El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano
“Vuestra Salvación”
NO. 1003
SERMÓN PREDICADO LA MAÑANA DEL DOMINGO 30 DE JULIO DE 1871
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES.
“Vuestra salvación”.
Filipenses 2: 12.
Esta mañana escogimos para nuestro texto las
palabras: “vuestra salvación”,
no por alguna singularidad, ni tampoco por el más mínimo deseo de que la
brevedad del texto les provocara asombro, sino porque, al anunciar sólo estas
dos palabras, nuestro tema podrá ser expuesto ante ustedes con mayor claridad. Si
hubiera tomado virtualmente todo el versículo, no habría podido exponerlo sin
distraer su atención del tópico que ahora apremia a mi corazón. ¡Oh, que el Espíritu
divino haga ver a cada una de sus mentes la indecible importancia de: “vuestra
salvación”!
Hay personas que nos dicen que asisten para
oírnos pero que les hablamos acerca de temas sobre los que no tienen ningún
interés. Ustedes serían incapaces de presentar esa misma queja hoy, pues
únicamente hablaremos de “vuestra salvación”, y no hay nada que pudiera
concernirles más. A veces se dice que los predicadores seleccionan frecuentemente
temas muy imprácticos. Hoy no podrían oponer una objeción de esa naturaleza,
pues nada podría ser más práctico que nuestro tema. Nada podría ser más
necesario que exhortarlos a ocuparse de “vuestra salvación”.
Incluso hemos escuchado decir que los ministros
se deleitan en temas abstrusos, en dogmas contradictorios y en misterios que
sobrepasan toda comprensión, pero, esta mañana, nosotros hemos de navegar
consistentemente a lo largo de una ruta muy apacible. Hoy no hay doctrinas
sublimes ni profundas elucubraciones que pudieran dejarlos perplejos. Sólo
serán llamados a considerar “vuestra salvación”, un tema muy simple y muy
sencillo, por cierto, pero que, no obstante, es el tema más trascendental que
pudiera ser expuesto ante ustedes. Buscaré palabras sencillas y frases simples que
sean apropiadas para la sencillez y la simplicidad del tema, para evitar
cualquier distracción motivada por el lenguaje del predicador, y para promover pensamientos
exclusivamente relacionados con este tema único, exclusivo e indiviso: “vuestra
salvación”.
Les pido a todos ustedes, como hombres razonables
que no se perjudicarían ni se descuidarían a ustedes mismos, que me presten su
más solemne atención. Ahuyenten a los enjambres de vanidades que zumban en
torno suyo, y cada quien piense por sí mismo sobre “su propia salvación”.
¡Oh, que el Espíritu de Dios aísle a cada uno de
ustedes en una soledad mental, y constriña a cada uno de ustedes,
individualmente, a enfrentar la verdad relativa a su propio estado! Cada hombre
aparte y cada mujer aparte, el padre aparte y el hijo aparte, vengan ahora
delante del Señor en pensamiento solemne, y nada deberá ocupar su atención
excepto ésto: “vuestra salvación”.
I. Vamos a comenzar la meditación de esta mañana
notando LA MATERIA BAJO CONSIDERACIÓN: ¡La
salvación!
¡Salvación! Es una palabra grandiosa que no
siempre es entendida, que es a menudo desvalorizada y cuya médula es desdeñada.
¡Salvación! Es una materia que concierne a todos los presentes. Todos nosotros
caímos en nuestro primer padre, todos nosotros hemos pecado personalmente y todos
nosotros pereceremos a menos que encontremos la salvación.
La palabra ‘salvación’ contiene en sí la liberación
de la culpa de nuestros pecados pasados. Cada uno de nosotros ha
quebrantado la ley de Dios, más o menos flagrantemente. Todos nosotros hemos
rodado cuesta abajo, aunque cada uno ha elegido un camino diferente. La
salvación trae consigo la supresión de nuestras transgresiones pasadas, la
absolución de la criminalidad y la exoneración de toda culpabilidad, para ser
aceptados ante el grandioso Juez. ¡Qué hombre en su sano juicio negaría que el
perdón constituya una indecible y deseable bendición!
Pero la salvación significa algo más que eso:
incluye la liberación del poder del
pecado. A todos nosotros nos encanta el mal, naturalmente, y por eso
corremos golosamente tras él. Somos esclavos de la iniquidad y amamos la
servidumbre. Esto último es el peor rasgo del caso. Pero cuando llega la
salvación, el hombre es liberado del poder del pecado. Aprende que es malo y lo
considera como tal, lo detesta, se arrepiente de haber estado alguna vez
enamorado de él, le da la espalda, y por medio del Espíritu de Dios, se
convierte en un amo de sus concupiscencias, coloca a la carne debajo de sus
pies, y se remonta hacia a la libertad de los hijos de Dios.
¡Ay!, hay muchos seres a quienes no les importa
tal cosa: si en eso consistiera la salvación, no darían ni un centavo por ella.
Aman a sus pecados. Se regocijan al seguir los designios y las imaginaciones de
sus propios corazones corruptos. Sin embargo, tengan la seguridad de que esta
emancipación de los malos hábitos, de los deseos impuros y de las pasiones carnales,
es el punto principal de la salvación, y si no poseyéramos esa emancipación, no
gozaríamos de la salvación ni tampoco podríamos gozar de la salvación en sus
otras ramificaciones.
Amado oyente, ¿posees tú la salvación del
pecado? ¿Has escapado de la corrupción que hay en el mundo debido a la
concupiscencia? Si no fuera así, ¿qué tienes que ver con la salvación? Para
cualquier individuo de mente recta, ser liberado de los principios impíos se
considera como la mayor de todas las bendiciones. ¿Qué piensas de eso?
