El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano

El Poder del Salvador Resucitado

NO. 1200

 

SERMÓN PREDICADO LA MAÑANA DEL DOMINGO 25 DE OCTUBRE DE 1874

POR CHARLES HADDON SPURGEON

EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES.

 

“Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén”. Mateo 28: 18-20.

 

El cambio de “Varón de dolores” antes de Su crucifixión al de “Señor sobre todo” después de Su resurrección, es muy asombroso. Antes de Su pasión era muy conocido por Sus discípulos, y se manifestaba únicamente de una manera: como el Hijo del hombre, vestido con la túnica común del campesino, la cual era sin costura, de un solo tejido de arriba abajo; pero después que hubo resucitado de los muertos, quienes más lo amaban fueron incapaces de reconocerlo en diversas ocasiones, y se declara al menos una vez que se apareció a ciertos de ellos “en otra forma”. Se trataba de la misma persona, pues los discípulos vieron Sus manos y Sus pies, y Tomás incluso lo tocó y metió su dedo en el lugar de los clavos; pero, con todo, parecería que eran manifiestos a veces para ellos algunos rayos de Su gloria, una gloria que había estado oculta en Su vida previa con la sola excepción de cuando estuvo en el Monte de la Transfiguración. Antes de Su muerte se desenvolvía ante el público en general; se ponía en medio de los escribas y fariseos, de los publicanos y pecadores, y predicaba las buenas nuevas; pero ahora se aparecía únicamente a Sus discípulos, algunas veces a uno y en otro momento a dos de ellos; en una ocasión se apareció a cerca de quinientos hermanos a la vez, pero siempre se aparecía a Sus discípulos, y únicamente a ellos. Antes de Su muerte les predicaba con muchas parábolas que eran claras para quienes tenían entendimiento, pero que eran a menudo oscuras y misteriosas aun para Sus propios seguidores, pues era un juicio del Señor sobre aquella mala generación para que viendo no vieran, y oyendo no percibieran. No obstante podemos decir con igual verdad que, antes de Su muerte, nuestro Señor adaptaba Su enseñanza y la ponía al nivel de compresión de las mentes incultas que la oían, de manera que muchas de las verdades más profundas eran tratadas ligeramente porque ellos eran incapaces de entenderlas todavía. Jesús veló la refulgencia de muchas verdades hasta Su crucifixión, pero después de Su resurrección ya no habló más en parábolas, sino que introdujo a Sus discípulos en el círculo íntimo de las grandiosas doctrinas del reino, y, por así decirlo, se mostró a Sí mismo, cara a cara, ante ellos. Antes de Su muerte, el Señor Jesús estaba siempre con Sus seguidores que conocían incluso los lugares secretos a los que se retiraba, pero después que resucitó se aparecía a ellos y desaparecía a intervalos irregulares. ¿Quién de nosotros podría decir dónde permaneció gran parte de esos cuarenta días? Fue visto en el huerto sobre el Monte de los Olivos, caminó con rumbo a Emaús, consoló a la asamblea reunida en Jerusalén, se mostró de nuevo a los discípulos en el Mar de Tiberias, pero ¿adónde iba cuando, después de las diversas entrevistas, se desaparecía de la vista de ellos? Estando cerradas las puertas en el aposento donde se encontraban solos, Jesús se puso de pronto en medio de ellos; también los visitó junto al mar, y cuando descendieron a tierra vieron brasas puestas, y un pez encima de ellas, y pan; Sus apariciones eran extrañas, e igualmente extrañas eran Sus desapariciones. Todo indicaba que, una vez que hubo resucitado de los muertos había experimentado un cambio maravilloso que revelaba algo en Él que había estado oculto antes, aunque Su identidad seguía siendo indisputable.

 

No significó un honor menor haber visto a nuestro Señor resucitado mientras permaneció aquí abajo. ¡Qué no significará ver a Jesús tal como es ahora! Es el mismo Jesús que estuvo aquí; esos memoriales como de un cordero que ha sido inmolado nos aseguran que se trata del mismo hombre. Su condición humana real está sentada en gloria en el cielo y es susceptible de ser vista por el ojo y de ser oída por el oído, pero, con todo, es muy diferente. Si le hubiésemos visto en Su agonía, admiraríamos muchísimo más Su gloria. Mediten de todo corazón en Cristo crucificado a menudo, pero gócense frecuentemente con una visión de Cristo glorificado. Deléitense pensando que Él no está aquí, pues resucitó; que no está aquí, pues ascendió al cielo; que no está aquí, pues está sentado a la diestra de Dios e intercede por nosotros. Que sus almas viajen con frecuencia por la bendita calzada que va del sepulcro al trono. Así como había en Roma una Via Sacra por la que marchaban desde las puertas de la ciudad hasta las alturas del Capitolio los vencedores que retornaban, así también hay otra Via Sacra que ustedes deberían inspeccionar a menudo, pues por ella viajó en gloriosa majestad el Salvador resucitado desde el sepulcro de José de Arimatea hasta las eternas dignidades de la diestra de Su Padre. Tu alma hará bien en contemplar la alborada de la esperanza de ella en Su muerte, y la plena seguridad de la esperanza de ella en Su vida resucitada.

 

Hoy mi tarea es mostrarles, con la ayuda de Dios el Espíritu, primero, la potestad de resurrección de nuestro Señor; y en segundo lugar, el modo de nuestro Señor de ejercer la parte espiritual de esa potestad con respecto a nosotros.

