El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
NO.
1063
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Por la fe
Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón, escogiendo
antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites
temporales del pecado, teniendo por mayores riquezas
el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la
mirada en el galardón. Hebreos 11: 24, 25, 26.
El domingo pasado
hablamos sobre la fe de Rahab. Tuvimos que mencionar, entonces, su tachable
carácter anterior y mostrar que, a pesar de ello, su fe triunfó y la salvó y la
hizo producir buenas obras. Ahora bien, se me ha ocurrido que algunas personas
dirían: “Esa fe es, sin duda, algo muy apropiado para Rahab y para personas de
su calaña. Gente carente de categoría y de luz es la que sigue el Evangelio y
pudiera ser algo muy apropiado y útil para tales personas, pero los de mejor
clase no lo acogerán nunca”. Pensé entonces que es posible que algunos pudieran
rechazar toda fe en Dios con una mueca de desprecio, considerándola indigna de
personas de una superior condición de vida y de otro tipo de educación. Por
tanto, hemos seleccionado el caso de Moisés, que contrasta directamente con el
de Rahab, y confiamos en que pueda ayudar a suprimir la mofa aunque,
ciertamente, eso pudiera ser de poca importancia, pues si un hombre es propenso
a escarnecer casi no vale la pena desperdiciar ni cinco minutos tratando de
razonar con él. El escarnecedor es usualmente un ser tan insignificante que su
mofa no merece ser tomada en cuenta. Quien destaca practicando el escarnio no
sirve para nada más, y muy bien se le puede permitir que cumpla con su
vocación.
También se me ocurrió
que acaso algunos pudieran decir con toda seriedad: “Gracias a la providencia
de Dios y a las circunstancias que me rodean, he sido guardado del pecado
ostensible; adicionalmente, no soy un miembro de los estratos más bajos, y no
pertenezco a la clase de personas de quienes Rahab sería una apropiada
representante. De hecho, por la providencia de Dios, he sido colocado en una
posición privilegiada, y sin ningún egoísmo puedo presumir de un carácter
superior”. Es posible que tales personas sientan como si estuvieran colocadas
en desventaja por esta misma superioridad. Se les ha ocurrido este pensamiento:
“El Evangelio es para pecadores; evidentemente está dirigido a los peores
pecadores y los bendice. Nosotros estamos dispuestos a admitir que somos
pecadores, pero quizá, debido a que no hemos pecado tan ostensiblemente, no
estemos tan conscientes del pecado, y por consiguiente, nuestra mente no está
tan bien preparada para recibir la abundante gracia de Dios que llega a los más
viles de los viles”. Yo he conocido a algunos que casi han deseado haber sido literalmente
como el hijo pródigo en sus descarríos, para poder ser más fácilmente como él
en su retorno. Operan bajo un completo error, pero de ninguna manera es un
error infrecuente. Quizá, al presentarles a uno de los
héroes de la fe que fue un hombre de noble rango, de exquisita educación y de
un carácter puro, pudieran ser conducidos a rectificar sus pensamientos. Moisés
perteneció al más noble orden de hombres, pero fue salvado únicamente por fe,
por la misma fe que salvó a Rahab. Esa fe lo impulsó al fiel servicio de Dios y
a una abnegación sin par. Mi ferviente oración es que quienes son morales,
afables y educados, vean en la acción de Moisés un ejemplo para sí mismos. No
desprecien por más tiempo una vida de fe en Dios. La única cosa que es
necesaria por encima de todas las demás, es la única cosa de la que carecen.
¿Son ustedes jóvenes varones de alta posición? Moisés también lo era. ¿Son
ustedes varones de un carácter intachable? Moisés también lo fue. ¿Se
encuentran en una posición ahora en la que seguir a su conciencia les costaría
caro? Moisés se sostuvo como viendo al Invisible y aunque por un tiempo fue un
perdedor, gracias a esa pérdida es ahora un eterno ganador. Que el Espíritu de
Dios los induzca a seguir en la senda de la fe, de la virtud y del honor, al
ver a un varón tal como Moisés que les guía en el camino.
Vamos a considerar
primero la decidida acción de Moisés; y,
en segundo lugar, la fuente de su
decisión de carácter: fue “por fe”. En tercer lugar, vamos a examinar esos argumentos por medio de los cuales su
fe dirigió su acción, después de lo cual vamos a reflexionar brevemente en
las lecciones prácticas que el tema sugiere.
I. Primero,
observemos
El Espíritu de Dios
orienta nuestra mirada al tiempo cuando Moisés era ya adulto, es a saber,
cuando habían transcurrido sus primeros cuarenta años de vida; entonces, sin dudarlo,
rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón, y escogió su parte con el
despreciado pueblo de Dios.
