El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
Guárdense de
NO.
1238
Un lema para la campaña de los señores Moody y
Sankey en el sur de Londres.
UN SERMÓN PREDICADO
POR C. H. SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Y un
príncipe sobre cuyo brazo el rey se apoyaba, respondió al varón de Dios, y
dijo: Si Jehová hiciese ahora ventanas en el cielo, ¿sería esto así? Y él dijo:
He aquí tú lo verás con tus ojos, mas no comerás de ello”. 2 Reyes 7: 2.
La gente de Samaria
había retirado su lealtad a Jehová y adoraba a otros dioses, y, debido a eso, el
Señor los visitó con terribles juicios sujetándose a Su solemne amenaza. El
sitio impuesto por los ejércitos sirios era tan cerrado que el alimento escaseó
por completo, y en su hambre la gente devoraba carne humana y los más
abominables desperdicios. No podían abrir las puertas de la ciudad pues sabían
que una vez que el adversario entrara, saquearía y depredaría la ciudad y
pasaría a todos los habitantes a cuchillo, y por eso permanecían encerrados
dentro de los muros de la ciudad sin otra alternativa que sucumbir. En su
horrenda crisis, el Señor tuvo misericordia de ellos y recordó que eran los
hijos de Israel y la simiente de Abraham, Su amigo y, por tanto, no los
destruiría por completo, sino que les daría una oportunidad para que se
arrepintieran. El Señor se compadeció de los miles de hambrientos y les
prometió el alivio de la terrible hambruna que los había consumido. ¡Cuán
abundante en misericordia es el Señor nuestro Dios! El pecado tiene que ser
multiplicado en grado sumo antes de que Su paciencia se agote. Él está renuente
a ejecutar la sentencia de Su ira. El juicio es Su extraña obra. Él está
siempre dispuesto a prodigar misericordia y espera para ser clemente, sí, Él se
anticipa siempre en Su gracia para con nosotros y es muy lento en aplicar el
castigo; se detiene en el camino y delibera, y antes de asestar algún golpe, a
menudo razona Consigo mismo y exclama: “¿Cómo podré abandonarte, oh Efraín? ¿Te
entregaré yo, Israel? ¿Cómo podré yo hacerte como Adma, o ponerte como a
Zeboim?” Ciertamente Él es un Dios clemente y misericordioso, tardo para la ira
y grande en misericordia.
Tal vez una razón por la
que en la horrenda crisis de Samaria el Señor se agradara en visitarla de
manera tan clemente fuera la presencia de Eliseo allí. Al menos había un hombre
en la ciudad que tenía poder con Dios en la oración, y tal vez estuviera
acompañado de un grupo de los hijos de los profetas, de manera que había un
puñado de hombres santos en aquella ciudad apóstata -“encontrados fieles en
medio de los infieles”- los cuales actuaban como un puñado de sal que preservó
a la ciudad. En los Proverbios Salomón nos dice que un sabio libra a la ciudad con su sabiduría, y este fue un caso en el
que un hombre piadoso lo hizo. El
Señor le tuvo consideración a Su siervo y Samaria fue salvada por causa del varón
de Dios. Con razón Eliseo fue llamado: ‘carro de Israel y su gente de a caballo’,
pues constituía una mejor defensa que diez mil hombres de caballería. Nosotros
no podemos medir la benéfica influencia de unos hombres piadosos. Son benefactores
universales. Oímos que los hombres hablan de las dulces influencias de las
Pléyades y de otras estrellas que sonríen desde lo alto a esta tierra, pero
olvidamos sobremanera la influencia de las estrellas de abajo sobre los altos
cielos. El poder se desplaza tanto hacia arriba como hacia abajo, así como los
ángeles ascendían y descendían por la escalera que vio Jacob. Las oraciones de
un hombre pío mueven el brazo que mueve el mundo.
El Señor satisfizo la
necesidad de Samaria mediante una promesa sumamente misericordiosa, tanto más
llena de gracia cuanto llevaba en su frente la seguridad de un rápido
cumplimiento. El profeta fue comisionado a declarar: “Mañana a estas horas
valdrá el seah de flor de harina un siclo”. Sólo tenían que esperar
veinticuatro horas; el sol sólo tenía que ocultarse y salir una vez más, y
entonces no habría más hambre acuciante ni cruel escasez de viandas a lo largo
de Samaria. La fecha escogida para el aprovisionamiento fue sumamente oportuna;
quien da rápido da dos veces, y así la promesa inmediata fue doblemente
preciosa. La abundancia de la promesa la hacía más benéfica todavía, pues el
trigo y la cebada serían tan baratos que se venderían a una cantidad mucho
menor que la que había sido pagada por el estiércol de palomas, cualquiera que
hubiera sido, y menos que el precio de una carne tan malsana como la que podría
haberse extraído de la cabeza de un asno, que había sido vendida por ochenta
piezas de plata.
