El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano
Paciencia con los Ignorantes


NO. 1407

Un sermón predicado

por Charles Haddon Spurgeon

En el Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres.

"Para que se muestre paciente con los ignorantes y extraviados, puesto que él también está rodeado de debilidad." Hebreos 5: 2.

Sermones
Estos son algunos de los requisitos necesarios para un sacerdote. Bajo la antigua ley había sacerdotes que eran escogidos de entre los hombres para que hablaran a Dios a nombre de los hombres, y hablaran a los hombres a nombre de Dios. Eran escogidos de entre los hombres y no de entre los ángeles; y eran escogidos entre hombres rodeados de debilidad, y no entre hombres absolutamente perfectos como los que están en el cielo, para que pudieran ser conocedores de hombres pecadores y que sufren, y que estuviesen al mismo nivel de ellos.

Cuando los del pueblo de Israel acudían a esos sacerdotes, veían que estaban hablando con personas que conocían y entendían sus debilidades y aflicciones, y no con seres exaltados que los mirarían desde lo alto con serena indiferencia. Sentían que podían acercarse a su sacerdote sin el temor reverente que es provocado por una fría distancia, como si una grieta bostezante se interpusiera entre ambos; y cuando le hablaban a su amigo -el ministro de Dios- sentían que podían contarle sus tribulaciones y problemas, pues él sentía lo mismo, y, por tanto, era capaz de consolarlos y confortarlos.

El buen hombre les decía muchas palabras amables antes de enviarlos de regreso a sus casas, y él no habría podido expresar esas palabras a menos que hubiese sido él mismo, un hombre "rodeado de debilidad." Debido a que los amaba y era igual a ellos, era capaz de mostrarse paciente con los muchos casos extraños que le presentaban; no era vejado con rapidez por su estupidez, sino que escuchaba cuidadosamente lo que tenían que decirle, y procuraba resolver sus dificultades, y encontrar una solución para sus casos.

Él sabía que él también era la debilidad y la insensatez misma delante de su Dios, y sus propias aflicciones y temblores lo hacían sentir que debía ser amable para con los demás, puesto que el Señor había sido tierno con él. Había sido ordenado, en la infinitamente sabia providencia de Dios, que los hijos de Aarón habían de ser hombres rodeados de debilidad, para que pudiesen rodear de simpatía a demás.

Los hombres admiran a un duque férreo en la guerra, pero, ¿quién podría soportar a un férreo sacerdote en la hora de la aflicción? Un muro de bronce es bueno para la defensa, pero necesitamos un pecho de carne y sangre para nuestro consuelo. Como consolador espiritual y guía, denme, no a un pontífice infalible, ni a un señor con una triple corona espiritual, sino a un hermano de mi misma condición, un amigo que posea una naturaleza como la mía.

Después de mencionar este hecho, que está enunciado en el texto, quiero hacer dos observaciones que constituirán la esencia de nuestro sermón. La primera es que la paciencia y la indulgencia son dos grandes requisitos para hacer el bien a nuestros semejantes; y, en segundo lugar, -y sobre este punto reflexionaremos largamente- que ambos elementos son encontrados de manera preeminente en nuestro Señor Jesucristo, y por eso podemos acudir a Él con resolución. Que el grandioso Espíritu, cuya enseñanza es nuestro único medio de aprovechamiento, bendiga nuestra meditación.

I. Primero, entonces, LA COMPASIÓN Y LA INDULGENCIA SON DOS ELEMENTOS QUE CUALQUIERA QUE QUISIERA HACER EL BIEN A SUS SEMEJANTES DEBERÍA POSEER EN UN GRADO MUY AMPLIO.

Tendrán mucha necesidad de toda la paciencia y toda la benevolencia de las que puedan disponer, pues esto ayudará a atraer a su alrededor a aquellos que son ignorantes y se han extraviado. Los hombres no acudirían a ciertos individuos pues son demasiado duros, demasiado fríos, demasiado severos. Parecieran haber sido esculpidos en piedra, ya que no tienen sentimientos; o, por otro lado, son secos y correosos, y no contienen ninguno de los jugos de la humanidad -nada de sangre caliente- nada de la leche de la amabilidad humana, y no te sientes atraído hacia ellos. ¿Quién amaría una bolsa de clavos viejos o un saco de aserrín?

Si quieres atraer a la gente a tu alrededor, debes identificarte con ellos: la compasión magnetiza al hombre y lo hace atrayente así como el imán fascina a la aguja. Un gran corazón es uno de los componentes esenciales de una gran utilidad. Pruébenlo y cultívenlo.

No permitan que la aflicción de alguna otra persona caiga en oídos sordos en lo que a ustedes concierne, sino que aflíjanse con el afligido, y tengan paciencia con el ignorante y con aquellos que se han extraviado: ellos pronto lo percibirán, y harán contigo como hicieron con tu Señor, de quien leemos: "Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores." Los hombres te rodearán como si fueran abejas alrededor de su reina; no podrían evitarlo; no desearían evitarlo. El amor es la abeja reina, y donde ella está se encuentra el centro de la colmena.

Por este mismo embeleso, podrás retener a aquellos que reúnas, pues los hombres no permanecerían por largo tiempo con un líder desamoroso: incluso los niñitos, en sus clases, no escucharían por largo tiempo a un maestro indiferente. Grandes ejércitos de soldados han ser comandados por un gran soldado, y los niños deben ser llevados de la mano por instructores que se identifiquen con los niños.

