El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano

La Mejor Carga Para Unos Hombros Jóvenes

NO. 1291

 

UN SERMÓN PREDICADO POR CHARLES HADDON SPURGEON

EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES

 

“Bueno le es al hombre llevar el yugo desde su juventud”. Lamentaciones  3: 27.

 

Llevar el yugo no es agradable, pero es bueno. No todo lo grato es bueno ni todo lo bueno es grato. Algunas veces lo bueno pudiera ser directamente proporcional a lo desagradable. Ahora bien, es pueril estar anhelando siempre las cosas dulces; aquellos que en razón del uso han mantenido ejercitados sus sentidos, deberían preferir lo sano a lo apetecible. ¡Deberíamos reconciliarnos con lo desabrido cuando se nos informa que es bueno! Un niñito no se reconcilia fácilmente con eso porque todavía no puede pensar ni juzgar, pero para el varón de Dios debería resultar muy fácil aquietar toda protesta y toda queja tan pronto como percibe que, aunque sea desagradable, la cosa es buena. Mis queridos amigos, como nosotros mismos no somos muy buenos jueces de lo que es bueno para nosotros, ni nuestros hijos tampoco lo son, y ya que esperamos que nuestros pequeñitos depositen en nosotros la elección de su dieta, ¿no sería sabio de nuestra parte que lo dejemos todo en manos de nuestro Padre celestial? Nosotros podemos juzgar lo que es agradable pero no podemos discernir lo que es bueno para nosotros, pero ÉL puede juzgar, y por tanto, siempre será bueno que dejemos todos nuestros asuntos en Sus manos y que digamos: “No sea como yo quiero, sino como tú”. Puesto que estamos muy seguros, con base en la autoridad de la Escritura, que todo lo que el Señor manda a Su pueblo es para su bien, deberíamos estar perfectamente resignados a la voluntad del Señor; es más, deberíamos estar también agradecidos por todos Sus designios aun cuando desagraden a la carne, estando completamente seguros de que Su voluntad es lo mejor que puede haber, y que si pudiéramos ver el fin desde el principio, eso sería exactamente lo que elegiríamos si fuéramos tan sabios y tan buenos como nuestro Padre celestial. Nuestros hombros se encorvan con alegría frente a la carga que Jesús declara que es de provecho para nosotros: esta seguridad que brota de Sus labios hace que Su yugo sea fácil de llevar.

 

Nuestro texto nos habla de algo que, si bien no es muy grato, es bueno: “Bueno le es al hombre llevar el yugo desde su juventud”. La ilustración es tomada del ganado. Los bueyes tienen que llevar el yugo. Van en parejas y cargan el yugo sobre sus lomos. El yugo es algo pesado. Si el buey no es adiestrado desde joven, nunca se convertirá en una buena bestia para el arado. Se inquietará e incomodará por la labor que tendrá que hacer; será muy difícil guiarlo y el labrador que ara no avanzará mucho. Es bueno que el buey aprenda a someterse cuando está joven, y lo mismo sucede con toda clase de animales: el caballo tiene que ser adiestrado cuando es un potrillo, y si se permite que transcurra un cierto período de la vida de ese potro sin que esté bajo la mano un entrenador, nunca se convertirá en un caballo completamente útil. Si quieres entrenar a un perro tienes que tomarlo cuando es un cachorro y enseñarle su rutina. Esa es la metáfora. Lo mismo ocurre con los seres humanos. Bueno es que seamos adiestrados cuando somos todavía jóvenes y que aprendamos a llevar el yugo en nuestra juventud.

 

Aunque piensen que el texto expresa naturalmente una verdad de la vida ordinaria, aun así vale la pena considerarlo. Aun sin vincular el tema a la gracia de Dios y a la religión, ¡es una gran bendición que un hombre lleve el yugo en su juventud!, es decir, que es bueno que aprendamos la obediencia cuando somos jóvenes. Cuando se coloca a un hombre bajo ciertas reglas y se le enseña a aceptar la restricción, se logra la mitad de su formación. Cuando los jóvenes se hacen mayores tendrán que ser en gran medida una ley para ellos mismos; pudiera ser que ya no cuenten con un padre que los amoneste amorosamente, ni con una madre que los guíe tiernamente; los jóvenes serán personas mayores y se gobernarán a sí mismos, y nadie es apto para hacerlo mientras no haya aprendido a ser obediente. El proverbio dice: “Los muchachos seguirán siendo muchachos”, pero yo no lo creo; ellos serán hombres si les damos tiempo, y a menos que aprendan el dominio propio y hábitos de obediencia cuando son muchachos, no es probable que se conviertan en hombres buenos. El que no puede obedecer no es apto para mandar; el que nunca aprendió a someterse se convertirá en un tirano cuando obtenga el poder. Es bueno que todo niño sea adiestrado, que sea liberado de su insensata obstinación y llevado a sentir que tiene superiores, jefes y directores, y, entonces, cuando le llegue su turno de ser un líder y un jefe tendrá un sentido más bondadoso de compañerismo para con aquellos que están bajo su mando. Tengan la seguridad de que si no aprende la práctica de la obediencia, nunca será un buen soldado en la batalla de la vida.

