El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano
AHORA y ENTONCES
NO.
1002
UN SERMÓN PREDICADO POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.
“Ahora vemos
por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara”. 1 Corintios 13: 12.
En este capítulo, el
apóstol Pablo habla de la caridad, o del amor, en los términos más sublimes.
Considera que es una gracia mucho más excelente que cualquiera de los dones
espirituales que acababa de mencionar. Es fácil ver que tenía buenas razones
para la preferencia que le concedía. Esos dones, ustedes observarán, eran
distribuidos entre hombres piadosos y cada individuo recibía su porción única,
de tal manera que uno tenía algo de lo que otro carecía; pero esta gracia de la
caridad pertenece a todos aquéllos que han pasado de muerte a vida. La prueba
de que son discípulos de Cristo se encuentra en el amor que le tienen tanto a
Él como a los hermanos. Además, aquellos dones tenían el propósito de equiparlos
para el servicio con el fin de que cada miembro del cuerpo fuera útil para los
demás miembros del cuerpo; pero esta gracia es para provecho personal: es una
luz en el corazón y una estrella en el pecho de cada persona que la posee. Esos
dones, además, eran de uso temporal; su valor estaba limitado a la esfera en
que eran ejercidos, pero esta gracia de la caridad medra en todo tiempo y
lugar, y no es menos esencial para nuestro futuro eterno que para nuestro
bienestar presente.
A toda costa procura los
mejores dones, caro hermano mío, así como un artista desearía tener destreza en
todos sus miembros y estar alerta con todos sus sentidos, pero sobre todo, aprecia
el amor, así como ese mismo artista quisiera cultivar el gusto refinado que
vive y respira en su interior, que es el manantial secreto de todos sus
movimientos, la facultad que impulsa su destreza. Aprendan a estimar este
sagrado instinto del amor más que todas las más selectas dotes. Sin importar
cuán pobre pudieras ser en materia de talentos, el amor de Cristo debe habitar
ricamente en ti.
Una exhortación como
ésta se hace más necesaria porque el amor tiene un rival poderoso. Pablo pudo
haber notado que en las academias de Grecia, como ciertamente en todas nuestras
escuelas modernas, el conocimiento solía llevarse todos los premios. ¿Quién
podría decir qué porcentaje del éxito del doctor Arnold, como pedagogo, se
debió al honor en que tenía a un buen muchacho de preferencia a un muchacho inteligente?
Con toda certeza Pablo detectaba en la iglesia muchos celos a los que daban pie
las habilidades superiores de quienes podían hablar idiomas extranjeros y profetizar
o predicar bien. Entonces, mientras Pablo elogia la gracia del amor, pareciera menospreciar
más bien el conocimiento; al menos usa una ilustración que tiende a demostrar
que el tipo de conocimiento del que nos preciamos no es la cosa más confiable
del mundo.
Pablo recordó su niñez.
Eso es algo muy bueno que todos nosotros debiéramos mantener presente. Si la
olvidamos, nuestras simpatías pronto se secan, nuestro temperamento propende a
volverse intratable, nuestras opiniones pudieran ser más bien altivas y nuestro
egoísmo se torna muy repulsivo. Siendo el hombre más destacado de su día en la
iglesia cristiana, y que ejercía las más amplia influencia entre los convertidos
a Cristo, Pablo se acordó del pasado lejano cuando era muchacho y su recuerdo
fue muy oportuno. Aunque Pablo pudo haber sugerido los logros que había
obtenido o el alto cargo que había ocupado, y pudo haber reclamado algún grado
de respeto, prefiere mirar al pasado, a sus humildes principios. Si bien hay
sabiduría en su reflexión, para mí que hay una vena de amenidad en su manera de
expresarlo. “Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba
como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño”. Compara así dos
etapas de su vida natural, lo cual le sirve como una parábola. En el conocimiento
espiritual sentía que estaba en su infancia entonces. Su madurez, su edad
adulta plena, permanecía ante él como una perspectiva del futuro. Podía imaginar
fácilmente un futuro desde el cual miraría a su yo actual como un mero aprendiz
que andaba a tientas en su camino entre las sombras de su propia fantasía.