El mejor alimento,
incluso la flor de harina, iba a ser vendida abiertamente a un bajo precio a
sus propias puertas. No necesitarían enviar a Egipto por grano o importarlo
desde tierras lejanas, sino que había de ser traído a sus puertas y vendido a
un precio asequible para todos. Fue una gran bondad de parte del Señor proveer
a la multitud golpeada por la hambruna con una palabra de aliento tan regia.
Pero observen la respuesta que recibe el profeta: no como uno habría pensado, es
decir, con palabras de acción de gracias y lágrimas de gratitud, sino con todo
lo opuesto. No se postraron ni exclamaron de rodillas: “¡Oh Dios, cuán bueno
eres!” No pronunciaron ni una sola palabra de alabanza, como ciertamente
debieron hacerlo; la única respuesta fue una despectiva, altanera,
despreciativa e incrédula expresión: “Si Jehová hiciese ventanas en el cielo,
¿pudiera suceder esto?” ¡Oh cuán ruin ingratitud! ¡Qué agradecimiento tan poco
generoso para una misericordia tan grande!
Observen bien la respuesta
que da el Señor al escarnio del incrédulo. No hay nada que Él tolere menos que
la incredulidad, y la incredulidad frente a una misericordia inusual se vuelve
doblemente irritante. El profeta respondió de inmediato en el nombre del Señor:
“He aquí tú lo verás con tus ojos, mas no comerás de ello”. El Señor tiene una
pronta respuesta para la incredulidad que se atreve a desafiarlo; si los
hombres llaman a Dios mentiroso, tendrán bien pronto suficientes pruebas en sus
propias personas de que Sus amenazas no mienten.
Esta mañana vamos a
procurar extraer del texto la lección que pretende enseñarnos. Que Dios nos
bendiga al hacerlo, ayudándonos por medio de Su Santo Espíritu.
Primero, observemos la conducta de la incredulidad; en
segundo lugar, la divina respuesta a esa
conducta; y, en tercer lugar, su
castigo merecido.
I. Primero,
advirtamos arrepentidamente, pues nosotros mismos hemos sido culpables de este
pecado:
¿Acaso la incredulidad
de ustedes, hermanos míos, algunas veces no ha fabricado un argumento para
desconfiar debido a la grandeza del bien prometido? Mientras el Señor los
atraía al principio con cuerdas de amor, ¿no era la propia grandeza de Su
misericordia una de las pruebas más severas para la fe de ustedes? Cuando se
dieron cuenta de que desharía sus pecados como una nube, y como niebla sus
iniquidades, ¿no preguntó el corazón de ustedes: “Cómo puede ser”? Recuerdo muy
bien con cuánto poder y dulzura vinieron a mi alma una vez las palabras de
Isaías que hicieron suprimir esa duda: “Mis pensamientos no son vuestros
pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos
los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos”.
Nosotros olvidamos esta gloriosa declaración y nos reducimos a medir la capacidad
de bendecir de Dios según nuestra capacidad de creer y ya que el favor es
portentoso pensamos que es improbable. ¿No es este un mal razonamiento? ¿Acaso
puede algo ser grande para Dios? ¿Acaso puede alguna maravilla ser demasiado
milagrosa para el Señor? El asunto es difícil en sí mismo, ¿pero es acaso
difícil para la omnipotencia? Es una monumental bendición, pero ¿pudiera ser
demasiado grande para que la mano infinitamente benigna la conceda? Ciertamente
el Santo de Israel no es alguien como tú, entonces ¿por qué lo limitas como si
Él no pudiera dar más de lo que tú puedes dar? Que el amor divino libre a
nuestras almas de esta red de incredulidad, que tan fácilmente nos enmaraña. Los
pensamientos rastreros acerca del poder divino deshonran grandemente a Dios y
nos privan de mucho consuelo. ¿No es Él un gran Dios y no es de Él hacer
grandezas para con Su pueblo? Sus recursos son infinitos y por eso es capaz de
cumplir Sus promesas por grandes que pudieran ser. Él no prometió en ignorancia
ni lo hizo apresuradamente ni Su palabra es algo de ayer, por tanto, no dejará
de guardar Su promesa al pie de la letra.
Tal vez si le hubieran
preguntado a este príncipe les habría dicho: “Oh, pero será algo tan nuevo. Yo he vivido en Samaria,
y no he visto harina puesta a la venta a ningún precio durante meses. Los jefes
de familia la han atesorado como si cada onza fuese una joya. Cada individuo se
ha cuidado de resguardar lo que tenía para su propia familia, y ahora no queda
nada en ninguna parte, ni siquiera en las tiendas particulares, y, con todo,
¡tú hablas de que se venderán el trigo y la cebada a las puertas de Samaria!
¡Benditos serían los ojos que vieran algo así por muchos días! Yo no espero
verlo nunca y ni mil profetas me inducirían a albergar un sueño así. Pereceremos
por el hambre o por la espada de los sirios, pues esta promesa no será
cumplida”.