Cuando los seres humanos rodean a un personaje que desconoce la compasión, pronto se dan cuenta de ello, y deciden apartarse de inmediato como por instinto. Se puede reunir a la gente por un tiempo, por extraños medios, pero a menos que perciban que los amas, y que tu corazón está henchido de deseos por su bien, pronto se cansarán de ti. La multitud se aferraba al manto de Jesús siempre que predicaba, porque veía que Él realmente deseaba su bien.

Tú, querido amigo, has de tener paciencia si quieres mantener la atención de aquellos a los que te diriges. La tierra se mantiene compacta por la fuerza de atracción y un poder equivalente es ejercido por el amor y la compasión sobre los hombres que habitan en ella.

La paciencia de tu corazón será también grandemente útil para motivar a los pecadores a que se preocupen por ellos mismos. Yo creo que hay algunas personas que nunca sentirán nada por sus propias almas mientras no sean inducidas a hacerlo viendo lo que otras personas sienten por ellos.

Si recuerdo la historia correctamente, el señor Knill una vez estaba distribuyendo folletos en Chester, y se aproximó a un lugar donde estaba una compañía de soldados. Muchos recibieron los folletos pero un soldado rompió su folletito en pedazos, a la vista del buen hombre; y en otra ocasión el mismo individuo les dijo a los soldados: "hagan ahora un círculo alrededor de él." Los hombres se formaron alrededor del predicador, y entonces el perverso individuo lo maldijo de una manera tan aterradora que el señor Knill rompió a llorar al escuchar esos espantosos sonidos. El espectáculo de las lágrimas de Knill quebrantó el corazón del blasfemo: ninguna otra cosa habría podido conmoverle, pero no pudo soportar ver a un hombre fuerte que era al menos su igual, y, probablemente su superior, llorando por él. Años después pasó al frente para reconocer que la tierna emoción mostrada por el señor Knill había conmovido su alma hasta lo más íntimo, y lo había conducido al arrepentimiento.

Ahora, si ustedes tienen paciencia con otras personas, se preguntarán por qué habrían de estar tan preocupados por ellos. "¿Por qué te preocupas por mí?", -preguntó un réprobo a un cristiano que trataba de ganarlo. "Ah", -comentó otro que veía el asunto desde un ángulo distinto- "nadie se preocupa por mi alma. No tengo a nadie que ore por mí, no tengo a nadie que me cuide; de lo contrario, guardaría alguna esperanza."

Es claro, amado hermano o hermana, que si te sientes movido por Dios para buscar el bien de tus semejantes -como espero que lo seas- lo primero que necesitas es paciencia, tolerancia, compasión, simpatía, pues sin estas cosas no moverías más el corazón de aquellos a quienes les hablas, de lo que lo haría un loro o un autómata parlante.

Necesitas también una gran paciencia para asegurar tu propia constancia, pues si no amaras a los niños de tu clase, si no amaras al pueblo al que tratas de beneficiar cuando vas de casa en casa, si no tuvieras paciencia con los pecadores moribundos que te rodean, pronto renunciarías a tu misión, o irías por allí de una manera meramente formal. Descubrirás que la conquista del corazón no es algo fácil; en verdad, es la más ardua de todas las empresas, y a menos que ames tanto a los hombres, que estés dispuesto a soportar miles de desaires y desilusiones, decidido a seguir adelante con las benditas nuevas de misericordia; a menos, digo, que tengas una paciencia tan resistente como tu propia vida, fracasarás y te desanimarás y abandonarás las sagradas redes con las que pescas hombres, y el sementero con el que esparces la semilla celestial. Tal vez continúes sembrando un puñado de semilla por aquí y por allá, pero nunca segarás una gran cosecha a menos que el corazón mueva la mano.

Además, sólo la paciencia de corazón puede enseñarte cómo hablarles a los demás. Me agrada ver frecuentemente cómo se las arreglan los jóvenes convertidos para compartir el amor de Cristo con personas mucho mayores que ellos, y lo hacen con mucha eficacia. No puedes meter a un hombre en un instituto y enseñarle cómo predicar correctamente a los pecadores, dándole libros, o conferencias o reglas. No, eso debe aprenderse mediante un tipo de instinto de la nueva naturaleza que enseña al hombre que es ordenado para hacerlo.

Nadie, supongo, enseña a la joven madre cómo manejar a su primer hijo, y sin embargo, de una manera o de otra lo lleva a cabo, porque lo ama. Para mí es maravilloso ver cómo una viuda con un enjambre de hijos, de algún modo provee para ellos. No puedo decir cómo, pero el amor que les tiene la conduce a realizar esfuerzos que parecerían imposibles para alguien más, y los pequeñitos son de algún modo u otro provistos de casa y alimento y vestido.

Si tienes suficiente amor puedes ganar a cualquiera para Jesús, por la gracia de Dios. Si su corazón fuera tan duro como un diamante, entonces deberías tener un propósito dos veces más duro que un diamante, y podrías conmover sus corazones.

Si estás resuelto a remover cielo y tierra para que esa alma sienta el poder del Evangelio y si vas con poderosa oración e invocas la ayuda del Espíritu Divino, no veo cómo puedas fallar. Si tuvieras suficiente amor y suficiente corazón tendrías que hacerlo bien.

