El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
¿Qué es
NO.
1609
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe”. Efesios 2: 8.
Tengo el propósito de
considerar primordialmente la expresión: “por medio de la fe”. Sin embargo, les
pido ante todo que presten atención al origen de nuestra salvación, que es la
gracia de Dios. “Por gracia sois salvos por medio de la fe”. Puesto que Dios es
clemente, los pecadores son perdonados, convertidos, purificados y salvados. No
son salvados debido a que hubiere algo en ellos, o que pudiere hallarse algo en
ellos jamás, sino gracias al ilimitado amor, a la bondad, a la piedad, a la
compasión, a la misericordia y a la gracia de Dios. Entonces, deténganse un
momento en el manantial. Contemplen el río limpio del agua de vida al momento
de brotar del trono de Dios y del Cordero. ¡Cuán grande abismo es la gracia de
Dios! ¿Quién podría sondarlo? Como todos los demás atributos divinos, es
infinito. Dios está lleno de amor, pues “Dios es amor”. Dios está lleno de
bondad, y el propio nombre “Dios” no es sino un apócope de “bueno” (1). La bondad
ilimitada y el amor forman parte de la propia esencia de
La fe ocupa la posición
de un canal o de un tubo de conducción. La gracia es la fuente y la corriente: la
fe es el acueducto a lo largo del cual desciende el torrente de la misericordia
para refrescar a los sedientos hijos de los hombres. Es una gran lástima que se
rompa el acueducto. Es un triste espectáculo ver alrededor de Roma los muchos
nobles acueductos que ya no encauzan más el agua a la ciudad porque los arcos
están rotos y las maravillosas estructuras están en ruinas. El acueducto debe
conservarse intacto para que pueda transportar la corriente de agua y, de igual
manera, la fe tiene que ser legítima y verdadera, y tiene que ascender directamente
a Dios y descender directamente a nosotros para que pueda convertirse en un conducto
útil de misericordia para nuestras almas. Aun así, les recuerdo de nuevo que la
fe es el canal o acueducto y no es el manantial y no debemos poner demasiado la
mira en ella como para exaltarla por encima de la fuente divina de toda
bendición que se ubica en la gracia de Dios. No conviertan nunca a su fe en un
Cristo, ni la consideren como si fuera la fuente independiente de su salvación.
Encontramos nuestra vida al “mirar a Jesús”, no al mirar a nuestra propia fe. Todas
las cosas se vuelven posibles para nosotros por la fe; con todo, el poder no
está en la fe, sino en el Dios en quien descansa nuestra fe. La gracia es la
locomotora, y la fe es la cadena por medio de la cual el vagón del alma se
vincula al gran poder motor. La justicia de la fe no es la excelencia moral de
la fe, sino es la justicia de Jesucristo que es sujetada y apropiada por la fe.
La paz en el interior del alma no se deriva de la contemplación de nuestra
propia fe, sino que nos viene de Aquel que es nuestra paz. La fe toca el borde
de Su manto y de Él emana poder que se introduce en el alma.
Sin embargo, es algo muy
importante que miremos bien el canal, y por tanto, en este momento vamos a
considerarlo, conforme Dios el Espíritu Santo nos capacite para hacerlo. ¿Qué es la fe? ¿Por qué es escogida la fe
como el canal de bendición? ¿Cómo se obtiene y cómo se aumenta la fe?
I. ¿QUÉ
ES
¿Qué es la fe? Se compone de tres elementos: conocimiento,
creencia y confianza. El conocimiento es lo primero. Los teólogos de
La mente prosigue a creer que estas cosas son verdaderas. El
alma cree que hay un Dios y que oye los clamores de los corazones sinceros; que
el Evangelio viene de Dios; que la justificación por fe es la gran verdad que
Dios ha revelado por Su Espíritu en estos últimos días más claramente que
antes. Luego el corazón cree que Jesús es cierta y verdaderamente nuestro Dios
y Salvador, el Redentor de los hombres, el profeta, el sacerdote, y el rey de
Su pueblo.