Hermanos míos, ¿acaso
nuestra incredulidad no se ha alimentado algunas veces de la novedad de la
bendición prometida? Parecíales algo nuevo a ustedes, pecadores, que el Señor
pasara por alto en un instante sus pecados y los hiciera justos en la justicia
de Cristo; sin embargo, eso nuevo ha sucedido. Cuando nos enteramos de alguna
obra cristiana más exitosa de lo ordinario, muchos hermanos que no han sido
favorecidos con una prosperidad igual no pueden creer que sea cierto. Si
hubiesen visto a dos o tres personas convertidas y añadidas a la iglesia en un
año, habrían dicho: “Dedo de Dios es éste”, pero si se enteran de cuarenta o de
cien, o incluso de mil convertidos durante un milagroso avivamiento son muy
escépticos. Ellos admiten que la conversión de miles de personas pudo haberse
dado con motivo de un sermón en los tiempos del Antiguo Testamento, pero eso
fue hace mucho tiempo; nosotros no podemos esperar ver tales cosas ahora. Así
razonan en sus corazones e insinúan que se ha acortado el brazo del Señor. Oh
hermanos, aunque Dios nos haya dado una promesa que no ha sido cumplida
todavía, y aunque no hubiese ocurrido nada parecido nunca, esa no es una excusa
para nuestra incredulidad respecto a la palabra divina. ¿No ha prometido Él:
“He aquí que yo hago cosa nueva”? (Isaías 43: 19). ¿Acaso no le dijo a Su
pueblo Israel: “Ahora, pues, te he hecho oír cosas nuevas y ocultas que tú no
sabías”? ¿Acaso no es nuevo todo cuando el Señor lo revela por primera vez?
Moisés pudo haber dudado de la promesa de Dios de golpear con plagas a Egipto,
pues esas plagas eran novedosas. Pudo haber dudado del poder del Señor para
conducir a Su pueblo a través del Mar Rojo, pues ¿cuándo había sido dividido un
mar para que una nación lo atravesara a pies enjutos? Pudo haber dudado del
poder de Dios de alimentar a las huestes en el desierto, pues ¿cuándo había
llovido pan del cielo, y cuándo había brotado el agua de una roca? El Señor que
obra grandes maravillas nos muestra misericordias que “nuevas son cada mañana”.
Él no está atado a rígidos procedimientos; Sus bendiciones son tan variadas
como Sus creaciones; le deleita sorprendernos con las frescas manifestaciones
de Su amor; y así es claro que la novedad de la bendición no es ninguna excusa
en absoluto para nuestra incredulidad.
Me atrevo a decir que el
hidalgo burlador habría dicho: “Es la inminencia
del suceso lo que hace que la promesa sea tan increíble. ¡Mañana! ¡Cómo!
¡Abundancia de alimento para mañana! No, eso sería demasiado. Si dijeras que en
tres meses podemos ser aprovisionados podríamos creerlo, pero decir que mañana
es ir demasiado lejos. ¿Cómo podría transportarse el trigo y la cebada en tal
abundancia hasta Samaria en ese lapso, aunque fuera sobre veloces corceles y
ligeros dromedarios? Aunque los sirios se fueran mañana, con todo, la región ya
fue devorada por ellos y se tendría que importar el trigo desde alguna tierra
distante. No es del todo probable que se pudiera hacer eso de pronto. No
violentes demasiado nuestra fe; danos al menos uno o dos meses”.
Hermanos míos, hoy en
día encuentro que este punto de la naturaleza repentina de las cosas deja
estupefactas a las mentes incrédulas. “¡Cómo! ¡La iglesia no puede ser revivida
tan repentinamente! ¿Cómo podría serlo? Tal vez las verdaderas doctrinas puedan
ser propagadas en Inglaterra con lentitud, después que las generaciones se
hayan sucedido, pero esperar que el Evangelio sea propagado por todo el país en
unos cuantos meses es algo perfectamente absurdo”. Talvez algunos entre mis
oyentes no se atrevan a esperar que el sur de Londres pueda ser despertado
inmediatamente, como yo creo que lo será, y no se atrevan a esperar conversiones
de inmediato, como yo me aventuro a esperarlas. Algunos le tienen miedo a todo
lo súbito, y se sienten seguros de que si algún don de la gracia llegara de
pronto resultaría ser como la calabacera de Jonás, que en el espacio de una
noche nació, y en el espacio de otra noche pereció. Le ceden al mundo los
trenes expresos y condenan a la gracia a viajar en el vagón de carga. ¿Por qué
soñar con que el Señor es lento? ¿Por qué limitar la rapidez de Sus acciones?
Si Dios creó el mundo en seis días, ¿no podría recrearlo en un lapso similar? En
los días de Noé, Él destruyó a la raza humana en cuarenta días; ¿no podría
realizar Su obra salvadora con igual prontitud? ¿No está escrito: “Cabalgó
sobre un querubín, y voló; voló sobre las alas del viento”? Oh, incredulidad,
¿cómo te atreves a decir: “en un año”, cuando Dios dice: “mañana”? Si Él dice:
“mañana”, será mañana a la hora en punto. “Mañana a estas horas”, dijo el
profeta y así fue. No seamos como esas personas a quienes se refirió el profeta
Hageo cuando dijo: “No ha llegado aún el tiempo, el tiempo de que la casa de
Jehová sea reedificada”. Desechemos esta postergación de la expectativa, y
creamos que Dios puede hacer prodigios hoy, aun hoy mismo.
