El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
Jesús, el Rey de
la Verdad.
NO.
1086
UN SERMÓN PREDICADO LA NOCHE DEL JUEVES 19 DE
DICIEMBRE, 1872
por
Charles Haddon Spurgeon
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
"Le dijo
entonces Pilato: ¿Luego, eres tú rey? Respondió
Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido
al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye
mi voz." Juan 18: 37.
Ya casi ha
llegado la época en la que, por costumbre, nuestros conciudadanos son
impulsados a recordar el nacimiento del santo niño Jesús, nacido "Rey de
los judíos." Sin embargo, yo no los voy a guiar a Belén sino al pie del
Calvario; allí aprenderemos de los propios labios del Señor algo relativo al
reino del que Él es monarca, y de esta manera seremos motivados a valorar mucho
más el gozoso evento de Su nacimiento.
El apóstol Pablo
nos informa que nuestro Señor Jesucristo dio testimonio de la buena profesión
delante de Poncio Pilato. Fue una buena profesión en cuanto a su forma pues
nuestro Señor fue veraz, benigno, prudente, paciente, manso, y al mismo tiempo
fue firme y valiente. Su espíritu no se acobardó delante del poder de Pilato,
ni se exasperó frente a sus miradas de desprecio. En Su paciencia tenía señorío
en Su alma, estableciéndose como el testigo modelo a favor de la verdad, tanto
en Su silencio como en Su palabra. Dio también testimonio de la buena profesión
en cuanto a su contenido; pues, aunque habló poco, lo que dijo era lo
necesario. Reclamó Sus derechos a la corona y, al mismo tiempo, declaró que Su
reino no era de este mundo ni sería sustentado por la fuerza. Él vindicó tanto
la espiritualidad como la veracidad esencial de Su soberanía. ¡Si alguna vez
nos encontráramos en circunstancias semejantes, que seamos capaces también de
dar testimonio de la buena profesión! Tal vez no tengamos que dar testimonio nunca
ante un Nerón, como Pablo, pero si tuviéramos que hacerlo ¡que el Señor nos
ayude y nos fortalezca para que nos comportemos como hombres valientes delante
del león! En nuestras familias o entre nuestros conocidos del trabajo podríamos
tener que enfrentarnos a algún pequeño Nerón o responder a algún insignificante
Pilato. Que entonces demos también testimonio de la buena profesión. ¡Oh, que
tengamos la gracia de quedarnos callados prudentemente o de ser mansamente
francos, según lo requiera el caso, y en cualquiera de ambas circunstancias, que
seamos fieles a nuestra conciencia y a nuestro Dios! ¡Que el doliente rostro de
Jesús, el fiel y verdadero Testigo, el Príncipe de los reyes de la tierra, esté
a menudo delante de nuestros ojos para sofocar el primer brote de indecisión y
para inspirarnos un intrépido valor!
Tenemos para
nuestra consideración, en las palabras del texto, una parte de la buena
profesión de nuestro Salvador relacionada con Su reino.
I. Observen, primero que nada, que nuestro Señor AFIRMÓ SER UN REY.
Pilato dijo: "¿Luego, eres tú rey?" haciendo la pregunta con una
sorpresa burlona ya que el pobre hombre que estaba frente a él tenía
pretensiones de realeza. ¿Se sorprenden de que Pilato se hubiera maravillado
grandemente al descubrir pretensiones de realeza asociadas con una condición
tan deplorable? El Salvador respondió, en efecto, "Tú dices que yo soy
rey." La pregunta fue sincera a medias; la respuesta fue completamente
solemne: "Yo soy rey." Nada fue expresado jamás por nuestro Señor con
mayor certeza y sinceridad.
Ahora bien,
fíjense que la afirmación de nuestro Señor de ser rey, la hizo sin la menor
ostentación ni deseo de sacarle algún provecho. Hubo otras ocasiones en la que
si hubiese dicho: "Yo soy rey" habría sido llevado en hombros por el
pueblo y coronado en medio de aclamaciones generales. Sus fanáticos paisanos en
una ocasión le habrían hecho rey de buen grado; y leemos que una vez "iban
a venir para apoderarse de él y hacerle rey." En esas oportunidades Él
hablaba muy poco acerca de Su reino y lo que llegaba a decir lo expresaba en
parábolas que luego explicaba únicamente a Sus discípulos cuando se encontraban
a solas. Muy poco se refería en Su predicación a lo concerniente a Sus derechos
de nacimiento como Hijo de David y como vástago de la casa real de Judá pues
rehuía los honores del mundo y desdeñaba las glorias frívolas de una diadema
temporal. El que vino en amor para redimir a los hombres, no tenía ninguna
ambición por las insignificancias de la soberanía humana. Pero ahora, habiendo
sido traicionado por Su discípulo, habiendo sido acusado por Sus paisanos,
estando en manos de un gobernante injusto y cuando no puede beneficiarse de
ello sino que más bien le acarreará escarnio en vez de honor, entonces declara
abiertamente y responde a Su interrogador: "Tú dices que yo soy rey."
