El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano
Todo Él Codiciable
NO. 1001
SERMÓN PREDICADO LA MAÑANA DEL DOMINGO 23 DE JULIO DE 1871
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES.
“Y todo él
codiciable”. Cantar de los Cantares 5: 16.
Cuando el viejo ministro puritano terminaba de
predicar un mensaje en el que había examinado un
primer punto, y un segundo punto y un tercer punto y tal vez hasta veinticinco
puntos, antes de concluir hacía usualmente un resumen exhaustivo de todo lo que
había hablado. Todo aquel que prestara cuidadosa atención al resumen, podía
captar la esencia del sermón. El oyente puritano consideraba siempre que el
resumen era una de las ayudas más valiosas para la memoria, y por consiguiente,
la recapitulación constituía para él una parte sumamente importante del
discurso.
La esposa nos presenta aquí su resumen en estas
cuatro palabras. Ella había pronunciado un discurso dividido en diez partes
concerniente a su Señor y había descrito en detalle todas Sus diversas bellezas
y, después de haberlo inspeccionado de la cabeza a los pies, resumió todos sus
encomios en esta frase: “Y todo él codiciable”. Si recuerdan estas palabras y
conocen su significado, poseerán la quintaesencia de la porción de la esposa en
el Cantar de los Cantares.
Ahora, así como la esposa resume su testimonio
con estas palabras en este cantar alegórico, así también yo puedo afirmar que
todos los patriarcas, todos los profetas, todos los apóstoles, todos los
confesores, sí, y el cuerpo entero de la iglesia, no nos han dejado ningún
testimonio diferente. Todos ellos hablaron de Cristo y todos ellos lo
encomiaron. Cualquiera que fuera el tipo, o el símbolo, o el oscuro oráculo o
la clara palabra con los que dieron su testimonio, todo ese testimonio equivale
a ésto: “Y todo él codiciable”. Sí, y debo agregar que puesto que el canon de
la inspiración ya está cerrado, el testimonio de todos los santos ha seguido
confirmando, tanto en la tierra como en el cielo, esa declaración hecha en la
antigüedad. El veredicto de cada santo en particular y el del ejército íntegro
de los elegidos, considerados como un cuerpo, sigue siendo éste: “Y todo él
codiciable”. En medio de los suspiros y de los cánticos que se entremezclan en
los lechos de agonía de los santos, oigo esta nota que se alza suprema entre
todas las demás: “Y todo él codiciable”; y en medio de los cánticos limpios de
gemidos que resuenan al ser entonados perpetuamente por lenguas inmortales
delante de la presencia del Altísimo, oigo esta clave nota solitaria: “Y todo
él codiciable”. Si la iglesia entera deseara decir con el apóstol: “Ahora bien,
el punto principal de lo que venimos diciendo es…”, no necesitaría esperar para
oír un resumen conciso y exhaustivo, pues ya está expuesto delante de ella con
esta frase de oro: “Y todo él codiciable”.
Al considerar mi texto bajo esa luz, sentí mucha
humillación de espíritu y dudé sobre si predicar acerca de él, pues dije en mi
corazón: “Es muy excelso y no podré lograrlo”. Estos textos profundos nos muestran
la cortedad de nuestra plomada; estos versículos oceánicos son tan grandemente
vastos que nuestros pequeños botes tienden a ser arrastrados lejos de donde
podemos divisar alguna tierra y nuestros tímidos espíritus tiemblan si han de
desplegar su vela. Luego yo mismo me consolé pensando que aunque no podía
comprender este texto en cierta medida, ni podía pesar sus montes en las
balanzas ni sus colinas en una báscula, con todo, me pertenecía por el don de
la gracia divina, y por tanto, no debía tener miedo de adentrarme en su
meditación. Si no puedo abarcar el océano con mi palma, sí puedo bañarme con
dulce contento en él; si no puedo describir al Rey en Su hermosura, con todo,
puedo contemplarlo, puesto que el viejo proverbio reza: “Un mendigo puede mirar
a un príncipe”. Aunque no pretendo predicar sobre una palabra tan celestial como
la que tenemos ante nosotros al nivel de poder exponer delante de todos ustedes
toda su médula y su grosura, al menos espero recoger algunas cuantas migajas
que caigan de su mesa. Los pobres se alegran con las migajas, y las migajas
provenientes de este festín son mejores que los panes encontrados en las mesas
del mundo. Es mejor tener una vislumbre de Jesús que contemplar toda la gloria
de la tierra todos los días de nuestra vida. Aunque fracasáramos hablando de
este tema, nos iría mucho mejor que si tuviéramos éxito con cualquier otro tema,
así que debemos cobrar ánimo y buscar la ayuda divina para acercarnos a este
portentoso texto, habiéndonos quitado nuestro calzado de nuestros pies igual
que Moisés lo hizo cuando vio la zarza que ardía con Dios.
Este versículo ha sido traducido de otra manera:
“Él es todos los deseos”; y en verdad, Jesús lo es. Él fue el deseo de los
antiguos, y Él es todavía el deseo de todas las naciones. Para Su propio pueblo
Él es su todo en todo; ellos están completos en Él y son llenados con Su
plenitud.
“Todo lo que
nuestros ávidos poderes pudieran desear,
Lo
encontramos ricamente en Él”.
Él es el deleite de Sus siervos y llena sus
expectativas en grado sumo. Pero no disputaremos acerca de traducciones, pues,
después de todo, con un texto así, tan lleno de indecible dulzura espiritual,
cada individuo debe ser su propio traductor y el poder del mensaje debe abrirse
paso hasta su propia alma. Un texto como éste es muy semejante al maná que caía
en el desierto, del cual dicen los rabíes que sabía según el gusto de cada
quien. Si el sabor en la boca de un hombre era dulzura pura, el alimento
angélico que caía alrededor del campamento era tan grato como cualquier exquisitez
que hubiere concebido. Sin importar lo que fuera el hombre, el maná se adaptaba
a lo que era.
