El
Púlpito del Tabernáculo Metropolitano
Más y
Más, o Menos y Menos
NO. 1488
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON
SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Porque
a cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo
que tiene le será quitado”. Mateo 13: 12.
Dos
grandes principios generales son conspicuos en el Evangelio. El primero es que
Dios da de Su gracia a los que están vacíos: “A los hambrientos colmó de bienes,
y a los ricos envió vacíos”. El segundo principio es que una vez que ha dado
cierta medida de gracia, es Su costumbre dar más: “Él da mayor gracia”. El
Señor de amor no escatima en absoluto y no establece ningún límite a la abundancia
de la gracia que pueden recibir los que acuden a Él. Él les da gracia a los que
no tienen nada, y mayor gracia a quienes ya ha favorecido. Estos dos principios
no se contradicen entre sí, sino que cada uno ayuda a completar al otro. En su orden
apropiado exhiben ambas caras de una misma verdad, y nos instruyen con respecto
a los tratos del Señor con respecto a dos etapas diferentes de la condición
espiritual. Cada principio tiene su propio campo de acción. ¿Todavía no eres
salvo? Entonces el principio con el que tienes que ver es este: que Dios
llenará al que está vacío y dará de comer al hambriento. Tienes que acudir a Él
sin nada que sea tuyo excepto tus necesidades y pedirlo todo de Sus manos. Tu
sabiduría consiste en acudir apresuradamente al Salvador tal como estás, sin detenerte
para reunir un precio que pudieras llevar contigo; debes recurrir al generoso
Señor con tus manos vacías. En toda tu pecaminosidad tienes que poner tus ojos
en Él para recibir perdón; en toda tu desnudez tienes que acudir presuroso a Él
para tener ropa; en toda tu debilidad tienes que clamar a Él para recibir
fuerzas; sí, en toda tu muerte has de volver la mirada a Él para tener vida,
tal como Él lo ha dicho: “Despiértate, tú que duermes, y levántate de los
muertos, y te alumbrará Cristo”. Asegúrate de que este punto te quede muy claro,
pues a menos que tu ojo sea bueno en esto, toda tu alma estará llena de
tinieblas. La gracia es para los indignos, para los culpables, para los necesitados;
de otra manera dejaría de ser gracia. El Evangelio no es la ley, por tanto, no
exige un carácter santo como una condición para recibir sus bendiciones, sino
que viene a los pecadores tal como están, los mira con un ojo compasivo,
perdona sus pecados, y los vuelve nuevas y santas criaturas. Al tratar con el
pecador, Dios actúa sobre el principio del amor y del favor inmerecidos. Trémulo
pecador, tienes que acudir con tu cántaro para que Él lo llene en el pozo
profundo de Su desbordante amor.
Cuando un
hombre ha recibido gracia, o cuando profesa haberlo hecho, le corresponde el
segundo principio. Tiene que asegurarse de que en realidad y en verdad haya recibido
lo que Dios le ofrece en el Evangelio, pues si no recibe real y verdaderamente
desde el propio principio la verdadera gracia de Dios, comenzará con falsedad y
terminará en vergüenza. Tiene que asegurarse de que tiene los comienzos de la
gracia, pues de otra manera no podría tener su crecimiento. Si hubiese un error
en cuanto a la recepción real de Cristo en el corazón, pudiera haber una
apariencia de tener a Cristo, y esta apariencia pudiera durar por un tiempo,
pero como nada ha comenzado realmente no habría ninguna adición. Mientras sea
como el suelo sin cultivar recibiré simplemente la simiente cuando sea
esparcida; pero después del esparcimiento de la semilla, si creo haberla
recibido, debo asegurarme de que no estoy engañado, debo vigilar que la palabra
esté alojada en los surcos de mi alma, pues a menos que ese sea el caso, más
allá de toda duda, lejos de obtener el crecimiento en la gracia, pronto voy a perder
lo que creo tener y quedará públicamente demostrado que soy estéril e infecundo.
Si he recibido la luz del cielo en el interior de mi alma, por pequeños que
sean sus comienzos, el Señor agregará un generoso incremento, y mientras sigo
conociéndole, seré como la luz de la aurora que va en aumento hasta que el día es perfecto. Si simplemente lo
aparento, voy a apagarme, pero si soy un sincero creyente, voy a resplandecer
más y más. En este momento voy a esforzarme por usar este último principio para
nuestra advertencia e instrucción. Que el Espíritu Santo lo bendiga grandemente
para nuestros corazones, de manera que quienes profesan ser el pueblo de Dios
puedan asegurarse de que su profesión está cimentada en la verdad, y que
quienes son meros oidores del Evangelio sean turbados en sus conciencias y despertados
del sueño de la muerte.