Estos son los primeros requisitos, yo creo, para un ministro del Evangelio, para el maestro de la escuela dominical, o para cualquier otro tipo de obrero cristiano: paciencia abundante e indulgencia inagotable.

Si poseyeran estas dos cosas, queridos amigos, descubrirían que ambas serán muy probadas y ejercitadas. Joven obrero, cuando te sumerjas en el centro del servicio cristiano, no pasará mucho tiempo antes de que tengas que enfrentarte con una oposición abierta. Los burladores hablarán mal de ti, los necios se burlarán de ti; podría ser que algunas personas profanas te maldigan. Esto no es inusual. Ahora, si pudieras mirar con paciencia a un opositor declarado, no perderías tu ecuanimidad, ni te sentirías angustiado en absoluto, excepto por la propia causa de tu opositor. La manera más segura de derribar a tus oponentes es sentir que no pueden hacer que te enojes o que te apartes de tu propósito. Debes sentir que los amas más debido a que ves cuán grandemente necesitan el Evangelio; y entonces, entre más pequen, más seguro estarás que el suyo es un caso de gran necesidad, que requiere que seas siete veces más denodado.

Sin embargo, yo no creo que todos los obreros sean molestados más por la oposición abierta, como por aquellas personas que nunca se oponen, pero que tampoco nunca ceden. A veces yo no sé cómo seguir adelante con ciertas personas con las que hablo acerca de Cristo. Dicen: "sí, señor. Sí, señor. Sí, señor." Tú dices: "pero mi querido amigo, hay una necesidad de un nuevo corazón." Ellas te responden: "sí, señor, sí." "Y tú sabes que no hay salvación excepto por medio de la fe en Cristo." "Sí, señor. Sí, señor." Le he hablado varias veces a una persona que siempre me agradece por hacerlo, y declara que es muy amable de mi parte que le hable, y está muy agradecida conmigo; y "sí, señor. Sí, señor." Eso es todo lo que puedo conseguir de ella. Yo no deseo que me maldiga, pero si llegara a decir alguna vez algo ultrajoso, de tal manera que yo pudiera concentrar todas mis energías en ese punto, tendría realmente alguna esperanza en ella: pero nunca hace esto, y por tanto, no puedo establecer un punto de contacto con esa persona. Viene y escucha un sermón, y no hace muchos comentarios al respecto, pero comenta: "estuvo muy bueno, y muy bien organizado, y fue todo un deleite," y eso es todo.

No puedes atraer a estos Plegables a una distancia más cercana; ellos te vencen cediendo, de la misma manera que el junco vence al viento del norte inclinándose ante él. Estas personas inquietan a los dedicados obreros y prueban su paciencia con pesadas exigencias. Debemos llenar de amor nuestros corazones, y tener piedad de estas pobres personas con alma de goma elástica, o nos cansaremos y los abandonaremos a su suerte. Tengan piedad de ellos, y continúen sin pausa en sus santos esfuerzos, aguantando y resistiendo aunque parezcan frustrarlos.

También se encontrarán a menudo con personas muy engañosas y esperanzadoras, que los alientan mucho pero los desilusionan más. Ustedes dicen: "vi una lágrima en el ojo de ese hombre cuando estaba predicando." Sí, tiene ojos lagrimosos: tal vez se ha emborrachado y es fácil llorar en esa condición. Después de todo pierden a su hombre. Dirán: "esa mujer se ve tan atenta y sincera que realmente pienso que ha quedado una huella en ella." Pero gradualmente descubres que había un motivo por la aparente atención, y todo se trataba de un fingimiento.

Ahora es el momento de ejercitar plenamente tu paciencia, y entre más frecuentemente te sientas frustrado, más paciencia deberás experimentar, y habrás de estar más resuelto, con la ayuda de Dios, a no renunciar nunca hasta que resuenen los dobles de las campanas funerales, y el alma hubiere sobrepasado la región de tu influencia.

¡Ay!, hay otra prueba de fe y de paciencia que es todavía más fastidiosa, pues entre los que profesan ser convertidos hay muchos que nos provocan penas en el corazón. Incluso cuando el grano aparece en la espiga todavía podríamos perder nuestra cosecha, al igual que el labrador, que por el añublo y el moho, puede ver sus campos marchitos delante de sus ojos.

Habremos de encontrar personas que dan un paso adelante y declaran estar del lado del Señor, pero muy pronto se enfrían, y se apartan del camino angosto. "Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros"; -dice Juan- "porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros." Estas personas desgarran nuestros corazones; son espinas en nuestro costado y espadas para nuestros huesos, causándonos agudos dolores y haciéndonos un gravoso mal.

Como Judas, venden a Cristo por dinero y traicionan a su Señor, y así demuestran ser los hijos de perdición, aunque por un tiempo son contados con los discípulos de Cristo. Aun a estos no debemos descartar por completo, sino todavía debemos tener compasión de ellos y buscar a las ovejas perdidas.

Eviten, mis queridos hermanos y hermanas, todo aquello que pudiera endurecer su corazón para con los más provocadores y engañosos; es cierto que su conducta tiende a petrificar el corazón, pero no cedan ante la perversa influencia, o sufrirán pérdida.