Así será este texto. Para ti, que tienes ideas
rastreras de Cristo, las palabras sólo resbalarán por tus oídos y carecerán de
sentido; pero si tu espíritu se viere embelesado con el amor precioso de Jesús,
habrá cánticos de ángeles, y algo más que eso, pues oirás la voz del propio
Espíritu de Dios dirigiéndose a tu alma en esta breve frase: “Y todo él
codiciable”.
Yo soy un tallador esta mañana, y busco cómo
poder cincelar de alguna manera esta línea celestial. ¿He de buscar para mí marfil
o plata? ¿He de pedir prestado cristal u oro? Esas cosas son demasiado comunes
para portar esta exclusiva inscripción; por tanto, desecho todo eso. ¿He de
construir mi texto utilizando joyas, poniendo una esmeralda, un zafiro, un
diamante o una perla en el lugar donde va cada letra? No, esas son unas pobres
cosas perecederas: las descartamos. Yo necesito que un espíritu inmortal me sirva
de bloc de notas para mi escritura; es más, tengo que descartar mi cincel y
pedirle al Espíritu de Dios que se haga cargo; necesito un corazón preparado
por el Espíritu Santo, en cuyas tablas de carne esté escrita esta mañana
únicamente esta frase, que ha de bastar como un legítimo y regio lema para
adornarlo apropiadamente: “Y todo él codiciable”. Espíritu de Dios, encuentra
al corazón preparado y escribe con Tu mano sagrada y con caracteres eternos, el
amor de Cristo y todas Sus perfecciones inimitables.
Al tratar con nuestro texto esta mañana, debemos
notar tres puntos de carácter, y luego debemos mostrar tres usos que pudiéramos
darle provechosamente.
I. Vamos a considerar TRES PUNTOS DE CARÁCTER que
son muy notorios en estas palabras, y el primero que se sugiere naturalmente es
éste: las palabras son pronunciadas evidentemente por alguien que está bajo la
influencia de una emoción sobrecogedora. Las
palabras son un velo para el corazón más bien que un cristal a través del cual
vemos sus emociones. La frase se esfuerza por expresar lo inexpresable; jadea
para expresar lo indecible. La persona que escribe estas palabras siente
evidentemente muchísimo más de lo que cualquier lenguaje pudiera transmitirnos.
La esposa comienza más o menos calmadamente en su descripción: “Mi amado es
blanco y rubio”. Procede según el orden debido comenzando por la cabeza y
prosiguiendo con las diversas partes de la persona del Amado; pero se enardece,
resplandece, se enciende, y al final el calor que había sido reprimido por un
momento es como un fuego dentro de sus huesos que estalla en palabras llameantes.
Aquí tenemos un carbón encendido tomado del altar de su corazón: “Y todo él
codiciable”. Es la expresión de un alma que está completamente sobrecogida por
la admiración y que, por tanto, siente que al intentar describir al Bienamado
asume una tarea que está más allá de su poder. Sumida en un asombro adorador, la
mente agraciada desiste de hacer una descripción y prefiere clamar en un rapto:
“Y todo él codiciable”.
Siempre les ha sucedido así a los verdaderos
santos: han sentido que el amor de Jesús es avasallador y embriagante. No
siempre los creyentes tienen calma y son serenos en sus pensamientos
relacionados con su Señor. Hay momentos cuando entran en un estado de trance,
cuando sus corazones arden en su interior y están sumidos en éxtasis, y
entonces se remontan con alas como de águilas y sus almas se vuelven como los
carros de Aminadab y sienten lo que no podrían expresar y experimentan lo que
no podrían relatar aunque lenguas de hombres y de ángeles estuvieran
perfectamente sujetas a su mandato. Los creyentes favorecidos están
completamente arrobados con la visión que tienen de su Señor que es todo
belleza. Ha de temerse que tales raptos no son frecuentes para todos los
cristianos, aunque yo debería cuestionar gravemente la condición de la santidad
de alguien que nunca haya experimentado ningún grado de un éxtasis santo; pero
hay algunos santos para quienes no ha sido de ninguna manera algo inusual
experimentar un estado de sobrecogedora adoración de su Señor. La comunión con
Jesús no sólo ha provocado de vez en cuando un trance en ellos, sino que ha
perfumado con santidad toda su vida; y si no ha ocasionado que sus rostros
brillen literalmente como el rostro de Moisés, ha hecho que reluzca en sus
rostros la gloria espiritual y los ha elevado por sobre sus semejantes
cristianos para ser líderes del ejército de Dios, motivo por el cual los demás han
admirado y se han asombrado.
Tal vez hablo con algunos hijos de Dios que
saben muy poco de lo que quiero decir cuando menciono las sobrecogedoras
emociones creadas por una visión de nuestro Señor; no han visto al Señor como
para haber sentido que sus almas se derretían en su interior mientras hablaba
con ellos el Amado; a esas personas les hablaré con doliente simpatía pues soy,
¡ay!, muy semejante a ellos, pero musitaré esta oración todo el tiempo, “Señor,
revélate a nosotros, para que también nosotros nos veamos impelidos a decir: ‘Y
todo él codiciable’. Muéstranos Tus manos y Tu costado hasta que lleguemos a
exclamar con Tomás: ‘¡Señor mío, y Dios mío!’”