Observen bien la
claridad de la declaración de nuestro Señor. No había forma de malinterpretar
Sus palabras: "Yo soy rey." Cuando ha llegado el tiempo para que la
verdad sea publicada, nuestro Señor no es remiso en declararla. La verdad tiene
momentos oportunos para el discurso y ocasiones en las que el silencio resulta
más conveniente. No debemos echar nuestras perlas delante de los cerdos pero
cuando llega la hora de hablar, no debemos dudar sino que debemos hablar con la
voz de una trompeta, emitiendo un claro sonido que ningún hombre pueda
malinterpretar. Así, aunque era un prisionero condenado a muerte, el Señor declara
valerosamente Su realeza sin importarle que Pilato le cubriera de escarnio a
consecuencia de ello. Oh, que tengamos la prudencia del Señor para hablar la
verdad en el momento oportuno y el valor del Señor para predicar la verdad
llegado su tiempo. Soldados de la cruz, aprendan de su Capitán.
La afirmación de
realeza por parte de nuestro Señor debe de haber sonado como algo muy extraño
al oído de Pilato. Jesús, indudablemente, estaba muy agobiado, triste y
debilitado en Su apariencia externa. Él había pasado la primera parte de la
noche en el huerto, en medio de una agonía. En horas de la medianoche había
sido llevado a rastras de Anás a Caifás, y de Caifás a Herodes; ni siquiera se
le había permitido descansar al despuntar el día de tal forma que, de puro
cansancio, se vería muy lejos del parecer de un rey. Si tomaran a alguna pobre
criatura andrajosa de la calle y le preguntaran: "¿Luego, eres tú
rey?" difícilmente la pregunta podría ser más sarcástica. Pilato, en su
corazón, despreciaba a los judíos como tales, pero aquí tenía frente a sí a un
pobre judío perseguido por los de Su propia raza, desvalido y sin amigos.
Sonaba a burla hablar de un reino vinculado a Él. ¡Sin embargo, la tierra no vio
jamás a un rey más legítimo! Nadie del linaje de Faraón, de la familia de
Nimrod, o de la raza de los Césares era tan intrínsecamente imperial en sí
mismo como lo era Él, reconocido muy merecidamente como rey en virtud de Su
linaje, de Sus logros y de Su carácter superior. El ojo carnal no podía ver
esto, pero para el ojo espiritual es tan claro como la luz del mediodía.
Hasta este día,
en su apariencia externa, el cristianismo puro es igualmente un objeto sin
atractivo que muestra en su superficie pocas señales de realeza. Es sin parecer
ni hermosura y cuando los hombres lo ven, no encuentran una belleza deseable
para ellos. Cierto es que hay un cristianismo nominal que es aceptado y
aprobado por los hombres, pero el Evangelio puro es despreciado y desechado
todavía. El Cristo real de hoy es desconocido e irreconocible entre los
hombres, de la misma manera que lo fue en Su propia nación hace mil ochocientos
años. La doctrina evangélica está en rebaja, la vida santa es censurada y la
preocupación espiritual es escarnecida. "¿Qué," preguntan ellos,
"tú llamas verdad regia a esta doctrina evangélica? ¿Quién la cree en
nuestros días? La ciencia la ha refutado. No hay nada grandioso acerca de ella;
podrá proporcionar consuelo a las viejas y a todos aquellos que no tengan
suficiente capacidad para pensar libremente, pero su reino ha terminado y no
regresará jamás."
En cuanto a
vivir separados del mundo, califican eso de Puritanismo o algo peor. Cristo en
doctrina, Cristo en espíritu, Cristo en la vida: en estas áreas el mundo no
puede soportarlo como rey. El Cristo alabado con himnos en las catedrales, el
Cristo personificado en prelados altaneros, el Cristo rodeado por los que
pertenecen a las casas reales, Él sí es aceptable; pero al Cristo que
debe ser honestamente obedecido, seguido, y adorado en simplicidad, sin pompa o
liturgias deslumbrantes, a ese Cristo no le permitirán que reine sobre ellos.
Pocas personas, hoy en día, estarán de parte de la verdad por la que dieron la
vida sus antepasados. El día del compromiso de seguir a Jesús en medio de la
maledicencia y de la vergüenza ha pasado. Sin embargo, aunque los hombres se
nos acerquen para preguntarnos: "¿acaso llaman a su Evangelio divino? ¿Son
ustedes tan ridículos como para creer que su religión viene de Dios y que
someterá al mundo?" Nosotros respondemos valerosamente: "¡sí!"
