El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
El Poder del
Salvador Resucitado
NO.
1200
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Y Jesús se
acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la
tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos
en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que
guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros
todos los días, hasta el fin del mundo. Amén”. Mateo 28: 18-20.
El cambio de “Varón de
dolores” antes de Su crucifixión al de “Señor sobre todo” después de Su
resurrección, es muy asombroso. Antes de Su pasión era muy conocido por Sus
discípulos, y se manifestaba únicamente de una manera: como el Hijo del hombre,
vestido con la túnica común del campesino, la cual era sin costura, de un solo
tejido de arriba abajo; pero después que hubo resucitado de los muertos, quienes
más lo amaban fueron incapaces de reconocerlo en diversas ocasiones, y se
declara al menos una vez que se apareció a ciertos de ellos “en otra forma”. Se
trataba de la misma persona, pues los discípulos vieron Sus manos y Sus pies, y
Tomás incluso lo tocó y metió su dedo en el lugar de los clavos; pero, con
todo, parecería que eran manifiestos a veces para ellos algunos rayos de Su
gloria, una gloria que había estado oculta en Su vida previa con la sola
excepción de cuando estuvo en el Monte de
No significó un honor
menor haber visto a nuestro Señor resucitado mientras permaneció aquí abajo. ¡Qué
no significará ver a Jesús tal como es ahora! Es el mismo Jesús que estuvo
aquí; esos memoriales como de un cordero que ha sido inmolado nos aseguran que
se trata del mismo hombre. Su condición humana real está sentada en gloria en
el cielo y es susceptible de ser vista por el ojo y de ser oída por el oído, pero,
con todo, es muy diferente. Si le hubiésemos visto en Su agonía, admiraríamos
muchísimo más Su gloria. Mediten de todo corazón en Cristo crucificado a
menudo, pero gócense frecuentemente con una visión de Cristo glorificado.
Deléitense pensando que Él no está aquí, pues resucitó; que no está aquí, pues
ascendió al cielo; que no está aquí, pues está sentado a la diestra de Dios e
intercede por nosotros. Que sus almas viajen con frecuencia por la bendita
calzada que va del sepulcro al trono. Así como había en Roma una Via Sacra por la que marchaban desde las
puertas de la ciudad hasta las alturas del Capitolio los vencedores que
retornaban, así también hay otra Via
Sacra que ustedes deberían inspeccionar a menudo, pues por ella viajó en
gloriosa majestad el Salvador resucitado desde el sepulcro de José de Arimatea
hasta las eternas dignidades de la diestra de Su Padre. Tu alma hará bien en
contemplar la alborada de la esperanza de ella en Su muerte, y la plena
seguridad de la esperanza de ella en Su vida resucitada.
Hoy mi tarea es mostrarles,
con la ayuda de Dios el Espíritu, primero, la
potestad de resurrección de nuestro Señor; y en segundo lugar, el modo de nuestro Señor de ejercer la parte
espiritual de esa potestad con respecto a nosotros.
I.
Piensen ahora un momento
en estas palabras: “Toda potestad”. Jesucristo
recibió de Su Padre, como consecuencia de Su muerte, “toda potestad”. Es sólo
otra manera de decir que el Mediador posee omnipotencia, pues la omnipotencia no
es sino “toda potestad” en latín. ¿Qué mente habrá de concebir, qué lengua habrá
de explicarles el significado de: ‘toda potestad’? Nosotros no podemos
captarlo; es algo sublime y no podemos alcanzarlo. Tal conocimiento es
demasiado prodigioso para nosotros. El poder de autoexistencia, el poder de creación,
el poder de sustentación de lo creado, el poder de formar y destruir, el poder
de abrir y cerrar, de derrocar o de establecer, de matar y de hacer vivir, el
poder de perdonar y de condenar, de dar y de retener, de decretar y de cumplir,
en una palabra, el poder de ser: “Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia”,
todo eso le es conferido a Jesucristo nuestro Señor. Si quisiéramos explicar
qué es lo que significa “toda potestad” equivaldría a que intentáramos
describir el infinito, o acotar lo ilimitado; pero sea lo que sea todo eso es dado a nuestro Señor, todo es puesto en
las manos que una vez fueron clavadas al madero de la vergüenza, todo es
confiado a ese corazón que fue atravesado con la lanza, todo es colocado como
una corona sobre esa cabeza que fue ceñida con una corona de espinas.
“Toda potestad en el cielo” es Suya. ¡Observen eso!