Viviendo en una ciudad como esta, donde con frecuencia lo presionan mucho a uno, sería entendible que algunas personas se volvieran un poco duras de corazón, pero yo no podría ratificar tal consejo. Me temo que se darán cuenta que el proceso de endurecimiento está obrando en ustedes sin que lo busquen, pero los quisiera exhortar a que se opongan a ese proceso. Es mejor ser engañado con frecuencia que volverse insensible. Yo preferiría ser un incauto que un ser bestial, aunque no hay ninguna necesidad de ser ni lo uno ni lo otro. Procuren ser de un indulgente corazón que se compadece y que está lleno de paciencia, y trabajen con todas sus fuerzas para ser como el texto dice: "Un hombre que se muestre paciente con los ignorantes y extraviados."

Ahora, hay diversas razones por las cuales hemos de tener mucha paciencia e indulgencia. Dios tiene mucha paciencia con nosotros. Tú dices que tal persona te agravia. Ay, ha agraviado a Dios mucho más que a ti. Oh, pero has tenido paciencia con él, y has tratado de llevarlo a Cristo desde hace cerca de diez años. Recuerda que el Señor ha tenido paciencia con él, tal vez, estos últimos cincuenta años. ¿Acaso replicas: "pero tú no sabes qué mal me trata"? No, pero te olvidas de cuán mal trata a tu Señor. ¿Acaso el hombre no ha provocado siempre a Dios? ¿Acaso los hombres no han agraviado a Su Santo Espíritu estos miles de años? Es un pensamiento que debería sumirnos en el polvo: las innumerables provocaciones que rodean al Altísimo y que se alzan provenientes de solo hombre.

Pero, ¿cuántas podrían ser las provocaciones causadas por los cuatro millones de habitantes de esta gran ciudad? ¿Cuántas serán en proporción a todos los millones de habitantes del mundo? Ídolos son adorados, y bloques de madera y piedra son levantados y son llamados dioses, mientras el verdadero Dios es menospreciado. La falsa doctrina es enseñada, un hombre reclama ser infalible, Cristo es olvidado, los hombres confían en sus propias obras y se glorían en su pretendida justicia propia, y, ¿no está enojado el Señor por todo esto? Y qué pasa con la blasfemia descarada, el quebrantamiento del día domingo, y miles de formas de pecado con las que Dios es terriblemente provocado; y, sin embargo, lo soporta día a día, y no permite que Su fiera ira se encienda contra Sus criaturas culpables.

¿Acaso la indulgencia divina no es el milagro de milagros? Cuando estuve por unos cuantos minutos al pie de La Escalinata de Pilato en Roma, vi a las pobres criaturas que subían y bajaban de rodillas, y a los sacerdotes que las miraban, y en ese momento pensé que si me hubiesen prestado un rayo o dos me habría desembarazado de todos los impostores y sus engaños en un abrir y cerrar de ojos; pero luego recordé que ellos estaban tratando con Dios y no con el hombre. Él mira desde arriba al anticristo y todas sus blasfemias y aun así detiene Su mano. Él ve los pecados en esta ciudad de Londres que no me atrevería a mencionar; y, sin embargo, Su trueno duerme. Él oye cuando el hombre lo maldice e incluso lo desafía en Su rostro, y, sin embargo, Su paciencia está presente y todavía los soporta. Maravillosa, maravillosa es la longanimidad del Señor.

Oh, entonces, hermanos míos, en verdad hemos de ser pacientes con las afrentas sin importancia que tenemos que aguantar en el servicio de Dios, y no deberíamos cansarnos nunca de hacer el bien.

Aquí hay otro punto que algunos sentirán más cercano. Piensa, mi amado hermano en Cristo, qué paciencia tuvo Dios contigo, todos esos años antes de tu conversión, y multitud de veces desde entonces. No te ha desechado, ni se ha cansado de ti a pesar de tus malacrianzas: y si ha tenido paciencia contigo, ¿no habrías de tener paciencia con tu compañero pecador hasta el fin?

Hay una reflexión que podría ayudarles. Recuerden que estas almas que pecan como lo hacen, deberían ser miradas por ustedes como personas que tienen trastornado el juicio, pues el pecado es locura. Ese hijo pródigo que gastó su fortuna en el desenfreno estaba loco, pues leemos de él cuando se arrepintió: "Y volviendo en sí." Consideren a los pecadores como locos, y tendrán piedad de ellos y serán indulgentes con ellos.

Si tienen una pobre hija en casa cuya mente está fallando gradualmente, dirían: "no presten mucha atención a lo que dice. Su pobre mente se extravía. Sus facultades no están funcionando bien." Estas pobres almas están descompuestas también, y sus mentes se han apartado de Dios; no presten mucha atención a sus desvaríos; sigan adelante y háganles todo el bien que puedan, sin importar su plática ociosa y sus petulante quejas. Véanlos como individuos enfermos, y cuando la gente está enferma -ustedes lo saben- se vuelve muy susceptible, y se irrita con prontitud; y, tal vez, dirá cosas perversas, pero díganse a ustedes mismos: "es la fiebre o el dolor lo que les hace parlotear de esa aturdida manera. No les hagan caso."

Ustedes son muy tiernos con los achacosos, ¿no es cierto? Un hombre te confiesa que cuando te dijo una palabra ofensiva la otra noche, tenía un terrible dolor de muelas en ese momento, y tú le respondes: "te ruego que no te preocupes, pues ahora te entiendo muy bien."

