El Púlpito de
Predestinación y
Llamamiento
NO.
241
SERMÓN PREDICADO
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL MUSIC HALL, ROYAL SURREY GARDENS,
LONDRES.
“Y a los que predestinó, a éstos también llamó”. Romanos 8: 30.
El gran libro de los
decretos de Dios está sellado herméticamente para la curiosidad del hombre. El
hombre vano quisiera ser sabio; quisiera romper los siete sellos de ese gran
libro y leer los misterios de la eternidad. Pero eso no puede ser. No ha llegado
todavía el tiempo para que el libro sea abierto y aun entonces los sellos no
habrán de ser desatados por mano mortal, sino que se dirá: “El León de la tribu
de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete
sellos”.
“Eterno Padre, ¿quién habrá de atisbar en
Tu secreta voluntad?
Nadie sino el Cordero tomará
el libro,
Y abrirá cada sello”.
Nadie sino Él podrá
desplegar ese registro sagrado y leerlo ante el mundo que habrá sido
congregado. Entonces, ¿cómo podré saber si he sido predestinado por Dios para
la vida eterna o no? Es una pregunta en la que están en juego mis intereses
eternos; ¿pertenezco a ese desdichado número de personas a las que se dejará
para que vivan en pecado y cosechen la debida recompensa de su iniquidad, o
pertenezco a esa buena compañía de seres que, aunque han pecado, serán lavados
en la sangre de Cristo y recorrerán vestidos de blanco las calles de oro del
paraíso? Mi corazón no puede descansar mientras esa pregunta no reciba una respuesta,
pues siento una intensa ansiedad al respecto. Me
preocupa infinitamente más mi destino eterno que todos los asuntos temporales.
Videntes y profetas, si ustedes lo saben, díganmelo, oh, díganme si mi nombre
está registrado en ese libro de la vida. ¿Soy yo uno de aquellos que están
ordenados para vida eterna, o seré dejado para que siga mis propias
concupiscencias y pasiones y para que destruya mi propia alma? ¡Oh, amigo,
existe una respuesta para tu pregunta! No es posible abrir el libro, pero Dios
mismo ha publicado muchas de sus páginas. Él no ha publicado la página en la
que figuran los nombres específicos
de los redimidos, pero la página del sagrado decreto en la que consta el carácter de esos redimidos ha sido
publicada en Su Palabra y te será proclamada en este día. El sagrado registro
escrito por la mano de Dios es publicado hoy por doquier bajo el cielo, y el
que tiene oído, oiga lo que el Espíritu le dice. Oh, mi querido oyente, yo no
te conozco por tu nombre, ni
Ahora, al considerar
este solemne tema, permítanme comentarles que hay dos clases de llamamientos
que son mencionados en
El llamamiento de
nuestro texto es de un tipo diferente; no es un llamamiento universal, sino que
es un llamamiento especial, particular, personal, discriminante, eficaz e
irresistible. Este llamamiento es enviado a los predestinados, y sólo a ellos; por
la gracia ellos oyen el llamamiento, lo obedecen y lo reciben. Ellos son los
que pueden decir ahora: “Atráeme; en pos de ti correremos”.
Al predicar sobre este
llamamiento esta mañana, voy a dividir mi sermón en tres partes breves:
primero, voy a dar unos ejemplos del
llamamiento; en segundo lugar, vamos a examinar
si hemos sido llamados; y luego, en tercer lugar, veremos qué deleitables consecuencias fluyen de
allí. Ejemplo, examen, consolación.
I. Entonces,
ante todo les daré algunos EJEMPLOS. Para ejemplificar el llamamiento eficaz de
la gracia que va dirigido a los predestinados, debo usar primero el caso de
Lázaro. ¿Ven aquella piedra que fue rodada hasta la boca del sepulcro? Mucha
necesidad hay de que la piedra sea asegurada con firmeza, pues dentro del
sepulcro se encuentra un pútrido cadáver. Junto a la tumba está la hermana de
ese muerto en estado de descomposición, y dice: “Señor, hiede ya, porque es de
cuatro días”. Esa es la voz de la razón y de la naturaleza. Marta tiene razón.
