El
Púlpito del Tabernáculo Metropolitano
El
Sol Naciente
NO. 1463B
UN SERMÓN PREDICADO POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Mas
a vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas
traerá salvación; y saldréis, y saltaréis como becerros de la manada”.
Malaquías 4: 2.
“Mas
para vosotros que teméis mi nombre, se levantará el sol de justicia con la
salud en sus alas; y saldréis y saltaréis como terneros del establo”. Malaquías
4: 2.
“Mas
para vosotros que teméis mi nombre, se levantará el Sol de justicia con la
salud en sus alas; y saldréis y creceréis como terneros del establo”. Malaquías
4: 2. Versión King James.
Los judíos
esperaban que la venida del Mesías exaltaría a cada uno de los israelitas. Sus
expectativas eran grandes, pero ellos eran también carnales y sensuales, puesto
que buscaban un rey terrenal que hiciera que la nación despreciada saliera
victoriosa sobre todos sus enemigos, y enriqueciera a todo varón de la raza de
Abraham. Las Escrituras no les daban ninguna base para tales expectativas
universales, sino todo lo contrario, y en el capítulo que ahora estamos considerando,
el profeta explica que la venida de Cristo sería en verdad como la salida del
sol, llena de gloria y de esplendor, pero los resultados no serían los mismos
en absoluto. Para los que pensaban que eran justos y despreciaban a otros,
aunque fueran perversos en su comportamiento, la salida de ese sol traería un
día agostador y abrasador. Lean el primer versículo. “Porque he aquí, viene el
día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen el mal
serán como paja” (
La venida
del Mesías iba a traer para otra clase de personas una plenitud de bendición, y
es de ellas que tenemos que hablar. “Mas para vosotros que teméis mi nombre, se
levantará el sol de justicia”, no con abrasamiento, sino “con salud en sus alas;
y saldréis –no se secarán, ni arderán ni serán destruidos- sino que “saltaréis
como terneros del establo”. Ustedes recibirán grandes bendiciones por medio de
la presencia de su Señor. Dos cosas ocuparán nuestra atención; la primera es la descripción del pueblo de Dios: “Mas
a vosotros los que teméis mi nombre”, y la segunda es, la bendición que se les promete: “se levantará el sol de justicia
con la salud en sus alas; y saldréis y saltaréis como terneros del establo”.
I. Aquí
se DESCRIBE A LOS VERDADEROS SANTOS. Mirémoslos. La descripción puede ser
dividida en dos partes. Primero, he aquí su carácter permanente: temen el
nombre del Señor; y en segundo lugar, deducimos por el texto su carácter
accidental, un carácter que no siempre es suyo, pero en el que caen algunas
veces, es decir, que necesitan salud, pues si no estuvieran enfermos no habría
necesidad de la promesa de que el Sol de justicia se levantará sobre ellos con
la salud en Sus alas.
Entonces, noten
primero su carácter permanente: temen
el nombre del Señor. Me deleita pensar que esta promesa es dada a este carácter
particular, pues quiere decir que viene a los principiantes en la gracia. “El
temor del Señor es el principio de la sabiduría”; no es la gracia más excelsa
ni el logro más sublime de la naturaleza espiritual. Por tanto, bendigan al
Señor, ustedes que son débiles y enclenques, porque la promesa es dada a
ustedes. Ustedes en verdad temen al Señor. Hay veces que nos preguntamos si
conocemos el éxtasis del amor, y nos cuestionamos grandemente si alguna vez
tuvimos la seguridad de la fe, pero aun entonces sabemos que tenemos un temor
reverente de Dios. En la nave, Jonás se encontraba en un estado mental muy pecaminoso
y él iba huyendo de Dios, pero, con todo, no dudó en decir: “Soy hebreo, y temo
a Jehová”. Este es el carácter permanente de los santos en su peor estado. Si
se descarrían, siguen temiendo el nombre del Señor. Le temen, a ratos, muy al
estilo de los esclavos, con un espíritu de servidumbre, pero de hecho le temen.
