El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano

Guárdense de la Incredulidad

NO. 1238

 

Un lema para la campaña de los señores Moody y Sankey en el sur de Londres.

 

UN SERMÓN PREDICADO LA MAÑANA DEL DOMINGO 6 DE JUNIO DE 1875

POR C. H. SPURGEON

EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES.

 

“Y un príncipe sobre cuyo brazo el rey se apoyaba, respondió al varón de Dios, y dijo: Si Jehová hiciese ahora ventanas en el cielo, ¿sería esto así? Y él dijo: He aquí tú lo verás con tus ojos, mas no comerás de ello”. 2 Reyes 7: 2.

 

La gente de Samaria había retirado su lealtad a Jehová y adoraba a otros dioses, y, debido a eso, el Señor los visitó con terribles juicios sujetándose a Su solemne amenaza. El sitio impuesto por los ejércitos sirios era tan cerrado que el alimento escaseó por completo, y en su hambre la gente devoraba carne humana y los más abominables desperdicios. No podían abrir las puertas de la ciudad pues sabían que una vez que el adversario entrara, saquearía y depredaría la ciudad y pasaría a todos los habitantes a cuchillo, y por eso permanecían encerrados dentro de los muros de la ciudad sin otra alternativa que sucumbir. En su horrenda crisis, el Señor tuvo misericordia de ellos y recordó que eran los hijos de Israel y la simiente de Abraham, Su amigo y, por tanto, no los destruiría por completo, sino que les daría una oportunidad para que se arrepintieran. El Señor se compadeció de los miles de hambrientos y les prometió el alivio de la terrible hambruna que los había consumido. ¡Cuán abundante en misericordia es el Señor nuestro Dios! El pecado tiene que ser multiplicado en grado sumo antes de que Su paciencia se agote. Él está renuente a ejecutar la sentencia de Su ira. El juicio es Su extraña obra. Él está siempre dispuesto a prodigar misericordia y espera para ser clemente, sí, Él se anticipa siempre en Su gracia para con nosotros y es muy lento en aplicar el castigo; se detiene en el camino y delibera, y antes de asestar algún golpe, a menudo razona Consigo mismo y exclama: “¿Cómo podré abandonarte, oh Efraín? ¿Te entregaré yo, Israel? ¿Cómo podré yo hacerte como Adma, o ponerte como a Zeboim?” Ciertamente Él es un Dios clemente y misericordioso, tardo para la ira y grande en misericordia.

 

Tal vez una razón por la que en la horrenda crisis de Samaria el Señor se agradara en visitarla de manera tan clemente fuera la presencia de Eliseo allí. Al menos había un hombre en la ciudad que tenía poder con Dios en la oración, y tal vez estuviera acompañado de un grupo de los hijos de los profetas, de manera que había un puñado de hombres santos en aquella ciudad apóstata -“encontrados fieles en medio de los infieles”- los cuales actuaban como un puñado de sal que preservó a la ciudad. En los Proverbios Salomón nos dice que un sabio libra a la ciudad con su sabiduría, y este fue un caso en el que un hombre piadoso lo hizo. El Señor le tuvo consideración a Su siervo y Samaria fue salvada por causa del varón de Dios. Con razón Eliseo fue llamado: ‘carro de Israel y su gente de a caballo’, pues constituía una mejor defensa que diez mil hombres de caballería. Nosotros no podemos medir la benéfica influencia de unos hombres piadosos. Son benefactores universales. Oímos que los hombres hablan de las dulces influencias de las Pléyades y de otras estrellas que sonríen desde lo alto a esta tierra, pero olvidamos sobremanera la influencia de las estrellas de abajo sobre los altos cielos. El poder se desplaza tanto hacia arriba como hacia abajo, así como los ángeles ascendían y descendían por la escalera que vio Jacob. Las oraciones de un hombre pío mueven el brazo que mueve el mundo.

 

El Señor satisfizo la necesidad de Samaria mediante una promesa sumamente misericordiosa, tanto más llena de gracia cuanto llevaba en su frente la seguridad de un rápido cumplimiento. El profeta fue comisionado a declarar: “Mañana a estas horas valdrá el seah de flor de harina un siclo”. Sólo tenían que esperar veinticuatro horas; el sol sólo tenía que ocultarse y salir una vez más, y entonces no habría más hambre acuciante ni cruel escasez de viandas a lo largo de Samaria. La fecha escogida para el aprovisionamiento fue sumamente oportuna; quien da rápido da dos veces, y así la promesa inmediata fue doblemente preciosa. La abundancia de la promesa la hacía más benéfica todavía, pues el trigo y la cebada serían tan baratos que se venderían a una cantidad mucho menor que la que había sido pagada por el estiércol de palomas, cualquiera que hubiera sido, y menos que el precio de una carne tan malsana como la que podría haberse extraído de la cabeza de un asno, que había sido vendida por ochenta piezas de plata.

 

El mejor alimento, incluso la flor de harina, iba a ser vendida abiertamente a un bajo precio a sus propias puertas. No necesitarían enviar a Egipto por grano o importarlo desde tierras lejanas, sino que había de ser traído a sus puertas y vendido a un precio asequible para todos. Fue una gran bondad de parte del Señor proveer a la multitud golpeada por la hambruna con una palabra de aliento tan regia. Pero observen la respuesta que recibe el profeta: no como uno habría pensado, es decir, con palabras de acción de gracias y lágrimas de gratitud, sino con todo lo opuesto. No se postraron ni exclamaron de rodillas: “¡Oh Dios, cuán bueno eres!” No pronunciaron ni una sola palabra de alabanza, como ciertamente debieron hacerlo; la única respuesta fue una despectiva, altanera, despreciativa e incrédula expresión: “Si Jehová hiciese ventanas en el cielo, ¿pudiera suceder esto?” ¡Oh cuán ruin ingratitud! ¡Qué agradecimiento tan poco generoso para una misericordia tan grande!

