El Púlpito de la Capilla New Park Street

Predestinación y Llamamiento

NO. 241

 

SERMÓN PREDICADO LA MAÑANA DEL DOMINGO 6 DE MARZO DE 1859

POR CHARLES HADDON SPURGEON

EN EL MUSIC HALL, ROYAL SURREY GARDENS, LONDRES.

 

“Y a los que predestinó, a éstos también llamó”. Romanos 8: 30.

 

El gran libro de los decretos de Dios está sellado herméticamente para la curiosidad del hombre. El hombre vano quisiera ser sabio; quisiera romper los siete sellos de ese gran libro y leer los misterios de la eternidad. Pero eso no puede ser. No ha llegado todavía el tiempo para que el libro sea abierto y aun entonces los sellos no habrán de ser desatados por mano mortal, sino que se dirá: “El León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos”.

 

“Eterno Padre, ¿quién habrá de atisbar en

Tu secreta voluntad?

Nadie sino el Cordero tomará el libro,

Y abrirá cada sello”.

 

Nadie sino Él podrá desplegar ese registro sagrado y leerlo ante el mundo que habrá sido congregado. Entonces, ¿cómo podré saber si he sido predestinado por Dios para la vida eterna o no? Es una pregunta en la que están en juego mis intereses eternos; ¿pertenezco a ese desdichado número de personas a las que se dejará para que vivan en pecado y cosechen la debida recompensa de su iniquidad, o pertenezco a esa buena compañía de seres que, aunque han pecado, serán lavados en la sangre de Cristo y recorrerán vestidos de blanco las calles de oro del paraíso? Mi corazón no puede descansar mientras esa pregunta no reciba una respuesta, pues siento una intensa ansiedad al respecto. Me preocupa infinitamente más mi destino eterno que todos los asuntos temporales. Videntes y profetas, si ustedes lo saben, díganmelo, oh, díganme si mi nombre está registrado en ese libro de la vida. ¿Soy yo uno de aquellos que están ordenados para vida eterna, o seré dejado para que siga mis propias concupiscencias y pasiones y para que destruya mi propia alma? ¡Oh, amigo, existe una respuesta para tu pregunta! No es posible abrir el libro, pero Dios mismo ha publicado muchas de sus páginas. Él no ha publicado la página en la que figuran los nombres específicos de los redimidos, pero la página del sagrado decreto en la que consta el carácter de esos redimidos ha sido publicada en Su Palabra y te será proclamada en este día. El sagrado registro escrito por la mano de Dios es publicado hoy por doquier bajo el cielo, y el que tiene oído, oiga lo que el Espíritu le dice. Oh, mi querido oyente, yo no te conozco por tu nombre, ni la Palabra de Dios te identifica por tu nombre, pero tú puedes leerlo si te fijas en tu carácter, y si tú has sido hecho partícipe del llamamiento que se menciona en el texto, entonces puedes concluir que tú estás, sin ningún lugar a dudas, entre los predestinados: “A los que predestinó, a éstos llamó”. Y si eres llamado, se sigue como una inferencia natural que tú eres predestinado.

 

Ahora, al considerar este solemne tema, permítanme comentarles que hay dos clases de llamamientos que son mencionados en la Palabra de Dios. El primero es el llamamiento general, que hace sinceramente el Evangelio a todo aquel que oye la palabra. El ministro tiene el deber de llamar a las almas a venir a Cristo, pero no debe hacer ninguna distinción de ningún tipo: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura”.  La trompeta del Evangelio suena audiblemente en nuestras congregaciones para todo ser humano: “A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche”. “Oh hombres, a vosotros clamo; dirijo mi voz a los hijos de los hombres” (Proverbios 8: 4). Este llamamiento es sincero de parte de Dios, pero el hombre es por naturaleza tan opuesto a Dios que ese llamamiento nunca es eficaz, pues el hombre lo ignora, le da la espalda, y prosigue su camino sin que estas cosas le importen. Pero fíjense que aunque este llamamiento sea rechazado, el hombre no tiene excusa en su repudio; el llamamiento universal contiene tal autoridad que la persona que no lo obedezca no tendrá ninguna excusa en el día del juicio. Cuando se te ordena creer y arrepentirte, cuando se te exhorta a huir de la ira venidera, si desprecias la exhortación y rechazas el mandamiento el pecado recae sobre tu propia cabeza. Y este solemne texto hace saber una terrible advertencia: “¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?” Pero les repito que este llamamiento universal es rechazado por el hombre; es un llamamiento, pero no va acompañado de la fuerza divina ni de la energía del Espíritu Santo en un grado tal que lo convierta en un llamamiento irresistible; por lo tanto los hombres perecen aun cuando el llamamiento universal del Evangelio resuena en sus oídos. La campana de la casa de Dios tañe cada día y los pecadores la oyen pero tapan sus oídos con sus dedos, y prosiguen su camino, el uno a su labranza, y el otro a sus negocios, y aunque son invitados y llamados a la boda (Lucas 14: 16, 27, 18), no quieren asistir, y por no ir, incurren en la ira de Dios y Él declara acerca de esas personas: “Ninguno de aquellos hombres que fueron convidados, gustará mi cena” (Lucas 14: 24).