Entonces Él tiene el poder de Dios, pues Dios está en el cielo, y el poder de
Dios emana de ese trono central. Entonces Jesús tiene un poder divino. Jesús
puede hacer todo lo que Jehová puede hacer. Si fuera Su voluntad crear otro
mundo con Su palabra, veríamos esta noche una nueva estrella adornando la
frente de la noche. Si fuera Su voluntad plegar de inmediato a la creación como
si fuera un vestido, he aquí que los elementos pasarían, y aquellos cielos se arrollarían
como un pergamino. El poder que ata los lazos de las Pléyades, o desata las
ligaduras de Orión está con el Nazareno, el Crucificado guía a
“Toda potestad en el
cielo” se relaciona con la habilidad y el poder providenciales con los que Dios
gobierna todo en el universo. Él sostiene las riendas de todas las fuerzas
creadas, y las impele o las restringe a voluntad, dando fuerza a la ley y dando
vida a toda existencia. Los antiguos paganos soñaban diciendo que Apolo
conducía el carro del sol y guiaba a sus corceles de fuego en su curso
cotidiano, pero no es así; Jesús es Señor de todo. Él engancha a los vientos a
Su carro, y pone el freno en la boca de la tempestad, haciendo lo que le place
entre los ejércitos del cielo y los habitantes de este mundo inferior. De Él emana
el poder en el cielo que sustenta y gobierna este globo, pues el Padre ha
encomendado todas las cosas en Sus manos. “Todas las cosas en él subsisten”.
“Toda potestad” tiene
que incluir –y este es un punto práctico para nosotros- todo poder del Espíritu
Santo. Es Él quien convence a los hombres de pecado y los conduce al Salvador, es
Él quien les da nuevos corazones y espíritus rectos y los planta en la iglesia
y luego hace que crezcan y se vuelvan fructíferos. El poder del Espíritu Santo
sale entre los hijos de los hombres de acuerdo a la voluntad de nuestro Señor. Así
como el óleo de la unción derramado sobre la cabeza de Aarón descendía sobre la
barba y rociaba el borde de sus vestiduras, así el Espíritu que le ha sido dado
sin medida fluye de Él hacia nosotros. Él tiene en reserva al Espíritu, y de
acuerdo a Su voluntad el Espíritu Santo va a la iglesia, y de la iglesia va al
mundo para el cumplimiento de los propósitos de la gracia salvadora. No es
posible que la iglesia falle por falta de dones o de influencia espirituales
mientras su Esposo celestial tenga tales reservas desbordantes de ambos.
Todo el poder de la
sagrada Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu está a las órdenes de Jesús, quien es
exaltado muy por encima de todo principado y autoridad y poder y señorío, y
sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el
venidero.
Nuestro Señor afirmó
también que toda potestad le había sido dada en la tierra. Esto es más de lo que podría decirse verdaderamente
de cualquier simple ser humano; ningún ser humano puede reclamar todo poder en
el cielo, y si aspirara a todo poder en la tierra sería sólo un sueño. Muchos
han ambicionado la monarquía universal pero raras veces ha sido alcanzada si es
que ha sido alcanzada alguna vez; y cuando parecía estar al alcance de la
ambición se ha derretido como un copo de nieve bajo el sol. Ciertamente, aunque
los hombres pudieran gobernar sobre todos sus semejantes, no tendrían todo el
poder en la tierra, pues hay otras fuerzas que se burlan de su control. Crueles
enfermedades se ríen del poder de los hombres. El rey de Israel, cuando Naamán
vino a él para ser sanado de su lepra, clamó: “¿Soy yo Dios, que mate y dé
vida, para que éste envíe a mí a que sane un hombre de su lepra?” Él no tenía
todo el poder. Además, los vientos y las olas escarnecen el gobierno de los
mortales. No es cierto que ni siquiera Britania gobierne las olas. Canuto, para
reprender a sus cortesanos, coloca su trono al margen de la marea y comanda a
las olas que se cuiden de no mojar los pies de su regio señor; pero sus
cortesanos pronto se vieron cubiertos por el rocío, y el monarca demostró que
no era cierto que “toda potestad” le hubiere sido dada. Las ranas y las
langostas y las moscas fueron más que contendientes para Faraón; los más
grandes hombres son derrotados por las cosas débiles de Dios. Nabucodonosor, herido
con locura y paciendo con el ganado, fue una ilustración de la naturaleza tenebrosa
de todo poder humano. Por cuenta de la enfermedad, del dolor y de la muerte, los
príncipes más altivos han sido conducidos a darse cuenta de que, después de
todo, eran sólo unos simples humanos; y a menudo sus debilidades han sido tales
que han patentizado la verdad de que el poder le pertenece a Dios, y sólo a
Dios, de tal manera que cuando Él confía un poco de poder a los hijos de los
hombres, es tan poco que serían insensatos si se jactaran de él. Vean ustedes,
entonces, el prodigio que tenemos ante nosotros: un hombre que tiene poder
sobre todas las cosas en la tierra, sin ninguna excepción, y que es obedecido
por todas las criaturas, grandes y pequeñas, porque el Señor Jehová puso todo
debajo de Sus pies.