 

Observen bien la respuesta que da el Señor al escarnio del incrédulo. No hay nada que Él tolere menos que la incredulidad, y la incredulidad frente a una misericordia inusual se vuelve doblemente irritante. El profeta respondió de inmediato en el nombre del Señor: “He aquí tú lo verás con tus ojos, mas no comerás de ello”. El Señor tiene una pronta respuesta para la incredulidad que se atreve a desafiarlo; si los hombres llaman a Dios mentiroso, tendrán bien pronto suficientes pruebas en sus propias personas de que Sus amenazas no mienten.

 

Esta mañana vamos a procurar extraer del texto la lección que pretende enseñarnos. Que Dios nos bendiga al hacerlo, ayudándonos por medio de Su Santo Espíritu.

 

Primero, observemos la conducta de la incredulidad; en segundo lugar, la divina respuesta a esa conducta; y, en tercer lugar, su castigo merecido.

 

I.   Primero, advirtamos arrepentidamente, pues nosotros mismos hemos sido culpables de este pecado: LA CONDUCTA DE LA INCREDULIDAD. Ustedes observarán que la incredulidad se atreve a cuestionar la veracidad de la propia promesa. El profeta había dicho: “Mañana a estas horas valdrá el seah de flor de harina un siclo, y dos seahs de cebada un siclo”; y directamente en desafío a este “Así dijo Jehová”, viene la negación despreciativa del príncipe sobre cuyo brazo se apoyaba el rey. La incredulidad no duda en decir que lo que Dios declara no se cumplirá, si bien vela frecuentemente su lenguaje y usualmente imagina algún tipo de argumento sobre el cual basa su repudio. El sofisma viene en ayuda de la incredulidad y se empeña en apuntalar sus inclinadas paredes. Si se le hubiera preguntado al cínico príncipe por qué habló tan desconfiadamente habría replicado: “Vamos, se trata de una promesa demasiado grande para ser cumplida. No es una promesa característica y es irrazonable. ¿Cómo podría haber suficiente harina en esta ciudad en veinticuatro horas para que pudiera ser vendida a un siclo por seah? Vamos, no podría obtenerse una medida de flor de harina ni por diez mil siclos; no podría obtenerse a ningún precio, y no queda ni un solo seah de cebada en toda la región en torno a Samaria, pues los sirios han saqueado cada casa y cada granero. ¿No ves que lo que dice este profeta es algo completamente imposible? Sus palabras son absurdas. Habríamos podido creerle si su predicción hubiese sido la décima parte de lo que dijo, pero se ha excedido y no se le debe prestar ninguna atención a sus divagaciones”.

 

¿Acaso la incredulidad de ustedes, hermanos míos, algunas veces no ha fabricado un argumento para desconfiar debido a la grandeza del bien prometido? Mientras el Señor los atraía al principio con cuerdas de amor, ¿no era la propia grandeza de Su misericordia una de las pruebas más severas para la fe de ustedes? Cuando se dieron cuenta de que desharía sus pecados como una nube, y como niebla sus iniquidades, ¿no preguntó el corazón de ustedes: “Cómo puede ser”? Recuerdo muy bien con cuánto poder y dulzura vinieron a mi alma una vez las palabras de Isaías que hicieron suprimir esa duda: “Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos”. Nosotros olvidamos esta gloriosa declaración y nos reducimos a medir la capacidad de bendecir de Dios según nuestra capacidad de creer y ya que el favor es portentoso pensamos que es improbable. ¿No es este un mal razonamiento? ¿Acaso puede algo ser grande para Dios? ¿Acaso puede alguna maravilla ser demasiado milagrosa para el Señor? El asunto es difícil en sí mismo, ¿pero es acaso difícil para la omnipotencia? Es una monumental bendición, pero ¿pudiera ser demasiado grande para que la mano infinitamente benigna la conceda? Ciertamente el Santo de Israel no es alguien como tú, entonces ¿por qué lo limitas como si Él no pudiera dar más de lo que tú puedes dar? Que el amor divino libre a nuestras almas de esta red de incredulidad, que tan fácilmente nos enmaraña. Los pensamientos rastreros acerca del poder divino deshonran grandemente a Dios y nos privan de mucho consuelo. ¿No es Él un gran Dios y no es de Él hacer grandezas para con Su pueblo? Sus recursos son infinitos y por eso es capaz de cumplir Sus promesas por grandes que pudieran ser. Él no prometió en ignorancia ni lo hizo apresuradamente ni Su palabra es algo de ayer, por tanto, no dejará de guardar Su promesa al pie de la letra.