 

I.   LA POTESTAD DE RESURRECCIÓN DE NUESTRO SEÑOR. “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra”. A riesgo de repetirme, me gustaría comenzar este encabezado pidiéndoles que recuerden el sermón que prediqué el domingo pasado por la mañana, cuando fuimos a Getsemaní e inclinamos nuestros espíritus a la sombra de esos grisáceos olivos ante el espectáculo del sudor sangriento. ¡Qué contraste entre aquello y esto! Allá vieron la debilidad del hombre, la inclinación, la postración y el aplastamiento de la condición humana del Mediador; pero aquí ven la fortaleza del Dios-hombre: está ceñido de omnipotencia, y si bien estaba todavía en la tierra cuando pronunció estas palabras, había recibido un privilegio, un honor, una gloria, una plenitud y un poder que lo colocaban muy por encima de los hijos de los hombres. Como Mediador, ya no era más un ser sufriente, sino un soberano; ya no era más una víctima, sino un vencedor; ya no era más un siervo, sino el monarca de la tierra y del cielo. Sin embargo, Él no habría recibido tal poder si no hubiese experimentado tal debilidad. No se le habría dado al Mediador toda potestad si no se le hubiese suprimido todo consuelo. Él se humilló para conquistar. El camino a Su trono era un descenso. Subiendo por peldaños de marfil, Salomón ascendía a su trono de oro; pero nuestro Dios y Señor descendió para poder ascender, y bajó a las terribles profundidades de una agonía indecible para recibir toda potestad en el cielo y en la tierra como nuestro Redentor y Cabeza del Pacto.

 

Piensen ahora un momento en estas palabras: “Toda potestad”. Jesucristo recibió de Su Padre, como consecuencia de Su muerte, “toda potestad”. Es sólo otra manera de decir que el Mediador posee omnipotencia, pues la omnipotencia no es sino “toda potestad” en latín. ¿Qué mente habrá de concebir, qué lengua habrá de explicarles el significado de: ‘toda potestad’? Nosotros no podemos captarlo; es algo sublime y no podemos alcanzarlo. Tal conocimiento es demasiado prodigioso para nosotros. El poder de autoexistencia, el poder de creación, el poder de sustentación de lo creado, el poder de formar y destruir, el poder de abrir y cerrar, de derrocar o de establecer, de matar y de hacer vivir, el poder de perdonar y de condenar, de dar y de retener, de decretar y de cumplir, en una palabra, el poder de ser: “Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia”, todo eso le es conferido a Jesucristo nuestro Señor. Si quisiéramos explicar qué es lo que significa “toda potestad” equivaldría a que intentáramos describir el infinito, o acotar lo ilimitado; pero sea lo que sea todo eso es dado a nuestro Señor, todo es puesto en las manos que una vez fueron clavadas al madero de la vergüenza, todo es confiado a ese corazón que fue atravesado con la lanza, todo es colocado como una corona sobre esa cabeza que fue ceñida con una corona de espinas.

 

“Toda potestad en el cielo” es Suya. ¡Observen eso! Entonces Él tiene el poder de Dios, pues Dios está en el cielo, y el poder de Dios emana de ese trono central. Entonces Jesús tiene un poder divino. Jesús puede hacer todo lo que Jehová puede hacer. Si fuera Su voluntad crear otro mundo con Su palabra, veríamos esta noche una nueva estrella adornando la frente de la noche. Si fuera Su voluntad plegar de inmediato a la creación como si fuera un vestido, he aquí que los elementos pasarían, y aquellos cielos se arrollarían como un pergamino. El poder que ata los lazos de las Pléyades, o desata las ligaduras de Orión está con el Nazareno, el Crucificado guía a la Osa Mayor con sus hijos. Grupos de ángeles agitan sus alas en espera de cumplir las órdenes de Jesús de Nazaret, y los querubines y los serafines y los cuatro seres vivientes delante del trono le obedecen incesantemente. Aquel que fue despreciado y desechado entre los hombres ahora inspira el homenaje de todo el cielo, como “Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos”.

 

“Toda potestad en el cielo” se relaciona con la habilidad y el poder providenciales con los que Dios gobierna todo en el universo. Él sostiene las riendas de todas las fuerzas creadas, y las impele o las restringe a voluntad, dando fuerza a la ley y dando vida a toda existencia. Los antiguos paganos soñaban diciendo que Apolo conducía el carro del sol y guiaba a sus corceles de fuego en su curso cotidiano, pero no es así; Jesús es Señor de todo. Él engancha a los vientos a Su carro, y pone el freno en la boca de la tempestad, haciendo lo que le place entre los ejércitos del cielo y los habitantes de este mundo inferior. De Él emana el poder en el cielo que sustenta y gobierna este globo, pues el Padre ha encomendado todas las cosas en Sus manos. “Todas las cosas en él subsisten”.

 

“Toda potestad” tiene que incluir –y este es un punto práctico para nosotros- todo poder del Espíritu Santo. Es Él quien convence a los hombres de pecado y los conduce al Salvador, es Él quien les da nuevos corazones y espíritus rectos y los planta en la iglesia y luego hace que crezcan y se vuelvan fructíferos. El poder del Espíritu Santo sale entre los hijos de los hombres de acuerdo a la voluntad de nuestro Señor. Así como el óleo de la unción derramado sobre la cabeza de Aarón descendía sobre la barba y rociaba el borde de sus vestiduras, así el Espíritu que le ha sido dado sin medida fluye de Él hacia nosotros. Él tiene en reserva al Espíritu, y de acuerdo a Su voluntad el Espíritu Santo va a la iglesia, y de la iglesia va al mundo para el cumplimiento de los propósitos de la gracia salvadora. No es posible que la iglesia falle por falta de dones o de influencia espirituales mientras su Esposo celestial tenga tales reservas desbordantes de ambos.