Pero junto a Marta está un hombre que es Dios verdadero de Dios verdadero a
pesar de toda Su humildad. “Quitad la piedra”, dice Él, y le obedecen; y ahora,
óiganlo clamar: “¡Lázaro, ven fuera!” Esa orden va dirigida a un cadáver putrefacto,
a un cuerpo que ha estado muerto durante cuatro días y en el que los gusanos ya
han celebrado su festín; pero, por extraño que parezca, de esa tumba emerge un
hombre que está vivo; ese cadáver en estado de descomposición ha sido
resucitado, y sale, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro
envuelto en un sudario. “Desatadle, y dejadle ir”, dice el Redentor; y entonces
el hombre camina con toda la libertad de la vida.
El llamamiento eficaz de
la gracia tiene una idéntica similitud. El pecador está muerto en el pecado. No
solamente está en el pecado sino que está muerto en el pecado, y es completamente
impotente para darse él mismo la vida de gracia. Es más, no sólo está muerto,
sino que está putrefacto; sus concupiscencias, como los gusanos, han reptado en
su interior; un hedor terrible ha llegado a las narices de la justicia; Dios lo
aborrece, y la justicia clama: “Sepulten al muerto de delante de mí, échenlo en
el fuego para que se consuma”. Misericordia Soberana viene, y allí está esa inconsciente
e inerte masa de pecado. Gracia Soberana clama, ya sea a través del ministro o
directamente por el Espíritu de Dios, sin la intermediación de ninguna otra
agencia: “¡Ven fuera!”, y ese hombre vive. ¿Contribuye él en algo a su nueva
vida? No; Dios es el único que le otorga su vida. El individuo estaba muerto,
absolutamente muerto, podrido en su pecado, pero cuando llega el llamamiento se
le otorga la vida y, obedeciendo al llamamiento el pecador sale del sepulcro de
sus concupiscencias y comienza a vivir una nueva vida, una vida que es la vida
eterna que Cristo da a Sus ovejas.
“Bien” –pregunta
alguien- “pero, ¿cuáles son la palabras que Cristo utiliza cuando llama al
pecador y lo hace salir de la muerte? Pues bien, el Señor puede usar
cualesquiera palabras. No hace mucho tiempo vino a este salón un hombre que
estaba sin Dios y sin Cristo, y la simple lectura del himno:
“Jesús, amante de mi alma”,
fue
el instrumento de su vivificación. Se preguntó: “¿Me ama Jesús? Entonces tengo
que amarlo”, y fue resucitado en esa misma hora. Las palabras que emplea Jesús
son diversas en diferentes casos. Yo confío en que incluso mientras me
encuentro hablando esta mañana, Cristo hablará por mi medio y alguna palabra
que pudiera caer de mis labios, sin premeditación y casi sin deliberación, será
enviada por Dios como un mensaje de vida a algún corazón aquí presente que está
muerto y putrefacto, para que alguna persona que ha vivido en pecado hasta este
momento viva ahora para justicia y viva para Cristo. Ese es el primer ejemplo
que les daré de lo que significa el llamamiento eficaz. Encuentra muerto al
pecador, le da la vida, y el pecador obedece el llamamiento de vida y vive.
Pero consideremos una
segunda fase del mismo. Ustedes recordarán que mientras el pecador está muerto
en su pecado, está lo suficientemente vivo en todo lo concerniente a cualquier
oposición contra Dios. Es impotente para obedecer, pero es lo suficientemente
potente para resistirse al llamamiento de la gracia divina. Puedo ilustrarlo con
el caso de Saulo de Tarso: este altivo fariseo aborrece al Señor Jesucristo; ha
apresado a cada seguidor de Jesús que encuentra a su alcance; ha arrastrado a
hombres y mujeres a prisión; con la avidez de un avaro que anda a la caza del
oro, ha andado tras la preciosa vida de los seguidores de Cristo, y habiendo
agotado su presa en Jerusalén, solicita cartas y sale con rumbo a Damasco con
la misma sangrienta encomienda. Háblale en el camino, si quieres; envíale al
apóstol Pedro, y que Pedro le diga: “Saulo, ¿por qué te opones a Cristo? El
tiempo vendrá cuando tú serás Su discípulo”. Pablo se daría la vuelta y se
echaría a reír hasta el escarnio: “Vete de aquí, pescador, vete de aquí. ¡Yo un discípulo de ese impostor Jesús
de Nazaret! Mira, esta es mi confesión de fe: voy a arrojar en prisión a tus
hermanos y a tus hermanas y voy a golpearlos en la sinagoga y voy a obligarlos
