El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
Cristo: el
Vencedor de Satanás
NO.
1326
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Y pondré
enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te
herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar”. Génesis 3: 15.
Este es el primer sermón
evangélico que fuera predicado jamás sobre la superficie de esta tierra. Fue,
en verdad, un discurso memorable, siendo el propio Jehová el predicador y
teniendo a la raza humana entera y al príncipe de las tinieblas como audiencia.
Es algo digno de nuestra más profunda atención.
¿Acaso no es sumamente
notable que esta grandiosa promesa evangélica haya sido comunicada casi a
continuación de la transgresión? Aún no había sido pronunciada ninguna
sentencia sobre ninguno de los dos seres humanos ofensores, y, sin embargo, una
promesa fue ofrecida bajo la forma de una sentencia pronunciada en contra de la
serpiente. No había sido condenada aún la mujer a dolores en sus preñeces, ni
el varón a un trabajo extenuante, y ni siquiera la tierra había sido sujetada a
la maldición de espinos y cardos. Ciertamente “la misericordia triunfa sobre el
juicio”. Antes que el Señor dijera: “Polvo eres, y al polvo volverás”, le plugo
decir que la simiente de la mujer iba a herir la cabeza de la serpiente. Regocijémonos,
entonces, por la pronta misericordia de Dios que vino con palabras consoladoras
para nosotros en las primeras vigilias de la noche del pecado.
Estas palabras no fueron
dirigidas directamente a Adán y a Eva, sino que estaban claramente dirigidas a
la propia serpiente, para comunicarle el castigo por lo que había hecho. Aquel
fue un día de cruel triunfo para la serpiente: le embargaba el gozo que su
tenebrosa mente era capaz de experimentar, pues se había entregado a su malicia
y había gratificado su inquina. Había destruido en el peor sentido una parte de
las obras de Dios, había introducido el pecado en el nuevo mundo, había sellado
a la raza humana con su propia imagen y había acumulado nuevas fuerzas para
promover la rebelión y para multiplicar la transgresión, y, por tanto, sentía
esa suerte de alegría que puede conocer un demonio que lleva un infierno en su
interior. Pero ahora Dios interviene, asume el pleito personalmente y hace que
el demonio sea avergonzado en el propio campo de batalla en el que había obtenido
un éxito temporal. Le dice al dragón que Él se encargará de habérselas con él. Esta
contienda no será entre la serpiente y el hombre, sino entre Dios y la
serpiente. Dios dice, con solemnes palabras: “Pondré enemistad entre ti y la
mujer, y entre tu simiente y la simiente suya”, y promete que en el
cumplimiento del tiempo surgirá un Adalid, el cual, si bien sufrirá, golpeará al
poder del mal en una parte vital y herirá a la serpiente en la cabeza. Me
parece que este era un mensaje de misericordia todavía más consolador para Adán
y Eva porque tendrían la seguridad de que el tentador sería castigado, y como
ese castigo implicaba una bendición para ellos, la venganza merecida por la
serpiente sería la garantía de misericordia para ellos mismos. Sin embargo, al
dar la promesa de esa manera indirecta, el Señor tuvo la intención de decir:
“No hago esto por ustedes, oh varón y mujer caídos, ni por sus descendientes,
sino por mi propio nombre y honra, para que no sean profanados ni blasfemados
entre los espíritus caídos. Yo asumo reparar el daño que ha sido causado por el
tentador para que mi nombre y mi gloria no sufran mengua entre los espíritus
inmortales que miran la escena desde lo alto”. Todo esto sería muy humillante
aunque muy consolador para nuestros padres, si pensaron en ello, viendo que la
misericordia otorgada por la bondad de Dios es siempre más segura para nuestra
turbada aprensión que cualquier favor que pudiera sernos prometido por nosotros
mismos. La soberanía y gloria divinas nos proporcionan un cimiento más sólido
de esperanza que el mérito, aun si pudiera suponerse que existiera el mérito.
Ahora debemos notar con
respecto a este primer sermón evangélico que fue el sostén de los primeros
creyentes. Esta fue toda la revelación que Adán conoció, y toda la revelación
que Abel recibió. En el cielo de Abel brillaba esta estrella solitaria; alzó
sus ojos y la vio y creyó. En su luz identificó la palabra “sacrificio” y trajo
entonces de los primogénitos de sus ovejas y los puso sobre el altar y demostró
en su propia persona cuánto odiaba la simiente de la serpiente a la simiente de
la mujer, pues por su testimonio su hermano lo mató. Aunque Enoc, séptimo desde
Adán, profetizó con respecto al segundo advenimiento, no parece que haya dicho
nada nuevo concerniente a la primera venida, de manera que esta promesa
solitaria permanecía como la única palabra de esperanza para el hombre. La
antorcha que ardía detrás de las puertas de Edén justo antes de que el hombre
fuera echado fuera, iluminó el mundo para todos los creyentes hasta que le
agradó al Señor proyectar más luz y renovar y ampliar la revelación de Su pacto
cuando le habló a Su siervo Noé. Aquellos venerables padres que vivieron antes
del diluvio se regocijaron con el misterioso lenguaje de nuestro texto, y
confiando en él, murieron en la fe. Hermanos, ustedes tampoco deben
considerarla como una revelación inadecuada pues, si lo consideran atentamente,
está maravillosamente llena de significado. Si hoy hubiera tenido en mente
tratar doctrinalmente esta revelación, creo que habría podido demostrarles que contiene
todo el Evangelio. Están presentes en su interior -cual un roble en germen
dentro de una bellota- todas las grandes verdades que conforman el Evangelio de
Cristo. Observen que allí está presente el gran misterio de la encarnación.