Les ruego que consideren,
primero, quién hizo eso. Era un
hombre de educación, pues había sido instruido en toda la sabiduría de los
egipcios. Alguien dice que no cree que la sabiduría de los egipcios hubiera
sido algo muy grande. No, y la sabiduría de los ingleses no es mucho mayor. Las
épocas futuras se reirán de la sabiduría de los ingleses así como nos reímos
ahora de la sabiduría de los egipcios. La sabiduría humana de una época es locura
para la siguiente. ¿Qué es la así llamada filosofía sino el escondrijo de la
ignorancia bajo nombres difíciles, y el disfraz de meras adivinanzas insertadas
en elaboradas teorías? En comparación con la eterna luz de la palabra de Dios,
todo el conocimiento de los hombres “no es luz alguna, sino tinieblas
visibles”. Los hombres de educación, como regla general, no están dispuestos a
reconocer al Dios viviente. La filosofía, en su engreimiento, desprecia la
infalible revelación del Infinito, y no quiere salir a la luz para no ser
reprendida. En todas las épocas, cuando un hombre se ha considerado un sabio, casi
invariablemente ha despreciado la sabiduría del Infinito. Si hubiera sido
verdaderamente sabio, se habría postrado humildemente ante el Señor de todo,
pero siendo sólo nominalmente sabio, dijo: “¿Quién es Jehová?” No muchos
grandes según la carne, ni muchos poderosos, son escogidos. ¿Acaso nuestro Señor
mismo no lo dijo, y Su palabra es para siempre: “Te alabo, Padre, Señor del
cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los
entendidos, y las revelaste a los niños”? Pero, con todo, algunas veces un hombre
de educación como Moisés es conducido, por la bendición del cielo, a tomar
partido por la verdad y por lo recto, y cuando es así, ¡que el Señor sea
engrandecido!
Además de ser un varón
de educación, Moisés era una persona de alto rango. Había sido adoptado por Termutis,
la hija de Faraón, y es posible -aunque no podemos estar seguros de ello- que
él fuera el heredero en turno, por adopción, de la corona egipcia. Se dice que
el rey de Egipto no tenía ningún otro hijo, y que su hija no tenía ningún hijo,
y debido a eso, Moisés se habría convertido en el rey de Egipto. Sin embargo,
grande como era y poderoso en la corte, se unió al oprimido pueblo de Dios. Que
Dios nos conceda que veamos que muchos hombres eminentes se ponen valientemente
del lado Dios y de Su verdad, y que repudian a la religión de los hombres; pero
si lo hicieran, sería en verdad por un milagro de la misericordia, pues sólo unos
cuantos de los grandes lo han hecho jamás. Por aquí y por allá, en el cielo,
puede encontrarse a un rey, y por aquí y por allá, en la iglesia, puede
encontrarse a alguien que lleva una corona y que ora; pero cuán difícilmente entrarán
en el reino del cielo quienes poseen riquezas. Cuando entran, hay que dar
gracias a Dios por ello.
En adición a esto,
recuerden que Moisés era un hombre de una gran habilidad. Tenemos evidencia de
eso en la habilidad administrativa con la que manejó los asuntos de Israel en
el desierto; porque si bien es cierto que fue inspirado por Dios, con todo, su
propia habilidad natural no fue reemplazada, sino dirigida. Era un poeta:
“Entonces cantó Moisés y los hijos de Israel este cántico a Jehová”. Ese
memorable poema en el Mar Rojo es una oda magistral que demuestra la
incomparable habilidad del escritor. El salmo noventa muestra también el
alcance de sus poderes poéticos. Era a la vez profeta, sacerdote y rey en
Israel, y un hombre a quien nadie superó salvo ese Hombre que era más que
hombre. Ningún otro hombre que conozco se acerca tanto a Cristo en la gloria de
Su carácter como Moisés lo hace, de tal manera que encontramos los dos nombres
vinculados en la alabanza del cielo: “Y cantan el cántico de Moisés siervo de
Dios, y el cántico del Cordero”. Así ven ustedes que fue un hombre
verdaderamente eminente, y sin embargo, echó su suerte con el pueblo de Dios.
No son muchos los que están dispuestos a hacer eso, pues el Señor ha escogido
usualmente a lo débil para avergonzar a lo fuerte, y lo que no es, para
deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en Su presencia. Sin embargo,
Dios, que de quien quiere tiene misericordia, tomó aquí a este gran hombre, a
este sabio, y le dio gracia para que fuera decidido en el servicio de su Señor.
Si me dirigiera a alguien así esta mañana, oro pidiendo ansiosamente que una
voz de la gloria excelente lo llame a la misma clara línea de acción.