Mira a los pecadores bajo esa luz, y di de ellos: "pobres almas, este mal del pecado se ha apoderado tanto de ellos que no debo considerar que están en sus cinco sentidos, sino más bien debo tener conmiseración de ellos." Esa visión de la naturaleza humana les ayudará grandemente para tener paciencia con el ignorante y con el que está extraviado.

Y recuerden esto: si no tienen paciencia, no pueden hacerles bien. Si se cansan de ellos, y hablan ásperamente, no podrían bendecirles; y, tal vez, si ustedes no fueran el medio para bendecirlos, nadie más lo sea.

Ah, ¿se trata de tu propio marido? Esposa, has de ganarlo, has de ganarlo. No lo empujes de lo malo a lo peor por increparlo. Hermana, ¿se trata de tu hermano? Halágalo y gánalo para Cristo. No lo vejes volviéndote ácida y amarga. Me temo que la conversación áspera y el temperamento irascible tienen que rendir muchas cuentas, pues en un instante pueden cortar las cuerdas que estaban atrayendo a los hombres en la dirección correcta.

Tengan paciencia todavía; tengan paciencia con la obstinada ignorancia y la rebelión testaruda. Recuerden que entre más trabajo les cueste llevar un alma a Cristo, su recompensa será mayor. En su propia conciencia sentirán una dulce recompensa cuando en días posteriores puedan decir: "sufrí los dolores del parto por esa alma." La amarán mucho más por la angustia de su espíritu durante su nacimiento. Estoy seguro que así es: valoramos más lo que más nos cuesta.

Jabes fue más ilustre que sus hermanos porque su madre lo dio a luz en dolor. Jacob le dio una porción a José por encima de sus hermanos, porque los arqueros le habían disparado severamente y lo habían herido; y esa porción fue mucho más preciosa porque el patriarca la arrebató de la mano del Amorreo con su espada y con su arco.

Si hay un alma que hubieras, por decirlo así, traído a Cristo mediante severas batallas, arrebatándola de la mano del amorreo con tu espada y con tu arco, esa alma será más preciosa para ti que cualquier otra.

Por tanto, amados, ruego al Espíritu Santo que cubra con Su sombra al grupo de obreros cristianos aquí presente y a todos los que se encuentran a lo largo de toda la tierra, para que se muestren "pacientes con los ignorantes y extraviados, puesto que él también está rodeado de debilidad."

II. Pero ahora vamos a la segunda parte de nuestro tema, que ruego que el Espíritu eterno bendiga. LA COMPASIÓN Y LA INDULGENCIA HABITAN DE MANERA PREEMINENTE EN JESUCRISTO. Aunque no estaba rodeado de ninguna debilidad pecaminosa, pues no hubo pecado en Él, sí asumió la debilidad física, y es, hasta el grado más alto posible, el Señor de la benevolencia.

"Su corazón está hecho de ternura,
Sus entrañas se derriten de amor."

Primero -pues he de apegarme a mi texto, y no extenderme demasiado- primero tiene paciencia con el ignorante. Es decir, Jesús quita prontamente los pecados de ignorancia. Algunos de ustedes no tenían discernimiento cuando vivían en la impiedad. Habían estado confiando en sus buenas obras, pero aunque lo podrían haber sospechado, no sabían que era un cimiento defectuoso para su esperanza.

Algunos de ustedes fueron muy diligentes en las formas externas y en las ceremonias; tenían un celo de Dios, pero no conforme a ciencia: ustedes no sabían que la salvación ha de encontrarse únicamente en Jesús. Hay muchos que, si lo hubiesen sabido, no habrían crucificado al Señor de Gloria año tras año como lo han hecho. Podrían decir lo mismo que dijo Pablo: "Porque lo hice por ignorancia, en incredulidad."

Bien, amados corazones, si han estado viviendo en pecado, sin saber lo que estaban haciendo, si han rechazado al Salvador a quien no habrían rechazado si lo hubiesen conocido mejor, el Señor Jesús, nuestro grandioso Sumo Sacerdote, quita de inmediato tales pecados. Vengan a Él. Digan: "Enséñame tú lo que yo no veo. Líbrame de los errores que me son ocultos." Y aunque ahora, mirando hacia atrás, no puedan descubrir todo el mal de su conducta y del pecado de su vida, sin embargo, a pesar de eso, dejen que vea lo que está en su corazón, pónganlo al descubierto delante de Él, y Él tendrá paciencia con ustedes en su ignorancia y quitará su pecado para siempre.

Pero el texto no se refiere únicamente a los pecados resultantes de la ignorancia, sino a la ignorancia misma. Muchas personas son intencionadamente ignorantes de Cristo. Podrían haber conocido acerca de Él si hubiesen querido. Posiblemente algunos han venido a este lugar esta noche y son personas que raramente asisten a un lugar de adoración, aunque hubiera uno en la calle donde viven. Cualquier persona de Londres que no sepa del Evangelio, no podría culpar a nadie excepto a sí mismo. Valdría la pena que caminaras cien kilómetros para oír una predicación sobre Jesucristo, pero doy gracias a Dios porque pocos de ustedes necesitan caminar un kilómetro para escuchar el Evangelio. Si quisieran, podrían oír el Evangelio; y, si ustedes que son londinenses perecen, perecerían después de que la oportunidad de vida fue traída a sus propias puertas.