La salvación incluye la liberación de la presente ira de Dios, que permanece sobre el
hombre irredento en cada momento de su vida. Toda persona que no goza del
perdón es objeto de la ira divina. “Dios está airado contra el impío todos los
días. Si no se arrepiente, él afilará su espada”. “El que no cree, ya ha sido
condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios”.
Oigo frecuentemente la declaración de que éste
es un estado de prueba. Ese es un gran error, pues nuestra prueba pasó desde
hace mucho tiempo. Los pecadores han sido probados y han sido encontrados
indignos; han sido “pesados en la balanza” y “hallados faltos”. Si no han
creído en Jesús, la condenación pende ya sobre ustedes: si bien su castigo ha
sido aplazado temporalmente, su condenación está registrada. La salvación
extrae al hombre de la nube de la ira divina, y le revela el amor divino. Puede
decir entonces: “Cantaré a ti, oh Jehová; pues aunque te enojaste contra mí, tu
indignación se apartó, y me has consolado”.
Oh, no es el infierno en el tiempo venidero lo
único que un pecador debe temer, sino también la ira de Dios que reposa ahora
sobre él. Es algo terrible estar irreconciliado con Dios ahora: es algo terrible
tener la flecha de Dios apuntando hacia ti en este instante, aunque no haya
sido soltada todavía de la cuerda. Cuando entiendes que eres el blanco de la
ira de Jehová, eso basta para hacerte temblar de pies a cabeza: “Armado tiene
ya su arco, y lo ha preparado”. Toda alma que no está reconciliada con Dios por
medio de la sangre de Su Hijo, está en hiel de amargura. La salvación nos libra
de inmediato de este estado de peligro y separación. Ya no somos más “hijos de
ira, lo mismo que los demás”, sino que somos hechos hijos de Dios y coherederos
con Cristo Jesús. ¿Qué pudiera concebirse que sea más precioso que ésto?
Y luego, finalmente recibimos esa parte de la
salvación que los ignorantes ponen al principio, haciendo que constituya la
totalidad de la salvación. Como consecuencia de ser liberados de la culpa del
pecado, del poder del pecado y de la presente ira de Dios, somos liberados de la ira futura de Dios. Esa
ira se descargará a su máxima potencia sobre las almas de los hombres cuando
abandonen el cuerpo y estén delante del tribunal de su Hacedor, si partieren de
esta vida sin ser salvos. Morir sin salvación es entrar en la condenación. Donde
la muerte nos deja, allí nos encuentra el juicio; y donde el juicio nos encuentra,
la eternidad nos ha de conservar por los siglos de los siglos. “El que es
inmundo, sea inmundo todavía”, y quien es desventurado como castigo por ser
inmundo, será irremediablemente desventurado todavía. La salvación libra al
alma de descender al abismo del infierno.
Nosotros, siendo justificados, ya no estamos más
sujetos al castigo, porque ya no somos susceptibles de ser acusados de culpa.
Cristo Jesús soportó la ira de Dios para que nosotros no tuviéramos que
soportarla jamás. Él consumó una plena expiación ante la justicia de Dios por
los pecados de todos los creyentes. Contra el creyente no permanece ningún
registro de culpa; sus transgresiones son borradas, pues Cristo Jesús terminó
con la trasgresión, puso un fin al pecado e introdujo una justicia sempiterna.
¡Qué palabra tan amplia es ésta: “salvación”! Es
una triunfante liberación de la culpa del pecado, de su dominio, de su
maldición, de su castigo y al final, de su existencia misma. La salvación es la
muerte del pecado, es su entierro, es su aniquilación, sí, y es la propia
erradicación de su memoria, pues así dijo el Señor: “Nunca más me acordaré de
sus pecados y transgresiones”.
Amados oyentes, yo estoy seguro de que éste es
el tema más enjundioso que yo pudiera presentarles, y por tanto, no podría
estar satisfecho a menos que vea que los prende y los ase firmemente. Yo les
ruego que le presten una diligente atención a este tema, que es el más apremiante
de todos. Si mi voz y mis palabras no pueden atraer su más plena atención,
desearía entonces quedarme mudo, para que otro implorador poseedor de un
lenguaje más sabio, los incite a una más íntima consideración de este asunto.
Me parece que la salvación es un tema de
primordial importancia, cuando pienso en lo que es en sí misma, y por esta
razón la he expuesto de entrada ante sus ojos; pero podría ayudarles a recordar
su valor si consideraran que Dios el Padre tiene en un alto concepto a la
salvación. Ya estaba en Su mente antes de que la tierra existiera. Él considera
que la salvación es un asunto excelso, pues entregó a Su Hijo para salvar a los
pecadores rebeldes. Jesucristo, el Unigénito, considera que la salvación es de
suma importancia, pues se desangró y murió para consumarla. ¿Acaso he de tomar
a la ligera aquello que le costó Su vida? Él descendió del cielo a la tierra, y
¿seré yo lento para mirar al cielo desde la tierra? ¿Será de escasa importancia
para mí aquello que le costó al Salvador una vida de celo y una muerte de
agonía? Por el sudor sangriento de Getsemaní y por las heridas del Calvario,
les suplico que tengan la certeza de que la salvación es digna de sus pensamientos
más encumbrados y más ávidos. No podría ser que Dios el Padre y Dios el Hijo,
hicieran un sacrificio conjunto de esta manera: el uno entregando a Su Hijo y
el otro entregándose a Sí mismo por la salvación y, sin embargo, que la
salvación fuera algo irrelevante y trivial. El Espíritu Santo tampoco la
considera como algo sin importancia, pues condesciende a obrar continuamente en
la nueva creación para efectuar la salvación. Él es a menudo vejado y
entristecido, y sin embargo, continúa todavía con Sus perdurables labores con
el objeto de transportar a muchos hijos a la gloria. No desprecien ustedes lo
que el Espíritu Santo estima, no sea que desprecien al propio Espíritu Santo.