“Pues ahora” –dice- “vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a
cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido”. Aquí
Pablo emplea una o dos figuras nuevas. “¡Por
espejo!” Tal vez no seamos capaces de determinar con exactitud a qué tipo
de espejo alude. Bien, dejaremos esa pregunta para que los críticos debatan sus
desacuerdos al respecto. A nosotros nos basta que el significado sea obvio. Hay
una gran diferencia entre ver un objeto a través de un oscuro instrumento e
inspeccionarlo de cerca, a simple vista. En ambos casos hemos de tener el poder
de la visión, pero en el último caso podemos usarlo con mayor ventaja. “Ahora
vemos por espejo, oscuramente”. ¡Oscuramente,
como si fuera un enigma! Nuestras percepciones mentales son tan débiles que las
claras verdades a menudo nos desconciertan. Las palabras que nos instruyen son
cuadros que necesitan una explicación. Los pensamientos que nos conmueven son
visiones que flotan en nuestros cerebros que necesitan una rectificación. ¡Oh,
necesitamos una visión más clara! ¡Necesitamos un conocimiento más perfecto!
Fíjense, hermanos, que aunque tengamos muchos motivos para la desconfianza, ya que
sólo “vemos por espejo, oscuramente”, es un motivo de congratulación que al menos veamos. Gracias a Dios porque, en efecto, conocemos; pero para
que sirva de freno para nuestra altivez, conocemos en parte. Amados, los objetos
que miramos están a la distancia y nosotros somos miopes. La revelación de Dios
es amplia y profunda, pero nuestro entendimiento es débil y superficial.
Hay cosas que
consideramos muy valiosas ahora, pero que pronto no tendrán ningún valor para
nosotros. Hay algunas cosas que conocemos, o creemos conocer, y nos preciamos
mucho de nuestro conocimiento; pero cuando nos convirtamos en hombres, no le
daremos a ese conocimiento un mayor valor del que un niño le da a sus juguetes
cuando se convierte en hombre. Nuestra mayoría de edad espiritual en el cielo desechará
muchas cosas que ahora consideramos valiosas, así como un hombre adulto abandona
los tesoros de su niñez. Y hay muchas cosas que hemos estado acostumbrados a
ver que, una vez que haya concluido esta vida pasajera, no veremos más. Aunque
nos deleitábamos en ellas y agradaban a nuestros ojos mientras transitábamos en
esta tierra, se disiparán como un sueño cuando uno se despierta; no las veremos
nunca más, ni las querremos ver más, pues nuestros ojos -bajo una luz más clara
y ungidos con colirio- verán visiones más resplandecientes, y nunca lamentaremos
lo que hemos perdido, ante la presencia de escenas más hermosas que habremos
encontrado. Hay otras cosas que conocemos ahora y que nunca olvidaremos; las
conoceremos perdurablemente, sólo que en un grado más pleno, porque no
tendremos más un conocimiento parcial de ellas; y hay algunas cosas que vemos
ahora y que veremos en la eternidad, sólo que allá las veremos bajo una luz más
clara.
Entonces vamos a hablar
sobre algunas cosas que vemos ahora, pero
que hemos de ver más plenamente y más
claramente en el más allá; luego
vamos a investigar cómo es que las
veremos más claramente; y vamos a concluir considerando cuál es la enseñanza de este hecho.
I. Entre
las cosas que vemos ahora -todos aquéllos entre nosotros cuyos ojos han sido
iluminados por el Espíritu Santo- está que nos vemos a NOSOTROS MISMOS.
Vernos a nosotros mismos
es uno de los primeros pasos en la verdadera religión. La mayor parte de los
hombres no se han visto nunca a sí mismos. Han visto la imagen halagadora de sí
mismos y se imaginan que se trata de la propia copia facsímil suya, pero no lo
es. Ustedes y yo hemos sido instruidos por el Espíritu Santo de Dios para ver
nuestra ruina por la caída; nos hemos lamentado debido a esa caída; hemos
tomado conciencia de nuestra propia depravación natural; hemos sido abatidos
hasta el propio polvo por ese descubrimiento y se nos ha mostrado nuestra
pecaminosidad real y cómo hemos transgredido en contra del Altísimo. Nos hemos
arrepentido de ésto, y hemos huido en busca de refugio hacia la esperanza
puesta delante de nosotros en el Evangelio. Día a día vemos algo más de
nosotros mismos –les garantizo que no vemos nada placentero- pero eso es muy
útil, pues es algo grande conocer nuestro vacío. Es un progreso encaminado a
recibir Su plenitud. Es algo importante descubrir nuestra debilidad; es un paso
esencial para nuestra participación de la fortaleza divina. Yo supongo que
entre más vivamos, más nos veremos a nosotros mismos y probablemente lleguemos
a esta conclusión: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”, y clamaremos con
Job: “Yo soy vil”. Entre más descubramos cosas de nosotros mismos, más nos
sentiremos enfermos de nosotros mismos.