I. Primero,
vamos a estudiar este principio SEGÚN ES ILUSTRADO EN
Esa
parábola fue relatada en referencia a la audición de la palabra, y es con
respecto a la palabra de Dios y a sus bendiciones, que dice: “A cualquiera que
tiene, se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será
quitado”. Para conocer la mente del Espíritu es siempre sabio ver un pasaje en
su contexto; hacemos esto con los escritos de los hombres cuando deseamos
entenderlos, y la propia razón nos enseña a hacer lo mismo con la palabra de
Dios. Consideremos nuestro texto en su contexto original. Cada evangelista le
ha dado un matiz diferente a su registro.
En Mateo,
de quien tomamos nuestro texto, las palabras son expresadas en referencia a oír
la palabra -no cualquier modo de oír- sino al oír mismo. Lean el versículo
nueve: “El que tiene oídos para oír, oiga”. Hay algunos que no oyen, pues “con
los oídos oyeron pesadamente”, y hay otros de quienes está escrito, “Bienaventurados
vuestros oídos, porque oyen”. Amados, hay que poner cuidado de oír
verdaderamente lo que oímos, pues si no lo hacemos, pronto perderemos todo
poder de oír; pero si oímos la verdad atentamente y de corazón, tendremos el
privilegio de oírla aun más plenamente, y de obtener un mayor beneficio al
oírla, tal como dice nuestro Señor: “Él respondiendo, les dijo: Porque a
vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no
les es dado. Porque a cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más”.
El primer
cuadro que presenta nuestro Señor en la parábola del sembrador es el de la
semilla que cae junto al camino o en suelo duro. Había mucho tráfico a través
del campo, un sendero que era pisoteado duramente por muchos pies que corrían
de un extremo al otro, y un puñado de semilla cayó en él. Así el Evangelio cae
sobre hombres que están ocupados con obstinaciones, prejuicios, empeños,
ambiciones, cuidados, y estas cosas provocan tanto tráfico a través de sus
mentes que se endurecen para el Evangelio; nunca alcanza al hombre interior,
sino que yace sobre la dura superficie siendo una cosa rechazada. Cuando lo
oyen, lo oyen y eso es todo: como dice el dicho: “entra por un oído y sale por
el otro”. La verdad nunca penetra en el hombre. A ellos no les gustaría
ausentarse por completo de los servicios religiosos, pero terminan haciendo
algo muy parecido pues únicamente sus cuerpos están allí pero sus corazones
están muy lejos, ocupados en temas muy diferentes. Ellos traen oídos que están
sellados para el predicador, y ojos que tienen cortinas para impedir la entrada
de la luz. Ven, pero no perciben; oyen, pero no entienden. ¿Cuál es el resultado
seguro de esta audición simulada? En la parábola, el Salvador representa a los
pájaros del aire como llevándose la semilla que cayó junto al camino y
devorándola, y nos dice a manera de explicación que Satanás viene y arrebata la
palabra para evitar que en cualquier momento posterior obtenga una entrada en
el corazón. Así se cumple el texto: “Al que no tiene, aun lo que tiene le será
quitado”. ¡Cuántos de nuestros oyentes son de ese tipo! Pierden lo que tienen porque
la verdad es que nunca lo tuvieron. Su asistencia a la adoración consiste en
entrar y salir, entrar y salir, y nada más. Como un perro que entra y sale de
la feria, no tienen nada que hacer cuando van a la casa de Dios. No son mejores
por haber entrado y por haber salido que la puerta que oscila sobre sus goznes,
y gira hacia dentro y hacia fuera, y luego se queda quieta en su lugar. Tales
personas, como la tierra junto al camino, no reciben nada; y, al no recibir
nada, siguen sin recibir nada; es más, incluso van de mal en peor, pues, aunque
no recibieron nada al principio, al menos daban la impresión de haber recibido
algo, y a su debido tiempo aun esa apariencia desaparece. Cada vez es menos
probable que el Evangelio les beneficie, y se endurecen más y más en contra de
él, mientras que quienes en verdad oyen y se embeben de la verdad se vuelven
capaces de oír y de entender más; más misterios les son abiertos; verdades más
profundas les son reveladas, y perciben una mayor dulzura y un poder más divino
en la palabra de Dios. Quienes no reciben la palabra pierden el poco
conocimiento conceptual de la palabra que alguna vez poseyeron. Aunque pudiera
ser el mismo predicador y la misma predicación de las mismísimas doctrinas, con
todo, los resultados son muy diferentes: para quienes tienen parte y suerte en
el asunto, los caminos del Señor destilan grosura, mientras que para los
oyentes incrédulos y descuidados el ministerio se convierte cada día en algo
más pesado, hasta el punto que claman diciendo: “¡Oh, qué fastidio es esto!”
Satanás está realizando su obra concienzudamente y está quitando del corazón
empedernido todo deseo por la palabra y todo interés en ella.
