El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
Los Pensamientos
y los Caminos de Dios Son
Mucho Más Altos
Que los Nuestros
NO.
1387
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Porque mis
pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos,
dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos
más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos”.
Isaías 55: 8,
9.
La gran verdad expresada
en este pasaje de
Esto es válido respecto
a Sus procedimientos en la providencia. Los designios de Dios son vastos y
trascendentes, y Sus métodos son frecuentemente extraños e inescrutables,
aunque siempre son sabios. Nosotros tenemos pequeños planes que se adaptan a nuestra
limitada previsión y escaso poder, pero Sus caminos son inescrutables. Él
extrae a menudo una luz sumamente brillante de tinieblas inusualmente densas, y
hace que aflicciones extraordinarias engendren goces superiores. Él encausa en
infinita sabiduría a las más furiosas tormentas para que vayan a dar a la costa
llamada ‘la perla de la paz’. Él es admirable tanto en consejo como en obras y siempre
elige aquel camino en el que Su gloria será manifestada con mayor abundancia.
Nuestro camino, que por un tiempo considerábamos como el mejor, al ser escrutado
por un ojo iluminado, pronto resulta estar tan por debajo del camino de Dios,
para lograr el propósito deseado, como la tierra está debajo de los cielos. En
comparación con Él, nuestra sabiduría es insensatez y nuestra prudencia locura.
Ciertamente no nos podemos comparar con el Señor, pues no hay comparación: si
se define como ‘contrastar’, entonces se tiene la palabra apropiada.
Las palabras: “Como son
más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos”,
son igualmente válidas respecto a las cosas de la gracia, pues en ellas el
Señor de amor ha rebasado por completo nuestros pensamientos. ¿Pudo haber soñado
el hombre que era un objeto del amor eterno y que Dios asumiría su naturaleza?
¿Habríamos podido imaginar que el Todopoderoso entregaría a Su Hijo unigénito a
la muerte por el hombre culpable? La expiación es un pensamiento que nunca
habría cruzado la mente del hombre si no le hubiera sido revelado primero por
el grandioso Padre. El procedimiento divino de levantar del polvo al pobre y
del muladar al necesitado, por Su gracia abundante, libre y omnipotente, no es
del hombre ni es por el hombre. El pensamiento del Señor de escoger lo vil del
mundo, y lo que no es, para deshacer lo que es, Sus pensamientos de soberanía y
Sus pensamientos de gracia, todos ellos consistentes con Sus pensamientos de justicia,
están muy por encima de la invención humana, y fuera del rango del pensamiento
del hombre.
Aun cuando el Señor nos
explica Sus pensamientos y Sus caminos, y los pone al nivel de nuestra
comprensión en la medida de lo posible, con todo, no podemos dejar de
sorprendernos de su elevación y de su grandeza:
“¡Grandioso Dios de maravillas! Todos Tus caminos
Son incomparables, son como Dios, y son divinos”.
¿No se han quedado
sumidos con frecuencia en un mudo asombro al descubrir alguna nueva bendición
del pacto hasta entonces desconocida para ustedes? A semejanza de un minero que
extrae otra pepita de oro de la mina y se queda envuelto en un pasmado deleite,
así han mezclado ustedes la fe con el asombro. Seguramente han hecho lo mismo
que hizo David cuando Natán le trajo las nuevas del pacto del Señor con él: “Y
entró el rey David y se puso delante de Jehová, y dijo: Señor Jehová, ¿quién
soy yo, y qué es mi casa, para que tú me hayas traído hasta aquí?... ¿Es así
como procede el hombre, Señor Jehová?” ¿No han experimentado ustedes ataques de
asombro? ¿No han clamado con el apóstol?: “¡Oh profundidad de las riquezas de
la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e
inescrutables sus caminos!” Cientos de veces desde ahora hasta el cielo se
apoderarán de nosotros dichosos asombros, y quizá en el cielo mismo una
admiración muy grande será una parte importante de nuestro gozo. Vamos a:
“Cantar con asombro y sorpresa
Su misericordia en los cielos”.
¿Acaso las huestes
victoriosas, en pie sobre el mar de vidrio, con las arpas de Dios, no cantan el
cántico de Moisés siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: “Grandes
y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso”? Incluso en el cielo los
pensamientos de Dios serán más altos que nuestros más sublimes pensamientos, e
incluso entonces, en lo alto, Sus caminos estarán por encima de nuestros más
celestiales caminos. ¡Cuán enaltecido es el Señor! ¡Su gloria es por sobre la
tierra y los cielos! ¡Cuán tiernamente nos subyuga con el esplendor de Su
bondad! Él es tranquilizador cuando podría confundirnos. ¿Quién como Tú, oh
Jehová, en gracia y amor? ¿Quién como Tú, oh Jehová, entre los dioses? El
entendimiento flaquea si intenta ascender a Ti. La imaginación, a la cual Tú le
has dado una facultad semicreativa, no puede engendrar un pensamiento de igual
altura a Tus pensamientos, ni concebir un camino que pudiera soportar una comparación
con Tus caminos. ¿Qué otra cosa mejor podemos hacer, grandioso Dios, que
inclinar nuestras cabezas y adorar reverentemente?