Pero no dudo que en el cielo
vamos a descubrir que ni siquiera a nosotros mismos nos pudimos ver jamás bajo
la más clara luz, sino sólo como “por espejo, oscuramente”, sólo como un
acertijo, como un profundo enigma, ya que entenderemos más acerca de nosotros mismos
en el cielo de lo que nos entendemos ahora. Allá veremos, como no lo hemos
visto aquí todavía, qué mal tan terrible fue
Así, también, yo sé hoy
que soy coheredero con Cristo, pero tengo una muy pobre idea de qué es aquello
de lo que soy heredero; pero allá veré las propiedades que me pertenecen y no
sólo las veré, sino que las disfrutaré de hecho. Todo cristiano tendrá una
parte de la herencia inmarcesible y sin mancilla, reservada en los cielos para
él, porque está en Cristo Jesús; es uno con Cristo; es uno por eterna unión.
Pero me temo que eso es más un enigma para nosotros que un asunto entendible.
Lo vemos como un enigma ahora, pero allá, nuestra unión con Cristo será tan
conspicua y tan clara como las letras del alfabeto. Allá sabremos lo que
significa ser un miembro de Su cuerpo, de Su carne y de Sus huesos; allá
entenderé el lazo de la unión mística que une el alma del creyente a Cristo;
allá veré cómo, igual que la rama brota del tallo, mi alma está en unión, en una
vital unión con su bendito Señor Jesucristo. Así, algo que vemos ahora pero que
veremos bajo una luz mucho más clara en el más allá es: “a nosotros mismos”.
Aquí, también, vemos a
Sabemos que hay una
iglesia de Dios. Sabemos que el Señor tiene un pueblo que eligió desde antes de
la fundación del mundo; creemos que los miembros de ese pueblo están esparcidos
por todas partes de nuestra tierra, y en muchas otras tierras. Hay muchos de
ellos que no conocemos; hay muchos que si los conociéramos, me atrevería a
decir que no nos agradarían particularmente, debido a sus características
externas: personas de extrañas apariencias y tal vez de hábitos muy raros; y sin
embargo, a pesar de todo eso, constituyen el pueblo del Dios viviente. Ahora,
nosotros conocemos esta iglesia, conocemos su gloria, y sus miembros son impulsados
con una sola vida, son vivificados con un Espíritu, redimidos con una sangre;
creemos en esta iglesia, y sentimos apego a ella por causa de Jesucristo, que
se ha desposado con la iglesia como el Esposo. Pero, ¡oh!, cuando lleguemos al cielo,
cuánto más conoceremos a la iglesia, y cómo la veremos cara a cara y no “por
espejo, oscuramente”. Allá conoceremos algo más del número de los elegidos de
los que conocemos ahora, y podría ser que para nuestra notable sorpresa. Allá
encontraremos entre la compañía de los elegidos de Dios, a algunos a quienes en
nuestra amargura de espíritu hemos condenado, y allá echaremos de menos a
algunos que, en nuestra caridad, concebimos que estaban perfectamente seguros.