Será de suma importancia
para nuestros propósitos que recordemos que nuestro Señor tiene “toda potestad”
sobre las mentes de los seres humanos, tanto de buenos como de malos. Llama a
quienes Él quiere a que tengan comunión
con Él, y le obedecen. Habiéndolos llamado, Él es capaz de santificarlos a un
grado máximo de santidad, obrando en ellos según el puro afecto de Su voluntad
con poder. Nuestro Señor puede influir de tal manera en los santos, por medio
del Espíritu Santo, que se ven impelidos a los ardores más divinos y son
elevados a las más sublimes disposiciones de ánimo. Con frecuencia oro pidiendo
-y sin duda de ustedes ha brotado también esa misma oración- que Dios levante
líderes en la iglesia, hombres llenos de fe y del Espíritu Santo que sean portaestandartes
en el día de la batalla. Son pocos los predicadores del Evangelio que predican
con algún poder. Juan podría decir todavía: “no tendréis muchos padres”. Más
preciosos que el oro de Ofir son los hombres que se destacan como columnas de
la casa del Señor, como baluartes de la verdad y como paladines en el
campamento de Israel. ¡Cuán escasos son nuestros varones que cuentan con madera
apostólica! Necesitamos nuevamente Luteros, Calvinos, Bunyans, Whitefields,
varones capaces de marcar épocas, cuyos nombres inspiren terror en los oídos de
nuestros enemigos. Tenemos una gran necesidad de tales individuos. ¿Dónde
están? ¿De dónde nos vendrán? No podríamos decir en qué casa de granja o en qué
herrería aldeana o en qué escuela pudieran encontrarse tales individuos, pero
nuestro Señor los tiene reservados. Ellos son dones de Jesucristo para la
iglesia, y vendrán a su debido tiempo. Él tiene potestad para devolvernos una
edad de oro de predicadores, un tiempo tan fecundo de grandes teólogos y de
poderosos ministros como fue la época de los puritanos que muchos de nosotros
consideramos como la edad de oro de la teología. Él puede enviar otra vez
hombres de solícito corazón que escudriñen la palabra y extraigan sus tesoros, hombres
de sabiduría y de experiencia que la usen bien y predicadores con una boca de
oro que, ya sea como hijos del trueno o como hijos de la consolación, entreguen
el mensaje del Señor con el acompañamiento del Espíritu Santo enviado desde el cielo.
Cuando el Redentor subió a lo alto tomó dones para los hombres, y esos dones
eran hombres dotados para llevar a término la edificación de la iglesia, tales
como evangelistas, pastores y maestros. Él es todavía capaz de dotar de esas
personas a Su pueblo, y es el deber del pueblo pedirlos en oración, y cuando
llegan, recibirlos con gratitud. Debemos creer en la potestad de Jesús de
darnos valientes varones, varones de renombre, y no tenemos idea de cuán pronto
los suplirá.
Dado que en las manos de
Cristo se encuentra depositada toda potestad en la tierra, Él puede revestir
también a cualquiera de Sus siervos o a todos ellos de un poder sagrado,
gracias al cual las manos de ellos les bastarán para cumplir su excelso llamamiento.
Sin ponerlos en las primeras filas, Él hace que ocupen sus esferas designadas
hasta que Él venga ceñido de una potestad que los hará útiles.
Hermano mío, el Señor
Jesús puede hacerte eminentemente próspero en la esfera en que te ha colocado;
hermana mía, tu Señor puede bendecir por tu medio a los niñitos que se agolpan
en tus rodillas. Tú eres muy débil, y lo sabes, pero no hay razón por la que no
puedas ser fuerte en Él. Si buscas fuerzas en el fuerte, Él puede investirte
con poder de lo alto, y decirte como le dijo a Gedeón: “Vé con esta tu fuerza”.
Tu torpeza de lengua no tiene por qué descalificarte, pues Él estará con tu
boca como estuvo con Moisés. Tu falta de cultura no ha de ser un obstáculo para
ti, pues Samgar mató a los filisteos con su aguijada de bueyes, y Amós, el profeta,
fue un ganadero. Como Pablo, tu presencia personal puede ser despreciada por
débil, y tu forma de hablar puede ser considerada indigna, pero, a pesar de
todo, igual que Pablo, puedes aprender a gloriarte en la debilidad porque el
poder de Dios descansa efectivamente en ti. Tú no estás estrecho en el Señor,
sino en ti mismo, si es que estás estrecho del todo. Podrías estar tan seco
como la vara de Aarón, pero Él puede hacerte retoñar y florecer y dar fruto. Tú
podrías estar casi tan vacío como la vasija de la viuda, pero, con todo, Él
hará que incluso te derrames hacia Sus santos. Podrías sentir que estás cerca
de hundirte como Pedro en medio de las olas, y, sin embargo, Él impedirá que tus
miedos se cumplan. Puedes haber fracasado tanto como los discípulos que habían
trabajado arduamente toda la noche y no habían sacado nada,
y, sin embargo, Él puede llenar tu barca hasta el desborde. Nadie sabe lo que
el Señor puede hacer de cada quien, ni lo que puede hacer por medio de cada
quien, y sólo sabemos ciertamente que “toda potestad” reside en Aquel por quien
fuimos redimidos y a quien pertenecemos.
