través de la Palabra como por diversos milagros y por Sus obras en los corazones de los hombres. Nosotros tenemos que creer que este testimonio es verdadero.

 

La fe cree también que Cristo hará lo que ha prometido; que si Él ha prometido que no echará fuera a nadie que viniere a Él, es seguro que no nos echará fuera si venimos a Él. La fe cree que si Jesús dijo: “el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna”, eso tiene que ser verdad; y que si recibimos esa agua viva de Cristo, permanecerá en nosotros y manará de nuestro interior en torrentes de vida santa. Todo lo que Cristo ha prometido hacer, lo hará, y tenemos que creer en esto de tal manera que busquemos recibir de Sus manos el perdón, la justificación, la preservación y la gloria eterna, según lo ha prometido.

 

Luego viene el siguiente paso necesario. Jesús es lo que de Él se dice que es, y Jesús hará lo que Él dice que hará; por tanto, cada uno de nosotros tiene que confiar en Él, diciendo: “Él será para mí lo que dice ser, y Él hará por mí lo que ha prometido hacer; yo me pongo en las manos de Quien ha sido escogido para salvar, para ser salvado. Yo confío en Su promesa que hará lo que ha dicho que hará”. Esta es una fe salvadora, y quien la tiene posee la vida eterna. Sin importar cuáles sean sus peligros y sus dificultades, sin importar cuáles sean sus tinieblas y su depresión, sin importar cuáles sea sus debilidades y sus pecados, el que así cree en Cristo Jesús no es condenado, y nunca verá condenación. Espero que esta explicación sea de alguna utilidad. Yo confío que sea usada por el Espíritu de Dios.

 

Pero ya que se trata de una mañana de un calor sofocante, he pensado ahora que sería mejor que les diera una serie de ilustraciones, no vaya a ser que algunos se queden dormidos. Si alguien estuviese soñoliento, que su vecino más cercano lo empuje levemente con el codo, como por accidente, pues mientras estemos aquí sería mejor que permanecieran despiertos, especialmente con un tema como el que traemos entre manos. Las ilustraciones serán del tipo de las que suelen usarse comúnmente, y talvez yo pueda aportar una o dos que son mías. La fe existe en diversos grados, de acuerdo a la cantidad de conocimiento o a alguna otra causa. Algunas veces la fe no es más que un simple asirse de Cristo: es un sentido de dependencia y una disposición a depender de esa manera.

 

Cuando van a la playa -y todos nosotros desearíamos ir- ven a esos moluscos conocidos como ‘lapas’ adheridos a la roca; ustedes se aproximan con paso leve hasta la roca y con su báculo golpean a una lapa con un golpe rápido y se desprende de la roca. Intenten hacer lo mismo con otra ‘lapa’. Ya la habrías advertido; ella oyó el golpe con el que desprendiste a su vecina, y entonces se aferra con todo su poder. Nunca podrías desprenderla; ¡no podrías hacerlo! Golpea, y golpea otra vez, pero sería más fácil que rompieras la roca. Nuestra pequeña amiga, la lapa, no sabe mucho, pero se adhiere. No puede decirnos mucho respecto a lo que se adhiere, ni está enterada de la formación geológica de la roca, pero se adhiere. Ha encontrado algo a lo cual adherirse -ese es su escaso conocimiento- y lo usa adhiriéndose a la roca de su salvación; la vida de la lapa consiste en adherirse. Miles de miembros del pueblo de Dios no tienen mayor fe que esa; conocen lo suficiente para adherirse a Jesús con todo su corazón y con toda su alma, y eso les basta. Jesucristo es para ellos un Salvador fuerte y poderoso, y es inconmovible e inmutable como una roca; se adhieren a Él para salvar su vida, y esta acción los salva.