 

Todo el poder de la sagrada Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu está a las órdenes de Jesús, quien es exaltado muy por encima de todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero.

 

Nuestro Señor afirmó también que toda potestad le había sido dada en la tierra. Esto es más de lo que podría decirse verdaderamente de cualquier simple ser humano; ningún ser humano puede reclamar todo poder en el cielo, y si aspirara a todo poder en la tierra sería sólo un sueño. Muchos han ambicionado la monarquía universal pero raras veces ha sido alcanzada si es que ha sido alcanzada alguna vez; y cuando parecía estar al alcance de la ambición se ha derretido como un copo de nieve bajo el sol. Ciertamente, aunque los hombres pudieran gobernar sobre todos sus semejantes, no tendrían todo el poder en la tierra, pues hay otras fuerzas que se burlan de su control. Crueles enfermedades se ríen del poder de los hombres. El rey de Israel, cuando Naamán vino a él para ser sanado de su lepra, clamó: “¿Soy yo Dios, que mate y dé vida, para que éste envíe a mí a que sane un hombre de su lepra?” Él no tenía todo el poder. Además, los vientos y las olas escarnecen el gobierno de los mortales. No es cierto que ni siquiera Britania gobierne las olas. Canuto, para reprender a sus cortesanos, coloca su trono al margen de la marea y comanda a las olas que se cuiden de no mojar los pies de su regio señor; pero sus cortesanos pronto se vieron cubiertos por el rocío, y el monarca demostró que no era cierto que “toda potestad” le hubiere sido dada. Las ranas y las langostas y las moscas fueron más que contendientes para Faraón; los más grandes hombres son derrotados por las cosas débiles de Dios. Nabucodonosor, herido con locura y paciendo con el ganado, fue una ilustración de la naturaleza tenebrosa de todo poder humano. Por cuenta de la enfermedad, del dolor y de la muerte, los príncipes más altivos han sido conducidos a darse cuenta de que, después de todo, eran sólo unos simples humanos; y a menudo sus debilidades han sido tales que han patentizado la verdad de que el poder le pertenece a Dios, y sólo a Dios, de tal manera que cuando Él confía un poco de poder a los hijos de los hombres, es tan poco que serían insensatos si se jactaran de él. Vean ustedes, entonces, el prodigio que tenemos ante nosotros: un hombre que tiene poder sobre todas las cosas en la tierra, sin ninguna excepción, y que es obedecido por todas las criaturas, grandes y pequeñas, porque el Señor Jehová puso todo debajo de Sus pies.

 

Será de suma importancia para nuestros propósitos que recordemos que nuestro Señor tiene “toda potestad” sobre las mentes de los seres humanos, tanto de buenos como de malos. Llama a quienes Él quiere  a que tengan comunión con Él, y le obedecen. Habiéndolos llamado, Él es capaz de santificarlos a un grado máximo de santidad, obrando en ellos según el puro afecto de Su voluntad con poder. Nuestro Señor puede influir de tal manera en los santos, por medio del Espíritu Santo, que se ven impelidos a los ardores más divinos y son elevados a las más sublimes disposiciones de ánimo. Con frecuencia oro pidiendo -y sin duda de ustedes ha brotado también esa misma oración- que Dios levante líderes en la iglesia, hombres llenos de fe y del Espíritu Santo que sean portaestandartes en el día de la batalla. Son pocos los predicadores del Evangelio que predican con algún poder. Juan podría decir todavía: “no tendréis muchos padres”. Más preciosos que el oro de Ofir son los hombres que se destacan como columnas de la casa del Señor, como baluartes de la verdad y como paladines en el campamento de Israel. ¡Cuán escasos son nuestros varones que cuentan con madera apostólica! Necesitamos nuevamente Luteros, Calvinos, Bunyans, Whitefields, varones capaces de marcar épocas, cuyos nombres inspiren terror en los oídos de nuestros enemigos. Tenemos una gran necesidad de tales individuos. ¿Dónde están? ¿De dónde nos vendrán? No podríamos decir en qué casa de granja o en qué herrería aldeana o en qué escuela pudieran encontrarse tales individuos, pero nuestro Señor los tiene reservados. Ellos son dones de Jesucristo para la iglesia, y vendrán a su debido tiempo. Él tiene potestad para devolvernos una edad de oro de predicadores, un tiempo tan fecundo de grandes teólogos y de poderosos ministros como fue la época de los puritanos que muchos de nosotros consideramos como la edad de oro de la teología. Él puede enviar otra vez hombres de solícito corazón que escudriñen la palabra y extraigan sus tesoros, hombres de sabiduría y de experiencia que la usen bien y predicadores con una boca de oro que, ya sea como hijos del trueno o como hijos de la consolación, entreguen el mensaje del Señor con el acompañamiento del Espíritu Santo enviado desde el cielo. Cuando el Redentor subió a lo alto tomó dones para los hombres, y esos dones eran hombres dotados para llevar a término la edificación de la iglesia, tales como evangelistas, pastores y maestros. Él es todavía capaz de dotar de esas personas a Su pueblo, y es el deber del pueblo pedirlos en oración, y cuando llegan, recibirlos con gratitud. Debemos creer en la potestad de Jesús de darnos valientes varones, varones de renombre, y no tenemos idea de cuán pronto los suplirá.

