El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
El Juicio Final
NO.
1076
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Porque es
necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que
cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno
o malo”. 2 Corintios 5: 10.
Esta mañana predicamos
sobre la resurrección de los muertos, y pareciera ser congruente con el orden
que esta noche enfoquemos nuestros pensamientos a lo que sigue inmediatamente
después de la resurrección, es decir, al juicio general, pues los muertos
resucitan con el propósito de ser juzgados en sus cuerpos. La resurrección es
el preludio inmediato del juicio. No hay ninguna necesidad de que intente
demostrarles que habrá un juicio general, partiendo de
El Nuevo Testamento es
muy explícito. El capítulo veinticinco de Mateo, que acabamos de leer ahora,
contiene un lenguaje expresado por los labios del propio Salvador, que sería
imposible que fuera más claro y definido. Él es un Testigo fiel y no puede
mentir. Se nos informa que delante de Él serán reunidas todas las naciones, y
que apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los
cabritos. Hay una abundancia de otros pasajes, como, por ejemplo, el que
estamos considerando, que es lo suficientemente claro. Otro pasaje que
podríamos citar se encuentra en la segunda Epístola a los Tesalonicenses, en su
primer capítulo, del versículo séptimo al décimo. Leámoslo: “Y a vosotros que
sois atribulados, daros reposo con nosotros, cuando se manifieste el Señor
Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar
retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro
Señor Jesucristo; los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la
presencia del Señor y de la gloria de su poder, cuando venga en aquel día para
ser glorificado en sus santos y ser admirado en todos los que creyeron (por
cuanto nuestro testimonio ha sido creído entre vosotros).” El libro de
Apocalipsis es muy gráfico en su descripción de ese último juicio general.
Vayamos al capítulo veinte, y a los versículos once y doce. El vidente de
Patmos dice: “Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de
delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para
ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros
fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y
fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según
sus obras”. No tendría el tiempo suficiente para citarles todas las Escrituras.
El Espíritu Santo asevera una y otra vez, y Su palabra es verdad, que habrá un
juicio de los vivos y de los muertos.
Junto a ese testimonio
directo, debe recordarse que hay un argumento poderoso de que así tiene que ser
necesariamente, que parte del hecho de que Dios, como Gobernante de todos los
hombres, es justo. Todos los gobiernos humanos practican sesiones en sus tribunales.
El gobierno no podría ser ejercido sin sus días de sesión y de juicio, y, en la
medida en que hay evidentemente pecado e iniquidad en este mundo, puede anticiparse
razonablemente que habrá un momento en el que Dios recorra Su circuito y cite a
los prisioneros delante de Él, cuando los culpables recibirán su condenación.
Juzguen por ustedes
mismos: ¿es este estado presente la conclusión de todas las cosas? Si así fuera,
¿qué evidencia aducirían acerca de la justicia divina, a la luz del hecho de que
las mejores personas son a menudo las más pobres y las más afligidas de este
mundo, mientras que los peores seres adquieren riquezas, practican la opresión
y reciben el homenaje de la multitud? ¿Quiénes son aquéllos que están subidos
sobre las alturas de la tierra? ¿No son los grandes transgresores que “por
sendas de víctimas cubiertas, subieron a la cumbre soberana, y de la tierna
compasión las puertas cerraron a la miseria humana”? ¿Dónde están los siervos
de Dios? Con suma frecuencia están hundidos en el sufrimiento y en la
oscuridad. ¿No se sientan como Job en medio de ceniza, sin que nadie se apiade
de ellos, y son más bien objeto de muchos reproches? ¿Y dónde están los
enemigos de Dios? ¿No visten muchos de ellos de púrpura y de lino fino, y hacen
cada día banquete con esplendidez? Si no hubiese un más allá, entonces Epulón
se lleva la mejor parte, y el hombre egoísta que no le teme a Dios es, después
de todo, el más sabio de los hombres y ha de ser encomiado más que sus
semejantes. Pero no puede ser así. Nuestro sentido común se rebela ante ese
pensamiento. Tiene que haber otro estado en el que sean rectificadas todas esas
anomalías. “Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos
de conmiseración de todos los hombres”, dice el apóstol. Los mejores hombres
fueron conducidos a los peores infortunios en los tiempos de persecución, por
ser siervos de Dios. ¿Cómo afirmas entonces: Finis coronat opus, el fin corona la obra? Ese no podría ser el
desenlace final de la vida, o, de lo contrario, la justicia misma se vería
frustrada. Tiene que haber una restitución para aquéllos que sufren
injustamente y tiene que haber un castigo para el inicuo y el opresor.