 

Dios le da a Su pueblo la propensión a adherirse. Mira al chícharo o guisante de olor que crece en tu jardín. Tal vez ha caído sobre el sendero de grava. Si lo apoyaras contra el laurel o la espaldera, o pusieras una vara cerca de él se adheriría directamente, porque cuenta con unos pequeños ganchitos con los cuales se adhiere a cualquier cosa que se interponga en su camino; está destinado a extenderse hacia arriba y por eso se le ha provisto de zarcillos. Todo hijo de Dios cuenta con sus zarcillos: pensamientos, deseos y esperanzas con los que se engancha a Cristo y a la promesa. Aunque este es un tipo muy sencillo de fe, es con todo una forma muy completa y eficaz; de hecho, es el corazón de toda fe, y es a lo que somos conducidos cuando estamos en serios problemas, o cuando nuestra mente está enturbiada en cierta medida porque nuestro espíritu está enfermo o deprimido. Podemos asirnos cuando no podemos hacer otra cosa, y esa es el alma misma de la fe.

 

Oh, pobre corazón, si tú todavía no conoces tanto del Evangelio como desearíamos que lo conocieras, aférrate a lo que sabes. Aunque todavía seas tan sólo como un cordero que se adentra un poco en el río de vida y no como leviatán que remueve hasta el fondo el profundo abismo, con todo, bebe, pues lo que te salva es beber, no sumergirte. ¡Aférrate, entonces! Aférrate a Jesús, pues eso es la fe.

 

Otra forma de fe es aquella en la que un hombre depende de otro debido a un conocimiento de la superioridad de esa otra persona, y le sigue. Yo no creo que la lapa sepa mucho acerca de la roca, pero en esta siguiente fase de la fe hay mayor conocimiento. Un ciego se confía a su guía porque sabe que su amigo puede ver, y al confiar, camina adonde su guía lo conduce. Si el pobre hombre nace ciego no sabe lo que es la vista pero sabe que existe la vista, y que su amigo la posee, y por tanto, pone de buen grado su mano en la mano del vidente, y sigue su liderazgo. Esta es una de las mejores imágenes existentes de la fe; sabemos que Jesús posee mérito y poder y bendición que nosotros no poseemos, y por tanto, nos confiamos a Él de buen grado y Él nunca traiciona nuestra confianza.

 

Cada muchacho que va a la escuela tiene que ejercer la fe mientras está aprendiendo. Su maestro le enseña geografía, y le instruye en cuanto a la forma de la tierra y a la existencia de ciertas grandes ciudades e imperios. El muchacho no sabe por sí mismo si estas cosas son ciertas, pero le cree a su maestro y a los libros que tiene en sus manos. Eso es lo que tendrán que hacer con Cristo si han de ser salvados: tienen que saber simplemente porque Él se los dice, y tienen que creer porque Él les asegura que así es, y han de confiarse a Él porque Él les promete que la salvación será el resultado. Casi todo lo que ustedes y yo sabemos nos ha llegado por fe. Se hace un descubrimiento científico, y estamos seguros de ello. ¿Sobre qué base lo creemos? Con base en la autoridad de ciertos hombres de ciencia bien conocidos cuya reputación está establecida. Nunca hemos hecho ni hemos visto sus experimentos, pero creemos en su testimonio. Precisamente eso tienen que hacer con respecto a Cristo: debido a que Él les enseña ciertas verdades, ustedes deben ser Sus discípulos y deben creer en Sus palabras y confiarse a Él. Él es infinitamente superior a ustedes, y se presenta como Maestro y Señor de ustedes para que confíen en Él. Si lo reciben a Él y a Sus palabras, serán salvados.

 

Otra forma más excelsa es la fe que brota del amor. ¿Por qué confía un niño en su padre? Ustedes y yo sabemos un poco más acerca de su padre que él, y nosotros no confiamos en él tan incondicionalmente; pero la razón por la que el niño confía en su padre es porque lo ama. Bienaventurados y dichosos son quienes tienen una fe incondicional en Jesús, entretejida con un profundo afecto por Él. Están encantados con su carácter y se deleitan con Su misión, se entusiasman por la misericordia que ha manifestado, y ahora no pueden evitar confiar en Él porque lo admiran, lo reverencian y lo aman mucho. Es difícil hacer que duden de una persona a quien ustedes aman. Si son finalmente conducidos a ello, entonces viene la terrible pasión de los celos, que es fuerte como la muerte y cruel como la tumba; pero mientras no llegue esa opresión de corazón, el amor es plenitud de confianza y de entrega.