Pierden la evidencia de su condición de hijos y dejan de andar en la luz, mas,
sin embargo, tienen un temor del Altísimo: no lo tratan con ligereza; no podrían
pecar contra Él con facilidad; sigue habiendo en el interior de sus corazones
un sentido de Su grandeza. Generalmente asume la forma de una reverencia hacia
Su persona. Saben que hay un Dios, y están seguros de que Él hizo los cielos y
la tierra; tienen igualmente la certeza de que Él está presente en todas
partes, marcando los caminos de los hombres. Otros pueden blasfemar, pero ellos
no pueden hacerlo; otros pueden pecar y divertirse al hacerlo, pero a ellos el
pecado les cuesta caro; otros pueden deleitarse sin ninguna aprensión, pero
ellos no pueden hacerlo, pues temen al Señor. Yo sé que esto describe a toda
verdadera religión y que tiene un sentido muy amplio, pero se adapta a mi
propósito que lo veamos precisamente ahora como una descripción de los
creyentes, válida para todos ellos, prescindiendo del estado en que se
encuentren. Siguen temiendo al Señor. Ahora, alma, ¿tiemblas tú delante de Dios? Hay algo en eso. No te pregunto si
tiemblas ante el infierno. Eso no sería ningún signo de gracia, pues ¿qué
ladrón no tiembla frente a la horca? No te pregunto si le tienes miedo a la muerte.
¿Qué mortal no le tiene miedo, a menos que tenga una buena esperanza por medio
de la gracia? ¿Pero tiemblas en la presencia de Dios porque le has ofendido, y
tiemblas en la presencia del pecado no sea que le vayas a ofender de nuevo? ¿No
se te ocurre alguna vez la pregunta: “cómo, pues, haría yo este grande mal, y
pecaría contra Dios?” De la misma manera que algunos se abstienen de cometer un
crimen por temor a la ley, ¿te abstienes tú de cometer una vileza por el temor
de Dios? Así como algunos son impelidos a la actividad por el miedo a la
pobreza, ¿eres impelido tú al servicio divino por un sentido del hecho de que
no servirle es permanecer bajo Su ira? Es una cosa humilde y pequeña comparada
con las gracias más excelsas que Dios obra en Su pueblo, pero aun así es algo
precioso temblar a Su palabra. Me alegra pensar que muchos de ustedes han
comenzado a temer a Dios recientemente. Bendigo Su nombre porque no puedes vivir
ahora como lo hacías antes. Estás intranquilo en tu antiguo estilo
despreocupado. Me alegro mucho por ello, y aunque no puedo estar seguro de que
este miedo no pudiera ser un miedo servil, yo espero lo mejor, y oro pidiendo
que madure para convertirse en un temor real de Dios que es siempre una obra de
la gracia en el alma, de manera que la promesa de nuestro texto te pueda
pertenecer.
Ahora,
amados, he dicho que la descripción del pueblo de Dios que es dada aquí no sólo
denota su carácter permanente: que temen al Señor, sino que menciona también su carácter ocasional. Algunas veces
caen en una condición que deploran, y el texto da a entender esto por el hecho
de que el Sol de justicia se levantará sobre ellos, pues esto implica que hasta
entonces estaban en tinieblas. Sin importar cuál otra luz pudiera haber, cada
uno de nosotros sabe que mientras no salga el sol nuestra condición es de una
comparativa oscuridad. Hay hijos de Dios que caminan en tinieblas, que por
cierto son amados hijos de Dios; ciertamente estoy inclinado a pensar que todo
hijo de Dios se adentra algunas veces en la oscuridad. Algunos comienzan con
una luz resplandeciente y luego experimentan un tiempo nublado a mitad del
camino, mientras que otros sufren su peor oscuridad al final. Knox y Lutero
experimentaron sus más severas tentaciones cuando estaban a punto de morir.
Bien se ha dicho que Dios algunas veces acuesta a Sus hijos en la oscuridad. No
importa, pues se despiertan en la luz, en la mañana eterna; pero usualmente
experimentamos una lúgubre temporada en algún punto entre el nuevo nacimiento y
el cielo, tal vez para hacer que el esplendor sea mucho más reluciente cuando
la noche acabe para siempre. Amado hermano, ¿estás sumido en la oscuridad en
este momento, y te sorprende eso porque todos los demás parecen tan animados en
su religión? Amada hermana, aunque has sido una creyente durante muchos años,
¿te parece como si nunca te hubieras encontrado en un peor estado que ahora,
mientras otros se regocijan? Entonces, pregúntate: ¿aún temes al Señor? ¿Se humilla
tu alma en la presencia de Su majestad, y deseas Su gloria? Nunca desesperes;
el Sol se levantará pronto para ti.
También es
claro por el texto que los hijos de Dios pueden estar algunas veces en mal
estado de salud, pues el Sol de justicia ha de levantarse para ellos con la
salud en Sus alas, y esa no sería una promesa muy necesaria si no enfermaran.