Amados oyentes, yo oro pidiendo
que ustedes puedan llegar a esto de inmediato. Crean firmemente que “la sangre
de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”; que Su sacrificio es entera y
plenamente aceptado por Dios a nombre del hombre, de tal manera que el que cree
en Jesús no es condenado. Hasta este punto han progresado hacia la fe, y se
requiere un ingrediente más para completarla, que es la confianza. Entréguense al Dios misericordioso; depositen su
confianza en el Evangelio de gracia; confíen su alma al Salvador que murió pero
que ahora vive; laven sus pecados en la sangre expiatoria; acepten Su perfecta
justicia, y todo estará bien. La confianza es la sangre de la vida de la fe: no
hay fe salvadora sin ella. Los puritanos solían explicar la fe mediante la
palabra “reclinación”. Ya saben lo que quiere decir eso. Ustedes ven que me
apoyo sobre esta barandilla, y que presiono con todo mi peso contra ella;
apóyense en Cristo de esta manera. Sería una mejor ilustración todavía que me
estirara en toda mi longitud y que me acostara sobre una roca, echándome sobre
ella. Acuéstense sobre Cristo. Arrójense sobre Él, descansen en Él, entréguense
a Él. Habiendo hecho eso, habrán ejercitado la fe salvadora. La fe no es algo
ciego, pues la fe comienza con el conocimiento. No es algo especulativo, pues
la fe cree en hechos de los cuales está segura. No es algo impráctico y
soñador, pues la fe confía y apuesta su destino a la verdad de la revelación.
La fe lo apuesta todo a la verdad de
Dios; apuesta no es una palabra placentera para ser usada, pero el poeta la
empleó, y sugiere mi significado:
“Apuesten a Él, apuéstenlo todo;
Que no intervenga ninguna otra confianza”.
Esa es una manera de
describir lo que es la fe; me pregunto si ya la he “embrollado”.
Permítanme intentarlo de
nuevo. La fe es creer que Cristo es lo
que de Él se dice que es y que hará lo que ha prometido hacer, y la fe es
esperarlo. Las Escrituras afirman que Jesucristo es Dios, Dios encarnado;
afirman que es perfecto en Su carácter, que fue convertido por nosotros en ofrenda
por el pecado y que cargó con el pecado en Su propio cuerpo sobre el madero.
La fe cree también que
Cristo hará lo que ha prometido; que si Él ha prometido que no echará fuera a
nadie que viniere a Él, es seguro que no nos echará fuera si venimos a Él. La
fe cree que si Jesús dijo: “el agua que yo le daré será en él una fuente de
agua que salte para vida eterna”, eso tiene que ser verdad; y que si recibimos
esa agua viva de Cristo, permanecerá en nosotros y manará de nuestro interior
en torrentes de vida santa. Todo lo que Cristo ha prometido hacer, lo hará, y
tenemos que creer en esto de tal manera que busquemos recibir de Sus manos el
perdón, la justificación, la preservación y la gloria eterna, según lo ha
prometido.
Luego viene el siguiente
paso necesario. Jesús es lo que de Él se dice que es, y Jesús hará lo que Él
dice que hará; por tanto, cada uno de nosotros tiene que confiar en Él, diciendo: “Él será para mí lo que dice ser, y Él
hará por mí lo que ha prometido hacer; yo me pongo en las manos de Quien ha
sido escogido para salvar, para ser salvado. Yo confío en Su promesa que hará lo
que ha dicho que hará”. Esta es una fe salvadora, y quien la tiene posee la
vida eterna. Sin importar cuáles sean sus peligros y sus dificultades, sin importar
cuáles sean sus tinieblas y su depresión, sin importar cuáles sea sus
debilidades y sus pecados, el que así cree en Cristo Jesús no es condenado, y
nunca verá condenación. Espero que esta explicación sea de alguna utilidad. Yo
confío que sea usada por el Espíritu de Dios.
Pero ya que se trata de
una mañana de un calor sofocante, he pensado ahora que sería mejor que les
diera una serie de ilustraciones, no vaya a ser que algunos se queden dormidos.
Si alguien estuviese soñoliento, que su vecino más cercano lo empuje levemente
con el codo, como por accidente, pues mientras estemos aquí sería mejor que
permanecieran despiertos, especialmente con un tema como el que traemos entre
manos. Las ilustraciones serán del tipo de las que suelen usarse comúnmente, y
talvez yo pueda aportar una o dos que son mías. La fe existe en diversos
grados, de acuerdo a la cantidad de conocimiento o a alguna otra causa. Algunas
veces la fe no es más que un simple asirse
de Cristo: es un sentido de dependencia y una disposición a depender de esa
manera.
Cuando van a la playa -y
todos nosotros desearíamos ir- ven a esos moluscos conocidos como ‘lapas’
adheridos a la roca; ustedes se aproximan con paso leve hasta la roca y con su
báculo golpean a una lapa con un golpe rápido y se desprende de la roca.