Esta mañana, al intentar
discutir nuestro texto, nos esforzaremos por ilustrarlo con su propio contexto.
Hay muchas maneras de manejar
I. Primero,
en el texto SE ADMINISTRA UNA REPRENSIÓN, pues dice así: “Deje el impío su
camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual
tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar.
Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis
caminos”. ¿No observan ustedes que el énfasis de los cambios está en las
palabras “pensamientos” y “caminos”? Esto me demuestra que la conexión está
principalmente en este primer punto. El Señor dice: “Abandona tu camino, pues
no es mi camino; desecha tus pensamientos, pues no son mis pensamientos. Tu
camino debería ser Mi camino; tus pensamientos deberían ser Mis pensamientos
hasta donde la debilidad de la condición de la criatura lo permita. Pero no es
así; tú te has apartado de Mí; no tienes los pensamientos que yo quisiera que
tuvieras ni andas en el camino que yo quisiera que escogieras; por tanto,
abandona tus caminos y tus pensamientos, y vuélvete a tu Dios”. Es una reprensión
tiernamente administrada, mezclada con una exhortación tan dulce que ningún
grado de amargura es perceptible en ella. La reprensión está envuelta en amor,
y ha sido convertida en una píldora recubierta de azúcar; la dulce promesa de
abundante perdón oculta a la reprensión.
Ahora, tomemos la
reprensión y notemos, primero, la falla
de los pensamientos humanos: “Mis pensamientos no son vuestros
pensamientos”. Comparados entre sí, los
pensamientos de Dios no son los del hombre, como deberían serlo. Los
pensamientos de Dios son amor, piedad, ternura; los nuestros son olvido,
ingratitud y dureza de corazón. Él nos considera como considera el pastor a las
ovejas perdidas y como el padre considera a su hijo pródigo; pero nuestros
pensamientos no son de la misma clase. En su condición errante la oveja no
piensa en volver al Pastor, y mientras la gracia de la conversión no se encuentre
con el hijo pródigo, éste no siente un afecto recíproco por su Padre. Es triste
que el Dios de amor tenga que decir: “Mis pensamientos no son vuestros
pensamientos”. Los pensamientos de Dios con respecto a nosotros son
pensamientos de amor, pero los nuestros con respecto a Él no lo son. Él está
pendiente de nuestro consuelo, pero nosotros no estamos pendientes de Su honor.
Él considera nuestros intereses, pero nosotros no pensamos en Su gloria. Él
vela por nuestra seguridad, pero nosotros no estamos atentos a guardar Sus
estatutos. Él nos colma de beneficios, pero nosotros sólo lo cargamos con
nuestros pecados. Él nos ha dado todo lo que tenemos, pero nosotros le damos a
cambio un seco agradecimiento. Oh, hombres impíos, a ustedes les encanta vivir
sin recordar a Dios. Él no está presente en todos sus pensamientos. Ustedes no
tienen consideración por su Hacedor, ni ninguna deferencia por su Preservador, ni
ningún cuidado por su mejor Amigo. Él resiente su desconsiderada conducta, pues
dice: “Si, pues, soy yo padre, ¿dónde está mi honra? Y si soy señor, ¿dónde
está mi temor?” Ay, el hombre no devuelve de acuerdo al beneficio que recibe,
sino que a menudo devuelve mal por bien. Cuando el Señor se dignó venir a la
tierra como el Dios encarnado, los actos del hombre demostraron que sus
pensamientos no son los pensamientos de Dios. Los pensamientos de Dios destilaban
bondad para los hombres, pero los hombres lo encontraron aquí en forma humana,
y sus pensamientos y sus caminos estaban llenos de enemistad y de muerte contra
Él; por tanto exclamaron: “¡Crucifícale, crucifícale!” ¡Cuán terriblemente se
ha apartado el hombre de su Dios!
Tus pensamientos en
cuanto a tu conducta no son los
pensamientos de Dios. Él considera que las criaturas que Él ha creado deben
obedecerle, pero tú juzgas que no importa lo que el hombre haga con respecto a
su Hacedor en tanto que sea justo con respecto a sus semejantes. Dios declara
que ninguna conducta puede justificar a un hombre a menos que sea absolutamente
perfecta, y enteramente conformada a Su ley; pero el hombre imagina que si hace
cuanto pueda eso bastará, y que incluso aunque no haga cuanto pueda, una breve
profesión de arrepentimiento saldará viejas cuentas, y el ser humano puede
quedar autojustificado delante de Dios. El hombre piensa que ha actuado
maravillosamente si de vez en cuando presta un poco de atención a una religión
externa aun cuando su corazón esté lejos de Dios; pero el Señor mira al
corazón, y escudriña los lugares secretos de la mente, y no valora nada excepto
lo que es realizado por amor a Él. El hombre desdeña lo interior y sólo
considera lo exterior, pues los pensamientos de Dios no son sus pensamientos.