Cristo es esa simiente de la mujer de la que se habla allí; y hay una alusión
bastante clara a cómo se efectuaría la encarnación. Jesús no nació conforme al
proceso ordinario de los hijos de los hombres. María fue cubierta con la sombra
del Espíritu Santo, y “el Santo Ser” que nació de ella era, en cuanto a Su
humanidad, únicamente simiente de la mujer; como está escrito, “He aquí que la
virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel”. La
promesa enseña claramente que el libertador nacería de una mujer, y, visto cuidadosamente,
también anuncia el método divino de la concepción y el nacimiento del Redentor.
También se enseña aquí claramente la doctrina de las dos simientes, “Pondré
enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya”. Evidentemente
habría en el mundo una simiente de la mujer del lado de Dios y en contra de la
serpiente, y una simiente de la serpiente que estaría siempre del lado del mal
tal como ocurre hasta este día. Coexisten la iglesia de Dios y la sinagoga de
Satanás. Vemos a un Abel y a un Caín, a un Isaac y a un Ismael, a un Jacob y a
un Esaú; vemos a los que son nacidos según la carne y que son hijos de su padre
el diablo, pues hacen sus obras, y vemos a los que son nacidos de nuevo -nacidos
según el Espíritu, según el poder de la vida de Cristo- que son en Cristo Jesús
la simiente de la mujer y que contienden denodadamente con el dragón y su
simiente. Aquí, también, está claramente anunciado el grandioso hecho de los
sufrimientos de Cristo: “Tú le herirás en el calcañar”. Dentro del significado
de esas palabras encontramos la historia completa de los dolores de nuestro
Señor desde Belén hasta el Calvario: “Ésta te herirá en la cabeza”; ahí está el
desmoronamiento del regio poder de Satanás, ahí está la remoción del pecado,
ahí está la destrucción de la muerte por la resurrección, ahí está el llevar
cautiva la cautividad en la ascensión, ahí está la victoria de la verdad en el
mundo por medio del descenso del Espíritu, y ahí está la gloria de los últimos
días en los que Satanás será atado, y ahí está, por último, el lanzamiento del
maligno y de todos sus seguidores en el lago de fuego. Tanto el conflicto como
la victoria están dentro del significado de estas pocas palabras fructíferas.
Pudieran no haber sido plenamente comprendidas por quienes las oyeron por
primera vez, pero para nosotros están ahora llenas de luz. Inicialmente el
texto semeja un pedernal, duro y frío, pero de él salen chispas en abundancia,
pues escondidos fuegos de infinito amor y de gracia se ubican en su interior.
Debemos regocijarnos sobremanera por esta promesa de un Dios misericordioso.
Nosotros desconocemos
qué entendieron nuestros primeros padres con esta promesa, pero podemos tener
la seguridad de que extrajeron de ella muchísimo consuelo. Seguramente
entendieron que no iban a ser destruidos inmediatamente, porque el Señor había
hablado de una “simiente”. Argumentarían que era necesario que Eva viviera si
de ella vendría una simiente. Entendieron, también, que si esa simiente habría
de vencer a la serpiente y herirla en su cabeza, eso tenía que ser un buen
augurio para ellos mismos; no podían dejar de ver que les habría de ser
conferido algún grande y misterioso beneficio por la victoria que su simiente
obtendría sobre el instigador de su ruina. Siguieron adelante creyendo esto y
fueron consolados en los dolores de las preñeces y en los arduos trabajos, y no
dudo de que tanto Adán como su esposa entraran en el reposo eterno creyendo en
esas cosas.
Esta mañana me propongo
utilizar este texto de tres maneras. Primero, notaremos sus hechos; en segundo lugar, consideraremos la experiencia en el interior del corazón de cada creyente que
concuerda con esos hechos; y luego, en tercer lugar, consideraremos el estímulo que tanto el texto como su
contexto en su conjunto nos proporcionan.
I. LOS
HECHOS. Los hechos son cuatro, y yo les pido su profunda atención a los mismos.
El primero es que fue provocada una
enemistad. El texto comienza, “Pondré enemistad entre ti y la mujer”.