No sólo puede afirmarse
ésto a partir de un sentido general de justicia, sino que en la conciencia de
la mayoría de los hombres, si no es que en todos, hay un asentimiento para ese
hecho. Como dice un viejo puritano: “Dios sostiene una audiencia en un tribunal
de jurisdicción limitada, es decir, en la conciencia de todo hombre, que es el
anticipo del juicio que sostendrá tarde o temprano, pues casi todos los hombres
se juzgan a sí mismos, y su conciencia les indica qué cosa está mal y qué cosa
está bien. Digo: ‘casi todos’ porque pareciera que hay en esta generación una
raza de hombres que han atrofiado de tal manera a su conciencia, que la chispa
pareciera haberse apagado y entonces toman lo amargo por dulce y lo dulce por
amargo. Parecieran aprobar la mentira pero no reconocen a la verdad. Pero si
dejan en paz a la conciencia y no la atrofian, verán que da testimonio de que
hay un Juez de toda la tierra que ha de hacer lo que es justo”.
Ahora, ese es peculiarmente
el caso cuando se le da rienda suelta a la conciencia. Los hombres que están
ocupados con su trabajo o que están entretenidos con sus placeres, mantienen a
menudo tranquilas a sus conciencias. Tal como lo expresa John Bunyan: ‘encierran
a la señora Conciencia; ciegan sus ventanas; ponen barricadas contra sus
puertas; y en cuanto a la gran campana ubicada sobre el techo de la casa que la
vieja dama estaba habituada a repicar, le cortan la cuerda al badajo para que
ella ya no pueda alcanzarlo, pues no desean que perturbe a la ciudad de
‘Almahumana’’. Pero cuando llega la muerte, sucede con frecuencia que la señora
Conciencia escapa de su prisión y, entonces les garantizo que hará un barullo
tal que no habrá ni una sola cabeza que duerma en toda ‘Almahumana’. Conciencia
dará voces y se vengará por su obligado silencio, y hará saber al hombre que
hay algo en su interior que no está muerto, que grita todavía pidiendo
justicia, y que el pecado no puede quedar sin castigo. Entonces, tiene que
haber un juicio.
Ahora vamos a considerar
lo que dice nuestro texto acerca del Juicio. Les ruego, hermanos, que me
perdonen si hablara fríamente esta noche sobre esta verdad tan trascendental, o
si dejara de captar su atención y de agitar sus más profundas emociones, y que
Dios me perdone pues tendré una buena razón para pedir Su perdón, viendo que si
hay un tópico que debería despertar a celo al predicador por el honor de su
Señor y por el bienestar de sus semejantes, y conducirlo a ser doblemente
denodado, es éste precisamente.
Pero permítanme decirles
también que si hubo alguna vez un tema muy independiente del predicador, que
por sus propios méritos debería invitar a la reflexión de ustedes, es el que
ahora les presento. No siento ninguna necesidad de recurrir a la oratoria o a
un lenguaje rebuscado; la simple mención del hecho de que ese juicio es
inminente y que tendrá lugar antes de que pase mucho tiempo, debería dejarlos
en silencio y sin aliento, debería paralizar los latidos de su pulso, y debería
ahogar la expresión de mis labios. Su certeza, su realidad, sus concomitantes
terrores y la imposibilidad de escapar de él, todo eso apela a nosotros ahora y
exige nuestra vigilancia.
I. Ahora
les pregunto: ¿QUIÉN, O QUIÉNES, TENDRÁN QUE COMPARECER DELANTE DEL TRONO DEL
JUICIO? La respuesta es clara y no admite ninguna exención: “Es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el
tribunal de Cristo”. Esto es muy decisivo incluso si no existiera ningún otro
texto. Todos nosotros debemos comparecer, es decir, cada uno de los miembros de
la raza humana. Todos nosotros debemos
comparecer. Y es muy claro que los piadosos no estarán exentos de esta
comparecencia, pues el apóstol les está hablando aquí a los cristianos. Pablo
dice: “Por la fe andamos, no por
vista. “Nosotros confiamos. “Procuramos”, y así sucesivamente; y luego se
expresa así: “Es necesario que todos
nosotros comparezcamos”. De tal manera que, además de todos los demás, es
un hecho que todos los cristianos deben comparecer allí. El texto es sumamente
concluyente sobre ese punto. Y si no tuviéramos este texto, contamos con el
pasaje de Mateo que acabamos de leer, en el que las ovejas son convocadas allí
tan verdaderamente como lo son los cabritos, y también con el pasaje de
Apocalipsis, donde todos los muertos son juzgados de acuerdo a las cosas que están
escritas en los libros. Todos ellos están allí. Y si alguien presentase esta
objeción: “Nosotros creíamos que debido a que los pecados de los justos fueron
perdonados, y fueron borrados para siempre, no tendrían que presentarse a
juicio nunca”, sólo tenemos que recordarles, amados, que si son perdonados y
borrados, como indudablemente lo son, los justos no tienen ningún motivo para
temerle al juicio. Son las personas que ansían el juicio y que podrán
comparecer para recibir una pública absolución de boca del grandioso Juez. ¿Quién
desearía entre nosotros, por decirlo así, ser introducido ilegalmente al cielo?