 

Tal vez si le hubieran preguntado a este príncipe les habría dicho: “Oh, pero será algo tan nuevo. Yo he vivido en Samaria, y no he visto harina puesta a la venta a ningún precio durante meses. Los jefes de familia la han atesorado como si cada onza fuese una joya. Cada individuo se ha cuidado de resguardar lo que tenía para su propia familia, y ahora no queda nada en ninguna parte, ni siquiera en las tiendas particulares, y, con todo, ¡tú hablas de que se venderán el trigo y la cebada a las puertas de Samaria! ¡Benditos serían los ojos que vieran algo así por muchos días! Yo no espero verlo nunca y ni mil profetas me inducirían a albergar un sueño así. Pereceremos por el hambre o por la espada de los sirios, pues esta promesa no será cumplida”.

 

Hermanos míos, ¿acaso nuestra incredulidad no se ha alimentado algunas veces de la novedad de la bendición prometida? Parecíales algo nuevo a ustedes, pecadores, que el Señor pasara por alto en un instante sus pecados y los hiciera justos en la justicia de Cristo; sin embargo, eso nuevo ha sucedido. Cuando nos enteramos de alguna obra cristiana más exitosa de lo ordinario, muchos hermanos que no han sido favorecidos con una prosperidad igual no pueden creer que sea cierto. Si hubiesen visto a dos o tres personas convertidas y añadidas a la iglesia en un año, habrían dicho: “Dedo de Dios es éste”, pero si se enteran de cuarenta o de cien, o incluso de mil convertidos durante un milagroso avivamiento son muy escépticos. Ellos admiten que la conversión de miles de personas pudo haberse dado con motivo de un sermón en los tiempos del Antiguo Testamento, pero eso fue hace mucho tiempo; nosotros no podemos esperar ver tales cosas ahora. Así razonan en sus corazones e insinúan que se ha acortado el brazo del Señor. Oh hermanos, aunque Dios nos haya dado una promesa que no ha sido cumplida todavía, y aunque no hubiese ocurrido nada parecido nunca, esa no es una excusa para nuestra incredulidad respecto a la palabra divina. ¿No ha prometido Él: “He aquí que yo hago cosa nueva”? (Isaías 43: 19). ¿Acaso no le dijo a Su pueblo Israel: “Ahora, pues, te he hecho oír cosas nuevas y ocultas que tú no sabías”? ¿Acaso no es nuevo todo cuando el Señor lo revela por primera vez? Moisés pudo haber dudado de la promesa de Dios de golpear con plagas a Egipto, pues esas plagas eran novedosas. Pudo haber dudado del poder del Señor para conducir a Su pueblo a través del Mar Rojo, pues ¿cuándo había sido dividido un mar para que una nación lo atravesara a pies enjutos? Pudo haber dudado del poder de Dios de alimentar a las huestes en el desierto, pues ¿cuándo había llovido pan del cielo, y cuándo había brotado el agua de una roca? El Señor que obra grandes maravillas nos muestra misericordias que “nuevas son cada mañana”. Él no está atado a rígidos procedimientos; Sus bendiciones son tan variadas como Sus creaciones; le deleita sorprendernos con las frescas manifestaciones de Su amor; y así es claro que la novedad de la bendición no es ninguna excusa en absoluto para nuestra incredulidad.

 

Me atrevo a decir que el hidalgo burlador habría dicho: “Es la inminencia del suceso lo que hace que la promesa sea tan increíble. ¡Mañana! ¡Cómo! ¡Abundancia de alimento para mañana! No, eso sería demasiado. Si dijeras que en tres meses podemos ser aprovisionados podríamos creerlo, pero decir que mañana es ir demasiado lejos. ¿Cómo podría transportarse el trigo y la cebada en tal abundancia hasta Samaria en ese lapso, aunque fuera sobre veloces corceles y ligeros dromedarios? Aunque los sirios se fueran mañana, con todo, la región ya fue devorada por ellos y se tendría que importar el trigo desde alguna tierra distante. No es del todo probable que se pudiera hacer eso de pronto. No violentes demasiado nuestra fe; danos al menos uno o dos meses”.

 

Hermanos míos, hoy en día encuentro que este punto de la naturaleza repentina de las cosas deja estupefactas a las mentes incrédulas. “¡Cómo! ¡La iglesia no puede ser revivida tan repentinamente! ¿Cómo podría serlo? Tal vez las verdaderas doctrinas puedan ser propagadas en Inglaterra con lentitud, después que las generaciones se hayan sucedido, pero esperar que el Evangelio sea propagado por todo el país en unos cuantos meses es algo perfectamente absurdo”. Talvez algunos entre mis oyentes no se atrevan a esperar que el sur de Londres pueda ser despertado inmediatamente, como yo creo que lo será, y no se atrevan a esperar conversiones de inmediato, como yo me aventuro a esperarlas. Algunos le tienen miedo a todo lo súbito, y se sienten seguros de que si algún don de la gracia llegara de pronto resultaría ser como la calabacera de Jonás, que en el espacio de una noche nació, y en el espacio de otra noche pereció. Le ceden al mundo los trenes expresos y condenan a la gracia a viajar en el vagón de carga. ¿Por qué soñar con que el Señor es lento? ¿Por qué limitar la rapidez de Sus acciones? Si Dios creó el mundo en seis días, ¿no podría recrearlo en un lapso similar? En los días de Noé, Él destruyó a la raza humana en cuarenta días; ¿no podría realizar Su obra salvadora con igual prontitud? ¿No está escrito: “Cabalgó sobre un querubín, y voló; voló sobre las alas del viento”? Oh, incredulidad, ¿cómo te atreves a decir: “en un año”, cuando Dios dice: “mañana”? Si Él dice: “mañana”, será mañana a la hora en punto. “Mañana a estas horas”, dijo el profeta y así fue. No seamos como esas personas a quienes se refirió el profeta Hageo cuando dijo: “No ha llegado aún el tiempo, el tiempo de que la casa de Jehová sea reedificada”. Desechemos esta postergación de la expectativa, y creamos que Dios puede hacer prodigios hoy, aun hoy mismo.