a blasfemar y voy a cazarlos hasta la muerte, pues respiro amenazas y mi
corazón es como un fuego en contra de Cristo”. No ocurrió una escena así, pero
si los hombres lo hubieran reconvenido, pueden concebir fácilmente que esa
hubiera sido la respuesta de Saulo. Pero Cristo resolvió que llamaría a ese
hombre. ¡Oh, qué empresa era esa! ¿Detener a Saulo? Vamos, él se precipita
desenfrenadamente en su loca carrera. Pero he aquí, una luz brilla en torno a
él, y cae al suelo y oye una voz que clama: “Saulo, Saulo, ¿por qué me
persigues? Dura cosa te es dar coces contra el aguijón”. Los ojos de Saulo se
llenan de lágrimas, y luego se cubren de tenebrosas escamas, y clama: “¿Quién
eres, Señor?” Y una voz dice: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues”. No
transcurren muchos minutos antes de que comience a sentir su pecado por haber
perseguido a Jesús, ni muchas horas antes de que reciba la seguridad de su
perdón, y no transcurren muchos días antes de que quien perseguía a Cristo se
ponga de pie para predicar con vehemencia y elocuencia sin par, en favor de la
misma causa que una vez holló bajo sus pies. Vean lo que el llamamiento eficaz
logra hacer. Si Dios decidiera esta mañana llamar a algún desventurado ser con
el corazón más empedernido para oír el Evangelio, tendría que obedecer. Cuando
Dios llama, el hombre puede resistir, pero no puede hacerlo eficazmente.
Pecador, tú caerías postrado si Dios clamara abajo; no hay forma de que te mantengas en pie cuando Él quiere que
caigas. Y fíjate que todo hombre que es salvo, es salvado siempre por un
llamamiento irresistible al que no puede hacer frente; puede resistirse por un
tiempo, pero no puede resistir como para vencerlo; tiene que ceder, tiene que
rendirse cuando Dios habla. Si Dios dice: “Sea la luz”, la oscuridad
impenetrable cede ante la luz; si Él dice: “Sea la gracia”, el pecado indecible
cede, y el pecador de corazón más empedernido se derrite ante el fuego del
llamamiento eficaz.
He ilustrado así el
llamamiento de dos maneras, por el estado del pecador en su pecado, y por la
omnipotencia que abate la resistencia que el pecador ofrece. Y ahora veremos
otro caso. La soberanía del llamamiento
eficaz puede ser ilustrada mediante el caso de Zaqueo. Cristo va entrando en
Jericó para predicar. Allí vive un publicano que es un extorsionador
empedernido, un acaparador, un monopolizador y un hombre mezquino. Jesucristo
va entrando para llamar a alguien, pues escrito está que tiene que posar en casa
de un cierto varón. ¿Creerías que el hombre a quien Cristo tiene la intención
de llamar es el peor habitante de Jericó, ese hombre extorsionador? Zaqueo es
un hombre pequeño de estatura y no puede ver a Cristo aunque tiene una gran
curiosidad de contemplarlo, así que corre delante la multitud y se sube a un
árbol sicómoro, y considerándose muy seguro en medio del denso follaje, espera
con ávida expectación para ver a este hombre maravilloso que estaba trastornando
el mundo. Poco imaginaba Zaqueo que iba a cambiarlo a él también. El Salvador
va caminando y predicando y hablando con la gente hasta llegar al árbol
sicómoro, y entonces, mirando hacia arriba, exclama: “Zaqueo, date prisa,
desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa”. El disparo tuvo
efecto pues el pájaro cayó; Zaqueo descendió; invitó al Salvador a su casa y
demostró que era realmente llamado, no meramente por la voz, sino por la gracia
misma, pues dijo: “He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y
si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado”, y Jesús dijo:
“Hoy ha venido la salvación a esta casa”. Ahora, ¿por qué llamar a Zaqueo? Había en la ciudad muchos seres
humanos mucho mejores que él. ¿Por qué llamarlo a él? Simplemente porque el
llamamiento de Dios llega a pecadores indignos. No hay nada en el hombre que
amerite este llamamiento; no hay nada en los mejores hombres que pudiera motivarlo;
pero Dios vivifica a quien quiere, y cuando envía ese llamamiento, aunque
llegue a los más viles de los viles, descienden rápida y velozmente, descienden
del árbol de su pecado y caen postrados en penitencia a los pies de Jesucristo.