Hermanos míos, ¿les habré de explicar por qué muchos
de ustedes rara vez disfrutan de la suprema bienaventuranza de la presencia de
Jesús? La causa podría radicar parcialmente en algo que es, ¡ay!, demasiado
común entre los cristianos: un grande
grado de ignorancia de la persona del Señor Jesús. Toda alma que mira a
Jesús por fe es salvada por ello. Aunque yo mirara a Cristo con un ojo borroso que
siempre estuviera muy débil y nublado de lágrimas, pero si sólo lograra una
vislumbre a través de nubes y de nieblas, con todo, esa visión me salvaría. Pero,
¿quién se quedaría contento con un destello de Su gloria tan pobre como ese?
¿Quién desearía ver sólo “por espejo, oscuramente”? No, mis ojos tienen que ser
limpiados hasta tornarse como palomas junto a los arroyos de las aguas, para
que pueda ver a mi Señor como es visto por sus amigos íntimos y pueda cantar
acerca de esas bellezas que son la luz y la corona del mismo cielo. Basta con
que toques el borde del manto de Jesús, y serás salvo; pero, ¿habría de
satisfacerte siempre eso? ¿No desearías ir más allá del borde y más allá del
manto, y llegar a su corazón, y establecer tu residencia ahí para siempre?
¿Quién desearía ser por siempre un bebé en la gracia, con una conciencia
soñadora y medio despierta y crepuscular en cuanto al Redentor?
Hermanos, sean diligentes en la escuela de la
cruz pues ahí hay sabiduría perdurable. Estudien mucho a su Salvador. La
ciencia de Cristo crucificado es la más excelente de las ciencias, y conocerlo
a Él y el poder de Su resurrección, es conocer aquello que más vale la pena
conocer. La ignorancia acerca de Jesús priva a muchos santos de esos divinos
arrobamientos que transportan a otras personas fuera de sí; por tanto, debemos
estar entre esos hijos de Sion que son enseñados por el Señor.
Junto a todo eso encontrarán que la falta de meditación es un serio
ladrón de la riqueza de los corazones renovados. Creer en algo es, por decirlo
así, ver el refrescante cristal refulgiendo en la copa; pero meditar al
respecto es beber de ella. La lectura recoge los racimos y la contemplación
exprime su generoso jugo. De todas las cosas, la meditación es la que más
alimenta al alma cuando se combina con la oración.
En este capítulo, la esposa había meditado mucho
pues de otra manera no hubiera sido capaz de hablar en detalle en relación a su
Señor. ¡Oh, corazones santos, imiten su ejemplo! Piensen, hermanos míos, en
nuestro Señor Jesús: Él es Dios, el Eterno, el Infinito, el siempre bendito;
con todo, Él se hizo hombre por nosotros, hombre de la sustancia de Su madre,
como nosotros. Mediten acerca de Su carácter sin mancha; repasen los
sufrimientos que soportó en el Calvario; síganle al sepulcro y del sepulcro a
la resurrección, y de la resurrección asciendan por la vía estrellada hasta Su
trono triunfante. Sus almas deben meditar sobre cada uno de Sus oficios, como
profeta, sacerdote y rey; consideren cada uno de los elementos de Su carácter y
cada título escritural; hagan una pausa y consideren cada faceta Suya, y cuando
hubieren hecho eso, vuelvan a hacer lo mismo una y otra vez. Es bueno rumiar el
alimento por medio de la meditación, pues entonces llegará a sus almas la
dulzura y la grosura de la verdad divina, y ustedes estallarán con tales
expresiones de arrobamiento como la del texto: “Y todo él codiciable”. En su
mayoría ustedes están demasiado ocupados, tienen demasiadas cosas que hacer en
el mundo; pero, ¿de qué se trata todo eso? Rascan juntos el polvo y se cubren
ustedes mismos con una gruesa arcilla. ¡Oh, que estuvieran ocupados yendo en
pos de las verdaderas riquezas, y que se pudieran apartar un rato para
enriquecerse en la soledad, y para vigorizar sus corazones alimentándose de la
persona y de la obra de su siempre bendito Señor! Se pierden de un cielo aquí
abajo por perseguir ávidamente la tierra. Si arrinconan a la meditación no
podrían conocer esos gozosos arrobamientos.
Otra razón por la que se discierne poco la
belleza del Señor es por el bajo nivel de
vida espiritual de muchos cristianos. Muchos creyentes están simplemente
vivos y nada más. ¿No conoces algunas de esas almas que están medio muertas de
hambre? ¡Espero que tú mismo no seas una de ellas! Los ojos de esas almas no se
deleitan con las bellezas de Cristo, están ciegas parcialmente, y no pueden ver
de lejos; no caminan con Jesús en el huerto de los granados y están demasiado
débiles para levantarse del lecho de la debilidad; no pueden alimentarse de
Cristo, su apetito ha desaparecido, lo cual es ya un signo seguro de un
terrible deterioro. Para ellas no existen los escalamientos a la cumbre de
Amana, ni los saltos de gozo en el templo, ni las danzas delante del arca con
David; no, ser llevadas a los pies de Jesús en una ambulancia como un pobre enfermo
cargado por cuatro, es todo lo que hasta ahora han recibido. Muchas personas
desconocen todas estas cosas, es decir, ser fuertes en el Señor y en el poder
de Su fortaleza y tener alas de águilas con las que remontarse por encima de
las nubes de la tierra.
Pero amados, hay espíritus nobles mejor
enseñados que conocen algo de la vida del cielo incluso mientras están aquí
abajo. Que el Señor nos fortalezca con Su gracia en nuestro hombre interior, y entonces
daremos sorbos más profundos de los vinos purificados, y luego también, estando
abiertos nuestros ojos, veremos a Jesús más claramente y daremos un testimonio
más pleno de que Él es “el más hermoso de los hijos de los hombres”.