Intenten hacer lo mismo con otra ‘lapa’. Ya la habrías advertido; ella oyó el
golpe con el que desprendiste a su vecina, y entonces se aferra con todo su
poder. Nunca podrías desprenderla; ¡no podrías hacerlo! Golpea, y golpea otra
vez, pero sería más fácil que rompieras la roca. Nuestra pequeña amiga, la
lapa, no sabe mucho, pero se adhiere. No puede decirnos mucho respecto a lo que
se adhiere, ni está enterada de la formación geológica de la roca, pero se
adhiere. Ha encontrado algo a lo cual adherirse -ese es su escaso conocimiento-
y lo usa adhiriéndose a la roca de su salvación; la vida de la lapa consiste en
adherirse. Miles de miembros del pueblo de Dios no tienen mayor fe que esa;
conocen lo suficiente para adherirse a Jesús con todo su corazón y con toda su
alma, y eso les basta. Jesucristo es para ellos un Salvador fuerte y poderoso,
y es inconmovible e inmutable como una roca; se adhieren a Él para salvar su
vida, y esta acción los salva.
Dios le da a Su pueblo
la propensión a adherirse. Mira al chícharo o guisante de olor que crece en tu
jardín. Tal vez ha caído sobre el sendero de grava. Si lo apoyaras contra el
laurel o la espaldera, o pusieras una vara cerca de él se adheriría
directamente, porque cuenta con unos pequeños ganchitos con los cuales se
adhiere a cualquier cosa que se interponga en su camino; está destinado a
extenderse hacia arriba y por eso se le ha provisto de zarcillos. Todo hijo de
Dios cuenta con sus zarcillos: pensamientos, deseos y esperanzas con los que se
engancha a Cristo y a la promesa. Aunque este es un tipo muy sencillo de fe, es
con todo una forma muy completa y eficaz; de hecho, es el corazón de toda fe, y
es a lo que somos conducidos cuando estamos en serios problemas, o cuando
nuestra mente está enturbiada en cierta medida porque nuestro espíritu está enfermo
o deprimido. Podemos asirnos cuando no podemos hacer otra cosa, y esa es el
alma misma de la fe.
Oh, pobre corazón, si tú
todavía no conoces tanto del Evangelio como desearíamos que lo conocieras,
aférrate a lo que sabes. Aunque todavía seas tan sólo como un cordero que se
adentra un poco en el río de vida y no como leviatán que remueve hasta el fondo
el profundo abismo, con todo, bebe, pues lo que te salva es beber, no
sumergirte. ¡Aférrate, entonces! Aférrate a Jesús, pues eso es la fe.
Otra forma de fe es
aquella en la que un hombre depende de otro debido a un conocimiento de la
superioridad de esa otra persona, y le sigue.
Yo no creo que la lapa sepa mucho acerca de la roca, pero en esta siguiente
fase de la fe hay mayor conocimiento. Un ciego se confía a su guía porque sabe
que su amigo puede ver, y al confiar, camina adonde su guía lo conduce. Si el
pobre hombre nace ciego no sabe lo que es la vista pero sabe que existe la vista,
y que su amigo la posee, y por tanto, pone de buen grado su mano en la mano del
vidente, y sigue su liderazgo. Esta es una de las mejores imágenes existentes
de la fe; sabemos que Jesús posee mérito y poder y bendición que nosotros no
poseemos, y por tanto, nos confiamos a Él de buen grado y Él nunca traiciona
nuestra confianza.
Cada muchacho que va a
la escuela tiene que ejercer la fe mientras está
aprendiendo. Su maestro le enseña geografía, y le instruye en cuanto a la
forma de la tierra y a la existencia de ciertas grandes ciudades e imperios. El
muchacho no sabe por sí mismo si estas cosas son ciertas, pero le cree a su
maestro y a los libros que tiene en sus manos. Eso es lo que tendrán que hacer
con Cristo si han de ser salvados: tienen que saber simplemente porque Él se
los dice, y tienen que creer porque Él les asegura que así es, y han de
confiarse a Él porque Él les promete que la salvación será el resultado. Casi
todo lo que ustedes y yo sabemos nos ha llegado por fe. Se hace un descubrimiento
científico, y estamos seguros de ello. ¿Sobre qué base lo creemos? Con base en
la autoridad de ciertos hombres de ciencia bien conocidos cuya reputación está
establecida. Nunca hemos hecho ni hemos visto sus experimentos, pero creemos en
su testimonio. Precisamente eso tienen que hacer con respecto a Cristo: debido
a que Él les enseña ciertas verdades, ustedes deben ser Sus discípulos y deben
creer en Sus palabras y confiarse a Él. Él es infinitamente superior a ustedes,
y se presenta como Maestro y Señor de ustedes para que confíen en Él. Si lo
reciben a Él y a Sus palabras, serán salvados.