No dudo que hubiera muchas personas que viven ahora en completa ignorancia de Cristo, y, sin embargo, tienen a la Biblia en sus hogares y cuentan con vecinos cristianos que estarían lo suficientemente contentos de poder explicárselos, y podrían ir y oír el Evangelio si quisieran; así que, el sol está brillando pero ellos cierran sus ojos, el trueno está retumbando pero ellos cierran sus oídos. ¿Acaso no es esto suficiente para mover al Señor a la ira?

Y, sin embargo, Su paciencia continúa. El Señor Jesús todavía quiere tener paciencia con ustedes que han sido crueles con ustedes mismos así como desdeñosos de Él. Vengan a Él tal como son, y confiesen su voluntaria ceguera, y Él la quitará, y les hará entender las cosas que contribuyen a su paz.

Sin embargo, algunos son ignorantes porque han sido ubicados allí donde no podían conocer bien; nacieron en una familia impía, o fueron arrinconados en medio de un pueblo impío, o, lo que es casi lo mismo, entre quienes tienen únicamente una simple religión formal. No conocen la verdad, pero difícilmente podrían ser culpados por ello.

Bien, amados corazones, Cristo puede enseñarles. Vengan y siéntense a Sus pies, pues Él tendrá paciencia con su ignorancia. Algunos son muy jóvenes, y no pueden entender mucho: amado pueblo joven, algunos de ustedes están aquí: Jesús está listo para tener paciencia con la ignorancia de los hijitos, y salvarlos. Podría ser que sólo conozcan muy poco, pero si saben que Cristo Jesús es el Salvador de los pecadores, saben que tendrá paciencia con su ignorancia.

Ay, otros se están poniendo viejos, pero son tan torpes que no podemos meter mucho conocimiento en sus cabezas, y sus oídos son tardos para oír. Algunas veces tengo que hablarle a un buscador con ese perfil, y procuro mostrarle gran paciencia. Hace mucho, mucho tiempo que he renunciado a valorar el carácter por la cantidad de inteligencia, pues encuentro a veces que los más inteligentes son los más propensos a engañarme. Cuán a menudo, en la vida diaria, encontramos que los más conocedores son los más astutos, y los más grandes académicos son los mayores villanos.

Vemos abundantes ejemplos en los periódicos. Por otro lado, muchas pobres almas que no pueden meterse dos ideas en la cabeza, tienen la idea correcta, la grandiosa idea evangélica, que llena su cabeza y corazón. Saben que Cristo vino al mundo para salvar a los pecadores, y se aferran a eso. Algunas de las personas de simple corazón son rápidas de entendimiento en el temor del Señor. El Señor tendrá una oportuna paciencia con tal ignorancia.

Hay muchos, ay, que son ignorantes, no por falta de capacidad o de facultades, sino porque el pecado los ha vuelto tan bestiales que no pueden entender. Como sal arrojada en el suelo, ha vuelto a la mente estéril. Este es un horripilante estado del corazón. Sin embargo, hay en esta nuestra ciudad muchos que se han remojado tanto en los vicios más obscenos, que dan la impresión de ser incapaces de conocer la pureza, la delicadeza, la verdad, la santidad, o cualquier excelencia divina. Se han entregado de tal manera a la borrachera, al libertinaje, a la lascivia y a la parranda, que no puedes realmente meterles una idea espiritual: se han desarrollado a la inversa hasta el nivel del mero animal, y como el puerco, se alimentan de algarrobas, y no tienen idea por encima del cieno en que se revuelcan.

Nuestros misioneros citadinos nos pueden decir del poder embrutecedor del pecado, si no lo hemos visto nunca por nosotros mismos. Así como la gracia vuelve sabios a los necios, así el pecado hace necios a los sabios; así como la gracia vuelve carne a la piedra, así el pecado hace piedra a la carne; así como la gracia eleva al hombre hasta los ángeles, así el pecado los hunde hasta los demonios. El pecado es una nube lóbrega que entierra a la mente humana en una noche siete veces oscura, que parece imposible perforar con un rayo del día; sin embargo, cuando un destello de luz de Dios el Espíritu Santo penetra la densa oscuridad egipcia de tal alma, Jesús manifiesta Su paciencia con el ignorante, y demuestra Su poder salvador.

Oh, hermanos míos, qué misericordia es que el Señor Jesucristo salve a gente que sabe muy poco de Él. La pobre mujer que tocó el borde de Su manto cometió un error, yo supongo, al imaginar que el poder estaba alojado necesariamente en Su vestido, mas, sin embargo, el Señor dejó pasar su error y permitió que saliera poder de Su manto como también de Su persona.

Él se encontrará contigo, querido amigo, se encontrará contigo allí donde estás, y tomará la mano de tu fe ciega y coja, y te salvará. Por muy ignorante que seas, Él tendrá paciencia con tu ignorancia enviando Su luz y Su salvación, y tú le conocerás y te regocijarás en Él.

Cuando estuvo aquí, tú sabes, escogió a unos cuantos pescadores y colectores de impuestos, y gente parecida; y se puso a enseñarles; y, ¡cuán hermosamente lo hizo! Les enseñó con parábolas y con pequeñas palabras fáciles, línea sobre línea, mandato sobre mandato, un poquito allí, otro poquito allá.