 

El llamamiento de nuestro texto es de un tipo diferente; no es un llamamiento universal, sino que es un llamamiento especial, particular, personal, discriminante, eficaz e irresistible. Este llamamiento es enviado a los predestinados, y sólo a ellos; por la gracia ellos oyen el llamamiento, lo obedecen y lo reciben. Ellos son los que pueden decir ahora: “Atráeme; en pos de ti correremos”.

 

Al predicar sobre este llamamiento esta mañana, voy a dividir mi sermón en tres partes breves: primero, voy a dar unos ejemplos del llamamiento; en segundo lugar, vamos a examinar si hemos sido llamados; y luego, en tercer lugar, veremos qué deleitables consecuencias fluyen de allí. Ejemplo, examen, consolación.

 

I.   Entonces, ante todo les daré algunos EJEMPLOS. Para ejemplificar el llamamiento eficaz de la gracia que va dirigido a los predestinados, debo usar primero el caso de Lázaro. ¿Ven aquella piedra que fue rodada hasta la boca del sepulcro? Mucha necesidad hay de que la piedra sea asegurada con firmeza, pues dentro del sepulcro se encuentra un pútrido cadáver. Junto a la tumba está la hermana de ese muerto en estado de descomposición, y dice: “Señor, hiede ya, porque es de cuatro días”. Esa es la voz de la razón y de la naturaleza. Marta tiene razón. Pero junto a Marta está un hombre que es Dios verdadero de Dios verdadero a pesar de toda Su humildad. “Quitad la piedra”, dice Él, y le obedecen; y ahora, óiganlo clamar: “¡Lázaro, ven fuera!” Esa orden va dirigida a un cadáver putrefacto, a un cuerpo que ha estado muerto durante cuatro días y en el que los gusanos ya han celebrado su festín; pero, por extraño que parezca, de esa tumba emerge un hombre que está vivo; ese cadáver en estado de descomposición ha sido resucitado, y sale, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. “Desatadle, y dejadle ir”, dice el Redentor; y entonces el hombre camina con toda la libertad de la vida.

 

El llamamiento eficaz de la gracia tiene una idéntica similitud. El pecador está muerto en el pecado. No solamente está en el pecado sino que está muerto  en el pecado, y es completamente impotente para darse él mismo la vida de gracia. Es más, no sólo está muerto, sino que está putrefacto; sus concupiscencias, como los gusanos, han reptado en su interior; un hedor terrible ha llegado a las narices de la justicia; Dios lo aborrece, y la justicia clama: “Sepulten al muerto de delante de mí, échenlo en el fuego para que se consuma”. Misericordia Soberana viene, y allí está esa inconsciente e inerte masa de pecado. Gracia Soberana clama, ya sea a través del ministro o directamente por el Espíritu de Dios, sin la intermediación de ninguna otra agencia: “¡Ven fuera!”, y ese hombre vive. ¿Contribuye él en algo a su nueva vida? No; Dios es el único que le otorga su vida. El individuo estaba muerto, absolutamente muerto, podrido en su pecado, pero cuando llega el llamamiento se le otorga la vida y, obedeciendo al llamamiento el pecador sale del sepulcro de sus concupiscencias y comienza a vivir una nueva vida, una vida que es la vida eterna que Cristo da a Sus ovejas.

 

“Bien” –pregunta alguien- “pero, ¿cuáles son la palabras que Cristo utiliza cuando llama al pecador y lo hace salir de la muerte? Pues bien, el Señor puede usar cualesquiera palabras. No hace mucho tiempo vino a este salón un hombre que estaba sin Dios y sin Cristo, y la simple lectura del himno:

 

“Jesús, amante de mi alma”,

 

fue el instrumento de su vivificación. Se preguntó: “¿Me ama Jesús? Entonces tengo que amarlo”, y fue resucitado en esa misma hora. Las palabras que emplea Jesús son diversas en diferentes casos. Yo confío en que incluso mientras me encuentro hablando esta mañana, Cristo hablará por mi medio y alguna palabra que pudiera caer de mis labios, sin premeditación y casi sin deliberación, será enviada por Dios como un mensaje de vida a algún corazón aquí presente que está muerto y putrefacto, para que alguna persona que ha vivido en pecado hasta este momento viva ahora para justicia y viva para Cristo. Ese es el primer ejemplo que les daré de lo que significa el llamamiento eficaz. Encuentra muerto al pecador, le da la vida, y el pecador obedece el llamamiento de vida y vive.