Ah, pecador, tú no
puedes creer que Dios te salve en un minuto pero Él puede hacerlo; antes de que
el reloj marque un segundo más, Él puede hacer que pases de muerte a vida, y
puede echar todas tus transgresiones tras Sus espaldas. En este preciso
instante, si tú miraras a Jesucristo, la obra de gracia sería realizada. El
publicano que confesó su pecado no tuvo que esperar mucho para obtener su
justificación, pues la recibió antes de descender a su casa.
Este interlocutor criticón
habría justificado también su incredulidad diciendo: “¿Dónde podrás encontrar
los medios para cumplir esta promesa? Ha de venderse tanto de trigo y de
cebada, dices tú, pero ¿de dónde provendrán? No hay comerciantes en granos
aquí, y si los hubiera, sus inventarios se habrían agotado hace mucho tiempo. Estoy
seguro de que no quedan por descubrirse grandes bodegas subterráneas pues he
ordenado una búsqueda detallada en todos los lugares donde el alimento pudiera
haber sido ocultado”. “No” –dijo él- “no habrá comida barata, pues no hay medios
para obtenerla”. ¿Acaso nuestra incredulidad no ha seguido con frecuencia esa
línea de conducta? Nosotros también queremos ver a menudo cómo cumple el Señor Su palabra. Comenzamos calculando, igual que
los discípulos, que doscientos mendrugos de pan que valieran un centavo no
bastarían para la multitud, y en cuanto a unos pocos panes y unos cuantos peces
no podemos creer que sirvan de algo entre tantas personas. Por supuesto que si
tenemos que hacer diseños de acuerdo a las leyes de la mecánica, debemos
calcular nuestras fuerzas y exigir unos medios proporcionales a los resultados
que han de producirse; pero ¿por qué aplicar al Dios omnipotente la delgada
línea de la mecánica? Es más, hacemos cosas peores, pues difícilmente
realizamos nuestros cálculos correctamente en referencia a la obra del Señor;
si lo hiciéramos, deberíamos calcular, dada la omnipotencia, que ya no existen
más las dificultades y que las imposibilidades han desaparecido. Si el Señor es
verdaderamente todopoderoso, entonces ¿cómo nos atrevemos a cuestionar los
medios y los arbitrios? Medios y arbitrios son un asunto Suyo y nosotros no
tenemos nada que ver con esas cosas, y con respecto a Él no debe surgir ninguna
pregunta de ese tipo.
No me sorprendería,
tampoco, que la incredulidad del príncipe surgiera en parte de la visualización de la escena que se
presentaría si la promesa se cumpliera efectivamente. Si se le hubiera dicho
que habría una gran liberación de Jerusalén cuando estaba siendo sitiada me
atrevería a decir que lo habría creído; pero ¿liberación de Samaria? ¿Sucedería
algo así aquí? ¿Aquí en este lugar? ¡En estas calles que han oído durante tanto
tiempo los gritos de llanto de las mujeres y los gemidos de los hombres
famélicos! ¡Abundancia de trigo y de cebada en veinticuatro horas! No podía
imaginar eso. Es fácil creer que Dios va a cumplir Su promesa en Australia,
pero no siempre es tan fácil creer que lo hará aquí. Yo creo que el Señor será
muy clemente para con mi amigo afligido que está por allá, pero, ¿creo siempre
que será clemente conmigo? Tú has experimentado muchas tribulaciones, y has
recibido ayuda en medio de ellas, y crees que Dios te ayudaría una segunda vez
a través de esas mismas tribulaciones, si regresaran; pero hay algo tan
peculiar respecto a esta tribulación particular que experimentas ahora, que no
puedes percatarte de que serás sustentado en ella. Generalmente nosotros
tenemos una gran cantidad de fe cuando no la necesitamos, pero cuando llegamos
a necesitarla, una parte sustancial de la fe se evapora. El tiempo para creer
en la promesa de Dios es cuando el hambre es acuciante en la ciudad; pero, ay
del príncipe, pues no podía percatarse de la bendición; no podía suponer que
fuera posible.
Pero ahora, juntando
todos estos motivos para tener desconfianza, ¿hay alguna fuerza en alguno de
ellos o en todos ellos para que constituyan una razón para dudar de Dios? Si
Dios lo ha dicho, ciertamente lo hará. Entonces, ¿por qué dudar de Él?