En Marcos
4: 25 nuestro texto es usado en referencia a la doctrina que ha de ser oída. El
Salvador dice en el versículo 24: “Mirad lo que oís”. Quisiera recalcar esa
importante exhortación ante todos ustedes como sumamente necesaria en estos
tiempos. En la actualidad a la gente no le importa lo que oye. Si un varón
puede hablar fluidamente, si puede ser retórico y sensacional, si puede contar
muchas historias bonitas, si puede utilizar pretenciosas tonterías y discursos
rimbombantes tendrá muchos oyentes. Hubo un tiempo con nuestros padres en que
si un hombre se desviaba media pulgada de la ortodoxia, no querían saber nada
de él; y aunque no quisiéramos que ustedes fueran tan criticones, pues no
quisiéramos convertir a un hombre en un ofensor por una palabra, con todo
quisiéramos que fueran celosos por la verdad. Si aun nosotros, o un ángel del
cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que habéis recibido, yo los
exhorto que no lo escuchen. Sean buenas ovejas del buen Pastor, de quien está
escrito, “al extraño no seguirán, sino huirán de él, porque no conocen la voz
de los extraños”. Los falsos pastores procuran embelesarlos con su excelencia
de lenguaje, pero han de prestar oídos sordos a sus encantos. La falsa doctrina
es un plato envenenado sin importar cuán atractivamente pudiera ser servido.
Los falsos maestros querrían, de ser posible, engañar a los propios elegidos;
pero ustedes saben que el Salvador dijo: “Todos los que antes de mí vinieron,
ladrones son y salteadores; pero no los oyeron las ovejas”. “Mirad lo que oís”.
Un hombre no puede dar falso testimonio durante mucho tiempo sin salir
lesionado por ello. Pudiera decir al principio: “Me cae bien ese varón, admiro
su ingenio, aunque disiento mucho de lo que dice”. Esto es pisar un suelo
traicionero, pues imperceptiblemente brota el mal de allí; “Su palabra
carcomerá como gangrena”. No puedes exponer el suelo de tu corazón a una
continua siembra de cizaña pues alguna que otra cizaña echará raíces, y más
pronto que tarde, en vez de que el buen trigo crezca en tu alma, germinará la
cizaña cuyo fin es ser quemada, y tú habrás perdido la cosecha que debía haberse
producido en tu espíritu. El sabio dice: “Cesa, hijo mío, de oír las enseñanzas
que te hacen divagar de las razones de sabiduría”. “Guardaos de los falsos
profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos
rapaces”. “No os dejéis llevar de doctrinas diversas y extrañas; porque buena
cosa es afirmar el corazón con la gracia”. Por tanto, ‘mirad lo que oís’.
Hay muchas
personas que cuando oyen el Evangelio, son, de acuerdo al segundo cuadro de
nuestro Señor, meros oyentes superficiales. Prestan alguna atención a su acto
de oír, pero no a lo que han oído, pues si consideraran el valor y la dignidad
de la palabra la pondrían más íntegramente en su corazón y afectaría permanentemente
sus vidas. Estos son aquellos que reciben la palabra en pedregales. Cuando el
Evangelio viene a ellos, lo captan sin mucha consideración; tienen ansiedad y
avidez de recibirlo, y se regocijan porque tienen la oportunidad de oírlo, “al
momento la recibe con gozo”. Cantan y dan voces de inmediato: “¡Dichoso día!
¡Dichoso día! Este es el evangelio para mí. He encontrado paz y cielo, y nunca
volveré a estar ansioso”. Esas personas no han calculado el costo, ni han sopesado
la verdad, ni han entrado en su significado interior y en su certeza
espiritual. No ha habido ningún arrepentimiento de pecado, ningún sentido de
culpa, ninguna humillación delante de Dios, ningún quebrantamiento de espíritu,
ningún conflicto interior y ninguna obra del Espíritu Santo en el alma. Todo ha
sido una suerte de asunto despreocupado en el que captaron lo que estaba a su
disposición y prometía algo bueno. Pronto arrojarán lejos lo que han abrazado
tan inconsideradamente; cuando el sol está en lo alto, la planta que no tiene
raíces se marchita; cuando surge la persecución, el convertido que no es
regenerado se escandaliza. Nuestro Salvador nos pone sobre aviso contra esto en
el lenguaje del texto. Si realmente recibes lo que oyes, tendrás más, porque a
cualquiera que tiene se le dará, y tendrá más; pero si, como el suelo
pedregoso, tú no tienes realmente
nunca la semilla sino que simplemente permites que brote en la superficie del
suelo que oculta a la roca de tu naturaleza no regenerada, entonces debido a la
prueba perderás lo que tienes; la germinación del grano tan prematuramente sólo
concluirá en un marchitamiento igualmente rápido que desaparecerá. Oh, mis
queridos oyentes, sean sinceros y sólidos en todas las cosas. Crean en lo que
efectivamente creen, y asegúrense de que lo que creen es digno de creerse, y
que es la propia verdad del Dios viviente. Dejen que se sumerja profundo en su
alma y eche raíces allí. Yo ruego que no abracen la religión así como un hombre
se pone su abrigo para quitárselo de nuevo; dejen que se enlace en la trama y
en la urdimbre de su ser; dejen que sea parte y porción de ustedes mismos,
extendiéndose como un hilo a lo largo de todos sus pensamientos, deseos y
propósitos, de manera que si alguna otra cosa de ustedes pudiera ser arrancada,
sería imposible arrancarles el bendito Evangelio, porque está en su interior y
es de ustedes, un parte integrante de su ‘yo’ más verdadero. Si reciben así el Evangelio
y se arraiga en ustedes, conocerán más y más sus bendiciones; pero si no lo
reciben, sino que dejan que sea el brote sin raíces de una mera religión superficial,
les será arrebatado cuando surjan la tribulación y la persecución.