La sagrada Trinidad tiene en un alto concepto a
la salvación y nosotros no debemos descuidarla. Yo les suplico a quienes siguen
sin concederle ninguna importancia a la salvación, que recuerden que nosotros, los
que tenemos que predicarles a ustedes, no nos atrevemos a restarle importancia.
Entre más vivo más siento que si Dios no me hiciera fiel como ministro, bueno
me fuera no haber nacido nunca. ¡Qué terrible pensamiento es que he sido puesto
como atalaya para advertir a sus almas, y si no les advirtiera debidamente, la
sangre de ustedes sería colocada a mi puerta! ¡Mi propia condenación ya sería lo
suficientemente terrible, pero sería peor tener los bordes de mis vestidos
manchados con su sangre! Que Dios salve a cualquiera de Sus ministros de ser
encontrado culpable de las almas de los hombres. Cada predicador del Evangelio
podría clamar con David: “Líbrame de homicidios, oh Dios, Dios de mi
salvación”.
Oh oyentes indiferentes, ¿juzgan ustedes que la
Iglesia de Dios valora a la salvación como un asunto de escasa importancia?
Hombres y mujeres denodados, por miles, están orando día y noche por la
salvación de otros, y también están trabajando y haciendo grandes sacrificios,
y están dispuestos a hacer mucho más todavía, si pudieran servir de alguna
manera para llevar a algunas personas a Jesús y Su Salvación. Ciertamente, si
hombres compasivos y hombres sabios piensan que la salvación es tan importante,
quienes hasta aquí la han descuidado deberían cambiar sus mentes al respecto, y
actuar con mayor cuidado para con sus propios intereses.
Los ángeles piensan que es un asunto serio.
Inclinándose desde sus tronos tienen puesta su mirada sobre los pecadores
arrepentidos; y cuando oyen que un pecador retorna a su Dios, despiertan de
nuevo a sus arpas de oro y hacen resonar una música renovada delante del trono,
pues “Hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se
arrepiente”.
También es cierto que los demonios consideran a
la salvación como un asunto muy importante, pues su líder máximo anda alrededor
buscando a quien devorar. Ellos no se cansan nunca de buscar la destrucción de
los hombres. Saben cuánto glorifica a Dios la salvación, y cuán terrible es la
ruina de las almas; y por tanto, recorren mar y tierra buscando destruir a los
hijos de los hombres. ¡Oh, yo te ruego, displicente oyente, que seas lo
suficientemente sabio para tenerle pavor a ese destino que tu cruel enemigo, el
diablo, quisiera gustosamente alcanzar para ti!
Recuerda también que las almas perdidas
consideran que la salvación es importante. Cuando estaba en este mundo, el
hombre rico no tenía en alta estima otra cosa que sus graneros y el almacenamiento
de todo su producto; pero cuando llegó al lugar del tormento, entonces dijo: “Padre
Abraham, envía a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos,
para que les testifique, a fin de que no vengan ellos también a este lugar de
tormento”. Las almas perdidas ven las cosas bajo una luz diferente de la luz
que los deslumbró aquí abajo; valoran las cosas sobre una base diferente de
como las valoramos aquí, donde los placeres pecaminosos y los tesoros terrenales
enturbian al ojo de la mente.
¡Les ruego entonces, por la bendita Trinidad,
por las lágrimas y por las oraciones de los santos, por el gozo de los ángeles
y de los espíritus glorificados, por la malicia de los demonios y la
desesperación de los perdidos, que despierten del adormecimiento y que no
descuiden una salvación tan grande!
Yo no voy a depreciar nada que concierna a su
bienestar, pero aseveraré resueltamente que nada les concierne tanto a todos
ustedes como la salvación. Por supuesto que su salud les concierne. Manden
llamar al médico si están enfermos; cuiden bien la dieta y el ejercicio y todas
las leyes sanitarias. Cuiden sabiamente de su constitución física y sus
peculiaridades; pero, ¿qué importa, después de todo, haber poseído un cuerpo
sano, si tuvieren un alma a punto de perecer? Riqueza, sí, si han de tenerla,
aunque descubrirían que es algo vacío si pusieren su corazón en ella.
Prosperidad en este mundo, gánenla si pudieran hacerlo limpiamente, pero “¿Qué
aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” Un ataúd de
oro sería una pobre compensación por un alma condenada. Ser echado fuera de la
presencia de Dios, ¿podría ser mitigada esa miseria por montañas de tesoros?
¿Podría ser endulzada la amargura de la segunda muerte, por el pensamiento de
que el desventurado fue una vez un millonario y que su riqueza podría afectar
la política de las naciones? No, no hay nada en la salud o en la riqueza
comparable a la salvación. Tampoco el honor y la reputación podrían resistir
una comparación con ella. Verdaderamente no son sino chucherías y, sin embargo,
a pesar de eso, ejercen una extraña fascinación sobre los hijos de los hombres.
Oh, señores, si cada cuerda de todas las arpas del
mundo hiciera resonar sus glorias, y si cada trompeta proclamara su fama, ¿qué
importaría eso si una voz más potente les dijera: “Apartaos de mí, malditos, al
fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles”? ¡Salvación! ¡Salvación! ¡SALVACIÓN! Nada en la
tierra podría igualársele, pues su mercancía es mejor que la plata, y su
ganancia es mejor que el oro refinado. La posesión del universo entero no
equivaldría a un alma perdida, por el terrible daño que ha sufrido y que ha de
sufrir por siempre. Amontonen mundos, y que llenen las balanzas: sí, traigan
tantos mundos como estrellas, y carguen la balanza de un lado; luego, en este
otro lado coloquen a una sola alma dotada de inmortalidad, y descubrirán que
pesa más que todo lo demás. ¡Salvación! Nada podría asemejársele. ¡Oh, que
sintamos su valor indecible, y por tanto, que la busquemos hasta poseerla en su
plenitud!