Miren al Evangelio de Juan. Echen una mirada a cualquiera de los sermones de Cristo. Cuán extremadamente diferentes son de los magníficos discursos que recibimos de los teólogos ilustres y letrados de la época presente. Ellos enseñan por sobre las cabezas de las personas, pero Cristo predicaba a los corazones de las personas. Él enseñaba tan clara y simplemente que cualquiera podía entenderle; pero estos grandiosos doctores predican de tal manera que ellos mismos no se entienden. Todo esto nos conduce a ver que nuestro Señor tenía paciencia con el ignorante.

Quiero repetir el pensamiento que Él no enseñaba a esos discípulos demasiadas cosas de una vez. Él les daba una idea cada vez, y no sacaba esa idea con una nueva; sino que decía: "Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar." Lo que efectivamente enseñó fue en su mayor parte sencillo, y esperó hasta que el Espíritu Santo fuera enviado para que Pablo elaborara el Evangelio y nos dijera, en lenguaje claro, algunas de las verdades más doctrinales. Tenía la determinación de enseñar a Sus discípulos todo lo que pudieran recibir, y así lo hizo, pero no les enseñó nada más, para que no estuvieran sobrealimentados y se volvieran incapaces de digerir lo que habían recibido.

Y luego, cuán poca reprensión había en toda la conversación de nuestro Señor con Sus alumnos. Es cierto que dijo: "¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe?" Es cierto que tuvo que reconvenirlos de vez en cuando, por la dureza de sus corazones, pero, sin embargo, qué mansedumbre acompañaba a tales reconvenciones, y cuán raramente ocurrían. Y nunca sacó a nadie de su clase por ser estúpido. Si hubiese hecho eso, tal vez, algún amigo aquí presente supondría que lo sacaría a él o a ella también; pero de los doce, no hubo ninguno al que le dijera: "Ahora, no voy a hacer gran cosa de ti; tu intelecto es demasiado débil." Para nada. Le enseñó a cada uno en la medida en que podía recibir, y luego dijo: "¡Ve y cuéntaselo a los demás!", y mientras lo estaban contando a otros, ellos lo estaban aprendiendo mejor para sí mismos, pues una de las mejores maneras de aprender algo es procurar enseñarlo: "Lo que oís al oído, proclamadlo desde las azoteas." Él era el más sabio de los maestros porque era el más paciente.

Y puedo agregar aquí que sabemos que este es el caso con algunos de nosotros, pues ha sido muy indulgente al enseñarnos. Algunos de nuestros maestros querían que aprendiéramos primero las grandes doctrinas, y no les gustaba que no pudiéramos ver de inmediato todas las sublimes verdades de la elección y la predestinación. Algunas de las viejas autoridades que son muy ortodoxas, -dieciséis si no es que dieciocho onzas por libra- esperan que todos los bebés recién nacidos coman carne de inmediato; tan pronto como una persona es convertida, quisieran que supiera todo acerca de los esquemas sublapsarianos y supralapsarianos; y si no lo sabe, dicen: "Es una persona dudosa. No tiene sana doctrina."

Ah, pero esa no es la manera de nuestro Señor, que es indulgente con nosotros como lo es una nodriza con un niño. Él comienza por introducir en nuestra experiencia unas cuantas verdades elementales, y luego, cuando avanzamos un poco más, descubrimos algo más, y cuando podemos sobrellevarlo, Él nos revela Su verdad. Él no nos enseña prácticamente todo de una vez como tampoco enseñó a los apóstoles todo de una vez; sino que gradualmente ilumina nuestras mentes.

Nuestros pobres ojos ciegos no podrían soportar la luz del sol al principio, y por eso nos da un poquito de luz estelar, luego un poco de luz lunar, luego luz crepuscular, y posteriormente nos conduce al alto mediodía sin nubes de la clara revelación de Su amor, que ha de ser nuestra porción en el cielo.

Nuestra visión a través de un espejo opaco es empañada a propósito para que se adecue a nuestra débil visión, pues Él tiene paciencia con el ignorante. Hablo, entonces, a cualquier individuo aquí presente que se sienta atrasado teológicamente y que no sepa mucho acerca de las cosas de la palabra de Dios: no te preocupes, amado hermano; no te preocupes, querida hermana; ven a Jesús y confía en Él, y Él te enseñará así como también te salvará, y si ahora eres estás desprovisto de enseñanza y de conocimiento, no te quedes atrás debido a eso, sino pasa al frente con toda esperanza.

Si no sabes distinguir una letra del alfabeto de la otra, y si no sabes ninguna doctrina de la palabra de Dios, excepto que Jesús vino al mundo para salvar pecadores, acércate a tu grandioso Sumo Sacerdote y sé bienvenido, pues Él tendrá paciencia con el ignorante.

Pero mi tiempo casi se ha acabado, y quiero decir una palabra sobre el último punto, y es que Él tendrá paciencia con los extraviados. "Extraviados": fuera del camino correcto, del camino angosto, del feliz camino, del único camino. ¿Quiénes son estas personas? Algunos se han extraviado porque nunca caminaron por ese camino y no lo conocieron nunca. Han oído hablar de él, tal vez, un poco, pero nunca lo han probado y no han puesto un pie en él. No asisten a la iglesia y no asisten a la capilla, pues están totalmente extraviados. No son oyentes del Evangelio, y no son personas que siquiera practiquen alguna forma de oración; ustedes están descaradamente extraviados.