 

Bueno les es a los jóvenes llevar el yugo, también, en el sentido de dedicarse desde temprano a adquirir conocimiento. Si no aprendemos cuando somos jóvenes, ¿cuándo aprenderemos? Algunos que han comenzado a estudiar tarde en la vida todavía han podido lograr mucho pero ha sido con mucha dificultad. Si en la juventud no se usa la maquinaria de la mente, se oxida, pero si se usa desde el principio y se mantiene en acción y bien aceitada continuamente, seguirá funcionando fácilmente a lo largo de toda la vida. Nuestros días de juventud son favorables para la adquisición de conocimiento, y todo joven que es un aprendiz debería sacar el mejor provecho de su aprendizaje; nunca llegará a ser un profesional en su actividad si no lo hace. Toda persona que está comenzando en la vida, mientras esté joven todavía, tiene que hacer todo lo posible por adquirir una preparación completa, pues si no lo hace, conocerá su carencia más pronto que tarde. Si un hombre emprende el viaje de la vida y deja su ancla en casa u olvida llevar sus provisiones, descubrirá sus deficiencias cuando llegue al mar; y cuando la tormenta comience a aullar a través del cordaje, lamentará no haber escuchado los dictados de la prudencia y no haber estado mejor preparado para el arriesgado viaje de la vida.

 

Bueno es también que los jóvenes –estamos hablando ahora acerca del significado natural del pasaje- bueno es que enfrenten dificultades y problemas cuando comienzan la vida. La cuchara de plata en la boca con la que nacen algunas personas es muy propensa a sofocarlos. Hay cientos de personas que nunca han sido capaces de hablar claro por esa terrible cuchara de plata. No es cualquiera el que se hace más rico a la larga -aun simplemente en oro y plata- por haber comenzado con algún capital. Yo creo que generalmente se verá que los que enriquecieron “por esfuerzo propio”, según se dice, vinieron a Londres con media corona (30 centavos) en sus bolsillos; yo he notado que la cantidad con la que salen del hogar es de aproximadamente treinta centavos; y esa media corona se convierte en la base financiera de una fortuna. Algunos jóvenes que comienzan con miles de libras a menudo acaban absolutamente sin nada. Bueno le es al hombre tener una dura batalla cuando la vida comienza, y que no sea colocado en el regazo de una refinada holgura ni que encuentre todo arreglado de acuerdo a su voluntad, pues no desarrollará nunca su músculo, ni nunca se convertirá en hombre a menos que tenga que realizar un duro trabajo. Esas largas horas, esa firme reflexión, esos huesos cansados, y todo eso de lo cual los jóvenes de hoy son muy propensos a quejarse, aunque no trabajan ni la mitad de duro que sus padres, ni más de diez por ciento de lo duro que sus abuelos, todas esas cosas, dentro de razón y medida, ayudan a formar a los hombres, y yo solo espero que los tiempos más fáciles que ahora están felizmente de moda no engendren una naturaleza más blanda y menos viril en nuestros jóvenes. Bueno le es al hombre llevar el yugo del trabajo, de la prueba y de la dificultad en su juventud, y si pudiéramos levantar el yugo de sobre todo hombro cansado, no sería sabio hacerlo. Muchos hombres que han tenido éxito en la vida están muy agradecidos con Dios porque en sus años mozos tuvieron que experimentar un poco de pobreza y tuvieron que trabajar duro y esforzarse mucho, pues nunca hubieran llegado a ser lo que son si no hubiese sido por la influencia fortalecedora y educativa de la prueba.

 

Sin embargo, no me corresponde predicar acerca de estos asuntos de manera extensa. Yo no soy un conferencista moral, sino un ministro del Evangelio. He cumplido un deber al haber dado el primer significado del texto, y ahora voy a usarlo para fines más nobles.

 

I.   Ante todo, ES BUENO QUE SEAS UN CRISTIANO CUANDO ESTÁS JOVEN. Bueno le es al hombre llevar el yugo de Cristo en su juventud.

 

No les pediré que me perdonen si hablo aquí como alguien que lo ha probado y lo ha comprobado. Seguramente puedo hacerlo sin egoísmo, pues no es de mi propio honor, sino del de Dios, del que voy a hablar. De lo que el Señor ha obrado en mí, de eso hablaré. Cuando tenía quince años fui conducido a conocer al Señor y a confesarle, y puedo hablar por tanto como alguien que llevó el yugo en su juventud y, jóvenes, si no pudiera dirigirme a ustedes de nuevo, me gustaría decirles que ha sido bueno para mí. Ah, cuán bueno, no podría decirles, pero fue tan bueno que deseo sinceramente que cada uno de ustedes lleve el yugo de mi Maestro en su juventud; no podría desearles una mayor bendición.

 

Pues, vean, primero, que el hombre cuyo corazón es conquistado temprano por la gracia divina vive feliz pronto. Es una bendita oración la del salmo, “De mañana sácianos de tu misericordia, y cantaremos y nos alegraremos todos nuestros días”. Si lo entendieran, muy pocas personas desearían posponer la felicidad. Los corazones jóvenes generalmente piden ser felices ahora. Recibir el perdón del pecado es ser liberado ahora de lo que es la causa primordial de aflicción. Recibir por fe la justicia de Jesucristo es ser vestido con la paz ahora. Ser reconciliados con Dios es tener un manantial de consolación en el interior de tu alma ahora. Saber que tú eres un hijo de Dios es disfrutar del mayor gozo fuera del cielo, y es disfrutarlo ahora. ¿Quién desearía posponerlo? Los jóvenes cristianos pueden morir, pero es de poca consecuencia si murieran, pues habiendo estado temprano en Cristo, estarán temprano en el cielo. ¿Quién no desearía estar seguro tan pronto como le fuera posible? ¿Quién no desearía estar a salvo tan pronto como le fuera posible? ¿Quién desearía quedarse en la tierra de peligro, donde un punto en el tiempo, el espacio de un momento podría encerrarle en el infierno? ¡Estar protegidos de la ira venidera pronto –dotados pronto con un sentido de seguridad en Jesucristo- vamos, seguramente no se necesitan muchas palabras para demostrar que eso es bueno!