En seguida, consideren qué tipo de sociedad Moisés se sintió
compelido a dejar. Al salir de la corte de Faraón debía separarse de todos
los cortesanos y de los hombres de elevado rango, algunos de los cuales
pudieran haber sido gente muy estimable. Hay siempre un encanto que rodea a la
sociedad de los grandes, pero el resuelto espíritu de Moisés cortó toda
ligadura. Yo no dudo de que siendo conocedor de toda la sabiduría de Egipto, un
varón como Moisés fuera siempre bienvenido en los diversos círculos de la
ciencia; pero él renunció a todos sus honores entre la élite de la intelectualidad para asumir el vituperio de Cristo. Ni
los grandes hombres ni los intelectuales pudieron retenerlo una vez que su
conciencia apuntó la senda a seguir. Estén también seguros de que tuvo que
separarse de muchos amigos. Uno puede suponer que en el curso de cuarenta años Moisés
habría formado relaciones que eran muy queridas y cálidas, pero para la
consternación de muchos, se asoció con el grupo impopular al que el rey buscaba
aplastar, y por tanto, ningún cortesano podía reconocerlo a partir de aquel
momento. Durante cuarenta años vivió en la soledad del desierto, y sólo regresó
para herir a la tierra de Egipto con las plagas, de manera que su separación de
todas sus antiguas amistades debe de haber sido completa. Pero, oh, leal
espíritu, aunque corte todo vínculo afectuoso, aunque arranque de tu alma todo
lo que amas, si tu Dios lo requiere, el sacrificio debe hacerse de inmediato.
Si tu fe te ha mostrado que ocupar tu presente posición implica complicidad con
el error o el pecado, entonces rompe con todo sin mayores consideraciones. No
permitas que las redes del cazador te retengan, y conforme Dios te dé libertad,
asciende libre de trabas y alaba a Dios por la libertad. Jesús dejó a los
ángeles del cielo por tu causa; ¿no puedes dejar tú la mejor compañía por Su
causa?
Pero lo que más me
asombra de Moisés es cuando considero no sólo quién era y la compañía a la que
tuvo que renunciar, sino las personas con
quienes debía asociarse, pues los seguidores del verdadero Dios no
constituían, en verdad, en sus propias personas, un pueblo digno de ser amado
en aquel tiempo. Moisés estaba dispuesto a asumir el vituperio de Cristo y a
soportar la aflicción del pueblo de Dios cuando, me aventuro a observar de
nuevo, no había ningún atractivo en el pueblo mismo. Ellos eran
desventuradamente pobres, estaban esparcidos por toda la tierra como simples esclavos
dedicados a la fabricación de ladrillos, y esa fabricación de ladrillos que les
fue impuesta con el propósito específico de doblegar su espíritu había cumplido
su cometido demasiado bien. Ellos estaban completamente desprovistos de
espíritu, no contaban con ningún líder, y de haber surgido alguno no estaban preparados
para seguirlo. Cuando, habiendo abrazado su causa, Moisés les informó que Dios
lo había enviado, al principio lo recibieron, pero cuando la primera acción del
profeta impulsó a Faraón a redoblar su carga de trabajo mediante un decreto que
establecía que no se les debía suministrar la paja, ellos recriminaron a Moisés
de inmediato, igual que cuarenta años antes, cuando al intervenir en una
disputa, uno de ellos le había dicho: “¿Quieres tú matarme, como mataste ayer
al egipcio?” Constituían literalmente un rebaño de esclavos quebrantados,
aplastados y deprimidos. Una de las peores cosas de la esclavitud es que
deshumaniza a los hombres y los incapacita, incluso por generaciones, para el
pleno goce de su libertad. Aun cuando los esclavos reciben su libertad, no podemos
esperar que actúen como actuarían los que nacieron
siendo libres, pues en la esclavitud el hierro se inserta en el alma misma y
ata al espíritu. Entonces es claro que los israelitas no constituían una compañía
muy selecta para que el altamente educado Moisés se uniera a ellos; aunque era
un príncipe, tenía que hacer causa común con los pobres; aunque era un hombre
libre, tenía que mezclarse con esclavos; aunque era un hombre educado, tenía
que relacionarse con un pueblo ignorante; aunque era un hombre de espíritu,
tenía que asociarse con siervos desprovistos de espíritu. Cuántos habrían
dicho: “No, yo no puedo hacer eso; yo sé a cuál iglesia debo unirme si me apego
a las Escrituras plenamente y obedezco en todas las cosas la voluntad de mi
Señor; pero, por otra parte, son muy pobres, muy iletrados, y su lugar de
adoración dista mucho de ser arquitectónicamente hermoso. Su predicador es un
hombre corriente e insensible y ellos mismos carecen de refinamiento.