 

Dado que en las manos de Cristo se encuentra depositada toda potestad en la tierra, Él puede revestir también a cualquiera de Sus siervos o a todos ellos de un poder sagrado, gracias al cual las manos de ellos les bastarán para cumplir su excelso llamamiento. Sin ponerlos en las primeras filas, Él hace que ocupen sus esferas designadas hasta que Él venga ceñido de una potestad que los hará útiles.

 

Hermano mío, el Señor Jesús puede hacerte eminentemente próspero en la esfera en que te ha colocado; hermana mía, tu Señor puede bendecir por tu medio a los niñitos que se agolpan en tus rodillas. Tú eres muy débil, y lo sabes, pero no hay razón por la que no puedas ser fuerte en Él. Si buscas fuerzas en el fuerte, Él puede investirte con poder de lo alto, y decirte como le dijo a Gedeón: “Vé con esta tu fuerza”. Tu torpeza de lengua no tiene por qué descalificarte, pues Él estará con tu boca como estuvo con Moisés. Tu falta de cultura no ha de ser un obstáculo para ti, pues Samgar mató a los filisteos con su aguijada de bueyes, y Amós, el profeta, fue un ganadero. Como Pablo, tu presencia personal puede ser despreciada por débil, y tu forma de hablar puede ser considerada indigna, pero, a pesar de todo, igual que Pablo, puedes aprender a gloriarte en la debilidad porque el poder de Dios descansa efectivamente en ti. Tú no estás estrecho en el Señor, sino en ti mismo, si es que estás estrecho del todo. Podrías estar tan seco como la vara de Aarón, pero Él puede hacerte retoñar y florecer y dar fruto. Tú podrías estar casi tan vacío como la vasija de la viuda, pero, con todo, Él hará que incluso te derrames hacia Sus santos. Podrías sentir que estás cerca de hundirte como Pedro en medio de las olas, y, sin embargo, Él impedirá que tus miedos se cumplan. Puedes haber fracasado tanto como los discípulos que habían trabajado arduamente toda la noche y no habían sacado nada, y, sin embargo, Él puede llenar tu barca hasta el desborde. Nadie sabe lo que el Señor puede hacer de cada quien, ni lo que puede hacer por medio de cada quien, y sólo sabemos ciertamente que “toda potestad” reside en Aquel por quien fuimos redimidos y a quien pertenecemos.

 

Oh, creyentes, recurran ustedes a su Señor para tomar de Su plenitud gracia sobre gracia. Debido a este poder nosotros creemos que si Jesús quisiera Él agitaría a la iglesia entera de inmediato para que alcanzara la máxima energía. ¿Está dormida la iglesia? Su voz puede despertarla. ¿No eleva oraciones? Su gracia puede estimularla a la devoción. ¿Se ha vuelto incrédula? Él puede restaurarla a su antigua fe. ¿Da la espalda en el día de la batalla turbada con escepticismos y dudas? Él puede devolverle una confianza inquebrantable en el Evangelio, y hacerla valiente al punto que todos sus hijos sean héroes de la fe y pongan en huída a los ejércitos extranjeros. Creamos y veremos la gloria de Dios. Creamos, repito, y una vez más vendrán nuestros días de conquista, cuando uno persiga a mil, y dos hagan huir a diez mil. Nunca pierdan la esperanza por la iglesia; estén ansiosos por ella y conviertan su ansiedad en oración, pero tengan esperanza perennemente, pues su Redentor es poderoso y despertará su fuerza. “Jehová de los ejércitos está con nosotros; nuestro refugio es el Dios de Jacob”. Degenerados como somos, hay Uno en medio de nosotros a quien el mundo no ve y de quien no somos dignos de desatar la correa del calzado. Él nos bautizará de nuevo con el Espíritu Santo y con fuego, pues “toda potestad le es dada”.

 

Es igualmente cierto que toda potestad le ha sido dada a nuestro Señor sobre la humanidad entera, incluso sobre esa parte de la raza humana que lo rechaza y que continúa en una deliberada rebelión. Él puede usar a los impíos para que cumplan Sus propósitos. Sabemos gracias a la inspirada autoridad que Herodes y Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, se reunieron para hacer todo lo que la mano y el consejo de Dios predeterminaron que harían. Su suprema maldad no hizo sino cumplir el consejo determinado de Dios. Él hace así que la ira del hombre le alabe, y que las voluntades más rebeldes se sometan a Sus sagrados propósitos. El reino de Jesús rige sobre todo. Los poderes del infierno y todos sus ejércitos junto con los reyes de la tierra y los gobernantes se levantan y consultan unidos, pero en todo momento su furia está cumpliendo los designios de Jesús. Lo que no saben es que son sólo esclavos del Rey de reyes, que son sólo ayudantes de cocina en Su palacio imperial. Todas las cosas cumplen Sus órdenes. Su voluntad no se ve frustrada. Sus resoluciones no son derrotadas. La voluntad de Jehová será en su mano prosperada. Por fe lo veo rigiendo y gobernando en tierra y mar, y en todos los lugares profundos. Guía las decisiones de los parlamentos, da instrucciones a los dictadores, comanda a los príncipes y gobierna a los emperadores. Basta que se levante y quienes lo odian huirán delante de Él. Él los dispersará como es dispersado el humo; como la cera es derretida delante del fuego, así perecerán todos Sus enemigos en Su presencia.