Ahora, en segundo lugar,
observen que la incredulidad se
manifiesta a menudo limitando al Señor a un solo modo de acción. Este varón
piensa que tal vez pudiera haber alimento en Samaria si Dios hiciese unas ventanas
en el cielo o, según lo interpretan algunos, si abriera compuertas en el cielo
a través de las cuales se viera derramarse la harina y la cebada. Esa sería la
única manera que él podía ver en la que Dios podría alimentar al pueblo. Tal
vez recordara el maná en el desierto, y cómo parecía que caía desde las nubes
del cielo. Bien, Dios podría hacerlo de igual manera; él llega al punto de casi
admitir que tal vez podría hacerlo de esa manera. Así es como opera la
incredulidad. Decimos: “Sí, Dios puede liberarme en mi tiempo de tribulación,
si toca el corazón de tal y tal amigo”. Limitamos a Dios a tocar el corazón de
ese amigo, conforme a nuestra idea. El pecador piensa que podría ser salvado si
alcanzara a oír al señor ‘Fulano de Tal’ o si pudiera sentir tal y tal
impresión en su interior, pero, de acuerdo a su noción, el Señor está limitado
a convertirlo a través de un ministro y a llevarlo a Jesús de una manera
particular. Esa es la idea que tienen muchos seres humanos acerca del
avivamiento: “Si pudiera lograr que el señor Elocuente viniera y sostuviera una
serie de servicios en nuestro pueblo nos despertaría, pero no veo ninguna otra
forma”. ¿Acaso no llamas a eso ‘incredulidad’? Dios así lo llama. Vamos,
hermanos, si el Señor deseara alimentar a Samaria, podría haberlo hecho
multiplicando el alimento que había allí, tal como multiplicó el aceite de la
viuda; o pudiera haber establecido que la cantidad de alimento no disminuyera,
tal como lo hizo con el puñado de harina y con un poco de aceite de la viuda de
Sarepta. Dios tiene mil maneras de lograr Sus propósitos. Él hubiera podido
convertir cada piedra de Samaria en un pan, y hacer que el polvo de sus calles se
hiciera harina, si así lo hubiese querido. Si envió comida en el desierto sin
necesidad de cosechas, y proporcionó agua en el desierto sin viento ni lluvia,
puede hacer lo que quiera y puede realizar Su propia obra a Su propia manera.
No debemos permitirnos pensar en limitar al Santo de Israel a un modo especial
de acción. Cuando nos enteramos de que los hombres son conducidos a adoptar
nuevas formas de hacer su trabajo, no debemos sentir: “Eso debe de estar mal”; más
bien hemos de esperar que muy probablemente sea correcto, pues necesitamos
escapar de esos hórridos hábitos inveterados, y de esos desventurados
convencionalismos que sirven más bien de obstáculos que de ayudas. Algunos
hermanos muy estereotipados juzgan que es un crimen que un evangelista cante el
Evangelio; ¡y en cuanto a ese órgano americano, es terrible! Uno de estos días
otro conjunto de almas conservadoras difícilmente tolerará un servicio sin tales
cosas, pues el horror de una época es el ídolo de la siguiente. Cada uno en su
debido orden y Dios los usa a todos ellos; y si hubiese alguna peculiaridad,
alguna idiosincrasia, tanto mejor. Dios no fabrica a Sus siervos por veintenas
tal como los hombres hacen correr el hierro en moldes. Él tiene una obra
diferente para cada ser humano, y permite que cada hombre haga su propia obra a
su manera, y que Dios le bendiga.
Además, adviertan que la incredulidad no cree, después de todo, que
aun si Dios trabajara a la manera del incrédulo la cosa se habría realizado. ¿No
notaron una pequeña nota de interrogación en el texto: “Si Jehová hiciese ahora
ventanas en el cielo, sería esto así?” Ahora, miren a través de sus lentes, y
verán al final de la palabra “así” un signo de interrogación. Quiso decir que
si Dios hiciese ventanas en el cielo aun así Él no podría alimentar a las
multitudes hambrientas en Samaria. Si se vieran presionados los hombres que
dicen: si Dios hiciera tal y tal cosa podríamos ver una gran bendición, se
descubriría que no creen que se haría ni siquiera entonces. La incredulidad es
a tal punto una negadora presuntuosa de la veracidad de Dios que no le da
crédito de ser capaz de guardar Su promesa de cualquier forma y manera, es más,
ni siquiera mediante los más extraordinarios hechos. Que el Espíritu de Dios
eche fuera de nuestros corazones una tal incredulidad. Podría estar allí
precisamente ahora, y podríamos estar inconscientes de su presencia.
Escudriñemos y miremos y echemos fuera a este pecado traidor, pues si hay algo
que puede dañarnos y dañar a la iglesia y al mundo, es la incredulidad en la
fidelidad de Dios.
II. Ahora
prosigamos al segundo encabezado:
Y no hubo ninguna
adopción de los medios del incrédulo. Dios no dijo por medio de Su siervo
Eliseo: “Bien, para quedar bien contigo voy a hacer algo insólito, voy a hacer
ventanas en el cielo, si tú consideras que es la mejor manera de aprovisionar a
la ciudad”. Para nada. Cuando se presentan objeciones a los modos de utilidad
que Dios evidentemente bendice, no nos corresponde alterarlos sólo porque la voz
popular esté contra ellos o porque algunas personas muy sabias los hubieren
condenado. Yo pienso que esa es una razón para continuar con ellos, y cuando el
mundo sugiere que la obra santa debe ser realizada de esta manera o de aquella,
lo mejor es dejar que quienes están a favor de los planes propuestos los
intenten ellos mismos. Dios no diseña Su curso para agradar a la sabiduría de
los hombres, y si el Señor tiene la intención de salvar almas en esta parte de
Londres, lo hará a Su manera, y la incredulidad podrá decir lo que quiera pues
Él no suprimirá ni una jota o tilde de Su propio propósito, sino que bendecirá
al pueblo como bien le parezca.