Oh, ustedes, que están
satisfechos con su propia conducta, y perfectamente contentos porque les va lo
suficientemente bien, yo les imploro que recuerden que sus pensamientos auto-adulatorios
no son los pensamientos de Dios. Él mira dentro de los secretos del alma, y no
se deja engañar por las palabras y las profesiones de quienes se acercan a Él
de labios pero continúan en secreto en su iniquidad.
Además, los pensamientos
de Dios en cuanto a la vida que el
hombre necesita para la salvación, son muy diferentes de los pensamientos del hombre.
¿Notaron cómo dice en este capítulo: “Oíd, y vivirá vuestra alma”? Él opina,
entonces, que el hombre está muerto mientras no haya oído la palabra de Dios en
su alma. El hombre calcula que está lo suficientemente vivo; está perfectamente
satisfecho con la vida mental que posee, y no desea una vida espiritual, pues
aun no la comprende. ¡Aquí hay una amplia diferencia! Oh, pecador, Dios
considera que estás muerto y que has comenzado a descomponerte. Te ve como
vemos nosotros un cadáver que nos impulsa a exclamar: “Sepultaré mi muerta de
delante de mí”. Pero tú consideras que eres una criatura de hermoso aspecto,
llena de belleza, de abundante habilidad, y capaz de realizar a voluntad todos los
actos espirituales. Te jactas de gozar de libre albedrío y fuerza de corazón
para enderezar todas las cosas en el momento que te agrade, y de tener valor y
resolución para erradicar todo mal que pudiera asediarte. En tu propia estima tú
eres tan fuerte como Goliat, pero Dios no piensa igual. Su Espíritu eterno sabe
que estás muerto y ha venido para darte vida; mira que no la rechaces. No digas
en tu corazón: “Tengo suficiente vida y no necesito nada del Altísimo”, pues
eso sería tu segura destrucción.
Además, los pensamientos
de Dios no son nuestros pensamientos respecto a la verdad. Los pensamientos de Dios respecto a la verdad evidentemente
no coinciden con los del hombre, pues nada excepto la gracia divina puede
inducir al hombre a creer en las doctrinas del Evangelio, o a guardarlo fiel en
ellas. Cada generación pareciera producir su propio conjunto de hombres que se
oponen firmemente a la verdad de Dios desde alguna nueva perspectiva. Estos
escribas y los que llevan el registro de las torres están maravillosamente
ocupados precisamente ahora (1). Tenemos entre nosotros a un gran grupo de
hombres que han ganado una reputación por atreverse a atacar a la verdad
establecida -hombres sabios si aceptamos la opinión que tienen de sí mismos- pues
nunca se sienten más cómodos que cuando hacen resonar las alabanzas de su
propia cultura y de su amplitud mental. Estos filisteos han invadido el templo
bajo la pretensión de despabilar nuestras lamparillas, pero su objetivo es
apagarlas. La luz del Evangelio es demasiado clara para ellos, y buscan
oscurecerla, y por eso hacen nuevas lecturas de los textos que ya han sido
traducidos por mejores eruditos de lo que ellos serán jamás, y ofrecen nuevas
interpretaciones sobre las doctrinas que sostuvieron sus padres, interpretaciones
que sus progenitores repudiarían indignadamente. En términos generales, estos
hombres niegan todo lo que la fe considera valioso, y no obstante, esperan ser
considerados cristianos. Ellos suprimen las partes esenciales de toda verdad, y
con todo, pretenden creerla. Su avanzado pensamiento, como un vampiro, chupa la
sangre de las venas de la verdad, y quien quiera desechar lo execrable es
llamado un intolerante y un necio. Estos reverendos infieles han de ser
tolerados como nuestros ministros, o si rehusamos reconocerlos como ministros
cristianos que gastan todas sus energías en minar al cristianismo, estamos en
peligro de ser ridiculizados por el equipo de los sabios que ahora clamorea a
oídos públicos. Bien, siempre fue así. El hombre se considera tan sabio y bueno
que no le gustan los pensamientos de Dios respecto a él, a su caída, a su
culpa, y a su peligro. Trata de repensar la revelación, la trastorna, y luego
llama a sus divagaciones “cultura” y pensamiento. Para apartarse de la clara
enseñanza de
En el asunto de la salvación los pensamientos de Dios no
son los pensamientos del hombre, pues Dios piensa que el hombre ha pecado de
tal manera que tiene que ser condenado a menos que se encuentre un sustituto.