 

En cuanto a los pecadores en general, el Redentor tiene poder sobre sus mentes de una manera maravillosa de contemplar. En el momento presente deploramos en gran manera el hecho de que la corriente de pensamiento público fluye con potencia hacia el Papado, que es el alias de la idolatría. Tal como en la historia del Antiguo Testamento el pueblo de Israel estaba siempre tratando de ir en pos de sus ídolos, así sucede con esta nación. Los israelitas fueron curados de su pecado por un breve tiempo, mientras algún gran maestro o juez tuviera poder entre ellos pero, a su muerte, se desviaban para adorar a la reina del cielo o a los becerros de Bet-el u otros símbolos visibles. Lo mismo sucede ahora. Los hombres van enloquecidos en pos de los ídolos de la antigua Roma. Están convirtiendo a las viejas iglesias en recintos de adoración llenos de incienso, y están construyendo nuevos locales por todas partes. Los templos de los ídolos se están volviendo tan numerosos en Londres como en Calcuta. Los adoradores y los sacerdotes se llaman a sí mismos cristianos, pero deberían llamarse mejor adoradores de la hostia o adoradores de un fetiche elaborado con harina y agua, pues eso está más cerca de la verdad.

 

Bien, ¿qué sigue? ¿Estamos cayendo en la desesperación? Dios no quiera que nos descorazonemos jamás cuando Jesús ha recibido toda potestad en Su mano. Él puede cambiar la corriente íntegra de pensamiento para que siga la dirección opuesta, y puede hacerlo de inmediato. ¿No observaron, cuando el Príncipe de Gales estuvo enfermo hace algunos meses, que todo el mundo rendía honor a la doctrina de la oración? ¿No notaron cómo el Times y otros periódicos hablaron de manera muy creyente respecto a la oración? En este momento está de moda desdeñar la idea de que Dios oye nuestras peticiones; pero entonces no era así. Un gran filósofo nos ha dicho que es absurdo suponer que la oración pueda tener algún efecto sobre los eventos de la vida; pero Dios sólo tiene que visitar a la nación con algún juicio que sea sentido severamente por todos y su filósofo se quedaría tan callado como un ratón. De la misma manera, estoy firmemente persuadido de que por una vuelta de la rueda de la Providencia, el Papado que está ahora tan de moda sería convertido, como lo ha sido en el pasado, en una provocación que sirve para amotinar a las turbas, y mis señores y mis damas, en vez de apresurarse hacia el Papa, estarían muy ansiosos de repudiar toda conexión con todo ese asunto. Para mí poco importa cuál camino sigan estas finas personas en cualquier momento, excepto que son las pajas que muestran en qué dirección sopla el viento. Lo repito, la corriente de pensamiento puede ser modificada fácilmente por nuestro Señor; Él puede manejarla tan fácilmente como el molinero controla el torrente que fluye sobre su rueda, o que pasa rápidamente a un lado. Los tiempos están seguros en la administración de nuestro Redentor. Él es más poderoso que el diablo, que el Papa, que el infiel, y que los ritualistas considerados en su conjunto. Toda la gloria sea dada a Aquel que tiene toda potestad en la tierra y en el cielo.

 

De igual manera, nuestro Señor puede dar y en efecto da al pueblo una inclinación a oír el Evangelio. Nunca tengan miedo de convocar a una reunión cuando el Evangelio sea su tema. Jesús, que les da una lengua consagrada, encontrará oídos dispuestos a escucharlos. A una orden suya los santuarios desiertos se llenan, y la gente se arremolina a oír el feliz sonido. Sí, y puede hacer algo más, pues puede hacer que la palabra sea poderosa para la conversión de miles de personas. Él puede constreñir a los frívolos a pensar, a los obstinadamente heréticos a aceptar la verdad, a esos que ponen sus rostros como un pedernal a ceder a Su agraciada influencia. Él tiene la llave de cada corazón humano. Él abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre. Él vestirá Su palabra con poder y someterá con ella a las naciones. A nosotros nos corresponde proclamar el Evangelio, y creer que nadie está más allá del poder salvador de Jesucristo. Teñido doblemente, sí, hundido siete veces en el tinte escarlata del vicio, el pecador puede ser limpiado, y el cabecilla del vicio puede convertirse en un modelo de santidad. El fariseo puede ser convertido; ¿acaso Pablo no fue convertido? Incluso los sacerdotes pueden ser salvados, pues ¿acaso no creyó una gran multitud de sacerdotes? No hay nadie, en ninguna posición concebible de pecado, que esté más allá del poder de Cristo. Puede llegar al límite máximo en el pecado, al punto de estar al borde del infierno, pero si Jesús extiende su mano perforada, será como un tizón arrebatado del incendio.

 

Mi alma se ilumina cuando pienso en lo que mi Señor puede hacer. Si toda potestad le es dada en el cielo y en la tierra, entonces esta mañana puede convertir, perdonar y salvar a todo hombre y a toda mujer en este lugar; es más, Él podría influenciar a los cuatro millones de habitantes de esta ciudad para que clamaran: “¿Qué debemos hacer para ser salvos?” Y no sólo puede obrar en esta ciudad, sino a través de la tierra entera. Si le pareciere bien a Su infinita sabiduría y poder, Él podría hacer que cada sermón fuera un instrumento de conversión de todos los que lo oyeren, que cada Biblia y que cada copia de la Palabra se convirtiera en un canal de salvación para todos los que la leyeren, y no sé en qué breve tiempo se escucharía el clamor: “¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina!” Pueden estar seguros de que ese grito se oirá. Estamos del lado del vencedor. Tenemos con nosotros a Uno que es infinitamente más grande que todo lo que pudiera estar en contra nuestra, puesto que “toda potestad” le es dada a Él.