La promesa fue cumplida
a su debido tiempo. La incredulidad de aquel príncipe no alteró la mente de
Dios. La promesa fue guardada; el trigo y la cebada se vendieron a los precios
mencionados. La indignación y el sarcasmo de su señoría el príncipe no postergaron
la caída de los precios ni siquiera por una hora. Príncipe o no, hidalgo o no,
no estableció ninguna diferencia de ningún tipo; la harina y la cebada estaban
allí. Y en esto radica nuestro gran gozo: que aunque ha habido mucha
infidelidad en nuestro país, muchas pláticas banales acerca de las doctrinas
del Evangelio, mucha insinuación de que todo eso está gastado y pasado de moda,
Dios no retendrá la bendición a Su verdadero pueblo que realmente cree en Su
palabra por causa de esos infieles a medias. Nuestro Dios responderá a la infidelidad
de esta época, es más, le ha respondido a lo largo de los últimos dos o tres
años. Nos han llegado noticias, traídas por quienes eran despreciados, que hay
alimento para el pueblo. Algunos que no eran mensajeros ordenados, sino laicos
fuera de la ciudad, han hecho un descubrimiento; nosotros no esperábamos que lo
hicieran, pero han traído información respecto a que hay abundancia de alimento
disponible para las hambrientas multitudes, y ahora el Evangelio es predicado a
la muchedumbre, y se predica que Jesucristo es capaz de salvar y que Él está
dispuesto a darles la salvación. ¿Qué sigue? Pues bien, ya lo hemos visto, lo
hemos visto en el Tabernáculo durante muchos años, y lo veremos en general en
toda Inglaterra, yo espero que pronto. El pueblo sale apresurado a encontrar
este pan, y conforme salen a montones en escuadrones pisotean a la infidelidad
bajo sus pies. Allí está este alardeado pensamiento moderno y esta cacareada
cultura, que consideran a los predicadores del sencillo Evangelio y a quienes
acuden a oírlo como un conjunto de necios. La infidelidad no quiere creer que
el Evangelio de Jesús es el pan del alma; la aglomeración de la gente es la
respuesta. ¡Vean cuán ávidamente devoran la palabra! ¡Vean cómo se regocijan en
ella! ¡Escuchen sus cánticos como la voz de muchas aguas! La incredulidad es
hollada como cieno en las calles.
Hermanos, si quieren
responderle a la infidelidad, prediquen el Evangelio; díganle a la gente que
Jesucristo es capaz de salvar a los pecadores. Enarbolen muy en alto la cruz
ensangrentada, proclamen la libertad para los cautivos, y la apertura de las
prisiones para los reos. Esto provocará una conmoción, esto agitará a las
masas. No hay nada igual. El Evangelio de Cristo es como fuego arrojado sobre mieses
en pie, pues genera una portentosa conflagración. Prediquen a Jesucristo crucificado.
Los seres humanos tienen que acercarse a oírlo pues no son señores de sí mismos
y no pueden permanecer alejados; y al oírlo, y al alimentarse de él, y al llegarles
la dicha y la paz y la nueva vida, los
hechos responderán a las teorías y la
salvación será la mejor réplica para los dichos ingeniosos y para la sofistería
de la incredulidad. No entren en argumentos, sino demuestren el Evangelio en la
práctica. Alguien dirá que aquel bote salvavidas que está por allá no tiene el
color adecuado. Veo a un grupo de hombres que participa en el rescate de aquel
otro barco que se está hundiendo; sus marineros no pueden sostener el esfuerzo
por mucho tiempo. Vamos, buenos amigos, no se queden inmóviles debatiendo
acerca del bote salvavidas, abórdenlo, vayan al barco que naufraga, suban a sus
hombres a bordo y tráiganlos a la costa. ¡Hurra! ¡Ya están aquí! ¿No es esa la
mejor respuesta a cualquier objeción? ¡Helos ahí! Si nos dicen que el Evangelio
que predicamos no es verdadero, señalamos a las muchas personas presentes que
fueron rescatadas del vicio y liberadas de la desesperación, que fueron
llevadas a la luz, a la vida y a la santidad, que constituyen pruebas
fidedignas de que el Evangelio es divino. ¡Allí están! Hechos, hechos, hechos,
esas son las respuestas de Dios. El noble hidalgo fue silenciado en la muerte
por los hechos del caso.