El hombre no piensa así. Dios pone delante de él el perdón libremente
presentado por medio de la sangre preciosa; el hombre piensa comprarlo mediante
sus devociones, o ganarlo gracias a sus méritos. De aquí el lenguaje que
precede a nuestro texto: “¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y
vuestro trabajo en lo que no sacia? Oídme atentamente, y comed del bien, y se
deleitará vuestra alma con grosura. Inclinad vuestro oído, y venid a mí; oíd, y
vivirá vuestra alma”, y así sucesivamente. Esos versículos contienen la
explicación del pensamiento de nuestro texto; “Mis pensamientos no son vuestros
pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová”.
Noten, entonces,
queridos amigos, que este es un llamado al arrepentimiento. Amigo, si piensas
rectamente, te someterás a pensar como Dios piensa. Si tus pensamientos fueran
lo que deberían ser, no contradirían a los pensamientos de Dios, pues Él sabe
más que tú y lo sabe mejor que tú. ¿Acaso el Infinito, el Eterno, ha de ser
juzgado por el juicio del hombre? ¿Ha de ser analizado en el laboratorio del
químico? ¿Han de ser ridiculizados Sus pensamientos porque son contrarios a la
filosofía reinante que probablemente no es más verdadera que las muchas otras
formas de ignorancia humana que han venido y se han ido en los siglos pasados?
¿No se derretirá como una niebla el sueño presente de la sabiduría mortal delante
del sol de la verdad del Evangelio? ¿Acaso el grandioso sistema de la salvación
y de la providencia de Dios ha de ser emplazado por el tribunal de los
científicos que no pueden hacer otra cosa que chochear a la manera de sus
predecesores? ¿Ha de ser juzgada y condenada la revelación divina de la misma
manera que los hombres juzgan a un ladrón? Es peor que eso todavía pues estos sabios
desprecian tanto la enseñanza del Señor que uno
pensaría que fueran un comité de doctores examinando a un maníaco. Hemos de
aborrecer la presunción del escepticismo, y hemos de ser lo suficientemente
sabios para reconocer nuestra necedad; hemos de ser lo suficientemente
racionales para aceptar que Dios debe ser obedecido, y no cuestionado, y que Su
revelación debe ser creída, y no criticada. Aunque pensemos torcidamente, los
pensamientos de Dios son rectos; aunque pensemos servilmente, Dios piensa sublimemente;
aunque pensemos en una escala finita y errónea, Dios piensa infinita e
infaliblemente; y nos corresponde corregir continuamente nuestros pensamientos
según la palabra infalible, para que nuestras mentes sean guardadas en armonía
con las seguras expresiones del Espíritu Santo.
Ahora, el texto prosigue
diciendo que los caminos del hombre no
son como los de Dios: “Ni vuestros caminos mis caminos”. Nuestros caminos
son las acciones externas que se originan en nuestros pensamientos. Los caminos
de Dios son caminos de santidad y pureza. Dios no ha hecho nunca nada injusto
contra Su criatura ni ha hecho nada injusto contra Él mismo. Pero nuestros
caminos no son así; están llenos de error, están desfigurados por el mal, están
contaminados por la impureza. Por naturaleza amamos lo que deberíamos odiar. A
menudo ponemos lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo. Oh, hermanos, cuando
piensan en el carácter de Dios y luego piensan en el mejor hombre que haya
vivido jamás, comprueban ciertamente que: “como son más altos los cielos que la
tierra”, son Sus caminos sobre los nuestros. Los caminos de Dios son caminos de
amor y ternura; Él es muy compasivo y está lleno de conmiseración; pero
nuestros caminos no son así; a menudo somos duros con los demás, y no le
devolvemos un amor filial a Dios. Quiero decir: no, a menos que Su gracia se
encuentre con nosotros, e incluso entonces nos quedamos cortos de caminar en el
amor de Dios como Él camina en amor por nosotros. Los caminos de Dios son
caminos de verdad; Él nunca miente, nunca nos ha sido infiel ni ha incumplido
Su promesa; pero nosotros, por el contrario, hemos demostrado ser falsos para
con Él muchas veces. “Has prevaricado con prevaricación de desleales”, dijo el
profeta en tiempos antiguos, y la acusación contra nosotros está vigente en
este día.
Hemos traicionado a
Dios, pero Él ha sido la fidelidad misma para nosotros. Nuestras buenas
resoluciones se han disuelto en el aire; nuestras promesas han sido
incumplidas; nuestros votos han sido todos olvidados. Dios es únicamente verdad
y fidelidad para nosotros, y nosotros únicamente somos desconfianza y duda y
traición para Él, y si no fuera por Su gracia divina habríamos caído incluso en
la apostasía, y habríamos sido como el hijo de perdición que traicionó a su
Señor.