¡Así como debajo de las ropas de un campesino y del rostro pálido del Hijo de
María podemos discernir al Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, así
también bajo la sencilla forma de un Evangelio despreciado percibimos los
regios lineamientos de la verdad divina! A nosotros no nos importa la ropa o la
morada externa de la verdad. La amamos por ella misma. Para nosotros los
palacios de mármol y las columnas de alabastro no tienen importancia. Valoramos
mucho más el pesebre y la cruz. Estamos satisfechos de que Cristo reine donde
Él quería reinar y ese lugar no es en medio de los grandes de la tierra ni
entre los poderosos y los sabios, sino entre lo vil del mundo y lo que no es,
que deshará lo que es, pues a estos ha elegido Dios desde el principio para que
sean Suyos.
Debemos agregar
que la declaración de nuestro Señor de ser rey, será reconocida un día por toda
la humanidad. Cuando, de acuerdo a nuestra versión, Cristo le dijo a Pilato:
"Tú dices que yo soy rey," virtualmente profetizó la confesión futura
de todos los hombres. Algunos que han sido enseñados por Su gracia se regocijan
en Él en esta vida como su Rey todo codiciable. Bendito sea Dios ya que el
Señor Jesús podría mirarnos a los ojos a muchos de nosotros y decirnos:
"tú dices que yo soy rey," y nosotros responderíamos: "lo decimos
gozosamente." ¡Pero vendrá el día cuando Él se siente en Su gran trono
blanco, y entonces, cuando las multitudes tiemblen en la presencia de Su
temible majestad, gente incluso como Poncio Pilato y Herodes y los principales
sacerdotes reconocerán que Él es rey! ¡Entonces, a cada uno de Sus aterrados e
irresistiblemente convencidos enemigos les dirá: "ahora, oh despreciador,
tú dices que yo soy rey," pues ante Él se doblará toda rodilla, y toda
lengua confesará que Él es el Señor!
Recordemos en
este punto que cuando nuestro Señor le dijo a Pilato: "tú dices que yo soy
rey," Él no se estaba refiriendo a Su dominio divino. Pilato no estaba
pensando en eso para nada, ni nuestro Señor, me parece, se refirió a eso; sin
embargo, no se olviden de que, como divino, Él es el Rey de reyes y Señor de
señores. No debemos olvidar nunca que aunque murió en debilidad como hombre, Él
vive eternamente y gobierna como Dios. Y tampoco creo que se refería a Su
soberanía mediadora que posee sobre la tierra en relación a Su pueblo, pues al
Señor toda potestad le es dada en el cielo y en la tierra y el Padre le ha dado
potestad sobre toda carne para que dé vida eterna a todos los que le fueron
dados. Pilato no estaba aludiendo a eso, en primer lugar, ni nuestro Señor
tampoco. Él se estaba refiriendo a ese gobierno que personalmente ejerce en las
mentes de los fieles, a través de la verdad.
Ustedes
recordarán el dicho de Napoleón: "yo he fundado un imperio mediante la
fuerza y se ha desvanecido. Jesucristo estableció Su reino en el amor que permanece
hasta este día y permanecerá." Ese es el reino al que la palabra del Señor
se refiere, el reino de la verdad espiritual en el que Jesús reina como Señor
sobre aquellos que son de la verdad. Él afirmaba ser un rey y la verdad que
reveló y de la cual Él era la personificación, es, por lo tanto, el cetro de Su
imperio. Él gobierna mediante la fuerza de la verdad sobre aquellos corazones
que sienten el poder de la rectitud y la verdad, y por tanto se someten
voluntariamente a Su guía, creen en Su palabra y son gobernados por Su
voluntad. Cristo reclama soberanía entre los hombres como Señor espiritual. Él
es rey de las mentes de los que le aman, de los que confían en Él y le obedecen
porque ven en Él la verdad que desean sus almas con vehemencia. Otros reyes
gobiernan nuestros cuerpos pero Cristo gobierna nuestras almas; aquellos
gobiernan por la fuerza pero Él gobierna por los atractivos de la justicia; la
de aquellos reyes es, en gran medida, una realeza ficticia, pero
Suficiente,
entonces, en relación a las afirmaciones de Cristo relativas a ser un rey.
II. Ahora, observen,
en segundo lugar, que NUESTRO SEÑOR DECLARÓ QUE ESTE REINO ERA EL PRINCIPAL
PROPÓSITO DE SU VIDA. "Yo para esto he nacido, y para esto he venido al
mundo." La razón por la que nació de la virgen fue para establecer Su
reino. Era necesario que naciera para ser Rey de los hombres. Él siempre fue
Señor de todo; no necesitaba nacer para ser un rey en ese sentido; pero para
ser rey a través del poder de la verdad era esencial que naciera en nuestra
naturaleza. ¿Por qué? Yo respondo, primero, porque no es natural que un
gobernante sea de naturaleza diferente a la del pueblo al que gobierna. Un rey
angélico de los hombres sería algo impropio; no podría darse la identificación
que es el cemento de un imperio espiritual. Jesús, para gobernar únicamente por
la fuerza del amor y de la verdad, se volvió de la misma naturaleza que la
humanidad; fue un hombre entre los hombres, un hombre real, pero un hombre
verdaderamente noble y de condición regia, y así, es un Rey de los hombres.