Habían sido muy amigos; la mujer y la serpiente se habían tratado. La mujer
pensaba en aquel tiempo que la serpiente era su amiga, y era su amiga a tal
grado que siguió su consejo a pesar del precepto de Dios, y estuvo dispuesta a
creer cosas malas acerca del grandioso Creador sólo porque esta serpiente
astuta y malvada se las insinuaba. Ahora bien, en el momento en que Dios habló,
esa amistad entre la mujer y la serpiente había concluido en cierta medida,
pues ella había acusado a la serpiente ante Dios, diciendo: “La serpiente me
engañó, y comí”. Hasta aquí todo va bien. La amistad de los pecadores no dura
mucho; ya han comenzado a contender y entonces el Señor interviene y aprovecha
misericordiosamente el altercado que había iniciado, y dice: “Voy a acrecentar
este desacuerdo y voy a poner enemistad entre ti y la mujer”. Satanás contaba
con que los descendientes del hombre serían sus aliados, pero Dios iba a romper
ese pacto con el infierno, e iba a levantar una simiente que haría la guerra
contra el poder satánico. Tenemos entonces aquí la primera declaración de Dios
de que establecerá un reino rival que se opondrá a la tiranía del pecado y de Satanás;
que generará en los corazones de una simiente elegida una enemistad contra el
mal, de tal manera que lucharán contra él y con mucho esfuerzo y dolor vencerán
al príncipe de las tinieblas. El Espíritu divino ha cumplido abundantemente
este plan y propósito del Señor, combatiendo con el ángel caído por medio de un
varón glorioso y convirtiendo al hombre en el enemigo y vencedor de Satanás. A
partir de aquel momento la mujer habría de odiar al maligno y no dudo que lo hiciera.
Tenía muchas razones para hacerlo, y cuantas veces pensara en él lo haría con
un infinito remordimiento de haber escuchado sus palabras maliciosas y engañosas.
La simiente de la mujer ha tenido también una perenne enemistad con el maligno.
No me refiero a la simiente carnal, pues Pablo nos dice: “No los que son hijos
según la carne son los hijos de Dios, sino que los que son hijos según la
promesa son contados como descendientes”. No se refiere a la simiente carnal
del hombre y la mujer, sino a la simiente espiritual, es decir, a Cristo Jesús
y a los que están en Él. Siempre que te encuentras con ellos comprobarás que
odian a la serpiente con un odio perfecto. Si pudiéramos destruir en nuestras
almas toda obra de Satanás, lo haríamos, y arrancaríamos todo el mal que él ha
plantado y lo echaríamos fuera de este pobre mundo afligido. Esa simiente de la
mujer, ese glorioso Ser –pues no
dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu
simiente- ustedes saben cómo aborreció al demonio y todos sus ardides. Hubo
enemistad entre Cristo y Satanás, pues Él vino para destruir las obras del
diablo y para liberar a quienes están bajo su servidumbre. Con ese propósito
nació; con ese propósito vivió; con ese propósito murió; con ese propósito se
ha ido a la gloria, y con ese propósito vendrá otra vez para enfrentar a Su
adversario dondequiera que esté y para destruirlo completamente a él y a sus
obras de entre los hijos de los hombres. Esta enemistad interpuesta entre las
dos simientes fue el comienzo del plan de misericordia, el primer acto en el
programa de la gracia. De la simiente de la mujer se dijo a partir de entonces:
“Has amado la justicia y aborrecido la maldad; por tanto, te ungió Dios, el
Dios tuyo, con óleo de alegría más que a tus compañeros”.
Luego viene la segunda
profecía que también se ha convertido en un hecho, es decir, la llegada del Adalid. Por la promesa la
simiente de la mujer ha de ser defensora de la causa y oponerse al dragón. Esa
simiente es el Señor Jesucristo. El profeta Miqueas dice: “Pero tú, Belén
Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá; de ti me saldrá el que
será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de
la eternidad. Pero los dejará hasta el tiempo que dé a luz la que ha de dar a
luz”. Las palabras de la profecía no pueden referirse a nadie más que al bebé
nacido de la bienaventurada Virgen en Belén. Ella fue la que concibió y dio a
luz un hijo, y es con respecto a su hijo que cantamos: “Un niño nos es nacido,
hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre
Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz”. En la
memorable noche en Belén, cuando los ángeles cantaron en el cielo, apareció el
linaje de la mujer y tan pronto como vio la luz, la antigua serpiente, el
demonio, entró en el corazón de Herodes para matarlo si fuese posible, pero el
Padre lo preservó, y no permitió que nadie pusiese las manos encima del linaje.
Tan pronto como entró en el escenario de la acción, treinta años después,
Satanás lo enfrentó en un combate cuerpo a cuerpo. Ustedes conocen la historia
de la tentación en el desierto y cómo la simiente de la mujer luchó allí con
aquel que era un mentiroso desde el principio. El demonio le atacó tres veces
con toda la artillería de la adulación, de la malicia, de la astucia y de la falsedad,
pero el Adalid sin par permaneció ileso y echó fuera del campo a Su enemigo.