 

Ah, pecador, tú no puedes creer que Dios te salve en un minuto pero Él puede hacerlo; antes de que el reloj marque un segundo más, Él puede hacer que pases de muerte a vida, y puede echar todas tus transgresiones tras Sus espaldas. En este preciso instante, si tú miraras a Jesucristo, la obra de gracia sería realizada. El publicano que confesó su pecado no tuvo que esperar mucho para obtener su justificación, pues la recibió antes de descender a su casa.

 

Este interlocutor criticón habría justificado también su incredulidad diciendo: “¿Dónde podrás encontrar los medios para cumplir esta promesa? Ha de venderse tanto de trigo y de cebada, dices tú, pero ¿de dónde provendrán? No hay comerciantes en granos aquí, y si los hubiera, sus inventarios se habrían agotado hace mucho tiempo. Estoy seguro de que no quedan por descubrirse grandes bodegas subterráneas pues he ordenado una búsqueda detallada en todos los lugares donde el alimento pudiera haber sido ocultado”. “No” –dijo él- “no habrá comida barata, pues no hay medios para obtenerla”. ¿Acaso nuestra incredulidad no ha seguido con frecuencia esa línea de conducta? Nosotros también queremos ver a menudo cómo cumple el Señor Su palabra. Comenzamos calculando, igual que los discípulos, que doscientos mendrugos de pan que valieran un centavo no bastarían para la multitud, y en cuanto a unos pocos panes y unos cuantos peces no podemos creer que sirvan de algo entre tantas personas. Por supuesto que si tenemos que hacer diseños de acuerdo a las leyes de la mecánica, debemos calcular nuestras fuerzas y exigir unos medios proporcionales a los resultados que han de producirse; pero ¿por qué aplicar al Dios omnipotente la delgada línea de la mecánica? Es más, hacemos cosas peores, pues difícilmente realizamos nuestros cálculos correctamente en referencia a la obra del Señor; si lo hiciéramos, deberíamos calcular, dada la omnipotencia, que ya no existen más las dificultades y que las imposibilidades han desaparecido. Si el Señor es verdaderamente todopoderoso, entonces ¿cómo nos atrevemos a cuestionar los medios y los arbitrios? Medios y arbitrios son un asunto Suyo y nosotros no tenemos nada que ver con esas cosas, y con respecto a Él no debe surgir ninguna pregunta de ese tipo.

 

No me sorprendería, tampoco, que la incredulidad del príncipe surgiera en parte de la visualización de la escena que se presentaría si la promesa se cumpliera efectivamente. Si se le hubiera dicho que habría una gran liberación de Jerusalén cuando estaba siendo sitiada me atrevería a decir que lo habría creído; pero ¿liberación de Samaria? ¿Sucedería algo así aquí? ¿Aquí en este lugar? ¡En estas calles que han oído durante tanto tiempo los gritos de llanto de las mujeres y los gemidos de los hombres famélicos! ¡Abundancia de trigo y de cebada en veinticuatro horas! No podía imaginar eso. Es fácil creer que Dios va a cumplir Su promesa en Australia, pero no siempre es tan fácil creer que lo hará aquí. Yo creo que el Señor será muy clemente para con mi amigo afligido que está por allá, pero, ¿creo siempre que será clemente conmigo? Tú has experimentado muchas tribulaciones, y has recibido ayuda en medio de ellas, y crees que Dios te ayudaría una segunda vez a través de esas mismas tribulaciones, si regresaran; pero hay algo tan peculiar respecto a esta tribulación particular que experimentas ahora, que no puedes percatarte de que serás sustentado en ella. Generalmente nosotros tenemos una gran cantidad de fe cuando no la necesitamos, pero cuando llegamos a necesitarla, una parte sustancial de la fe se evapora. El tiempo para creer en la promesa de Dios es cuando el hambre es acuciante en la ciudad; pero, ay del príncipe, pues no podía percatarse de la bendición; no podía suponer que fuera posible.

 

Pero ahora, juntando todos estos motivos para tener desconfianza, ¿hay alguna fuerza en alguno de ellos o en todos ellos para que constituyan una razón para dudar de Dios? Si Dios lo ha dicho, ciertamente lo hará. Entonces, ¿por qué dudar de Él?

 