Me temo que las
visitas de Cristo a nuestras almas han sido desestimadas, y la pérdida de esas
visitas no ha provocado en nosotros la correspondiente tristeza. No nos
deleitamos lo suficiente en la belleza del Esposo cuando efectivamente nos
visitó; cuando nuestros corazones fueron alzados de alguna manera con Su amor,
nos volvimos fríos y displicentes, y entonces Él retiró Su presencia
consciente; pero, ¡ay!, no nos afligimos sino que perversamente procuramos
vivir sin Él. Procurar vivir sin su Salvador es una desventurada obra para
cualquier creyente.
Tal vez, amados hermanos, algunos de ustedes lo
han intentado hasta casi tener éxito al final. Solían lamentarse como palomas
si no recibían la palabra de su Señor en la mañana, y sin la señal de amor
antes de retirarse a descansar se revolcaban de un lado a otro de su lecho; pero
ahora son carnales y mundanos y descuidados y están muy contentos de que así
sea. Jesús oculta Su rostro, el sol se pone y, sin embargo, no es de noche para
ustedes. ¡Oh, que le agradara a Dios despertarlos de su letargo y conducirlos a
lamentar su triste estado! Incluso si fuera necesaria una aflicción para
traerlos de regreso de su rebeldía, sería un bajo precio que pagar. ¡Despierta,
oh viento del norte, con toda tu cortante fuerza, si tu aliento desolado
pudiera sacudir al corazón aletargado! Que el Señor nos conceda gracia para
amar de tal manera a Cristo que si no tuviéramos nuestra dosis de Él, estemos
dispuestos a morir de hambre y de sed de Él. Que nunca seamos capaces de
encontrar un lugar para construir nuestro nido mientras nuestras alas se aparten
del árbol de la vida. Como la paloma de Noé, hemos de preferir caer al agua y
ahogarnos antes que encontrar descanso para la planta de nuestro pie fuera del
arca, Cristo Jesús, nuestro Salvador.
Amados, si ninguna de estas sugerencias diera en
el blanco, y si no revelara la causa de por qué se sabe tan poco del extático
amor a Cristo, permítanme sugerirles otra. Con mucha frecuencia los corazones de los profesantes son vanos y
frívolos; están totalmente ocupados con sus negocios durante la semana. Ésto
pudiera intentar ser una excusa; pero cuando tienen pequeños espacios e
intervalos, son llenados con pura vanidad. Ahora, si el alma ha llegado a
considerar las puras nimiedades de este mundo como lo único importante, ¿acaso es
una sorpresa que sea incapaz de percibir la suma preciosidad de Cristo Jesús?
¿A quién le preocuparía el grano cuando aprecia demasiado el tamo? Y con ésto
sucederá a menudo que la mente del profesante se vuelve orgullosa al igual que
vana; no recuerda su natural pobreza y su insignificancia y, consecuentemente,
no valora las riquezas de Cristo Jesús. Ha llegado a considerarse como un
cristiano experimentado y establecido; se imagina que no es como uno de esos
principiantes insensatos que son tan volátiles y tan fácilmente descarriables;
él ha adquirido la sabiduría de años y la estabilidad de la experiencia.
Oh, alma, si te engrandecieras, Cristo sería pequeño;
no podrías verle nunca sobre el trono mientras tú misma no hayas estado en el
muladar. Si tú fueras algo, en esa misma proporción Cristo sería menos, pues si
Él fuera todo en todo, entonces no habría espacio para ninguna otra cosa; y si
tú fueras algo, habrías robado esa cantidad proporcional de la gloria de tu
Señor Jesús. Permanece abatida en el polvo, pues es el lugar que te
corresponde.
“Entre más
impactan Tus glorias mi ojos,
Más humilde
yaceré”.
Entre más humilde sea en mi interior, más capaz
seré de ver las encantadoras bellezas de Cristo. Sólo permítanme decirles otras
dos o tres palabras más.
1. Yo creo que los santos más felices son aquellos
que están más sobrecogidos por un sentido de la grandeza, de la bondad y de la
preciosidad de Cristo. Yo creo que los santos más útiles, también, son los que
están en la iglesia cristiana como una torre fuerte. Yo oro pidiendo que
ustedes y yo, caminando con Dios por fe, tengamos con frecuencia nuestros días
festivos, nuestras épocas notables cuando Él nos bese especialmente con los
besos de Su amor, y demos sorbos más grandes de Su amor que es mejor que el
vino. ¡Oh!, ser transportados de inmediato con la manifestación divina del ‘señalado
entre diez mil’, de tal manera que nuestras almas clamen arrobadas: “Y todo él
codiciable”. Esta es una característica del texto que es transferible a
nosotros.
2. Una segunda característica que es muy manifiesta
sobre la superficie del versículo, es ésta: aquí encontramos un afecto indiviso. “Todo él
codiciable”. Noten que estas palabras contienen un mundo de significado, pero
primordialmente nos dicen ésto: que para el verdadero santo, Jesús es único en
el mundo. “Todo él codiciable”; entonces no hay hermosura en ninguna otra
parte. Es como si la esposa sintiera que Cristo ha acaparado toda la hermosura
y todo lo que es digno de amor en el universo entero. ¿Quién entre nosotros
diría que se equivoca? ¿Acaso no es Jesús digno de toda la admiración y del
amor de todos los seres inteligentes? Pero, ¿acaso no podremos amar a nuestros
amigos y parientes? Sí, pero en Él, y en subordinación a Él; entonces, y sólo
entonces, es seguro amarlos a ellos. ¿Acaso no dijo nuestro propio Señor: “El
que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí”? Sí, y en otro lugar
lo expresó todavía más contundentemente, pues dijo: “Si alguno viene a mí, y no
aborrece a su padre, y madre” –o si no los ama en absoluto en comparación
conmigo- “y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia
vida, no puede ser mi discípulo”. Si todo eso no es puesto en una escala
inferior en relación a donde está colocado Jesús, no podemos ser Sus discípulos.