Otra forma más excelsa es
la fe que brota del amor. ¿Por qué
confía un niño en su padre? Ustedes y yo sabemos un poco más acerca de su padre
que él, y nosotros no confiamos en él tan incondicionalmente; pero la razón por
la que el niño confía en su padre es porque lo ama. Bienaventurados y dichosos
son quienes tienen una fe incondicional en Jesús, entretejida con un profundo
afecto por Él. Están encantados con su carácter y se deleitan con Su misión, se
entusiasman por la misericordia que ha manifestado, y ahora no pueden evitar
confiar en Él porque lo admiran, lo reverencian y lo aman mucho. Es difícil
hacer que duden de una persona a quien ustedes aman. Si son finalmente
conducidos a ello, entonces viene la terrible pasión de los celos, que es
fuerte como la muerte y cruel como la tumba; pero mientras no llegue esa
opresión de corazón, el amor es plenitud de confianza y de entrega.
El carácter de una
confianza amorosa en el Salvador puede ser ilustrado así. Una dama es la esposa
del más eminente médico del momento. Ella cae presa de una peligrosa enfermedad
cuyo poder la derriba; con todo, ella está asombrosamente calmada y tranquila,
pues su esposo ha convertido a esta enfermedad en su estudio especial, y ha
curado a miles de personas similarmente afligidas. Ella no está turbada en lo
más mínimo pues se siente perfectamente segura en las manos de un ser tan
querido para ella, en quien la habilidad y el amor se combinan en sus formas
más excelsas. Su fe es razonable y natural y su esposo la merece desde cualquier
punto de vista. Este es el tipo de fe ejercido por el más feliz de los
creyentes para con Cristo. No hay ningún médico como Él. Nadie puede salvar
como Él. Lo amamos y Él nos ama, y por tanto, nos ponemos en Sus manos y
aceptamos cualquier cosa que prescriba y hacemos cualquier cosa que ordene.
Sentimos que nada puede ser ordenado equivocadamente mientras Él sea el
director de nuestros asuntos, pues Él nos ama en demasía para permitir que
perezcamos o que suframos un solo dolor innecesario.
La fe capta también la presencia del Dios y
Salvador viviente y engendra así en el alma una hermosa calma y una quietud como
la que fue vista en un niñita en medio de una tempestad. Su madre estaba
alarmada, pero la dulce niña estaba fascinada; ella aplaudía con deleite.
Estando junto a la ventana cuando los rayos venían de manera sumamente
espeluznante, ella exclamaba con acentos infantiles: “¡Mira mamá! ¡Qué
hermoso!” Su madre le dijo: “Querida, quítate de allí; los rayos son terribles”,
pero ella le rogaba que le permitiera seguir contemplando para poder ver la
hermosa luz que Dios estaba proyectando por todo el cielo, pues ella estaba
segura de que Dios no le haría ningún daño a Su pequeñita. “Pero escucha esos
terribles truenos”, le dijo la madre. “¿No me dijiste tú, mamá, que Dios habla
en el trueno?” “Sí”, le respondió la trémula progenitora. “Oh” –dijo la
pequeñita- “qué agradable es oírle. Él habla muy fuerte, pero pienso que se
debe a que quiere que los sordos le oigan. ¿No es así, mamá?” Así prosiguió
hablando; estaba tan feliz como un pajarillo, pues Dios era real para ella y
ella confiaba en Él. Para ella el rayo era la hermosa luz de Dios, y el trueno
era la maravillosa voz de Dios, y eso la hacía feliz. Me atrevería a decir que
la madre sabía mucho acerca de las leyes de la naturaleza y de la energía de la
electricidad, mas poco era el consuelo que su conocimiento le aportaba. El
conocimiento de la niña era menos vistoso, pero era mucho más certero y
precioso. Somos tan altivos hoy en día que somos demasiado arrogantes para ser
consolados por una verdad que es evidente en sí misma, y preferimos hacernos
miserables con teorías cuestionables. Hood cantó una profunda verdad espiritual
cuando jubilosamente dijo:
“Yo recuerdo, yo recuerdo,
Los oscuros y elevados abetos;
Solía pensar que sus esbeltas copas
Estaban muy cerca del cielo;
Era una ignorancia infantil,
Pero hoy representa escaso gozo
Saber que estoy más lejos del cielo
Que cuando era un muchacho”.
En cuanto a mí, yo
preferiría ser un niño otra vez antes que volverme perversamente sabio. La fe
consiste en ser un niño para con Cristo y creer en Él como una persona real y
presente, en este mismo instante, cerca de nosotros, y dispuesto a bendecirnos.
Aunque esto pudiera parecer una fantasía pueril, es a esa puerilidad a la que
debemos llegar todos si queremos ser felices en el Señor. “Si no os volvéis y
os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”. La fe le toma la
palabra a Cristo, tal como un niño cree en su padre, y confía en Él con toda
sencillez en cuanto al pasado, al presente y al futuro. ¡Que Dios nos conceda
una fe así!