 

El carácter de una confianza amorosa en el Salvador puede ser ilustrado así. Una dama es la esposa del más eminente médico del momento. Ella cae presa de una peligrosa enfermedad cuyo poder la derriba; con todo, ella está asombrosamente calmada y tranquila, pues su esposo ha convertido a esta enfermedad en su estudio especial, y ha curado a miles de personas similarmente afligidas. Ella no está turbada en lo más mínimo pues se siente perfectamente segura en las manos de un ser tan querido para ella, en quien la habilidad y el amor se combinan en sus formas más excelsas. Su fe es razonable y natural y su esposo la merece desde cualquier punto de vista. Este es el tipo de fe ejercido por el más feliz de los creyentes para con Cristo. No hay ningún médico como Él. Nadie puede salvar como Él. Lo amamos y Él nos ama, y por tanto, nos ponemos en Sus manos y aceptamos cualquier cosa que prescriba y hacemos cualquier cosa que ordene. Sentimos que nada puede ser ordenado equivocadamente mientras Él sea el director de nuestros asuntos, pues Él nos ama en demasía para permitir que perezcamos o que suframos un solo dolor innecesario.

 

La fe capta también la presencia del Dios y Salvador viviente y engendra así en el alma una hermosa calma y una quietud como la que fue vista en un niñita en medio de una tempestad. Su madre estaba alarmada, pero la dulce niña estaba fascinada; ella aplaudía con deleite. Estando junto a la ventana cuando los rayos venían de manera sumamente espeluznante, ella exclamaba con acentos infantiles: “¡Mira mamá! ¡Qué hermoso!” Su madre le dijo: “Querida, quítate de allí; los rayos son terribles”, pero ella le rogaba que le permitiera seguir contemplando para poder ver la hermosa luz que Dios estaba proyectando por todo el cielo, pues ella estaba segura de que Dios no le haría ningún daño a Su pequeñita. “Pero escucha esos terribles truenos”, le dijo la madre. “¿No me dijiste tú, mamá, que Dios habla en el trueno?” “Sí”, le respondió la trémula progenitora. “Oh” –dijo la pequeñita- “qué agradable es oírle. Él habla muy fuerte, pero pienso que se debe a que quiere que los sordos le oigan. ¿No es así, mamá?” Así prosiguió hablando; estaba tan feliz como un pajarillo, pues Dios era real para ella y ella confiaba en Él. Para ella el rayo era la hermosa luz de Dios, y el trueno era la maravillosa voz de Dios, y eso la hacía feliz. Me atrevería a decir que la madre sabía mucho acerca de las leyes de la naturaleza y de la energía de la electricidad, mas poco era el consuelo que su conocimiento le aportaba. El conocimiento de la niña era menos vistoso, pero era mucho más certero y precioso. Somos tan altivos hoy en día que somos demasiado arrogantes para ser consolados por una verdad que es evidente en sí misma, y preferimos hacernos miserables con teorías cuestionables. Hood cantó una profunda verdad espiritual cuando jubilosamente dijo:

 

“Yo recuerdo, yo recuerdo,

Los oscuros y elevados abetos;

Solía pensar que sus esbeltas copas

Estaban muy cerca del cielo;

Era una ignorancia infantil,

Pero hoy representa escaso gozo

Saber que estoy más lejos del cielo

Que cuando era un muchacho”.

 

En cuanto a mí, yo preferiría ser un niño otra vez antes que volverme perversamente sabio. La fe consiste en ser un niño para con Cristo y creer en Él como una persona real y presente, en este mismo instante, cerca de nosotros, y dispuesto a bendecirnos. Aunque esto pudiera parecer una fantasía pueril, es a esa puerilidad a la que debemos llegar todos si queremos ser felices en el Señor. “Si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”. La fe le toma la palabra a Cristo, tal como un niño cree en su padre, y confía en Él con toda sencillez en cuanto al pasado, al presente y al futuro. ¡Que Dios nos conceda una fe así!