Un cristiano pudiera estar abatido por graves dolencias espirituales. Su pulso
pudiera latir lentamente, su corazón puede volverse débil; puede estar vivo, y
eso pudiera ser todo; el letargo pudiera apoderarse de él, la parálisis pudiera
conducirle a temblar desalentadamente, pudiera haberse extraviado de su Dios.
¡Ay!, aun pudiera sufrir de un ataque de fiebre palúdica, en el que tiembla con
incredulidad de la cabeza a los pies. Pudiera ser que sus ojos se hubieran
vuelto tan ciegos que no puede ver de lejos; y sus oídos pudieran ser tardos
para oír, y pudiera ser como los insensatos en el salmo, cuyas almas abominaron
todo alimento. Pudiera haber repudiado los consuelos de la promesa, y pudiera
haber quedado muy abatido; con todo, no morirá, sino que vivirá, y proclamará
las obras del Señor, pues la enfermedad del alma de un santo no es para muerte.
Él se recuperará y cantará acerca del Señor cuyo nombre es “Jehová Rafa… Yo soy
el Señor tu sanador”. Oh, hijo de Dios, si te encuentras en un estado de
enfermedad y de aflicción, clama a tu Señor fuertemente, y el Sol de justicia
se levantará para ti con la salud en Sus alas.
Noten
asimismo que, conforme a nuestro texto, los hijos de Dios pudieran estar en una
condición de servidumbre, pues se dice que cuando el Sol de justicia se levante
“saldréis, y saltaréis como terneros del establo”. Entiendan la figura. El
becerro está encerrado en el establo, y en la noche lo amarran con un cabestro,
pero cuando sale el sol el ternero sale al potrero; el novillo queda en
libertad. De igual manera el hijo de Dios puede estar en cautiverio. El
recuerdo de pecados pasados y la presente incredulidad pueden ponerle cabestro
y mantenerlo en el establo, pero cuando el Señor se revela queda en libertad.
Aun los verdaderos hijos de Dios tienen que clamar algunas veces como Pablo que
están vendidos al pecado; pueden olvidar la sangre de la redención durante un
tiempo y considerar que todavía son esclavos, y sin embargo, son verdaderos
hijos de Dios. De ahí la belleza de la promesa de que saldrán.
Sí, y hay
más en el texto. Los hijos de Dios pueden encontrarse en tal estado que dejan
de crecer, pues de lo contrario no tendríamos la promesa: “Saldréis y creceréis”
cuando resplandezca el Sol de justicia. Mi querido hermano, ¿sientes como si no
hubieses crecido en la gracia durante meses? Necesitas que el Sol de justicia
resplandezca sobre ti y crecerás como lo hacen las plantas. Todos los árboles
están desnudos en invierno y sus ramas están aparentemente secas y muertas, pero
cuando regresa el sol primaveral, los capullos comienzan a hincharse y las
hojas reaparecen y los árboles florecen y producen fruto. Lo mismo sucede con
ustedes. El Señor no los ha dejado. Su crecimiento podría haberse detenido
durante un tiempo, pero crecerán de nuevo.
Además, el
hijo de Dios puede entrar en una condición tal que pierda su gozo, pues les
diré un secreto acerca del texto: puesto que
II. Mi
segundo y más placentero deber es ABRIR
Observen
ahora cuál será el resultado de Su nacimiento. Tan pronto como este sol se
levanta y Cristo comienza a brillar sobre Su pueblo, ellos disfrutan de una
clara luz. Estaban en tinieblas antes, pero ahora están en la luz. Yo he estado
viviendo durante un tiempo en un país donde el sol lo es todo. La temperatura y
la atmósfera son saludables y deliciosas, casi diría celestiales, gracias a su
presencia. Cuando el sol brilla ni el pino enfermo ni el saludable están
tristes, y cuando las nubes ya no velan más su faz estamos como en el huerto
del Señor. Todo depende del sol. Desciendan a un valle donde no haya penetrado
el brillo del sol y encontrarán escarcha; crucen la calle hasta la sombra, y
temblarán de frío. La atmósfera se vuelve tan límpida gracias a la supresión de
todas las nieblas y brumas que algunas veces hemos logrado ver hasta cien
millas de distancia al otro extremo del mar, y los montes de la distante
Córcega se han alzado como una hermosa visión. No puedo evitar usar la
ilustración, porque está tan claramente ante mí. Cuando el Sol de justicia sale
para un cristiano y brilla a plenitud sobre él, no ve unas islas que están a
cien millas de distancia, sino que ve las puertas de oro de la ciudad celestial
y al Rey en Su hermosura, y a la tierra que está muy distante, pues la
presencia de Cristo limpia la atmósfera y nos permite ver lo invisible. Que el
Sol de justicia nazca para ustedes que temen Su nombre y les dé justamente tal
claridad y luz.