Una sólida forma de fe surge de un conocimiento seguro; esto
viene del crecimiento en la gracia y es la fe que cree en Cristo porque le
conoce y confía en Él porque ha comprobado que es infaliblemente fiel. Esta fe
no pide signos ni señales, sino que cree valerosamente. Siempre me ha asombrado
la fe del capitán de un barco. Suelta las amarras, y maniobra para alejarse de
la costa. Durante días, semanas o incluso meses nunca ve ninguna otra vela ni
ve la costa, y con todo, prosigue día y noche sin temor, hasta que una mañana
se encuentra justo frente al fondeadero deseado hacia el cual se dirigía. ¿Cómo
encontró su camino sobre el abismo ignoto? Él confió en su brújula, en su carta
de marear, en su catalejo y en los cuerpos celestiales y obedeciendo su guía,
sin avistar la costa, maniobró con tanta precisión que no tuvo que cambiar
ningún punto para llegar a puerto. Navegar por instrumentos es algo
maravilloso. Espiritualmente es algo bendito dejar las costas de lo que se
divisa y decir: “Adiós a los sentimientos internos, a las alentadoras
providencias, a los signos, a las señales y esas otras cosas parecidas: yo creo
en Dios, y voy navegando al cielo directamente”. “Bienaventurados los que no
vieron y creyeron”: a ellos se les dará una segura entrada al final y un viaje
próspero en el camino.
Esta es la fe que hace
fácil la entrega nuestra alma y de todos
sus eternos intereses a la custodia del Salvador. Un hombre va al banco y
deposita allí su dinero con un cierto grado de confianza; pero otro ha revisado
las cuentas del banco, y ha estado tras bastidores y se ha asegurado de que
tenga una vasta reserva de capital bien invertido; ese hombre deposita su
dinero con la máxima seguridad. Conoce y está firme en su fe, y así entrega de
buen grado todo su dinero al banco. De igual manera, los que conocemos a Cristo
nos alegramos de colocar nuestro ser entero en Sus manos, sabiendo que Él es
capaz de guardarnos hasta el fin.
Que Dios nos dé más y
más una firme confianza en Jesús hasta que llegue a ser una fe imbatible, de
tal manera que nunca dudemos sino creamos sin cuestionar. Miren al labriego; él
labora con su arado en los meses invernales, cuando no hay ni una hoja en el
árbol, ni ningún pájaro que cante para alegrarlo, y después de arar toma el
precioso grano del granero, del cual tenía tal vez apenas lo justo, y lo entierra
en los surcos, confiado en que brotará de nuevo. Debido a que él ya ha visto
una cosecha cincuenta veces, espera otra, y esparce con fe el precioso grano.
Según todas las apariencias, lo más absurdo que algún mortal hubiere hecho
jamás es esparcir el buen grano y enterrarlo en el suelo. Si no hubieras visto
nunca o no hubieras oído acerca de sus resultados, parecería que es un
desperdicio y no una obra agrícola; con todo, el labriego no tiene ninguna
duda; él anhela que se le permita arrojar su simiente y en fe incluso ansía un
buen clima para poder enterrar su grano; y si tú le dijeras que está haciendo
algo absurdo, él se reiría de tu ignorancia, y te diría que así es como se
obtienen las cosechas. Este es un buen cuadro representativo de la fe que crece
de la experiencia: nos ayuda a actuar de una manera contraria a las
apariencias, nos conduce a entregar todo lo nuestro a la custodia de Cristo,
enterrando nuestras esperanzas y nuestras propias vidas con Él en la gozosa
confianza de que si estamos muertos con Él también viviremos con Él.
Jesucristo, que resucitó de los muertos, nos resucitará por medio de Su muerte
a una vida nueva, y nos dará una cosecha de gozo y paz.
Entreguen todo en manos
de Cristo, y lo recibirán de nuevo con un abundante incremento. Que obtuviéramos
una fe fuerte, de tal manera que así como no tenemos ninguna duda de la salida
y de la puesta del sol, así no dudáramos tampoco nunca de la obra del Salvador
por nosotros en toda hora de necesidad. Ya hemos confiado en nuestro Señor, y
no hemos sido confundidos nunca, por tanto, prosigamos confiando en Él más y
más incondicionalmente, pues nuestra fe en Él nunca sobrepasará los límites de
Sus merecimientos. Tengan fe en Dios, y luego escuchen decir a Jesús: “Creéis
en Dios, creed también en mí”.
II. Hasta
aquí he procurado responder a la pregunta: ¿qué es la fe? Ahora vamos a
inquirir POR QUÉ
Además, la fe es
seleccionada sin duda porque le da toda
la gloria a Dios. Es por fe para que sea por gracia, y es por gracia para
que no haya ninguna jactancia, pues Dios no puede tolerar el orgullo. Pablo dice:
“No por obras, para que nadie se gloríe”. La mano que recibe una caridad no
dice: “Merezco un agradecimiento por aceptar el don”; eso sería absurdo. Cuando
la mano lleva el pan a la boca no le dice al cuerpo: “Agradéceme, pues yo te
alimento”. Lo que hace la mano es algo muy sencillo aunque es algo muy
necesario, pero nunca se arroga la gloria para sí misma por lo que hace.