Ahora, en segundo lugar, observen que la incredulidad se manifiesta a menudo limitando al Señor a un solo modo de acción. Este varón piensa que tal vez pudiera haber alimento en Samaria si Dios hiciese unas ventanas en el cielo o, según lo interpretan algunos, si abriera compuertas en el cielo a través de las cuales se viera derramarse la harina y la cebada. Esa sería la única manera que él podía ver en la que Dios podría alimentar al pueblo. Tal vez recordara el maná en el desierto, y cómo parecía que caía desde las nubes del cielo. Bien, Dios podría hacerlo de igual manera; él llega al punto de casi admitir que tal vez podría hacerlo de esa manera. Así es como opera la incredulidad. Decimos: “Sí, Dios puede liberarme en mi tiempo de tribulación, si toca el corazón de tal y tal amigo”. Limitamos a Dios a tocar el corazón de ese amigo, conforme a nuestra idea. El pecador piensa que podría ser salvado si alcanzara a oír al señor ‘Fulano de Tal’ o si pudiera sentir tal y tal impresión en su interior, pero, de acuerdo a su noción, el Señor está limitado a convertirlo a través de un ministro y a llevarlo a Jesús de una manera particular. Esa es la idea que tienen muchos seres humanos acerca del avivamiento: “Si pudiera lograr que el señor Elocuente viniera y sostuviera una serie de servicios en nuestro pueblo nos despertaría, pero no veo ninguna otra forma”. ¿Acaso no llamas a eso ‘incredulidad’? Dios así lo llama. Vamos, hermanos, si el Señor deseara alimentar a Samaria, podría haberlo hecho multiplicando el alimento que había allí, tal como multiplicó el aceite de la viuda; o pudiera haber establecido que la cantidad de alimento no disminuyera, tal como lo hizo con el puñado de harina y con un poco de aceite de la viuda de Sarepta. Dios tiene mil maneras de lograr Sus propósitos. Él hubiera podido convertir cada piedra de Samaria en un pan, y hacer que el polvo de sus calles se hiciera harina, si así lo hubiese querido. Si envió comida en el desierto sin necesidad de cosechas, y proporcionó agua en el desierto sin viento ni lluvia, puede hacer lo que quiera y puede realizar Su propia obra a Su propia manera. No debemos permitirnos pensar en limitar al Santo de Israel a un modo especial de acción. Cuando nos enteramos de que los hombres son conducidos a adoptar nuevas formas de hacer su trabajo, no debemos sentir: “Eso debe de estar mal”; más bien hemos de esperar que muy probablemente sea correcto, pues necesitamos escapar de esos hórridos hábitos inveterados, y de esos desventurados convencionalismos que sirven más bien de obstáculos que de ayudas. Algunos hermanos muy estereotipados juzgan que es un crimen que un evangelista cante el Evangelio; ¡y en cuanto a ese órgano americano, es terrible! Uno de estos días otro conjunto de almas conservadoras difícilmente tolerará un servicio sin tales cosas, pues el horror de una época es el ídolo de la siguiente. Cada uno en su debido orden y Dios los usa a todos ellos; y si hubiese alguna peculiaridad, alguna idiosincrasia, tanto mejor. Dios no fabrica a Sus siervos por veintenas tal como los hombres hacen correr el hierro en moldes. Él tiene una obra diferente para cada ser humano, y permite que cada hombre haga su propia obra a su manera, y que Dios le bendiga.

 

Además, adviertan que la incredulidad no cree, después de todo, que aun si Dios trabajara a la manera del incrédulo la cosa se habría realizado. ¿No notaron una pequeña nota de interrogación en el texto: “Si Jehová hiciese ahora ventanas en el cielo, sería esto así?” Ahora, miren a través de sus lentes, y verán al final de la palabra “así” un signo de interrogación. Quiso decir que si Dios hiciese ventanas en el cielo aun así Él no podría alimentar a las multitudes hambrientas en Samaria. Si se vieran presionados los hombres que dicen: si Dios hiciera tal y tal cosa podríamos ver una gran bendición, se descubriría que no creen que se haría ni siquiera entonces. La incredulidad es a tal punto una negadora presuntuosa de la veracidad de Dios que no le da crédito de ser capaz de guardar Su promesa de cualquier forma y manera, es más, ni siquiera mediante los más extraordinarios hechos. Que el Espíritu de Dios eche fuera de nuestros corazones una tal incredulidad. Podría estar allí precisamente ahora, y podríamos estar inconscientes de su presencia. Escudriñemos y miremos y echemos fuera a este pecado traidor, pues si hay algo que puede dañarnos y dañar a la iglesia y al mundo, es la incredulidad en la fidelidad de Dios.

 

II.   Ahora prosigamos al segundo encabezado: LA RESPUESTA DIVINA. De este lado está Eliseo, el siervo de Dios, quien ha hablado en nombre de Dios, y de aquel lado está el gran príncipe, quien no dudo que despreciara mucho al pobre profeta, al que responde con un sarcasmo considerado como ingenioso, me atrevo a decir; muchos festejaron su dicho y pensaron que había aniquilado en gran manera al recto varón. Pero noten la conducta del siervo del Señor. No discute en absoluto con el hidalgo. Nosotros hemos argumentado en demasía con los incrédulos. Siempre que sale un libro podrido algunos ministros se esmeran en leerlo de principio a fin para luego ir y contarle a su pueblo todo lo concerniente a él bajo la pretensión de responderlo, pero la gente olvida sus respuestas y sólo se acuerda del veneno que los ministros diseminan imprudentemente. No habría ni la décima parte de infidelidad que hay ahora si los ministros dejaran al libro en paz. Es como un estanque de inmundicia, que empeora cuando es batido; hay que dejarlo solo. No tiene la suficiente vitalidad para vivir por sí solo; es únicamente nuestra oposición la que lo hace vital. Así que Eliseo no tuvo ni un solo argumento para él y nosotros tampoco debemos preocuparnos por responder a los que niegan la verdad de Dios. Responderán por eso ante su Dios, no ante nosotros.