Pero, además, el
Señor nació para salvar a Su pueblo. Los súbditos son esenciales a un reino; un
rey no puede ser rey si no tiene a nadie a quien gobernar. Pero todos los
hombres habrían perecido por el pecado si Cristo no hubiese venido al mundo y
no hubiese nacido para salvar. Su nacimiento fue un paso necesario para Su
muerte redentora. Su encarnación fue necesaria para la expiación.
Además, la
verdad no ejerce nunca tanto poder como cuando se encarna. La verdad hablada
puede ser derrotada, pero la verdad actuada en la vida de un hombre es
omnipotente por medio del Espíritu de Dios. Ahora bien, Cristo no dijo
simplemente la verdad sino que Él era la verdad. Si hubiera sido la verdad
venida en una forma angélica habría poseído muy poco poder sobre nuestros
corazones y nuestras vidas; pero la verdad perfecta en una forma humana tiene
un regio poder sobre la humanidad regenerada. La verdad venida en carne y
sangre tiene poder sobre carne y sangre. De aquí que nació para este propósito.
Así que cuando oigan las campanas que tañen en
Y luego agregó: "Y
para esto he venido al mundo", esto es, salió del seno del Padre para
establecer Su reino declarando cosas escondidas desde la fundación del mundo.
Ningún hombre puede revelar el consejo de Dios sino Uno que ha estado con Dios;
¡y el Hijo que ha salido de los palacios de marfil de la alegría nos anuncia
las buenas nuevas de gran gozo! Por esta causa vino también al mundo desde el
oscuro retiro del taller de José, donde, durante muchos años estuvo escondido
como una perla en su concha. Era necesario que la verdad a la que vino a dar
testimonio fuera dada a conocer y que resonara en los oídos de la multitud.
Puesto que iba a ser Rey, debía abandonar Su retiro y debía salir a combatir
por Su trono. Tenía que predicar a las multitudes sobre la ladera del monte.
Tenía que hablar en la costa del mar. Tenía que reunir a Sus discípulos y enviarlos
de dos en dos para publicar desde los tejados los secretos de la verdad
poderosa. No salió porque le encantara ser visto de los hombres o porque
buscara la popularidad, sino con este propósito: que Él pudiera establecer Su
reino, habiendo publicado la verdad. Era necesario que saliera al mundo y
enseñara pues de otra manera la verdad no sería conocida y por consiguiente no
podría operar. El sol debe elevarse como esposo que sale de su tálamo pues de
lo contrario el reino de la luz nunca será establecido. El Espíritu debe salir
del depósito de los vientos o la vida nunca reinará en el valle de los huesos
secos.
Durante tres
años, nuestro Señor vivió conspicuamente, y enfáticamente "vino al
mundo." Él fue visto por los hombres de manera tan cercana que pudo ser
visto con los ojos, contemplado, tocado y palpado con las manos. Él tenía el
propósito de ser un modelo, y por lo tanto, era necesario que fuera visto. La
vida de un hombre que vive en absoluto retiro puede ser admirable para sí mismo
y aceptable para Dios, pero no puede ser ejemplar para los hombres; por esta
razón el Señor vino al mundo: para que todo lo que iba a hacer influenciara a
la humanidad. Sus enemigos tuvieron permiso para vigilar cada una de Sus
acciones y se les permitió que se esforzaran para sorprenderle en alguna
palabra, para probarle. Sus amigos le veían en privado y sabían lo que hacía en
la soledad. Así, su vida entera pudo ser reportada: fue observado en la fría ladera
de la montaña a medianoche así como en medio de la gran congregación. Esto fue
permitido para que la verdad fuera conocida, pues cada acción de Su vida era
verdad y contribuía a establecer el reino de la verdad en el mundo.
Hagamos una
pausa aquí. Cristo es rey, un rey por la fuerza de la verdad en un reino
espiritual; con este propósito nació; por esta causa vino al mundo. Alma mía,
hazte esta pregunta: ¿Ha sido cumplido en ti este propósito del nacimiento y de
la vida de Cristo? Si no es así, ¿cuál es el provecho de
Esta pregunta se podría aplicar muy bien a nosotros, pues, amados, hay muchos
que dicen: "Cristo es mi Rey" pero que no saben lo que dicen pues no
le obedecen. El que es siervo de Cristo confía en Cristo y camina conforme a la
mente de Cristo y ama la verdad que Jesús ha revelado: todos los demás son
meros hipócritas.
III. Pero debo
continuar. En tercer lugar, nuestro Señor REVELÓ
Nuestro Señor,
en efecto nos dice que la verdad es la característica preeminente de Su reino y
que Su poder real en los corazones de los hombres es a través de la verdad.
Ahora bien, el testimonio de nuestro Señor entre los hombres fue enfáticamente
sobre asuntos vitales y reales. No trató con ficción, sino con hechos reales;
no con trivialidades, sino con realidades infinitas. No habla de opiniones,
puntos de vista o especulaciones, sino de verdades infalibles. ¡Cuántos
predicadores desperdician su tiempo sobre lo que puede o no puede ser! El
testimonio de nuestro Señor fue preeminentemente práctico y positivo, lleno de
verdades y certezas.