 

Además, si bien la temprana piedad trae una temprana felicidad, no se ha de olvidar que salva de mil trampas. ¡Hay cosas que el hombre que ha vivido largamente en el pecado sabe, pero que desearía poder olvidar! La gracia de Dios enjuaga tu boca después de que has estado comiendo la fruta prohibida, pero el sabor es muy propenso a permanecer y a regresar. Canciones que son calumnias en contra de Dios y de la decencia, una vez oídas, te atacarán en medio de una oración; y palabras que, para poder olvidarlas, estarías dispuesto a perder tu memoria para lograrlo, invadirán tus momentos más santos. ¡Es una gran misericordia que aunque un hombre tenga setenta u ochenta años de edad, si cree en el Señor Jesucristo, será salvo! Las misericordias de la hora undécima son muy dulces. Pero qué doble privilegio es ser enviado a trabajar en la viña cuando el rocío está todavía en las hojas, y ser guardado así de la ociosidad y de la maldad de la plaza donde otros holgazanean durante tanto tiempo.

 

Bueno le es al hombre llevar el yugo desde su juventud porque le salva de que sus hombros sean mortificados por el yugo del demonio. Le preserva de los grilletes de esa penosa esclavitud a la que muchos son llevados por hábitos adquiridos desde muy atrás y que están profundamente arraigados. Pecados largamente consentidos crecen hasta los hombros, y quitarlos es como arrancarse la piel. Jóvenes, deben agradecer que el Salvador esté dispuesto a recibirlos mientras son jóvenes todavía, y que les dé la promesa: “Me hallan los que temprano me buscan”. Dichosos los que hospedan al Redentor en la mañana, y así dejan fuera al espíritu maligno a lo largo de todo el día.

 

Además, hay otra cosa buena al respecto: que les da más tiempo para servir a Dios. Si yo fuera tomado al servicio de alguien a quien yo amara, yo querría cumplir para él un largo día de trabajo. Si yo supiera que sólo puedo trabajar para él un día, me esforzaría por comenzar tan pronto como la parda luz de la alborada me permitiera ver, y continuaría trabajando hasta la noche, alegremente activo, en tanto que hubiera una vacilante y tenue luz. Si eres convertido en una etapa avanzada de tu vida, sólo puedes dar a nuestro Señor Jesús las sombras del atardecer. Bendito sea Su nombre porque Él aceptará el servicio ofrecido a la caída de la tarde; pero aun así, cuánto mejor es poder servir al Señor desde tu juventud, darle esos brillantes días cuando los pájaros cantan en el alma, cuando el sol está sin una nube y las sombras aun no caen; y luego darle la larga noche, cuando a la caída de la oscuridad, Él la hace llevadera y hace que las debilidades de la edad manifiesten Su poder y Su fidelidad. No creo conocer una visión más grandiosa que el servicio que ha ofrecido al Señor Jesús desde su juventud un hombre de cabellos canos.

 

Y hay otra bondad respecto a esto: que lo capacita a uno para estar bien plantado en las cosas divinas. “Plantados en la casa de Jehová, en los atrios de nuestro Dios florecerán”. A un árbol transplantado le toma cierto tiempo echar raíces, pero cuando queda bien arraigado produce abundante fruto. Echar raíces en las cosas divinas toma tiempo; nada en el mundo de la gracia puede ser aprendido en diez minutos. Yo bendigo a Dios porque un hombre que ha creído en Jesús sólo un segundo es un hombre salvo, pero no es un hombre instruido, no es un hombre afirmado. No está adiestrado para la batalla ni ha sido instruido para la labor. Cuando somos convertidos vamos a la escuela de Cristo, y nos sentamos a Sus pies y aprendemos de Él. Ahora, ¿quién es el mejor escolar? En igualdad de circunstancias, yo esperaría comprobar que los mejores escolares son aquellos que llegan temprano. Los escolares que llegan a las once de la mañana no aprenden mucho; los escolares que van en la noche, con un buen maestro y gran diligencia pueden captar algo, pero difícilmente captan lo mismo que aquellos que han asistido a la escuela todo el día. Oh, cuán bendito es comenzar a conocer pronto a Cristo, porque entonces pueden seguir comprendiendo con todos los santos las alturas y las profundidades de aquello que excede a todo conocimiento. No hay temor de que vayan a agotar este conocimiento; es tan infinitamente grande y bendito que si viviéramos siete mil años en el mundo, todavía quedaría por conocer más de Cristo, y tendríamos que decir: “Oh, las profundidades”. No tenemos que tener miedo, por tanto, de que si somos convertidos cuando tenemos diez años, o quince, o veinte años de edad, viviremos para agotar la frescura de la religión. Ah, no, la amaremos más y la entenderemos mejor, y por la gracia de Dios la practicaremos más plenamente conforme transcurran los años. Por esto es tan bueno comenzar pronto.

 

Y luego déjenme decir que haberle entregado su corazón a Jesús cuando eran jóvenes les dará mucha confianza en los años por venir.