Presten atención, entonces, mientras les digo que Jesús puede tener paciencia con aquellos que están extraviados. Muchos son, en un sentido enfático, pecadores empedernidos. Han llegado a tales extravagancias que se han extraviado de la moralidad común, y sorprenden grandemente a sus indiferentes camaradas. Incluso aquellos que no tienen religión llegan a decir: "bien, ahora, tú me rebasas. Tú eres un sujeto empedernido." "Yo bebo algunas veces" -dice alguien- "tú eres un bebedor perdido." "Yo," -dice otro- "bien, yo, yo no tengo pretensiones de ser preciso, pero sin embargo pinto una raya en algún punto. En cuanto a ti, tú traspasas todas las barreras, y eres un individuo extraviado por completo."

Bien, tengo que decir esta noche que mi Señor Jesús tendrá paciencia con ustedes, pecadores extraviados. Por muy lejos que hayan ido, sólo vuélvanse a Él, pues el perdón es libremente publicado. Abandonen su pecado esta noche, y vengan a los pies de Jesús y arrójense allí y digan: "no me iré hasta que me renueves y me libres de la culpa y de la servidumbre de mi pecado." Él puede hacerlo, sí, Él lo hará, pues tiene paciencia con los pecadores extraviados.

Tal vez me estoy dirigiendo a alguien que una vez estuvo nominalmente en el camino. Tú fuiste miembro de una iglesia hace años. ¿Dónde estás ahora? Muy bien podría la iglesia repudiarte y tú podrías desconocerla, pues eres una afrenta para ella. ¿Qué has estado haciendo esta mañana? ¿Cómo pasas los domingos? ¿Cuál es tu conducta durante la semana?

Quiero hablar personalmente con ustedes que una vez fueron profesantes y que ahora son hijos pródigos. Tú eras metodista cuando vivías en el campo, ¿no es cierto? Pero no tienes nada que ver con ellos ahora. Ah, sí, antes de entrar en el ejército tenías alguna idea de la religión, y amabas en algunos aspectos el servicio del Dios de tu madre, pero lo has olvidado desde que estás en el cuartel.

Yo sé cuál es la situación de muchos de ustedes: están muy dispuestos a ir con Cristo cuando Él lleva Su cinturón de oro y Su corona estrellada, y sale a caminar en días soleados; pero llevar una cruz y seguirle a través de una multitud escarnecedora es una cosa muy diferente, y por eso se extravían.

Rebelde, no te desesperes, el grandioso Sumo Sacerdote de nuestra profesión tendrá paciencia contigo: sólo regresa a Él. Él tiene todavía la mayor piedad para el mayor extraviado. Él se goza más por una oveja perdida que ha encontrado, que por noventa y nueve que no se descarriaron.

Y, oh, amado hijo de Dios, aquí hay una palabra para ti, pues, podría ser, que te sientas esta noche como si te hubieses extraviado. No gozas de la religión como antes lo hacías. Cuando se canta el himno tu corazón no produce música, y cuando se ofrece la oración sientes como si no pudieras orar.

No te desesperes, pues Él puede tener paciencia contigo. Tú eres un ignorante, pues, ¿quién de nosotros no es un ignorante? El que sepa más de Cristo todavía sabe muy poco. Todos nosotros somos ignorantes, y Él tiene paciencia con todos nosotros. Y todos nosotros estamos extraviados en alguna medida; el mejor hijo de Dios no es perfecto en la tierra.

Me dijo un hermano que era perfecto, pero yo no le creí, ni tuve una mejor opinión de él por ese su engreimiento. Cuando me dijo que era perfecto pensé que yo podía ver una imperfección en el alcance de su mirada; y, si hubiera mirado más de cerca, habría encontrado probablemente otra imperfección en su lengua.

Es mucho mejor orar: "Yo anduve errante como oveja extraviada; busca a tu siervo, porque no me he olvidado de tus mandamientos." El Buen Pastor tendrá paciencia con nosotros, y vendará nuestras heridas y soportará nuestras debilidades e insensateces; por tanto, vengamos a Él de nuevo y confiemos en Él más y más.

Vayamos a Él como está ahora, entronizado en los más altos cielos, y digámosle: "Jesús, hemos oído que Tú tienes paciencia con los ignorantes y con los extraviados, y eso somos nosotros. He aquí, nos confiamos a Ti."

Pecador tembloroso, apresúrate a acercarte a Él, pues Su corazón amante es incapaz de rechazarte.

Si se confían ustedes al Salvador, Él no podría traicionar ni engañar su confianza. Hagan eso únicamente y su fe tendrá poder en el sagrado corazón del Crucificado. Ustedes saben que cuando un hijo confía en ustedes -aunque sea para comprar un juguete barato- a ustedes no les gustaría regresar a casa sin hacerlo. Ustedes, hombres de la ciudad, si su hijita confiaba que su padre le compraría algo, a ustedes no les gustaría desilusionarla.

Bien, y Dios, nuestro bendito Salvador, no puede y no quiere desilusionar a Sus confiados hijos. Si podemos confiar en Él con toda nuestra alma, tenemos un asidero en Él que no sacudirá, sino que nos bendecirá, sí, nos bendecirá eternamente. Que Dios les ayude a confiar en Él ahora, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Porción de la Escritura leída antes del sermón: Hebreos 4: 14-16.