 

Pero consideremos una segunda fase del mismo. Ustedes recordarán que mientras el pecador está muerto en su pecado, está lo suficientemente vivo en todo lo concerniente a cualquier oposición contra Dios. Es impotente para obedecer, pero es lo suficientemente potente para resistirse al llamamiento de la gracia divina. Puedo ilustrarlo con el caso de Saulo de Tarso: este altivo fariseo aborrece al Señor Jesucristo; ha apresado a cada seguidor de Jesús que encuentra a su alcance; ha arrastrado a hombres y mujeres a prisión; con la avidez de un avaro que anda a la caza del oro, ha andado tras la preciosa vida de los seguidores de Cristo, y habiendo agotado su presa en Jerusalén, solicita cartas y sale con rumbo a Damasco con la misma sangrienta encomienda. Háblale en el camino, si quieres; envíale al apóstol Pedro, y que Pedro le diga: “Saulo, ¿por qué te opones a Cristo? El tiempo vendrá cuando tú serás Su discípulo”. Pablo se daría la vuelta y se echaría a reír hasta el escarnio: “Vete de aquí, pescador, vete de aquí. ¡Yo un discípulo de ese impostor Jesús de Nazaret! Mira, esta es mi confesión de fe: voy a arrojar en prisión a tus hermanos y a tus hermanas y voy a golpearlos en la sinagoga y voy a obligarlos a blasfemar y voy a cazarlos hasta la muerte, pues respiro amenazas y mi corazón es como un fuego en contra de Cristo”. No ocurrió una escena así, pero si los hombres lo hubieran reconvenido, pueden concebir fácilmente que esa hubiera sido la respuesta de Saulo. Pero Cristo resolvió que llamaría a ese hombre. ¡Oh, qué empresa era esa! ¿Detener a Saulo? Vamos, él se precipita desenfrenadamente en su loca carrera. Pero he aquí, una luz brilla en torno a él, y cae al suelo y oye una voz que clama: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dura cosa te es dar coces contra el aguijón”. Los ojos de Saulo se llenan de lágrimas, y luego se cubren de tenebrosas escamas, y clama: “¿Quién eres, Señor?” Y una voz dice: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues”. No transcurren muchos minutos antes de que comience a sentir su pecado por haber perseguido a Jesús, ni muchas horas antes de que reciba la seguridad de su perdón, y no transcurren muchos días antes de que quien perseguía a Cristo se ponga de pie para predicar con vehemencia y elocuencia sin par, en favor de la misma causa que una vez holló bajo sus pies. Vean lo que el llamamiento eficaz logra hacer. Si Dios decidiera esta mañana llamar a algún desventurado ser con el corazón más empedernido para oír el Evangelio, tendría que obedecer. Cuando Dios llama, el hombre puede resistir, pero no puede hacerlo eficazmente. Pecador, tú caerías postrado si Dios clamara abajo; no hay forma de que te mantengas en pie cuando Él quiere que caigas. Y fíjate que todo hombre que es salvo, es salvado siempre por un llamamiento irresistible al que no puede hacer frente; puede resistirse por un tiempo, pero no puede resistir como para vencerlo; tiene que ceder, tiene que rendirse cuando Dios habla. Si Dios dice: “Sea la luz”, la oscuridad impenetrable cede ante la luz; si Él dice: “Sea la gracia”, el pecado indecible cede, y el pecador de corazón más empedernido se derrite ante el fuego del llamamiento eficaz.