 

Me alegra ver aquí a algunos muchachos y muchachas esta noche. Ahora, mis queridos niños, que Dios los conserve para que lleguen a ser ancianos y ancianas, y cuando su cabello esté gris y se estén debilitando y sepan que van a morir pronto, será muy deleitable que sean capaces de decir: “Oh, Señor, yo te he conocido desde mi juventud, y hasta aquí he declarado Tus portentosas obras. Ahora que soy anciano y tengo cabellos grises, oh Dios, no me abandones”. Habrá mucha fuerza en la petición, pues si tenemos un siervo fiel no le echamos fuera cuando envejece. “Ah” –dices tú- “él no puede hacer mucho ahora. El anciano se está poniendo muy débil, no puede ver ni oír como solía hacerlo, y sus movimientos son lentos”; pero, por otro lado, ves que el buen anciano ha estado con nuestra familia desde que era un muchacho, y ¿crees tú que vamos a prescindir de él ahora? No, el Señor no echará fuera a Sus viejos siervos. No les dirá: “He recibido lo mejor de ustedes; me han dado sus años jóvenes, y me han dado su madurez, pero ahora pueden salir a mendigar y tendrán que cuidarse solos”. No, así es como podrían hablar el amalecita o el ismaelita, pero el Dios de Israel nunca desampara a Su pueblo. Él dice: “Y hasta la vejez yo mismo, y hasta las canas os soportaré yo; yo hice, yo llevaré, yo soportaré y guardaré”. Oh, ustedes que se han entregado a Jesús por medio de Su gracia rica y soberana cuando eran jóvenes, yo sé que ustedes sienten que este es un dulce argumento que pueden interponer con Dios: “Ahora, Señor, no me desampares”. Entonces, jóvenes, si quieren guardar un precioso tesoro de consolación cuando ‘se oscurezcan los que miran por las ventanas’ (Ec. 12: 3), si quieren tener fuerza para el tiempo de debilidad, si quieren tener consuelo para el día cuando ‘los endechadores anden alrededor por las calles’ (Ec. 12: 5), si, por encima de todo, quisieran tener apoyo cuando vayan a su hogar eterno, entréguense ahora a Jesús. Oh, que esta sea la noche precisa en que puedan encorvar sus hombros al fácil yugo del manso y humilde Salvador, y así encontrarán descanso para sus almas.

 

II.   Ahora voy a darle otro significado al texto; que el Espíritu Santo lo bendiga. En segundo lugar, BUENO LES ES A LOS JÓVENES CRISTIANOS LLEVAR EL YUGO DE JESÚS. ¿Qué queremos decir con esto?

 

Un buen número de ustedes han sido convertidos recientemente, y a ustedes me dirijo muy sinceramente. Será por su bien mientras vivan que rindan una completa obediencia desde el mero principio a Jesús. Me parece que algunos cristianos emprenden su camino a Canaán de una manera completamente desordenada; no comienzan su peregrinación según la práctica apropiada que siguen los peregrinos. Cuando es convertido, todo joven cristiano debería tomar tiempo para considerar y se debería decir: “¿Qué debo hacer? ¿Cuál es el deber de un cristiano?” También debería decirle devotamente al Señor Jesús: “Señor, muéstrame qué quieres que haga”, y esperar la guía del Espíritu Santo.

 

Dos jóvenes fueron convertidos a Dios no hace mucho tiempo; uno de ellos asistía aquí, y el otro iba a otro lugar de adoración. Hablaron entre sí acerca de cuál era la forma correcta de confesar a Jesucristo: ellos no lo sabían muy bien pero tenían la intención de descubrirlo. Pidieron prestadas las llaves de una capilla independiente vecina, y entraron y pasaron algunas horas día tras día leyendo juntos el Nuevo Testamento y buscando en cada pasaje que se refiere al bautismo. El resultado fue que ambos vinieron y fueron bautizados en este lugar. Yo desearía que todos los cristianos, al comenzar, miraran a esa ordenanza, y a cada punto en disputa, y vieran cuál es la mente de Dios al respecto. Escudriñen las Escrituras y vean por ustedes mismos. No digan: “Yo he estado siempre con los episcopalianos, y por tanto, yo debería hacer como hacen en esa iglesia”. O, “yo he estado siempre con los bautistas”, o “con los wesleyanos”. Mis queridos amigos, esas personas no pueden hacer reglas para nosotros. He aquí nuestra guía: esta Biblia. Si yo quiero ir por tren, uso la Guía de Trenes Bradshaw y no confío en rumores; y si quiero ir al cielo tengo que seguir a la Biblia. Hay otro libro al que la gente les pedirá que presten atención. Bien, no diremos nada en contra de ese libro, sólo que no es el libro. El libro es este volumen, la bendita Biblia. Deberían comenzar sintiendo esto, “Mi Señor me ha salvado; yo soy Su siervo, y tengo la intención de poner de inmediato sobre mí Su yugo. En la medida que pueda, siempre haré lo que Él quiere que haga. Hay algunos pecados en los que muy probablemente caeré. Sin importar cuánto vigile, algunas veces tendré un desliz, pero aquí hay algunas cosas acerca de las cuales puedo estar bien, y voy a poner cuidado para estar bien respecto a ellas”. Ahora, jóvenes, si ustedes comienzan a estudiar concienzudamente la palabra, y a desear poner sus pies donde Cristo puso Sus pies en todo, estoy seguro de que eso será bueno para ustedes. Crecerán hasta llegar a ser cristianos saludables, y hombres de una estatura nada ordinaria. Pero si no comienzan escudriñando la palabra sino que su religión es de segunda mano ya que proviene de otras personas, y hacen lo que ven que hacen otras personas, sin escudriñar, vamos, carecerán de la noble independencia mental y de valentía espiritual, y, al mismo tiempo, de esa completa sumisión a Cristo que constituyen los principales elementos de un cristiano de noble mente.