¿Quién desearía que los condenados del infierno le dijeran: “Tú no fuiste
juzgado nunca, pues de lo contrario habrías sido condenado igual que lo fuimos
nosotros”? No, hermanos, nosotros tenemos la esperanza de que podemos enfrentar
el juicio. El camino de la justicia por medio de Cristo Jesús nos permite
someternos a las más tremendas pruebas que traiga incluso aquel ardiente día.
No tenemos miedo de ser colocados en la balanza. Incluso deseamos aquel día cuando
nuestra fe en Jesucristo será fuerte y firme, pues decimos: “¿Quién es el que
condenará?” Podemos desafiar al día del juicio. ¿Quién es el que nos acusará de
algo en aquel día, o en cualquier otro día, puesto que Cristo murió y ha
resucitado? Es necesario que los justos estén allí para que no haya ninguna
parcialidad de ningún tipo en esa materia, para que todo sea claro y recto, y
para que se vea que las recompensas de los justos, aunque son por gracia, se
otorgan sin ninguna violación de la más rigurosa justicia.
Amados hermanos, ¡qué
gran día será para los justos! Pues algunos de ellos fueron objeto –tal vez
algunos de los presentes lo sean- de alguna muy terrible acusación de la cual
son perfectamente inocentes. Todo será aclarado entonces, y esa será una gran
bendición de aquel día. Habrá una resurrección de reputaciones así como de
cuerpos. Los hombres llaman necios a los justos; entonces resplandecerán como
el sol en el reino de su Padre. Les dieron caza hasta matarlos, como si no
fueran aptos para vivir. En los primeros tiempos arrojaban contra los
cristianos acusaciones de un carácter tan terrible que yo consideraría una
vergüenza mencionar. Pero entonces todos ellos serán exonerados; y aquéllos de
quienes el mundo no era digno, que fueron acorralados y perseguidos por todas
partes y obligados a morar en las cavernas de la tierra, saldrán como seres
dignos y el mundo reconocerá a su verdadera aristocracia y la tierra reconocerá
a su verdadera nobleza. Los hombres cuyos nombres el mundo desechó como
inicuos, serán tenidos entonces en gran estima, pues quedarán limpios y
transparentes, sin mancha ni arruga. Es bueno que haya un juicio para los
justos, para su exoneración, para su vindicación, y que sea público, desafiando
las hostilidades y las críticas de toda la humanidad.
“Es necesario que todos nosotros comparezcamos”. ¡Cuán
vasta asamblea será, cuán prodigiosa reunión de la raza humana entera! Cuando
meditaba sobre este tema se me ocurrió preguntarme: ¿cuáles habrán de ser los
pensamientos de nuestro padre Adán, al comparecer allí con nuestra madre Eva y
mirar a su progenie? Será la primera vez que tenga la oportunidad de ver
reunidos a todos sus hijos. ¡Qué espectáculo contemplará entonces, el cual
cubrirá vastas extensiones, todo el globo que habitan, suficiente no sólo para
poblar las llanuras de toda la tierra, sino para coronar las cimas de sus
montes y cubrir incluso las olas del mar; tan incontable habrá de ser la raza
humana, cuando todas las generaciones que han vivido jamás, o que vivirán
jamás, resuciten a la vez! ¡Oh, qué espectáculo será! ¿No es demasiado
maravilloso para que lo esboce nuestra imaginación? Sin embargo, es muy cierto
que la asamblea será convocada y que el espectáculo será contemplado. Cada uno de
los seres antediluvianos, cada uno de los seres de los días de los patriarcas, de
los tiempos de David, del reino de Babilonia, todas las legiones de Asiria,
todas las huestes de Persia, todas las falanges de Grecia, todos los vastos
ejércitos y las legiones de Roma, los bárbaros, los escitas, los esclavos, los
libres, hombres de todo color y de toda lengua, estarán presentes en aquel gran
día delante del Tribunal de Cristo. Allá vienen los reyes que no son más
grandes que los hombres a quienes llaman sus vasallos. Allá vienen los
príncipes, que se han quitado sus diademas, pues deben comparecer como seres