Algunas veces,
al estar escuchando un sermón, he deseado que el predicador fuera al grano y
que tratara con algo realmente relacionado con el bienestar de nuestras almas.
¿Qué importancia tienen los miles de temas triviales que revolotean a nuestro
alrededor para hombres que se están muriendo? Tenemos al cielo o al infierno
delante de nosotros, y la muerte a tiro de piedra; por Dios, no malgasten el
tiempo con nosotros, sino ¡dígannos la verdad de una vez! Jesús es rey en las
almas de Su pueblo porque Su predicación nos ha bendecido de la manera más
grande y real y nos ha dado el descanso en asuntos de ilimitada importancia. Él
no nos ha dado piedras bien labradas sino pan real. Hay mil cosas que ustedes
tal vez no sepan, y se habrán perdido de muy poco por no saberlas; pero, oh, si
ustedes no conocen lo que Jesús ha enseñado no les irá bien. Si ustedes son
enseñados por el Señor Jesús, tendrán un descanso de sus afanes, un bálsamo
para sus aflicciones y la satisfacción de sus deseos. Jesús comparte la verdad
que necesitan conocer los pecadores que creen en Él: la garantía del pecado
perdonado por medio de Su sangre, el favor asegurado por Su justicia, y el
cielo obtenido por Su vida eterna.
Además, Jesús
tiene el poder sobre Su pueblo porque Él da testimonio no a símbolos, sino a la
propia sustancia de la verdad. Los escribas y los fariseos eran muy versados
acerca de los sacrificios, las ofrendas, las oblaciones, los diezmos, los
ayunos y cosas semejantes; pero, ¿qué influencia podría tener todo eso sobre
los corazones adoloridos? Jesús tiene un poder imperial sobre los espíritus
contritos porque les habla de Su único y verdadero sacrificio y de la
perfección que ha obtenido para todos los creyentes. Los sacerdotes perdieron
su poder sobre la gente porque no fueron más allá de la sombra, y tarde o
temprano todos aquellos que descansan en el símbolo harán lo mismo. El Señor
Jesús retiene Su poder sobre Sus santos porque Él revela la sustancia, pues la
gracia y la verdad son por Jesucristo. Cuánta pérdida de tiempo implica debatir
sobre la forma de una copa o la manera de celebrar la comunión o el color apropiado
para las vestiduras del clérigo en la época de Adviento, o la fecha precisa de
El poder del Rey
Jesús en los corazones de Su pueblo descansa en gran manera en el hecho de que
Él pone de manifiesto la verdad sin mezcla, sin la contaminación del error. Él
nos ha entregado una luz pura y no tinieblas; Su enseñanza no es una
combinación de la palabra de Dios y de las invenciones del hombre; no es una
mezcla de inspiración y de filosofía; plata sin escorias es la riqueza que Él
da a Sus siervos. Los hombres enseñados del Santo Espíritu para amar la verdad
reconocen este hecho y rinden sus almas a la influencia real de la verdad del
Señor, y los hace libres, y los santifica; nada puede conducirles a repudiar a
tal soberano pues como la verdad vive y mora en sus corazones, así Jesús, quien
es la verdad, mora también en ellos. Si conocen la verdad ustedes se someterán
tan naturalmente a las enseñanzas de Cristo como los niños se someten siempre a
la autoridad de sus padres.
El Señor Jesús
enseñó que la adoración tiene que ser verdadera, espiritual y nacida del
corazón, pues de lo contrario no sirve de nada. Él no tomó partido por el
templo en Gerizim o por el templo en Sion, sino que declaró que la hora había
llegado cuando los que adoran a Dios le adorarán en espíritu y en verdad. Ahora
bien, los corazones regenerados sienten el poder de esto y se regocijan que los
emancipe de los miserables elementos del ritualismo carnal. Ellos aceptan de
buen grado la verdad de que las palabras piadosas de la oración o de la
alabanza serían pura vanidad a menos que el corazón tenga una adoración viva
dentro de sí. En la grandiosa verdad de la adoración espiritual los creyentes
poseen una Carta Magna tan amada como la vida misma. Nos rehusamos a estar
nuevamente sujetos al yugo de servidumbre y nos adherimos a nuestro rey
emancipador.
