El Mito del Libre Albedrío



Autor: Walter Chantry.


Casi todo el mundo dice creer en el "libre albedrío". Pero ¿se sabe qué quiere decir eso? Parece que existe bastante superstición en cuanto a ese tema. Se considera que el albedrío es un gran poder del alma humana, que tiene completa libertad para dirigir nuestras vidas. ¿En qué consiste esa supuesta libertad?

El mito de la libertad circunstancial

Nadie niega que el ser humano tenga albedrío, es decir, la facultad de escoger lo que quiera decir, hacer y pensar. Pero vale la pena reflexionar sobre la miserable debilidad de ese albedrío, pues aunque una persona tenga la capacidad de tomar una decisión, no tiene la aptitud de llevarla a cabo. El albedrío puede trazar un modo de proceder, pero no tiene poder para ejecutar sus intenciones.

Según una conocida historia bíblica, los hermanos de José lo aborrecían y vendieron como esclavo. Pero Dios se valió de su acción para hacer de José el gobernante sobre ellos. Con sus hechos, se propusieron hacer daño a José, pero Dios dirigió los hechos para el bien de José. "Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien" (Génesis 50: 20).

¿Acaso no es cierto que muchas de nuestras decisiones fracasan penosamente? Por ejemplo, un individuo decide hacerse millonario, pero la providencia divina lo impide; o decide ser un erudito, pero la mala salud, un hogar inestable o la falta de recursos, frustran su voluntad; decide ir de vacaciones, pero un accidente automovilístico le envía al hospital.

Decir que el albedrío es libre, es claro que no significa que el albedrío determine el rumbo de la vida de una persona. La persona no escoge la enfermedad, la tristeza, la guerra ni la pobreza que echan a perder su felicidad; tampoco escoge tener enemigos. Si de veras es poderoso el albedrío, ¿por qué no elige que la persona viva para siempre? Los sucesos importantes que moldean la vida, no resultan del albedrío del individuo. No puede escogerse el rango social, la raza ni el grado de inteligencia.

"El corazón del hombre piensa su camino; mas Jehová endereza sus pasos" (Proverbios 16: 9). En lugar de alabar al albedrío humano, debemos alabar humildemente al Señor, cuyos propósitos determinan nuestras vidas, según confesó el profeta Jeremías: "Conozco, oh Jehová, que el hombre no es señor de su camino, ni del hombre que camina es el ordenar sus pasos" (Jeremías 10: 23).

Cierto es que un hombre puede escoger lo que quiera y puede proyectar lo que desee, pero el albedrío no es libre para lograr ninguna cosa contraria a los propósitos de Dios. Tampoco tiene poder de alcanzar sus metas, sino tan sólo el poder que Dios le conceda. Acordémonos de la parábola de Jesús sobre el rico insensato. El rico dijo: "Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes… Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedir tu alma…" (Lucas 12: 18-20). Tenía libertad para pensar, pero no para realizar. Hay peligro de que suceda lo mismo con todos aquellos que se jactan de su propio albedrío.

El mito de la libertad moral

Se cita al "libre albedrío" como factor importante en las decisiones morales, imaginando que es libre para escoger entre el bien y el mal. De nuevo preguntamos: ¿en qué consiste esa libertad?

El albedrío es la capacidad del hombre de escoger entre alternativas. Claro que todos nosotros tenemos tal capacidad. Un hombre puede dirigir sus propios pensamientos, palabra y hechos; sus decisiones normalmente no se forman por una fuerza ajena, sino en su interior. Ningún hombre está obligado a actuar en contra de su voluntad ni a decir lo que no quiera, pues el albedrío guía sus acciones.

No obstante, eso no quiere decir que la decisión está libre de toda influencia. Una persona elige de acuerdo con su entendimiento, sus sentimientos, sus preferencias, sus aversiones y sus apetitos. En efecto, el albedrío no es libre sino esclavo de la naturaleza de la persona. Las elecciones que uno hace no son las que determinan el carácter, sino el carácter es lo que guía nuestra selección. El albedrío se inclina a lo que el hombre conoce, siente, ama y desea. La persona escoge siempre según su temperamento, de conformidad a la condición de su corazón.

La razón del por qué el albedrío no es libre para hacer lo bueno, radica en que es un siervo del corazón y el corazón es malo. "Vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal" (Génesis 6: 5). "No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno" (Romanos 3: 12). No existe ninguna fuerza que obligue al hombre a pecar contra su voluntad, pero los descendientes de Adán son tan malos, que siempre escogen voluntariamente la maldad.

El entendimiento moldea las decisiones, y la Biblia dice en referencia a todos: "Su necio corazón fue entenebrecido… No hay quien entienda" (Romanos 1: 21; 3: 11). El hombre puede ser justo solamente estando en comunión con Dios, pero "no hay quien busque a Dios" (Romanos 3: 11). Sus apetitos anhelan el pecado y el hombre no puede escoger a Dios. En vista de que el escoger el bien es contrario a su naturaleza, si alguien escogiera obedecer a Dios, se debería a una causa ajena. Sí, tenemos libertad para escoger, pero lo que escojamos depende de los impulsos de nuestra naturaleza pecaminosa.