Escasamente una docena de todos los miembros de la congregación puede mantener
un carruaje; si me uniera a ellos yo sería relegado al margen de la sociedad”.
¿Acaso no hemos oído este razonamiento rastrero que nos hace sentirnos enfermos?
Y, sin embargo, prevalece ampliamente sobre esta generación desprovista de
cerebro y de corazón. ¿No queda nadie que ame la verdad aun cuando no use
adornos? ¿No hay nadie que ame más al Evangelio que a la pompa y al
espectáculo? Si Dios levanta a un Moisés, ¿qué le importa cuán pobres pudieran
sus hermanos? “Ellos son el pueblo de Dios” –dice- “y si son muy pobres yo debo
ayudarles más generosamente. Si están oprimidos y deprimidos, con mayor razón
debo acudir en su ayuda. Si aman a Dios y a Su verdad, yo soy su compañero de
armas, y estaré a su lado en la batalla”. No tengo ninguna duda de que Moisés
reflexionó en todo esto, pero estaba decidido y tomó prestamente su lugar.
En adición a otros
asuntos, debe decirse una cosa lamentable sobre Israel que debe de haberle
provocado mucho dolor a Moisés. Él descubrió que entre el pueblo de Dios había
algunas personas que no le proporcionaban ninguna gloria a Dios y que eran muy
débiles en sus principios. No juzgaba a todo el conjunto por las fallas de
algunos, sino por sus estándares y por sus instituciones; pero vio que los
israelitas, a pesar de todas sus fallas, eran el pueblo de Dios, mientras que
los egipcios, con todas sus virtudes, no lo eran. Ahora, a cada uno de nosotros
nos corresponde probar los espíritus por la palabra de Dios, y luego seguir sin
ningún miedo nuestras convicciones. ¿Dónde es reconocido Cristo como la cabeza
de la iglesia? ¿Dónde son recibidas realmente las Escrituras como la regla de
fe? ¿Dónde son creídas claramente las doctrinas de la gracia? ¿Dónde son
practicadas las ordenanzas tal como el Señor las entregó? Pues con esa gente
iré, su causa será mi causa y su Dios será mi Dios. No buscamos una iglesia
perfecta de este lado del cielo, sino que buscamos una iglesia que esté libre
del Papado y del sacramentalismo y de la falsa doctrina; y si no podemos
encontrar una, vamos a esperar hasta que podamos hacerlo, pero nunca entraremos
en compañerismo con la falsedad y la superchería sacerdotal. Si nuestros
hermanos tienen fallas, es nuestro deber tolerarlas pacientemente y orar
pidiendo que la gracia venza al mal; pero con los ‘papistas’ y con los
‘racionalistas’ no hemos de unirnos en afinidad, o Dios lo requerirá de
nuestras manos.
Consideren ahora lo que Moisés dejó al tomar partido con
Israel. Dejó el honor: “Rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón”; dejó el
placer, pues rehusó “gozar de los deleites temporales del pecado”; y, según
nuestro apóstol, dejó riquezas también, pues al asumir el vituperio de Cristo renunció
a “los tesoros de los egipcios”. Muy bien, entonces, aunque todo se redujera a
esto: que para seguir a Dios y serle obediente tenga que perder mi posición en
la sociedad y convertirme en un paria, aunque deba abjurar de mil placeres y sea
privado de emolumentos e ingresos, las exigencias del deber deben ser
cumplidas. Los mártires de la antigüedad ofrendaron sus vidas, ¿no queda nadie
que esté dispuesto a dar sus bienes? Si hay una verdadera fe en el corazón de
un hombre él no deliberará cuál de estas dos cosas habrá de escoger: la
mendicidad o el compromiso con el error. Estimará que el vituperio de Cristo es
mucho mejor que los tesoros de los egipcios.
Consideren además la causa que Moisés abrazó cuando
abandonó la corte. Moisés abrazó una abundante tribulación, “escogiendo antes
ser maltratado con el pueblo de Dios”; y él abrazó el vituperio pues tuvo “por
mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios”. Oh,
Moisés, si no puedes menos que unirte a Israel, no hay una recompensa presente
para ti; no tienes nada que ganar sino todo que perder; tienes que hacerlo
motivado por puros principios, por amor a Dios, por una plena persuasión de la
verdad, pues las tribus no pueden ofrecer honores ni riquezas. Tú recibirás
aflicción, y eso es todo. Serás llamado un necio, y la gente pensará que tiene
una buena razón para decirlo. Lo mismo sucede hoy. Si alguien quiere hoy salir
fuera del campamento para buscar al Señor, si sale a Cristo fuera de las
puertas, ha de hacerlo por amor a Dios y a Su Cristo y por ningún otro motivo.