Los caminos de Dios son
caminos de perdón y de paz. Él no desea la muerte del pecador. Él es muy
paciente, aguanta mucho y tolera continuamente nuestras provocaciones. Está
deseoso de que los hombres se familiaricen con Él, y estén en paz. Sus caminos
son caminos de reconciliación, caminos de perdón, caminos de amor y de amabilidad;
pero, ¿no ven que los caminos del hombre natural son perversos? Por naturaleza
no deseamos tener amistad con Dios; por el contrario, nos aferramos a cualquier
cosa que pueda agravar nuestra transgresión y ampliar la brecha entre nosotros
y nuestro ofendido Señor. No tenemos paciencia y ni siquiera podemos soportar
un poco de sufrimiento o de tribulación que Él permite, sin queja, ni murmullo.
Hay hombres en torno nuestro que quieren darse la vuelta y maldecirlo en Su
cara, cuando Su mano está golpeándolos y corrigiéndolos por su bien; sí, y lo
harán injustificablemente, sin una sombra de razón. Nuestros caminos no son los
caminos de Dios. Esto es válido en cuanto a todo pecador bajo el cielo, y en alguna
medida es cierto respecto de los mejores hombres: “Ni vuestros caminos mis
caminos, dijo Jehová”.
Bien, ahora, amados, dos
personas no pueden caminar juntas en el cielo a menos que sean de una sola
mente, de tal manera que nuestros caminos y los caminos de Dios tienen que
asemejarse en carácter. Ahora bien, no es
posible que concibamos que Dios haga que Sus pensamientos sean semejantes a
nuestros pensamientos. ¿Quién desearía algo así? ¿Quién desearía que el
sabio y bueno se inclinara a pensar nuestra insensatez y a actuar nuestra
locura? ¿Quién desearía que el glorioso y perfecto se rebajara a pensar y a
actuar de la manera que lo hace el injusto y que lo hace el impío? Sus
pensamientos no pueden ser reducidos a los nuestros. ¿Qué hacer entonces? Vamos,
tenemos que elevarnos a Él. Por
supuesto que no a Su majestad y sublimidad, pero tenemos que elevarnos a Su
santidad, a Su verdad y a Su amor. De aquí el mandamiento que precede a nuestro
texto: “Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está
cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y
vuélvase a Jehová”. Si no se puede esperar que la pureza se vuelva impura,
pidamos que nuestra impureza sea suprimida, y que seamos limpiados a los ojos
del Señor, para poder tener comunión con Él.
Y ahora les pido que consideren la dificultad de esto. “Como
son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que
vuestros caminos”. ¡Vuelve acá tus ojos, oh autosuficiencia! ¿Puedes saltar al
cielo? Estando aquí abajo sobre esta tierra, ¿podrías tú saltar con un resorte arriba
de aquellas estrellas, ascender a la santidad de Dios y volverte partícipe de
la naturaleza divina? Ciertamente, ahora tienes ante ti una tarea que te hará
confesar tu incapacidad. Con todo, tal educación tiene que ser completada si
hemos de morar con Dios y tener comunión con Él. Estos caminos cenagosos e
inmundos han de convertirse en algo como el sendero puro y perfecto del tres
veces Santo o no podemos caminar con Él. ¿Cómo, entonces, hemos de ser izados
de la tierra al cielo? La palabra que responde a la pregunta consta de dos
sílabas incomparables: “gracia”. Dios en Cristo Jesús, por Su gracia
todopoderosa, tiene que resucitarnos juntamente con Cristo. Aquel que resucitó
de los muertos a nuestro Señor Jesucristo tiene que inclinarse para alzarnos de
la tumba del pecado y resucitarnos a una vida eterna, pues de otra forma nunca
pensaremos Sus pensamientos ni seguiremos Sus caminos. No podemos entrar en la
luz en la que mora excepto por las operaciones de Su divino Espíritu. Jesús
dice: “Nadie viene al Padre, sino por mí”, y “Ninguno puede venir a mí, si el
Padre que me envió no le trajere”. El Espíritu Santo tiene que resucitarnos de
nuestros delitos y pecados, liberarnos de los caminos en los que andamos de
acuerdo al proceder de este mundo, y redimirnos del dominio de la mente carnal,
que es enemistad contra Dios. Por la santificación tiene que liberarnos de
nuestra corrupción interna, y continuar el proceso hasta conformarnos
perfectamente a la imagen del Hijo de Dios sin par. Él obrará en todos los
creyentes su semejanza con Jesús, y se dirá de nosotros: “Son sin mancha
delante del trono de Dios”, y Cristo mismo dirá: “Andarán conmigo en vestiduras
blancas, porque son dignas”. Es claro, entonces, que nuestro texto es una suave
pero enérgica reprensión, velada en abundante amor.
II. Ahora,
en segundo lugar, consideraremos el texto bajo otro aspecto. Aquí vemos que SE
PROMUEVE EL ARREPENTIMIENTO. Amablemente les pido que miren el versículo siete:
“Vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el
cual será amplio en perdonar. Porque mis pensamientos no son vuestros
pensamientos”. Es claro que hay un eslabón que conecta a la abundancia del
perdón con el excelso carácter de Dios, y que los hombres son alentados a
abandonar sus caminos y sus pensamientos por la esperanza del perdón que se
deriva de la grandeza de los pensamientos y de los caminos divinos.