Entonces sabremos mejor quiénes le pertenecen al Señor y quiénes no le
pertenecen, de lo que pudiéramos saber jamás aquí. En la tierra todos nuestros
procesos de discernimiento nos fallan. Judas entra con los apóstoles, y Demas
toma su parte entre los santos, pero allá conoceremos a los justos, pues los
veremos; habrá un rebaño con un Pastor, y Aquel que reina sobre el trono eternamente
será glorificado. Entenderemos entonces lo que ha sido la historia de la
iglesia en todo el pasado, y por qué ha sido una historia tan extraña de
conflicto y conquista. Probablemente en el futuro sabremos más acerca de la historia
de la iglesia. Desde aquella elevación sublime y en aquella atmósfera más
resplandeciente vamos a entender mejor cuáles son los designios del Señor
concernientes a Su pueblo en el último día. Cuánta gloria a Su propio nombre le
darán Sus redimidos, cuando haya reunido a todos los
que son llamados y elegidos y fieles de entre los hijos de los hombres. Éste es
uno de los gozos que estamos esperando: que vendremos a la congregación de los
primogénitos que están inscritos en los cielos, y tendremos comunión con aquéllos
que tienen comunión con Dios por medio de Jesucristo nuestro Señor.
En tercer lugar, ¿no es
posible, es más, no es cierto que en el siguiente estado VEREMOS Y CONOCEREMOS
MÁS SOBRE
Aquí vemos la providencia
de Dios, pero está como en un espejo, oscuramente. El apóstol dice “por”
espejo. Había vidrio en los días de los apóstoles, no el tipo de sustancia de
la que están hechas nuestras ventanas, sino un vidrio grueso y de color opaco,
no mucho más transparente que el vidrio que se usa en la fabricación de las
botellas comunes, de tal forma que si miraras a través de un trozo de ese
vidrio no podrías ver mucho. Eso se asemeja a lo que vemos ahora de la divina
providencia. Nosotros creemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les
ayudan a bien; hemos visto cómo obran conjuntamente para bien en algunos casos,
y comprobamos en la práctica que así es. Pero aun así, en cuanto a nosotros, se
trata más bien de un asunto de fe que de un asunto de vista. No podemos decir
cómo “cada línea oscura y sinuosa se junta en el centro de su amor”. No
percibimos todavía cómo hará Él para que esas oscuras dispensaciones de
tribulaciones y aflicciones que le sobrevienen a Su pueblo realmente sirvan
para Su gloria y para la felicidad perenne de ellos; pero allá arriba veremos a
la providencia, por decirlo así, cara a cara, y yo supongo que el
descubrimiento de cómo el Señor trató con nosotros será una de nuestras mayores
sorpresas. “Vamos” -diremos algunos de nosotros- “orábamos en contra de esas
precisas circunstancias que eran las mejores que nos pudieran haber sido asignadas”.
“¡Ah!”, -dirá otro- “yo me he inquietado y turbado por lo que era, después de
todo, la más rica misericordia que el Señor me enviara jamás”. Algunas veces he
conocido a personas que han rechazado una carta que tocaba a su puerta, y ha
sucedido que, en algunos casos, contenía algo muy valioso, y el cartero hubo de
comentar posteriormente: “Tú desconocías su contenido, pues de lo contrario no
la habrías rechazado”. Y Dios nos ha enviado a menudo tal preciosa cantidad de
misericordias en el sobre negro de la tribulación, que si hubiéramos conocido
su contenido, lo habríamos aceptado, y nos hubiéramos alegrado de tener que
pagar por él, contentos de darle alojamiento y abrigo; pero debido a que se
veía negro, fuimos proclives a cerrarle la puerta. Ahora, allá arriba no
solamente nos conoceremos más a nosotros mismos, sino que percibiremos en mayor
escala las razones de muchos de los tratos de Dios para con nosotros; y tal vez
descubramos allá que las guerras que devastaron a las naciones, y las plagas
que llenan muchísimas sepulturas, y los terremotos que hacen temblar a la
ciudades, después de todo, son dientes imprescindibles de la gran rueda de la
maquinaria divina; y el que está sentado en el trono en este momento y gobierna
supremamente a toda criatura que está en el cielo, o en la tierra, o en el
infierno, hará manifiesto allá para nosotros que su gobierno era equitativo. Es
bueno pensar en estos tiempos cuando todo parece descontrolarse, que “el
principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios
fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz”. A la larga todo saldrá bien; tiene que
salir bien; cada parte y cada porción han de trabajar conjuntamente en una
unidad de designio para promover la gloria de Dios y el bien de los santos. Lo
veremos allá, y elevaremos nuestro cántico con celo y gozo renovados, conforme
nuevos despliegues de la sabiduría y de la bondad de Dios -cuyos caminos no
pueden ser descubiertos- sean expuestos ante nuestra asombrada visión.