II. Pero ahora debemos proseguir a un segundo punto
de consideración, y oro pidiéndole a Dios el Espíritu Santo que lo grabe en nosotros,
y es, ¿A QUIÉN LE PERTENECE ESTE ASUNTO? Ya hemos visto cuál es el asunto: la
salvación; ahora, consideren de quién es. “Vuestra
salvación”. En esta hora, ninguna otra cosa debe ocupar sus pensamientos
excepto sólo este asunto intensamente personal, y yo le imploro al Espíritu
Santo que mantenga fija la atención de sus mentes en este único punto.
Si eres salvo, será “tu propia salvación”, y tú
mismo la gozarás. Si no eres salvo, el pecado que ahora cometes es tu propio
pecado y su culpa es tu propia culpa. La condenación bajo la cual vives, con
toda su falta de quietud y con su miedo, o con toda su dureza y descuido, es
propia tuya, es toda tuya. Podrías participar en los pecados de otros hombres,
y otros hombres podrían volverse partícipes de los tuyos, pero hay un peso
sobre tu propia espalda que nadie más podría tocar con ninguno de sus dedos. Hay
una página en el Libro de Dios en la que tus pecados están registrados
aisladamente, sin mezclarse con las transgresiones de tus semejantes.
Ahora, amado, tienes que obtener un perdón
personal por todo ese pecado, o estarás arruinado para siempre. Nadie más puede
ser lavado en la sangre de Cristo en sustitución tuya; nadie puede creer y
dejar que su fe ocupe el lugar de tu fe. La simple suposición del respaldo
humano en materia de religión es monstruosa. Tú mismo tienes que arrepentirte,
tú mismo tienes que creer, tú mismo tienes que ser lavado en la sangre, o de lo
contrario no habría para ti ningún perdón, ninguna aceptación, ninguna adopción
ni ninguna regeneración. Se trata de un asunto personal de principio a fin: ha
de ser “tu propia salvación”, o de lo contrario será tu propia ruina eterna.
Considera con preocupación que has de morir
personalmente. Nadie imagina que otro pudiera morir por él. Nadie podría
redimir a su hermano ni darle a Dios un rescate. A través de esa puerta de
hierro he de pasar solo, y tú también. Morir tendrá que ser nuestro asunto
personal; y en ese morir hemos de tener ya sea consuelo personal o descorazonamiento
personal. Cuando la muerte haya ocurrido, la salvación es todavía nuestra
“propia salvación”, pues si soy salvo, mis
“ojos verán al Rey en su hermosura; verán la tierra que está lejos”. Mis
ojos lo verán, y nadie más lo hará a nombre mío. Tu corona no será llevada
sobre la cabeza de ningún otro hermano; tu palma no será mecida por la mano de
algún extraño; los ojos de ninguna hermana habrán de mirar por ti la visión
beatífica, y el éxtasis de la bienaventuranza no habrá de llenar el corazón de
alguien que te respalde como tu sustituto. Hay un cielo personal para el
creyente personal en el Señor Jesucristo. Si la posees, entonces ha de ser “tu
salvación”. Pero si no la posees, piensa de nuevo que ha de ser tu propia
condenación. Nadie será condenado por ti; nadie más podrá soportar los
ardientes rayos de la ira de Jehová a nombre tuyo. Cuando grites: “¡Ocúltenme,
oh rocas! ¡Escóndanme, oh montes!, nadie dará un salto al frente para decir: “Puedes
dejar de ser maldecido pues yo me voy a convertir en una maldición por ti”.
Hoy existe un sustituto para todo aquel que
cree: el sustituto designado de Dios: el Cristo de Dios; pero si esa
sustitución no fuere aceptada por ti, no podría haber otra nunca, sino que sólo
quedaría para ti ser echado fuera personalmente para sufrir personalmente los
dolores en tu propia alma y en tu propio cuerpo para siempre. Esto, entonces,
lo convierte en el asunto más solemne. Oh, sean sabios, y ocúpense de “su
propia salvación”.
Podrías ser tentado hoy, y muy probablemente olvidarías
tu propia salvación al ser influenciado por pensamientos de otras personas. En
este tema, todos nosotros somos muy propensos a mirar hacia el exterior, y no a
mirar a casa. Permíteme suplicarte que reviertas el proceso y que hagas que
todo aquello que te ha inducido a descuidar tu propio viñedo sea tornado en la
dirección opuesta y te conduzca a comenzar por casa y a ocuparte de “tu propia
salvación”.
Tal vez ustedes moren en medio de los santos de
Dios, y hayan sido propensos a encontrarles fallas, aunque por mi parte puedo
decir que ellas son las personas con quienes deseo vivir y con quienes deseo
morir: “Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios”. Oh, pero si tú vives en
medio de los santos, ¿no deberías ocuparte en “tu propia salvación”? Comprueba
que verdaderamente eres uno de ellos y no alguien que simplemente está
registrado en el libro de registros de la iglesia; que eres alguien que está
realmente grabado en las palmas de las manos de Cristo; que no eres un falso
profesante, sino un real poseedor de la salvación; que no eres un mero portador
del nombre de Cristo, sino un portador de la naturaleza de Cristo. Si vives en
una familia que goza de la gracia, ten cuidado no sea que vayas a ser separado
de ellos eternamente. ¿Cómo podrías soportar ir de un hogar cristiano al lugar
del tormento? Que las ansiedades de los santos te guíen a estar ansioso. Que
sus oraciones te conduzcan a la oración. Que su ejemplo censure tu pecado, y
que sus gozos te atraigan hacia el Salvador de tu familia. ¡Oh, ocúpate de
esto!