En Lucas
8: 18 este grandioso principio es usado en referencia a mirar cómo oímos. Nuestro Señor dijo: “Mirad,
pues, cómo oís; porque a todo el que tiene, se le dará; y a todo el que no
tiene, aun lo que piensa tener se le quitará”. Muchos están atentos al
Evangelio, y tienen algún discernimiento, y no escucharán lo que es errado, de
manera que efectivamente consideran lo
que oyen, y no obstante tienen poca consideración a cómo lo oyen, y eso especialmente sobre un punto. La forma
apropiada de oír el Evangelio es darle plena e íntegra posesión del corazón. El
Evangelio es exclusivo. No acepta ser uno de dos maestros. Hermanos míos, yo
quisiera que estuvieran entre “los hermanos exclusivos” en un sentido muy
excelente y admirable del término. Nuestro Salvador nos da un cuadro de los que
no son exclusivos, que son comparados con la semilla sembrada entre espinos. El
suelo recibió la buena semilla en cierto modo, y luego recibió los cardos y
espinos; y todos esos cardos y espinos y el trigo comenzaron a crecer juntos: una
familia feliz, dirían algunos, pero un huerto del diablo estaría más cerca de
la verdad. En estos días nuestros conferencistas públicos y nuestros escritores
proyectan un huerto de ese tipo a gran escala. La iglesia y el mundo han de
unificarse, y santos y pecadores han de mezclarse y ser uno en una ronda
universal de asistencia al teatro. Personas que suponen ser cristianas nos
urgen a renovar la vieja liga que fue establecida en los días de Noé, y que
trajo el Diluvio, cuando los hijos de Dios y las hijas de los hombres se
unieron en alianza, porque los hijos de Dios pensaban que mejorarían
grandemente al mundo uniéndose a él. En este tiempo se nos dice que es erróneo
de nuestra parte abandonar las diversiones degradantes de los impíos, pues si
nos uniéramos a ellas podríamos mejorar su tono y calidad. Si el cielo
descendiera al infierno, el infierno mejoraría grandemente. Vean cuán
benevolente se ha vuelto Satanás, y cuán ansioso está de ser reformado.
Oigan la
voz de Dios que va en otro sentido: “Salid de en medio de ellos, y apartaos,
dice el Señor, y no toquéis lo inmundo”. “Si alguno ama al mundo, el amor del
Padre no está en él”. Tengan cuidado con presenciar dramas religiosos y obras
teatrales piadosas, pues constituyen una trampa en la que únicamente caerán los
vanos e insensatos. Los espinos son espinos y el trigo no debe intentar crecer
en medio de ellos. ¡Vean ustedes aquel trozo de terreno; cuán encantador es su
aspecto; el trigo está brotando con sus hojas verdes entre los espinos y los
cardos! ¿Acaso no es una concesión deleitable? ¿Cuál fue el fin de esta
conglomeración? Pues que el trigo murió; lo asfixiaron, y no pudo crecer en un
ambiente tan incompatible. Sepan esto, que si reciben a Cristo tienen que
desechar el amor del mundo. Cristo será aut
Caesar aut nullus (o César o ninguno): o el rey o nadie. Él quiere tener o
bien todo nuestro corazón o nada. Tenemos que entregarnos completamente a Su
influencia y a Su dominio, pues si proclamamos a otro rey y le decimos: “Tú
reinarás y Cristo reinará también”, Cristo no lo aceptará; se levantará y se
irá, pues Sus celos no tolerarían un rival, y Su soberanía no soportaría un
consorte. Miren cómo oyen el Evangelio; óiganlo sabiendo que es la única
palabra que puede salvar sus almas. Recíbanla en su ser para que se vuelva todo
para ustedes, pues si no lo hicieran, les será quitado ese Evangelio que
ustedes creen tener, puesto que no le han concedido la recepción que exige y
merece. Si le dicen al pecado, y al yo, y a todo lo demás: “¡Fuera de aquí! Mi
corazón es únicamente para Cristo; esta buena semilla no debe ser acosada por
tales hierbas como ustedes”, entonces la verdad está en ustedes, y será más y
más plenamente evidente en su interior, produciendo abundantemente fruto según
su género.