 

Y no hubo ninguna adopción de los medios del incrédulo. Dios no dijo por medio de Su siervo Eliseo: “Bien, para quedar bien contigo voy a hacer algo insólito, voy a hacer ventanas en el cielo, si tú consideras que es la mejor manera de aprovisionar a la ciudad”. Para nada. Cuando se presentan objeciones a los modos de utilidad que Dios evidentemente bendice, no nos corresponde alterarlos sólo porque la voz popular esté contra ellos o porque algunas personas muy sabias los hubieren condenado. Yo pienso que esa es una razón para continuar con ellos, y cuando el mundo sugiere que la obra santa debe ser realizada de esta manera o de aquella, lo mejor es dejar que quienes están a favor de los planes propuestos los intenten ellos mismos. Dios no diseña Su curso para agradar a la sabiduría de los hombres, y si el Señor tiene la intención de salvar almas en esta parte de Londres, lo hará a Su manera, y la incredulidad podrá decir lo que quiera pues Él no suprimirá ni una jota o tilde de Su propio propósito, sino que bendecirá al pueblo como bien le parezca.

 

La promesa fue cumplida a su debido tiempo. La incredulidad de aquel príncipe no alteró la mente de Dios. La promesa fue guardada; el trigo y la cebada se vendieron a los precios mencionados. La indignación y el sarcasmo de su señoría el príncipe no postergaron la caída de los precios ni siquiera por una hora. Príncipe o no, hidalgo o no, no estableció ninguna diferencia de ningún tipo; la harina y la cebada estaban allí. Y en esto radica nuestro gran gozo: que aunque ha habido mucha infidelidad en nuestro país, muchas pláticas banales acerca de las doctrinas del Evangelio, mucha insinuación de que todo eso está gastado y pasado de moda, Dios no retendrá la bendición a Su verdadero pueblo que realmente cree en Su palabra por causa de esos infieles a medias. Nuestro Dios responderá a la infidelidad de esta época, es más, le ha respondido a lo largo de los últimos dos o tres años. Nos han llegado noticias, traídas por quienes eran despreciados, que hay alimento para el pueblo. Algunos que no eran mensajeros ordenados, sino laicos fuera de la ciudad, han hecho un descubrimiento; nosotros no esperábamos que lo hicieran, pero han traído información respecto a que hay abundancia de alimento disponible para las hambrientas multitudes, y ahora el Evangelio es predicado a la muchedumbre, y se predica que Jesucristo es capaz de salvar y que Él está dispuesto a darles la salvación. ¿Qué sigue? Pues bien, ya lo hemos visto, lo hemos visto en el Tabernáculo durante muchos años, y lo veremos en general en toda Inglaterra, yo espero que pronto. El pueblo sale apresurado a encontrar este pan, y conforme salen a montones en escuadrones pisotean a la infidelidad bajo sus pies. Allí está este alardeado pensamiento moderno y esta cacareada cultura, que consideran a los predicadores del sencillo Evangelio y a quienes acuden a oírlo como un conjunto de necios. La infidelidad no quiere creer que el Evangelio de Jesús es el pan del alma; la aglomeración de la gente es la respuesta. ¡Vean cuán ávidamente devoran la palabra! ¡Vean cómo se regocijan en ella! ¡Escuchen sus cánticos como la voz de muchas aguas! La incredulidad es hollada como cieno en las calles.

 

Hermanos, si quieren responderle a la infidelidad, prediquen el Evangelio; díganle a la gente que Jesucristo es capaz de salvar a los pecadores. Enarbolen muy en alto la cruz ensangrentada, proclamen la libertad para los cautivos, y la apertura de las prisiones para los reos. Esto provocará una conmoción, esto agitará a las masas. No hay nada igual. El Evangelio de Cristo es como fuego arrojado sobre mieses en pie, pues genera una portentosa conflagración. Prediquen a Jesucristo crucificado. Los seres humanos tienen que acercarse a oírlo pues no son señores de sí mismos y no pueden permanecer alejados; y al oírlo, y al alimentarse de él, y al llegarles la dicha y la paz y la nueva vida, los hechos responderán a las teorías y la salvación será la mejor réplica para los dichos ingeniosos y para la sofistería de la incredulidad. No entren en argumentos, sino demuestren el Evangelio en la práctica. Alguien dirá que aquel bote salvavidas que está por allá no tiene el color adecuado. Veo a un grupo de hombres que participa en el rescate de aquel otro barco que se está hundiendo; sus marineros no pueden sostener el esfuerzo por mucho tiempo. Vamos, buenos amigos, no se queden inmóviles debatiendo acerca del bote salvavidas, abórdenlo, vayan al barco que naufraga, suban a sus hombres a bordo y tráiganlos a la costa. ¡Hurra! ¡Ya están aquí! ¿No es esa la mejor respuesta a cualquier objeción? ¡Helos ahí! Si nos dicen que el Evangelio que predicamos no es verdadero, señalamos a las muchas personas presentes que fueron rescatadas del vicio y liberadas de la desesperación, que fueron llevadas a la luz, a la vida y a la santidad, que constituyen pruebas fidedignas de que el Evangelio es divino. ¡Allí están! Hechos, hechos, hechos, esas son las respuestas de Dios. El noble hidalgo fue silenciado en la muerte por los hechos del caso.