 

He ilustrado así el llamamiento de dos maneras, por el estado del pecador en su pecado, y por la omnipotencia que abate la resistencia que el pecador ofrece. Y ahora veremos otro caso. La soberanía del llamamiento eficaz puede ser ilustrada mediante el caso de Zaqueo. Cristo va entrando en Jericó para predicar. Allí vive un publicano que es un extorsionador empedernido, un acaparador, un monopolizador y un hombre mezquino. Jesucristo va entrando para llamar a alguien, pues escrito está que tiene que posar en casa de un cierto varón. ¿Creerías que el hombre a quien Cristo tiene la intención de llamar es el peor habitante de Jericó, ese hombre extorsionador? Zaqueo es un hombre pequeño de estatura y no puede ver a Cristo aunque tiene una gran curiosidad de contemplarlo, así que corre delante la multitud y se sube a un árbol sicómoro, y considerándose muy seguro en medio del denso follaje, espera con ávida expectación para ver a este hombre maravilloso que estaba trastornando el mundo. Poco imaginaba Zaqueo que iba a cambiarlo a él también. El Salvador va caminando y predicando y hablando con la gente hasta llegar al árbol sicómoro, y entonces, mirando hacia arriba, exclama: “Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa”. El disparo tuvo efecto pues el pájaro cayó; Zaqueo descendió; invitó al Salvador a su casa y demostró que era realmente llamado, no meramente por la voz, sino por la gracia misma, pues dijo: “He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado”, y Jesús dijo: “Hoy ha venido la salvación a esta casa”. Ahora, ¿por qué llamar a Zaqueo? Había en la ciudad muchos seres humanos mucho mejores que él. ¿Por qué llamarlo a él? Simplemente porque el llamamiento de Dios llega a pecadores indignos. No hay nada en el hombre que amerite este llamamiento; no hay nada en los mejores hombres que pudiera motivarlo; pero Dios vivifica a quien quiere, y cuando envía ese llamamiento, aunque llegue a los más viles de los viles, descienden rápida y velozmente, descienden del árbol de su pecado y caen postrados en penitencia a los pies de Jesucristo.

 

Pero ahora, para ilustrar los efectos de este llamamiento, les recordamos que Abraham es otro ejemplo notable del llamamiento eficaz. “Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré”, y “por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba”. ¡Ah, pobre Abraham -habría dicho el mundo- cuánta tribulación le costó su llamamiento! Él era lo suficientemente dichoso en el seno de la casa de su padre, pero la idolatría se deslizó en su interior, y cuando Dios llamó a Abraham, lo llamó sólo a él y lo bendijo sacándolo de Ur de los Caldeos, y le dijo: “¡Sal, Abram!” y él salió, sin saber a dónde iba. Ahora, cuando el llamamiento eficaz llega a una casa y escoge a un hombre, ese varón se verá forzado a salir fuera del campamento, llevando el vituperio de Cristo. Debe abandonar a sus más queridos amigos, a todos sus viejos conocidos, a todos aquellos compañeros con los que solía beber y maldecir y disfrutar; tiene que apartarse de todos ellos para seguir al Cordero por dondequiera que va. Qué prueba enfrentó la fe de Abraham cuando tuvo que dejar todo lo que le era tan querido y salir sin saber a dónde iba. Y, sin embargo, Dios tenía una buena tierra para él y tenía la intención de bendecirlo grandemente. ¡Varón, si eres llamado, si eres verdaderamente llamado, tendrás que salir, y tendrás que salir solo! Tal vez algunos de los miembros del pueblo profesante de Dios te dejarán; tendrás que salir sin un solo amigo; tal vez la propia Sara te abandone, y pudieras ser un forastero en una tierra extraña, un errante solitario, como lo fueron todos tus padres. ¡Ah!, pero si fuera un llamamiento eficaz y si la salvación fuera su resultado, ¿qué importa que vayas solo al cielo? Es mejor ser un solitario peregrino con rumbo a la bienaventuranza que uno de los miles de pobladores del camino al infierno.

 

Les daré otro ejemplo. Cuando el llamamiento eficaz llega a un hombre, al principio pudiera desconocer que se trata de un llamamiento eficaz. Ustedes recuerdan el caso de Samuel; el Señor llamó a Samuel, y él se levantó y fue a Elí, y le dijo: “Heme aquí; ¿para qué me llamaste?”. Y Elí le dijo: “Yo no he llamado; vuelve y acuéstate”. El Señor volvió a llamar, y dijo: “Samuel, Samuel”, y él volvió a levantarse, y vino a Elí, y dijo: “Heme aquí; ¿para qué me has llamado?”, y fue entonces cuando Elí -y no Samuel- entendió por primera vez que el Señor había llamado al joven. Y cuando Samuel supo que se trataba del Señor, dijo: “Habla, porque tu siervo oye”. Cuando la obra de gracia comienza en el corazón, la persona no siempre ve con claridad que se trata de la obra de Dios; está impresionado por el ministro, y tal vez está más bien más ocupado con la impresión que con el agente de la impresión; dice: “yo no sé cómo ha sido, pero he sido llamado; Elí, el ministro, me ha llamado”. Y tal vez acude a Elí para preguntarle qué quiere de él. “Seguramente” –dice él- “el ministro me conocía, y me dijo algo personalmente porque conocía mi caso”. Y acude a Elí, y no es sino posteriormente, tal vez, que descubre que Elí no tuvo nada que ver con la impresión, sino que el Señor lo había llamado.