 

Hermanos, no albergamos ninguna duda, no abrigamos ningún temor, pues cada instante está trayendo el grandioso despliegue del poder de Jesús. Nosotros predicamos hoy, y algunos de ustedes desprecian al Evangelio; nosotros les presentamos a Cristo, y ustedes lo rechazan; pero Dios cambiará Su mano con ustedes en breve, y los desprecios y los rechazos de ustedes llegarán entonces a un fin, pues ese mismo Jesús que ascendió al cielo desde el Monte de los Olivos, así vendrá como fue visto ir al cielo. Él descenderá con pompa y poder incomparables, y este mundo asombrado que lo vio crucificado lo verá entronizado; y en el mismísimo lugar en el que los hombres acosaban Sus talones y lo perseguían, se arremolinarán junto a Él para rendirle homenaje, pues Él ha de reinar, y ha de poner a Sus enemigos bajo Sus pies. Esta misma tierra que una vez se vio turbada con Sus aflicciones será alegrada por Sus triunfos. Y hay algo más. Podrían estar muertos antes de que el Señor viniera, y sus cuerpos podrían estarse pudriendo en la tumba, pero sabrán que toda potestad es Suya, pues al sonido de la trompeta sus cuerpos resucitarán y estarán delante de Su terrible tribunal. Podrían haberle resistido aquí, pero serán incapaces de oponérsele entonces; podrían despreciarlo ahora, pero entonces habrán de temblar delante de Él. “Apartaos de mí, malditos”, será para ustedes una terrible prueba de que Él tiene “toda potestad”, si no quieren aceptar ahora otra prueba más dulce de ello viniendo a Jesús que les pide a los trabajados y cansados que compartan Su reposo. “Honrad al Hijo, para que no se enoje, y perezcáis en el camino; pues se inflama de pronto su ira. Bienaventurados todos los que en él confían”.

 

II.   En segundo lugar, les pido que me tengan paciencia pues tengo que mostrar EL MODO USUAL DE NUESTRO SEÑOR DE EJERCER SU GRANDIOSO PODER ESPIRITUAL. Hermanos, el Señor Jesús podría haber dicho: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra; tomen entonces sus espadas y maten a todos estos que son mis enemigos que me crucificaron”. Pero Él no tuvo pensamientos de revancha. Él podría haber dicho: “Estos judíos me inmolaron, por tanto, vayan directamente a las Islas y a Tarsis y prediquen, pues estos hombres nunca gustarán de mi gracia”, pero no, Él dijo expresamente: “comenzando en Jerusalén”, y ordenó a Sus discípulos que predicaran primero el Evangelio a Sus asesinos. Como consecuencia de que tenía “toda potestad” Sus siervos recibieron la orden de discipular a todas las naciones.

 

Hermanos míos, el método por el cual Jesús se propone someter todas las cosas pareciera ser completamente inadecuado. ¡Enseñar, hacer discípulos, bautizar a esos discípulos, e instruirlos más en la fe! Maestro bueno, ¿son estas cosas el armamento de nuestra guerra? ¿Son estas cosas Tu hacha de combate y las armas de la batalla? Los príncipes de este mundo no contemplan así la conquista, pues ellos confían en cañones monstruosos, en acorazados y en máquinas de un poder letal. Con todo, ¿qué son todas esas cosas sino una prueba de su debilidad? Si tuvieran toda potestad en ellos mismos no necesitarían de tales instrumentos. Sólo aquel que tiene ‘toda potestad’ puede hacer que Sus órdenes se cumplan por una palabra, y puede prescindir de toda fuerza excepto la del amor.

 

Fíjense que la enseñanza y la predicación son la manera en que el Señor muestra Su poder. Hoy se nos dice que la manera de salvar a las almas es erigir un altar con diferentes sedas y con satines de colores que varían según el almanaque, y que es vestir a los sacerdotes con ornamentos de diversos colores, “tela de colores de doble bordadura en el cuello del victorioso”, y hacer que los hombres vistan enaguas, cosa que es deshonrosa para su sexo. ¡Con estas cintas y bordados, unidos a la quema de incienso, a posturas y a encantamientos, las almas han de ser salvadas! “No es de esa manera” –dice el Maestro, sino “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura”. ¿Acaso algunos de ustedes temen que, después de todo, la predicación del Evangelio sea derrotada en esta tierra nuestra por esas nuevas ediciones de la vieja idolatría? Ni Dios lo quiera. Si sólo quedara uno de nosotros para predicar el Evangelio, sería un digno contendiente para enfrentar a diez mil sacerdotes. Basta que nos dieran la lengua que arde por obra del Espíritu Santo y una Biblia abierta, y un solitario predicador haría huir a toda la turba de sus monjes y de sus frailes y padres confesores, y de hermanas de la miseria, y monjas, y peregrinos, y obispos, y cardenales, y papas; porque predicar y enseñar y bautizar a los discípulos es la manera de Cristo de hacer las cosas, y la superchería sacerdotal no es la manera de Cristo. Si Cristo lo hubiera ordenado, la eficacia sacramental tendría éxito, pero Él no ha ordenado nada de ese tipo; Su mandato es: ‘Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Dios Trino’.