Nuestro Señor
enseñó, también, que vivir falsamente es ruin y aborrecible. Él expresó
desprecio por las filacterias ensanchadas de los hipócritas y los extendidos
flecos de los mantos de los opresores de los pobres. Para Él, las limosnas
ostentosas, las largas oraciones, los ayunos frecuentes, y el diezmo de la
menta y del comino no eran nada cuando eran practicados por aquellos que
devoraban las casas de las viudas. No le importaban para nada los sepulcros
blanqueados y los platos limpiados por fuera. Él juzgaba los pensamientos y las
intenciones del corazón. ¡Qué interjecciones utilizó para denunciar a los
formalistas de Su día! Debe de haber sido un grandioso espectáculo haber visto
al humilde Jesús indignado, tronando en un repique tras otro Sus denuncias
contra la hipocresía. Elías no invocó jamás fuego del cielo que fuera ni la
mitad de grandioso. "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos,
hipócritas" es el más estruendoso retumbo de la artillería del cielo! Vean
cómo, como un nuevo Sansón, Jesús ataca las imposturas de su época y las apila
en un montón sobre otro para que se pudran para siempre. ¿Acaso Aquel que nos
enseña la vida verdadera no será rey de todos los hijos de la verdad?
Saludémosle ahora como Señor y Rey.
Además, amados,
nuestro Señor no sólo vino para enseñarnos la verdad sino que fluye de Él un
misterioso poder a través de ese Espíritu que reposa en Él sin medida que
somete a los corazones elegidos a la verdad, y luego guía a los corazones
verdaderos a la plenitud de la paz y del gozo. ¿Acaso no han percibido nunca,
al haber estado con Jesús, que el sentido de Su pureza los ha conducido a
desear vivamente ser purificados de toda hipocresía y de todo camino falso?
¿Acaso no han sentido vergüenza de ustedes mismos al salir de oír Su palabra,
de contemplar Su vida, y, sobre todo, de gozar de Su comunión porque no han
sido más reales, más sinceros, más verdaderos, más rectos, súbditos más leales
del verdadero Rey? Sé que lo han sentido. Nada acerca de Jesús es falso o
siquiera ambiguo. Él es transparente. De la cabeza a los pies Él es la verdad
en público, la verdad en privado, la verdad en palabra, y la verdad en hechos.
Por esta razón Él tiene un reino sobre los puros de corazón, y Él es
vehementemente enaltecido por todos aquellos que están colocados sobre la
justicia.
IV. Y ahora, en
cuarto lugar, nuestro Señor EXPLICÓ EL MÉTODO DE SU CONQUISTA. "Yo para
esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la
verdad." Cristo no ha establecido Su reino por la fuerza de las armas.
Mahoma sacó la espada y convirtió a los hombres exigiéndoles que eligieran
entre la muerte o la conversión; pero Cristo dijo a Pedro: "Mete tu espada
en la vaina." La compulsión no debe ser usada con nadie para inducirle a
aceptar cualquier opinión, mucho menos para conducirle a aceptar la verdad. La
falsedad requiere del potro de tormento de
El cristianismo
verdadero nunca fue promovido mediante política o engaño, haciendo lo malo o
diciendo lo falso. Incluso exagerar la verdad corresponde a engendrar error y
así derribamos la verdad que pretendíamos establecer. Hay algunos que dicen:
"presenta una línea de enseñanza, y nada más, para que no parezcas
inconsistente." ¿Qué tengo yo que ver con eso? Si es la verdad de Dios, estoy
obligado a presentarla toda y a no guardarme nada de ella. La política, como un
velero que depende del viento, vira por aquí y por allá; pero el hombre
verdadero, como un barco que tiene su propia fuerza motriz, va en línea recta
hacia delante aun en medio del huracán. Cuando Dios pone la verdad en las almas
de los hombres les enseña a no desviarse ni a adaptarse, sino a sostenerse a
riesgo de lo que sea. Esto es lo que Jesús siempre hizo. Él dio testimonio a la
verdad y allí dejó el asunto; fue cándido como una oveja.
Aquí será
apropiado responder la pregunta: "¿a cuál verdad dio testimonio? Ah, mis
hermanos, ¿a cuál verdad no dio testimonio? ¿Acaso no reflejó toda la verdad en
Su vida? Vean cuán claramente expresó la verdad que Dios es amor. Cuán
melodioso, cuán semejante a repiques de campanas de Navidad fue Su testimonio a
la verdad de que "De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo
unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida
eterna." También dio testimonio de que Dios es justo. ¡Cuán solemnemente
proclamó ese hecho! Sus heridas sangrantes, Sus moribundas agonías hicieron
sonar esa solemne verdad como un tañido fúnebre que incluso los muertos
pudieron oír. Dio testimonio a la exigencia de Dios por la verdad en lo íntimo,
pues a menudo hizo la disección de los hombres y los desnudó y abrió sus
secretos pensamientos y los descubrió para ellos mismos y les hizo ver que el
ojo de Dios soporta únicamente la sinceridad. ¿Acaso no dio testimonio a la
verdad que Dios había resuelto hacer para Sí un pueblo nuevo y un verdadero
pueblo? ¿Acaso no estaba siempre hablando de Sus ovejas que oyen Su voz, del trigo
que recogería en el granero y de las cosas preciosas que serían atesoradas cuando
los malos fueran arrojados fuera? En eso estaba dando testimonio de que lo
falso debe morir, que lo irreal debe ser consumido, que la mentira debe cubrirse
de herrumbre y pudrirse, pero que lo verdadero, lo sincero, lo lleno de gracia,
lo vital debe soportar cualquier prueba y debe durar más que el sol.