Entonces Dios seleccionó a la fe para que recibiera el don indecible de Su
gracia porque no puede arrogarse ningún crédito, antes bien, tiene que adorar
al Dios clemente que es el dador de todo bien.
A continuación
comentamos que Dios selecciona la fe como el canal de salvación porque es un método seguro que liga al hombre con
Dios. Cuando un hombre confía en Dios hay un punto de unión entre ellos, y
esa unión garantiza la bendición. La fe nos salva porque hace que nos aferremos
a Dios, y nos pone en conexión con Él así. Ya he usado antes la siguiente ilustración,
pero debo repetirla porque no puedo concebir una mejor.
Se dice que hace años,
un bote naufragó al borde de las Cataratas del Niágara, y que sus dos ocupantes
iban siendo arrastrados por la corriente hacia el precipicio, cuando unas
personas que se encontraban en la orilla se las arreglaron para arrojarles una
cuerda a la que ambos se aferraron. Uno de ellos se sostuvo asido a la cuerda y
pudo ser arrimado a la ribera; pero el otro, al ver un gran tronco que pasaba
flotando a su lado, soltó la cuerda y se aferró al tronco, pues era un soporte
más grande que la cuerda, y, en apariencia, mejor. Ay, pero el tronco con el
hombre aferrado a él cayó en el vasto precipicio porque no había ningún vínculo
entre el tronco y la ribera. El tamaño del tronco no fue de ningún beneficio
para el hombre asido a él; se requería de algo que lo vinculara a la ribera
para pudiera estar seguro.
Asimismo, cuando un
hombre confía en sus obras, o en sus sacramentos o en cualquier cosa semejante,
no será salvado porque no hay una unión entre Cristo y él; pero la fe, aunque
pareciera ser sólo un delgado cordel, está en la mano del gran Dios del lado de
la ribera; el poder infinito atrae hacia sí la línea enlazadora, y de esta
manera salva al hombre de la destrucción. ¡Oh, cuán bienaventurada es la fe,
porque nos une a Dios!
Además, se escogió la fe
porque toca los resortes de la acción. Me
pregunto si me equivoco si dijera que nosotros nunca hacemos nada excepto a
través de una fe de algún tipo. Si yo camino a través de esta plataforma es
porque que creo que mis piernas me llevarán. Un hombre come porque cree en la
necesidad de los alimentos. Colón descubrió América porque creía que había otro
continente más allá del océano; muchos otros grandes hechos han surgido de la
fe, pues la fe obra milagros. Las cosas más comunes son realizadas sobre el
mismo principio; la fe, en su forma natural, es una fuerza que prevalece en
todo. Dios le da la salvación a nuestra fe porque Él ha tocado de esa manera el
resorte secreto de todas nuestras emociones y acciones. Ha tomado posesión, por
decirlo así, de la batería y ahora puede enviar la sagrada corriente a cada una
de las áreas de nuestra naturaleza. Cuando creemos en Cristo y el corazón se ha
convertido en la posesión de Dios, somos salvados del pecado y somos conducidos
al arrepentimiento, a la santidad, al celo, a la oración, a la consagración y a
toda otra obra de gracia.
Además, la fe tiene el poder de obrar por amor; toca
el resorte secreto de los afectos y atrae el corazón hacia Dios. La fe es un
acto del entendimiento, pero también procede del corazón. “Con el corazón se
cree para justicia” y por esto Dios da la salvación a la fe, porque reside como vecina contigua de los afectos, y es
pariente cercana del amor, y el amor, ustedes lo saben, es lo que purifica el
alma. El amor a Dios es obediencia, el amor es santidad; amar a Dios y amar al
hombre es ser conformado a la imagen de Cristo, y eso es la salvación.
Además, la fe engendra paz y gozo; quien la
posee reposa y está tranquilo, está alegre y gozoso, y esa es una preparación
para el cielo. Dios otorga todos los dones celestiales a la fe, porque la fe
obra en nosotros la propia vida y el espíritu que han de ser manifestados eternamente
en el mundo de arriba que es mejor. Me he apresurado sobre estos puntos para
evitar cansarlos en un día en el que, por dispuesto que esté el espíritu, la
carne es débil.