humanos comunes. Acá vienen los jueces para ser ellos mismos juzgados, y
también los abogados y los legistas, que ahora necesitan un defensor para su
propio caso. Aquí vienen aquéllos que se consideraban demasiado buenos y que
acaparaban toda la calle para sí. Allí están los fariseos, recibiendo los
empellones de los publicanos a sus
costados y reducidos al mismo nivel natural que ellos. Observen a los
campesinos que se levantan del suelo; ¡vean a las pululantes miríadas que vienen
para comparecer desde las afueras de las grandes ciudades, incontables huestes
que ni Alejandro ni Napoleón contemplaron jamás! ¡Vean cómo el siervo es tan
grande como su señor! Ahora se proclama: “Libertad, Igualdad, Fraternidad”. Ni
los reyes, ni los príncipes ni los nobles pueden refugiarse detrás de su orden,
ni afirmar algún privilegio o reclamar alguna inmunidad. Iguales sobre un nivel
común, comparecen todos juntos para ser juzgados por el último y terrible
tribunal. Vendrán los malvados de todo tipo. El altivo Faraón estará allí;
Senaquerib, el arrogante; Herodes, que hubiera querido aniquilar a los
infantes; Judas, que traicionó a su Maestro; Demas, que le vendió por oro, y
Pilato, que gustosamente se habría querido lavar las manos en inocencia. La
larga lista de los infalibles, la sucesión completa de los papas, vendrá para
recibir su condenación de manos del Todopoderoso, y también los sacerdotes que
pisotearon los cuellos de las naciones y los tiranos que usaron a los sacerdotes
como sus instrumentos. Todos ellos vendrán para recibir las descargas de los
rayos de Dios que tan ricamente merecen. ¡Oh, qué escena será ésa! Estos
grupitos, que nos parecen muy imponentes cuando se congregan bajo este techo, se
encogen y se vuelven como una gota dentro de una cubeta, comparados con el
océano de vida que se henchirá en torno al trono en el día del último gran
Juicio. Todos ellos estarán allí.
Ahora, el pensamiento
más importante para mí vinculado con ésto, es que yo estaré allí; para ustedes,
jóvenes, es que ustedes estarán
allí; para ustedes, personas de
avanzada edad de todo tipo, es que cada uno de ustedes, en propia persona, estará allí. ¿Eres rico? Tendrás que
despojarte de tu hermoso vestido. ¿Eres pobre? Tus harapos no te eximirán de
asistir a esa corte. Nadie dirá: “Yo soy demasiado oscuro”, pues deberás salir
de tu escondite. Nadie dirá: “Yo soy demasiado público”, pues tendrás que bajar
de ese pedestal. Todo el mundo debe estar allí. Noten la palabra: “Nosotros”. “Es necesario que todos nosotros comparezcamos”.
Noten adicionalmente la
palabra: “Comparezcamos”. “Es necesario que todos nosotros comparezcamos”. No será posible ningún disfraz. No pueden
presentarse allí con el disfraz de una profesión o con el atuendo de las ropas
de estado, sino que deben comparecer; debemos
ser vistos claramente, debemos ser exhibidos, debemos ser revelados; todos serán
despojados de sus vestidos, y su espíritu será juzgado por Dios, no según las
apariencias, sino de acuerdo a lo íntimo del corazón. ¡Oh, qué día será aquél,
cuando todo hombre se vea a sí mismo, y todo hombre vea a su semejante, y los
ojos de los ángeles y los ojos de los demonios, y los ojos del Dios sentado en
el trono nos miren hasta lo más íntimo! Guarden en sus mentes estos pensamientos
que son dados como respuesta a nuestra primera pregunta: ¿quién habrá de ser
juzgado?
II. Nuestra
segunda pregunta es: ¿QUIÉN SERÁ EL JUEZ? “Es necesario que todos nosotros
comparezcamos ante el tribunal de Cristo”. Es sumamente apropiado y conveniente
que Cristo sea nombrado el juez de toda la humanidad. Nuestra ley británica
establece que un hombre sea juzgado por sus pares, y hay justicia en ese
estatuto. Ahora, el Señor Dios juzgará a los hombres, pero al mismo tiempo será
en la persona de Jesucristo hombre. Los hombres serán juzgados por un hombre.