En una época de
fingimientos siempre estaba barriendo con las pretensiones y estableciendo la
verdad y la rectitud como Sus testigos. Y ahora, amados, esta es la manera en
la que el reino de Cristo será establecido en el mundo. Por esta causa nació la
iglesia y por este propósito vino ella al mundo, para establecer el reino de
Cristo dando testimonio a la verdad.
Amados míos, yo
anhelo ver que todos ustedes den testimonio. Si aman al Señor, den testimonio a
la verdad. Deben hacerlo personalmente; deben hacerlo colectivamente. Nunca se
unan a una iglesia cuyo credo no crean entera y sinceramente, pues si lo
hicieran estarían actuando una mentira, y serían, además, partícipes del error
de los testimonios de otros hombres. Yo no diría, ni por un instante, nada que
retardara la unidad cristiana pero hay algo antes de la unidad y es, "la
verdad en lo íntimo" y honestidad delante de Dios. Yo no me atrevería a
ser miembro de una iglesia cuya enseñanza yo supiera que es falsa en puntos
vitales. Preferiría ir al cielo solo que engañar a mi conciencia por tener
compañía. Ustedes podrán decir: "pero yo protesto contra el error de mi
iglesia." Queridos amigos, ¿cómo podrían protestar consistentemente en
contra de ese error cuando profesan estar de acuerdo con él siendo miembros de
una iglesia que lo avala? Si eres un ministro de una iglesia, en efecto estás
diciéndole al mundo: "yo creo y enseño las doctrinas de esta
iglesia;" y si subes al púlpito y dices que no crees en ellas, ¿qué
concluirá la gente? Dejo que juzguen por ustedes mismos.
Vi la torre de
una iglesia el otro día con un reloj en ella que me sorprendió porque marcaba
las diez y media cuando yo pensaba que eran las nueve aproximadamente; sin
embargo, me tranquilicé cuando vi que otra cara del reloj indicaba las ocho y
quince. "Bien," pensé, "cualquiera que sea la hora, ese reloj
está equivocado pues se contradice a sí mismo." Así que cuando oigo a un
hombre que dice algo de acuerdo a la membresía de su iglesia y luego otra cosa
en contra de conformidad a su criterio personal, vamos, independientemente de
lo que sea correcto, ciertamente no es consistente consigo mismo.
Demos testimonio
a la verdad, puesto que hay gran necesidad de hacerlo ahora mismo, pues dar testimonio
no goza de buena fama. La época no ensalza ninguna virtud tanto como la
"liberalidad", y no condena ningún vicio tan fieramente como la
intolerancia, alias la ‘honestidad’. Si creen en algo y lo sostienen con
firmeza todos los perros les van a ladrar. Déjenlos que ladren: dejarán de
hacerlo cuando se cansen. Ustedes son responsables ante Dios y no ante hombres
mortales. Cristo vino al mundo para dar testimonio a la verdad y Él te ha
enviado para que hagas lo mismo; cuídate de hacerlo sin importar que ofendas o
agrades pues es únicamente mediante este proceso que el reino de Cristo va a
ser establecido en el mundo.
Ahora, lo último
es esto. Nuestro Salvador, habiendo hablado de Su reino y de la manera de
establecerlo, DESCRIBIÓ A SUS SÚBDITOS: "Todo aquel que es de la verdad,
oye mi voz." Es decir, dondequiera que el Espíritu Santo ha convertido a
un hombre en un amante de la verdad, ese hombre siempre reconocerá la voz de
Cristo y se someterá a ella. ¿Dónde está la gente que ama la verdad? Bien, no
necesitamos investigarlo arduamente. No necesitamos la lámpara de Diógenes para
encontrar a esas personas, pues saldrán a la luz; y, ¿dónde está la luz sino en
Jesús? ¿Dónde están esos hombres consistentes que son lo que parecen ser?
¿Dónde están los hombres que desean ser verdaderos en secreto y delante del
Señor? Pueden ser encontrados allí donde el pueblo de Cristo es descubierto;
serán encontrados escuchando a aquellos que dan testimonio a la verdad. Quienes
aman la verdad pura y saben lo que es Cristo, se enamorarán con seguridad de Él
y oirán Su voz. Juzguen ustedes, entonces, en este día, hermanos y hermanas, si
son de la verdad o no; pues si aman la verdad, ustedes conocen y obedecen la
voz que les pide que se alejen de sus viejos pecados, de los falsos refugios,
de los malos hábitos, de todo aquello que no sea conforme a la mente del Señor.
Le han oído en su conciencia cuando les riñe por todo lo falso que permanece en
ustedes; y también cuando alienta en ustedes la parte de la verdad que está
luchando allí. Habré concluido, cuando les haya transmitido una o dos
exhortaciones.