 

Hermanos míos, recuerden quiénes eran los hombres que fueron enviados en esta misión. Los once más destacados eran primordialmente pescadores. ¿Acaso el omnipotente Jesús elige a unos pescadores para someter al mundo? Así lo hace porque no necesita ninguna ayuda de nadie. Suya es toda potestad. Tenemos que tener un ministerio educado, se nos dice; y por “un ministerio educado” quieren decir, no el ministerio de un hombre de sentido común, de cabeza clara y de corazón cálido, de profunda experiencia y de un amplio conocimiento de la naturaleza humana, sino el ministerio de simples estudiantes de los clásicos y de las matemáticas, de teóricos, y de novatos, más entendidos en las infidelidades modernas que en la verdad de Dios. Si nuestro Señor hubiera deseado emplear a los sabios según el mundo, podría haber elegido ciertamente a once varones en Corinto o en Atenas, quienes se habrían ganado el respeto general por sus logros, o podría haber encontrado a once doctos rabinos cerca de casa; pero no necesitaba a tales varones; sus alardeados logros no eran de ningún valor a Sus ojos. Él eligió a hombres honestos y sinceros que eran lo suficientemente semejantes a los niños para aprender la verdad, y lo bastante osados para decirla una vez conocida. La iglesia debe deshacerse de la noción que tiene que depender de la sabiduría de este mundo. No podemos tener una palabra en contra de una sana educación, especialmente de una educación en las Escrituras, pero poner a los títulos académicos en el lugar del don del Espíritu Santo, o valorar el estilo presente de la así llamada cultura por encima de la edificación espiritual de nuestra condición humana, es erigir a un ídolo en la casa del Dios viviente. El Señor puede usar de la misma manera al varón más iletrado que al más ilustrado, si así le agradara. “Id” –dijo- “ustedes, pescadores, id, y enseñad a todas las naciones”. La crítica de la razón carnal sobre esto es: ¡un débil método a ser implementado por instrumentos más débiles!

 

Ahora bien, debe notarse aquí que la obra de la predicación del Evangelio, que es la manera en que Cristo usa Su poder entre los hombres, está basada únicamente en que Él tiene esa potestad. Escuchen a algunos de mis hermanos; ellos dicen: “No debes predicar el Evangelio a un pecador muerto, porque el pecador no tiene ningún poder”. Es precisamente así, pero nuestra razón para predicarle a él es que toda potestad le es dada a Jesús, y Él nos ordena predicar el Evangelio a toda criatura. “Pero cuando le dices a un pecador que crea, no tienes el poder de hacerlo creer”. Así es ciertamente, ni tampoco soñamos tenerlo, pues toda potestad descansa en Cristo. Tampoco hay en el pecador poder para creer, ni en el predicador hay poder para hacerlo creer, pues toda potestad está en nuestro Señor. Pero ellos preguntan: “¿piensas que tus persuasiones harán que un hombre se arrepienta y crea jamás?” Ciertamente no. El poder que conduce a los hombres a arrepentirse y a creer no radica en la retórica ni en la razón ni en la persuasión, sino en Aquel que dice: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra”. Yo les digo esto: si mi Señor y Maestro me ordenara que fuera mañana al cementerio de  Norwood y que mandara a los muertos que se levantaran, yo lo haría con el mismo placer con el que predico ahora el Evangelio a esta congregación; y lo haría por la misma razón que ahora me conduce a exhortar a los no regenerados a que se arrepientan y sean convertidos; pues yo considero que los hombres están muertos en el pecado, y con todo, les digo que vivan porque mi Maestro me manda que lo haga; que estoy en lo correcto actuando así queda demostrado por el hecho de que mientras estoy predicando los pecadores viven; bendito sea Su nombre pues miles de ellos han sido vivificados para vida. Ezequiel tenía que clamar: “Huesos secos, vivan”. ¡Qué necedad es decir eso! Pero Dios justificó a Su siervo en ello y un ejército sumamente grande se puso de pie en lo que una vez fue un gran osario. Los hombres de Josué recibieron la orden de tocar sus trompetas alrededor de Jericó –era algo sumamente absurdo tocar la trompeta para hacer que se derrumbaran los muros- pero fueron derrumbados a pesar de todo. Los hombres de Gedeón recibieron la orden de llevar teas dentro de sus cántaros, y de romper sus cántaros, y de estarse firmes y clamar a gran voz: “¡Por la espada de Jehová y de Gedeón!”, –era algo muy ridículo esperar que por ese medio se pudiera hacer morir a los madianitas- pero fueron aniquilados, pues Dios no les pide a Sus siervos que intenten hacer cosas que no tienen ninguna probabilidad de éxito. A Dios le agrada cumplir Sus divinos propósitos por medio de la necedad de la predicación, no debido al poder de la predicación, ni debido al poder del predicador, ni debido a ningún poder en los que oyen la predicación, sino porque “toda potestad” le es dada a Cristo “en el cielo y en la tierra”, y Él decide obrar por medio de la enseñanza de la Palabra.