En cuarto lugar, no
estaríamos retorciendo el texto si decimos que, aunque conocemos algo de LAS
DOCTRINAS DEL EVANGELIO, Y DE LOS MISTERIOS DE
“Entonces he de ver, y oír y conocer
Todo lo que deseé y anhelé aquí abajo;
Y cada poder encontrará un dulce empleo
En aquel eterno mundo de gozo”.
Pero, amados hermanos y
hermanas míos, habiéndolos retenido hasta este momento en los atrios exteriores,
gustosamente quisiera conducirlos al interior del templo; o, para cambiar la
figura, si en el principio he servido el buen vino, ciertamente no voy a sacar
el vino inferior; más bien preferiría que ustedes dijeran, así como el
maestresala le dijo al esposo: “tú has reservado el buen vino hasta ahora”.
AQUÍ VEMOS A JESUCRISTO,
PERO NO LO VEMOS COMO PRONTO LO VEREMOS. Lo hemos visto por fe de tal modo que hemos
contemplado que nuestras cargas han sido transferidas a Él, y nuestras
iniquidades han sido llevadas por Él al desierto, donde, si fueran buscadas, no
serían encontradas. Hemos visto a Jesús lo suficiente para saber que “todo él es codiciable”; podemos decir de Él que
es “Toda mi salvación y mi deseo”. Algunas veces, cuando descorre las celosías
y se muestra a través de esas ventanas de ágata y puertas de carbunclo, en las
ordenanzas de Su casa, en
Hermanos, ¿no es ésta la
parte más exclusiva del cielo? Se han aportado muchas sugerencias acerca de qué
haremos en el cielo y qué habremos de disfrutar, pero todo ello me parece que
está lejos del objetivo comparado con ésto: que estaremos con Jesús, y seremos
como Él y contemplaremos Su gloria. ¡Oh, ver los pies que fueron clavados, y
tocar la mano que fue atravesada, y mirar la cabeza que llevó las espinas, e
inclinarnos ante Él que es inefable amor, indecible condescendencia e infinita
ternura! ¡Oh, inclinarse ante Él, y besar ese rostro bendito! Jesús, ¿qué más
necesitamos que verte a través de Tu propia luz, verte a Ti y hablar contigo,
como cuando un hombre habla con su amigo? Es placentero hablar acerca de ésto,
pero, ¿cómo será allá cuando se abran las puertas de perla? Las calles de oro
serán poco atractivas para nosotros, y las arpas de los ángeles sólo nos
embelesarán un poco, si las comparamos con el Rey en medio del trono. Él será
quien cautive nuestra mirada, quien absorba nuestros pensamientos, quien encadene
nuestro afecto y eleve todas nuestras sagradas pasiones al culmen del ardor
celestial. Veremos a Jesús.
Además, (y aquí nos
adentramos en las cosas profundas), más allá de toda duda, VEREMOS TAMBIÉN A
DIOS. Está escrito que los de limpio corazón verán a Dios. Dios es visto ahora
en Sus obras y en Su palabra. En verdad estos ojos poco podrían soportar ver la
visión beatífica, sin embargo, tenemos razones para esperar que, en la medida
que las criaturas puedan tolerar la visión del infinito Creador, se nos
permitirá ver a Dios. Leemos que Aarón y ciertos elegidos vieron el trono de
Dios, y el brillo, por decirlo así, de una piedra de zafiro, ligera y pura como
el jaspe. La luz del cielo es la presencia de Dios. La permanencia más
inmediata de Dios en medio de la nueva Jerusalén es su gloria sin par y su
bienaventuranza peculiar. Entonces entenderemos más acerca de Dios de lo que
entendemos ahora; estaremos más cerca de Él, estaremos más familiarizados con
Él y estaremos más llenos de Él. El amor de Dios será derramado abundantemente
en nuestros corazones; conoceremos a nuestro Padre como no lo conocemos todavía
ahora; conoceremos al Hijo en un grado más pleno de lo que se nos ha revelado
hasta ahora, y conoceremos al Espíritu Santo en Su amor personal y en Su
ternura para con nosotros, más allá de todas esas influencias y operaciones que
nos han reconfortado en nuestras aflicciones y nos han guiado en nuestras perplejidades
aquí abajo.