La primera es, amados, ¿nos atrevemos a ponernos del
lado de la verdad en esta hora de su humillación? ¿Reconocemos la realeza de la
verdad de Cristo cuando la vemos deshonrada cada día? Si la verdad del
Evangelio fuera honrada en todas partes, sería fácil decir "la creo;"
pero ahora, en estos días, cuando no tiene honor entre los hombres, ¿nos
atrevemos a adherirnos a ella a toda costa? ¿Están dispuestos a caminar con la
verdad a través del lodazal y a través del pantano? ¿Tienen el valor de
profesar una verdad que no está de moda? ¿Están dispuestos a creer la verdad
contra la cual la falsamente llamada ciencia ha desfogado su rencor? ¿Están
dispuestos a aceptar la verdad aunque se diga que sólo los pobres y las
personas sin educación la reciben? ¿Están dispuestos a ser los discípulos del
Galileo cuyos apóstoles fueron pescadores? De cierto, de cierto les digo que en
aquel día en el que la verdad en la persona de Cristo se manifieste en toda su
gloria, les irá muy mal a quienes se avergonzaron de reconocerla y de reconocer
a su Señor.
A continuación,
si hemos oído la voz de Cristo, ¿reconocemos el propósito de nuestra vida?
¿Sentimos que "nosotros para esto hemos nacido, y para esto hemos venido
al mundo, para dar testimonio a la verdad?" No creo que tú, mi querido
hermano, viniste al mundo para ser un lencero o un subastador, y nada más. No
creo que Dios te haya creado, hermana mía, para que seas simplemente una
costurera o una enfermera o una ama de casa. Las almas inmortales no fueron
creadas para simples propósitos mortales. Para este propósito nací, para que,
con mi voz en este lugar y en todas partes, dé testimonio a la verdad. Ustedes
reconocen eso. Entonces les ruego, a cada uno de
ustedes, que reconozcan que ustedes también tienen una misión similar. "Yo
no podría ocupar el púlpito," dirá alguien. No te preocupes por eso: da
testimonio a la verdad allí donde estás y en tu propia esfera. Oh, no
desperdicien el tiempo ni la energía, sino testifiquen de inmediato a favor de
Jesús.
Y ahora, por último, ¿reconocen, amados, la dignidad superlativa de Cristo?
¿Ven qué Rey es Cristo? ¿Es Él un Rey para ti como no podría serlo nadie más?
No fue sino ayer que un príncipe entró a una de nuestras grandes ciudades y la
gente llenó todas sus calles para darle la bienvenida, y sin embargo, no era
sino un hombre mortal. Y luego, en la noche, iluminaron su ciudad e hicieron
que los cielos resplandecieran como si el sol se hubiera levantado antes de la
hora señalada. Pero, ¿qué había hecho este príncipe por ellos? Eran súbditos
leales, y esa era la razón de su gozo. Pero, oh, amados, no necesitamos
preguntar: "¿qué ha hecho Cristo por nosotros?" Deberíamos
preguntarnos: "¿qué no ha hecho por nosotros?" ¡Emanuel, todo lo
debemos a Ti! ¡Tú eres nuestro nuevo creador, nuestro Redentor del más profundo
abismo del infierno! ¡En Ti, esplendoroso y todo codiciable, Tus hermosuras
promueven nuestra admiración! ¡Tú viviste por nosotros, te desangraste por
nosotros, moriste por nosotros; y Tú estás preparando un reino para nosotros, y
vas a regresar para llevarnos para estar contigo allí donde Tú estás! Todo esto
infunde amor en nosotros. ¡Todos te aclamen! ¡Todos te aclamen! ¡Tú eres
nuestro Rey y te adoramos con toda nuestra alma!
Amados, les suplico que amen a Cristo, y que vivan para Él mientras puedan.
Trabajen mientras haya oportunidad. Cuando he tenido que guardar reposo y no he
sido capaz de hacer algo, el gran dolor de mi corazón ha sido mi incapacidad de
servirle a Él. Oía a mis hermanos gritando en el campo de batalla y veía a mis
camaradas marchando al combate, y yo estaba tirado como un soldado herido en
una zanja y no me podía mover, excepto que entre suspiros decía una oración
para que todos ustedes sean fuertes en el Señor y en el poder de Su fuerza.
Este era mi pensamiento: "¡oh, que hubiese predicado mejor cuando podía
predicar y que hubiese vivido más para el Señor mientras podía servirle!"
¡No incurran en esos remordimientos en el futuro por causa de la haraganería
presente, sino vivan ahora para Él, que murió por ustedes!
Si alguien
presente en esta reunión no ha obedecido nunca a nuestro Rey, que venga a
confiar en Él ahora; pues es un tierno Salvador que está dispuesto a recibir al
pecador más grande y más negro que venga a Él. Quienquiera que confíe en Él nunca
descubrirá que le fallará pues Él puede salvar perpetuamente a los que por Él
se acercan a Dios. Que los traiga a Sus pies y reine sobre ustedes en amor.
Amén.
Porción de
Traductor: Allan Román
8/Febrero/2007
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