III. Concluimos
con el tercer punto: ¿CÓMO PODEMOS OBTENER E INCREMENTAR NUESTRA FE? Esta es
una pregunta muy importante para muchos. Afirman que quieren creer pero no
pueden. Circulan una serie de disparates acerca de este tema. Seamos prácticos
al tratar con él. “¿Qué he de hacer para creer?” La vía más corta es creer, y
si el Espíritu Santo te ha hecho honesto y sincero, tú creerás tan pronto como
la verdad sea puesta frente a ti. De cualquier modo, el mandamiento del
Evangelio es claro: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo”.
Pero si todavía te resulta difícil, llévalo ante Dios en
oración. Dile al grandioso Padre exactamente qué es lo que te desconcierta,
y pídele por Su Santo Espíritu que resuelva esa pregunta. Si yo no puedo creer
un enunciado de algún libro, me gusta preguntarle al autor qué es lo quiso
decir, y si es un hombre veraz, su explicación me satisfará. Con mucha más
razón la explicación divina satisfará el corazón del buscador sincero. El Señor
está anuente a darse a conocer; acude a Él, y comprueba que así es.
Además, si la fe te
pareciese algo difícil, es posible que Dios el Espíritu Santo te capacite a
creer si oyes muy frecuentemente y
sinceramente lo que se te ordena que creas. Nosotros creemos muchas cosas
porque las hemos oído con suma frecuencia. ¿Acaso no han descubierto que así
sucede en la vida ordinaria, que si oyeran algo cincuenta veces al día, al
final llegarían a creerlo? Algunas personas han llegado a creer lo que es falso
a través de ese proceso; no me sorprende que Dios bendiga con frecuencia este
método para obrar la fe respecto a lo que es verdadero, pues está escrito: “La
fe es por el oír”. Si yo oigo el Evangelio sincera y atentamente, pudiera ser
que uno de estos días me descubra creyendo lo que oigo a través de la bendita
operación del Espíritu en mi mente.
Sin embargo, si les
pareciera que se trata de un pobre consejo, yo pediría a continuación que consideren el testimonio de otros. Los
samaritanos creyeron debido a lo que la mujer les dijo
respecto a Jesús. Muchas de nuestras creencias surgen del testimonio de otros.
Yo creo que existe un país llamado Japón; no lo he visto nunca, y sin embargo,
creo que existe ese lugar porque otros han ido allá. Yo creo que me voy a morir;
yo no me he muerto nunca, pero muchísimas personas que eran conocidas mías se
han muerto, y yo tengo la convicción de que también me moriré; el testimonio de
muchos me convence de ese hecho. Escucha, entonces, a quienes te dicen cómo
fueron salvados, cómo fueron perdonados y cómo su carácter fue cambiado; si
escucharas, descubrirías que alguien tal como tú mismo fue salvado. Si has sido
un ladrón, descubrirías que un ladrón se regocijó cuando su pecado fue limpiado
en la fuente de la sangre de Cristo. Tú que has sido lascivo en la vida,
descubrirías que hombres que han caído de esa manera fueron limpiados y
cambiados. Si estás sumido en la desesperación, sólo tienes que reunirte con el
pueblo de Dios e indagar un poco, y algunos que han estado igualmente en la
desesperación como tú te dirán cómo los salvó Él. Cuando oigas, uno tras otro,
los testimonios de quienes han probado la palabra de Dios y la han comprobado,
el divino Espíritu te conducirá a creer.
¿No has oído la historia
del africano a quien un misionero le contó que el agua se endurecía a veces de
tal manera que una persona podía caminar sobre ella? El africano declaró que
creía muchísimas cosas que el misionero le había dicho, pero que nunca podría
creer eso. Cuando visitó Inglaterra, sucedió que un gélido día vio el río
congelado, pero no quiso aventurarse a atravesarlo. Sabía que era un río y
estaba seguro de que se ahogaría si se aventurara a atravesarlo. Finalmente fue
persuadido a hacerlo y se confió a hacer lo mismo que otros habían hecho
previamente. Así, es posible que cuando veas que otros creen y adviertas su
gozo y su paz, tú mismo seas conducido dócilmente a creer. Es una de las
maneras de Dios de ayudarnos a la obtención de la fe.