Pero ahora, para
ilustrar los efectos de este llamamiento, les recordamos que Abraham es otro ejemplo
notable del llamamiento eficaz. “Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu
tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te
mostraré”, y “por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar
que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba”. ¡Ah, pobre
Abraham -habría dicho el mundo- cuánta tribulación le costó su llamamiento! Él
era lo suficientemente dichoso en el seno de la casa de su padre, pero la
idolatría se deslizó en su interior, y cuando Dios llamó a Abraham, lo llamó
sólo a él y lo bendijo sacándolo de Ur de los Caldeos, y le dijo: “¡Sal,
Abram!” y él salió, sin saber a dónde iba. Ahora, cuando el llamamiento eficaz
llega a una casa y escoge a un hombre, ese varón se verá forzado a salir fuera
del campamento, llevando el vituperio de Cristo. Debe abandonar a sus más
queridos amigos, a todos sus viejos conocidos, a todos aquellos compañeros con
los que solía beber y maldecir y disfrutar; tiene que apartarse de todos ellos
para seguir al Cordero por dondequiera que va. Qué prueba enfrentó la fe de
Abraham cuando tuvo que dejar todo lo que le era tan querido y salir sin saber
a dónde iba. Y, sin embargo, Dios tenía una buena tierra para él y tenía la
intención de bendecirlo grandemente. ¡Varón, si eres llamado, si eres verdaderamente
llamado, tendrás que salir, y tendrás que salir solo! Tal vez algunos de los
miembros del pueblo profesante de Dios te dejarán; tendrás que salir sin un
solo amigo; tal vez la propia Sara te abandone, y pudieras ser un forastero en
una tierra extraña, un errante solitario, como lo fueron todos tus padres.
¡Ah!, pero si fuera un llamamiento eficaz y si la salvación fuera su resultado,
¿qué importa que vayas solo al cielo? Es mejor ser un solitario peregrino con
rumbo a la bienaventuranza que uno de los miles de pobladores del camino al
infierno.
Les daré otro ejemplo.
Cuando el llamamiento eficaz llega a un hombre, al principio pudiera desconocer
que se trata de un llamamiento eficaz. Ustedes recuerdan el caso de Samuel; el
Señor llamó a Samuel, y él se levantó y fue a Elí, y le dijo: “Heme aquí; ¿para
qué me llamaste?”. Y Elí le dijo: “Yo no he llamado; vuelve y acuéstate”. El
Señor volvió a llamar, y dijo: “Samuel, Samuel”, y él volvió a levantarse, y
vino a Elí, y dijo: “Heme aquí; ¿para qué me has llamado?”, y fue entonces
cuando Elí -y no Samuel- entendió por primera vez que el Señor había llamado al
joven. Y cuando Samuel supo que se trataba del Señor, dijo: “Habla, porque tu
siervo oye”. Cuando la obra de gracia comienza en el corazón, la persona no
siempre ve con claridad que se trata de la obra de Dios; está impresionado por
el ministro, y tal vez está más bien más ocupado con la impresión que con el
agente de la impresión; dice: “yo no sé cómo ha sido, pero he sido llamado;
Elí, el ministro, me ha llamado”. Y tal vez acude a Elí para preguntarle qué quiere
de él. “Seguramente” –dice él- “el ministro me conocía, y me dijo algo personalmente
porque conocía mi caso”. Y acude a Elí, y no es sino posteriormente, tal vez,
que descubre que Elí no tuvo nada que ver con la impresión, sino que el Señor
lo había llamado.
Sé esto: creo que Dios
obró en mi corazón durante años antes de que yo supiera algo acerca de Él. Yo sabía
que había una obra; sabía que oraba y clamaba y gemía pidiendo misericordia,
pero no sabía que se trataba de la obra del Señor; pensaba a medias que era mi
propia obra. No supe sino hasta después, cuando fui conducido a conocer a
Cristo como toda mi salvación y todo mi deseo, que el Señor había llamado al niño, pues esto no pudo haber sido el
resultado de la naturaleza sino que tuvo que haber sido el efecto de la gracia.