 

III.   En tercer lugar, nuestro texto nos enseña EL CASTIGO ASIGNADO A LA INCREDULIDAD. Se le prescribe a la incredulidad que verá con sus ojos lo que no podrá disfrutar. Esto se cumple siempre, si bien se cumple de diferentes maneras. El incrédulo dice que no ha de creer lo que no pueda ver; la respuesta de Dios es que no gozará de lo que ve. Allí estaba la harina y allí estaba la cebada; el hidalgo pudo ver esas cosas, pero no pudo disfrutarlas. Los incrédulos no disfrutan realmente las cosas de esta vida. Un gran número de ellos descubren que la riqueza no les produce satisfacción; sus riquezas exteriores no pueden esconder su pobreza interior. A muchos seres humanos les es dado tener todo lo que su corazón pudiera desear y, sin embargo, no les es dado tener lo que su corazón verdaderamente desea. Tienen todo excepto el contentamiento. Si no quisieras aceptar en fe los dones espirituales que Dios promete, entonces te seducirán los dones temporales que el mundo promete; comerás pero no quedarás satisfecho, tendrás pero no te bastará; gastarás tu dinero en lo que no es pan, y tu trabajo en lo que no satisface. Si no quieres tener las cosas invisibles, las cosas visibles se convertirán en meras sombras para ti. Este es uno de los castigos de la incredulidad.

 

Otro castigo es este: en conexión con las cosas espirituales, siendo incrédulos, los hombres están a menudo convencidos mentalmente pero sus corazones siguen siendo inconversos. Ven lo suficiente de la obra de Dios como para saber que el Señor es Dios y que Cristo es un Salvador, que la fe obtiene el perdón y que el Espíritu Santo renueva el corazón. Saben todas esas cosas y con todo nunca las saborean. Son tan ortodoxos como sea posible serlo con respecto a su credo, pero su corazón está vacío. El agua viva fluye junto a sus labios, pero cuando se inclinan para beberla, se aparta igual que en la antigua fábula de Tántalo.

 

Frecuentemente ven la obra de Dios en otros pero no la experimentan nunca en ellos. Su esposa ha encontrado la paz, mas ellos no; su amado hijo ha sido convertido, mas ellos no; el hermano ha visto a su hermana regocijándose en el Señor, pero él desconoce un gozo de esa naturaleza; la hermana ha visto a su hermana aferrarse a Cristo pero ella misma nunca lo ha hecho. Esto hace que perderse de la bendición sea una circunstancia mucho más infeliz, pues es terrible estarse muriendo de hambre cuando todos los demás han recibido su alimento. Yo no habría querido estar en el lugar de aquel príncipe ni por todo el mundo. Vio a todo el pueblo satisfecho pero él mismo no fue capaz de participar de ello. Lo mismo sucede con algunos de ustedes.

 

¿Saben ustedes que esto conducirá a una eterna tortura? Pues, de acuerdo a la propia descripción de Cristo, los incrédulos en el infierno mirarán a lo alto y verán a Lázaro en el seno de Abraham, pero ellos mismos serán echados fuera. Éste ha de ser seguramente uno de los infiernos del infierno: ver el cielo pero que una gran sima se interponga entre ustedes y él.

 

Ustedes recibirán cosas buenas si le creen a su Dios, pero si rehúsan creer en Él, no las recibirán. El castigo es natural, justo y apropiado. Si ciertas personas creen que puede encontrarse oro en una mina pero otras no lo creyeren, ¿no es justo que si lo descubren, quienes creyeron que había oro y lo buscaron deban quedarse con él? ¿Debería venir también por su participación quien ridiculizó la idea? Nadie estaría de acuerdo con eso. Lo mínimo que puede esperarse de nosotros es que creamos en Dios, pues Él no puede mentir, y si rehusamos confiar en la palabra de Dios no podemos pensar que sea una dura medida que la bendición sea retenida. ‘Si vosotros no creyereis, de cierto no permaneceréis’.

 

Oh incrédulo, tu porción será saber que Dios dice la verdad, pero sin poder conocer nunca esa verdad en tu propia alma; saber que Él es clemente, saber que Él está dispuesto a perdonar, saber que alza a los pecadores a Su propio trono por medio de la sangre del Cordero, y, sin embargo, no ser perdonado nunca, no ser salvado nunca, no ser glorificado nunca. Me temo que hay algunos en esta casa de oración que van indefectible y directamente a una tal condenación. No me refiero a extraños que han venido aquí una vez, sino que me refiero a quienes han asistido aquí durante muchos años pero que nunca han creído. El próximo mes tú verás que la gracia de Dios estará obrando en el sur de Londres, pero no se acercará a ti; tú eres un incrédulo y lo has sido durante muchos años; no hay razón para esperar que seas cambiado alguna vez, pues las probabilidades apuntan a que seguirás siendo tal como eres. La lluvia caerá a tu alrededor, pero nunca sobre ti; el suelo del granero quedará mojado, pero tu vellón permanecerá seco. Que Dios nos conceda que no suceda así, si bien ha de temerse que así será.