Cristo debe ser monarca en nuestro pecho; nuestros seres queridos pueden
sentarse junto a Su escabel, y podemos amarlos por causa Suya, pero sólo Él
debe llenar el trono de nuestros corazones. Yo podría ver excelencias en mis
hermanos cristianos, pero no debo olvidar que no habría ninguna excelencia en
ellos si no derivaran de Él; no debo olvidar que la belleza de ellos es sólo
una parte de Su belleza, pues Él la obró en ellos por Su propio Espíritu. Debo
reconocer que Jesús es el monopolizador de toda la belleza, el acaparador de
todo lo que es admirable en el universo entero; y por tanto, debo darle todo mi
amor, pues es “todo él codiciable”.
Además, nuestro texto significa que en Jesús
debe encontrarse la hermosura de todo tipo. Si hubiere cualquier cosa digna del
amor de un espíritu inmortal, debe ser vista en abundancia en el Señor Jesús. Todo
lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo
amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de
alabanza, todo puede encontrarse sin medida en Cristo Jesús. Así como todos los
ríos se juntan en el mar, así todas las bellezas se unen en el Redentor. Si
toman el carácter de cualquier hombre agraciado encontrarán alguna medida de
hermosura, pero tiene sus límites y sus mezclas. Pedro posee muchas virtudes,
pero cuenta con muchas fallas. Juan también, sobresale, pero en ciertos puntos
es deficiente; pero nuestro Señor trasciende a todos Sus santos en ésto, pues
todas las virtudes humanas y todas las divinas están armoniosamente combinadas
en Él. Él no es esta flor o aquella, sino que es el Paraíso de la perfección.
Él no es una estrella aquí o una constelación ahí, sino que es el cielo entero
de estrellas, es más, Él es el cielo de los cielos; Él es todo lo que es
hermoso y amable condensado en uno.
Además, cuando el texto dice que Jesús es “todo
él codiciable”, declara que es hermoso desde todos Sus ángulos. Sucede
generalmente que para el más noble edificio hay una infortunada perspectiva
desde la cual la arquitectura pareciera mostrar una desventaja; la pieza más
selecta de artesanía pudiera no estar igualmente completa en todas direcciones;
el mejor carácter humano es deformado por un defecto, si no lo fuera por más de
uno; pero en relación a nuestro Señor todo es hermoso, considerándolo de la
manera que quieran. Lo pueden contemplar desde cualquier punto y sólo
encontrarán una nueva confirmación del enunciado de que “todo Él es
codiciable”. Como Dios eterno antes que el mundo fuera hecho, los ángeles lo amaban
y lo adoraban; como el bebé en Belén o como el hombre en Betania; caminando
sobre el mar o clavado en la cruz; en Su sepulcro, muerto y enterrado, o
triunfante sobre Su trono; ascendiendo como un precursor, o descendiendo una
segunda vez para juzgar al mundo en justicia; en Su vergüenza, despreciado y
escupido, o en Su gloria, adorado y amado; con las espinas alrededor de Su
frente y los clavos perforando Sus manos, o con las llaves de la muerte y del
infierno colgadas y meciéndose de Su cinturón; véanlo como quieran, y donde
quieran, y cuando quieran, “todo él codiciable”. Bajo todos los aspectos, y en
todos los oficios y relaciones, en todo tiempo y en toda época, bajo todas las
circunstancias y condiciones, en cualquier parte, en todo lugar, “Todo él es
codiciable”.
Él no es repugnante en lo absoluto; el encomio
elimina esa idea; si Él es “todo codiciable”, ¿dónde podrías encontrar espacio
para la deformidad? Cuando Apeles pintó a Alejandro, colocó el dedo del monarca
sobre una desagradable cicatriz que quedaba a la vista; pero no hay cicatrices
que ocultar cuando retratas el rostro de Emanuel. Nosotros decimos acerca de
nuestro país -¿y quién de nosotros no lo diría?- “A pesar de todos sus defectos
lo amamos”; pero nosotros amamos a Jesús, y no descubrimos ninguna presión que
obligue a nuestro corazón, pues no tiene ninguna traza de ningún defecto. No
hay ninguna necesidad de disculpas por Jesús; no se requieren excusas para Él.
Pero, ¿qué es eso que veo sobre Su hombro? Es una áspera y dura cruz, y si le
sigo debo cargar esa cruz por Él. ¿Es desagradable esa cruz? ¡Oh, no!, Él es
todo codiciable, incluyendo la cruz y todo. Sin importar lo que implique ser un
cristiano, nosotros tenemos por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los
tesoros de los egipcios. El mundo puede honrar a un Cristo a medias, pero no
reconocería a un Cristo íntegro. El ‘sociniano’ de ojos de murciélago dice: “Yo
admiro al hombre Cristo, pero no voy a adorar a Jesús el Dios”. Para él la
palabra eterna no es sino hermosa a medias, si es que es hermosa del todo. Algunos
aceptarán a Cristo el modelo, pero no querrán aceptarlo como el sacrificio
vicario por el pecado, como el sustituto por los pecadores. Muchos aceptarán a
Cristo en zapatillas de plata –la religión de mi señor el arzobispo- pero no
querrían prestar atención al Evangelio proclamado por un pobre metodista
agraciado, ni consideran que valga la pena unirse a la muchedumbre de iletrados
cuyos devotos cánticos se alzan de la plaza del pueblo. ¡Ay, cuánto vemos de
las cruces de oro y marfil, pero cuán poco aman los hombres en verdad la
humilde cruz de Jesús!