Entonces,
la suma y sustancia de nuestro texto en conexión con esta parábola es esto: la
palabra debe morar verdaderamente en nosotros, y después morará ricamente en
nosotros; pero si no entra de hecho en el corazón la perderemos por completo en
breve. El pueblo judío oyó predicar a Cristo el Evangelio, y debido a que nunca
hombre alguno habló como Él, ellos le escuchaban, pero nunca recibieron Su
palabra, pues no entendían Su significado; ellos únicamente captaban los
símbolos en los que Él escondía los sagrados misterios, pero no conocieron los
propios misterios; por consiguiente, después de un poco de tiempo, se enojaron
con el mensajero divino del pacto; le persiguieron y le dieron caza a muerte.
Mientras Él les daba panes y peces, y mientras se podía obtener algo por oírle,
pendían de Sus labios formando muchedumbres, pero cuando no les ofreció más
ningún otro alimento sino el pan del cielo, entonces de inmediato levantaron el
calcañar contra Él y no quisieron saber nada de Él. En consecuencia, la
predicación de la palabra cesó entre ellos. Los apóstoles se volvieron a los
gentiles que de buen grado recibieron la verdad, y la nación judía se quedó en
la ceguera en la que, ay, permanece hasta este día. Algo semejante está
sucediendo entre nosotros ahora. Las personas oyen el Evangelio pero no lo
reciben en sus corazones, y por tanto, después de un tiempo, les fastidia; se
cansan de que se les recuerde perpetuamente de un peligro en el que no creen, y
de ser invitados a un banquete que desprecian, por lo que giran sobre sus
talones y se van. Si permanecen por la fuerza de la costumbre el Evangelio
pareciera haber perdido todo poder sobre ellos, y no tienen ninguna apreciación
de su ministerio. Lo que una vez tuvieron les es quitado, porque nunca lo
tuvieron realmente; han sido cegados por la luz que rehusaron para ver; los
bocadillos que debieron haber sido su alimento los han asfixiado, y han sido
arrojados al infierno por la piedra sobre la que debieron haberse remontado al
cielo. El que recibe, obtiene más; el que no recibe pierde lo que parecía tener.
No hay ninguna inmovilidad pues hay un movimiento necesario en un sentido o en
otro. En este asunto un hombre se vuelve más rico o más pobre diariamente. Este
no es un mar estancado, la corriente arrastra hacia delante ya sea a los Buenos
Puertos o al negro mar de la ruina eterna. He aquí el inevitable decreto: el
que tiene, tendrá; el que supuestamente tiene, y no tiene, perderá incluso su
poder de dar la apariencia que tiene.
II. Esto
ha de bastar; y ahora, queridos amigos, procuremos destacar el mismo principio
EN REFERENCIA A
Entre los
hombres del mundo comúnmente se comenta que siempre llueve sobre mojado. Donde
se ve una oveja generalmente hay un rebaño. El dinero engendra dinero. La
pobreza sigue siendo pobre. La falta de capital trae la bancarrota. Una
compañía empieza con un capital imaginario o prestado; arman un alboroto y
hacen ruido, pero no prospera nunca. Pronto quiebra, y se pierde todo, y sin
embargo, nunca tuvo nada propio que perder; así se comprueba al pie de la letra
la verdad: ‘Al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado’. Ordinariamente,
la prosperidad es una gallina a la que le gusta poner sus huevos en el nidal, y
cuando una golondrina exitosa llega, otras la seguirán. Ciertamente hemos visto
que sucede lo mismo con las cosas de la gracia; donde la gracia ha sido dada,
allí llega más gracia; el capital espiritual bien trabajado multiplica el valor
de la acción, y la riqueza espiritual se produce donde hay una sólida base para
comenzar. Demos algunos ejemplos.
Cuando un
hombre cree en el Evangelio en su forma más elemental, a ese hombre pronto se
le enseñarán verdades más excelsas. Cuando comenzamos con algunas personas
explicándoles el sencillo camino de la salvación, presentan dudas y subterfugios.
“Pero” es su palabra favorita. Claman diciendo: “pero no puedo ver esto y no
puedo entender eso”. Nosotros nunca pensamos que lo verían o que lo
entenderían, pues generalmente quieren entender primero las partes más
difíciles del Evangelio, como un hombre que quiere necesariamente estar en la
cima del Monte Blanco antes de haber llegado al valle que está al pie.