Pienso que puedo decirles a quienes son principiantes en la vida divina que en
tanto que su llamamiento sea real, pueden tener la seguridad de que es divino.
Si es un llamamiento que coincide con los comentarios que estoy a punto de
ofrecerles en la segunda parte del discurso, aunque hubieran podido pensar que
la mano de Dios no estaba en ello, tengan la seguridad de que sí está, pues la
naturaleza no podría producir nunca el llamamiento eficaz. Si el llamamiento es
eficaz, y ustedes son sacados y llevados a otro lugar, sacados del pecado y
llevados a Cristo, sacados de la muerte y llevados a la vida, y sacados de la
esclavitud y llevados a la libertad, entonces, aunque no puedan ver la mano de
Dios en ello, allí está.
II. He
ejemplificado así el llamamiento eficaz. Y ahora, a manera de EXAMEN, que cada
quien se juzgue a sí mismo mediante ciertas características del llamamiento
celestial que estoy a punto de mencionar. Si buscan en su Biblia en 2 Timoteo
1: 9, leerán estas palabras: “Quien nos salvó y llamó con llamamiento santo”. Aquí
está la primera piedra de toque con la que podemos probar nuestro llamamiento:
muchos son los llamados y pocos los escogidos, porque hay muchos tipos de
llamamiento, pero el verdadero llamamiento, y sólo ese, responde a la
descripción del texto. Es un “llamamiento santo, no conforme a nuestras obras,
sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes
de los tiempos de los siglos”. Este llamamiento prohíbe toda confianza en
nuestras propias acciones y nos conduce sólo a Cristo para la salvación, pero
posteriormente nos purifica de las obras muertas para servir al Dios vivo y
verdadero. Si estás viviendo en pecado, tú no eres llamado; si todavía puedes
continuar siendo como eras antes de tu pretendida conversión, entonces no se
trata de una conversión en absoluto; el hombre que es llamado en su embriaguez,
abandona su embriaguez; los individuos pueden ser llamados en medio del pecado
pero no continuarán en él por más tiempo. Saúl fue ungido para ser rey cuando
andaba en busca de las asnas de su padre; y muchos hombres han sido llamados cuando
iban en pos de su propia concupiscencia, pero dejarán las asnas, y dejarán la
concupiscencia, una vez que son llamados. Ahora bien, por esto sabrán si son
llamados por Dios o no. Si continúan en el pecado, si caminan siguiendo la
corriente de este mundo, de acuerdo al espíritu que ahora opera en los hijos de
desobediencia, entonces todavía están muertos en sus delitos y pecados; pero
como Aquel que los ha llamado es santo, ustedes también han de ser santos. ¿Pueden
decir: “Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que yo deseo guardar todos Tus
mandamientos, y caminar intachablemente delante de Ti; yo sé que mi obediencia
no puede salvarme, pero anhelo obedecer; no hay nada que me duela tanto como el
pecado; yo deseo quedar libre del pecado y deshacerme de él; Señor ayúdame a
ser santo?” ¿Es ese el vivo anhelo de tu corazón? ¿Es ese el tenor de tu vida
para con Dios y para con Su ley? Entonces, amado, tengo razones para esperar
que has sido llamado por Dios, pues el llamamiento por
medio del cual Dios llama a Su pueblo es santo.
Veamos otro texto. En
Filipenses 3: 13, 14, se encuentran estas palabras: “Olvidando ciertamente lo
que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al
premio del supremo llamamiento de
Dios en Cristo Jesús”. Entonces, ¿es el tuyo un supremo llamamiento? ¿Ha levantado
tu corazón y lo ha puesto en las cosas celestiales? ¿Ha levantado tus
esperanzas y ya no abrigas más esperanzas en las cosas que están en la tierra,
sino sólo en las cosas que están en lo alto? ¿Ha elevado tus gustos de tal
manera que ya no consisten más en revolcarte, sino que eliges las cosas que son
de Dios? ¿Ha elevado tus deseos, de tal manera que estás anhelante no de las
cosas terrenales, sino de las cosas que no se ven y que son eternas? ¿Ha
elevado el tenor constante de tu existencia, de tal manera que pasas tu vida
con Dios en oración, en alabanza y dando gracias, y no puedes contentarte más
con las viles y despreciables ocupaciones que te absorbían en los días de tu
ignorancia? Recuerda que si eres llamado verdaderamente, es con un supremo
llamamiento, un llamamiento de lo alto, y un llamamiento que eleva tu corazón y
lo lleva a las excelsas cosas de Dios: eternidad, cielo y santidad.