Pero tal vez vivas mayormente en medio de
hombres impíos, y la tendencia de tu conversación con los impíos te lleve a
pensar en las banalidades, en las trivialidades y en las iniquidades de esta
vida. No permitas que eso suceda, antes bien, di: “Oh Dios, aunque me encuentro
en medio de estas personas, no arrebates con los pecadores mi alma, ni mi vida
con hombres sanguinarios. Concédeme que evite los pecados que cometen, y la
impenitencia de la cual son culpables. Sálvame, te lo ruego, oh Dios mío,
sálvame de las transgresiones que cometen”.
Hoy, tal vez, algunas de sus mentes estén
ocupadas con pensamientos de los muertos que quedaron dormidos recientemente. Tal
vez haya algún pequeñito que está siendo velado en casa, o haya un padre que no
ha sido depositado todavía en la tumba. Oh, cuando ustedes lloren por quienes
se han ido al cielo, piensen en “su propia salvación”, y lloren por ustedes
mismos, pues se han separado de ellos para siempre a menos que ustedes sean
salvos. Ustedes les dijeron “Adiós” a esos seres amados, un adiós eterno, a
menos que ustedes mismos crean en Jesús. Y si alguno de ustedes se ha enterado
de personas que han vivido en pecado y han muerto en la blasfemia, y están
perdidos, les ruego que no piensen en ellos descuidadamente para que no lleguen
a sufrir la misma condenación, pues, ¿qué dice el Salvador?: “¿Pensáis que
éstos eran más pecadores que todos los demás pecadores?” “Os digo: No; antes si
no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”. Me parece a mí como si todo lo
de la tierra, y todo lo del cielo, y todo lo del infierno, sí, y Dios mismo,
los invitan a buscar “vuestra salvación” primero, y ante todo, y por sobre
todas las otras cosas.
Podría ser provechoso mencionar a algunas
personas ante quienes este tema debe ser recalcado. Comenzaré por casa. Hay una
gran necesidad de apremiar este asunto con los cristianos con cargos oficiales,
tal como soy yo, tal como son mis hermanos, los diáconos y los ancianos. Si
hubiere algunas personas que son propensas a ser engañadas, son aquellas que
son llamadas por su oficio a actuar como pastores de las almas de otros.
¡Oh, hermanos míos! Es tan fácil imaginar que
porque soy un ministro y porque tengo que tratar con cosas santas, por eso, yo estoy
seguro. Oro pidiendo no caer nunca en ese engaño, antes bien, que me aferre
siempre a la cruz, como un pobre y necesitado pecador que descansa en la sangre
de Jesús.
Hermanos ministros, colaboradores y oficiales de
la iglesia, no imaginen que el oficio pueda salvarlos. El hijo de la perdición
era un apóstol, mayor que nosotros en oficio y, sin embargo, en esta hora, es
mayor en destrucción. Preocúpense ustedes, que son contados entre los líderes
de Israel, de verificar que ustedes mismos sean salvos.
Los propulsores de doctrinas imprácticas
constituyen otra clase de personas que necesitan ser advertidas para que se
ocupen de su propia salvación. Cuando oyen un sermón, se sientan con su boca
abierta, listas a reaccionar bruscamente contra cualquier error a medias.
Clasifican a un hombre como un ofensor por una simple palabra, pues se
autodefinen como los estándares de la ortodoxia, y sopesan al predicador al
momento de hablar, y lo hacen con tanto aplomo como si hubiesen sido designados
como jueces adjuntos del propio Gran Rey. ¡Oh, amigo, ponte tú mismo en la
balanza! Podría ser una gran cosa tener una cabeza ortodoxa en la fe, pero es
una cosa mejor tener un corazón recto. Yo podría partir un cabello entre
ortodoxia y heterodoxia, y sin embargo, podría no tener ni parte ni porción en
el asunto. Podrías ser un calvinista muy ortodoxo, o pudieras pensar que la
ortodoxia está en otra dirección, pero, oh, eso no es nada, es menos que nada,
a menos que tu alma sienta el poder de la verdad, y tú mismo hubieres nacido de
nuevo. Ocúpense de “vuestra salvación”, oh ustedes, hombres sabios en la letra,
pero que no tienen al Espíritu.
Así, también, necesitan ser advertidas ciertas
personas que son siempre dadas a curiosas especulaciones. Cuando leen la Biblia
no es para descubrir si son salvas o no, sino para saber si estamos bajo la
tercera o la cuarta copas, cuándo ha de tener lugar el milenio, o qué cosa es
la batalla de Armagedón.
Ah, amigo, escudriña todas estas cosas si tienes
el tiempo y la habilidad, pero ocúpate primero de tu salvación. Bienaventurado
el que entiende el libro del Apocalipsis; con todo, antes que nada, entiende
ésto: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo”. El más brillante doctor
en los símbolos y misterios del Apocalipsis será echado fuera tan ciertamente
como el más ignorante, a menos que haya venido a Cristo y haya apoyado su alma sobre
la obra expiatoria de nuestro grandioso Sustituto.
Yo sé de algunos seres que necesitan grandemente
ocuparse de su propia salvación. Me refiero a quienes siempre están criticando
a los demás. Difícilmente pueden asistir a algún lugar de adoración sin que
estén observando el vestido o la conducta del vecino. Nadie está a salvo de sus
comentarios, pues son jueces muy perceptivos y hacen observaciones muy perspicaces.
Ustedes, que son criticones y chismosos, ocúpense de “su propia salvación”.