Oh, creyentes, recurran
ustedes a su Señor para tomar de Su plenitud gracia sobre gracia. Debido a este
poder nosotros creemos que si Jesús quisiera Él agitaría a la iglesia entera de
inmediato para que alcanzara la máxima energía. ¿Está dormida la iglesia? Su
voz puede despertarla. ¿No eleva oraciones? Su gracia puede estimularla a la
devoción. ¿Se ha vuelto incrédula? Él puede restaurarla a su antigua fe. ¿Da la
espalda en el día de la batalla turbada con escepticismos y dudas? Él puede
devolverle una confianza inquebrantable en el Evangelio, y hacerla valiente al
punto que todos sus hijos sean héroes de la fe y pongan en huída a los
ejércitos extranjeros. Creamos y veremos la gloria de Dios. Creamos, repito, y
una vez más vendrán nuestros días de conquista, cuando uno persiga a mil, y dos
hagan huir a diez mil. Nunca pierdan la esperanza por la iglesia; estén ansiosos
por ella y conviertan su ansiedad en oración, pero tengan esperanza
perennemente, pues su Redentor es poderoso y despertará su fuerza. “Jehová de
los ejércitos está con nosotros; nuestro refugio es el Dios de Jacob”.
Degenerados como somos, hay Uno en medio de nosotros a quien el mundo no ve y
de quien no somos dignos de desatar la correa del calzado. Él nos bautizará de
nuevo con el Espíritu Santo y con fuego, pues “toda potestad le es dada”.
Es igualmente cierto que
toda potestad le ha sido dada a nuestro Señor sobre la humanidad entera,
incluso sobre esa parte de la raza humana que lo rechaza y que continúa en una
deliberada rebelión. Él puede usar a los impíos para que cumplan Sus
propósitos. Sabemos gracias a la inspirada autoridad que Herodes y Pilato, con
los gentiles y el pueblo de Israel, se reunieron para hacer todo lo que la mano
y el consejo de Dios predeterminaron que harían. Su suprema maldad no hizo sino
cumplir el consejo determinado de Dios. Él hace así que la ira del hombre le
alabe, y que las voluntades más rebeldes se sometan a Sus sagrados propósitos.
El reino de Jesús rige sobre todo. Los poderes del infierno y todos sus
ejércitos junto con los reyes de la tierra y los gobernantes se levantan y
consultan unidos, pero en todo momento su furia está cumpliendo los designios
de Jesús. Lo que no saben es que son sólo esclavos del Rey de reyes, que son
sólo ayudantes de cocina en Su palacio imperial. Todas las cosas cumplen Sus
órdenes. Su voluntad no se ve frustrada. Sus resoluciones no son derrotadas. La
voluntad de Jehová será en su mano prosperada. Por fe lo veo rigiendo y
gobernando en tierra y mar, y en todos los lugares profundos. Guía las
decisiones de los parlamentos, da instrucciones a los dictadores, comanda a los
príncipes y gobierna a los emperadores. Basta que se levante y quienes lo odian
huirán delante de Él. Él los dispersará como es dispersado el humo; como la
cera es derretida delante del fuego, así perecerán todos Sus enemigos en Su
presencia.
En cuanto a los pecadores en general, el Redentor
tiene poder sobre sus mentes de una manera maravillosa de contemplar. En el
momento presente deploramos en gran manera el hecho de que la corriente de
pensamiento público fluye con potencia hacia el Papado, que es el alias de la
idolatría. Tal como en la historia del Antiguo Testamento el pueblo de Israel estaba
siempre tratando de ir en pos de sus ídolos, así sucede con esta nación. Los
israelitas fueron curados de su pecado por un breve tiempo, mientras algún gran
maestro o juez tuviera poder entre ellos pero, a su muerte, se desviaban para
adorar a la reina del cielo o a los becerros de Bet-el u otros símbolos
visibles. Lo mismo sucede ahora. Los hombres van enloquecidos en pos de los
ídolos de la antigua Roma. Están convirtiendo a las viejas iglesias en recintos
de adoración llenos de incienso, y están construyendo nuevos locales por todas
partes. Los templos de los ídolos se están volviendo tan numerosos en Londres
como en Calcuta. Los adoradores y los sacerdotes se llaman a sí mismos
cristianos, pero deberían llamarse mejor adoradores de la hostia o adoradores
de un fetiche elaborado con harina y agua, pues eso está más cerca de la
verdad.