 

Una sólida forma de fe surge de un conocimiento seguro; esto viene del crecimiento en la gracia y es la fe que cree en Cristo porque le conoce y confía en Él porque ha comprobado que es infaliblemente fiel. Esta fe no pide signos ni señales, sino que cree valerosamente. Siempre me ha asombrado la fe del capitán de un barco. Suelta las amarras, y maniobra para alejarse de la costa. Durante días, semanas o incluso meses nunca ve ninguna otra vela ni ve la costa, y con todo, prosigue día y noche sin temor, hasta que una mañana se encuentra justo frente al fondeadero deseado hacia el cual se dirigía. ¿Cómo encontró su camino sobre el abismo ignoto? Él confió en su brújula, en su carta de marear, en su catalejo y en los cuerpos celestiales y obedeciendo su guía, sin avistar la costa, maniobró con tanta precisión que no tuvo que cambiar ningún punto para llegar a puerto. Navegar por instrumentos es algo maravilloso. Espiritualmente es algo bendito dejar las costas de lo que se divisa y decir: “Adiós a los sentimientos internos, a las alentadoras providencias, a los signos, a las señales y esas otras cosas parecidas: yo creo en Dios, y voy navegando al cielo directamente”. “Bienaventurados los que no vieron y creyeron”: a ellos se les dará una segura entrada al final y un viaje próspero en el camino.

 

Esta es la fe que hace fácil la entrega nuestra alma y de todos sus eternos intereses a la custodia del Salvador. Un hombre va al banco y deposita allí su dinero con un cierto grado de confianza; pero otro ha revisado las cuentas del banco, y ha estado tras bastidores y se ha asegurado de que tenga una vasta reserva de capital bien invertido; ese hombre deposita su dinero con la máxima seguridad. Conoce y está firme en su fe, y así entrega de buen grado todo su dinero al banco. De igual manera, los que conocemos a Cristo nos alegramos de colocar nuestro ser entero en Sus manos, sabiendo que Él es capaz de guardarnos hasta el fin.

 

Que Dios nos dé más y más una firme confianza en Jesús hasta que llegue a ser una fe imbatible, de tal manera que nunca dudemos sino creamos sin cuestionar. Miren al labriego; él labora con su arado en los meses invernales, cuando no hay ni una hoja en el árbol, ni ningún pájaro que cante para alegrarlo, y después de arar toma el precioso grano del granero, del cual tenía tal vez apenas lo justo, y lo entierra en los surcos, confiado en que brotará de nuevo. Debido a que él ya ha visto una cosecha cincuenta veces, espera otra, y esparce con fe el precioso grano. Según todas las apariencias, lo más absurdo que algún mortal hubiere hecho jamás es esparcir el buen grano y enterrarlo en el suelo. Si no hubieras visto nunca o no hubieras oído acerca de sus resultados, parecería que es un desperdicio y no una obra agrícola; con todo, el labriego no tiene ninguna duda; él anhela que se le permita arrojar su simiente y en fe incluso ansía un buen clima para poder enterrar su grano; y si tú le dijeras que está haciendo algo absurdo, él se reiría de tu ignorancia, y te diría que así es como se obtienen las cosechas. Este es un buen cuadro representativo de la fe que crece de la experiencia: nos ayuda a actuar de una manera contraria a las apariencias, nos conduce a entregar todo lo nuestro a la custodia de Cristo, enterrando nuestras esperanzas y nuestras propias vidas con Él en la gozosa confianza de que si estamos muertos con Él también viviremos con Él. Jesucristo, que resucitó de los muertos, nos resucitará por medio de Su muerte a una vida nueva, y nos dará una cosecha de gozo y paz.