Imaginen
la locura de una conversación como ésta: “Aquí tienes tus letras, hijo mío;
esta es la letra A”. “Maestro, no puedo aprender el A B C, pues aún no puedo
leer ni una sola línea de
Lo mismo
que sucede con la fe sucede con la posesión de cualquier gracia real y genuina.
Tomen el arrepentimiento, por ejemplo; un hombre puede decir: “Mi corazón es
duro y no puedo arrepentirme como yo quisiera”. No, mi querido amigo, pero,
¿realmente odias el mal y te esfuerzas por evitar las faltas en las que caías
anteriormente? ¿Deploras y lamentas los errores, las faltas y las
transgresiones de las que estás convencido? Bien, entonces, tu arrepentimiento
se profundizará; uno de estos días llegarás a ser muy sensible, y te
disciplinarás aun por un pensamiento pecaminoso. Aunque ahora no puedas
alcanzar la sensibilidad que anhelas, con todo, si tu arrepentimiento es real,
aunque sea débil al principio, al que tiene, se le dará, y tu arrepentimiento
crecerá. Si hubiera en tu corazón un evidente amor por el pecado es inútil que
esperes que tu arrepentimiento aumente, pues no tienes ninguno. Tu laurel verde
no es el sauce llorón, y nunca se convertirá en uno, sin importar cuánto se
extienda; pero la ramita más pequeña del sauce, si fuera plantada junto a
corrientes de aguas, prosperará con seguridad.
Tomen a la
fe de nuevo. Si tú crees realmente en Jesucristo y buscas en Él la salvación,
esa fe, aunque sea muy débil, se volverá fuerte. Si hubiera aunque fuera un
poquito, se volverá grande en el alma; pero si tú dices: “pienso que creo”, y
sin embargo, no crees realmente, nunca crecerás en la fe; de hecho, la fe que
piensas tener se desvanecerá por completo en el día de la tribulación, y te
verás sumido en la desesperación. Si realmente confías en mi Señor y Maestro,
aunque tu fe sea como un grano de mostaza, si fuera real, tendrás más y más
hasta que tu fe pueda mover montañas y arrancar árboles. El plan de Dios es
agregar más al primer depósito pequeño de fe, así como un maestro de obras
agrega piedra sobre piedra hasta que la estructura queda completada.
Lo mismo
sucede con el amor a Dios. ¿Quién de nosotros ama a Dios como desearía amarlo?
Suspiramos diciendo:
“Sí,
yo te amo y te adoro,
Oh,
dame gracia para amarte más”.
Pero,
amados, el punto que tienen que vigilar no es tanto la posesión del amor
ardiente de un Samuel Rutherford o de una Madame Guyon, como el de asegurar
aunque sea el más mínimo grado de un genuino amor por Jesús. Comprueben que sea
cierto aunque sea débil. Una chispa de fuego es un verdadero fuego, y es más
que suficiente para comenzar. Transforma en su propia naturaleza todo aquello
con lo que entra en contacto, y se propaga por la fuerza de su propia
intensidad. Lo mismo sucede con el amor. Si tú tienes un fuego real arderá,
pero si sólo tienes un fuego pintado, no aumentará. Un amor pintado por Cristo,
con lo cual quiero decir la mera imitación de un amor por Él, no aumentará,
sino que eventualmente desaparecerá por completo. Asegúrate de amar
verdaderamente a Jesús. Te imploro y te suplico que te preocupes por esto. No
finjas amor, antes bien siente amor. Dale tu corazón entero, pues el amor de
palabra es una burla. ‘¿Cómo puedes decir: te amo, cuando tu corazón no está
conmigo?’
Lo mismo
sucede con el celo por la gloria de Dios; ninguno de nosotros es tan celoso
como debería serlo por Cristo, pero la forma de llegar a ser ardientemente
celoso por Su nombre es ser verdaderamente celoso desde el principio. Si tú
deseas Su gloria, por débil que sea ese deseo, se volverá más y más intenso. Si
sientes que tienes que vivir para alabarle, si deseas que se te conceda estar
dispuesto aun a morir para alabarle, pronto sentirás un celo seráfico. La
verdadera gracia tiene que crecer, no hay temor acerca de su incremento. Si el
bulbo del lirio está realmente vivo, la hermosa flor coronará pronto su tallo,
pero si desde el comienzo es un bulbo muerto, puedes ponerlo en el mejor suelo
y regarlo a cada momento, pero nada brotará de él. Una semilla puede ser tan
pequeña que difícilmente se puede ver, y sin embargo, si es una semilla viva,
nadie podría decir cuánto se desarrollará; pero si se tratara de una de esas
semillas muertas que son demasiado abundantemente mezcladas en los paquetes del
comerciante en semillas, puedes hacer lo que quieras con ellas, pero su único
cambio será la corrupción. Vean, entonces, que donde hay verdadera gracia no
deberíamos despreciar el día de las cosas pequeñas, sino buscar más gracia y una
mayor manifestación del poder divino.