 

Sé esto: creo que Dios obró en mi corazón durante años antes de que yo supiera algo acerca de Él. Yo sabía que había una obra; sabía que oraba y clamaba y gemía pidiendo misericordia, pero no sabía que se trataba de la obra del Señor; pensaba a medias que era mi propia obra. No supe sino hasta después, cuando fui conducido a conocer a Cristo como toda mi salvación y todo mi deseo, que el Señor había llamado al niño, pues esto no pudo haber sido el resultado de la naturaleza sino que tuvo que haber sido el efecto de la gracia. Pienso que puedo decirles a quienes son principiantes en la vida divina que en tanto que su llamamiento sea real, pueden tener la seguridad de que es divino. Si es un llamamiento que coincide con los comentarios que estoy a punto de ofrecerles en la segunda parte del discurso, aunque hubieran podido pensar que la mano de Dios no estaba en ello, tengan la seguridad de que sí está, pues la naturaleza no podría producir nunca el llamamiento eficaz. Si el llamamiento es eficaz, y ustedes son sacados y llevados a otro lugar, sacados del pecado y llevados a Cristo, sacados de la muerte y llevados a la vida, y sacados de la esclavitud y llevados a la libertad, entonces, aunque no puedan ver la mano de Dios en ello, allí está.

 

II.   He ejemplificado así el llamamiento eficaz. Y ahora, a manera de EXAMEN, que cada quien se juzgue a sí mismo mediante ciertas características del llamamiento celestial que estoy a punto de mencionar. Si buscan en su Biblia en 2 Timoteo 1: 9, leerán estas palabras: “Quien nos salvó y llamó con llamamiento santo”. Aquí está la primera piedra de toque con la que podemos probar nuestro llamamiento: muchos son los llamados y pocos los escogidos, porque hay muchos tipos de llamamiento, pero el verdadero llamamiento, y sólo ese, responde a la descripción del texto. Es un “llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos”. Este llamamiento prohíbe toda confianza en nuestras propias acciones y nos conduce sólo a Cristo para la salvación, pero posteriormente nos purifica de las obras muertas para servir al Dios vivo y verdadero. Si estás viviendo en pecado, tú no eres llamado; si todavía puedes continuar siendo como eras antes de tu pretendida conversión, entonces no se trata de una conversión en absoluto; el hombre que es llamado en su embriaguez, abandona su embriaguez; los individuos pueden ser llamados en medio del pecado pero no continuarán en él por más tiempo. Saúl fue ungido para ser rey cuando andaba en busca de las asnas de su padre; y muchos hombres han sido llamados cuando iban en pos de su propia concupiscencia, pero dejarán las asnas, y dejarán la concupiscencia, una vez que son llamados. Ahora bien, por esto sabrán si son llamados por Dios o no. Si continúan en el pecado, si caminan siguiendo la corriente de este mundo, de acuerdo al espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entonces todavía están muertos en sus delitos y pecados; pero como Aquel que los ha llamado es santo, ustedes también han de ser santos. ¿Pueden decir: “Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que yo deseo guardar todos Tus mandamientos, y caminar intachablemente delante de Ti; yo sé que mi obediencia no puede salvarme, pero anhelo obedecer; no hay nada que me duela tanto como el pecado; yo deseo quedar libre del pecado y deshacerme de él; Señor ayúdame a ser santo?” ¿Es ese el vivo anhelo de tu corazón? ¿Es ese el tenor de tu vida para con Dios y para con Su ley? Entonces, amado, tengo razones para esperar que has sido llamado por Dios, pues el llamamiento por medio del cual Dios llama a Su pueblo es santo.

 

Veamos otro texto. En Filipenses 3: 13, 14, se encuentran estas palabras: “Olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”. Entonces, ¿es el tuyo un supremo llamamiento? ¿Ha levantado tu corazón y lo ha puesto en las cosas celestiales? ¿Ha levantado tus esperanzas y ya no abrigas más esperanzas en las cosas que están en la tierra, sino sólo en las cosas que están en lo alto? ¿Ha elevado tus gustos de tal manera que ya no consisten más en revolcarte, sino que eliges las cosas que son de Dios? ¿Ha elevado tus deseos, de tal manera que estás anhelante no de las cosas terrenales, sino de las cosas que no se ven y que son eternas? ¿Ha elevado el tenor constante de tu existencia, de tal manera que pasas tu vida con Dios en oración, en alabanza y dando gracias, y no puedes contentarte más con las viles y despreciables ocupaciones que te absorbían en los días de tu ignorancia? Recuerda que si eres llamado verdaderamente, es con un supremo llamamiento, un llamamiento de lo alto, y un llamamiento que eleva tu corazón y lo lleva a las excelsas cosas de Dios: eternidad, cielo y santidad.