III. En
tercer lugar, nuestro texto nos enseña EL CASTIGO ASIGNADO A
Otro castigo es este: en
conexión con las cosas espirituales, siendo incrédulos, los hombres están a
menudo convencidos mentalmente pero sus
corazones siguen siendo inconversos. Ven lo suficiente de la obra de Dios
como para saber que el Señor es Dios y que Cristo es un Salvador, que la fe
obtiene el perdón y que el Espíritu Santo renueva el corazón. Saben todas esas
cosas y con todo nunca las saborean. Son tan ortodoxos como sea posible serlo
con respecto a su credo, pero su corazón está vacío. El agua viva fluye junto a
sus labios, pero cuando se inclinan para beberla, se aparta igual que en la
antigua fábula de Tántalo.
Frecuentemente ven la obra de Dios en otros pero no la
experimentan nunca en ellos. Su esposa ha encontrado la paz, mas ellos no;
su amado hijo ha sido convertido, mas ellos no; el hermano ha visto a su
hermana regocijándose en el Señor, pero él desconoce un gozo de esa naturaleza;
la hermana ha visto a su hermana aferrarse a Cristo pero ella misma nunca lo ha
hecho. Esto hace que perderse de la bendición sea una circunstancia mucho más
infeliz, pues es terrible estarse muriendo de hambre cuando todos los demás han recibido su alimento. Yo no habría querido estar en el lugar
de aquel príncipe ni por todo el mundo. Vio a todo el pueblo satisfecho pero él
mismo no fue capaz de participar de ello. Lo mismo sucede con algunos de
ustedes.
¿Saben ustedes que esto
conducirá a una eterna tortura? Pues,
de acuerdo a la propia descripción de Cristo, los incrédulos en el infierno mirarán
a lo alto y verán a Lázaro en el seno de Abraham, pero ellos mismos serán
echados fuera. Éste ha de ser seguramente uno de los infiernos del infierno:
ver el cielo pero que una gran sima se interponga entre ustedes y él.
Ustedes recibirán cosas
buenas si le creen a su Dios, pero si rehúsan creer en Él, no las recibirán. El
castigo es natural, justo y apropiado. Si ciertas personas creen que puede
encontrarse oro en una mina pero otras no lo creyeren, ¿no es justo que si lo
descubren, quienes creyeron que había oro y lo buscaron deban quedarse con él?
¿Debería venir también por su participación quien ridiculizó la idea? Nadie
estaría de acuerdo con eso. Lo mínimo que puede esperarse de nosotros es que
creamos en Dios, pues Él no puede mentir, y si rehusamos confiar en la palabra
de Dios no podemos pensar que sea una dura medida que la bendición sea
retenida. ‘Si vosotros no creyereis, de cierto no permaneceréis’.
Oh incrédulo, tu porción
será saber que Dios dice la verdad, pero sin poder conocer nunca esa verdad en
tu propia alma; saber que Él es clemente, saber que Él está dispuesto a
perdonar, saber que alza a los pecadores a Su propio trono por medio de la
sangre del Cordero, y, sin embargo, no ser perdonado nunca, no ser salvado
nunca, no ser glorificado nunca. Me temo que hay algunos en esta casa de oración
que van indefectible y directamente a una tal condenación. No me refiero a
extraños que han venido aquí una vez, sino que me refiero a quienes han
asistido aquí durante muchos años pero que nunca han creído. El próximo mes tú
verás que la gracia de Dios estará obrando en el sur de Londres, pero no se
acercará a ti; tú eres un incrédulo y lo has sido durante muchos años; no hay
razón para esperar que seas cambiado alguna vez, pues las probabilidades
apuntan a que seguirás siendo tal como eres. La lluvia caerá a tu alrededor,
pero nunca sobre ti; el suelo del granero quedará mojado, pero tu vellón
permanecerá seco. Que Dios nos conceda que no suceda así, si bien ha de temerse
que así será.
Ahora, a manera de
cierre, quiero aplicar mi tema a las especiales circunstancias en las que nos
encontramos hoy, al comienzo de los servicios especiales que tendrán lugar en
el sur de Londres. Queridos amigos, yo sinceramente confío que todos los que
residen en esta región y que aman al Señor, aportarán sus mejores energías para
lograr que este movimiento sea un éxito. Quiero decir, principalmente, elevando
oraciones pidiendo la bendición, asistiendo a todas las reuniones que sean
convocadas por la conferencia cristiana, esforzándose por invitar a los amigos,
a sus hijos y a sus vecinos si son inconversos para que asistan a escucharlos, y
haciendo todo lo que puedan para ganar almas, según los capacite el Espíritu
Santo. Pudiera ser muy posible que algunos de ustedes no quieran involucrarse.