 

Entreguen todo en manos de Cristo, y lo recibirán de nuevo con un abundante incremento. Que obtuviéramos una fe fuerte, de tal manera que así como no tenemos ninguna duda de la salida y de la puesta del sol, así no dudáramos tampoco nunca de la obra del Salvador por nosotros en toda hora de necesidad. Ya hemos confiado en nuestro Señor, y no hemos sido confundidos nunca, por tanto, prosigamos confiando en Él más y más incondicionalmente, pues nuestra fe en Él nunca sobrepasará los límites de Sus merecimientos. Tengan fe en Dios, y luego escuchen decir a Jesús: “Creéis en Dios, creed también en mí”.

 

II.   Hasta aquí he procurado responder a la pregunta: ¿qué es la fe? Ahora vamos a inquirir POR QUÉ LA FE HA SIDO SELECCIONADA COMO EL CANAL DE SALVACIÓN. “Por gracia sois salvos por medio de la fe”. Nos conviene ser modestos al responder una pregunta así, pues los caminos de Dios no siempre han de ser comprendidos; pero, hasta donde podemos saber, la fe ha sido seleccionada como el canal de la gracia porque la fe se adapta naturalmente para ser usada como receptora. Supongan que yo estuviera a punto de darle una limosna a un pobre; entonces la pongo en su mano; ¿por qué? Bien, difícilmente sería adecuado ponerla en su oído, o dejarla sobre su zapato; la mano parece hecha a propósito para recibir. Así, en el cuerpo mental, la fe está creada a propósito para ser receptora; corresponde a la mano del hombre, y hay una adecuación en otorgar la gracia por su medio. Permítanme expresarlo más claramente. La fe que recibe a Cristo es un acto tan sencillo como cuando tu hijo recibe una manzana de ti porque tú se la ofreces y porque le prometes darle la manzana si viene por ella. La creencia y la recepción se relacionan únicamente a una manzana, pero constituyen precisamente el mismo acto como la fe que trata con la eterna salvación, y lo que la mano del niño es para la manzana, eso es tu fe respecto a la perfecta salvación de Cristo. La mano del niño no hace a la manzana ni altera a la manzana; sólo la toma; y la fe es elegida por Dios para ser la receptora de la salvación porque no pretende producir la salvación, ni ayudar en ella, sino sólo recibirla.

 

Además, la fe es seleccionada sin duda porque le da toda la gloria a Dios. Es por fe para que sea por gracia, y es por gracia para que no haya ninguna jactancia, pues Dios no puede tolerar el orgullo. Pablo dice: “No por obras, para que nadie se gloríe”. La mano que recibe una caridad no dice: “Merezco un agradecimiento por aceptar el don”; eso sería absurdo. Cuando la mano lleva el pan a la boca no le dice al cuerpo: “Agradéceme, pues yo te alimento”. Lo que hace la mano es algo muy sencillo aunque es algo muy necesario, pero nunca se arroga la gloria para sí misma por lo que hace. Entonces Dios seleccionó a la fe para que recibiera el don indecible de Su gracia porque no puede arrogarse ningún crédito, antes bien, tiene que adorar al Dios clemente que es el dador de todo bien.

 

A continuación comentamos que Dios selecciona la fe como el canal de salvación porque es un método seguro que liga al hombre con Dios. Cuando un hombre confía en Dios hay un punto de unión entre ellos, y esa unión garantiza la bendición. La fe nos salva porque hace que nos aferremos a Dios, y nos pone en conexión con Él así. Ya he usado antes la siguiente ilustración, pero debo repetirla porque no puedo concebir una mejor.

 

Se dice que hace años, un bote naufragó al borde de las Cataratas del Niágara, y que sus dos ocupantes iban siendo arrastrados por la corriente hacia el precipicio, cuando unas personas que se encontraban en la orilla se las arreglaron para arrojarles una cuerda a la que ambos se aferraron. Uno de ellos se sostuvo asido a la cuerda y pudo ser arrimado a la ribera; pero el otro, al ver un gran tronco que pasaba flotando a su lado, soltó la cuerda y se aferró al tronco, pues era un soporte más grande que la cuerda, y, en apariencia, mejor. Ay, pero el tronco con el hombre aferrado a él cayó en el vasto precipicio porque no había ningún vínculo entre el tronco y la ribera. El tamaño del tronco no fue de ningún beneficio para el hombre asido a él; se requería de algo que lo vinculara a la ribera para pudiera estar seguro.