 

En Hebreos 3: 1, se encuentra esta frase: “Hermanos santos, participantes del llamamiento celestial”. Aquí hay otra prueba. Un llamamiento celestial quiere decir un llamamiento del cielo. ¿Has sido llamado, no por el hombre, sino por Dios? ¿Puedes detectar ahora en tu llamamiento la mano de Dios y la voz de Dios? Si sólo el hombre te hubiera llamado, tú no has sido llamado. ¿Es tu llamamiento de Dios? ¿Y es un llamamiento para el cielo así como también del cielo? Puedes decir de todo corazón que no puedes quedarte satisfecho nunca mientras:

 

“… no llegues Su rostro a contemplar

Y nunca, nunca pecar,

Y de los ríos de Su gracia,

Sorber placeres sin final”.

 

Amigo, a menos que tú seas un extraño aquí y que el cielo sea tu hogar, tú no has sido llamado con un llamamiento celestial, pues quienes han sido llamados por ese medio declaran que buscan una ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios, y que ellos mismos son extranjeros y peregrinos sobre la tierra.

 

Hay otra prueba. Permítanme recordarles que hay un pasaje en la Escritura que puede tender mucho a su edificación y ayudarles en su escrutinio. Quienes son llamados, son hombres que antes del llamamiento gemían en el pecado. ¿Qué dice Cristo?: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento”. Ahora bien, aunque no pueda decir las primeras cosas debido a la timidez, aunque sean verdaderas, con todo ¿puedo decir esto: que me siento un pecador, que desprecio mi condición de pecador, que detesto mi iniquidad y que siento que merezco la ira de Dios debido a mis transgresiones? Si es así, entonces tengo una esperanza de estar entre las huestes de los llamados a quienes Dios ha predestinado. Él no ha llamado a los justos sino a los pecadores al arrepentimiento. Varón dueño de justicia propia, yo puedo decirte en un segundo si tienes alguna evidencia de la elección: yo te digo que no. Cristo nunca llamó a los justos, y si Él no te ha llamado a ti, y si nunca te llama, tú no eres un elegido, y tú y tu justicia han de someterse a la ira de Dios y han de ser desechados eternamente. Únicamente el pecador, el pecador consciente,  puede tener la seguridad de haber sido llamado, y aun él, conforme crezca en la gracia, tiene que buscar esas marcas más elevadas del llamamiento supremo, celestial y santo en Cristo Jesús.

 

Como una prueba adicional, -apegándonos a la Escritura esta mañana, pues cuando estamos tratando con nuestro propio estado delante de Dios no hay nada como recurrir a las propias palabras de la Escritura- se nos informa en la primera epístola de Pedro, en el capítulo segundo y en el versículo noveno, que Dios nos llamó de las tinieblas a Su luz admirable. ¿Es ese tu llamamiento? ¿Eras una vez tinieblas en cuanto a Cristo? ¿Y te ha manifestado Su luz admirable un admirable Redentor que es admirablemente fuerte para salvar? Dinos, alma, ¿puedes declarar honestamente que tu vida pasada era tinieblas y que tu estado presente es luz en el Señor? “Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz”. El que no mira a un pasado de tinieblas, ignorancia y pecado, y no puede decir que sabe más de lo que sabía, y que disfruta a veces de la luz del conocimiento y de la luz consoladora del rostro de Dios, no es llamado.

 

Prosigamos. Otra prueba del llamamiento se encuentra en Gálatas, en el capítulo cinco, y en el versículo trece: “Vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados”. Permítanme que me haga otra vez esta pregunta: ¿han sido rotos los grilletes de mi pecado, y soy el liberto de Dios? ¿Han sido quebrantadas las esposas de la justicia, y he quedado liberado y puesto en libertad por Aquel que es el grandioso rescatador de los espíritus? El esclavo no es llamado. Es el hombre libre que fue sacado de Egipto el que demuestra que ha sido llamado por Dios y que es precioso para el corazón del Altísimo.