El pueblo de Dios no tiene ningún beneficio u obispado que ofrecer; ellos por
tanto les suplican a los hombres que calculen el costo. Cuando un ferviente
convertido le dijo a nuestro Señor: “Señor, te seguiré dondequiera que vayas”,
recibió por respuesta: “Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos
nidos, mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza”. Hasta este
momento la verdad no ofrece ninguna dote -excepto a sí misma- a quienes quieren
abrazarla. El abuso, el desprecio, un duro trato, el ridículo, la tergiversación,
esas cosas son la paga de la consistencia; y si viniese algo mejor, es algo
imperceptible. Si alguien es de un espíritu lo suficientemente noble para amar
la verdad por la verdad misma, y a Dios por Dios mismo, y a Cristo por Cristo
mismo, que se aliste con quienes comparten esa mentalidad; pero si busca algo
por encima de eso, si desea volverse famoso, o ganar poder, o recibir
abundantes beneficios, sería mejor que guarde su lugar entre los cobardes
geófagos que pululan a nuestro alrededor. La iglesia de Dios no soborna a
nadie. No tiene recompensas mercenarias que ofrecer y desdeñaría usarlas si las
tuviera. Si servir al Señor no fuera suficiente recompensa, que aquellos que
esperan mayores cosas sigan su camino egoísta; si el cielo no fuera suficiente,
los que pueden despreciarlo que busquen su cielo abajo. Moisés, al integrarse
con el pueblo de Dios, decididamente y de una vez por todas actuó de manera
sumamente desinteresada, sin recibir ninguna promesa del bando apropiado, y sin
ningún amigo que le ayudara en el cambio; por causa de la verdad, por causa del
Señor, Moisés renunció a todo, contentándose con ser contado con el oprimido
pueblo de Dios.
II. Ahora,
en segundo lugar, ¿cuál fue
¿Cuál fe tenía? Primero,
tenía fe en Jehová. Es posible que Moisés hubiera visto los diversos dioses de
Egipto, tal como los vemos ahora en los dibujos que han sido copiados de sus
templos y pirámides. Encontramos allí al gato sagrado, y al ibis sagrado, al
sagrado cocodrilo, y a todo tipo de criaturas que eran reverenciadas como
deidades; y, en adición a eso, había huestes de extraños ídolos, compuestos de
hombre y bestia y ave, que están en nuestros museos hasta este día, y que una
vez fueron los objetos de la reverencia idolátrica de los egipcios. Moisés
estaba cansado de todo ese simbolismo. Él sabía en su propio corazón que había
un Dios y sólo un Dios, y no quería tener nada que ver con Amón, Ptah o Maat. Mi
alma misma clama en verdad a Dios, pidiendo que nobles espíritus se cansen en
estos días de los dioses de marfil, y de ébano, y de plata, que son adorados
bajo el nombre de cruces y crucifijos, y que lleguen a abominar esa idolatría
que es sumamente degradante y enfermiza en la que un hombre fabrica a un dios
con harina y agua, se postra ante ella, y luego se la traga, enviando así a su
dios a su vientre, y, podría decir algo peor. El satírico decía de los
egipcios: “¡Oh gente dichosa, cuyos dioses crecen en sus propios jardines!” Nosotros
podemos decir con igual fuerza: ‘¡Oh gente dichosa, cuyos dioses son horneados
en sus propios hornos’! ¿No es esta la forma más ruin de superstición que haya
envilecido jamás al intelecto del hombre? La adoración de los fetiches que
practica el hombre de color no es más rastrera. Oh, que corazones valientes y
fieles sean conducidos a apartarse de tal idolatría, y que abjuren de toda
asociación con ella, y digan: “No, no puedo, y no me atrevo. Hay un solo Dios
que hizo el cielo y la tierra, hay un Espíritu puro que sustenta todas las
cosas por el poder de Su fuerza, y yo sólo voy a adorarlo a Él; y voy a
adorarlo siguiendo Su propia ley, sin imágenes y sin otros símbolos, pues Él
los ha prohibido”. ¿Acaso no ha dicho Él: “No te harás imagen, ni ninguna
semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las
aguas debajo de la tierra; no te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo
soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso”? Oh, que Dios les dé a los hombres fe para
saber que sólo hay un Dios, y que ese único Dios no ha de ser adorado con ritos
y ceremonias ordenadas por el hombre, pues Él es “Espíritu; y los que le
adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren”. Esa sola verdad, si llegara
con poder del cielo a las mentes de los hombres, haría temblar de frío a las
iglesias de San Pedro y de San Pablo desde la cruz más alta hasta su cripta más
baja; pues ¿qué nos enseñan esas dos iglesias ahora sino una pura idolatría
patente, la una por regla y la otra por el permiso, pues ahora los hombres que
adoran descaradamente lo que ellos llaman los “sagrados elementos” tienen
permiso y licencia para ejercer su oficio dentro de
La fe de Moisés
descansaba también en Cristo. “Cristo no había venido”, dirá alguien. No, pero
vendría, y Moisés esperaba al que iba a venir. Él lanzó su mirada a través de
las edades que habían de intervenir, y vio ante él a Siloh de quien cantó el
agonizante Jacob. Él conocía la antigua promesa que había sido dada a los
padres, que en la simiente de Abraham serían benditas todas las naciones de la
tierra; y él estaba dispuesto a asumir el vituperio para participar de la
promesa.