 

Asimismo, cuando un hombre confía en sus obras, o en sus sacramentos o en cualquier cosa semejante, no será salvado porque no hay una unión entre Cristo y él; pero la fe, aunque pareciera ser sólo un delgado cordel, está en la mano del gran Dios del lado de la ribera; el poder infinito atrae hacia sí la línea enlazadora, y de esta manera salva al hombre de la destrucción. ¡Oh, cuán bienaventurada es la fe, porque nos une a Dios!

 

Además, se escogió la fe porque toca los resortes de la acción. Me pregunto si me equivoco si dijera que nosotros nunca hacemos nada excepto a través de una fe de algún tipo. Si yo camino a través de esta plataforma es porque que creo que mis piernas me llevarán. Un hombre come porque cree en la necesidad de los alimentos. Colón descubrió América porque creía que había otro continente más allá del océano; muchos otros grandes hechos han surgido de la fe, pues la fe obra milagros. Las cosas más comunes son realizadas sobre el mismo principio; la fe, en su forma natural, es una fuerza que prevalece en todo. Dios le da la salvación a nuestra fe porque Él ha tocado de esa manera el resorte secreto de todas nuestras emociones y acciones. Ha tomado posesión, por decirlo así, de la batería y ahora puede enviar la sagrada corriente a cada una de las áreas de nuestra naturaleza. Cuando creemos en Cristo y el corazón se ha convertido en la posesión de Dios, somos salvados del pecado y somos conducidos al arrepentimiento, a la santidad, al celo, a la oración, a la consagración y a toda otra obra de gracia.

 

Además, la fe tiene el poder de obrar por amor; toca el resorte secreto de los afectos y atrae el corazón hacia Dios. La fe es un acto del entendimiento, pero también procede del corazón. “Con el corazón se cree para justicia” y por esto Dios da la salvación a la fe, porque reside  como vecina contigua de los afectos, y es pariente cercana del amor, y el amor, ustedes lo saben, es lo que purifica el alma. El amor a Dios es obediencia, el amor es santidad; amar a Dios y amar al hombre es ser conformado a la imagen de Cristo, y eso es la salvación.

 

Además, la fe engendra paz y gozo; quien la posee reposa y está tranquilo, está alegre y gozoso, y esa es una preparación para el cielo. Dios otorga todos los dones celestiales a la fe, porque la fe obra en nosotros la propia vida y el espíritu que han de ser manifestados eternamente en el mundo de arriba que es mejor. Me he apresurado sobre estos puntos para evitar cansarlos en un día en el que, por dispuesto que esté el espíritu, la carne es débil.

 

III.   Concluimos con el tercer punto: ¿CÓMO PODEMOS OBTENER E INCREMENTAR NUESTRA FE? Esta es una pregunta muy importante para muchos. Afirman que quieren creer pero no pueden. Circulan una serie de disparates acerca de este tema. Seamos prácticos al tratar con él. “¿Qué he de hacer para creer?” La vía más corta es creer, y si el Espíritu Santo te ha hecho honesto y sincero, tú creerás tan pronto como la verdad sea puesta frente a ti. De cualquier modo, el mandamiento del Evangelio es claro: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo”.

 

Pero si todavía te resulta difícil, llévalo ante Dios en oración. Dile al grandioso Padre exactamente qué es lo que te desconcierta, y pídele por Su Santo Espíritu que resuelva esa pregunta. Si yo no puedo creer un enunciado de algún libro, me gusta preguntarle al autor qué es lo quiso decir, y si es un hombre veraz, su explicación me satisfará. Con mucha más razón la explicación divina satisfará el corazón del buscador sincero. El Señor está anuente a darse a conocer; acude a Él, y comprueba que así es.