 

Y, adicionalmente, hay otro precioso medio de prueba en la primera de Corintios, en el capítulo primero, y versículo noveno: “Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor”. ¿Tengo comunión con Cristo? ¿Converso con Él? ¿Tengo comunión con Él? ¿Sufro con Él y sufro para Él? ¿Me identifico con Él en Sus propósitos y objetivos? ¿Amo lo que Él ama y odio lo que Él odia? ¿Puedo llevar la afrenta; puedo cargar Su cruz; puedo hollar Sus pisadas; sirvo a Su causa, y es mi más grande esperanza que veré la venida de Su reino, que me sentaré en Su trono y que reinaré con Él? Si es así, entonces soy llamado con un llamamiento eficaz, que es la obra de la gracia de Dios y es la señal segura de mi predestinación.

 

Permítanme decirles ahora, antes de que pase al siguiente punto, que es posible que un hombre sepa si Dios lo ha llamado o no, y que puede saberlo también más allá de toda duda. Puede saberlo tan seguramente como si lo leyera con sus propios ojos; es más, puede saberlo más seguramente que eso, pues si yo leo algo con mis ojos, incluso mis ojos podrían engañarme y el testimonio del sentido podría ser falso, pero el testimonio del Espíritu tiene que ser verdadero. Tenemos el testimonio del Espíritu en nuestro interior que da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Existe tal cosa en la tierra como una seguridad infalible de nuestra elección. Una vez que el hombre la obtenga, ungirá su cabeza con aceite nuevo, y se vestirá con el blanco ropaje de la alabanza y pondrá el cántico del ángel en su boca. ¡Varón dichoso, dichoso, es aquel que tiene la plena seguridad de su interés en el pacto de gracia, en la sangre de la expiación y en las glorias del cielo! Contamos aquí con ese tipo de hombres en este preciso día. Entonces, “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!”

 

¿Qué no darían algunos de ustedes para alcanzar esta seguridad? Fíjense que si anhelan saberlo ansiosamente pueden hacerlo. Si su corazón desea ardientemente leer su título libre de todo gravamen, lo hará en breve. Nadie deseó jamás tener a Cristo en el corazón con un deseo vivo y anhelante, que no lo haya encontrado tarde o temprano. Si tú tienes un deseo es porque Dios te lo ha dado. Si anhelas vivamente y clamas y gimes para tener a Cristo, aun eso es un don Suyo; bendícelo por ello. Dale las gracias por un poco de gracia y pídele más gracia. Él te ha dado esperanza, pídele fe; y cuando te dé fe, pídele seguridad; y cuando obtengas seguridad, pídele plena seguridad; y cuando hayas obtenido la plena seguridad, pídele gozo; y cuando tengas gozo, pídele la gloria misma y Él seguramente te la otorgará a su debido tiempo.

 

III.   Ahora procedo a concluir con LA CONSOLACIÓN. ¿Hay algo aquí que pueda consolarme? Oh, sí, ríos de consolación fluyen de mi llamamiento, pues, primero, si soy llamado, entonces soy predestinado, no hay ninguna duda al respecto. El gran esquema de la salvación es como esas cadenas que vemos algunas veces en los transbordadores de caballos. Hay una cadena de este lado del río que está fijada a un aro o armella y la misma cadena está fijada a una armella al otro lado, pero la mayor porción de la cadena queda en su mayor parte sumergida en el agua y no puede verse; solo es visible cuando el bote se mueve y la cadena es arrastrada fuera del agua por la fuerza que impulsa al bote. Si hoy fuera yo capacitado a decir que soy llamado, entonces mi bote sería como el transbordador que va en medio de la corriente. Puedo ver esa parte de la cadena que es el “llamamiento”, pero bendito sea Dios porque está sujetada a la orilla que se llama “elección”, y yo puedo estar muy seguro de que está sujetada al otro lado al glorioso fin de la “glorificación”. Si soy llamado tuve que haber sido elegido y no necesito dudar de eso. Dios nunca despertó el deseo en un hombre, llamándolo eficazmente por la gracia, a menos que hubiese escrito el nombre de ese hombre en el libro de la vida del Cordero. Oh, qué gloriosa doctrina es la de la elección, cuando un hombre puede verse elegido. Una de las razones por las que los hombres dan coces contra ella es porque tienen miedo que los dañe. Yo no he conocido a nadie todavía que tuviera una razón para creer que él mismo era elegido de Dios pero que odiara la doctrina de la elección. Los hombres odian la elección tal como los ladrones odian las cerraduras de patente Chubb; puesto que ellos mismos no pueden llegar al tesoro, entonces odian la cerradura que lo protege. Ahora bien, la elección encierra el precioso tesoro de las bendiciones del pacto de Dios para Sus hijos: para pecadores penitentes, para pecadores que buscan. Pero los otros hombres no quieren arrepentirse, no quieren creer; no quieren seguir el camino de Dios, y luego refunfuñan y gruñen y se agitan y se irritan debido a que Dios ha puesto bajo llave el tesoro para que no accedan a él. Cuando una persona llega a creer que todo el tesoro que está guardado es suyo, entonces, entre más fuerte sea el pasador y más firme la cerradura, será mejor para él. ¡Oh, cuán dulce es creer que nuestros nombres se encontraban en el corazón de Jehová y que estaban grabados en las manos de Jesús antes de que el universo existiera! ¿Acaso eso no ha de electrificar de gozo a un hombre y no lo hará danzar de júbilo?