Luego nuestro Señor estableció Su reino, y atrajo a Él a uno y a otro y llevó
la guerra al país del enemigo. En diversos lugares echó fuera demonios. Habló al
espíritu malvado e inmundo diciéndole: “Yo te mando, sal de él”, y el demonio
fue expulsado. Legiones de demonios huyeron delante de Él; buscaban esconderse en
los cerdos para escapar del terror de Su presencia. “¿Has venido acá para
atormentarnos antes de tiempo?”, era su alarido cuando el Cristo taumaturgo los
desalojaba de los cuerpos que ellos atormentaban. Sí, y Él hizo que Sus propios
discípulos fueran poderosos contra el maligno pues en Su nombre echaban fuera
demonios, al punto que Jesús dijo: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un
rayo”. Luego vino un segundo conflicto personal, pues yo entiendo que las
aflicciones de Getsemaní fueron en gran medida causadas por un ataque personal
de Satanás, pues nuestro Maestro dijo: “Esta es vuestra hora, y la potestad de
las tinieblas”. Dijo también: “Viene el príncipe de este mundo”. Qué lucha fue
aquella. Aunque Satanás nada tenía en Cristo, buscaba, de ser posible,
apartarlo de consumar el grandioso sacrificio, y allí sudó nuestro Maestro como
grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra en la agonía que le costó
contender con el diablo. Fue entonces que nuestro Adalid comenzó la última
lucha de todas que ganó al punto que hirió la cabeza de la serpiente. Y no
terminó hasta que hubo despojado a los principados y a las potestades y los
hubo exhibido públicamente.
“Ahora ha pasado la hora de las tinieblas,
Cristo ha asumido Su reinante poder;
He aquí el gran acusador ha sido derrocado
De su asiento para no reinar más”.
Nuestro glorioso Señor
continúa el conflicto en Su simiente. Nosotros predicamos a Cristo crucificado,
y cada sermón hace que tiemblen las puertas del infierno. Nosotros llevamos a
los pecadores a Jesús por el poder el Espíritu, y cada convertido es una piedra
arrancada de la pared del poderoso castillo de Satanás. Sí, y el día vendrá
cuando el maligno será vencido en todas partes y serán cumplidas las palabras
de Juan en el Apocalipsis. “Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente
antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue
arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él. Entonces oí una
gran voz en el cielo, que decía: Ahora ha venido la salvación, el poder, y el
reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo, porque ha sido lanzado
fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro
Dios día y noche”. Así prometió el Señor Dios en las palabras de nuestro texto
un Adalid que sería la simiente de la mujer y entre Él y Satanás habría guerra
por los siglos de los siglos; ese Adalid ha llegado, ‘el hijo varón’ ha nacido,
y aunque el dragón está airado con la mujer y hace la guerra contra el
remanente de su simiente que guarda el testimonio de Jesucristo, no obstante la
batalla es del Señor y la victoria le corresponde a Aquel cuyo nombre es Fiel y
Verdadero, quien juzga y hace la guerra en justicia.
El tercer hecho que
surge del texto, aunque no en ese orden preciso, es que el calcañar de nuestro Adalid sería herido. ¿Necesitan que les
explique esto? Ustedes saben cómo a lo largo de toda Su vida Su calcañar, esto
es, Su parte inferior, Su naturaleza humana, era sometida a sufrir
perpetuamente. Él llevó nuestras enfermedades y dolores. Pero la provocación de
las heridas llegó principalmente cuando tanto en cuerpo como en mente Su
naturaleza humana entera fue conducida a la agonía, cuando Su alma estaba muy
triste hasta la muerte y Sus enemigos traspasaron Sus manos y Sus pies, y Él
soportó la vergüenza y el dolor de la muerte por crucifixión. ¡Miren a su Señor
y a su Rey sobre la cruz, todo teñido con sangre y polvo! Allí fue herido Su
calcañar de manera sumamente cruel. Cuando bajan ese precioso cuerpo y lo
envuelven en limpio lino blanco y lo cubren con especias y lo colocan en la
tumba de José, lloran mientras cargan ese cofre en el que había morado
A continuación viene el
cuarto hecho, es decir, que mientras Su calcañar estaba siendo herido, Él iba a pisar la cabeza de la serpiente. La
figura representa al dragón infligiendo una herida en el calcañar del Adalid,
pero al mismo tiempo el propio Adalid aplasta con ese calcañar la cabeza de la
serpiente con un efecto fatal. Por Sus sufrimientos Cristo ha vencido a
Satanás; con el calcañar herido Él ha pisado la cabeza que planeó provocar la
herida.
“He aquí, lo inmolan los hijos del infierno;
Pero mientras pende entre la tierra y los cielos,
Él le propina a su príncipe un golpe fatal,
Y triunfa sobre las potestades inferiores”.