Es digna
de observación la manera en que la promesa del texto es cumplida por nuestro
benigno Dios. “A cualquiera que tiene, se le dará”. Si esto está vinculado con
la parábola del sembrador se vuelve claro que Dios da más mediante un proceso de
crecimiento; y entonces, tomando la verdad desde otra perspectiva, vemos que
todo crecimiento sigue siendo un don de Dios, y no debemos olvidar que así es.
Si tienes alguna fe, si has de volverte fuerte, la misma gracia que te dio la
primera confianza en Cristo, tiene que darte más. Es muy cierto que hay un
poder creciente en la vida interior, pero su creciente poder depende
directamente de la obra de Dios. Si Él dejara de comunicar más gracia, la nueva
vida tiene que dejar de crecer. Bien dice el apóstol: “Él da mayor gracia”. Tú
creces, pero ese crecimiento es un don de Dios, y tienes que buscarlo en Él.
¿Por qué
no nos dio el Señor la mayor medida de gracia desde el principio? ¿Por qué
prometer mayor abundancia como un resultado posterior? Pienso que es porque
valoramos más la gracia cuando nos llega poco a poco. Además, es para nuestro
bien que nos ocupemos en obtener mayor gracia. A una pobre mujer se le permite
que vaya y espigue en un campo; tu generosidad podría decir: “Vamos, mi buena
mujer, yo te daré el grano, y no tendrás el problema de espigar”; pero esto
pudiera ser algo no tan bueno para ella como permitirle que espigue el trigo
por sus propios esfuerzos. Es a menudo mucho mejor permitir que los pobres se
ayuden a sí mismos, que ayudarles sin que tengan que ocuparse por sí mismos.
Dios es sabio con nosotros. Tiene el propósito de darnos el grano, pero Él decide
que lo espiguemos y que así nos ejercitemos para la piedad. Hemos de volvernos
ricos en gracia, pero ha de ser por un comercio espiritual. El crecimiento es
un don, recuerden eso. La gracia de Dios se recibe, no como una cosa externa y
muerta, sino como un brote, y para que haya un brote tiene que haber vida
interior.
Entonces,
ustedes que creen que tienen un poco de gracia genuina en sus almas, bien
pueden cobrar ánimo. Que la verdad contenida en el texto les sirva de aliento:
a ustedes se les dará, y tendrán más. No piensen que porque sólo tienen un poco
de fe han de estar dudando y temblando siempre. Dejarás eso atrás, hermano mío,
conforme tu fe se afirme. No supongas que debido a que tus manos han sido
débiles y tus rodillas han sido trémulas, siempre han de ser así. No siempre habremos
de ser infantes en brazos, pues diariamente nos estamos acercando a la plenitud
de la estatura. Tú estás muy contento de tener pequeñitos en casa. Ellos
pudieran ser unos diminutos y amados bebés, pero no estás insatisfecho del todo
porque sean pequeñitos en vista de que lo correcto es que así sean. No se
espera que un bebé de seis meses sea muy alto. Te agrada tener un hijo aunque
sea pequeño, y admiras incluso su pequeñez. Pero supón que tu hijo viviera
veinte años, y que siguiera siendo un bebé en estatura; entonces tú estarías
muy afligido, y dirías: “Ciertamente mi hijo es un enano. Qué triste es que mi
muchacho sea tan deforme”. Ustedes, jóvenes principiantes, no necesitan
preocuparse por ser pequeños; se espera que lo sean; pero no se vale que
ustedes, personas mayores, que han sido cristianas estos veinte años, sigan
siendo bebés, pues, si así fuera, comenzaríamos a temer que ustedes no son
hijos de la propia familia del Señor, pues la vida divina crece. Un poste
muerto que vimos en el terreno hace veinte años sigue siendo el mismo poste, ni
más grande, ni más pequeño, y su único cambio es que su base se está pudriendo.
Pero cuán diferente es el árbol que vimos hace veinte años. Era entonces un joven
árbol que se podía doblar, pero ahora se ha vuelto como una columna de hierro,
y no hay forma de moverlo. Lo mismo debería suceder con nosotros, y tenemos que
aspirar a que así sea. Que Dios el Espíritu Santo lo realice en nosotros, por
Jesús nuestro Señor.