 

A continuación, bueno le es al hombre llevar el yugo desde su juventud, es decir, con el fin de alcanzar una clara instrucción en la verdad divina. Debemos acudir al Señor Jesucristo para aprender de Él, no meramente acerca de ordenanzas y acciones, sino acerca de qué pensar y qué creer. Oh, cómo deseo que cada uno de nosotros hubiera podido comenzar, con respecto a nuestros sentimientos doctrinales, presentando nuestras mentes a Cristo como una hoja de papel en blanco para que Su Santo Espíritu escribiera allí la verdad. Ay, comenzamos con muchas líneas escritas sobre nosotros por la pluma del prejuicio. Querido amigo, si has sido convertido a Dios, debes sentarte ahora a los pies de Jesús para aprender todo de Él y no para llevarle tus puntos de vista. Estas son expresiones comunes: “mis conceptos”, y “mis opiniones”, y “yo soy de tal persuasión”. Amados, sean persuadidos por Cristo, pues esa es la única persuasión que vale la pena seguir. Tomen sus conceptos de Él; no vale la pena tener ningún otro concepto de las cosas celestiales y eternas. “Oh” –dice alguien- “pero entonces pudiera ser que no sean tus conceptos”. Precisamente así es, y yo no te pido que tomes mis conceptos; por otro lado, yo te exhorto delante de Dios que nunca creas nada porque yo lo diga, sino que únicamente escuches atentamente a mi Maestro, y que sólo entregues tu fe al Libro infalible. Les instamos a esto porque, aun si creyeran en la verdad porque nosotros la decimos, no habrían creído en ella de la manera correcta. La verdad debe ser aceptada porque es verdadera y porque la autoridad de Jesucristo les comprueba que es verdadera, no porque dé la casualidad que algún pobre mortal que se pare a predicar posea autoridad para decidir sobre tales cuestiones. Nosotros no tenemos ninguna autoridad para asegurar sobre nuestro propio ipse dixit, (él mismo lo dijo) que algo es verdad. Nosotros somos simplemente unas trompetas en los labios de Cristo cuando hablamos con poder; y algunas veces, ay, tocamos nuestras propias trompetas en vez de dejar que Jesucristo toque a través de nosotros, y entonces somos peores que inútiles. Los exhorto a que lleven el yugo en su juventud estudiando duro para conocer cuál es el camino, y la verdad y la vida, de labios del propio Jesucristo, siendo enseñados por el Espíritu de Dios. Bueno es que hagan eso.

 

 

Bueno les es a los jóvenes convertidos llevar el yugo comenzando pronto a servir a Jesús. Me gusta ver que la madre, cuando trae a su pequeñito a la casa de Dios, ponga un centavo en su mano y le enseñe pronto a contribuir a la causa de Cristo; y cuando las personas son convertidas no hay nada como tener muy pronto algo que hacer. No se trata de que deban intentar hacer las grandes cosas que pertenecen a los más avanzados e instruidos, pues respecto a algunos de ellos debemos aplicar la regla, “No un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo”. Pero cada creyente tiene algo que hacer en la viña de Cristo. Hay trabajo para los niños, hay trabajo para los jóvenes, hay trabajo para las mujeres, y es bueno comenzar pronto. El Señor Jesucristo, a quien complació tanto la blanca de la viuda, está muy complacido con el amor que siente un niño por Él. Nosotros, los mayores, somos muy propensos a pensar: “¿qué puede hacer una niñita por Jesús?” Oh, pero si esa niñita no hace nada por Jesús ahora que es salva, es muy probable que crezca y se convierta en una cristiana indolente, y no sirva al Señor como debería hacerlo en los años subsecuentes.

 

¿Saben? Me gusta ver los arbolitos que ponen en los jardines, esas pequeñas pirámides y otros árboles enanos; me gusta ver que aun desde el principio producen un pequeño fruto. Algunas veces creo que las peras, cuando sólo hay una o dos de ellas en el árbol, tienen un sabor mucho más exquisito que las que están en un árbol grande, que con demasiada frecuencia han perdido en calidad lo que han ganado en cantidad. Lo que es hecho para Jesucristo por jóvenes cristianos, por cristianos débiles, por cristianos tímidos, tiene con frecuencia un sabor muy delicado y precioso para el paladar de Jesús. Es bueno comenzar a servirle en nuestra juventud.

 

“Ah” –dice alguien- “yo voy a comenzar cuando pueda predicar”. ¿Lo harás? Mejor sería que comenzaras escribiéndole una carta a ese joven amigo con quien fuiste a la escuela. Sería mejor que comenzaras entregando un opúsculo en algún área, o que trataras de hablar con alguna persona joven de tu propia edad. El orgullo te impulsará a desear ser grande, pero el amor por Jesús te enseñará que las cosas pequeñas son aceptables para Él. Bueno les es a los jóvenes varones –bueno les es a las jóvenes damas- llevar el yugo del servicio tan pronto son convertidos a Dios.