Ustedes condenaron a un ministro el otro día por una supuesta falta, y sin
embargo, él es un amado siervo de Dios que mora cerca de su Señor; ¿quién eres
tú, amigo, para usar tu lengua contra alguien como él? El otro día una pobre
cristiana humilde fue el blanco de tu murmuración y de tu calumnia, al punto de
que heriste su corazón. Oh, ocúpate de ti mismo, ocúpate de ti mismo. Si esos
ojos que miran externamente de manera tan incisiva miraran algunas veces
interiormente, podrían ver un espectáculo que los dejaría ciegos de horror. Pero
sería un bendito horror si los condujera a volverse al Salvador, quien les
abriría esos ojos nuevamente y les concedería ver Su salvación.
Podría decir también que en este asunto de
ocuparse de la salvación personal, es necesario hablarles a algunos que han respaldado
ciertos grandes designios públicos. Yo confío ser un protestante tan ardiente
como el que más, pero conozco también a muchos apasionados protestantes que sólo
son un poco mejores que los católicos romanos, pues aunque los católicos de antaño
estaban decididos a quemarlos, ellos ciertamente les negarían la tolerancia a
los católicos de hoy, si pudieran hacerlo; y en eso no veo ninguna diferencia
entre los dos grupos de fanáticos intolerantes.
Protestantes celosos, yo estoy de acuerdo con
ustedes, pero les advierto que su celo en este asunto no los salvará, ni
suplirá el lugar de la piedad personal. Muchos protestantes ortodoxos serán
encontrados a la siniestra del Grandioso Juez. Y ustedes, también, que por
siempre están discutiendo agitadamente este o aquel tema público, yo les
quisiera decir: “Dejen tranquila a la política mientras su propia política
interna no haya sido puesta sobre un sólido fundamento”. Tú eres un reformador
radical y podrías enseñarnos un sistema de economía política que enderezaría
todos nuestros errores y le daría a cada persona lo que le corresponde; entonces
te ruego que corrijas tus propios errores, refórmate, entrégate al amor de
Jesucristo, o ¿qué significaría para ti, aunque supieras cómo balancear los
asuntos de las naciones, y cómo regular los arreglos de todas las clases de la
sociedad, si tú mismo eres aventado como el tamo delante del aventador del
Señor? Que Dios nos conceda gracia, entonces, para que independientemente de
cualquier otra cosa en la que nos involucremos, que guardemos la salvación en
su lugar debido y procuremos hacer firme nuestra vocación y elección.
III. Y ahora, en tercer lugar, -y oh, que se nos
conceda la gracia para hablar debidamente- voy a RESPONDER A CIERTAS
OBJECIONES. Me parece oír que alguien dice: “Bien, pero ¿acaso tú no crees en
la predestinación? ¿Qué tenemos que
ver nosotros con ocuparnos de nuestra salvación? ¿Acaso no está fijado todo?”
Necio, pues difícilmente podría responderte sin darte el título correcto; ¿no
estaba fijado que debías mojarte o no al venir a este lugar? Entonces, ¿para
qué trajiste tu paraguas? ¿No está fijado que debes ser alimentado hoy con
alimento o que debes pasar hambre? Entonces, ¿para qué irás a casa y tomarás tu
alimento? ¿No está fijado que vivirás o no el día de mañana? Por tanto, ¿habrías
de cortarte la garganta? No, tú no razonas tan perversamente, tan neciamente,
acerca del destino en referencia a cualquier otra cosa excepto a “tu propia
salvación”, y tú sabes que no se trata de razonamiento sino de una simple
perorata. Ésta es toda la respuesta que te daré y toda la que mereces.
Alguien más dice: “Para mí es un problema ocuparme
de mi propia salvación. ¿Acaso tú no crees en la plena seguridad? ¿Acaso no hay personas que saben que son salvas
más allá de toda duda?” Sí, bendito sea Dios, y yo espero que haya muchas de
esas personas aquí presentes ahora. Pero déjenme decirles quiénes califican
para estar en esa categoría. Son personas que no temen examinarse a sí mismas.
Si me encuentro con alguien que diga: “Yo no tengo ninguna necesidad de
examinarme más a mí mismo; yo sé que soy salvo y por tanto no tengo ninguna
necesidad de ocuparme al respecto”, yo me aventuraría a decirle: “Amigo, tú ya
estás perdido. Este considerable engaño tuyo te ha conducido a creer en una
mentira”. No hay personas tan cautelosas como aquellas que poseen plena
seguridad, y no hay personas que tengan tanto temor santo de pecar contra Dios ni
que caminen tan cuidadosamente y con
tanta cautela como aquellas que poseen la plena seguridad de la fe. La
presunción no es una seguridad, aunque, ¡ay!, muchos piensan que lo es. Ningún
creyente que posea la plena seguridad objetará jamás a que se le recuerde la
importancia de su propia salvación.