Hermanos, nosotros pensamos que Jesús es “todo
él codiciable” incluso en la pobreza, o cuando cuelga desnudo en la cruz,
abandonado y condenado. Vemos una indecible belleza en Jesús en el sepulcro,
muy bello con la palidez de la muerte. Jesús herido en Su calcañar por la
serpiente antigua es, no obstante, apuesto. Su amor por nosotros lo hace por
siempre “blanco y rubio” a nuestros ojos. Nosotros le adoramos en cualquier
parte y en todas partes y en cualquier lugar, pues sabemos que este mismo
Cristo cuyo calcañar fue herido, herirá a la serpiente en la cabeza, y Aquel
que estuvo desnudo por causa nuestra, ahora está revestido de gloria. Nosotros
sabemos que quien fue despreciado y desechado es también Rey de reyes y Señor
de señores, el “Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de
paz”. “Y todo él codiciable”. No hay defectos en Él.
El texto quiere que sepamos que Jesús es codiciable
en el más sumo grado; no dice: codiciable positivamente, pero que falla luego
comparativamente, sino codiciable superlativamente, en el sentido más excelso
posible. Pero dejo ésto para que sus corazones reflexionen al respecto. Voy a
concluir este punto diciendo que cada hijo de Dios reconoce que Cristo Jesús es
completamente codiciable para toda su persona. Él es codiciable para mi juicio;
pero muchas cosas lo son, y sin embargo no son codiciables para mis afectos; sé
que son correctas, y sin embargo, no son agradables; pero Jesús es tan
codiciable para mi corazón como para mi cabeza, es tan amado como es bueno. Él
es codiciable para mis esperanzas; ¿acaso no están todas en Él? ¿Acaso no es
ésta mi expectativa: verle tal como es? Pero Él es codiciable también para mi
memoria: ¿no me sacó de la red? Codiciable para todos mis poderes y todas mis
pasiones, mis facultades y sentimientos. Tal como lo expresó David: “Mi corazón
y mi carne cantan al Dios vivo”, es decir, el hombre integral va en pos de la
totalidad del Salvador; el Salvador íntegro es dulce e inexpresablemente
precioso para el ser entero del hombre. Que así sea con ustedes y conmigo.
Pero, ¿acaso es así? ¿No entronizan ídolos en sus corazones? Hombres de Dios,
¿no necesitan tomar el flagelo de cuerdas cortas para limpiar de impurezas el
templo de sus almas esta mañana? ¿Acaso no hay compradores y vendedores donde
sólo debería estar Cristo? Oh, anhelamos amarlo enteramente, y amarlo a Él
únicamente, de tal manera que no tengamos ojos para ninguna otra belleza, ni ningún
corazón para otros seres codiciables puesto que Él llena nuestras almas y para
nosotros es “todo él codiciable”.
3. La tercera característica del texto es aquella a
la cual quisiera llamar mayormente su atención, y se trata de la devoción ardiente. Llamo al texto: ‘un
carbón encendido tomado del altar’, y seguramente lo es. Sería una misericordia
indecible si cayera en nuestros corazones y los hiciera arder. La devoción
ardiente despide llamas en esta frase. Es el lenguaje de alguien que siente que
ninguna emoción podría ser demasiado profunda cuando Jesús mueve el corazón.
¿Acaso te reprende alguien y te dice que piensas demasiado en tu religión? No
puede ser; eso no puede ser. Si el celo de la casa de Dios nos consumiera hasta
no llegar a tener ninguna existencia excepto para la gloria del Señor, no
habríamos ido demasiado lejos. Si hubiera un correspondiente conocimiento para
balancearlo, no podría haber demasiado celo por Dios. La expresión proviene de
alguien cuyo corazón es como un horno, del cual el amor es el fuego. “Todo él
codiciable”, es la exclamación de alguien que siente que ningún lenguaje es
demasiado fuerte para encomiar al Señor. La esposa rebuscó en toda la lengua
hebrea tratando de encontrar una expresión intensa, y nuestros traductores
saquearon la lengua inglesa en busca de alguna palabra precisa, y lo han
expresado de una manera muy intensa: “Todo él codiciable”. No hay temor de
alguna exageración cuando se habla de Cristo; las hipérboles son sólo sobrias
verdades cuando describimos Sus excelencias.
Hemos oído hablar de un retratista que debía su
popularidad al hecho de que nunca pintaba fielmente, sino que siempre daba un
toque halagador o hasta dos; aquí tenemos a alguien que desafiaría su arte,
pues es imposible lisonjear a Jesús. Manos a la obra, ustedes, hombres de
elocuencia, no escatimen ningún color pues nunca podrían retratarlo demasiado arriesgadamente.
Traigan sus arpas, ustedes, serafines; canten en voz alta, ustedes que han sido
lavados con sangre; todas sus alabanzas se quedan cortas de la gloria que le es
debida.
Éste es el lenguaje de alguien que siente que
ningún servicio sería demasiado grande cuando se le presta al Señor. Yo
desearía que sintiéramos lo mismo que sentían los apóstoles y mártires y los
santos de tiempos antiguos: que Jesucristo ha de ser servido al nivel más
excelso y más intenso. Nosotros hacemos poco, demasiado poco: ¿qué pasaría si
dijera que no hacemos prácticamente nada por nuestro amado Señor y Maestro en
nuestros días? El amor de Cristo no nos constriñe como debería hacerlo. Pero
los hombres de antaño soportaron pobreza y enfrentaron reproche, marcharon agotadoras
leguas, atravesaron tempestuosos mares, enfrentaron peligros de ladrones y de
hombres crueles, todo ello para plantar la cruz en tierras en las que Jesús no
era conocido todavía; los cristianos de los primeros tiempos realizaban arduos trabajos
que eran para ellos como asuntos diarios de rutina pero que hoy en día no
podrían esperarse de los hombres. ¿Acaso es Cristo menos codiciable, o es Su
iglesia menos leal? Quiera Dios que la iglesia lo estime al nivel debido, pues
entonces retornaría a su anterior modelo de servicio.