Aunque Satanás no está
muerto, hermanos míos -yo estaba a punto de decir que ojalá lo estuviera- y
aunque no se ha convertido y nunca se convertirá, y la malicia de su corazón
permanecerá siempre en él, con todo, Cristo ha aplastado su cabeza de tal
manera que no ha podido lograr sus propósitos. Satanás tenía la intención de
hacer que la raza humana fuera cautiva de su poder, pero más bien es redimida
de su yugo de hierro. Dios ha liberado a muchos, y el día vendrá cuando Él
limpiará a la tierra entera del rastro asqueroso de la serpiente, de tal manera
que el mundo entero se llenará de las alabanzas de Dios. La serpiente pensaba
que este mundo sería el escenario de su victoria sobre Dios y el bien, en vez
de lo cual ya es el más grandioso teatro de sabiduría divina, de amor, gracia y
poder. Ni el cielo mismo resplandece tanto con misericordia como la tierra,
pues es aquí que el Salvador derramó Su sangre, cosa que no puede decirse de
los atrios del paraíso en lo alto. Además, sin duda pensó que al conducir a
nuestra raza al descarrío y acarrearle la muerte había entorpecido eficazmente
la obra del Señor. Se regocijaba porque todos experimentarían el gélido sello
de la muerte y porque sus cuerpos se pudrirían en el sepulcro. ¿Acaso no había
arruinado la obra de las manos de su grandioso Señor? Dios puede hacer al
hombre como una curiosa criatura con venas y vasos sanguíneos entrelazados, y
con tendones y músculos, y puede poner en su nariz el aliento de vida; pero,
“Ah” –dice Satanás- “yo he inyectado un veneno en él que lo hará volver al
polvo del que fue tomado”. Pero ahora,
he aquí que nuestro Adalid cuyo calcañar fue magullado ha resucitado de los
muertos, y nos ha dado una garantía de que todos Sus seguidores también
resucitarán de entre los muertos. Así Satanás es anulado pues la muerte no
retendrá ningún hueso, y ni siquiera un trozo de hueso de alguno de los que
pertenecen a la simiente de la mujer. Al sonido de la trompeta del arcángel se
levantarán desde la tierra y desde el mar, y este será su grito: “¿Dónde está,
oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” Sabiendo esto
Satanás, siente ya que por la resurrección su cabeza está aplastada. ¡Gloria
sea dada al Cristo de Dios por esto!
En multitudes de otras
formas el demonio ha sido vencido por nuestro Señor Jesús, y así lo será siempre
hasta que sea arrojado al lago de fuego.
II. Veamos
ahora NUESTRA EXPERIENCIA QUE CONCUERDA CON ESTOS HECHOS. Hermanos y hermanas, todos
los que hemos sido salvados éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que
los demás. Prescindiendo de cuán piadosos hayan sido nuestros padres el primer
nacimiento no nos trajo ninguna vida espiritual pues la promesa no es para los
que son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de
varón, sino sólo para quienes son engendrados de Dios. “Lo que es nacido de la
carne, carne es”; no puede lograrse que sea otra cosa; sigue siendo lo mismo, y
la carne, o la mente carnal, permanece en la muerte; los designios de la carne
“no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden”. Aquel que nace en este
mundo sólo una vez, y no sabe nada del nuevo nacimiento, debe ubicarse en medio
de la simiente de la serpiente pues únicamente por la regeneración podemos
reconocernos como la simiente verdadera. ¿Cómo trata Dios con nosotros que
somos Sus llamados y Sus escogidos? Él tiene la intención de salvarnos y ¿cómo
obra para ese fin?
Lo primero que hace es
que viene a nosotros en misericordia, y pone
enemistad entre nosotros y la serpiente. Esa es la primerísima obra de
gracia. Una vez hubo paz entre nosotros y Satanás; cuando él tentó, nosotros
cedimos; creímos todo lo que nos enseñó; éramos sus esclavos voluntarios. Pero,
hermanos míos, tal vez ustedes puedan recordar cuando antes que nada comenzaron
a sentirse inquietos e insatisfechos; los placeres del mundo no les agradaban
más; parecía que se había exprimido todo el jugo de la manzana, y ya no les
quedaba nada sino la semilla que no podían comer del todo. Luego de pronto percibieron
que estaban viviendo en pecado y se sintieron infelices al respecto, y aunque
aún no se podían deshacer del pecado, ustedes lo odiaban, y se lamentaban, y
lloraban y gemían. En lo más profundo de sus corazones ya no permanecían del
lado del mal, pues comenzaron a dar voces diciendo: “¡Miserable de mí! ¿Quién
me librará de este cuerpo de muerte?” En el pacto de gracia ustedes ya habían
sido ordenados desde la antigüedad para ser la simiente de la mujer, y ahora el
decreto comenzó a descubrirse en la vida que les fue otorgada y que obraba en
ustedes. El Señor en infinita misericordia dejó caer la vida divina en sus almas.
Ustedes no lo sabían, pero ahí estaba, una chispa del fuego celestial, la
simiente viva e incorruptible que permanece para siempre. Comenzaron a odiar el
pecado y gemían bajo su peso como bajo un amargo yugo; les pesaba más y más; no
podían soportarlo; odiaban su simple pensamiento. Así les sucedía; ¿les sucede
así ahora? ¿Hay todavía enemistad entre ustedes y la serpiente? Ciertamente
ustedes son cada vez más los jurados enemigos del mal y están dispuestos a
reconocerlo.
Entonces llegó el Adalid: es decir, “Cristo en
vosotros, la esperanza de gloria”. Oyeron acerca de Él y entendieron la verdad
con respecto a Él, y parecía algo maravilloso que Él fuera su sustituto y
ocupara el lugar y la posición de ustedes, y llevara su pecado y toda su
maldición y su castigo, y que Él diera Su justicia, sí, Su propia persona, para
que ustedes fueran salvados. Ah, entonces vieron cómo podía ser vencido el
pecado, ¿no es cierto? Tan pronto como su corazón comprendió a Cristo, entonces
vieron que lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne,
Cristo era capaz de lograrlo, y que el poder del pecado y de Satanás bajo el
cual habían estado esclavizados y que ahora aborrecían, podía ser quebrantado y
destruido y lo sería porque Cristo vino al mundo para vencerlo.