Queridos amigos, nunca
tendremos una fe completa en Dios a menos que tengamos también fe en
Jesucristo. Los hombres han tratado durante mucho tiempo, y han tratado
arduamente de adorar al Padre aparte del Hijo; pero se nos ha dicho esto, y
siempre será así: “nadie viene al Padre, sino por mí”. Ustedes se alejarían de
la adoración del Padre si no vinieran a través de la mediación y de la
expiación del Hijo de Dios. Ahora bien, aunque Moisés no conocía todo lo que
ahora nos ha sido revelado respecto a Cristo, con todo, él tenía fe en el
Mesías que había de venir, y esa fe fortaleció su mente. Los hombres que están
dispuestos a sufrir, son los que han recibido a Cristo Jesús el Señor. Si
alguien me preguntara qué hizo que los Covenanters (firmantes del pacto escocés
de la reforma religiosa) fueran los héroes que fueron; qué hizo que nuestros
antepasados puritanos no temieran a sus enemigos; qué condujo a los reformadores
a protestar y a los mártires a morir, yo respondería que fue la fe en el Dios
Invisible, aunada a la fe en ese amado Hijo de Dios que es el Dios Encarnado. Creyendo
en Él sentían tal amor dentro de sus pechos, que por amor a Él habrían podido
morir mil muertes.
Pero, por otra parte, en
adición a eso, Moisés tenía fe con relación al pueblo de Dios. Ya he hablado
respecto a eso. Él sabía que los israelitas eran los elegidos de Dios, que
Jehová había hecho un pacto con ellos, que a pesar de todas sus fallas Dios no
rompería Su pacto con Su propio pueblo, y sabía, por tanto, que su causa era la
causa de Dios, y siendo la causa de Dios, era la causa de lo recto, la causa de
la verdad.
Oh, es algo grandioso
cuando un hombre tiene tal fe que dice: “A mí no me importa lo que hagan otras
personas, o lo que piensen o lo que crean; voy a actuar como Dios quiere que yo
lo haga. A mí no me importa lo que me manden hacer mis semejantes, no es nada
para mí lo que diga la moda, no es nada para mí lo que mis padres digan en lo
tocante a la religión; la verdad es la estrella de Dios, y la voy a seguir
adondequiera que me conduzca. Si me hiciera un hombre solitario, si yo abrazara
opiniones en las que nadie creyó jamás, si yo tuviera que salir completamente
fuera del campamento y romper con todo vínculo, todo esto sería tan irrelevante
para mí como el polvito de la balanza; pero si un asunto es verdad, voy a
creerlo, y lo voy a exponer, y voy a sufrir por su promulgación; y si otra
doctrina fuera una mentira, no voy a hacer amistad con ella, no, ni por un solo
instante; no voy a entrar en comunión con la falsedad, no, ni siquiera por una
hora. Si un curso fuera recto y verdadero, voy a seguirlo a través de
inundaciones y flamas si Jesús me guía…” Ese me parece a mí que es el espíritu
correcto, pero ¿dónde lo encuentras ahora? El espíritu moderno musita:
“Nosotros estamos bien, cada uno de nosotros”. El que dice “sí” está bien, y el
que dice “no” está bien también. Oyes a un hombre hablar con empalagoso
sentimentalismo que él llama ‘caridad cristiana’: “Bien”, yo soy de la opinión
que si un hombre es un musulmán, o un católico, o un mormón, o un disidente, si
es sincero, está bien”. No llegan al punto de incluir todavía a los adoradores
del diablo, a los matones y a los caníbales, pero si las cosas siguen adelante,
los aceptarán dentro la dichosa familia de
Además, Moisés tenía
puesta “la mirada en el galardón”. Se dijo: “Tengo que renunciar a mucho, y
tengo que tomar en cuenta que voy a perder rango, posición y tesoros; pero yo
espero ser un ganador a pesar de ello, pues vendrá el día cuando Dios juzgue a
los hijos de los hombres; yo espero un tribunal de juicio con sus balanzas
imparciales, y espero que quienes sirven a Dios fielmente resulten entonces
haber sido los varones sabios y los hombres rectos, mientras que quienes se
sometían servilmente y se inclinaban ante la comodidad presente, encontrarán
que se perdieron de la eternidad mientras estaban tratando de asir el tiempo, y
que intercambiaron el cielo por un miserable plato de potaje”. Con esto en su
mente, no podrían persuadir a Moisés que debía avenirse, y que no debía ser