Hermanos, necesitamos sentir, y vamos a sentir -si
este texto se grabara profundamente en nuestros corazones- que ningún don es
demasiado grande para Cristo, aunque le diéramos todo lo que tenemos, y le
consagráramos todo nuestro tiempo y nuestra habilidad y le sacrificáramos
nuestras propias vidas. Ningún sufrimiento es demasiado grande para ser
soportado por causa del Crucificado, y es un grande gozo ser reprochado por
causa de Cristo. “Y todo él codiciable”.
Entonces, alma mía, te exhorto a que no
consideres difícil ninguna cosa a la que te llame, ni consideres dolorosa
ninguna cosa que Él te pida que soportes. Así como el caballero de antaño se
alistaba en las Cruzadas, y llevaba la cruz roja sobre su brazo y no temía
encontrar la muerte a manos de los infieles con tal de que pudiera ser
considerado un soldado del Señor, así también nosotros enfrentaríamos a todos
los enemigos por causa de Jesús. Necesitamos -sólo que refinado y purificado y
liberado de impurezas terrenales- necesitamos el espíritu de caballería una vez
más en la iglesia de Dios. Yo predicaría una nueva cruzada gustosamente: si yo
tuviese la lengua de alguien semejante al eremita de tiempos antiguos para
mover a toda la cristiandad, yo diría: “Este día Cristo, el todo codiciable, es
deshonrado: ¿pueden soportar eso? Este día los ídolos están donde debería estar
Él, siendo adorados por los hombres. Amantes de Jesús ¿pueden tolerar eso? Este
día ‘el monstruo devastador’ deambula a lo largo de las calles en su ruta
sangrienta, este día el Cristo de Dios es desconocido todavía para millones, y
la sangre preciosa no limpia a las naciones, ¿cuánto tiempo permitirán que siga
sucediendo eso? Nosotros, en Inglaterra, con diez mil corazones y con igual
número de lenguas dotadas de elocuencia y con bolsas cargadas de oro, ¿habríamos
de rechazar nuestros dones, y habríamos de retener nuestro testimonio y permitir
que el Señor sea deshonrado? La iglesia no está haciendo casi nada por su gran
Señor; es deficiente tanto en el cumplimiento de su deber como en satisfacer la
perentoria necesidad de un mundo que perece.
¡Oh, anhelamos un destello del fuego celestial!
¡Oh!, ¿cuándo habrá de visitarnos de nuevo la energía del Espíritu? ¿Cuándo
depondrán los hombres su egoísmo y cuándo buscarán únicamente a Cristo? ¿Cuándo
abandonarán sus refriegas acerca de nimiedades para hacer causa común en torno
a Su cruz? ¿Cuándo pondremos fin a nuestra propia glorificación y comenzaremos
a darle la gloria a Él, incluso hasta el fin del mundo? Que Dios nos ayude en
este asunto, y que encienda en nuestros corazones el viejo fuego consumidor que
inflama los corazones y que debe hacer que los hombres vean que Jesús es todo
en todo para nosotros.
II. De esta manera les he mostrado las
características del texto, y ahora deseo USARLO DE TRES MANERAS PARA PROPÓSITOS
PRÁCTICOS. Como el tiempo vuela, debemos usarlo brevemente.
Cristianos, la primera palabra es para ustedes.
Aquí tenemos una instrucción muy dulce. El
Señor Jesús es “todo él codiciable”. Entonces si yo quiero ser codiciable, he
de ser como Él, y el modelo para mí, como cristiano, es Cristo. ¿Han notado
cuán mal escriben los muchachos al fondo de las páginas en sus cuadernos de
escritura? La muestra está en la parte superior; y al escribir la primera línea,
los muchachos están atentos a ella; para la segunda línea, copian su propia
imitación; para la tercera línea, copian su imitación de su imitación, y así la
escritura se torna peor y peor conforme desciende en la página.
Ahora, los apóstoles siguieron a Cristo; los
primeros padres imitaron a los apóstoles; los siguientes padres copiaron a los
primeros padres, y así, la norma de santidad decayó terriblemente, y ahora
somos demasiado propensos a seguir a las heces y los sedimentos del
cristianismo, y pensamos que si somos casi tan buenos como nuestros pobres
ministros o líderes imperfectos de la iglesia, que lo haremos bien y
mereceremos la alabanza.
Pero ahora, hermanos míos, cubran las meras
copias e imitaciones, y vivan viendo la primera línea. Copien a Jesús: “Él es
todo codiciable”; y si pueden escribir según el modelo de la primera línea,
escribirán siguiendo el modelo más veraz y el mejor del mundo. Necesitamos
tener el celo de Cristo, pero hemos de balancearlo con Su prudencia y
discreción; hemos de buscar tener el amor de Cristo por Dios, y hemos de sentir
Su amor por los hombres, Su perdón de la injuria, su gentileza de expresión, Su
incorruptible veracidad, Su mansedumbre y humildad, Su completa abnegación y Su
entera consagración a los asuntos de Su Padre.