A continuación,
¿recuerdas cómo fuiste conducido a ver el
calcañar herido de Cristo y a quedarte asombrado y a observar lo que había
obrado en Él la enemistad de la serpiente? ¿No comenzaste a sentir tú mismo el
calcañar herido? ¿No te atormentaba el pecado? ¿Acaso su simple pensamiento no
te vejaba? ¿Acaso tu propio corazón no se volvió una plaga para ti? ¿No comenzó
a tentarte Satanás? ¿No te inyectó pensamientos blasfemos y no te incitaba a
tomar medidas desesperadas? ¿No te enseñó a dudar de la existencia de Dios, y
de la misericordia de Dios, y de la posibilidad de tu salvación, y así
sucesivamente? De esa manera roía tu calcañar. Todavía practica sus viejas
mañas. Con un gozo malicioso él aflige a quien no puede devorar. ¿No te
comenzaron a molestar tus amigos mundanos? ¿No te dieron la espalda porque
vieron algo en ti que era muy extraño y raro para su gusto? ¿No atribuyeron tu
conducta al fanatismo, al orgullo, a la obstinación, a la intolerancia y a cosas
parecidas? Ah, esta persecución se debe a que la simiente de la serpiente está
comenzando a descubrir a la simiente de la mujer para continuar con la vieja
guerra. ¿Qué dice Pablo? “Pero como entonces el que había nacido según la carne
perseguía al que había nacido según el Espíritu, así también ahora”. La
verdadera piedad es algo artificial y extraño para ellos, y no pueden terminar
con eso. Aunque ya no hay hogueras en Smithfield, ni hay potros de tormento en
Pero, hermanos, ¿saben
algo del otro hecho, es decir, que nosotros
vencemos pues la cabeza de la serpiente es quebrantada en nosotros? ¿Cómo
dices? ¿Acaso no son quebrantados en ustedes el poder y el dominio del pecado?
¿Acaso no sienten que no pueden pecar porque son nacidos de Dios? Algunos
pecados que eran una vez amos de ustedes no los turban ahora. Conocí un hombre
que era culpable de decir juramentos profanos, pero desde el momento de su
conversión no ha tenido nunca ninguna dificultad con eso. Hemos conocido a un
hombre arrebatado a la borrachera, y por la gracia divina la cura ha sido muy
maravillosa y completa. Hemos conocido a unos individuos que han sido liberados
de una vida inmunda, y se han vuelto castos y puros de inmediato porque Cristo
le ha propinado tales golpes al antiguo dragón que ya no podía tener poder
sobre ellos en ese sentido. La simiente elegida peca y lo lamenta, pero no son
esclavos del pecado; su corazón no va tras el pecado; tienen que decir algunas
veces “lo que aborrezco, eso hago”, pero son infelices cuando es así. Ellos
están de acuerdo en su corazón que la ley de Dios es buena, y suspiran y claman
pidiendo ayuda para obedecerla pues ya no están más bajo la esclavitud del
pecado; en ellos son quebrantados el poder reinante y el dominio de la
serpiente.
A continuación, es
quebrantado de esta manera: que la culpa del pecado desaparece. El gran poder
de la serpiente radica en el pecado no perdonado. La serpiente clama: “te he
hecho culpable; yo te puse bajo maldición”. “No” –decimos nosotros- “hemos sido
liberados de la maldición y ahora somos bendecidos, pues escrito está: ‘Bienaventurado
aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado’. Ya no somos
más culpables, pues ¿quién acusará a los escogidos de Dios? Cristo es el que ha
justificado, ¿quién es el que condenará?” He aquí un golpe contundente a la
cabeza del antiguo dragón del que nunca se recuperará.
Con mucha frecuencia el
Señor nos concede saber también qué es vencer la tentación, y romper así la
cabeza del diablo. Satanás nos atrae con muchas carnadas; él ha estudiado bien
nuestros puntos, conoce la debilidad de la carne; ¡pero muchísimas veces,
bendito sea Dios, lo hemos anulado completamente para su eterna vergüenza! El
diablo debe de haberse sentido ruin aquel día cuando trató de vencer a Job, cuando
lo arrastró hasta un muladar, le robó todo, lo cubrió de llagas, y con todo, no
pudo hacer que cediera. Job venció cuando clamó: “He aquí, aunque él me matare,
en él esperaré”. Un débil hombre había vencido a un demonio que podía desatar
al viento, derribar una casa y destruir a la familia que festejaba en ella.
Diablo como es y príncipe coronado del poder del aire, fue derrotado por el
pobre patriarca enlutado (uno de la simiente de la mujer) que estaba sentado
cubierto de llagas sobre el muladar, gracias a la fuerza de la vida interior.
“Ustedes hijos de Dios, opónganse a su furia,
Resistan, y él se irá;
Así se le enfrentó nuestro amadísimo Señor
Y solo le venció”.