Primero, oh pecador, vuélvete
de tu camino de inmediato y busca al Señor, y no te detengas por no poder entender a Dios. No es necesario que
comprendas Sus caminos y Sus pensamientos; no se te pide que lo hagas; de
hecho, el texto te informa que no puedes hacer nada de eso. Se te ordena que
abandones tu camino y que recibas misericordia oyendo Su palabra y creyéndola,
pues como son más altos los cielos que la tierra, así son Sus caminos más altos
que los tuyos. Tú no puedes entenderlo; pierdes tiempo haciendo esta pregunta y
aquella, atisbando en los propósitos eternos de Dios, contemplando la
deslumbrante luz de la soberanía, cuestionando el amor que elige, adivinando
los misterios de la trinidad, y cosas semejantes; lo que tú tienes que hacer
es: “oíd, y vivirá vuestra alma”. Vuélvete a nuestro Dios, y Él te perdonará
abundantemente. Aunque no puedas lidiar con Su sublimidad, sométete a Su
misericordia. Puedes concluir que no se pretende que entiendas al infinito,
pues se te dice que Sus pensamientos y Sus caminos son más altos que los tuyos;
se te exhorta a buscarlo mientras pueda ser hallado, y a llamarlo en tanto que
está cercano. Ven y acepta Su libre invitación de darte vino y leche sin dinero
y sin precio. Abandonando tu pecado, ven y ten paz con Él de inmediato.
Tampoco debes emprender el regreso porque no puedes encontrar un
paralelo a la gracia que Dios declara que exhibirá para contigo. Qué
importa que hayas revisado toda la historia humana y no puedas encontrar nada
entre los hombres que iguale a la abundancia del perdón divino; no por eso
dudes en creer, pues los pensamientos de Dios son más altos que todos los
pensamientos humanos. Al hombre le resulta difícil perdonar. Una de las lecciones
más arduas que han aprendido algunos es perdonar a sus hermanos hasta setenta
veces siete. Para el hombre es difícil perdonar ofensas repetidas; la
repetición de la provocación usualmente le aporta un argumento para la ira. También
le resulta difícil perdonar a un gran número de ofensores; podría perdonar a
uno, pero perdonar a muchos sobrepasa lo que la mayoría de los hombres
intentará hacer jamás; los seres humanos están llenos de indignación y resisten
a quienes los vejan. Cuando las ofensas son agravadas intencionalmente, cuando
provocan por ser cometidas en contra del amor y de la amabilidad, los hombres
no las perdonan. Incluso el más proclive a perdonar se enoja al final, pero
Dios pasa por alto miríadas de transgresiones. No esperes hasta encontrar a un
hombre que pudiera perdonarte. Dios puede hacer lo que el hombre nunca soñaría
hacer. Sus pensamientos son más altos que tus pensamientos y Sus caminos más
que tus caminos. Acaso tu conciencia haya estado ocupada respecto a tus
deficiencias, y te sientas autocondenado. En la honestidad de tu juicio te has
visto forzado a clamar: “yo no podría hacer otra cosa que dictar una sentencia
condenatoria en mi contra si fuera constituido en mi propio juez. Es un
veredicto justo, pero no olvides que Jesús murió, y ahora el ala de la
misericordia puede remontarse mucho más alto que todos nuestros pensamientos;
sí, los montes eternos del amor perdonador de Jehová están por encima de los
cielos; la gracia supera a todas las otras cosas. Piensa en esto, oh pecador
arrepentido, y ten ánimo.
El perdón otorgado por
el hombre raramente es libre, a diferencia del perdón de Dios, quien se deleita
en perdonar el pecado. Dios está dispuesto a perdonarnos apenas transgredimos.
El perdón del hombre nunca es tan pleno como el de Dios, pues el Señor perdona
y no alberga resentimiento. Él no conserva ningún recuerdo de nuestras
transgresiones. Las arroja a las profundidades del mar y no las recuerda más.
El perdón del hombre raramente es tan real como el de Dios, pues aunque el
hombre dice que ha perdonado, no se deleita después en el ofensor como antes lo
hacía; hay un enfriamiento en su corazón hacia la persona que le hizo daño y
por su trato cauteloso demuestra que recuerda el mal; pero el Señor Dios olvida
la transgresión, tan efectiva y eficazmente, que Él estrecha al ofensor en Su
corazón, lo adopta en Su familia, y lo levanta para que more con Él por siempre
en lo alto.