Bien, ¿qué sigue? ¿Estamos
cayendo en la desesperación? Dios no quiera que nos descorazonemos jamás cuando
Jesús ha recibido toda potestad en Su mano. Él puede cambiar la corriente
íntegra de pensamiento para que siga la dirección opuesta, y puede hacerlo de
inmediato. ¿No observaron, cuando el Príncipe de Gales estuvo enfermo hace
algunos meses, que todo el mundo rendía honor a la doctrina de la oración? ¿No
notaron cómo el Times y otros
periódicos hablaron de manera muy creyente respecto a la oración? En este
momento está de moda desdeñar la idea de que Dios oye nuestras peticiones; pero
entonces no era así. Un gran filósofo nos ha dicho que es absurdo suponer que
la oración pueda tener algún efecto sobre los eventos de la vida; pero Dios
sólo tiene que visitar a la nación con algún juicio que sea sentido severamente
por todos y su filósofo se quedaría tan callado como un ratón. De la misma
manera, estoy firmemente persuadido de que por una vuelta de la rueda de
De igual manera, nuestro
Señor puede dar y en efecto da al pueblo una inclinación a oír el Evangelio.
Nunca tengan miedo de convocar a una reunión cuando el Evangelio sea su tema.
Jesús, que les da una lengua consagrada, encontrará oídos dispuestos a
escucharlos. A una orden suya los santuarios desiertos se llenan, y la gente se
arremolina a oír el feliz sonido. Sí, y puede hacer algo más, pues puede hacer
que la palabra sea poderosa para la conversión de miles de personas. Él puede
constreñir a los frívolos a pensar, a los obstinadamente heréticos a aceptar la
verdad, a esos que ponen sus rostros como un pedernal a ceder a Su agraciada
influencia. Él tiene la llave de cada corazón humano. Él abre y ninguno cierra,
y cierra y ninguno abre. Él vestirá Su palabra con poder y someterá con ella a
las naciones. A nosotros nos corresponde proclamar el Evangelio, y creer que
nadie está más allá del poder salvador de Jesucristo. Teñido doblemente, sí,
hundido siete veces en el tinte escarlata del vicio, el pecador puede ser
limpiado, y el cabecilla del vicio puede convertirse en un modelo de santidad. El
fariseo puede ser convertido; ¿acaso Pablo no fue convertido? Incluso los
sacerdotes pueden ser salvados, pues ¿acaso no creyó una gran multitud de
sacerdotes? No hay nadie, en ninguna posición concebible de pecado, que esté
más allá del poder de Cristo. Puede llegar al límite máximo en el pecado, al
punto de estar al borde del infierno, pero si Jesús extiende su mano perforada,
será como un tizón arrebatado del incendio.
Mi alma se ilumina
cuando pienso en lo que mi Señor puede hacer. Si toda potestad le es dada en el
cielo y en la tierra, entonces esta mañana puede convertir, perdonar y salvar a
todo hombre y a toda mujer en este lugar; es más, Él podría influenciar a los
cuatro millones de habitantes de esta ciudad para que clamaran: “¿Qué debemos
hacer para ser salvos?” Y no sólo puede obrar en esta ciudad, sino a través de
la tierra entera. Si le pareciere bien a Su infinita sabiduría y poder, Él
podría hacer que cada sermón fuera un instrumento de conversión de todos los
que lo oyeren, que cada Biblia y que cada copia de
Hermanos, no albergamos
ninguna duda, no abrigamos ningún temor, pues cada instante está trayendo el
grandioso despliegue del poder de Jesús. Nosotros predicamos hoy, y algunos de
ustedes desprecian al Evangelio; nosotros les presentamos a Cristo, y ustedes
lo rechazan; pero Dios cambiará Su mano con ustedes en breve, y los desprecios
y los rechazos de ustedes llegarán entonces a un fin, pues ese mismo Jesús que ascendió
al cielo desde el Monte de los Olivos, así vendrá como fue visto ir al cielo.
Él descenderá con pompa y poder incomparables, y este mundo asombrado que lo
vio crucificado lo verá entronizado; y en el mismísimo lugar en el que los
hombres acosaban Sus talones y lo perseguían, se arremolinarán junto a Él para
rendirle homenaje, pues Él ha de reinar, y ha de poner a Sus enemigos bajo Sus
pies. Esta misma tierra que una vez se vio turbada con Sus aflicciones será
alegrada por Sus triunfos. Y hay algo más. Podrían estar muertos antes de que
el Señor viniera, y sus cuerpos podrían estarse pudriendo en la tumba, pero
sabrán que toda potestad es Suya, pues al sonido de la trompeta sus cuerpos
resucitarán y estarán delante de Su terrible tribunal. Podrían haberle
resistido aquí, pero serán incapaces de oponérsele entonces; podrían
despreciarlo ahora, pero entonces habrán de temblar delante de Él. “Apartaos de
mí, malditos”, será para ustedes una terrible prueba de que Él tiene “toda
potestad”, si no quieren aceptar ahora otra prueba más dulce de ello viniendo a
Jesús que les pide a los trabajados y cansados que compartan Su reposo. “Honrad
al Hijo, para que no se enoje, y perezcáis en el camino; pues se inflama de
pronto su ira. Bienaventurados todos los que en él confían”.