Ahora, yo no puedo condenar a ningún hermano por hacer eso si sus razones son
tales que satisfagan su conciencia, pues no hay ningún movimiento, por
excelente que sea, que no esté expuesto a críticas desde algún punto u otro, y
si las críticas de un hermano son concienzudas y honestas, no me corresponde a
mí juzgarlo ni por un instante. Pero me gustaría hacerles esta pregunta a
algunos: ¿no piensas que hay incredulidad en el fondo de casi todas las
objeciones formuladas en contra de esta obra? Es algo inusual, y hay
excitación, ¿por qué no? Alguien dice que no ve ningún talento notable en los
dos hermanos, ¿y qué? Yo estoy seguro de que los hermanos no presumen de ningún
talento de ningún tipo, pues nunca en mi vida he visto hombres más modestos que
ellos, y esa es una razón por la que Dios los bendice tanto. Por un motivo u
otro ciertas buenas gentes se mantienen alejadas, ¿pero no equivale todo eso a
incredulidad? Nuestros amigos en Glasgow, Edimburgo y Newcastle dan un
testimonio indisputable del hecho de que las almas fueron salvadas en grandes
números, y de que las iglesias fueron edificadas y que mejoró el tono del sentimiento
religioso. No podemos dudar del testimonio de unos hermanos fieles y bien
instruidos, y yo pienso que si nos abstenemos se reduciría a esto: que no
creemos ahora en la obra de Dios en gran escala mediante una simple
instrumentalidad. Por mi parte, me gustaría planteármelo así: si me abstengo
ahora ¿podría justificarme cuando esté en mi lecho mortuorio? Aquí están dos
hombres que se han consagrado durante meses a la predicación del Evangelio sin
ningún otro propósito en el mundo que ganar almas para Cristo. Una calumnia más
vil que aseverar que ellos tienen algún motivo egoísta no brotó nunca ni
siquiera de labios del propio Satanás. El único designio y propósito que tienen
es la gloria de Dios. Buscan conversiones, únicamente conversiones a Cristo; y
hermanos, aunque hubiese mil fallas en ellos, ¿quién soy yo y quiénes son
ustedes para juzgarlos, y decir que no los ayudaremos en tal obra y en tales
objetivos?
Hermano, ¿tienes la
intención de darle gloria a Dios? Yo también. ¿Quieres la salvación de las
almas? Yo también. Hermano, ¿predicas la salvación por medio de la sangre
preciosa? Yo también. Hermano, ¿crees en la regeneración por el poder del
Espíritu Santo? Yo también. ¿Les dices a los pecadores que crean y vivan? Eso
es exactamente lo que yo les estoy diciendo; y si estamos de acuerdo en todo
esto, por mi parte no puedo concebir ninguna excusa para que alguien se
abstenga de participar a menos que tenga que hacer tanto trabajo propio que no
tenga tiempo disponible, en cuyo caso al menos debe desearles que les vaya muy
bien. Si no ayudamos ahora podríamos vivir para lamentarlo. Por una razón u
otra las multitudes están anuentes a oír el Evangelio y pareciera haber unidad
entre los cristianos respecto a eso. No importa cómo suceda, aceptémoslo de
Dios y usémoslo. Hay una marea que, tomada en su parte alta, conduce a la
fortuna tanto en las cosas celestiales como en las seculares, y hemos de tomar
esta marea, de la manera que nos la envíe, y hemos de usarla para nuestro óptimo
bien; pues si no lo hacemos, si la incredulidad nos mantiene alejados, podría
sucedernos lo mismo que le sucedió a Moisés, por su incredulidad: que nunca
entró en la tierra prometida; la vio, pero no entró en ella; y pudiéramos ver,
y verlo con alegría, que Dios bendice a la iglesia, pero podríamos quedarnos
sin participar de la bendición en nuestra propia iglesia. ¿Deseamos ver racimos
de uvas que vienen de un Escol al que no podemos entrar? Podría sucedernos como
le sucedió incluso a este príncipe, que Dios considerara apropiado quitarnos
del camino. No me consideren supersticioso pero yo he observado que cuando
alguien verdaderamente bueno se ha puesto en el camino de Dios, Dios ha acabado
pronto con él; o bien lo ha llevado a casa o bien lo ha hecho a un lado por una
enfermedad. Si no quieren ayudar y se convierten en un obstáculo, serán
arrumbados, y tal vez su propia utilidad llegará a su fin prematuramente. O
podría suceder -y sería lo peor de todo- que si rehusáramos prestar ayuda habiendo
venido el tiempo de bendición, permaneceremos entre nuestros hermanos cristianos,
pero durante muchos años seremos miserables e inútiles. Una bendición se
avecinaba pero tú no la quisiste, así que el Señor la envió a otro lugar, y tú
serás un cristiano que duda, alguien miserable, mordaz, criticón y reparón en
tanto que vivas. No probarás nunca los bocadillos exquisitos pero estarás
señalando siempre los errores de la cocina. Te quedarás sin deleitarte nunca en
el gozo de tu Señor y no harás que tus arpas resuenen de gozo por los
convertidos. Permanecerás haciendo el papel del hermano mayor que estaba
enojado y no quería entrar, aunque era su propio hermano el que había regresado
a casa y era su propio padre el que había hecho matar el becerro gordo. ¡Que
Dios nos salve de esto, y haga que desde este día nos libremos de la incredulidad
y prosigamos regocijándonos en el Señor!
Porción de
Traductor: Allan Román
18/Abril/2012
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