Oh, que
poseyéramos todo ésto, pues pueden estar seguros de que, sin importar cuál otro
modelo seleccionáramos, habríamos cometido un error; no estaríamos siguiendo el
verdadero modelo clásico del artista cristiano. Nuestro modelo maestro es “Todo
él codiciable”. ¡Cuán dulce es pensar en nuestro Señor en Su doble aspecto como
nuestro modelo y como nuestro Salvador! La fuente que estaba en el templo era de
bronce. En ella los sacerdotes lavaban sus pies siempre que ofrecían
sacrificios. De igual manera Cristo nos purifica del pecado. Pero la tradición
sostiene que esta fuente estaba hecha de un bronce muy reluciente y que
funcionaba como un espejo, de tal manera que con la frecuencia que los
sacerdotes se acercaban a ella podían ver continuamente sus propias manchas. Oh,
cuando vengo a mi Señor Jesús, no sólo me deshago de mis pecados en cuanto a su
culpa, sino que veo mis manchas a la luz de Su carácter perfecto, y entonces
soy humillado y enseñado a seguir en pos de la santidad.
El segundo uso que le daremos al versículo es
éste: aquí tenemos una muy delicada
censura para algunos de ustedes. Aunque sea muy delicada, les imploro que
dejen que penetre profundamente en sus corazones. Ustedes no ven la humildad de
Cristo, aunque “Todo Él es codiciable”. Ahora, yo no voy a decir ninguna
palabra dura pero voy a decirles cuán aflictivamente ustedes son criaturas dignas
de lástima.
Yo oigo una música encantadora que pareciera ser
más algo proveniente del cielo que de la tierra; es uno de los oratorios semiinspirados
de Händel. Por allá se sienta un hombre que dice: “No oigo nada que sea digno
de encomio”. Él no tiene el poder de percibir la inherente dulzura, las
deliciosas armonías de sonidos. ¿Acaso lo culpan? No, pero ustedes que tienen
un oído para la música, dicen: “¡Cómo lo compadezco; se pierde de la mitad del
gozo de la vida!”
Además, aquí tenemos un glorioso paisaje con
colinas y valles, y ríos que fluyen, y lagos extensos y prados ondulantes.
Traigo al mirador a un amigo, a quien quiero complacer, y le pregunto: “¿acaso no
es una escena encantadora?” Volteando a verme, me responde: “No veo nada”.
Percibo que no puede disfrutar de aquello que es tan deleitable para mí; tiene
un poco de vista, pero únicamente ve lo que está muy cerca, y está ciego para
todo lo que está más allá. Ahora, ¿acaso lo culpo? O si procediera a argumentar
conmigo y dijera: “Eres muy necio por ser tan entusiasta acerca de un paisaje
inexistente, se trata simplemente de tu excitación”, ¿debería argumentar con
él? ¿Debería enojarme con él? No, antes bien derramaría una lágrima, y diría en
un susurro: “Grandes son las pérdidas de los ciegos”.
Ahora, ustedes que nunca han oído música en el
nombre de Jesús, deben ser compadecidos grandemente pues su pérdida es
sustancial. Ustedes, que nunca vieron belleza en Jesús y que no la verán nunca
jamás, necesitan de todas nuestras lágrimas. ¡No amar a Cristo ya es un
suficiente infierno! No estar enamorado del Cristo de Dios es el abismo más
bajo del Tártaro y su llama más voraz. No hay cielo que sea más cielo que amar
a Cristo y ser como Él, y no hay infierno que sea más infierno que no ser semejante
a Cristo y no querer ser como Él, sino incluso sentir aversión por las
infinitas perfecciones del “todo codiciable”. Que el Señor abra esos ojos
ciegos de ustedes, y destape esos oídos sordos, y les dé una vida nueva y
espiritual, y entonces se unirán al coro que dice: “Y todo él codiciable”.
El último uso del texto es el de un tierno atractivo. “Y todo él
codiciable”. ¿Dónde estás tú esta mañana, tú que estás convencido de pecado y
de que necesitas un Salvador? ¿Adónde te has metido? ¿Te has ocultado donde mis
ojos no pueden verte? De cualquier manera, deja que este dulce pensamiento
llegue a ti. No necesitas tener miedo de venir a Jesús, pues “Él es todo
codiciable”. No dice que es todo terrible; esa es una idea equivocada que
tienes de Él; no dice que sea de alguna manera codiciable y que algunas veces
está dispuesto a recibir a un cierto tipo de pecador; antes bien dice: “todo él
codiciable”, y por tanto, Él está siempre dispuesto a darle la bienvenida, si
viniera a Él, al más vil de los viles. Piensen en Su nombre. Es Jesús: el
Salvador. ¿No es eso codiciable? Piensen en Su obra. Él ha venido a buscar y a
salvar lo que se había perdido. Ésta es Su ocupación. ¿No es eso codiciable?
Piensen en lo que ha hecho. Él ha redimido nuestras almas con sangre. ¿No es
eso codiciable? Piensen en lo que está haciendo. Él está intercediendo delante
del trono de Dios por los pecadores. Piensen en lo que está dando en este
momento: Él es exaltado en lo alto para dar arrepentimiento y remisión de
pecados. ¿No es eso codiciable? Bajo cualquier aspecto Cristo Jesús es
atractivo para los pecadores que lo necesitan. Vengan, entonces, vengan y sean
bienvenidos, no hay nada que los mantenga alejados, y más bien todo los invita
a venir. Que este propio día domingo en que he predicado a Cristo, y lo he
puesto en alto, sea el día en que habrán de ser atraídos a Él, para no
apartarse jamás de Él, sino para ser Suyos por los siglos de los siglos. Amén.
Porción de la Escritura leída antes del sermón:
Cantar de los Cantares de Salomón.
Traductor: Allan Román
28/Noviembre/2010
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