 

Ahora, a manera de cierre, quiero aplicar mi tema a las especiales circunstancias en las que nos encontramos hoy, al comienzo de los servicios especiales que tendrán lugar en el sur de Londres. Queridos amigos, yo sinceramente confío que todos los que residen en esta región y que aman al Señor, aportarán sus mejores energías para lograr que este movimiento sea un éxito. Quiero decir, principalmente, elevando oraciones pidiendo la bendición, asistiendo a todas las reuniones que sean convocadas por la conferencia cristiana, esforzándose por invitar a los amigos, a sus hijos y a sus vecinos si son inconversos para que asistan a escucharlos, y haciendo todo lo que puedan para ganar almas, según los capacite el Espíritu Santo. Pudiera ser muy posible que algunos de ustedes no quieran involucrarse. Ahora, yo no puedo condenar a ningún hermano por hacer eso si sus razones son tales que satisfagan su conciencia, pues no hay ningún movimiento, por excelente que sea, que no esté expuesto a críticas desde algún punto u otro, y si las críticas de un hermano son concienzudas y honestas, no me corresponde a mí juzgarlo ni por un instante. Pero me gustaría hacerles esta pregunta a algunos: ¿no piensas que hay incredulidad en el fondo de casi todas las objeciones formuladas en contra de esta obra? Es algo inusual, y hay excitación, ¿por qué no? Alguien dice que no ve ningún talento notable en los dos hermanos, ¿y qué? Yo estoy seguro de que los hermanos no presumen de ningún talento de ningún tipo, pues nunca en mi vida he visto hombres más modestos que ellos, y esa es una razón por la que Dios los bendice tanto. Por un motivo u otro ciertas buenas gentes se mantienen alejadas, ¿pero no equivale todo eso a incredulidad? Nuestros amigos en Glasgow, Edimburgo y Newcastle dan un testimonio indisputable del hecho de que las almas fueron salvadas en grandes números, y de que las iglesias fueron edificadas y que mejoró el tono del sentimiento religioso. No podemos dudar del testimonio de unos hermanos fieles y bien instruidos, y yo pienso que si nos abstenemos se reduciría a esto: que no creemos ahora en la obra de Dios en gran escala mediante una simple instrumentalidad. Por mi parte, me gustaría planteármelo así: si me abstengo ahora ¿podría justificarme cuando esté en mi lecho mortuorio? Aquí están dos hombres que se han consagrado durante meses a la predicación del Evangelio sin ningún otro propósito en el mundo que ganar almas para Cristo. Una calumnia más vil que aseverar que ellos tienen algún motivo egoísta no brotó nunca ni siquiera de labios del propio Satanás. El único designio y propósito que tienen es la gloria de Dios. Buscan conversiones, únicamente conversiones a Cristo; y hermanos, aunque hubiese mil fallas en ellos, ¿quién soy yo y quiénes son ustedes para juzgarlos, y decir que no los ayudaremos en tal obra y en tales objetivos?

 

Hermano, ¿tienes la intención de darle gloria a Dios? Yo también. ¿Quieres la salvación de las almas? Yo también. Hermano, ¿predicas la salvación por medio de la sangre preciosa? Yo también. Hermano, ¿crees en la regeneración por el poder del Espíritu Santo? Yo también. ¿Les dices a los pecadores que crean y vivan? Eso es exactamente lo que yo les estoy diciendo; y si estamos de acuerdo en todo esto, por mi parte no puedo concebir ninguna excusa para que alguien se abstenga de participar a menos que tenga que hacer tanto trabajo propio que no tenga tiempo disponible, en cuyo caso al menos debe desearles que les vaya muy bien. Si no ayudamos ahora podríamos vivir para lamentarlo. Por una razón u otra las multitudes están anuentes a oír el Evangelio y pareciera haber unidad entre los cristianos respecto a eso. No importa cómo suceda, aceptémoslo de Dios y usémoslo. Hay una marea que, tomada en su parte alta, conduce a la fortuna tanto en las cosas celestiales como en las seculares, y hemos de tomar esta marea, de la manera que nos la envíe, y hemos de usarla para nuestro óptimo bien; pues si no lo hacemos, si la incredulidad nos mantiene alejados, podría sucedernos lo mismo que le sucedió a Moisés, por su incredulidad: que nunca entró en la tierra prometida; la vio, pero no entró en ella; y pudiéramos ver, y verlo con alegría, que Dios bendice a la iglesia, pero podríamos quedarnos sin participar de la bendición en nuestra propia iglesia. ¿Deseamos ver racimos de uvas que vienen de un Escol al que no podemos entrar? Podría sucedernos como le sucedió incluso a este príncipe, que Dios considerara apropiado quitarnos del camino. No me consideren supersticioso pero yo he observado que cuando alguien verdaderamente bueno se ha puesto en el camino de Dios, Dios ha acabado pronto con él; o bien lo ha llevado a casa o bien lo ha hecho a un lado por una enfermedad. Si no quieren ayudar y se convierten en un obstáculo, serán arrumbados, y tal vez su propia utilidad llegará a su fin prematuramente. O podría suceder -y sería lo peor de todo- que si rehusáramos prestar ayuda habiendo venido el tiempo de bendición, permaneceremos entre nuestros hermanos cristianos, pero durante muchos años seremos miserables e inútiles. Una bendición se avecinaba pero tú no la quisiste, así que el Señor la envió a otro lugar, y tú serás un cristiano que duda, alguien miserable, mordaz, criticón y reparón en tanto que vivas. No probarás nunca los bocadillos exquisitos pero estarás señalando siempre los errores de la cocina. Te quedarás sin deleitarte nunca en el gozo de tu Señor y no harás que tus arpas resuenen de gozo por los convertidos. Permanecerás haciendo el papel del hermano mayor que estaba enojado y no quería entrar, aunque era su propio hermano el que había regresado a casa y era su propio padre el que había hecho matar el becerro gordo. ¡Que Dios nos salve de esto, y haga que desde este día nos libremos de la incredulidad y prosigamos regocijándonos en el Señor!

 

Porción de la Escritura leída antes del sermón: 2 Reyes 7.        

 

 

Traductor: Allan Román

18/Abril/2012

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