Además, amados hermanos,
tenemos la esperanza de que la propia existencia del pecado en nosotros será destruida. El día vendrá cuando seremos sin mancha ni
arruga, ni cosa parecida, y estaremos delante del trono de Dios sin haber
sufrido lesión alguna por la caída y por todas las maquinaciones de Satanás,
pues “son sin mancha delante del trono de Dios”. ¡Qué triunfo será ese! “El
Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies”. Cuando Él los
haya perfeccionado y liberado de todo pecado, como lo hará, ustedes en verdad
habrán herido la cabeza de la serpiente.
Y también en su
resurrección, cuando Satanás los vea levantarse desde la tumba como alguien que
ha sido perfumado en un baño de especias, cuando los vea levantarse en la
imagen de Cristo con el mismo cuerpo que fue sembrado en corrupción y debilidad,
resucitado entonces en incorrupción y poder, sentirá una infinita desazón y
sabrá que su cabeza fue pisada por la simiente de la mujer.
Debo agregar que cada
vez que alguien de nosotros es utilizado en salvar almas, repetimos, por así
decirlo, el aplastamiento de la cabeza de la serpiente. Amada hermana, cuando
vas entre esos pobres niños y los recoges de las alcantarillas donde son presa
de Satanás, donde él encuentra la materia prima para hacer ladrones y criminales,
y cuando por tus medios, por la gracia de Dios, los pequeños descarriados se
vuelven hijos del Dios viviente, entonces tú, en tu medida, hieres la cabeza de
la antigua serpiente. Yo te ruego que no lo perdones. Cuando nosotros, por la
predicación del Evangelio, volvemos a los pecadores del error de sus caminos de
manera que escapan del poder de las tinieblas, herimos de nuevo la cabeza de la
serpiente. Siempre que de cualquier forma o manera ustedes son bendecidos para
la ayuda de la causa de la verdad y de la justicia en el mundo, también
ustedes, que una vez estuvieron bajo su poder y aun ahora tienen que sufrir algunas
veces sus mordiscos en los tobillos, pisotean su cabeza. Ustedes vencen en
todas las liberaciones y victorias, y demuestran que esta promesa es verdadera:
“Sobre el león y el áspid pisarás; hollarás al cachorro del león y al dragón.
Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo también lo libraré; le pondré en alto,
por cuanto ha conocido mi nombre”.
III. Hablemos
un momento sobre
Hermanos, yo quiero que
ejerciten la fe en la promesa y que sean consolados. Evidentemente el texto
animó mucho a Adán. No creo que le hayamos dado suficiente importancia a la
conducta de Adán después de que el Señor le hubo hablado. Noten la sencilla
pero concluyente prueba que dio de su fe. Algunas veces una acción pudiera ser
muy insignificante y sin importancia, y, con todo, tal como una paja muestra en
qué dirección sopla el viento, esa acción puede exhibir de inmediato, si se
reflexiona al respecto, el estado integral de la mente del hombre. Adán actuó
creyendo en lo que Dios dijo, pues leemos, “Y llamó Adán el nombre de su mujer,
Eva, (o Vida); por cuanto ella era madre de todos los vivientes” (versículo
20). Ella no era de ninguna manera una madre en ese momento, pero como la vida
vendría por medio de ella en virtud de la simiente prometida, Adán afirma su
plena convicción en la verdad de la promesa aunque en aquel momento la mujer no
hubiera dado a luz a ningún hijo. Allí estaba Adán, recién salido de la
imponente presencia de Dios, ¿qué más podía decir? Pudo haber dicho con el
profeta: “Mi carne se ha estremecido por temor de ti”, pero aun entonces se
vuelve hacia su culpable compañera al tiempo que ella está temblando allí
también, y la llama Eva, madre de la vida por venir. El Padre Adán habló
grandilocuentemente: eso lo hace elevarse en nuestra estimación. Si hubiese
sido dejado a sí mismo habría murmurado o al menos se habría desesperado, pero
no, su fe en la nueva promesa le dio esperanza. No pronunció ni una sola
palabra de queja contra la condenación de arar con trabajo la tierra ingrata,
ni de parte de Eva hubo una sola palabra de queja sobre las aflicciones que
acompañarían a la condición de madre; cada uno de ellos acepta la bien merecida
sentencia lo cual denota la perfección de su resignación; su única palabra está
llena de sencilla fe. No había ningún hijo en quien fijar sus esperanzas, y la
verdadera simiente no nacería sino hasta después de muchas edades; con todo Eva
ha de ser la madre de todo ser viviente, y así la llama.
Hermano mío, ejercita
una fe semejante en la más amplia revelación que Dios te ha dado y siempre
extrae el mayor consuelo de ella. Siempre que recibas una promesa de Dios, asegúrate
de extraer lo más que puedas de ella; si implementas esa regla, será
maravilloso el consuelo que obtendrás. Algunas personas proceden sobre el
principio de obtener lo mínimo posible de la palabra de Dios. Yo creo que un
plan de ese tipo es una manera apropiada con respecto a un hombre de palabra:
entenderla siempre al mínimo, porque eso es lo que quiere decir; pero la
palabra de Dios ha de ser entendida al máximo, pues Él hará abundantemente por
encima de lo que pides o incluso de lo que piensas.