II. En
segundo lugar, les pido que me tengan paciencia pues tengo que mostrar EL MODO
USUAL DE NUESTRO SEÑOR DE EJERCER SU GRANDIOSO PODER ESPIRITUAL. Hermanos, el
Señor Jesús podría haber dicho: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la
tierra; tomen entonces sus espadas y maten a todos estos que son mis enemigos
que me crucificaron”. Pero Él no tuvo pensamientos de revancha. Él podría haber
dicho: “Estos judíos me inmolaron, por tanto, vayan directamente a las Islas y
a Tarsis y prediquen, pues estos hombres nunca gustarán de mi gracia”, pero no,
Él dijo expresamente: “comenzando en Jerusalén”, y ordenó a Sus discípulos que predicaran
primero el Evangelio a Sus asesinos. Como consecuencia de que tenía “toda
potestad” Sus siervos recibieron la orden de discipular a todas las naciones.
Hermanos míos, el método
por el cual Jesús se propone someter todas las cosas pareciera ser
completamente inadecuado. ¡Enseñar, hacer discípulos, bautizar a esos
discípulos, e instruirlos más en la fe! Maestro bueno, ¿son estas cosas el armamento
de nuestra guerra? ¿Son estas cosas Tu hacha de combate y las armas de la
batalla? Los príncipes de este mundo no contemplan así la conquista, pues ellos
confían en cañones monstruosos, en acorazados y en máquinas de un poder letal.
Con todo, ¿qué son todas esas cosas sino una prueba de su debilidad? Si
tuvieran toda potestad en ellos mismos no necesitarían de tales instrumentos.
Sólo aquel que tiene ‘toda potestad’ puede hacer que Sus órdenes se cumplan por
una palabra, y puede prescindir de toda fuerza excepto la del amor.
Fíjense que la enseñanza y la predicación son la manera
en que el Señor muestra Su poder. Hoy se nos dice que la manera de salvar a
las almas es erigir un altar con diferentes sedas y con satines de colores que
varían según el almanaque, y que es vestir a los sacerdotes con ornamentos de
diversos colores, “tela de colores de doble bordadura en el cuello del
victorioso”, y hacer que los hombres vistan enaguas, cosa que es deshonrosa
para su sexo. ¡Con estas cintas y bordados, unidos a la quema de incienso, a posturas
y a encantamientos, las almas han de ser salvadas! “No es de esa manera” –dice
el Maestro, sino “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda
criatura”. ¿Acaso algunos de ustedes temen que, después de todo, la predicación
del Evangelio sea derrotada en esta tierra nuestra por esas nuevas ediciones de
la vieja idolatría? Ni Dios lo quiera. Si sólo quedara uno de nosotros para
predicar el Evangelio, sería un digno contendiente para enfrentar a diez mil
sacerdotes. Basta que nos dieran la lengua que arde por obra del Espíritu Santo
y una Biblia abierta, y un solitario predicador haría huir a toda la turba de
sus monjes y de sus frailes y padres confesores, y de hermanas de la miseria, y
monjas, y peregrinos, y obispos, y cardenales, y papas; porque predicar y
enseñar y bautizar a los discípulos es la manera de Cristo de hacer las cosas,
y la superchería sacerdotal no es la manera de Cristo. Si Cristo lo hubiera
ordenado, la eficacia sacramental tendría éxito, pero Él no ha ordenado nada de
ese tipo; Su mandato es: ‘Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra.
Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el
nombre del Dios Trino’.
Hermanos míos, recuerden
quiénes eran los hombres que fueron enviados en esta misión. Los once más
destacados eran primordialmente pescadores. ¿Acaso el omnipotente Jesús elige a
unos pescadores para someter al mundo? Así lo hace porque no necesita ninguna
ayuda de nadie. Suya es toda potestad. Tenemos que tener un ministerio educado,
se nos dice; y por “un ministerio educado” quieren decir, no el ministerio de
un hombre de sentido común, de cabeza clara y de corazón cálido, de profunda
experiencia y de un amplio conocimiento de la naturaleza humana, sino el
ministerio de simples estudiantes de los clásicos y de las matemáticas, de teóricos,
y de novatos, más entendidos en las infidelidades modernas que en la verdad de
Dios. Si nuestro Señor hubiera deseado emplear a los sabios según el mundo,
podría haber elegido ciertamente a once varones en Corinto o en Atenas, quienes
se habrían ganado el respeto general por sus logros, o podría haber encontrado
a once doctos rabinos cerca de casa; pero no necesitaba a tales varones; sus
alardeados logros no eran de ningún valor a Sus ojos. Él eligió a hombres
honestos y sinceros que eran lo suficientemente semejantes a los niños para
aprender la verdad, y lo bastante osados para decirla una vez conocida. La
iglesia debe deshacerse de la noción que tiene que depender de la sabiduría de
este mundo. No podemos tener una palabra en contra de una sana educación,
especialmente de una educación en las Escrituras, pero poner a los títulos
académicos en el lugar del don del Espíritu Santo, o valorar el estilo presente
de la así llamada cultura por encima de la edificación espiritual de nuestra
condición humana, es erigir a un ídolo en la casa del Dios viviente. El Señor
puede usar de la misma manera al varón más iletrado que al más ilustrado, si
así le agradara. “Id” –dijo- “ustedes, pescadores, id, y enseñad a todas las
naciones”. La crítica de la razón carnal sobre esto es: ¡un débil método a ser
implementado por instrumentos más débiles!