Si se pusiese algún trozo de carne y una ensalada de verduras delante de un león hambriento, escogería la carne sin duda, pues su naturaleza leonina determinaría la selección. Lo mismo sucede con el hombre. El albedrío humano podría verse libre de fuerzas ajenas, pero no de las predisposiciones de la naturaleza humana, las cuales están en contra de Dios. La facultad de tomar decisiones es libre para escoger lo que el corazón anhele, pero no lo es para escoger el agradar a Dios sin que haya previamente una obra de la gracia divina en ese corazón.

Al hablar del "libre albedrío", casi todo el mundo supone que la naturaleza humana es neutral en cuanto al bien y el mal, y que, por tanto, es capaz de escoger entre los dos, pero tal idea es falsa. Tanto el albedrío como la naturaleza humana se encaminan única y continuamente al mal. "¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así también, ¿podéis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer mal?" (Jeremías 13: 23). La necesidad imperiosa de todo hombre es la transformación sobrenatural de su ser. De otra manera, su albedrío permanece esclavizado a escoger el mal.

El mito de la libertad espiritual

A pesar de lo que hemos visto, algunos insisten en que el albedrío humano hace la elección final entre la vida y la muerte espirituales. Se supone que en este campo, por lo menos, el albedrío es totalmente libre para aceptar o para rechazar la vida eterna ofrecida en Cristo Jesús. Se dice que Dios otorgará una nueva naturaleza a todo aquel que por el poder de su propio "libre albedrío" decida recibir a Jesucristo.

No cabe duda de que el hecho de recibir a Jesucristo es un acto de la voluntad humana y a menudo eso se llama "la fe". Pero ¿cómo llegan los hombres a recibir voluntariamente al Señor? Se contesta: "por su libre albedrío". Pero ¿cómo puede ser así?

Jesús es Profeta y recibirle es creer todo lo que Él dice. En Juan 8: 41-45, Jesús declara que los inconversos son hijos de Satanás. Este padre malo aborrece la verdad e imparte a su prole el mismo prejuicio. Así es que Jesús dice: "A mí, porque digo la verdad, no me creéis" (Juan 8: 45). ¿Puede el albedrío saltar fuera del ser humano y puede escoger creer lo que la mente aborrece y niega?

Jesús también es Sacerdote y recibirle es abrazarle como tal. En otras palabras, tenemos que depender de Él para que nos obtenga la paz con Dios por medio de Su sacrificio e intercesión. El apóstol Pablo enseña que "los designios de la carne (nuestra naturaleza humana depravada) son enemistad con Dios" (Romanos 8: 7). ¿Cómo, pues, puede el albedrío librarse de una naturaleza que nació siendo tan enemiga de Dios? Sería una locura que el albedrío escogiera la paz mientras todo el ser se inclinara a la rebeldía.

Además, Cristo es Rey y recibirle es obedecer a todos Sus mandamientos, es confesar su derecho de reinar y es adorar ante Su trono. Pero la mente, las emociones y los deseos humanos gritan a una: "No queremos que éste reine sobre nosotros" (Lucas 19: 14). Si el ser entero aborrece la verdad de Dios, la autoridad de Dios y la paz con Dios, ¿cómo puede el albedrío humano recibir a Jesús? ¿Cómo puede ejercer tal pecador la fe en Él?

Es la gracia de Dios y no el albedrío del hombre, la que imparte al pecador un corazón nuevo. A menos que Dios cambie el corazón, creando en él un espíritu de paz, verdad y sumisión, el hombre jamás escogerá a Jesucristo y la vida eterna que hay en Él. Es necesario que el hombre reciba un corazón nuevo para poder creer, aun en el asunto de la conversión. De otra manera el albedrío quedará esclavizado a la depravada naturaleza humana. Jesús dijo: "Os es necesario nacer de nuevo" (Juan 3: 7). Si nos falta este nuevo nacimiento, jamás veremos el reino de Dios.

Léase Juan 1: 12-13, donde se afirma que aquellos que creen en Cristo son engendrados, no de la voluntad humana, sino de Dios. El albedrío de un hombre no tuvo nada que ver con su nacimiento natural, y tampoco tiene que ver con el nuevo nacimiento, el espiritual. Debemos dar gracias a nuestro Creador que nos dio la vida natural y "si alguno está en Cristo, nueva criatura es" (2 Corintios 5: 17). ¿Quién escogió ser creado jamás?

Lázaro, cuando yacía en la tumba, no escogió resucitarse, pero cuando Cristo le dio vida, entonces, de su albedrío, obedeció la voz de Cristo y salió de esa tumba (Juan, capítulo 11). De conformidad a esto, el apóstol Pablo dice: "Aun estando nosotros muertos en pecados, (Dios) nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó" (Efesios 2: 5-6). Ejercer la fe es el primer acto del albedrío hecho nuevo por el Espíritu Santo. Recibir a Cristo es un acto humano igual que respirar, pero un ser humano no puede respirar a menos que Dios le dé primero la vida física, y tampoco puede ejercer la fe a menos que Dios le dé primero vida espiritual.

Caídos en el pecado, hundidos en la miseria y totalmente sin recursos, ¿qué podemos? El "libre albedrío" humano no nos ofrece ninguna ayuda. Sólo la poderosa gracia de Dios nos ofrece escape.

Amado lector, arrójate sobre esta gracia, sobre esta misericordia divina, implorando la salvación. Pide a Dios que Su Espíritu de gracia cree en ti un espíritu nuevo, una naturaleza nueva.

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