Dejo que sus
pensamientos y sus deseos sigan la enseñanza del Espíritu. En cuanto a mí, me
acobardo ante ese pensamiento a la vez que me deleito en él. Yo, que he forzado
mis ojos mirando a la naturaleza, donde las cosas creadas muestran la obra de
las manos de Dios; yo, cuya conciencia se ha visto aterrada al oír a la voz de
Dios proclamando Su santa ley; yo, cuyo corazón ha sido derretido cuando
irrumpían en mis oídos los tiernos acentos de Su bendito Evangelio en esos
fragmentos de sagrada melodía que alivian el peso de la profecía; yo, que he
reconocido en el bebé de Belén a la esperanza de Israel; en el hombre de
Nazaret, al Mesías que vendría; en la víctima del Calvario, al único Mediador;
en Jesús resucitado, al bienamado Hijo. Para mí, verdaderamente, Dios encarnado
ha sido tan palpablemente revelado que casi he visto a Dios, pues le he visto a
Él, por decirlo así, en quien toda la plenitud de
“Ilumina estos oscuros
sentidos, despierta esta conciencia amodorrada, purifica mi corazón, dame
comunión con Cristo, y luego llévame a lo alto, transpórtame al tercer cielo; para
que me sea posible ver a Dios, para que sea una realidad verlo. Pero qué
significa eso, o qué es, ¡ah, Dios mío!, no podría decirlo”.
II. Nos
propusimos preguntarnos, en segundo lugar, ¿CÓMO SERÁ EFECTUADO ESTE CAMBIO TAN
NOTABLE? ¿POR QUÉ VEREMOS MÁS CLARAMENTE ENTONCES QUE AHORA? No podemos
responder enteramente esa pregunta, pero una o dos sugerencias podrían
ayudarnos. Sin duda muchas de estas cosas serán reveladas más claramente en el
siguiente estado. Aquí la luz es como la aurora. Es un tenue crepúsculo. En el
cielo será el incendio del mediodía. Dios ha declarado algo de Sí mismo por
boca de Sus santos profetas y apóstoles. Le ha agradado hablarnos más
claramente a través de los labios de Su Hijo, a quien ha nombrado heredero de
todas las cosas, para mostrarnos más abiertamente los pensamientos de Su
corazón y el consejo de Su voluntad. Estos son los primeros pasos hacia el
conocimiento. Pero allá la luz será como la luz de siete días, y allá la
manifestación de todos los tesoros de la sabiduría será más resplandeciente y
más clara de lo que es ahora; pues Dios, el único sabio Dios, nos descubrirá
los misterios y nos exhibirá las glorias de Su reino sempiterno. La revelación
que ahora tenemos es apropiada para nosotros como hombres revestidos con
nuestros pobres cuerpos mortales; la revelación entonces será apropiada para
nosotros como espíritus inmortales. Cuando seamos resucitados de los muertos, la
revelación será apropiada para nuestros cuerpos espirituales e inmortales. Aquí
también estamos distanciados de muchas de las cosas de las que anhelamos
conocer algo, pero allá estaremos más cerca de ellas. Allá estaremos en un
terreno estratégico, con el horizonte entero desplegado ante nosotros. Nuestro
Señor Jesús está muy lejos de nosotros en cuanto a Su presencia personal. Lo
vemos a través del telescopio de la fe, pero entonces lo veremos cara a cara.
Su presencia literal y corporal está en el cielo, desde que fue llevado arriba,
y nosotros necesitamos ser llevados arriba de igual manera para estar con Él,
allí donde está, para que lo podamos contemplar literalmente. Acércate al
manantial y entenderás mucho más; ubícate en el centro, y las cosas parecerán
regulares y ordenadas. Si pudieras pararte en el sol y ver las órbitas en las
que los planetas giran alrededor de esa luminaria central, se volvería lo
suficientemente claro; pero durante muchas edades los astrónomos eran incapaces
de descubrir algo del orden y hablaban de los planetas como progresivos, retrógrados
o inmóviles. Lleguemos a Dios, el centro, y veremos cómo la providencia gira en
torno a Su trono de zafiro.