Ahora bien, debe notarse
aquí que la obra de la predicación del Evangelio, que es la manera en que
Cristo usa Su poder entre los hombres, está basada únicamente en que Él tiene
esa potestad. Escuchen a algunos de mis hermanos; ellos dicen: “No debes
predicar el Evangelio a un pecador muerto, porque el pecador no tiene ningún
poder”. Es precisamente así, pero nuestra razón para predicarle a él es que
toda potestad le es dada a Jesús, y Él nos ordena predicar el Evangelio a toda
criatura. “Pero cuando le dices a un pecador que crea, no tienes el poder de
hacerlo creer”. Así es ciertamente, ni tampoco soñamos tenerlo, pues toda
potestad descansa en Cristo. Tampoco hay en el pecador poder para creer, ni en
el predicador hay poder para hacerlo creer, pues toda potestad está en nuestro
Señor. Pero ellos preguntan: “¿piensas que tus persuasiones harán que un hombre
se arrepienta y crea jamás?” Ciertamente no. El poder que conduce a los hombres
a arrepentirse y a creer no radica en la retórica ni en la razón ni en la
persuasión, sino en Aquel que dice: “Toda potestad me es dada en el cielo y en
la tierra”. Yo les digo esto: si mi Señor y Maestro me ordenara que fuera
mañana al cementerio de Norwood y que
mandara a los muertos que se levantaran, yo lo haría con el mismo placer con el
que predico ahora el Evangelio a esta congregación; y lo haría por la misma razón
que ahora me conduce a exhortar a los no regenerados a que se arrepientan y
sean convertidos; pues yo considero que los hombres están muertos en el pecado,
y con todo, les digo que vivan porque mi Maestro me manda que lo haga; que
estoy en lo correcto actuando así queda demostrado por el hecho de que mientras
estoy predicando los pecadores viven; bendito sea Su nombre pues miles de ellos
han sido vivificados para vida. Ezequiel tenía que clamar: “Huesos secos,
vivan”. ¡Qué necedad es decir eso! Pero Dios justificó a Su siervo en ello y un
ejército sumamente grande se puso de pie en lo que una vez fue un gran osario.
Los hombres de Josué recibieron la orden de tocar sus trompetas alrededor de
Jericó –era algo sumamente absurdo tocar la trompeta para hacer que se
derrumbaran los muros- pero fueron derrumbados a pesar de todo. Los hombres de
Gedeón recibieron la orden de llevar teas dentro de sus cántaros, y de romper
sus cántaros, y de estarse firmes y clamar a gran voz: “¡Por la espada de
Jehová y de Gedeón!”, –era algo muy ridículo esperar que por ese medio se pudiera
hacer morir a los madianitas- pero fueron aniquilados, pues Dios no les pide a
Sus siervos que intenten hacer cosas que no tienen ninguna probabilidad de
éxito. A Dios le agrada cumplir Sus divinos propósitos por medio de la necedad
de la predicación, no debido al poder de la predicación, ni debido al poder del
predicador, ni debido a ningún poder en los que oyen la predicación, sino
porque “toda potestad” le es dada a Cristo “en el cielo y en la tierra”, y Él
decide obrar por medio de la enseñanza de
Nuestra obligación,
entonces, es justamente esto. Hemos de enseñar, o como lo expresa la palabra
griega, hemos de hacer discípulos. Nuestra obligación es -cada uno de acuerdo a
la gracia que le es concedida- predicarles a nuestros semejantes el Evangelio y
tratar de discipularlos para Jesús. Cuando se convierten en discípulos, nuestro
siguiente deber es darles la señal del discipulado “bautizándolos”. Ese
entierro simbólico declara la muerte en Jesús de sus egos anteriores y su
resurrección a una vida nueva por medio de Él. El bautismo enrola y sella a los
discípulos, y no debemos ni omitirlo ni darle un lugar indebido. Cuando el
discípulo es enrolado, el misionero debe convertirse en el pastor, “enseñándoles
que guarden todas las cosas que os he mandado”. El discípulo es admitido en la
escuela al obedecer el mandato del Salvador respecto al bautismo, y luego
continúa aprendiendo, y conforme aprende también enseña a los demás. Se le enseña
la obediencia, no a algunas cosas, sino a todas las cosas que Cristo ha
mandado. Es admitido dentro de la iglesia no para que se convierta en un
legislador o en un diseñador de nuevas doctrinas y ceremonias, sino para creer
lo que Cristo le dice y hacer lo que Cristo le ordena. Así nuestro Señor tiene
la intención de establecer un reino que desmenuzará a cualquier otro; aquellos
que lo conocen deben enseñar a otros; y así de uno a otro, la asombrosa
potestad que Cristo trajo del cielo se propagará de una tierra a otra. Vean,
entonces, hermanos míos, su excelso llamamiento, y vean también el apoyo que
tienen para cumplirlo. ¡En la vanguardia vean “toda potestad” que sale de
Cristo! En la retaguardia vean al propio Señor: “He aquí yo estoy con vosotros
todos los días, hasta el fin del mundo”. Si son enrolados en este ejército, los
exhorto a que sean fieles a su grandioso capitán, a que hagan Su obra
cuidadosamente de la manera que Él la ha prescrito para ustedes, y a que
esperen ver Su potestad manifestada para Su propia gloria.