Pero según
el texto, cuando el Sol de justicia nazca para aquellos que temen al Señor, les
dará salud. Hay salud en Sus alas. Por las alas del sol se quiere significar
los rayos que proyecta a lo alto en el aire, o que parecen derramarse una vez
que está en lo alto en el cielo. Hay realmente salud para los cuerpos de los
hombres en el sol. ¿Acaso no los hemos visto venir a la tierra soleada, estando
tuberculosos y doblegados por la debilidad, y cuando han tomado el sol y se han
calentado durante unas cuantas semanas, la herida en el interior del pulmón ha
comenzado a sanar, y el tuberculoso ha respirado de nuevo y se ha podido
comprobar que viviría? Algunos han llegado aquí casi sin poder articular
palabra, y por el influjo del sol comenzaron a hablar de nuevo, como hombres
cuya juventud ha sido renovada. El sol es el gran médico. Donde el astro
penetra no se necesita médico, y allí donde resplandece los hombres reviven
rápidamente. En cuanto al Sol de justicia, ¡oh, cómo sana a los enfermos! Cristianos
enfermos, yo quisiera que ustedes se sentaran bajo esa luz solar durante todo
el año aunque no hicieran otra cosa que asolearse allí, tal como los animales
se deleitan asoleándose bajo el sol. Las flores conocen al sol, y voltean a él
su cáliz y sorben la salud que él les brinda con sus reservas de oro. Oh, que
tuviéramos el suficiente sentido para conocer al Sol de justicia, para que
pudiéramos, mediante oración y meditación y una vida santa, bañarnos y
asolearnos en Sus deliciosos rayos. Seremos en verdad fuertes si Él se levanta
para nosotros con salud en Sus alas. Él se ha levantado, pero nosotros nos
escurrimos a la sombra. Él se ha levantado, pero nosotros nos metemos en los
pozos de hielo de la mundanalidad y del pecado y no dejamos entrar su calor, y
luego nos sorprende que estemos enfermos, pero siempre estaremos enfermos hasta
que salgamos otra vez a la luz y Jesús brille para nosotros de la mañana a la
noche.
No debo
detenerme en ningún punto, pues mi tiempo es limitado; pero quisiera que
notaran cómo dice el texto que cuando el Sol de justicia brilla, el cristiano
obtiene su libertad. “Saldréis”. Me he estado alojando allí donde el inválido
no se aventura a salir si el viento sopla, y si hace un poco de frío y el sol
no brilla tiene que quedarse bajo techo o perdería el beneficio que hubiere
recibido; pero cuando el sol ha salido y el aire está en calma, entonces sale y
deja su aposento y está pletórico de vida una vez más. Hay cristianos que se
han tenido que quedar bajo techo durante mucho tiempo; no han recorrido la distancia
de la promesa, ni han escrutado la amplitud del pacto ni han escalado hasta
llegar a la cumbre del Pisga para contemplar el paisaje. Oh, amados, si el Sol
de justicia, el Señor Jesús, brilla para ustedes, saldrán no sólo para
disfrutar la vida cristiana, sino para entrar en el servicio cristiano, e irán más
lejos todavía para llevar a otros a Cristo.
Entonces
comenzarán a crecer. Ese es otro efecto del sol, y cuán maravillosamente la luz
del sol hace que los seres crezcan. Aquí tenemos, en nuestros invernaderos,
unas plantitas que consideramos tan maravillosas que las mostramos a nuestros
amigos y las exponemos sobre nuestras mesas como rarezas, pero yo las he visto creciendo
libremente en los campos, en el soleado sur, y son diez veces más grandes, y la
razón es que el sol las ha mirado. Las rarezas de nuestro país son cosas
cotidianas en la tierra del sol. Yo he conocido a cristianos que han recibido
un poco de fe y se han quedado perfectamente pasmados por ello, y Dios los ha
bendecido con un poco de amor por Jesús, y han sentido como si hubieran sido santos
espléndidos; pero si vivieran a la luz del sol, podrían mover montañas por su
fe, y su amor los conduciría a dedicar su vida entera a Jesús, y sin embargo,
no se quedarían pasmados. El Sol de justicia puede producir frutos ricos y
raros. Nuestra tierra fría y nublada, cubierta por su nubosidad y su neblina,
¿qué podría producir en el invierno? En las partes más favorecidas de la
tierra, aun en nuestro invierno, los árboles se ponen dorados con sus frutas.