En Hebreos
3: 1, se encuentra esta frase: “Hermanos santos, participantes del llamamiento celestial”. Aquí hay otra prueba. Un
llamamiento celestial quiere decir un llamamiento del cielo. ¿Has sido llamado, no por el hombre, sino por Dios?
¿Puedes detectar ahora en tu llamamiento la mano de Dios y la voz de Dios? Si
sólo el hombre te hubiera llamado, tú no has sido llamado. ¿Es tu llamamiento
de Dios? ¿Y es un llamamiento para el
cielo así como también del cielo?
Puedes decir de todo corazón que no puedes quedarte satisfecho nunca mientras:
“… no llegues Su rostro a contemplar
Y nunca, nunca pecar,
Y de los ríos de Su gracia,
Sorber placeres sin final”.
Amigo, a menos que tú
seas un extraño aquí y que el cielo sea tu hogar, tú no has sido llamado con un
llamamiento celestial, pues quienes han sido llamados por ese medio declaran
que buscan una ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios,
y que ellos mismos son extranjeros y peregrinos sobre la tierra.
Hay otra prueba.
Permítanme recordarles que hay un pasaje en
Como una prueba
adicional, -apegándonos a
Prosigamos. Otra prueba
del llamamiento se encuentra en Gálatas, en el capítulo cinco, y en el
versículo trece: “Vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados”. Permítanme
que me haga otra vez esta pregunta: ¿han sido rotos los grilletes de mi pecado,
y soy el liberto de Dios? ¿Han sido quebrantadas las esposas de la justicia, y
he quedado liberado y puesto en libertad por Aquel que es el grandioso
rescatador de los espíritus? El esclavo no es llamado. Es el hombre libre que
fue sacado de Egipto el que demuestra que ha sido llamado por Dios y que es
precioso para el corazón del Altísimo.
Y, adicionalmente, hay
otro precioso medio de prueba en la primera de Corintios, en el capítulo
primero, y versículo noveno: “Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la
comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor”. ¿Tengo comunión con Cristo?
¿Converso con Él? ¿Tengo comunión con Él? ¿Sufro con Él y sufro para Él?
¿Me identifico con Él en Sus propósitos y objetivos? ¿Amo lo que Él ama y odio
lo que Él odia? ¿Puedo llevar la afrenta; puedo cargar Su cruz; puedo hollar
Sus pisadas; sirvo a Su causa, y es mi más grande esperanza que veré la venida
de Su reino, que me sentaré en Su trono y que reinaré con Él? Si es así,
entonces soy llamado con un llamamiento eficaz, que es la obra de la gracia de
Dios y es la señal segura de mi predestinación.
Permítanme decirles
ahora, antes de que pase al siguiente punto, que es posible que un hombre sepa
si Dios lo ha llamado o no, y que puede saberlo también más allá de toda duda.
Puede saberlo tan seguramente como si lo leyera con sus propios ojos; es más,
puede saberlo más seguramente que eso, pues si yo leo algo con mis ojos,
incluso mis ojos podrían engañarme y el testimonio del sentido podría ser
falso, pero el testimonio del Espíritu
tiene que ser verdadero. Tenemos el testimonio del Espíritu en nuestro
interior que da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios.
Existe tal cosa en la tierra como una seguridad infalible de nuestra elección.
Una vez que el hombre la obtenga, ungirá su cabeza con aceite nuevo, y se
vestirá con el blanco ropaje de la alabanza y pondrá el cántico del ángel en su
boca. ¡Varón dichoso, dichoso, es aquel que tiene la plena seguridad de su
interés en el pacto de gracia, en la sangre de la expiación y en las glorias del
cielo! Contamos aquí con ese tipo de hombres en este preciso día. Entonces,
“Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!”
¿Qué no darían algunos
de ustedes para alcanzar esta seguridad? Fíjense que si anhelan saberlo
ansiosamente pueden hacerlo. Si su corazón desea ardientemente leer su título
libre de todo gravamen, lo hará en breve. Nadie deseó jamás tener a Cristo en
el corazón con un deseo vivo y anhelante, que no lo haya encontrado tarde o temprano.