Quisiera concluir este
sermón de manera muy práctica. La mayor parte de mi congregación en este
momento la constituyen personas que han creído en Jesús, que han sido
bautizadas y que adicionalmente han sido instruidas. Tú crees que Jesús tiene
toda potestad y que Él obra a través de la enseñanza y de la predicación del
Evangelio, y por eso quiero presionarte con una pregunta doméstica. ¿Cuánto
estás haciendo en lo tocante a enseñar a todas las naciones? Esta
responsabilidad te es asignada a ti así como a mí; para este propósito somos
enviados al mundo; somos receptores para que seamos posteriormente
distribuidores. ¿Cuánto has distribuido? Querido hermano, querida hermana, ¿a
cuántas personas les has contado la historia de la redención por medio de la
sangre de Jesús? Tú ya has sido un convertido durante algún tiempo: ¿a quién le
has hablado o a quién le has escrito acerca de Jesús? ¿Estás distribuyendo las
palabras de otros de la mejor manera que te sea posible, si es que tú mismo eres
incapaz de eslabonar algunas palabras? No repliques: “pertenezco a un iglesia
que está haciendo mucho”. Ese no es el punto. Hablo de lo que tú estás haciendo
personalmente. Jesús no murió por nosotros a través de algún apoderado, sino
que cargó nuestros pecados en Su propio cuerpo sobre el madero. Entonces yo
pregunto: ¿qué estás haciendo personalmente? ¿Estás haciendo algo? “Pero yo no
puedo irme de misionero”, dirá alguien. ¿Estás seguro de que no puedes? He
estado en espera de una época cuando muchos de ustedes sientan que tienen que
ir a predicar el Evangelio por todas partes, y abandonen comodidades y
emolumentos por causa del Señor. Yo nunca sentiré que hemos alcanzado el máximo
grado del celo cristiano mientras no se vuelva algo muy común entre nosotros
tener jóvenes hermanos, tales como los dos que partieron hace muy poco tiempo,
que se consagren al más grandioso de los servicios. Tal vez algunos de ustedes
tengan esa intención formada a medias en sus corazones; espero que no la
repriman, y que sus padres no los obstaculicen para que cumplan el bendito
sacrificio. No puede haber mayor honor para una iglesia que tener muchos hijos
e hijas que soporten lo más recio de la batalla por el Señor. He aquí, yo
levanto un estandarte entre ustedes hoy para que aquellos cuyos corazones Dios
ha tocado acudan a él sin demora. Los paganos están pereciendo; están muriendo
a millones sin Cristo, y el postrer mandato de Cristo para nosotros es: “Vayan
y enseñen a las naciones”. ¿Lo están obedeciendo ustedes? “Yo no puedo ir”
–dice alguien- “tengo una familia y muchos lazos que me atan en casa”. Yo te
pregunto, entonces, amado hermano mío: ¿estás yendo tan lejos como puedes?
¿Cubres la máxima distancia que te permite la correa providencial que te ha atado
donde estás? Al preparar este sermón, reflexionaba sobre lo poco que la mayoría
de nosotros hace para enviar el Evangelio a todas partes. Como iglesia estamos
haciendo una tarea decente por nuestros paganos en casa, y yo me regocijo al
reconocerlo; pero ¿cuánto da cada uno de ustedes al año para las misiones
extranjeras? Desearía que anotaran en su libreta de apuntes cuánto dan por año
para las misiones, y que luego calcularan qué porcentaje es para su propio
consumo. Registren así: “Inciso: di a la colecta en el pasado mes de Abril. .
.tantas libras”. Un centavo por año para la salvación del mundo. Tal vez se
vería así: “Inciso: Ingreso
Porción de
Traductor: Allan Román
4/Abril/2012
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