Noten a manera de aliciente
adicional que podemos considerar nuestra recepción de la justicia de Cristo
como un anticipo de la victoria final sobre el demonio. El versículo veintiuno
dice: “Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los
vistió”. ¡Fue un acto de amor divino muy condescendiente, considerado e
instructivo! Dios oyó lo que Adán le dijo a su mujer, y vio que era un
creyente, y entonces viene y le da el tipo de la perfecta justicia que es la
porción del creyente: le cubrió con un traje duradero. No más hojas de higuera,
que eran una simple burla, sino un traje bien adecuado que había sido obtenido
por medio de la muerte de una víctima; el Señor trae eso y se lo pone a Adán, y
Adán ya no podía decir más: “estoy desnudo”. ¿Cómo podía estarlo si Dios lo
había vestido?
Ahora, amados, de la
promesa que nos es dada concerniente a la victoria de nuestro Señor sobre el
demonio tomemos este artículo específico y regocijémonos en él, pues Cristo nos
ha liberado del poder de la serpiente que abrió nuestros ojos y nos dijo que
estábamos desnudos, cubriéndonos desde la cabeza a los pies con una justicia
que nos adorna y que nos protege, de manera que nuestro corazón está tranquilo
y somos hermosos a los ojos de Dios y ya no estamos avergonzados.
A continuación, a modo
de estímulo en la prosecución de la vida cristiana, yo les diría a los jóvenes
que esperen ser asediados. Si han tenido problemas por ser cristianos, han de
ser estimulados por ello; no lo lamenten ni lo teman del todo, antes bien
regocíjense en ese día, y den saltos de gozo, pues esta es la señal constante
del pacto. Hay todavía enemistad entre la simiente de la mujer y la simiente de
la serpiente, y si no experimentaran nada de eso podrían comenzar a temer que
estaban del lado equivocado. Ahora que se duelen bajo la mueca del sarcasmo y
de la opresión, regocíjense y triunfen, pues ahora participan con la gloriosa
simiente de la mujer en pisotear el calcañar de la serpiente.
De esto proviene un
estímulo adicional. Tu sufrimiento como cristiano no recae sobre ti por culpa
tuya; tú eres un compañero de la gran simiente de la mujer; tú eres un aliado
de Cristo. No debes pensar que el diablo se preocupa mucho por ti; la batalla
en ti es en contra de Cristo. Vamos, si no estuvieras en Cristo, el demonio no
te molestaría nunca. Cuando estabas sin Cristo en el mundo podías pecar como
quisieras pero tus parientes y tus compañeros de trabajo no se habrían
molestado para nada contigo, y más bien se habrían unido a ti en el pecado;
pero ahora la simiente de la serpiente te odia en Cristo. Esto exalta los
sufrimientos de la persecución a una posición muy por encima de todas las
aflicciones comunes. Me enteré de una mujer que fue condenada a muerte en los
días marianos, y antes de que llegara el momento de ser quemada le nació un
niño, y ella gritaba en su aflicción. Un maligno adversario que estaba junto a
ella le preguntó: “¿Cómo podrías morir por tu religión si haces ahora tanto
escándalo?” “Ah” –respondió ella- “ahora sufro en mi propia persona como una
mujer, pero entonces yo no voy a
sufrir, sino Cristo en mí”. Y estas no eran palabras ociosas, pues soportó su
martirio con ejemplar paciencia, y se levantó al cielo en su carro de fuego en
santo triunfo. Si Cristo está en ti, nada hará que desfallezcas sino que
vencerás al mundo, a la carne, y al demonio por la fe.
Por último, resistamos
siempre al demonio con esta creencia que le ha sido aplastada la cabeza. Estoy
inclinado a pensar que la manera que tenía Lutero de reírse del demonio era muy
buena ya que es digno de vergüenza y de desprecio sempiterno. Lutero le arrojó
una vez un tintero a la cabeza cuando lo estaba tentando muy intensamente, y
aunque el acto en sí mismo pareciera ser muy absurdo, fue con todo una
verdadera ilustración de lo que ese gran reformador fue a lo largo de toda su
vida, pues los libros que escribió equivalían verdaderamente a un tintero
arrojado a la cabeza del diablo. Eso es lo que tenemos que hacer: hemos de
resistirle por todos los medios. Hagamos esto valerosamente, y digámosle en su
cara que no le tenemos miedo. Díganle que recuerde su cabeza herida, que él
trata de cubrir con una corona de orgullo, o con una capucha papista, o con un
gorro de doctor infiel. Lo conocemos y vemos las heridas mortales que ostenta.
Su poder se ha desvanecido; está peleando una batalla perdida; está
contendiendo contra la omnipotencia. Se ha puesto contra el juramente del
Padre; contra la sangre del Hijo encarnado; contra el eterno poder y
“Es por tu sangre, inmortal Cordero,
Que Tus ejércitos pisotean al tentador;
Es por Tu palabra y poderoso nombre
Que ganan la batalla y el renombre.
Regocíjense, cielos; que cada estrella
Brille con nuevas glorias alrededor del cielo;
Santos, mientras cantan la guerra celestial,
Levanten en alto el nombre de su Libertador”.
Porción de
Traductor: Allan Román
11/Julio/2013
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