Nosotros mismos,
también, cuando lleguemos al cielo, estaremos más calificados para ver de lo
que estamos ahora. Sería una inconveniencia para nosotros conocer aquí tanto
como conoceremos en el cielo. Sin duda hemos pensado algunas veces que si
tuviéramos mejores oídos sería una gran bendición. Hemos deseado poder oír a
una distancia de diez millas, pero probablemente no estaríamos mejor: podríamos
oír demasiado y los sonidos se apagarían entre sí. Probablemente nuestra visión
no sea tan buena como desearíamos que lo fuera, pero un sustancial incremento
de poder ocular podría no ser de ninguna ayuda para nosotros. Nuestros órganos
naturales están adaptados para nuestra presente esfera de ser; y nuestras
facultades mentales están, en el caso de la mayoría de nosotros, adecuadamente
adaptadas a nuestros requerimientos morales. Si supiéramos más de nuestra
propia pecaminosidad, podríamos ser conducidos a la desesperación; si conociéramos
más de la gloria de Dios, podríamos morir de terror; si tuviéramos más
entendimiento, a menos que tuviéramos una capacidad equivalente para emplearlo,
podríamos estar llenos de arrogancia y ser atormentados por la ambición. Pero
allá arriba tendremos nuestras mentes y nuestros sistemas fortalecidos para
recibir más, sin el daño que nos vendría aquí por saltarnos sobre los límites
del orden supremamente designados y regulados divinamente. Aquí no podemos
beber del vino del reino, pues es demasiado fuerte para nosotros; pero allá
arriba lo beberemos nuevo en el reino de nuestro Padre celestial, sin el miedo
de la intoxicación del orgullo, o los mareos de las pasiones. Conoceremos como
somos conocidos. Además, queridos amigos, la atmósfera del cielo es tanto más
clara que ésta, que no me sorprende que podamos ver mejor allá. Aquí tenemos el
humo del cuidado cotidiano, el polvo constante del trabajo arduo, la niebla del
problema que se alza perpetuamente. No se podría esperar que viéramos mucho
dentro de esa atmósfera llena de humo; pero cuando atravesemos el más allá, no
vamos a encontrar jamás nubes congregadas alrededor del sol que oculten su
sempiterno resplandor. Allá todo es claro. La luz del día es serena como el
mediodía. Estaremos en una atmósfera más clara y en una luz más brillante.
III. Las
lecciones prácticas que podemos aprender de este tema exigen la atención de
ustedes antes de que lleguemos a una conclusión. Me parece que hay un llamado a
nuestra gratitud. Hemos de estar muy
agradecidos por todo lo que vemos realmente. Quienes no ven ahora –ah, ni
siquiera “por espejo, oscuramente”- no verán nunca cara a cara. Los ojos que
nunca ven a Cristo por fe nunca lo verán con gozo en el cielo. Si nunca te has
visto como un leproso, manchado por el pecado y abochornado y penitente, nunca
te verás redimido del pecado, renovado por la gracia y con un espíritu revestido
de blanco. Si no tienes ningún sentido de la presencia de Dios aquí que te
constriña a adorarle y amarle, no tendrás ninguna visión de Su gloria en el más
allá, que te introduzca perennemente a la plenitud del gozo y del placer. ¡Oh!,
alégrate por la visión que tienes, querido hermano, querida hermana. Es Dios
quien te la ha dado. Tú eres un ciego de nacimiento, y “Desde el principio no se
ha oído decir que alguno abriese los ojos a uno que nació ciego”. Este milagro
ha sido obrado en ti; tú puedes ver, y puedes decir: “Una cosa sé, que habiendo
yo sido ciego, ahora veo”.
Nuestro texto nos enseña
que esta débil visión es muy esperanzadora.
Tú verás mejor poco a poco. ¡Oh, tú no sabes cuán pronto –podría ser un día
o dos a partir de ahora- que estemos en la gloria! Dios pudiera haberlo
ordenado así, que entre nosotros y el cielo no hubiere sino un paso.