 

Es bueno también que cuando comenzamos a servir a Dios llevemos el yugo en otro sentido, es decir, encontrando dificultades. Si estuviera en mi poder hacer que el camino de servir a Cristo fuera muy fácil para cada joven cristiano aquí presente, yo no lo haría. Si fuera posible hacer grata toda obra en la escuela dominical, yo no lo haría. Si fuera posible hacer que ponerse a predicar al aire libre fuera algo muy grato, no lo haría. Bueno les es a ustedes llevar el yugo. Bueno es que su servicio implique abnegación y que pruebe su paciencia. Bueno es para ustedes que las niñas no sean muy disciplinadas, y que los niños no sean muy dóciles cuando los reciben en la clase. Bueno es para ustedes que la multitud no se quede quieta ni que los escuche mansamente. Bueno es que los infieles les hagan preguntas feas mientras predican en la calle. Bueno es, lo sé, que el joven ministro se encuentre con miembros de la iglesia que sean curiosos, e incluso que se encuentre con un adversario que tenga la intención de destituirlo. Bueno le es a un verdadero obrero que el diablo se esfuerce por acabar con él, pues si Dios lo ha levantado, no puede ser reprimido, pero el intento de vencerlo le hará bien, desarrollará su músculo espiritual y sacará a relucir los poderes de su mente. Una senda muy fácil no sería benéfica para nosotros. Consideren a David después de que Samuel derramó el óleo sobre su cabeza y le ungió para que fuera el futuro rey de Judá; habría sido algo muy malo para él que hubiera esperado en una apacibilidad ignominiosa y que hubiera dormitado durante el intervalo. Pero tomen a David y envíenlo al desierto para cuidar ovejas; llévenlo a la corte de Saúl y que Saúl le arroje una jabalina; envíenlo a pelear con Goliat; destiérrenlo después a los senderos de las cabras salvajes, y oblíguenlo a vivir en las guaridas y en las cuevas y háganlo luchar por su vida, y mediante este proceso educarán a un héroe apto para gobernar a Israel. Él ya no viene al trono como un joven rubio sino como un hombre de guerra desde su juventud, y, por lo tanto, está listo para herir a los filisteos o a los hijos de Amón como el adalid del Señor de los Ejércitos. Bueno es, entonces, llevar el yugo en el sentido de asumir el servicio por Jesús y encontrar dificultades en él.

 

Y es bueno aun en otro sentido. Es bueno que enfrenten persecución en su juventud. Si fuese posible tomar a cada joven cristiano y ponerlo en el seno de una familia piadosa y no dejarlo entrar en el mundo del todo, sino conservarlo siempre en el regazo materno, si fuese posible tomar a cada obrero y garantizar que sólo va a trabajar en una fábrica donde cantan salmos de la mañana a la noche, donde nadie maldice nunca, donde nadie expresa jamás una palabra de burla en su contra, vamos, yo digo que si fuera posible hacer eso, no sé si sería sabio hacerlo. Mantener a la gente fuera de la tentación es algo sumamente adecuado, y ninguno de nosotros tiene ningún derecho de poner una tentación en el camino de otro; pero es bueno que seamos tentados algunas veces, pues de otra manera no conoceríamos la condición real de nuestros corazones, y pudiéramos estar pudriéndonos con un orgullo interior mientras florecemos con una moralidad externa. La tentación nos hace saber cuán débiles somos, y hace que nos pongamos de rodillas. Prueba nuestra fe y prueba nuestro amor, y nos hace ver si nuestras gracias son genuinas o no. Cuando la religión se pone sus zapatillas de plata y sale caminando con sus aretes de oro, a todo el mundo le encanta salir con ella, pero el cristiano honesto y sincero seguirá la verdad de Jesucristo cuando va descalza a través del cieno y del fangal, y cuando sus vestidos han sido manchados por manos impías. En esto está la prueba de lo verdadero y el desenmascaramiento de lo engañoso. No sería bueno que estemos exentos de la persecución, y de la calumnia y de la prueba; bueno le es al hombre llevar este yugo en su juventud. Un cristiano es una planta resistente. Hace muchos años trajeron a Inglaterra un alerce. El caballero que lo trajo lo puso en su invernadero pero no se desarrolló de una manera saludable. Era una cosa larguirucha, y entonces el jardinero, pensando que no podía hacer nada al respecto, lo arrancó y lo arrojó afuera en un muladar. Allí creció y se convirtió en un espléndido árbol pues había encontrado la temperatura apropiada para su naturaleza. El árbol estaba destinado a crecer cerca de la nieve; ama los vientos fríos y la intemperie pero habían estado haciendo que sudara hasta la muerte en un invernadero. Lo mismo sucede con el verdadero cristianismo. Raramente florece tan bien en medio de la comodidad y el lujo a como lo hace en la gran tribulación. Los cristianos son con frecuencia mucho más fuertes y mejores cuando son  arrojados donde no tienen ningún compañero cristiano ni estímulos benévolos. Así como la libertad usualmente favorece a los rudos montañeses cuyos escarpados montes los han hecho valientes y resistentes, así visita la gracia abundante, como regla, a quienes experimentan la gran lucha de la aflicción y a través de mucha tribulación heredan el reino.

 