rígido, y que no debía juzgar a otras buenas personas sino que debía ser de criterio
amplio y recordar a la hija de Faraón, y cuán amablemente lo había criado, y
considerar las oportunidades que tenía de hacer el bien donde estaba; cómo
podía entablar amistad con su pobres hermanos, qué influencia podía tener sobre
Faraón, cómo podía ser el instrumento de conducir a los príncipes y al pueblo
de Egipto en el camino recto, y tal vez Dios lo había levantado a propósito para
que estuviera allí, quién podía decirlo, etcétera, y etcétera y etcétera –ya
ustedes conocen la plática babilónica- pues en estos tiempos todos ustedes han
leído u oído los plausibles argumentos del engaño de la iniquidad, que en estos
últimos días enseña a los hombres a hacer el mal para obtener un bien. A Moisés
no le importaban esas cosas. Él conocía su deber y lo cumplía prescindiendo de
cuáles pudieran ser las consecuencias. El deber de todo cristiano es creer en
la verdad, y seguir a la verdad, y dejarle los resultados a Dios. ¿Quién se
atreve a hacer eso? Ese es hijo de rey. Pero, repito, ¿quién se atreve a hacer
eso en estos días?
III. En
tercer lugar, vamos a repasar en nuestras mentes ALGUNOS DE LOS ARGUMENTOS QUE
APOYARON A MOISÉS en su resuelto curso
de seguir a Dios.
El primer argumento es
que vio claramente que Dios era Dios y, por tanto, que debía cumplir Su
palabra, que tenía que sacar a Su pueblo de Egipto y darle una herencia. Se
dijo en su interior: “yo deseo estar en el lado correcto. Dios es todopoderoso,
Dios es enteramente fiel y Dios es completamente justo. Yo estoy del lado de
Dios, y estando del lado de Dios, voy a demostrar mi fidelidad dejando por
completo el otro lado”.
Luego, en segundo lugar,
consta en el texto que percibía que los placeres del pecado no eran sino para
una estación. Se dijo: “yo podría vivir muy poco tiempo, y aun si llegara a la
ancianidad, por larga que sea la vida sigue siendo muy corta; y cuando llegue
al final de mi vida qué miserable reflexión será pensar que he tenido todo mi
placer, que ya terminó, y que ahora tengo que comparecer delante de Dios como
un israelita traicionero que desechó su primogenitura sólo por disfrutar de los
placeres de Egipto”. ¡Oh que los hombres pesaran todo en la balanza de la
eternidad! Todos nosotros nos presentaremos ante el tribunal de Dios en unos
cuantos meses o años, y entonces piensen en cómo nos sentiremos. Uno dirá: “yo
nunca pensé acerca de la religión en absoluto”, y otro dirá: “yo pensé en ella,
pero no pensé lo suficiente como para llegar a una decisión al respecto. Yo
seguí la corriente”. Otro dirá: “yo conocí la verdad lo suficiente, pero no
pude soportar la vergüenza de ella, me habrían considerado fanático si hubiese
seguido adelante con ella”. Otro dirá: “Yo claudiqué entre dos pensamientos, me
costaba pensar que estaba justificado en sacrificar la posición de mis hijos
por ser un seguidor cabal de la verdad”. ¡Cuán desventuradas reflexiones
vendrán a seres que han vendido al Salvador como lo hizo Judas! ¡Cuán
desventurados lechos mortuorios han de tener quienes han sido infieles a sus
conciencias e infieles a su Dios! ¡Pero, oh, con qué serenidad esperará el
creyente el otro mundo! Dirá: “Por gracia soy salvo, y bendigo a Dios porque
pude afrontar ser ridiculizado, y pude soportar que se rieran de mí. Pude
perder esa condición, pude ser sacado de esa finca, y pude ser llamado necio, y
no obstante, no me molestó. Encontré solaz en la compañía de Cristo, acudí a Él
en cuanto a todo esto, y descubrí que ser vituperado por Cristo fue algo más
dulce que poseer todos los tesoros de los egipcios. ¡Bendito sea Su nombre! Me
perdí de los placeres del mundo, pero no fueron una pérdida para mí. Me alegró
perderlos, pues encontré un placer más dulce en la compañía de mi Señor, y
ahora vendrán placeres que nunca acabarán”. Oh, hermanos, entregarse cabalmente
a Cristo, ir hasta el fin con Él aunque involucre la pérdida de todas las
cosas, esto pagará a la larga. Podría acarrearles mucha desgracia en el
presente, pero eso acabará pronto, y luego viene la recompensa eterna.