Otra lección es la de la
paciencia del uno para con el otro. Los
asuntos de los que hemos hablado han de suavizar la aspereza de nuestros
debates; cuando estamos disputando acerca de puntos de dificultad hemos de
sentir que no debemos enojarnos por su causa, porque, después de todo, hay límites
para nuestra capacidad presente así como también para nuestro conocimiento
actual. Nuestras disputas son a menudo pueriles. Bien podríamos dejar algunas
preguntas en suspenso durante algún tiempo. Dos personas en la oscuridad
difieren en cuanto a un color, y están peleando ruidosamente al respecto. Si
introdujéramos velas y alumbráramos al color, las velas no mostrarían lo que
era; pero si lo miráramos mañana por la mañana, cuando el sol brilla, podríamos
saber de qué color se trataba. ¡Cuántas dificultades en la palabra de Dios son
de esa naturaleza! Todavía no pueden ser discriminadas justamente; hasta que el
día amanezca, no todos los símbolos apocalípticos serán transparentes para
nuestro propio entendimiento. Además, no tenemos tiempo que desperdiciar en
tanto que haya tanto trabajo por hacer. Ya se ha desperdiciado mucho tiempo. La
navegación a vela es peligrosa, los vientos son fuertes, el mar está
encrespado. Hay que estibar el barco, mantener las velas en regla, maniobrarlo
y evitar las arenas movedizas. En cuanto a otros asuntos, tenemos que esperar
hasta llegar al refugio confiable, y ser capaces de hablar con alguno de los
espíritus relucientes que están delante del trono. Cuando algunas de las cosas
que conocemos sean abiertas para nosotros, confesaremos los errores que cometimos,
y nos gozaremos en la luz que recibiremos.
¿Acaso esta feliz
perspectiva no debería excitar nuestra aspiración
y hacernos sentir muy deseosos de estar allá? Es natural que nosotros
queramos conocer, pero no conoceremos como somos conocidos hasta que estemos
presentes con el Señor. Ahora estamos en una escuela; somos párvulos en una
escuela. Pronto iremos a una universidad –a la gran Universidad del Cielo- y
recibiremos nuestro diploma allá. Sin embargo, algunos de nosotros, en lugar de
estar ansiosos de ir, nos estremecemos ante el pensamiento de la muerte, ¡nos
aterra atravesar la puerta de gozo! Hay muchos seres que mueren súbitamente;
otros mueren mientras duermen, y otros han transitado del tiempo a la eternidad
pasando casi desapercibidos frente a quienes los acompañaban junto a sus
lechos. Pueden estar seguros de ésto: no hay dolor por morir; el dolor es por
vivir. Cuando han dejado de vivir aquí, han acabado con el dolor. No culpen a la
muerte por aquello por lo cual no merece ser culpada; la vida subsiste en el
dolor; la muerte es el final del dolor. El hombre que tiene miedo de morir
debería tener miedo de vivir. Has de estar contento en cualquier momento que la
voluntad del Señor así lo ordene. Encomienda tu espíritu a Su guarda. ¿Quién,
con solo que haya visto las vislumbres de Su rostro resplandeciente, no anhelaría
ver Su rostro, que es como el sol que brilla en su potencia? ¡Oh, Señor!,
hágase Tu voluntad. Sólo quiero decir esta única palabra, si se me permite
hacerlo: que te contemplemos pronto, si así pudiera ser. ¿Vemos ahora y
esperamos ver todavía mejor? Entonces bendigamos el nombre del Señor, que nos
ha elegido por Su benignidad y por Su infinita misericordia. Por otro lado,
debe ser causa de grande ansiedad si no hemos creído en Jesús, pues quien no ha
creído en Él, moribundo como está, no verá nunca el rostro de Dios con gozo.
¡Oh, incrédulo!,
preocúpate por tu alma, y búscalo a Él, acude a Él. ¡Oh!, que Dios abriera tus
ojos en esta misma casa de oración. Es una bendición que conozcas en parte.
Tres veces bienaventurado, digo; pues tan ciertamente como conoces en parte
ahora, tú conocerás plenamente en el más allá. Que conocerlo a Él sea tu feliz
porción, ya que ese conocimiento es vida eterna. Que Dios nos conceda eso, por
Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Porción de
Traductor: Allan Román
5/Mayo/2011
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