Además, yo creo que bueno les es a los jóvenes cristianos experimentar muchos problemas en el alma. Mis tempranos días de reflexión fueron días de amargura. Antes de que encontrara a un Salvador fui arado con el arado del subsuelo de terribles convicciones. Mes tras mes busqué pero no encontré ninguna esperanza. Conocí la plaga de mi corazón, el desesperado mal de mi naturaleza y en este momento tengo motivos para agradecer a Dios por esa larga estación invernal. Estoy seguro de que fue buena para mi alma. Como regla general hay un período de oscuridad en algún punto u otro de la vida cristiana: si lo tienes al principio es probable que no lo experimentes de nuevo; pero si no lo tienes al principio es muy probable que atravieses la nube en algún otro momento. Es bueno que se acabe. “Bueno le es al hombre llevar el yugo desde su juventud”. Algunos amigos parecieran haber encontrado un obvio camino para ir al cielo. Si el suyo es el camino correcto estoy seguro de que me deleita mucho, pero más bien tengo mis dudas, pues me encuentro con quienes han probado el tren elevado, y están grandemente desanimados porque el tren no corre tan tersamente como se esperaba. Han estado viviendo una quincena completa –bien, no enteramente sin pecado- pero muy cerca de ello. Han triunfado y vencido completamente, y se han elevado en un globo durante una quincena. Por supuesto que bajaron otra vez, y algunos descienden con una terrible caída. Los mejores de ellos vienen y dicen: “Querido pastor, temo que no soy un hijo de Dios. Me siento muy desventurado, y sin embargo, me sentía muy feliz y muy santo”. Yo les he dicho: “Sí, te viste subiendo y por tanto tuviste que bajar. Si te hubieras quedado abajo no hubieras tenido que descender”. Me aterra, respecto a algunos jóvenes, cuando ascienden en un globo hasta las estrellas; yo desearía que continuaran sintiendo humildemente que no son nada y que no son nadie, y que Cristo lo es todo. En general es mucho mejor que un hombre sea tímido y que tiemble a que se vuelva pronto muy confiado en la vida. “Bienaventurado el hombre que siempre teme a Dios” es un texto escriturario –no el miedo esclavo, ni tampoco un miedo que duda de Dios, pero aun así un miedo. Hay un mundo de diferencia entre dudar de Dios y dudar de uno mismo; puedes tener todo lo que quieras de lo último y aun puedes llegar a desesperar de ti mismo, pero no hay ninguna razón por la que debas dudar del Señor. “Bueno le es al hombre llevar el yugo desde su juventud”: ser conducido a sentir el peso del pecado, la mano castigadora de Dios, y quedarse dando voces en la oscuridad, diciendo: “¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios! Yo iría hasta su silla”. Estas pruebas severas prestan un servicio esencial para el creyente recién nacido, y le preparan tanto para los disfrutes como para las aflicciones de su carrera espiritual.

 

III.   Voy a concluir con este último encabezado. Hermanos y hermanas, prácticamente TODOS NOSOTROS SOMOS JÓVENES. Veo algunas cabezas con cabellos grises y veo a algunos calvos por aquí, y sin embargo, pertenecen a personas menores de edad. Mi querido hermano, aunque tengas setenta años o más, con todo, no has alcanzado la mayoría de edad en el reino celestial, pues si fueras mayor de edad ya tendrías tus posesiones. Ninguno de nosotros alcanzará la mayoría de edad mientras no entremos en el cielo. Todavía estamos bajo tutores y ayos porque aun ahora somos como niñitos. No hemos llegado a ese período en el que seremos aptos para disfrutar de todas las dichas del cielo, pues si lo fuéramos, seríamos trasladados a la casa de nuestro Padre para gozar de inmediato de nuestra herencia. Todavía estamos en nuestra juventud. Bien, bueno nos es llevar el yugo en el presente, y continuar llevándolo todavía. Bueno es, mi querido hermano, que nosotros que hemos recorrido alguna distancia en el camino al cielo tengamos todavía alguna carga que llevar porque nos capacita para honrar a Cristo todavía. Si no sufrimos con Él, ¿cómo podemos tener compañerismo con Él? Si no tenemos que llevar ninguna cruz, ¿cómo podemos tener comunión con nuestro Señor, el principal portador de la cruz? Alegrémonos de no ser liberados de la tribulación, de que no seamos protegidos de la aflicción, sino que se nos permita glorificar a Dios mediante la paciencia, mediante la resignación y mediante una fe inconmovible. No le pidas al Señor que no tengas ningún problema, sino recuerda más bien que sólo tienes un poco de tiempo en el cual puedes ser paciente, sólo un poco de tiempo en el que puedes llevar una cruz, y por tanto, te incumbe usar bien cada momento. Unos cuantos soles giratorios más y estarás donde no habrá que llevar ninguna cruz, donde no habrá que enfrentar ninguna aflicción, y, por tanto, donde no habrá ningún espacio para la paciencia y ninguna oportunidad de resignarse a la voluntad divina. Conténtate con llevar el yugo ahora, pues sólo se trata de un poco de tiempo y después ya no tendrás más ese honor.

 