 

“Elegidos por Dios antes de que el tiempo existiera”.

 

¡Vamos, calumniadores! Vituperen cuanto les plazca. ¡Vamos, mundo alzado en armas! ¡Cataratas de problemas, desciendan ustedes si así lo quieren, y ustedes, ustedes, correntadas de aflicción, fluyan si así les fuere ordenado, pues Dios ha escrito mi nombre en el libro de la vida! Yo permanezco firme como esta roca, aunque la naturaleza se tambalee y todas las cosas pasen. Cuán grande consolación, entonces, es ser llamado, pues si soy llamado, entonces soy predestinado. Vamos, asombrémonos ante la soberanía que nos ha llamado y recordemos las palabras del apóstol: “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia. Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor”.

 

Una segunda consolación es extraída de la grandiosa verdad de que si un hombre es llamado, ciertamente será salvado al final. Para demostrar eso, sin embargo, los voy a referir a las expresas palabras de la Escritura (Romanos 11: 29): “Irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios”. Él nunca se arrepiente de lo que da, ni de lo que llama. Y esto es probado, en verdad, por el mismo capítulo del cual hemos tomado nuestro texto. “A los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó”, a cada uno de ellos.

 

Ahora, creyente, tú pudieras ser muy pobre y estar muy enfermo y ser muy desconocido y despreciado, pero siéntate y revisa tu llamamiento esta mañana, y las consecuencias que emanan de él. Tan cierto como eres hoy un hijo llamado por Dios, tu pobreza llegará pronto a un fin, y tú serás rico para todos los propósitos de la bienaventuranza. Espera un poco; esa cabeza cansada llevará ceñida en breve una corona. Detente un poco; esa mano callosa de labor empuñará pronto ramas de palmeras. Enjuga esa lágrima. Dios pronto enjugará tus lágrimas para siempre. Suprime ese suspiro; ¿por qué suspirar cuando el cántico eterno está a punto de brotar de tus labios? Los portales del cielo permanecen muy abiertos para ti. Unas cuantas horas aladas tienen que batir sus alas; unas cuantas olas más han de pasar sobre ti, y tú llegarás a salvo a la costa dorada. No digas: “Estaré perdido; seré echado fuera”. Imposible.

 

“A quienes Él ama, jamás los abandona,

Sino que los ama hasta el fin”.

 

Si Él te ha llamado, nada podría separarte de Su amor. El lobo del hambre no puede mordisquear el lazo; el fuego de la persecución no puede desatar el vínculo, el martillo del infierno no puede quebrar la cadena; la antigüedad no puede devorarlo con su herrumbre, ni la eternidad puede disolverlo con todas sus edades. ¡Oh, cree que estás seguro! Esa voz que te llamó, te llamará de nuevo de la tierra al cielo, de las densas tinieblas de la muerte a los esplendores indecibles de la inmortalidad. Puedes estar seguro de que el corazón que te llamó late con infinito amor para contigo, un amor que no muere, que las muchas aguas no pueden apagar, y que las inundaciones no pueden ahogar. Siéntate; descansa tranquilamente; alza el ojo de tu esperanza y canta tu canto con cálida anticipación. Tú estarás pronto con los glorificados allí donde está tu porción; sólo estás esperando aquí ser hecho idóneo para la herencia, y logrado eso, las alas de los ángeles te llevarán por los aires hasta el monte de la paz y del gozo y de la bienaventuranza, donde:

 

                     “Lejos de un mundo de aflicción y pecado,

                       Y compartiendo eternamente con Dios”,

 

reposarás por los siglos de los siglos. Examínense entonces para ver si han sido llamados. Y que el amor de Jesús sea con ustedes. Amén.

 

 

Traductor: Allan Román

28/Junio/2012

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