 

Además, si la fe te pareciese algo difícil, es posible que Dios el Espíritu Santo te capacite a creer si oyes muy frecuentemente y sinceramente lo que se te ordena que creas. Nosotros creemos muchas cosas porque las hemos oído con suma frecuencia. ¿Acaso no han descubierto que así sucede en la vida ordinaria, que si oyeran algo cincuenta veces al día, al final llegarían a creerlo? Algunas personas han llegado a creer lo que es falso a través de ese proceso; no me sorprende que Dios bendiga con frecuencia este método para obrar la fe respecto a lo que es verdadero, pues está escrito: “La fe es por el oír”. Si yo oigo el Evangelio sincera y atentamente, pudiera ser que uno de estos días me descubra creyendo lo que oigo a través de la bendita operación del Espíritu en mi mente.

 

Sin embargo, si les pareciera que se trata de un pobre consejo, yo pediría a continuación que consideren el testimonio de otros. Los samaritanos creyeron debido a lo que la mujer les dijo respecto a Jesús. Muchas de nuestras creencias surgen del testimonio de otros. Yo creo que existe un país llamado Japón; no lo he visto nunca, y sin embargo, creo que existe ese lugar porque otros han ido allá. Yo creo que me voy a morir; yo no me he muerto nunca, pero muchísimas personas que eran conocidas mías se han muerto, y yo tengo la convicción de que también me moriré; el testimonio de muchos me convence de ese hecho. Escucha, entonces, a quienes te dicen cómo fueron salvados, cómo fueron perdonados y cómo su carácter fue cambiado; si escucharas, descubrirías que alguien tal como tú mismo fue salvado. Si has sido un ladrón, descubrirías que un ladrón se regocijó cuando su pecado fue limpiado en la fuente de la sangre de Cristo. Tú que has sido lascivo en la vida, descubrirías que hombres que han caído de esa manera fueron limpiados y cambiados. Si estás sumido en la desesperación, sólo tienes que reunirte con el pueblo de Dios e indagar un poco, y algunos que han estado igualmente en la desesperación como tú te dirán cómo los salvó Él. Cuando oigas, uno tras otro, los testimonios de quienes han probado la palabra de Dios y la han comprobado, el divino Espíritu te conducirá a creer.

 

¿No has oído la historia del africano a quien un misionero le contó que el agua se endurecía a veces de tal manera que una persona podía caminar sobre ella? El africano declaró que creía muchísimas cosas que el misionero le había dicho, pero que nunca podría creer eso. Cuando visitó Inglaterra, sucedió que un gélido día vio el río congelado, pero no quiso aventurarse a atravesarlo. Sabía que era un río y estaba seguro de que se ahogaría si se aventurara a atravesarlo. Finalmente fue persuadido a hacerlo y se confió a hacer lo mismo que otros habían hecho previamente. Así, es posible que cuando veas que otros creen y adviertas su gozo y su paz, tú mismo seas conducido dócilmente a creer. Es una de las maneras de Dios de ayudarnos a la obtención de la fe.   

 

Este es todavía un mejor plan: adviertan la autoridad sobre la cual se les ordena creer, y esto les ayudará grandemente. La autoridad no es mía, pues muy bien podrían rechazarla. Pero se les ordena creer a la autoridad del propio Dios. Él les ordena creer en Jesucristo y ustedes no deben rehusar obedecer a su Hacedor. El capataz de unas obras en el norte del país había oído con frecuencia el Evangelio, pero estaba turbado por un miedo de no poder venir a Cristo. Su buen jefe le envío un día una tarjeta a las obras donde laboraba: “Ven a mi casa inmediatamente después del trabajo”. El capataz se apareció a la puerta de su jefe, y el jefe salió, y le dijo un poco rudamente: “¿Qué pretendes, Juan, molestándome a esta hora? El trabajo ya ha concluido, ¿qué derecho tienes de venir aquí?” “Jefe” –le respondió- “recibí una tarjeta de parte suya diciendo que debía presentarme después del trabajo”. “¿Pretendes decirme que simplemente porque recibiste una tarjeta de parte mía viniste a mi casa y me pediste que saliera a verte después de las horas de oficina?” “Bien, señor” –replicó el capataz- “no lo entiendo, pero me parece que, puesto que usted me mandó llamar, tenía el derecho de venir”. “Entra, Juan” –le dijo el jefe- “tengo otro mensaje que quiero leerte”, y se sentó y leyó estas palabras: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”. “Después de ese mensaje de Cristo, ¿piensas que puedes equivocarte al ir a Él?” El pobre hombre vio todo de inmediato, y creyó, pues vio que tenía una buena garantía y una autorización para creer. Tú también la tienes, pobre alma; tienes una buena autorización para venir a Cristo, pues el Señor mismo te ordena que confíes en Él.