Aquél que una vez fue juzgado por los hombres, juzgará a los hombres. Jesús
conoce lo que es el hombre; Él mismo ha estado en profunda humildad bajo la ley,
y es ordenado para administrar la ley con excelsa autoridad. Él puede sostener
equilibradamente los platillos de la balanza de la justicia, pues ha ocupado el
lugar del hombre y ha soportado y arrostrado las tentaciones del hombre; por
tanto, es el juez más idóneo que pudiese ser seleccionado.
Algunas veces he oído y
he leído sermones en los que el predicador mencionaba que un cristiano debería
alegrarse de que su juez sea su amigo. Tal vez no haya ninguna intención
indebida, pero aun así me parece que es una sugerencia más bien cuestionable. A
mí no me gustaría explicármelo de esa manera, porque cualquier juez que fuera
parcial para con sus amigos cuando preside en el tribunal, merecería abandonar
ese tribunal de inmediato. Yo no espero ningún favoritismo de Cristo como juez.
Espero que, cuando presida en el tribunal, imparta una justicia imparcial para
todos. No puedo ver cómo pudiera ser correcto que algún ministro sostenga que
deberíamos encontrar aliento en el hecho de que el juez sea nuestro amigo. Amigo
o no amigo, cada uno de nosotros comparecerá para recibir un juicio justo, y
Cristo no hará acepción de personas. No se dirá de Aquel a quien Dios ha
designado para juzgar al mundo, cuando la sesión del juicio concluya, que hizo
caso omiso de los crímenes de algunos o que los atenuó, mientras que investigó
a fondo las fallas de otros y las condenó. Será justo y recto en todo momento. Él
es nuestro amigo, les concedo eso, y será nuestro amigo y Salvador eternamente;
pero debemos asirnos al pensamiento -y debemos creerlo y sostenerlo- que como
juez será imparcial para con todos los hijos de los hombres.
Amigo, tú tendrás un
juicio justo. Aquel que te ha de juzgar no tomará partido contra ti. Algunas
veces hemos pensado que los hombres han sido protegidos del castigo que
merecían, porque pertenecían a alguna cierta profesión clerical, o porque
ocupaban alguna cierta posición oficial. Un pobre obrero que mata a su esposa
será ahorcado indefectiblemente, pero cuando otro hombre de una condición
superior realiza un acto semejante de violencia y mancha sus manos con la
sangre de la mujer a quien jurado amar y apreciar, la pena capital no será
ejecutada contra él. Por todas partes vemos en el mundo que, con las mejores
intenciones, de alguna manera u otra, la justicia se tuerce un poco. Incluso en
este país se da la más ligera inclinación posible de la balanza, y que Dios nos
conceda que eso pueda remediarse pronto. No creo que sea intencional, y yo
espero que la nación no tenga que quejarse de eso por largo tiempo. Tiene que
haber la misma justicia para el mendigo más pobre que se arrastra hasta un
albergue temporal, como por ‘su señoría’ que es propietario del mayor número de
acres en toda Inglaterra. Ante la ley, al menos, todos los hombres deben
comparecer como iguales. Así será con el Juez de toda la tierra. Fiat justitia, ruat coelum. (Hágase
justicia aunque se desplome el cielo). Cristo sostendrá a toda costa las
balanzas equilibradas. Tú tendrás un juicio justo y también un juicio
exhaustivo. No habrá ningún ocultamiento de nada a tu favor, y no se quedará
sin mencionar nada en tu contra. Ningún testigo será transportado al otro lado
del mar para que no pueda comparecer. Todos ellos estarán allí, y todo el
testimonio estará allí, y todo lo que se necesite para condenar o absolver será
presentado en plena sesión durante el juicio, y por esta razón será un juicio
final. No habrá ninguna apelación ante esa corte. Si Cristo dice: “¡Malditos!”,
malditos serán eternamente. Si Cristo dice: “¡Benditos!”, benditos serán por
siempre jamás. Bien, ésto es lo que hemos de esperar, entonces: hemos de
comparecer ante el trono del hombre Cristo Jesús, el Hijo de Dios, para ser
juzgados allí.