Ahora, amados, de
acuerdo a nuestro texto, prescindiendo de
cuáles sean sus caminos hacia Dios en el futuro, Él los excederá. ¿Son
ahora rectos tus caminos hacia tu Padre? ¿Comienzas a buscar Su casa con
trémulos pasos? He aquí, Él corre a recibirte. El Padre del hijo pródigo lo
encuentra mucho más allá de la mitad del camino, pues Sus caminos son más altos
que nuestros caminos. ¿Estás llorando delante de Él? Está bien; estos caminos
de arrepentimiento son buenos, pero mejores son los caminos de Dios, pues Jesús
está delante de ti, desangrándose por tu causa. Él da sangre en vez de
lágrimas. ¿Amas al Redentor porque murió por ti? Ay, tú no amas tan grandemente
como Él te ama. Su amor es un océano, y el tuyo es un charquito. ¿Le darás toda
tu vida a partir de ahora? Sin embargo, no es una vida como la que Él te da a
ti: ¡una vida perfecta y eterna, y toda tuya! Él vive para ti, y dice: “Porque
yo vivo, vosotros también viviréis”. Regresa, oh penitente, pues cuando
regreses, si la gracia divina ha puesto alguna bondad en tus caminos, a pesar
de ello habrá todavía infinitamente más bondad en los caminos de Dios.
Y en cuanto a tus
pensamientos, ¿puedes imaginar cómo te recibirá? Oh, no tienes ni la menor idea
del gusto con que te recibirá, y cuán amablemente lo hará. Estás a punto de
clamar: “Ya no soy digno de ser llamado tu hijo”, pero Él dirá a Sus siervos:
“Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en
sus pies”. Tú esperas que haya alegría cuando seas restaurado, pero no tienes
ni la menor idea de la música y del baile que llenarán de regocijo al cielo
mismo. Tienes una débil esperanza de que Dios te ame, pero no tienes idea de
cuánto ni qué grandes cosas hará Su amor por ti. Los más fieles testigos de
Dios no te han dicho ni la mitad respecto a eso. Quienes han experimentado más el
amor divino nunca han sido capaces de comunicarte ni la menor idea de lo que es
el amor. Los pensamientos de Dios son más altos que tus pensamientos, como son
más altos los cielos que la tierra. Ven a Él, entonces. ¡Una gracia infinita te
espera, una tierna recepción, una perfecta limpieza, un adorno divino, la
seguridad eterna y la bienaventuranza sin fin! ¡Todo eso será tuyo! La vida de
Dios estará en ti, y el gozo de Cristo te llenará completamente. Si esto no
conduce a los hombres a arrepentirse, ¿qué podría hacerlo?
III. Y
ahora abordemos el tercer punto, que es:
Este capítulo les dice
qué deben esperar. Primero, han de esperar que la palabra del Señor no les fallará nunca. ¿Cuál
es esta “palabra”? Ya hemos considerado “pensamiento” y “camino”, y ahora
llegamos a “palabra”. La palabra de Dios es Su pensamiento hablado, y la
palabra de Dios es también Su camino, pues “Él habla y se hace, ordena y
permanece firme”. Su palabra es “pensamiento” y “camino” unidos. Ahora, esa
“palabra” Suya nunca dejará de cumplirse para ustedes.
Pobre pecador, abandona
tus caminos, abandona tus pensamientos, y ven y confía en Dios, y Su palabra
será como Él mismo, inmutable, eterna, infalible y llena de ilimitada bendición
para ti. Será poderosa para bendecirte, potente para fertilizarte; será como la
lluvia y la nieve que no regresan al cielo, sino que se hunden en la tierra
para hacerla producir y florecer. A partir del día en que seas reconciliado con
Dios, puedes tomar cualquier promesa que encuentres en la palabra y puedes
decir: “Señor, cumple esta palabra a Tu siervo en la que me has hecho esperar”,
y así será. Ven y confía en Él, y promesas que ahora parecieran estar fuera de
tu alcance, y que son demasiado ricas para un pobre gusano como tú, serán todas
cumplidas en ti; descenderán sobre tu alma como benignas lluvias, y te llenarán
de alegría. Tal es la plenitud de su poder que serás capaz de responder a la
palabra de Dios mediante una vida santa y llena de gracia, y tu alma, estéril
como es ahora, será conducida a producir y a florecer. Esa es una cosa bendita
que puedas esperar confiadamente, pues estás viniendo a un Dios de grandes
caminos y de grandes pensamientos.
Lo siguiente es que
estás regresando a un Dios cuyos caminos están tan por encima de tus caminos, y
Sus pensamientos están tan por encima de tus pensamientos, que tu corazón será llenado de gozo: “Con
alegría saldréis, y con paz seréis vueltos”. Dios no romperá meramente sus
cadenas ni dirá con fríos acentos: “Eres libre”; sino que te soltará en medio
de la música de los astros, y los ángeles te conducirán en paz y tu lengua
cantará: “¡He sido perdonado! ¡He sido perdonado! ¡Soy acepto! ¡He sido
redimido! He aquí que ahora salgo de mi cautividad con gozo, y los ángeles de
Dios me conducen con paz”. ¿Quién no sería un penitente si pueden esperarse tales
cosas de la sublime grandeza de la bondad de Dios?