Este es todavía un mejor
plan: adviertan la autoridad sobre la
cual se les ordena creer, y esto les ayudará grandemente. La autoridad no
es mía, pues muy bien podrían rechazarla. Pero se les ordena creer a la
autoridad del propio Dios. Él les
ordena creer en Jesucristo y ustedes no deben rehusar obedecer a su Hacedor. El
capataz de unas obras en el norte del país había oído con frecuencia el Evangelio,
pero estaba turbado por un miedo de no poder venir a Cristo. Su buen jefe le
envío un día una tarjeta a las obras donde laboraba: “Ven a mi casa
inmediatamente después del trabajo”. El capataz se apareció a la puerta de su
jefe, y el jefe salió, y le dijo un poco rudamente: “¿Qué pretendes, Juan,
molestándome a esta hora? El trabajo ya ha concluido, ¿qué derecho tienes de
venir aquí?” “Jefe” –le respondió- “recibí una tarjeta de parte suya diciendo
que debía presentarme después del trabajo”. “¿Pretendes decirme que simplemente
porque recibiste una tarjeta de parte mía viniste a mi casa y me pediste que
saliera a verte después de las horas de oficina?” “Bien, señor” –replicó el
capataz- “no lo entiendo, pero me parece que, puesto que usted me mandó llamar,
tenía el derecho de venir”. “Entra, Juan” –le dijo el jefe- “tengo otro mensaje
que quiero leerte”, y se sentó y leyó estas palabras: “Venid a mí todos los que
estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”. “Después de ese mensaje
de Cristo, ¿piensas que puedes equivocarte al ir a Él?” El pobre hombre vio
todo de inmediato, y creyó, pues vio que tenía una buena garantía y una autorización
para creer. Tú también la tienes, pobre alma; tienes una buena autorización
para venir a Cristo, pues el Señor mismo te ordena que confíes en Él.
Si eso no los convence, reflexionen sobre qué es lo que tienen que
creer: que el Señor Jesucristo sufrió en el lugar y en la posición y en la
condición de los hombres, y es capaz de salvar a todos los que confían en Él.
Vamos, este es el hecho más bendito que a los hombres se les pidió jamás que creyeran:
la verdad más divina, la más consoladora y la más apropiada que haya sido
puesta jamás delante de los hombres. Yo les aconsejo que piensen mucho al
respecto, y que escudriñen la gracia y el amor que contiene. Estudien a los
cuatro evangelistas, estudien las epístolas de Pablo, y luego vean si el
mensaje no es tan creíble como para que ustedes se vean forzados a creerlo.
Si eso no funcionara,
entonces piensen en la persona de
Jesucristo, piensen en quién es Él y lo que hizo y dónde está ahora y qué es
ahora; piensen a menudo y profundamente. Cuando Él, cuando alguien como Él les
pide que confíen en Él, seguramente entonces su corazón quedará persuadido pues,
¿cómo podrían dudar de Él?
Si nada de esto
sirviera, entonces hay algo malo con respecto a ustedes, y mi última palabra
es: ¡Sométete a Dios! Que el Espíritu
de Dios quite tu enemistad y haga que cedas. Tú eres un rebelde, un altivo
rebelde, y esa es la razón por la que no le crees a tu Dios. Abandona tu
rebelión; depón las armas; cede a la discreción; ríndete a tu Rey. Yo creo que
jamás un alma alzó los brazos en señal de desesperación, y clamó: “Señor, me
someto”, sin que la fe se volviera algo fácil para eso en breve. Es debido a
que tú todavía tienes un altercado con Dios, y pretendes que se haga tu propia
voluntad y que las cosas se hagan a tu manera, que no crees. Cristo dijo:
“¿Cómo podéis vosotros creer, pues recibís gloria los unos de los otros?” El yo
altivo genera la incredulidad. Sométete, oh hombre. Cede ante tu Dios y
entonces creerás tranquilamente en tu Salvador. Que Dios los bendiga, por causa
de Cristo, y los conduzca en este preciso instante a creer en el Señor Jesús.
Amén.
Porción de
Nota: Al revisar este sermón me sentí llevado a pedirles a
mis lectores que lo circulen. Traté de ser muy sencillo y pienso que lo logré.
Si tú, querido lector, piensas que el sermón puede mostrar el camino de la
salvación a quienes te rodean, ¿no podrías obtener algunas copias extras y
regalarlas? El predicador de este sermón y el distribuidor del mismo se alegrarán
juntos si, por medio de su esfuerzo unido, los hombres son conducidos a la fe
en Jesús. C. H. Spurgeon.
Notas
(1)
El pastor Spurgeon afirma: “and the very
name “God” is but short for “good”. La palabra God tiene una letra “o” menos que la
palabra good. Por eso la traducción que aplica es apócope.
(2) Lapa: Nombre corriente de varios
moluscos gasterópodos que viven adheridos a las rocas.
(3) Chícharo: Planta anual trepadora de
la familia de las leguminosas, que tiene hojas compuestas por uno a tres pares
de hijillas, terminadas en un largo zarcillo. El zarcillo es un órgano de las
plantas que puede ser una hoja o una rama que tiene forma de tallo voluble y
sirve a las plantas para asirse y trepar.
(4) Carta de marear: pareciera un error,
o algo relacionado con el mareo, pero en verdad es la que representa una parte
del mar con los datos útiles para la navegación.
Traductor: Allan Román
30/Mayo/2012
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