Pero surge una tercera objeción. “Esto es algo
muy egoísta”, dirá alguien. “Tú nos
has estado exhortando a que nos miremos a nosotros mismo, y eso es puro
egoísmo”. Sí, eso afirmas, pero déjame decirte que es un tipo de egoísmo que es
absolutamente necesario antes de que puedas ser abnegado. Una parte de la
salvación es ser liberado del egoísmo, y yo soy lo suficientemente egoísta para
desear ser liberado del egoísmo. ¿Cómo podrías ser de algún servicio para los
demás si tú mismo no eres salvo? Un hombre se está ahogando. Yo estoy sobre el
‘Puente de Londres’. Si yo saltara del parapeto y supiera nadar, podría
salvarlo; pero supongan que no sé nadar, entonces ¿podría prestar algún
servicio saltando hacia una muerte súbita y cierta, conjuntamente con el hombre
que se está hundiendo? Yo estoy descalificado para ayudarle mientras no tenga
la habilidad de hacerlo. Hay una escuela por allá. Bien, la primera indagación
de quien ha de ser el maestro debería ser: “¿sé yo mismo aquello que profeso
enseñar?” ¿Llamas a eso una indagación egoísta? En verdad es una indagación
sumamente abnegada, basada en el sentido común. Ciertamente, el hombre que no
es tan egoísta como para preguntarse: “¿Estoy calificado para actuar como
maestro?”, sería culpable de una crasa negligencia si se entregara a un oficio
al que no estaba capacitado para desempeñar. Voy a suponer a una persona iletrada
que entra a una escuela y dice: “Yo seré el maestro aquí y recibiré la paga”, y
sin embargo, no puede enseñarles a los niños a leer o escribir. ¿No sería muy
egoísta si no se ocupara de su propia idoneidad? Pero seguramente no es egoísmo
lo que haría al hombre dar un paso hacia atrás y decir: “No, primero he de
asistir yo mismo a la escuela, pues de otra manera me estaría burlando de los
niños si yo intentara enseñarles algo”. No es el egoísmo, entonces, cuando es
visto apropiadamente, lo que nos hace ocuparnos de nuestra propia salvación,
pues es la base desde la cual operamos para bien de los demás.
IV. Habiendo respondido a esas objeciones, voy a
intentar brevemente PRESTAR ALGUNA AYUDA a quienes de buena gana quisieran
estar en lo correcto en las cosas mejores.
¿Le ha agradado al Espíritu Santo inducir a
alguien aquí presente a poner empeño en lo tocante a su propia salvación?
Amigo, yo te voy a ayudar a responder a dos
preguntas. Primero, pregúntate: “¿Soy salvo?” Quisiera ayudarte a responder eso
muy rápidamente. Si eres salvo esta mañana, eres objeto de una obra dentro de
ti, como dice el texto: “Ocupaos en vuestra propia salvación con temor y
temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el
hacer”. Ustedes no pueden obrarla adentro,
pero cuando Dios la obra en ustedes, ustedes la aplican afuera. ¿Tienen una obra del Espíritu
Santo en su alma? ¿Sienten algo más de lo que naturaleza humana, sola y sin
ayuda, podría alcanzar? ¿Han experimentado un cambio que es obrado en ustedes
desde lo alto? Si así fuera, eres salvo. Además, ¿descansa tu salvación enteramente
en Cristo? Quien depende de cualquier otra cosa excepto de la cruz, depende de
aquello que lo engañará. Si tú estás afirmado en Cristo, estás sobre una roca;
pero si tú confías, en parte en los méritos de Cristo y en parte en tus propios
méritos, entonces tienes un pie sobre la roca pero tienes el otro pie sobre
arenas movedizas, y es como si tuvieras ambos pies sobre arenas movedizas, pues
el resultado será el mismo.
“Nadie sino
Jesús, nadie sino Jesús
Puede hacer
el bien a pecadores desvalidos”.
Tú no eres salvo a menos que Cristo sea todo en
todo en tu alma, el Alfa y la Omega, el comienzo y el fin, lo primero y lo
último. También juzga por ésto: si eres salvo, le has dado la espalda al
pecado. No has dejado de pecar –Dios quiera que pudiéramos dejar de hacerlo-
pero has dejado de amar al pecado; ya no pecas deliberadamente, sino que lo
haces por debilidad; ahora buscas empeñosamente a Dios y la santidad. Le tienes
respeto a Dios, deseas ser semejante a Él y anhelas estar con Él. Tu rostro
mira hacia el cielo. Eres como un hombre que viaja al Ecuador. Sientes más y
más la cálida influencia del calor y de la luz celestiales.
Ahora, si el curso de tu vida fuere tal que no caminas en pos de la carne, sino
en pos del Espíritu, y produces los frutos de la santidad, entonces eres salvo.
La respuesta a esa pregunta debe ser dada con gran honestidad e integridad para
con tu propia alma. No seas un juez demasiado parcial. No concluyas que todo
está bien porque las apariencias externas son hermosas. Delibera antes de
entregar un veredicto favorable. Júzgate tú mismo para que no seas juzgado. Sería
mejor que se condenaran ustedes mismos y que fueran aceptados por Dios, a que se
absolvieran a ustedes mismos y descubrieran su error al final.
Pero supongan que esa pregunta tuviera que ser
respondida negativamente por alguien (y me temo que así ha de ser), entonces,
que quienes confiesen que no son salvos, oigan la respuesta a otra pregunta:
“¿cómo puedo ser salvo?” Ah, querido oyente, no tengo que traer un volumen
gigantesco ni una carga completa de folios en mi brazo y decirte: “te llevará
meses y años entender el plan de salvación”. No, el camino es plano y el método
simple. Si crees, serás salvo al instante. La obra de Dios de salvación es
instantánea en lo que se refiere a su comienzo y su esencia. Si tú crees que
Jesús es el Cristo, eres nacido de Dios ahora. Si te colocas en espíritu al pie
de la cruz, y contemplas al Dios encarnado sufriendo, desangrándose y muriendo
allí, y si al tiempo que lo miras tu alma consiente en recibirlo como su
Salvador y se echa de lleno sobre Él, tú eres salvo.
¡Cuán vívidamente viene a mi memoria en esta
mañana el momento en que creí en Jesús por primera vez! Es el acto más simple
que mi mente haya realizado jamás, y sin embargo, ha sido el más maravilloso,
pues el Espíritu Santo lo obró en mí. Simplemente se trató de acabar con la
confianza en mí mismo, y de acabar con la confianza en cualquier otra cosa
excepto en Jesús, y poner mi confianza indivisa únicamente en Él y en Su obra.
Mi pecado me fue perdonado en aquel instante, y fui salvado, y anhelo que
suceda lo mismo contigo, amigo mío, precisamente contigo, si tú también confías
en el Señor Jesús.