III. Ahora,
el tercer punto es: ¿CUÁL SERÁ
Cuando se dice que todo
lo que se haga en el cuerpo será presentado como evidencia, ya sea en contra
nuestra o a favor nuestro, recuerden que ésto incluye toda omisión así como
toda comisión, pues aquello que debía ser hecho y no fue hecho es tan grave
pecado como hacer lo que no debía hacerse. Cuando leíamos el capítulo
veinticinco de Mateo, ¿notaron cómo los que estaban a la izquierda fueron
condenados, no por lo que hicieron, sino por lo que no hicieron: “Tuve hambre,
y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber”? Según esta
regla, ¿dónde se encuentran algunos de ustedes que han vivido en el descuido de
la santidad y en el descuido de la fe y en el descuido del arrepentimiento
delante de Dios a lo largo de todos sus días? Considérenlo, se los ruego.
Recuerden, también, que
todas nuestras palabras saldrán a relucir. De cada palabra ociosa que hable el
hombre tendrá que rendir cuentas. Y de todos nuestros pensamientos, también,
pues los pensamientos subyacen en el fondo de nuestras acciones y les dan el
verdadero color, bueno o malo. Nuestros motivos, nuestros pecados del corazón, y
especialmente nuestro odio a Cristo, nuestro descuido del Evangelio, nuestra
incredulidad: todas esas cosas serán leídas en voz alta y serán publicadas sin
reservas.
“Bien”, -dirá alguien- “¿quién,
pues, podrá ser salvo?” ¡Ah, en verdad, quién, pues, podrá ser salvo! Permíteme
decirte quién. Pasarán al frente aquéllos que creyeron en Jesús, y aunque
tienen muchos pecados ante los cuales confesarse culpables, serán capaces de
decir: “Grandioso Dios, Tú proveíste un sustituto para nosotros, y Tú dijiste
que si lo aceptábamos sería nuestro sustituto y tomaría sobre Sí nuestros
pecados, y nosotros en verdad lo aceptamos y nuestros pecados fueron puestos
sobre Él y ahora no tenemos ningún pecado; fueron transferidos de nosotros
hacia el grandioso Salvador, Sustituto y Sacrificio”. Y en aquel día no habrá
nadie que pudiera poner algún reparo contra ese argumento: será válido, pues
Dios ha dicho: “Todo aquel que crea en Cristo Jesús no será condenado nunca”.
Entonces serán presentadas las acciones de los justos, las acciones de gracia,
para demostrar que tuvieron fe. Pues la fe que no se manifiesta nunca mediante
buenas obras es una fe muerta y es una fe que nunca salvará a ningún alma.
Ahora, si el ladrón moribundo fuera presentado, diría: “Mis pecados fueron
puestos sobre Jesús”. “Sí, pero, ¿qué hay de tus buenas obras? Tú tienes que
tener alguna evidencia de tu fe”, podría replicar Satanás. Entonces el ángel
registrador diría: “El ladrón moribundo le dijo a su compañero ladrón que
estaba muriendo con él: ‘¿Por qué razón maldices?’ En sus últimos momentos hizo
lo que pudo: censuró al ladrón que moría con él e hizo una buena confesión de
su Señor. Allí tenemos la evidencia de la sinceridad de su fe”.
Amado oyente, ¿habrá
alguna evidencia de la sinceridad de tu fe? Si tu fe no tuviera ninguna
evidencia delante del Señor, ¿qué harás? Supón que pensaste que tenías una fe
pero continuaste bebiendo. Supón que hiciste lo que yo sé que han hecho algunos
aquí: que fuiste directo de aquí a la cantina. O suponte que te uniste a la iglesia
cristiana pero seguiste siendo un borracho. Sí, y hay mujeres que han hecho eso
igual que también hombres. Supón que profesaste tener fe en Cristo y, sin
embargo, hiciste trampa con tus pesas y medidas y en tus tratos rutinarios.
¿Piensas que Dios no requerirá estas cosas de tus manos?
Oh, señores, si no
fueran mejores que otros hombres en su conducta, entonces no son mejores que otros hombres en su
carácter, y no estarán mejor que otros hombres en el día del juicio. Si sus
acciones no fueran superiores a las de ellos, pueden profesar lo que quieran
acerca de su fe, pero están engañados, y, como engañadores serán descubiertos
en el último gran día. Si la gracia no nos hace diferir de otros hombres, no se
trata de la gracia que Dios da a Sus elegidos. Aunque nosotros no somos
perfectos, todos los santos de Dios mantienen sus ojos fijos en la gran norma
de perfección, y, con un fuerte deseo procuran caminar como es digno de su
supremo llamamiento de Dios y realizar obras que demuestren que aman a Dios; y
si no tenemos esas señales que se dan con la fe, o si no son introducidas como
evidencia para nosotros, en el último gran día no seremos capaces de demostrar
nuestra fe.