Si tú tienes un deseo es porque Dios te lo ha dado. Si anhelas vivamente y
clamas y gimes para tener a Cristo, aun eso es un don Suyo; bendícelo por ello.
Dale las gracias por un poco de gracia y pídele más gracia. Él te ha dado
esperanza, pídele fe; y cuando te dé fe, pídele seguridad; y cuando obtengas
seguridad, pídele plena seguridad; y cuando hayas obtenido la plena seguridad,
pídele gozo; y cuando tengas gozo, pídele la gloria misma y Él seguramente te
la otorgará a su debido tiempo.
III. Ahora
procedo a concluir con
“Elegidos por Dios antes de que el tiempo existiera”.
¡Vamos, calumniadores!
Vituperen cuanto les plazca. ¡Vamos, mundo alzado en armas! ¡Cataratas de
problemas, desciendan ustedes si así lo quieren, y ustedes, ustedes,
correntadas de aflicción, fluyan si así les fuere ordenado, pues Dios ha
escrito mi nombre en el libro de la vida! Yo permanezco firme como esta roca,
aunque la naturaleza se tambalee y todas las cosas pasen. Cuán grande
consolación, entonces, es ser llamado, pues si soy llamado, entonces soy
predestinado. Vamos, asombrémonos ante la soberanía que nos ha llamado y
recordemos las palabras del apóstol: “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación,
que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos
nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios;
y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del
mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es,
a fin de que nadie se jacte en su presencia. Mas por él estáis vosotros en
Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación,
santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría,
gloríese en el Señor”.
Una segunda consolación
es extraída de la grandiosa verdad de que si un hombre es llamado, ciertamente
será salvado al final. Para demostrar eso, sin embargo, los voy a referir a las
expresas palabras de
Ahora, creyente, tú
pudieras ser muy pobre y estar muy enfermo y ser muy desconocido y despreciado,
pero siéntate y revisa tu llamamiento esta mañana, y las consecuencias que
emanan de él. Tan cierto como eres hoy un hijo llamado por Dios, tu pobreza llegará
pronto a un fin, y tú serás rico para todos los propósitos de la
bienaventuranza. Espera un poco; esa cabeza cansada llevará ceñida en breve una
corona. Detente un poco; esa mano callosa de labor empuñará pronto ramas de
palmeras. Enjuga esa lágrima. Dios pronto enjugará tus lágrimas para siempre.
Suprime ese suspiro; ¿por qué suspirar cuando el cántico eterno está a punto de
brotar de tus labios? Los portales del cielo permanecen muy abiertos para ti.
Unas cuantas horas aladas tienen que batir sus alas; unas cuantas olas más han
de pasar sobre ti, y tú llegarás a salvo a la costa dorada. No digas: “Estaré
perdido; seré echado fuera”. Imposible.
“A quienes Él ama, jamás los abandona,
Sino que los ama hasta el fin”.
Si Él te ha llamado,
nada podría separarte de Su amor. El lobo del hambre no puede mordisquear el
lazo; el fuego de la persecución no puede desatar el vínculo, el martillo del
infierno no puede quebrar la cadena; la antigüedad no puede devorarlo con su
herrumbre, ni la eternidad puede disolverlo con todas sus edades. ¡Oh, cree que
estás seguro! Esa voz que te llamó, te llamará de nuevo de la tierra al cielo,
de las densas tinieblas de la muerte a los esplendores indecibles de la
inmortalidad. Puedes estar seguro de que el corazón que te llamó late con
infinito amor para contigo, un amor que no muere, que las muchas aguas no
pueden apagar, y que las inundaciones no pueden ahogar. Siéntate; descansa
tranquilamente; alza el ojo de tu esperanza y canta tu canto con cálida
anticipación. Tú estarás pronto con los glorificados allí donde está tu
porción; sólo estás esperando aquí ser hecho idóneo para la herencia, y logrado
eso, las alas de los ángeles te llevarán por los aires hasta el monte de la paz
y del gozo y de la bienaventuranza, donde:
“Lejos
de un mundo de aflicción y pecado,
Y compartiendo eternamente con Dios”,
reposarás
por los siglos de los siglos. Examínense entonces para ver si han sido llamados.
Y que el amor de Jesús sea con ustedes. Amén.
Traductor: Allan Román
28/Junio/2012
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