Sin
embargo, el punto principal que viene es este: ¿hemos obtenido realmente el
primer principio viviente? ¿Tenemos realmente la simiente celestial en nuestras
almas? No puedo predicarles en este momento como quisiera, porque no es tanto
un tema para un sermón como para uso personal, o para un ojo discernidor que
mire a través de una ventana directo en el corazón de cada uno de ustedes. La
mayoría de ustedes profesa ser el pueblo de Dios, pero, ¿realmente lo son? Yo no
tengo ninguna razón para sospechar de ustedes, pero, ¿tienen alguna razón para
sospechar de ustedes mismos? Ustedes dicen que fueron convertidos, pero ¿fue
conversión o no lo fue? Ustedes dicen: “yo creo en verdad en Jesús”, pero ¿se
trata de esa fe real que depende solamente de Él? Ustedes saben que un
individuo puede profesar durante mucho tiempo sin descubrir que se ha engañado a
sí mismo incluso durante muchas decenas de años; y me temo que hay algunos que
nunca abrirán sus ojos a su autoengaño intencional hasta que se vean en el
infierno, cuando ese descubrimiento llegue demasiado tarde. Oh, no sigamos
incrementando el número de la iglesia sin escudriñarnos debidamente para ver si
verdaderamente pertenecemos al número de los fieles. Un príncipe puede llenar
su baúl de piedras brillantes, pero ¿qué si todas resultaran ser joyas de
imitación? Un coleccionista de monedas podría acumular una multitud de ellas;
hay proveedores que gratificarán su gusto y le suministrarán un interminable
número de falsificaciones, pero si un maestro de la ciencia revisara sus
tesoros y los condenara como meras imposturas, ¡qué desilusión le embargaría! Hermanos
y hermanas, cada uno de nosotros ha de ponerse en el laboratorio de pruebas;
pidamos al Señor que nos escudriñe, no vaya a ser que seamos encontrados faltos
de gracia. A cualquiera que tiene, se le dará, y si no tenemos verdadera
gracia, no se nos dará, sino que aun perderemos la que tenemos.
III. Ahora
debo concluir tristemente con
Muchos que
oyen el Evangelio fueron educados para hacerlo desde su niñez; pero si no
reciben el Evangelio de todo corazón en muchos casos renuncian a asistir a los
medios externos de la gracia cuando se alejan de las restricciones de la
sociedad religiosa. Encuentran que es una actividad aburrida sentarse durante
tanto tiempo y escuchar las soñolientas oraciones y las aburridas
predicaciones. Encuentran que es incómodo entrar en atiborradas congregaciones,
que es frío estar en las pequeñas, y poco saludable sentarse en la atmósfera
cerrada de una casa de reunión. Esas personas ven muchas fallas en el servicio,
y se quejan con mucho tino. Al principio se ausentan una parte del día. Una vez
es más que suficiente para ellas, eso dicen; no pueden asistir dos veces.
Luego, pronto encuentran cualquier excusa para quedarse en casa. Algunas veces
llueve, en otro momento se sienten indispuestas; estas cosas no les impedirían
trabajar, pero basta muy poco para excusar que un hombre se quede en casa el
día domingo. A la larga dejan de ir por completo. Así les es quitado lo que realmente
no tuvieron; no oyeron realmente, y ahora no oyen nominalmente. Hay miles de
personas en casa hoy en Londres, que ni se han vestido aun a esta hora, a
quienes les es quitado todo deseo de oír el Evangelio.
He aquí
otra forma de lo mismo. El hombre continúa oyendo, pero no habiendo recibido el
Evangelio pierde todo poder para apreciarlo. “No sé qué le ha pasado a nuestro
ministro” –dice- “en un tiempo yo solía sentir algo cuando él predicaba, pero
no sucede así ahora. Está envejeciendo y se encuentra prácticamente agotado”.
Sin embargo, otras personas no comparten eso, pues han sido convertidas y
bendecidas bajo su ministerio. ¿Qué ha ocurrido? Pues bien, que este hombre ha
perdido lo que parecía tener, es decir, el poder de apreciar el Evangelio. Se
acuerda de los días cuando solía estar de pie en los pasillos todo el tiempo,
anhelando captar cada sílaba, y entonces regresaba a casa y se ponía de
rodillas y oraba pidiendo misericordia. Nada le afecta ahora. Tiemblen, mis
queridos oyentes, si es ese su caso, pues se dirigen rápidamente a la
perdición, sin nada que los detenga. Están muriendo de raíz y continuarán
perdiendo toda sensación hasta que la muerte termine en corrupción.
En ciertas
personas esto adopta aún otra forma. Ellos recibieron la gracia de Dios y se
produjo un efecto en ellos, pero todo eso desapareció. He visto a un inconverso
admirablemente reformado por un tiempo por oír
Una
versión más de esta misma verdad y habré concluido. Algunos parecieran recibir
Porción de
Nota del traductor:
Nidal:
huevo que se deja en cierto sitio para que las gallinas se acostumbren a ir a
él a poner.
Traductor:
Allan Román
12/Diciembre/2013