¡Oh, ustedes que no
tienen ninguna fe en Cristo, ninguna fe en Jesús, el sustituto: esa terrible
negativa, esa traicionera incredulidad suya, será un pecado condenatorio contra
ustedes! Será una prueba contundente de que odiaron a Dios, pues un hombre que
desprecia los consejos de Dios, que no presta atención a Su reproche, que
escarnece Su gracia y que reta la venganza de Aquel que le señala la vía de
escape y el sendero que conduce a la vida, es alguien que debe odiar a Dios. El
que no quiere ser salvado por la misericordia de Dios demuestra que odia al
Dios de la misericordia. Si Dios entrega a Su propio Hijo a la muerte y los
hombres no quieren confiar en Su Hijo, si no quieren tenerlo como su Salvador,
ese único pecado -aunque no tuvieran ningún otro- demostraría de inmediato que
son enemigos de Dios y que tienen un corazón negro. Pero si tu fe está en
Jesús, si amas a Jesús, si tu corazón está con Jesús, si tu vida es
influenciada por Jesús, si tú lo conviertes en tu ejemplo así como también en
tu Salvador, habrá evidencia a tu favor aunque tú no puedas verla. Pues noten
estas agraciadas cosas: cuando la evidencia fue presentada, y Cristo dijo:
“Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber”, ellos
dijeron: “Oh, Señor, nunca nos dimos cuenta de eso”. Si alguien se pusiera de
pie aquí y dijera: “Yo cuento con una abundante evidencia para demostrar mi
fe”, yo le replicaría: “¡Cállate la boca, amigo! ¡Cállate la boca! Me temo que
no tienes fe del todo, pues de lo contrario no estarías hablando acerca de tu
evidencia”. Pero si dices: “Oh, yo me temo que no tengo la evidencia que me
pondrá en una buena posición al final”, pero si a la vez has estado alimentando
a los hambrientos todo el tiempo, y vistiendo a los desnudos, y haciendo todo
lo que puedes por Cristo, yo te diría que no tengas miedo. El Maestro
encontrará testigos que digan: “Ese hombre me socorrió cuando yo estaba sumido
en la pobreza. Él sabía que yo era uno de los de Cristo y vino y me ayudó”. Y
otro vendrá y dirá (tal vez sea un ángel quien lo diga) “Lo vi cuando estaba
solo en su aposento y lo oí orar por sus enemigos”. Y el Señor dirá: “Leí en su
corazón cuando contemplé cómo aguantó el reproche, y la calumnia, y la
persecución, y se quedaba sin responder por mi causa. Él hizo todo eso como
evidencia de que mi gracia estaba en su corazón”. Tú no tendrás que poner los
testigos; el juez los llamará, pues Él sabe todo acerca de tu caso; y conforme
llame a los testigos, tú te sorprenderás al descubrir cómo incluso los impíos
se verán obligados a consentir en la justa salvación de los justos.
¡Oh, los actos secretos
y la verdadera sinceridad del corazón de los justos, cuando sean manifestados
así, cómo provocarán que los diablos se muerdan su lengua llenos de ira al
pensar que hubo tanta gracia dada a los hijos de los hombres para derrotar a la
persecución, vencer a la tentación y seguir en obediencia al Señor! Oh, sí, las
obras, las obras, las obras de los hombres, y no su habladuría, ni su
profesión, ni su plática, sino sus obras (aunque nadie será salvado por los
méritos de sus obras), sus obras serán la evidencia de su gracia, o sus obras
serán la evidencia de su incredulidad; y así, por sus obras se sostendrán
delante del Señor, o por sus obras serán condenados, como evidencia y nada más.
IV. El
último punto es ahora: ¿cuál es el propósito de ese juicio? ¿Se impartirá una
sentencia absolutoria o condenatoria y después todo habrá concluido? Lejos de
eso. El juicio es con miras al más allá: “Para que cada uno reciba según lo que
haya hecho mientras estaba en el cuerpo”. El Señor concederá a Su pueblo una abundante
recompensa por todo lo que han hecho. No es que merezcan ninguna recompensa,
sino que primero Dios les dio gracia para hacer buenas obras, y luego tomó sus
buenas obras como evidencia de un corazón renovado, y después les dio una
recompensa por lo que hicieron. Oh, qué bienaventuranza será oír que se te
diga: “Bien, buen siervo y fiel”, a ti, que has trabajado para Cristo cuando
nadie lo sabía; descubrir que Cristo te tomó todo en cuenta, a ti, que serviste
al Señor a pesar de ser tergiversado; descubrir que el Señor Jesús apartó el
tamo del trigo sabiendo que tú eras alguien precioso para Él. Oh, qué
bienaventuranza será para ti que entonces Él te diga: “Entra en el gozo de tu
Señor”.