 

Nuestra obligación, entonces, es justamente esto. Hemos de enseñar, o como lo expresa la palabra griega, hemos de hacer discípulos. Nuestra obligación es -cada uno de acuerdo a la gracia que le es concedida- predicarles a nuestros semejantes el Evangelio y tratar de discipularlos para Jesús. Cuando se convierten en discípulos, nuestro siguiente deber es darles la señal del discipulado “bautizándolos”. Ese entierro simbólico declara la muerte en Jesús de sus egos anteriores y su resurrección a una vida nueva por medio de Él. El bautismo enrola y sella a los discípulos, y no debemos ni omitirlo ni darle un lugar indebido. Cuando el discípulo es enrolado, el misionero debe convertirse en el pastor, “enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado”. El discípulo es admitido en la escuela al obedecer el mandato del Salvador respecto al bautismo, y luego continúa aprendiendo, y conforme aprende también enseña a los demás. Se le enseña la obediencia, no a algunas cosas, sino a todas las cosas que Cristo ha mandado. Es admitido dentro de la iglesia no para que se convierta en un legislador o en un diseñador de nuevas doctrinas y ceremonias, sino para creer lo que Cristo le dice y hacer lo que Cristo le ordena. Así nuestro Señor tiene la intención de establecer un reino que desmenuzará a cualquier otro; aquellos que lo conocen deben enseñar a otros; y así de uno a otro, la asombrosa potestad que Cristo trajo del cielo se propagará de una tierra a otra. Vean, entonces, hermanos míos, su excelso llamamiento, y vean también el apoyo que tienen para cumplirlo. ¡En la vanguardia vean “toda potestad” que sale de Cristo! En la retaguardia vean al propio Señor: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Si son enrolados en este ejército, los exhorto a que sean fieles a su grandioso capitán, a que hagan Su obra cuidadosamente de la manera que Él la ha prescrito para ustedes, y a que esperen ver Su potestad manifestada para Su propia gloria.

 

Quisiera concluir este sermón de manera muy práctica. La mayor parte de mi congregación en este momento la constituyen personas que han creído en Jesús, que han sido bautizadas y que adicionalmente han sido instruidas. Tú crees que Jesús tiene toda potestad y que Él obra a través de la enseñanza y de la predicación del Evangelio, y por eso quiero presionarte con una pregunta doméstica. ¿Cuánto estás haciendo en lo tocante a enseñar a todas las naciones? Esta responsabilidad te es asignada a ti así como a mí; para este propósito somos enviados al mundo; somos receptores para que seamos posteriormente distribuidores. ¿Cuánto has distribuido? Querido hermano, querida hermana, ¿a cuántas personas les has contado la historia de la redención por medio de la sangre de Jesús? Tú ya has sido un convertido durante algún tiempo: ¿a quién le has hablado o a quién le has escrito acerca de Jesús? ¿Estás distribuyendo las palabras de otros de la mejor manera que te sea posible, si es que tú mismo eres incapaz de eslabonar algunas palabras? No repliques: “pertenezco a un iglesia que está haciendo mucho”. Ese no es el punto. Hablo de lo que tú estás haciendo personalmente. Jesús no murió por nosotros a través de algún apoderado, sino que cargó nuestros pecados en Su propio cuerpo sobre el madero. Entonces yo pregunto: ¿qué estás haciendo personalmente? ¿Estás haciendo algo? “Pero yo no puedo irme de misionero”, dirá alguien. ¿Estás seguro de que no puedes? He estado en espera de una época cuando muchos de ustedes sientan que tienen que ir a predicar el Evangelio por todas partes, y abandonen comodidades y emolumentos por causa del Señor. Yo nunca sentiré que hemos alcanzado el máximo grado del celo cristiano mientras no se vuelva algo muy común entre nosotros tener jóvenes hermanos, tales como los dos que partieron hace muy poco tiempo, que se consagren al más grandioso de los servicios. Tal vez algunos de ustedes tengan esa intención formada a medias en sus corazones; espero que no la repriman, y que sus padres no los obstaculicen para que cumplan el bendito sacrificio. No puede haber mayor honor para una iglesia que tener muchos hijos e hijas que soporten lo más recio de la batalla por el Señor. He aquí, yo levanto un estandarte entre ustedes hoy para que aquellos cuyos corazones Dios ha tocado acudan a él sin demora. Los paganos están pereciendo; están muriendo a millones sin Cristo, y el postrer mandato de Cristo para nosotros es: “Vayan y enseñen a las naciones”. ¿Lo están obedeciendo ustedes? “Yo no puedo ir” –dice alguien- “tengo una familia y muchos lazos que me atan en casa”. Yo te pregunto, entonces, amado hermano mío: ¿estás yendo tan lejos como puedes? ¿Cubres la máxima distancia que te permite la correa providencial que te ha atado donde estás? Al preparar este sermón, reflexionaba sobre lo poco que la mayoría de nosotros hace para enviar el Evangelio a todas partes. Como iglesia estamos haciendo una tarea decente por nuestros paganos en casa, y yo me regocijo al reconocerlo; pero ¿cuánto da cada uno de ustedes al año para las misiones extranjeras? Desearía que anotaran en su libreta de apuntes cuánto dan por año para las misiones, y que luego calcularan qué porcentaje es para su propio consumo. Registren así: “Inciso: di a la colecta en el pasado mes de Abril. . .tantas libras”. Un centavo por año para la salvación del mundo. Tal vez se vería así: “Inciso: Ingreso 5,000 libras esterlinas al año, suscripción anual para la misión: 1 libra esterlina”. ¿Cómo se ve eso? Yo no puedo leer sus corazones, pero puedo leer su libreta de apuntes y calcular una suma proporcional. Sugiero que lo hagan ustedes mismos, mientras yo reviso mis propios gastos. Veamos todos cuánto más puede hacerse para propagar el reino del Redentor, pues Él ha recibido toda potestad; y cuando Su pueblo sea conducido a creer en esa potestad, y a usar la simple pero potente maquinaria de la predicación del Evangelio a todas las naciones, entonces Dios, nuestro propio Dios nos bendecirá, y todos los confines de la tierra le temerán. Amén.

 

Porción de la Escritura leída antes del sermón: Marcos 16.         

 

 

Traductor: Allan Román

4/Abril/2012

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