“Vuestra salvación” será obtenida mediante ese único
acto simple de fe, y a partir de ese momento, será guardada por el poder de
Dios mediante la fe para alcanzar salvación, y tú hollarás el camino de la
santidad, hasta que llegues a estar donde Jesús está en la bienaventuranza
sempiterna. Que Dios nos conceda que ni una sola alma salga de este lugar sin
ser salva. Incluso ustedes, niñitos aquí presentes, ustedes adolescentes,
ustedes, muchachos y muchachas jóvenes, yo oro pidiendo para que desde temprano
en sus vidas se ocupen de “su propia salvación”. La fe no es una gracia para la
gente vieja únicamente, ni para sus padres y madres únicamente; si sus
corazoncitos miraran a Él que fue el santo niño Jesús, aunque sólo conocieran
un poco, pero si confiaran en Él, la salvación será suya. Yo oro pidiendo que
para ustedes, que son todavía jóvenes, “su propia salvación” se convierta,
mientras sean todavía jóvenes, en un asunto de gozo porque la han confiado en
las manos de su Redentor.
Ahora debo concluir, pero todavía me apremian
uno o dos pensamientos. Debo expresarlos antes de sentarme. Yo quisiera exhortar
a cada persona aquí presente para que se ocupe en este asunto de su propia
salvación. Hazlo, te lo suplico, con todo denuedo, pues nadie podría hacerlo
por ti. Le he pedido a Dios por tu alma, mi querido oyente, y le pido poder
tener una respuesta de paz concerniente a ti. Pero a menos que tú también ores,
vanas serían mis oraciones. Tú recuerdas las lágrimas de tu madre. ¡Ah!, has
atravesado el océano desde aquellos días, y te has adentrado en las profundidades
del pecado, pero recuerdas cuando solías decir tus oraciones junto a sus
rodillas, y cuando ella agregaba amorosamente: “Amén”, y besaba a su muchacho y
lo bendecía, y oraba pidiendo que pudiera conocer al Dios de su madre. Aquellas
oraciones por ti resuenan en los oídos de Dios, pero es imposible que puedas
ser salvado jamás a menos que se diga de ti: “He aquí, él ora”. La santidad de
tu madre sólo podría levantarse en juicio para condenar tu maldad deliberada a
menos que la imites. Las sinceras exhortaciones de tu padre sólo confirmarían
la justa sentencia del Juez, a menos que les prestes atención y tú mismo
consideres y pongas tu confianza en Jesús. ¡Oh!, consideren, cada uno de
ustedes, que sólo hay una esperanza, y que si esa única esperanza se perdiera,
se perdería para siempre. Un comandante que es derrotado en una batalla, intenta
otra, y espera poder ganar todavía la campaña. Tu vida es tu única batalla, y
si se perdiera, estaría perdida por siempre jamás. El hombre que estaba en la
bancarrota ayer, retoma otra vez los negocios con un animoso corazón, y espera
tener éxito todavía; pero en el negocio de esta vida mortal, si eres encontrado
en estado de quiebra, estarás en bancarrota por los siglos de los siglos. Por
tanto, te exhorto en verdad, por el Dios viviente, delante de quien estoy, y
ante quien podría tener que rendir cuentas de la predicación de este día antes
de que el sol de otro día salga, te exhorto a ocuparte de tu propia salvación.
Que Dios les ayude, para que nunca cesen de buscar
a Dios hasta saber por el testimonio del Espíritu que en verdad han pasado de
muerte a vida. Ocúpense de ello ahora, ahora,
AHORA, AHORA. En este preciso día llega la voz de la advertencia para
algunos de ustedes proveniente de Dios, y llega con un énfasis especial, pues la
necesitan grandemente ya que su tiempo es limitado. ¡Cuántos han pasado a la
eternidad durante esta semana! Ustedes mismos podrían partir de la tierra de
los vivos antes del próximo domingo. Yo supongo, de conformidad al cálculo de
probabilidades, que de esta audiencia hay varias personas que habrán de morir
dentro del mes siguiente. No estoy haciendo conjeturas ahora, sino que de
acuerdo a todas las probabilidades, estos miles de personas presentes no podrán
reunirse de nuevo, si piensan que todos lo harán. Entonces, ¿quiénes entre
nosotros serán citados a la tierra desconocida? ¿Serás tú, joven doncella, que
has estado riéndote de las cosas de Dios? ¿Será aquel comerciante que está
allá, que no tiene el tiempo suficiente para la religión? ¿Serás tú, amigo mío
extranjero, que has cruzado el océano para tomar unas vacaciones? ¿Serás
transportado de regreso a tu patria convertido en un cadáver? Yo en verdad los
conjuro a que consideren ésto ustedes mismos, todos ustedes. Ustedes, que habitan
el Londres, recordarán que hace años, cuando el cólera barría a lo largo de
nuestras calles, algunos de nosotros estuvimos en medio de todo, y vimos caer a
muchos en torno nuestro, como si hubiesen sido tocados por una flecha invisible
aunque mortal. Se dice que esa enfermedad se encamina hacia acá de nuevo; se
dice que está barriendo rápidamente desde Polonia y a través del Continente, y
si llegara y se apoderara de algunos de ustedes, ¿estarían listos a partir?
Incluso si esa forma de muerte no afligiera a nuestra ciudad, como pido que así pase, con todo, la muerte está siempre dentro de
nuestras puertas, y la pestilencia camina en medio de las tinieblas cada noche.
Entonces, consideren sus caminos. Así dice el Señor, y con Sus palabras
concluyo este discurso: “Prepárate para venir al encuentro de tu Dios, oh
Israel”.
Porción de la Escritura leída antes del sermón:
Hebreos 10: 23-39.
Traductor: Allan Román
2/Noviembre/2010
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