Junto a esto, todo tu medio ambiente ministrará a tu
alegría. “Los montes y los collados levantarán canción delante de vosotros,
y todos los árboles del campo darán palmadas de aplauso”. En tu viaje a lo
largo de la vida, los montes han sido hasta aquí difíciles de escalar, y han
sido tu terror los bosques enmarañados y oscuros; pero ahora Dios es tan
grandemente bueno para con aquellos cuyos caminos se convierten en Sus caminos,
que el monte que solías temer prorrumpirá en un cántico, y el bosque ante el
cual temblabas se convertirá en una orquesta en la que cada árbol aplaudirá de
gozo. Ustedes no saben lo que les espera a los pecadores que se acercan.
Ustedes que están dispuestos a oír para que viva su alma, ustedes que están
dispuestos a aceptar el pacto que Dios hizo con un Hijo más grandioso que el
gran David, ustedes verán al mundo entero vestido con ropas de alabanza, y su
corazón será llenado de tanta alegría que se desbordará e inundará de gozo a
toda la naturaleza.
Y luego les sucederán maravillosas transformaciones. Debido a
que los caminos de Dios son más altos que sus caminos, Él hará lo que ustedes
jamás pensaron que hubiera podido hacerse; las espinas serán transmutadas en
abetos, y los cardos en arrayanes. Habrá un cambio en ustedes, un cambio tan
maravilloso, que todas las cosas se volverán nuevas. Habrá un cambio en todo lo
que les concierne;
Por último, esta misericordia ha de durar para siempre. Los
pensamientos del hombre son por un tiempo, y sus caminos son sólo para una
estación; Dios es eterno; cuando Él piensa, Sus pensamientos permanecen para
siempre, y cuando Él actúa, Sus caminos son sempiternos. Irrevocables son los
dones y el llamamiento de Dios. Nunca cambia de opinión. Tal vez pienses que la
salvación es algo que puede encontrarse y que puede perderse, que puede ganarse
o retirarse, o que puede gozarse hoy y deplorarse mañana, y verdaderamente hay
algunos que nos dicen que así es; pero eso no es lo que dice la palabra del
Señor, pues escrito está: “Será a Jehová por nombre, por señal eterna que nunca
será raída”. Una vez que vienes y caminas en los caminos de Dios, Su gracia te
guardará en ellos, y encontrarás un creciente deleite en ellos. Una vez que
aprendes los pensamientos de Dios, y sometes enteramente el intelecto y el
corazón a Su supremacía, si es un sometimiento sincero, Su Santo Espíritu
guiará tus pensamientos y dirigirá tus creencias a partir de ese momento, de
tal manera que continuarás firme en Su temor, y tu senda será la senda del
justo, que va en aumento hasta que el día es perfecto.
Oh, ¿quién no se someterá
a un Dios como nuestro Dios, cuya bondad sobrepasa nuestros más ambiciosos
deseos? Si me involucrara en la infortunada misión de urgirles a que se sometieran
a un tirano irredento que nunca perdona, mi mensaje sería difícil de entregar;
pero debido a que Jesús, el Hijo de Dios murió y por Su muerte ha expiado el
pecado, estamos autorizados y hemos sido recibido poder para clamar en el
nombre de Dios: “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos,
y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el
cual será amplio en perdonar”.
Si todo esto pareciera
demasiado bueno para ser cierto, como a menudo ha sucedido, si el pecador se
sintiere incapaz de creer que puede obtener perdón inmediato por una larga vida
de transgresión, se nos ordena entonces decirte que no tienes que medir a Dios
con tu patrón de medida, ni calcular lo que Él puede hacer por lo que tu vecino
pueda realizar. El Señor puede perdonar lo que de otra manera nunca podría ser
perdonado. Él puede derramar misericordias tan multiplicadas como para
desconcertar a la aritmética humana. Él puede bendecirte más allá de tu deseo.
Él puede deleitarte más allá de un sueño, y puede darte finalmente el cielo
donde encontrarás: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido a corazón
de hombre”. Aproxímate a Él, alma, de inmediato, cuando todavía demanda tu fe
en la persona del Señor Jesús. No te rijas por buenas obras, ni oraciones ni
lágrimas para obtener el perdón; no gastes tu dinero en lo que no es pan, sino
ven, sin un centavo y pobre como eres, y compra el vino y la leche de la
bendición del pacto, sin dinero y sin precio. Presta un oído dispuesto y
entrega tu creyente corazón. “Oíd, y vivirá vuestra alma”; cree, y serás salvo.
Por medio de Jesucristo proclamamos las buenas nuevas, y por Su causa
imploramos una bendición sobre ellas. Amén.
Porción de
Nota del traductor:
(1) Esta es una referencia no literal a Isaías 33: 18.
“¿Dónde está el que contaba (el escriba),
dónde el que pesaba, dónde el que contaba las torres?” Biblia de Jerusalén.
Traductor: Allan Román
1/Febrero/2012
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