 

Si eso no los convence, reflexionen sobre qué es lo que tienen que creer: que el Señor Jesucristo sufrió en el lugar y en la posición y en la condición de los hombres, y es capaz de salvar a todos los que confían en Él. Vamos, este es el hecho más bendito que a los hombres se les pidió jamás que creyeran: la verdad más divina, la más consoladora y la más apropiada que haya sido puesta jamás delante de los hombres. Yo les aconsejo que piensen mucho al respecto, y que escudriñen la gracia y el amor que contiene. Estudien a los cuatro evangelistas, estudien las epístolas de Pablo, y luego vean si el mensaje no es tan creíble como para que ustedes se vean forzados a creerlo.

 

Si eso no funcionara, entonces piensen en la persona de Jesucristo, piensen en quién es Él y lo que hizo y dónde está ahora y qué es ahora; piensen a menudo y profundamente. Cuando Él, cuando alguien como Él les pide que confíen en Él, seguramente entonces su corazón quedará persuadido pues, ¿cómo podrían dudar de Él?

 

Si nada de esto sirviera, entonces hay algo malo con respecto a ustedes, y mi última palabra es: ¡Sométete a Dios! Que el Espíritu de Dios quite tu enemistad y haga que cedas. Tú eres un rebelde, un altivo rebelde, y esa es la razón por la que no le crees a tu Dios. Abandona tu rebelión; depón las armas; cede a la discreción; ríndete a tu Rey. Yo creo que jamás un alma alzó los brazos en señal de desesperación, y clamó: “Señor, me someto”, sin que la fe se volviera algo fácil para eso en breve. Es debido a que tú todavía tienes un altercado con Dios, y pretendes que se haga tu propia voluntad y que las cosas se hagan a tu manera, que no crees. Cristo dijo: “¿Cómo podéis vosotros creer, pues recibís gloria los unos de los otros?” El yo altivo genera la incredulidad. Sométete, oh hombre. Cede ante tu Dios y entonces creerás tranquilamente en tu Salvador. Que Dios los bendiga, por causa de Cristo, y los conduzca en este preciso instante a creer en el Señor Jesús. Amén.

 

Porción de la Escritura leída antes del sermón: Efesios 2.

 

Nota: Al revisar este sermón me sentí llevado a pedirles a mis lectores que lo circulen. Traté de ser muy sencillo y pienso que lo logré. Si tú, querido lector, piensas que el sermón puede mostrar el camino de la salvación a quienes te rodean, ¿no podrías obtener algunas copias extras y regalarlas? El predicador de este sermón y el distribuidor del mismo se alegrarán juntos si, por medio de su esfuerzo unido, los hombres son conducidos a la fe en Jesús. C. H. Spurgeon.

 

Notas del traductor:

 

(1)  El pastor Spurgeon afirma: “and the very name “God” is but short for “good”. La palabra God tiene una letra “o” menos que la palabra good. Por eso la traducción que aplica es apócope.

 

(2) Lapa: Nombre corriente de varios moluscos gasterópodos que viven adheridos a las rocas.

 

(3) Chícharo: Planta anual trepadora de la familia de las leguminosas, que tiene hojas compuestas por uno a tres pares de hijillas, terminadas en un largo zarcillo. El zarcillo es un órgano de las plantas que puede ser una hoja o una rama que tiene forma de tallo voluble y sirve a las plantas para asirse y trepar.

 

(4) Carta de marear: pareciera un error, o algo relacionado con el mareo, pero en verdad es la que representa una parte del mar con los datos útiles para la navegación.    

       

 

 

Traductor: Allan Román

30/Mayo/2012

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