Lo mismo sucede con el alma. ¿Qué puede producir si vive en la mundanalidad?
¿Qué puede producir si vive para sí misma? Pero cuando conoce el amor de Jesús
y el poder de Su gracia, aun en su peor estado produce el más rico y raro fruto
para la gloria de Su gracia.
Voy a
concluir exhortando a mis hermanos de la iglesia a que vivan a la luz del sol.
Salgan de las sombras. Hay sombrías cañadas en este mundo donde nunca brilla el
sol: son llamadas ‘cañadas de placer’ y algunas veces la pálida luna las mira
desde lo alto con un rayo enfermizo; pero el santo sabe distinguir entre la luz
del sol y la luz de la luna del mundo. Salgan de esos gélidos lugares y vayan
donde hay una clara luz. “Pero” –dice alguien- “yo no sabía que hubiera gozos
en la religión”. Mi querido amigo, entonces, ¿conoces a la verdadera religión?
Pues “las cosas bellas son una dicha sempiterna”. El que conoce a Cristo ha
visto el sol, pero mientras no le haya conocido sólo ha visto el resplandor de
la luciérnaga. Quien nunca conoció el poder de la sangre no conoció nunca la
paz, la profunda paz; quien nunca confió en el sacrificio expiatorio del
Salvador no conoció jamás el gozo, el gozo real, aquel que los ángeles llaman
gozo. Oh, vengan, los que están deprimidos y angustiados y abatidos, cuya
religión ha sido una esclavitud y cuya profesión ha sido una servidumbre:
reciban un verdadero bautismo en Cristo por la fe en Él, y cuando se hayan
sumergido en el más profundo mar de
Yo
quisiera animar a los que temen un poco al Señor, me refiero a los buscadores.
Vengan a la luz. Vengan y sean bienvenidos ya que nadie cuestionará el derecho
de ustedes. Hasta ahora nunca me he enterado de alguien que dijera: “no debo
exponerme al sol; el sol no es mío”. Los señores de este mundo han cercado cada
acre, y casi no hay ni una estéril ladera de monte que no esté protegida con un
letrero que dice: “no se permiten intrusos”. Pero ellos no pueden cercar la
bendita luz del sol; no, ni siquiera por una hora. A través de la ventana del
pobre, aunque el vidrio esté roto y tapado con harapos, un rayo de luz de sol
se abrirá paso tan alegremente como lo hace en los salones de los monarcas;
brilla sobre los harapos del mendigo así como sobre el manto escarlata del
príncipe: es libre. Cuando Diógenes le pidió a Alejandro que se apartara pues
le tapaba el sol, tenía el derecho de hacerlo pues la luz del sol le pertenecía
a Diógenes en su tonel tanto como a Alejandro que había conquistado un mundo.
Oh, tú que eres el más despreciable de los despreciables en tu propio juicio, el más ruin de
los ruines en tu propia estima, el más culpable de los culpables según te acusa
tu conciencia delante de Dios, has de saber que el Sol de justicia ha salido, y
Su luz es libre. ¡Debes exponerte al sol; debes exponerte al sol! “Oh, pero yo
me voy a mejorar pronto: estoy enfermo, pero me voy a mejorar pronto”. Tienes que
exponerte al sol, amigo, pues hay salvación bajo las alas del Sol de justicia; no
la hay en ninguna otra parte. “Estoy encendiendo un fuego, y espero calentarme
con la chispas de mi propia leña”. Amigo, tienes que exponerte al sol. ¿Qué
pudieran ser todos tus fuegos? Aunque prendieras fuego a todo el Líbano, y
tomaras toda la madera que pudieras juntar en el Sirión para hacer una pira con
toda ella, ¿qué sería comparado con el potente horno del sol que ha estado
ardiendo durante muchas edades, y arderá hasta que el ojo del último ser mortal
lo haya mirado? Oh, alma, no procures salvarte a ti misma con tus caprichos y
tus fantasías, sino que ¡has de exponerte al sol! ¡Amigo, exponte al sol! “Pero
tal vez no pueda hacerlo”. ¿Quién empobrecería si la luz del sol brillara sobre
ti? Hay suficiente luz para los demás aunque derrame sus rayos sobre ti. El sol
no brilla más si tú no tienes sus rayos; él no será menos brillante aunque tú y
miles como tú sigan juntos durante un siglo bañándose a su luz. Lo mismo sucede
con Jesús. “En él habita corporalmente toda la plenitud de
Porción de
Traductor:
Allan Román
19/Diciembre/2013