Pero para los impíos
será muy terrible. Ellos han de recibir las cosas que han hecho, es decir, el
castigo debido, aunque no todos de igual manera, sino el mayor pecador recibirá
mayor condenación; para el hombre que pecó contra la luz habrá una mayor
condenación que para el hombre que no tuvo la misma luz; Sodoma y Gomorra
tendrán su lugar, Tiro y Sidón tendrán su lugar, y luego Capernaum y Betsaida tendrán
su lugar de más intolerable tormento, porque tenían el Evangelio y lo rechazaron,
según nos informa nuestro propio Señor. Y el castigo no sólo será aplicado en proporción
a la transgresión en sí misma, sino que se acrecentará con las inicuas
consecuencias generadas por los inicuos actos realizados, ya que cada hombre
habrá de comer el fruto de sus propios caminos. El pecado, según el orden
natural, madura en aflicción. Esto no es un ciego destino, sino que es la
operación de una ley divina, sabia e invariable. Oh, cuán terrible será para el
hombre malicioso tener que roer eternamente su propio corazón envidioso, y
descubrir que su malicia se le revierte tal como los pájaros vienen a casa para
anidar y ulular para siempre en su propia alma; cuán terrible será para el
hombre lascivo sentir la lascivia ardiendo en cada vena aunque nunca puede
gratificarla; cuán terrible será para el borracho tener una sed que ni siquiera
una gota de agua puede apaciguar y para el glotón que hacía cada día banquete
con esplendidez, estar hambriento perpetuamente; cuán terrible será para el
alma que ha sido iracunda, ser iracunda para siempre, con el fuego de la ira
ardiendo eternamente como un volcán en su alma; y para el rebelde contra Dios,
ser sempiternamente un rebelde y maldecir a Dios a quien no puede tocar y
descubrir que sus maldiciones se revierten sobre él. No hay peor castigo para
un hombre con una disposición pecaminosa, que gratificar sus lascivias, saciar
sus perversas propensiones, y multiplicar y engordar sus vicios. ¡Dejen que los
hombres se desarrollen y sean lo que quisieran ser, y luego vean en qué se
convierten! Supriman a los policías en algunas partes de Londres, y denles a las
gentes dinero en abundancia, y déjenlas hacer lo que quieran. Entonces se
enterarían que el sábado pasado hubo media docena de cráneos fracturados, y que
las esposas y los hijos estuvieron involucrados en una reyerta general.
Mantengan juntas a esas personas; dejen que su vigor continúe sin ningún
menoscabo por la edad o por la corrupción, mientras sigan desarrollando su
carácter. Vamos, serían peores que una manada de tigres. Si dan paso a su ira y
a su enojo, sin nada que controle sus pasiones, si dejan que personas tacañas y
avaras continúen por siempre con su avaricia, eso ya las hace miserables aquí;
pero si esas cosas fuesen disfrutadas para siempre, ¿qué peor infierno querrían?
Oh, el pecado es el infierno y la santidad es el cielo. Los hombres recibirán
según lo que hayan hecho mientras estaban en el cuerpo. Si Dios ha hecho que lo
amen, continuarán amándolo; si Dios ha hecho que confíen en Él, continuarán
confiando en Él; si Dios ha hecho que sean semejantes a Cristo, continuarán
siendo semejantes a Cristo, y recibirán como recompensa lo que hayan hecho
mientras estaban en el cuerpo; pero si un hombre ha vivido en pecado, “el que es
inmundo sea inmundo todavía”, y el que ha sido incrédulo sea incrédulo todavía.
Éste, entonces, será el gusano que nunca muere, y el fuego que no se apaga
nunca, a todo lo cual será agregada la ira de Dios por
los siglos de los siglos. ¡Oh, que cada uno de nosotros reciba la gracia para
huir a Cristo! Allí está nuestra única seguridad. La fe simple en Jesús es la
base para el carácter que será la evidencia al final de que tú eres elegido de
Dios. Una simple creencia en el mérito del Señor Jesús, obrada por el Espíritu
Santo en nosotros, es el cimiento de roca sobre el cual será edificado, por las
mismas manos divinas, el carácter que evidenciará que el reino fue preparado
para nosotros desde antes de la fundación del mundo. Que Dios obre en nosotros
un carácter así, por Cristo nuestro Señor. Amén.
Porción de
Traductor: Allan Román
16/Febrero/2011
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