Y luego pensó en su
interior que incluso los placeres que fueron pasajeros, mientras duraron, no
fueron iguales al placer de ser vituperado por causa de Cristo. Esto debería
fortalecernos a nosotros también: que lo peor que suframos por Cristo es mejor
que lo óptimo del mundo; que incluso ahora tenemos más gozo como cristianos, si
somos sinceros, del que pudiéramos derivar de los pecados de los impíos.
Sólo tengo que decir
esto para concluir. Primero, todos nosotros debemos estar dispuestos a
desprendernos de todo por Cristo, y si no estamos dispuestos, no somos Sus
discípulos. “Maestro, tú dices algo muy duro”, dirá alguien. Lo digo de nuevo,
pues un Maestro más grande lo ha dicho: “El que ama a hijo o hija más que a mí,
no es digno de mí”. “Cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que
posee, no puede ser mi discípulo”. Pudiera ser que Jesús no requiera de ti que
lo dejes todo, pero tienes que estar dispuesto a dejarlo todo si se requiriese.
La segunda observación
es esta: debemos aborrecer el simple pensamiento de obtener honor en este mundo
gracias a esconder nuestros sentimientos o gracias a hacer concesiones. Si
hubiera una oportunidad de que seas altamente estimado por callarte, habla de inmediato
y no corras el riesgo de ganar un honor tan deshonroso. Si hubiera una
esperanza de que la gente te alabe porque estás tan dispuesto a abandonar tus
convicciones pídele a Dios que te haga como un pedernal y que no cedas nunca
más; pues ¡qué gloria más condenatoria puede recibir un hombre que ser
aplaudido por desconocer sus principios para agradar a sus semejantes! ¡Que el
Señor nos salve de esto!
La tercera enseñanza es
que debemos tomar nuestro lugar con quienes siguen verdaderamente al Señor y a
las Escrituras, aun si no fuesen completamente como nosotros quisiéramos que
fuesen. El lugar para un israelita es con los israelitas, y el lugar para un
cristiano es con los cristianos. El lugar para un cabal discípulo de
Por último, todos
nosotros hemos de poner la mira en nuestra fe. La fe es lo principal. No se
puede formar un carácter a fondo sin una fe sincera. Comienza ahí, querido
oyente. ¡Si tú no eres un creyente en Cristo, si tú no crees en el único Dios,
que el Señor te convierta, y te dé ahora ese precioso don! Procurar formar un
carácter que sea bueno sin un fundamento de fe equivale a edificar sobre la
arena, y a apilar madera y heno y hojarasca, -y esa madera, heno y hojarasca
son cosas muy buenas como madera y heno y hojarasca- pero no resistirán el
fuego; y ya que cada carácter cristiano tendrá que pasar por el fuego, es bueno
edificar sobre la roca, y edificar con tales gracias y frutos que soporten el
juicio. Tú tendrás que ser juzgado, y si has evitado toda oposición y todo
ridículo, resbalándote a lo largo de la vida como un cobarde, pregúntate si
eres en verdad un discípulo del padre de familia a quien llamaron Beelzebú, si
eres en verdad un seguidor de ese Salvador crucificado que dijo: “A menos que
un hombre tome su cruz cada día, y me siga, no puede ser mi discípulo”.
Sospechen de los lugares aplanados; ténganle miedo a esa perpetua paz que
Cristo declara que vino a poner fin. Él dice: “No he venido para traer paz,
sino espada”. Él vino a echar fuego en la tierra; y “¿qué quiero” –dijo- “si ya
se ha encendido?”
“¿He de ser transportado a los cielos
Sobre floreados lechos de tranquilidad,
Mientras otros lucharon para ganar el premio
Y navegaron a través de sangrientos mares?
Seguro he de luchar si quiero reinar
Aumenta mi valentía, Señor,
Yo toleraré el trabajo, soportaré el dolor,
Apoyado por Tu Palabra”. Amén.
Porción de
Nota
del traductor:
Geófago: se aplica al que come tierra.
Traductor: Allan Román
18/Septiembre/2012
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