Bueno también nos es a todos nosotros llevar el yugo, porque así mantenemos al viejo Adán bajo control. Ese viejo Adán es algo maravillosamente vivaz. Se ha reportado que ha muerto una gran cantidad de veces, pero yo sé con certeza que todavía está lleno de vitalidad. Cuando tenemos problemas, el viejo y altanero Adán a menudo pareciera estar callado y no tiene mucho éxito para impedir que oremos y, por consiguiente, en tiempos de problemas, a menudo disfrutamos de nuestros momentos de devoción más dulces. Por la bondad del Señor escapamos de la tribulación, pero, ay, el viejo Adán levanta pronto su altiva cabeza de nuevo. Dice: “Ah, tú eres un favorito del cielo y tu monte permanece firme. Tu aflicción ha sido santificada para ti y has crecido en gracia muy sorprendentemente. El hecho es que tú eres un individuo muy excelente”. Sí, esa es la manera del viejo Adán, y siempre que ve una oportunidad regresa a su antiguo juego adulatorio. Siempre que seas tentado a ser vano debes decirte: “Yo te conozco, viejo Adán. Yo te conozco, y no voy a ceder a tus astutas estratagemas”. ¿Qué sucede cuando nos volvemos presumidos? Vamos, el yugo regresa pesadamente a nuestros hombros otra vez. Caemos en otro problema, y entonces el viejo Adán está sobre los estribos de nuevo, y comienza a refunfuñar y a rebelarse. La carne comienza a desesperar orgullosamente mientras que un poco de tiempo antes se jactaba. En las manos del Espíritu las pruebas son de una gran ayuda para vencer a las corrupciones. Es un asunto muy difícil que un hombre sea rico y que prospere en este mundo, que esté tranquilo y goce de un largo periodo de salud y que todo le salga a pedir de boca, y sin embargo, que sea un cristiano. Cuando el camino está muy allanado muchos caen, pero cuando el camino es áspero hay un buen apoyo para los pies, y es menos que probable que tropecemos. Cuando las tribulaciones llegan nos azotan para que regresemos a casa, a nuestro Padre celestial. Las ovejas no se descarrían tanto cuando el perro negro va tras ellas; sus ladridos las hacen correr hacia el pastor. La aflicción es el perro negro del Buen Pastor que nos lleva de regreso a Él, pues de otra manera nos extraviaríamos para nuestra ruina. Nosotros no somos mejores que David y podemos confesar honestamente como él lo hizo: “Antes que fuera yo humillado, descarriado andaba; mas ahora guardo tu palabra”. Por lo tanto bueno nos es a nosotros, los que somos jóvenes espiritualmente aunque seamos viejos según la carne, llevar el yugo mientras nos encontramos todavía en nuestra juventud.

 

Además, queridos amigos, haber conocido la aflicción nos hace muy útiles para otros. No veo cómo podemos identificarnos con otros si nosotros mismos no somos probados nunca. Yo conozco a un amado hermano que tiene tal vez cincuenta años de edad, que no se había enfermado ni un solo día, y él me dijo que casi no sabía lo que era el dolor físico excepto cuando una persona pesada le pisó los dedos de los pies. Bien, él ahora es un buen hermano, pero cuando trata de identificarse con alguien es como si fuera un elefante recogiendo un alfiler, o Hércules con una rueca; lo hace en efecto, pero es una cosa ante la cual hay que asombrarse. Si le dices que estás abatido, él te mira y trata de decirte cosas muy amables, pero no entiende tu abatimiento. Ahora, sería una gran lástima que un ministro cristiano careciera del poder de identificarse con los demás, ¿no es cierto? Oh, den gracias a Dios por los problemas, porque enternecen el corazón y enseñan a los labios el arte de la consolación. En ausencia de problemas, tú podrías ser un Boanerges, pero no puedes ser nunca un Bernabé; podrías ser un hijo del trueno, pero no serás nunca un hijo de la consolación. Como deseamos servir a otros, demos gracias a Dios porque Él nos capacita para hacerlo haciendo que llevemos el yugo en nuestra juventud.

 

Además, ¿acaso no es bueno llevar el yugo mientras estamos aquí ya que hará mucho más dulce el cielo? ¡Oh, cuán dulce será el cielo para esa mujer postrada en su lecho, que ha yacido estos veinte años en su desvencijada cama, y que casi no ha tenido ni una sola noche de descanso ininterrumpido! ¡Qué descanso será el cielo para ella! Yo conozco a un buen varón que vive a menos de dos millas de este lugar, que ha estado postrado sin poder moverse durante dieciocho años. No conozco a un hombre más feliz que él. Es una delicia verle; pero, aun así, qué cambio será para él pasar de ese lecho del que no puede levantarse a estar sobre el mar de cristal y ondear para siempre la rama de palma, y extraer música del arpa celestial. ¡Qué transformación será! ¡Cuán grande será el cambio para una pobre mujer cristiana que está muriendo en un asilo para indigentes cuando sea transportada por ángeles al seno de Abraham! ¡Qué cambio será para el mártir que está quemándose lentamente hasta morir en la hoguera, pero que luego se levantará para contemplar la gloria de su Señor! ¡Qué cambio será para ti, mi viejo y querido amigo, con todos esos dolores y achaques que hay en ti que te hacen sentir incómodo aun cuando estás sentado aquí! Ah, amigo de canosa barba, pronto serás joven. No habrá arrugas en tu frente. No vas a requerir esos anteojos; no vas a necesitar ese bastón sobre el cual te apoyas; tú serás tan fuerte como el más joven aquí presente. Cuando estés ante el trono de Dios difícilmente reconocerás ser la misma anciana mujer que solías ser, o el mismo hombre enfermizo que fuiste hace poco tiempo. Serás desvestido de la casa de arcilla, y tu joven alma saltará a lo alto desde el viejo cuerpo y estará presente con el Señor; y entonces el sepulcro será un crisol en el que la escoria de la carne será consumida; y después de algún tiempo tu cuerpo se levantará, y ya no estará ni viejo, ni demacrado, ni gastado, sino que estará lleno de belleza como el cuerpo glorioso de tu Maestro. Esto debe darte gozo en todo momento; debe ser bueno que lleves el yugo, viendo que por ese medio el cielo será hecho más plenamente cielo para ti una vez que alcances su descanso eterno.

 

“El camino puede ser áspero, pero no puede ser largo;

Así que allanémoslo con esperanza, y animémoslo con cantos”.

 

Porción de la Escritura leída antes del sermón: Lamentaciones 5.

 

 

 

Nota del traductor:

1) Alerce: árbol pináceo de tronco recto y liso, ramas abiertas y hojas blandas de color verde claro.

 

        

Traductor: Allan Román

23/Enero/2013

www.spurgeon.com.mx